Obras literarias de D. José Marchena
Tomo I
José Marchena
Por iniciativa y generosas expensas de un preclaro vecino e insigne bienhechor de la villa (hoy ciudad) de Utrera, D. Enrique de la Cuadra, Marqués de San Marcial, cuya reciente pérdida deploramos todos los que nos honrábamos con su amistad e hidalgo trato, salen a luz en estos dos volúmenes todas las obras inéditas y sueltas que han podido hallarse del famoso humanista andaluz D. José Marchena, más generalmente conocido por el sobrenombre del Abate Marchena. Ya que al Sr. Cuadra privó su inesperada muerte de ver terminada esta edición en que tanto empeño había puesto, justo es que en la primera página de ella cumpla yo el triste deber de estampar su honrado nombre, digno de vivir en la memoria de todos sus conciudadanos como dechado de virtudes públicas y domésticas.
Ni el Sr. Cuadra al proyectar esta edición, ni yo al aceptar el encargo de dirigirla insertando en ella todos los materiales inéditos que sobre Marchena poseo, tuvimos otro propósito que el de hacer un libro de pura erudición y destinado a correr en manos de muy pocas personas: advertencia que no considero inútil para prevenir escrúpulos y justos recelos que el nombre de Marchena trae fatalmente consigo. Este personaje, más famoso que estimable, vivió una vida de turbulencia y escándalo, difundió incansablemente las peores ideas de su tiempo, tomó parte muy enérgica en la acción revolucionaria de 1793, y ha quedado en la historia como el más radical de los iniciadores españoles de un orden de principios diametralmente contrarios a los que el señor Cuadra profesó toda su vida y a los que yo profeso. Y aunque la mayor parte de los escritos de Marchena que aquí se estampan sean de índole puramente literaria, no deja de advertirse en muchos de ellos el inflijo de la prava doctrina filosófica y social con que el autor había nutrido su entendimiento. Hemos impreso, pues, estas obras a título de mera curiosidad histórica, y en corto número de ejemplares, para que corran únicamente en manos de los bibliófilos, sin daño ni peligro de barras.
La vida del abate Marchena interesa tanto o más que sus escritos. Como propagandista en España de la irreligiosa filosofía del siglo XVIII; como representante de las tendencias revolucionarias de aquella edad en su mayor grado de exaltación; como único heredero, en medio de la monotonía ceremoniosa del siglo XVIII, del espíritu temerario, indisciplinado y de aventura que lanzó a los españoles de otras edades a la conquista del mundo físico y del mundo intelectual; como ejemplo lastimoso de talentos malogrados y de condiciones geniales potentísimas, aunque el aire tempestuoso de su época las hizo sólo eficaces para el mal, el abate Marchena sale mucho de lo vulgar, y merece que su biografía sea escrita con la posible claridad y distinción. Varias son las plumas que se han ejercitado en ella desde los tiempos inmediatos a la muerte del turbulento Abate. Los apuntamientos de Muriel en su Historia de Carlos IV1 y de Miñano en las notas a su traducción de la Revolución Francesa de Thiers2, son breves en demasía, pero merecen mucha atención por proceder de contemporáneos que habían conocido y tratado a Marchena. El artículo de la Biografía Universal de Michaud es digno de consultarse en lo que se refiere a la estancia de Marchena en Francia. Son más extensos e importantes los estudios de don Gaspar Bono Serrano3 y de Mr. Antoine de Latour4, grandemente ampliados por D. Leopoldo A. de Cueto en los tomos primero y tercero de su bella colección de Poetas líricos del siglo XVIII5. Con todos estos datos y los que pudo proporcionarme mi diligencia, tracé en 1881 un bosquejo de la vida de Marchena, en el tomo tercero de mi Historia de los heterodoxos españoles. En los catorce años transcurridos desde entonces, nuevos e importantes hallazgos, debidos en gran parte a un eruditísimo escritor francés, gran conocedor de nuestras cosas6, han venido a dar inesperada luz sobre los puntos más oscuros de la biografía del Abate, y me permiten hoy rehacer aquel primer ensayo, añadiéndole gran cantidad de cosas ignoradas o mal sabidas hasta ahora.
D. José Marchena Ruiz de Cueto, hijo de D. Antonio y de D.ª Josefa María, nació en Utrera el 18 de Noviembre de 1768. Era hijo de un abogado, y no de un labrador como generalmente se ha dicho.
Comenzó en Sevilla los estudios eclesiásticos, pero sin pasar de las órdenes menores; aprendió maravillosamente la lengua latina, y luego se dedicó al francés, leyendo la mayor parte de los libros impíos que en tan gran número abortó aquel siglo, y que circulaban en gran copia entre los estudiantes de la metrópoli andaluza, aun entre los teólogos. «He leído (decía en 1791) todos los argumentos de los irreligiosos; he meditado, y creo que me ha tocado en suerte una razonable dosis de espíritu filosófico»7.
Quién le inició en tales misterios, no se sabe: sólo consta que antes de cumplir veinte años hacía ya profesión de materialista e incrédulo, y era escándalo de la Universidad. Ardiente e impetuoso, impaciente de toda traba, aborrecedor de los términos medios y de las restricciones mentales, e indócil a todo yugo, proclamaba en alta voz lo que sentía, con toda la imprevisión y abandono de sus pocos años, y con todo el ardor y la vehemencia propios de su condición inquieta y mal regida.
El primer escrito en que Marchena hizo alarde de tales ideas fue una carta contra el celibato eclesiástico, y de paso contra los frailes, dirigida a un profesor de Sagrada Escritura, que había calificado sus máximas de perversas y opuestas al espíritu del Evangelio. Marchena quiere defenderse y pasar todavía por cristiano, y aun por católico piadoso, pero con la defensa empeora su causa. Verdad es que las mayores herejías las pone, por vía de precaución retórica, en boca de un teólogo protestante. El señor de Cueto, que dio la primera noticia de esta carta, hallada por él entre los papeles de Forner, juzga rectamente de ella, diciendo que «es obra de un mozo inexperto y desalumbrado, que no ve más razones que las que halagan sus instintos y sus errores», y que en ella andan mezclados «sofismas disolventes, pero sinceros, citas históricas sin juicio y sin exactitud... sentimentalismo filosófico a la francesa, arranques de poesía novelesca»8.
Más importante es otra obra suya del mismo tiempo, que poseo, y que ahora por primera vez se imprime, formando parte de esta colección. Es una traducción completa del poema de Lucrecio De rerum natura, en versos sueltos, la única que en tal forma existe en castellano9. El manuscrito no parece original, sino copia de amanuense descuidado, aunque no del todo imperito. No tiene expreso el nombre del traductor, pero sí sus cuatro iniciales J. M. R. C., y al fin la fecha de 1791, sin prólogo, advertencia ni nota alguna. La versificación, dura y desigual como lo es en todas las poesías de Marchena, abunda en asonancias, cacofonías, prosaísmos y asperezas de todo género, que llegan a hacer intolerable la lectura; pero en los trozos de mayor empeño suele levantarse el traductor con inspiración sincera, porque su fanatismo materialista le sostiene, haciéndole poeta aunque a largos intervalos. En los trozos puramente didácticos el estilo decae, arrastrándose pesado y soñoliento. Pululan los desaliños y aun las faltas gramaticales, denunciando la labor de una mano atropellada e inexperta.
Marchena, ya por aquellos tiempos, era gran latinista, y en general entiende bien el texto; pero su gusto literario, siempre caprichoso e inseguro, lo parece mucho más en este primer ensayo. Así es que entre versos armoniosos y bien construidos, no titubea en intercalar otros que hieren y lastiman el oído menos delicado y exigente: repite hasta la saciedad determinadas palabras, en especial la de naturaleza; abusa de los adverbios en mente, que son antipoéticos por su índole misma, y rara vez acierta a conciliar la fidelidad con la elegancia, ni tampoco a reproducir los peculiares caracteres del estilo de Lucrecio. Véanse algunos trozos para muestra, así de los aciertos como de las caídas del traductor. Sea el primero la famosa invocación a Venus: Aeneadum genitrix, divum hominumque voluptas:
Tampoco carece de frases y detalles graciosos esta traducción de un lozanísimo pasaje del mismo libro primero:
|
Ni falta vigor y robustez en esta descripción de la tormenta:
|
Quizá en ninguno de sus trabajos poéticos mostró Marchena tanto brío de dicción como traduciendo las imprecaciones del gran poeta naturalista. Parece como que se sentía dentro de su casa y en terreno propio al reproducir las blasfemias del poeta gentil contra los dioses; y los elogios de aquel varón griego,
|
(Canto VI.) |
|
(Canto III.) |
No era Marchena bastante poeta para hacer una traducción clásica de Lucrecio, pero estaba identificado con su pensamiento filosófico; era apasionadísimo del autor y casi fanático de impiedad; y así traduciendo a su poeta cobra, por virtud de este propio fanatismo, cierto calor insólito, que contrasta con la descolorida y lánguida elegancia de otras versiones anteriores a la suya, por ejemplo la francesa de Lagrange o la misma italiana de Marchetti. Los buenos trozos de esta versión me parecen superiores a casi todo lo que después hizo en verso; si es que la vanidad de poseedor10 y editor no me engaña. Todavía quiero añadir uno más, en que la expresión es generalmente feliz, adecuada y hasta graciosa:
|
Marchena saludó con júbilo la sangrienta aurora de la revolución francesa, y, si hemos de fiarnos de oscuras y vagas tradiciones, quiso romper a viva fuerza los lazos de lo que él llamaba superstición agobiadora, y entró con otros mozalbetes intonsos y con algún extranjero de baja ralea en una descabellada tentativa de conspiración republicana, la cual tuvo el éxito que puede imaginarse, dispersándose los modernos Brutos, y cayendo alguno de ellos en las garras de la policía. Si tal conspiración existió realmente, tuvo que ser muy anterior a la llamada del cerrillo de San Blas, fraguada en 1795 por Picornell, Lax y otros. Marchena no estaba entonces en España, y su nombre para nada figura en el proceso11, pero hay indicios para creer que no era extraño a la trama, y que por lo menos estaba en correspondencia con sus autores. Así recuerdo haberlo leído en unos apuntes manuscritos del artillero D. Juan de Dios Gil de Lara, contemporáneo y amigo de Marchena.
Todo este primer período de su vida está envuelto en densa oscuridad; y lo más seguro es atenerse estrictamente a las pocas indicaciones que en sus escritos dejó consignadas el mismo Marchena. En una carta escrita en Bayona el 29 de Diciembre de 1792, y dirigida al ministro de negocios extranjeros Le Brun, dice rotundamente que llevaba «seis años de persecuciones en el país más esclavo de la tierra», y que «hacía ocho meses había buscado asilo en Francia, porque la Inquisición quería perderle»12. Si Marchena no exagera nada para captarse la gracia del Ministro, su propaganda revolucionaria en España, o, más bien, según yo creo, sus dimes y diretes con la Inquisición, se remontaban a 1788, lo cual ciertamente era madrugar bastante: Marchena no tenía entonces más que diez y nueve años. En la colección de sus poesías líricas, que ahora por primera vez publicamos, hay suficientes indicios para creer que durante esos seis años de persecuciones y de inquietud no residió constantemente en Andalucía, sino que anduvo errante por varias partes de España, entendiéndose con los pocos y oscuros prosélitos que ya contaban las nuevas doctrinas, especialmente en la Universidad de Salamanca y en el Seminario de Vergara. Las alusiones a las orillas del Tormes son frecuentes en sus versos:
|
En Salamanca o en Valladolid conoció a Meléndez, que fue, de los poetas españoles de su tiempo, aquel a quien admiró más, y a cuya admiración permaneció más constante. Uno de los últimos escritos de Marchena fue, como más adelante veremos, la necrología del que estimaba como su maestro. Una de sus más antiguas composiciones poéticas es la oda que le dedicó cuando en Marzo de 1789 fue nombrado Meléndez alcalde del crimen de la audiencia de Zaragoza, inaugurando así su carrera de magistrado y de hombre público, que tantos sinsabores había de reportarle.
|
exclamaba Marchena, en alas de su juvenil entusiasmo, y ya se figuraba ver al dulce Batilo, vibrando la tajante espada contra el opresor poderoso y contra el inicuo tirano. Los acontecimientos posteriores demostraron que tal papel era el menos adecuado a la blanda y algo femenina naturaleza de Meléndez.
Que Marchena residiera algún tiempo, o como alumno, o como profesor, en el famoso Seminario de Vergara, centro principal del enciclopedismo en las provincias vascongadas13, parece que indirectamente resulta de algunos pasajes de sus obras poéticas; pero que sólo registrando cuidadosamente los papeles que resten de aquel instituto de enseñanza podrá documentalmente comprobarse. Los versos de nuestro Abate le presentan en relación íntima con varios profesores de aquel centro. Y en primer lugar con el catedrático de Física Chabaneau, en alabanza del cual compuso aquella notable oda que principia:
|
y en la cual, confesándose discípulo del aventajado físico francés naturalizado en Guipúzcoa, exclama:
|
Y en Vergara también debió de contraer amistad, que uno y otro habían de estrechar en París durante la tempestad revolucionaria, con un profesor de aquella escuela patriótica, entonces tan célebre como olvidado hoy, D. Vicente María Santibáñez, natural de Valladolid, mediano poeta y exaltado revolucionario, a quien dio entonces pasajera fama una traducción libre de la Heroida de Eloísa a Abelardo de Pope (o más bien de su imitación francesa de Corlardeau), traducción que corrió anónima, y que (como veremos más adelante) ha sido erróneamente atribuida al Abate Marchena; sirviendo hoy esta misma falsa atribución para confirmar la identidad de ideas y propósitos que entre ambos escritores suponían sus contemporáneos.
A Santibáñez dedicó Marchena una sátira literaria en tercetos, que a juzgar por las alusiones de su contexto hubo de escribirse hacia el año de 1791, puesto que en ella se habla, como de cosas recientes, de la comedia de Iriarte La señorita malcriada, no representada hasta el 3 de Enero de aquel año, aunque impresa desde 1788; del poema de Las Majas de Trigueros, que es de 1789, y del Suplemento de Forner al artículo Trigueros en la Biblioteca del doctor Guarinos, que es de 1790. En esta epístola de Marchena, a vueltas de ataques virulentos, muchas veces desacordados, contra los escritores de mérito más diverso (confundiendo en una misma reprobación a hombres tan distinguidos como Forner e Iriarte, con ínfimos y chabacanos copleros tales como Casal, Moncín y Laviano), no falta la expresión de los ímpetus revolucionarios en que el autor y su amigo Santibáñez coincidían:
|
Son poco más o menos los mismos pensamientos que pocos años después había de expresar Quintana con tan brioso empuje en el soberbio principio de la oda A Juan de Padilla:
|
Pero ¡qué distancia entre el verdadero poeta y el adocenado versificador que a pesar del fanatismo que siente en el alma, no acierta a expresarle sino con formas torpes, confusas y desgarbadas!
Para propagar sus ideas fundó Marchena, probablemente en colaboración con Santibáñez, una llamada Sociedad Literaria, con visos de sociedad secreta y de logia masónica. No hemos podido averiguar en qué punto de España funcionaba, El único documento que nos queda de su existencia es un discurso en verso suelto, que leyó Marchena en su abertura o inauguración, y comienza:
|
Comienza el poeta por invocar los manes del virtuoso Sócrates, del inflexible Catón,
|
y luego, recordando pensamientos y frases de Lucrecio, a quien poco antes había traducido, invitaba a sus amigos a aquel sereno templo de Minerva, desde el cual podía el sabio contemplar tranquilo
|
Seguían las acostumbradas declamaciones contra el despotismo y la intolerancia, y proponíase como principal ocupación de aquellas juntas el estudio de los derechos del hombre,
|
in perjuicio de que con estas serias lucubraciones alternasen estudios más amenos, y sobre todo el amable trato de las Musas; con lo cual Marchena logra pretexto para sacrificar de nuevo a sus predilectas víctimas literarias:
|
A esta misma sociedad, en la cual parece evidente el doble carácter de academia literaria y de centro de conspiración más o menos platónica (probablemente la más antigua de su género que se formó en España), aluden estos otros versos de la epístola A Emilia:
|
La mayor parte de los versos de Marchena contenidos en el manuscrito de la biblioteca de la Sorbona de que luego daremos cuenta, son indudablemente anteriores a su salida de España. Abundan en esta colección las poesías amorosas; y, contra lo que pudiera esperarse de la vehemente índole y del temperamento inflamable de su autor, son casi todas extremadamente frías: labor de pura imitación, en que el autor sigue por punto general las huellas de Meléndez, sin vislumbre alguna de carácter propio. En la poesía erótica Marchena resulta amanerado e insulso, y la flaqueza de sus dotes poéticas parece más visible en este género que en ningún otro. Habiendo sido hombre extraordinariamente sensual y libidinoso, según el testimonio de todos los que le conocieron, ni siquiera acertó a expresar nunca con calor estos bajos apetitos suyos. Pero, como materialista teórico y práctico, quemó sucesivamente incienso en las aras de muchas deidades, cuyo recuerdo queda en sus poesías: Belisa y la sabia Emilia, deidades del Tormes la una y la otra: Licoris la del bruñido cabello de azabache y alta frente, cuyas caricias le retenían en las orillas del Betis, y le hacían olvidarse hasta
|
y a la cual invitaba al placer en agradables versos, mezclando reminiscencias de Horacio, de Catulo y de Tibulo:
|
Todavía hay que añadir a esta lista, no menos poblada que la de D. Juan, los nombres de la bella Francisca, con quien el autor había ido en su niñez a la escuela y que fue sin duda su pasión más inocente; los de las tres hermanas Magdalena, Catalina y Alcinda, a quienes dirige versos más bien galantes que amorosos; y el de aquella beldad peregrina que desde el hesperio suelo pasó a las Galias, y que parece ser la misma a quien en otra elegía llama Minerva Aglae.
Como Marchena, a pesar de su entusiasmo erótico, no tenía ni calor de afectos ni viveza de fantasía, pero sí muchas humanidades y familiar trato con los clásicos, resulta mucho más aventajado poeta cuando traduce o imita que cuando expresa por cuenta propia sus versátiles enamoramientos. Por eso los mejores trozos de esta primera época suya están en sus traducciones de algunas elegías de Tibulo y de Ovidio, las cuales, a parte de cierta bronquedad y dureza de estilo de que no pudo librarse nunca Marchena ni en verso ni en prosa, y que contrastan con la blanda manera de los poetas a quienes interpretaba, demuestran, por lo demás, un estudio nada vulgar ni somero de la lengua poética castellana, y se recomiendan por un agradable dejo arcaico. Marchena, por una contradicción que en su tiempo no era rara, y que también observamos en Gallardo y en otros, era furibundo revolucionario en todo menos en la literatura y en el lenguaje. Su larga residencia en Francia, y el hábito continuo que tuvo de escribir y aun de pensar en francés, pudo contagiar su estilo de bastantes galicismos, especialmente en algunas traducciones que hizo, atropelladas y de pane lucrando, pero luego se verificó en él una reacción violenta hasta llegar a la manera artificiosa y latinizada del famoso discurso preliminar de sus Lecciones de Filosofía Moral y Elocuencia.
La política, que tanta parte ocupó en la vida del Abate Marchena, no la tiene menor en sus versos, y suele aparecer donde menos pudiera esperarse. Hasta en las odas eróticas encuentra modo de ingerir el inevitable ditirambo en loor de la Revolución Francesa:
|
La más antigua de sus poesías exclusivamente políticas parece compuesta poco después de la toma de la Bastilla, a la cual aluden de un modo terminante estos versos:
|
Los versos de esta oda son medianos y declamatorios, como casi todos los versos líricos de su autor, pero tienen curiosidad histórica, por ser sin disputa los más antiguos versos de propaganda revolucionaria compuestos en España. Diez años antes de que Quintana pensase en escribir la oda A Juan de Padilla y la oda A la Imprenta, exclamaba el Abate Marchena, aunque a la verdad con bronco y desapacible acento:
|
Quien tales versos escribía en 1791, es claro que no podía permanecer mucho tiempo en España. No obstante su juventud y la oscuridad de su persona, sus manejos no podían permanecer enteramente ocultos; y aunque haya notoria exageración en los seis años de persecuciones que él se atribuye, no hay duda que la atención del Santo Oficio hubo de fijarse en él, y que, temeroso de ser encarcelado, buscó refugio en Gibraltar, donde se embarcó para Francia en Mayo de 179214. Tenía entonces veinticuatro años.
Un Mr. Reynón, de San Juan de Luz, que le conoció poco después de su llegada, nos da muy curiosas noticias de su persona, en ciertas memorias que dejó inéditas, y de las cuales hemos obtenido un extracto por mediación de nuestro amigo el ilustre vascófilo inglés Mr. Wentworth Webster, residente años hace en Sare15.
Reynón dice que Marchena era abogado, le supone equivocadamente hijo de Madrid, y hace de él el siguiente retrato: «Su estatura no pasaba de cuatro pies y ocho pulgadas. Tenía el rostro picado de viruelas y las narices larguísimas. Era muy suelto de cuerpo y de lengua. Hablaba y escribía bastante bien el francés. Le vimos por primera vez cuando llegó a San Juan de Luz en 1792, entusiasmado hasta el delirio con la idea de vivir en el país de la libertad, y de embriagarse con ella. Lo primero que hizo fue alistarse en el club jacobino de Bayona, adoptando con furor todos los principios de la Montaña. Formó parte de la Sociedad de los Hermanos y Amigos Reunidos, en la cual se admitía la más ínfima canalla, y hasta al verdugo mismo, cuyo nombre habían cambiado los Representantes de la Convención en el de Vengador.
Marchena pronunció en este club un discurso que fue impreso aquel mismo año en un cuaderno de 14 páginas en 8.º en casa de Duhart Fauvet, y que era probablemente su primer escrito en francés. No hemos podido hallarle, y sólo conocemos de él la siguiente frase campanuda que cita Reynón: «Pongamos sobre nuestras cabezas el gorro de los hombres libres, y a nuestros pies la corona de los reyes».
Reynón, que era furibundo realista, añade que el discurso de Marchena estaba «lleno de infames pensamientos que sólo el espíritu del demonio podía haber dictado»; pero a juzgar por la muestra, el demonio no se había lucido mucho en su colaboración, y los infames pensamientos más traza tienen de lugares comunes propios de una declamación estudiantil escrita en la jerga revolucionaria de aquel tiempo.
«Marchena (añade Reynón) obtuvo un grande éxito de tribuna entre los descamisados. Pero pareciéndole Bayona corto teatro para su ambición, pasó muy pronto a París, donde escribió en un periódico terrorista y formó parte del club de los jacobinos». |
El periódico de que Marchena fue colaborador era nada menos que el famoso Ami du Peuple, dirigido y redactado en su mayor parte por Marat, oriundo de España, aunque nacido en Suiza, y amigo de varios refugiados españoles, especialmente de un cierto Guzmán que fue condenado a muerte en 1794 como complicado en el proceso de Dantón. Quizá por mediación suya entró Marchena en relaciones con el famoso terrorista; pero como en medio de todos sus extravíos conservase siempre nuestro Abate cierto fondo de humanidad y de hidalguía, no tardó en desavenirse con el tremendo y sanguinario personaje a quien ayudaba con su pluma, y comenzó a mirar con ceño las máximas de exterminio que en todos los números de aquel papel se propalaban. No pasaron muchos meses sin que Marchena renegase enteramente del bando jacobino y de los furiosos fanáticos o hipócritas perversos que le dirigían, y se pasase a la fracción de los girondinos, a quienes acompañó en próspera y adversa fortuna, ligándose especialmente con Brissot. Y cuando Marat sucumbió bajo el hierro de Carlota Corday, Marchena, que se hallaba entonces en las cárceles del Terror, saludó a la hermosa tiranicida con un himno vengador, que no puede parangonarse seguramente con la hermosa elegía de Andrés Chénier al mismo asunto, digna de ser grabada en el más puro mármol de la antigüedad, pero que no deja de contener versos enérgicos y expresiones dictadas por una exaltación vehemente y sincera:
|
Pero no adelantemos el curso de los sucesos. A fines de Diciembre de 1792 Marchena, que ya había roto definitivamente con la Montaña, fue recomendado por Brissot al ministro de Relaciones Exteriores, Le Brun; y le dirigió desde Bayona la curiosa carta que ya hemos tenido ocasión de citar, en que, presentándose como «un amigo de la libertad que arde en deseos de verla triunfante en su patria, sometida al más violento despotismo por muchos siglos», le ofrece sus servicios para propagar las ideas de la Revolución en España «si es que Francia piensa seriamente en declarar la guerra a los Borbones españoles». Y como muestra de su literatura propagandista, le envía varios ejemplares de una alocución a los españoles, la cual había hecho imprimir y circular en la península, dando motivo con esto a que el gobierno de Carlos IV mandase secuestrar todos sus bienes.
Esta alocución está en castellano, como era natural, pero el autor se finge francés; «yo no he estado nunca en vuestro país», dice; disimulación que por lo visto no impidió que todos reconocieran su estilo, y que se procediese contra él jurídicamente. Existen de ella dos textos diversos, uno manuscrito y otro impreso. Contra lo que pudiera creerse, el primero no es el esbozo del segundo, sino una refundición posterior que lleva la fecha de 1793, con notables supresiones y adiciones. Entre lo suprimido está una impertinente digresión literaria, en que Marchena (¡en un manifiesto político!) se desataba contra varios escritores de su tiempo, en especial contra Forner, a quien parece haber profesado particular inquina, bien explicable por ser antípodas el uno del otro en sus principios políticos y filosóficos16. El contenido político de ambas proclamas es casi idéntico: en una y otra las invectivas contra la Inquisición ocupan largo espacio, y en una y otra se aboga por la inmediata reunión de Cortes, si bien en la primera predomina más el espíritu histórico, se invocan los manes de Padilla, y hasta se solicita para la obra de regeneración nacional el concurso del clero, de la nobleza y de las clases privilegiadas. El Sr. Morel-Fatio hace notar oportunamente que en ambos documentos hay muchas reminiscencias del famoso Avis aux Espagnols de Condorcet. Para que se forme completa idea del extravagante y declamatorio documento de Marchena, no tenido en cuenta hasta ahora por los que han tratado de nuestra guerra contra la República Francesa en 1793, reproducimos aquí la segunda redacción íntegra, y los pasajes más importantes de la primera que fueron suprimidos después17.
«AVISO AL PUEBLO ESPAÑOL» »El tiempo llegó ya de ofreceros la verdad; en vano vuestro tirano querría sofocarla; el pays de la libertad, el pueblo soverano os ofrece un asilo en francia en el seno de los defensores de la humanidad representada en los derechos imprescriptibles del hombre, cuyas semillas fecundas producirán un día la felicidad de todas naciones, derrivando de los sumptuosos tronos la superstición y la tiranía para colocar sobre él la igualdad y la razón; puesto que la naturaleza no destinó el hombre a ser esclavo del hombre; la superstición y la ignorancia solo pudieron esclavisar los hombres; pero, ahora que la razón se manifiesta, guerra a los hipócritas y opresores. »¿Quién creerá que una nación como la vuestra, se imagina que los franceses se hacen entre ellos una guerra cruel? ¡Ah Españoles! pueblo belicoso y magnanimo, avrid los ojos y aprended a aborrecer los infames impostores que os engañan para esclavizaros; representando os los franceses como enemigos de Dios... siendo así que han jurado a la faz de los cielos fraternidad y tolerancia reciproca; pues aquí el judío socorre el christiano, el protestante socorre el católico; los odios de religión son desconocidos, el hombre de bien es estimado, y el perverso despreciado. Si la religión de Jesus es el sistema de la paz y de la caridad universal, ¿quienes son los verdaderos christianos? Creo son los que socorren a los hombres como buenos hermanos, y no los que los persiguen, y matan porque no adoptan sus ideas religiosas. Christo no vino armado para inculcar su religión, predicó su doctrina sin forzar los hombres a seguirla; y vuestra Inquisición no cesa de avrir sus cavernas espantosas para llenarlas de aquellos18. »Yo no he estado nunca en vuestra nación: el nombre solo de Inquisición me hace erizar los cabellos: pero los viajeros que le han corrido, y vuestros mejores libros que he leído, me han hecho formar una idea cabal de vuestra nación. Decidme si vuestra Inquisición no ha perseguido siempre mortalmente a los hombres de talento desde Bartolomé de Carranza y fray Luis de León hasta Olavide y Bails? La Bastilla tan detestada y con tanta razón entre nosotros tiene algo de comparable con vuestro odioso y abominable tribunal?... »La Bastilla era una prisión de estado, como otras mil de la misma especie, que el despotismo que sólo puede conservarse por medios violentos mantiene en todas partes, pero ni los presos eran deshonrados, ni la opinión pública infamaba las familias, ni la infeliz víctima, se veía privada de todo consuelo; sus reclamaciones llegaban a los ministros, y los ministros pueden aplacarse; ¿pero quién aplacó jamás a un inquisidor? »Las otras naciones han adelantado a pasos de gigante en la carrera de las ciencias, y tú, patria de los Sénecas, de los Lucanos, de los Quintilianos, de los Columelas, de los Silios, donde está, ¡ay! tu antigua gloria? El ingenio se preparaba a tomar el vuelo, y el tizón de la inquisición ha quemado sus alas; un padre Gumilla, un Masdeu, un Forner esto es lo que oponen los Españoles a nuestro sublime Rousseau, al divino pintor de la naturaleza nuestro gran Buffon, a nuestro profundo historiador político el virtuoso Mably, al atrevido Raynal, a nuestro harmonioso Delille y nuestro universal Voltaire. »¿No es ya tiempo de que la nación sacuda el intolerable yugo de la opresión del pensamiento? ¿No es tiempo de que el gobierno suprima un tribunal de tinieblas que deshonra hasta el despotismo?... ¿A qué fin hacer de los hombres unos seres autómatos? Tanto vale mandar a hombres máquinas como dar cuerda a reloxes. El sistema actual del gobierno parece ser el de aligerar el peso que carga sobre los hombros de los Españoles, pero el primer paso de toda mejora es destruir la inquisición por sus fundamentos. No calumniemos al pueblo; los perversos pueden engañarle, pero quando se le presenta el bien lo abraza con ansia, y besa con entusiasmo la mano de donde le viene. Yo he consultado a muchos Españoles que viajan por mi patria, todos anhelan ver la inquisición por tierra, pero algunos me han insinuado que hai hombres de mala fe, que fingen creer que la nación engañada podría oponerse a esta medida. ¡Oposición del pueblo en España; donde el monarca es todo-poderoso, donde las luces no obstante todas las precauciones se han difundido harto más de lo que se piensa! ¡Ah! tiemblen más antes los tiranos de que el pueblo oprimido en todos los puntos de contado no estalle con una esplosión tan terrible, que destruya todos los hipócritas y todos los opresores... »Igualdad, humanidad, fraternidad, tolerancia, Españoles, este es en cuatro palabras el sistema de los filósofos que algunos perversos os hacen mirar como unos monstruos... »Un solo medio os queda, Españoles, para destruir el despotismo religioso; este es la convocación de vuestras cortes. No perdáis un momento, sea Cortes, Cortes, el clamor universal... »Españoles, el déficit de vuestro erario aumenta a medida que crecen vuestras imposiciones; vuestro país que la naturaleza dotó de todo, carece de todo, porque una constitución tabífica (sic), y un gobierno famélico devoran vuestra más pura substancia. Campos de Villalar sepultasteis acaso con los generosos Heroes defensores de la libertad la energía, y el patriotismo de la Hesperia?... Manes de Padilla, y tú grande alma de D.ª María Coronel (sic) que lloras en la tumba la cobardía de tus descendientes, inspira a los Españoles aquel valor con que defendiste en las murallas de Toledo las últimas reliquias de la moribunda libertad. Clero, nobleza, clases privilegiadas, ¿qué sois vosotras en un gobierno despótico? Las primeras esclavas del Sultán. El despotismo es el verdadero nivelador: ¿queréis ver la imagen de este gobierno? Tarquino cortando los cogollos de las adormideras. »La ignorancia más crasa de los principios fundamentales de la formación de nuestras Cortes es la que puede hacer temer a la nobleza la destrucción de las distinciones, al clero de sus privilegios no abusivos, y a la corona de sus justas prerogativas. En vano los ignorantes o los mal intencionados os asustan con el ejemplo de la Francia; los estados generales de esta nación no tenían reglas fixas ni límites invariables, y vuestras Cortes los tienen, y bien señalados. La Francia necesitaba de una regeneración; la España no necesita más que de una renovación. Esta verdad sólo pueden contestarla los charlatanes de política que no saben que las Cortes de Aragón y de Cataluña eran el mejor modelo de un gobierno justamente contrapesado. Si mis ocupaciones me lo permiten; si el pueblo español clama por las Cortes, yo escribiré, refugiado a un pueblo libre, qué eran estas Cortes. »Los franceses han hecho su Constitución con el fin de ser felices, y no con el de hacer infelices a los demás hombres; por consiguiente no quieren conquistar a nadie, no quieren apoderarse de ninguna propiedad, pero lo que quieren es destruir los tiranos, que no trabajando, aspiran a hacer uso y disponer de las propiedades y del trabajo de los pobres a su fantasía, invirtiendo ese trabajo en sus infames placeres, y en forjar hierros para aprisionar a los hombres, a quienes para engañarlos los llaman queridos hijos y vasallos. »Paz, y guerra llevarán consigo los Franceses; Paz a los hombres, y Guerra a los tiranos Reyes. »Si algún daño ocasionasen las tropas, la Francia jura y afianza pagarlo como lo ha hecho en Courtray y Alemania»19. |