Apunte biobibliográfico de José Francisco de Isla
Apunte biobibliográfico
Los padres
de Isla fueron hidalgos. José Isla Pis de la Torre, su padre, estaba
al servicio del conde de Altamira; su madre, Ambrosia Rojo, era mujer ducha
en libros y saberes y fue ella, según todas las tradiciones, quien guió los
primeros pasos de su hijo por el mundo de las letras. José Isla tuvo
una importante carrera en la administración local, que lo llevó en
1716 a ser corregidor en Astorga, de donde pasó a desempeñar
otros cargos hasta que en 1726 se asentó en Santiago de Compostela como
alcalde mayor y regidor. Muerta Ambrosia Rojo, se casó en esa ciudad
con Mª Rosa Losada, con la que llegó a tener varios hijos, entre
ellos, Mª Francisca, allí nacida en 1734 y allí fallecida
en 1808 (García Cortés, 2007). Con ella mantuvo Isla cotidiana
y prolongada correspondencia, parte de la cual publicó la propia
Mª Francisca en sucesivas ediciones aumentadas entre 1785 y 1790. Pedro
F. Monlau, Luis Fernández y Conrado Pérez Picón completaron
esas Cartas familiares.
Nació Isla el 24 de marzo (según otras fuentes, el mismo día
de abril) de 1703 en Vidanes, provincia de León, sus estudios de primeras
letras los hizo con los carmelitas de Valderas; en el colegio de los jesuitas
de Monforte aprendió latín.
Su vida, en esta época, y después, estuvo marcada por los viajes
y los cambios de residencia y destino, ya fuera por los de su padre, ya por
los propios: primero fueron los diferentes lugares donde estudió y luego
ejerció su labor, después por el último viaje, que le
llevó a Italia, donde también tuvo algunas peregrinaciones hasta
asentarse. En los primeros años acompaña a su familia hasta que
ingresa el 21 de abril de 1719 en el colegio que la Compañía
tiene en Santiago de Compostela. Hizo los años de noviciado en Villagarcía
de Campos, provincia de Valladolid; volvió de nuevo a Santiago para
estudiar filosofía y pasó después a Salamanca, para cursar
teología entre 1724 y 1728.
Por entonces sufría fuertes dolores de cabeza. Allí, en el colegio del Espíritu Santo,
conoció al padre Luis de Losada, figura intelectual que influyó en
su trayectoria y con el que colaboró en varias obras satíricas
(Cortina Iceta, 1981). Desde luego, en La juventud triunfante, representada
en las fiestas con que celebró el Colegio Real de la Compañía
de Jesús en Salamanca la canonización de San Luis Gonzaga y San
Stanislao de Kostka, obra «escrita por un ingenio de Salamanca»,
que se publicó en esa ciudad a finales de 1727 (Palmer, 1973), sobre
la que escribe a su hermana el 21 de octubre de 1781: «Pregúntasme
qué parte tuve en el libro de La juventud triunfante. Respóndote
que casi la mitad de él. Desde que comienza la segunda parte de las
fiestas [...] hasta el final del libro, toda la prosa es mía, como también
el diálogo o acto de San Luis Gonzaga».
Por otro lado, en una carta dirigida a Feijoo el 23 de diciembre de 1726,
además de apoyar al benedictino en privado -otras veces lo hizo en público
(Arce Monzón, 1948)- frente a las críticas recibidas de Torres
Villarroel, al que llama «Diego Torres Cascabel», con motivo de
la aparición del primer tomo del Teatro Crítico Universal,
da señales de su simpatía por el trabajo del benedictino, señala
su sintonía con él y anota su condición de autor, aunque
no le envía la obra de la que le habla, sobre la que dice que se ha
editado sin su consentimiento. Excusa frecuente entre los satíricos.
Este trabajo, que estaba de acuerdo con la fama de polemista zumbón que había alcanzado, se incluyó en Papeles
crítico-apologéticos.
La carta referida se encuentra en la Real Biblioteca del Palacio Real de Madrid.
En esa carta y en otros textos se le ve fabricando la imagen de individuo con «exquisito
discernimiento, de una vivacidad extraordinaria, de una explicación
feliz; pero acompañado todo de un genio franco, desembarazado y festivo»,
que es como describe a su alter ego en Anatomía del informe
de Campomanes, publicada por Pérez Picón en 1979.
Como en Salamanca tiene fama de satírico, a su pluma se cree que pertenece
cuanto papel burlesco se publica; lo mismo le sucederá cuando esté en
Bolonia. Ha ganado esa fama con composiciones como la Carta del
tío Francisco al hermano Matías (1727); las Décimas
en verso. Respuesta sin pregunta y visión a Dios te la depare buena,
que yo tuve con estos ojos, que han de comer la tierra (1727); El
cabo No. A una necia demanda, un bello No por respuesta, que es obra traducida
de la de Daniele Bartoli entre los años 1721 y 1724, firmada por Isla
con el pseudónimo de «Francisco José de Montenegro»,
según Martínez de la Escalera (1981). De 1724 es un Vejamen y de 1727 la Carta en prosa
a uno que no sabe de versos. Sobre las fiestas a Santo Toribio de Mogrobejo,
que celebraron los colegiales de San Salvador de Oviedo, entre otras.
Pero lo que interesa señalar de esa fama o de ese modo de presentarse
en sociedad, es que, al tiempo, componía obras de carácter serio
y de circunstancias, y también traducía otras de asunto religioso,
que no traspasaban el ambiente colegial. Sin embargo, lo que más llama
la atención de los lectores, de dentro y de fuera, son esos trabajos
de burla y sátira que, dada su personalidad, se le adjudican, sean o
no sean suyos.
Es con este tipo de trabajo, de festiva Musa, con el que se
presenta a Feijoo. Es decir, que pronto elige Isla la máscara con la
que se quiere presentar como autor ante el público, y es la del satírico.
Máscara similar asumió años después Mariano José de
Larra.
De 1728
a 1729 le encontramos en Medina del Campo, ya ordenado sacerdote, enseñando
gramática y retórica. Pasa luego a Valladolid para realizar lo
que los jesuitas llaman la «tercera probación», que es la última
etapa en su formación: son seis meses durante los que se renueva el
voto de vivir y morir según el orden jesuita. Esta probación suele hacerse a los quince años de haber ingresado
en la Compañía; una vez verificada, se pronuncian los votos solemnes.
Durante ese período escribió la Crisis de los predicadores
y de los sermones. Carta primera de un jesuita mozo a un profesor amigo,
que se vincula a Fray Gerundio y se entiende como una de las primeras
formulaciones de su interés crítico por la predicación.
Tradujo también varios sermones del padre La Colombière y terminó la
versión de la Historia del gran Teodosio, de Fléchier,
que apareció en 1731 con el título de El héroe español.
Historia del emperador Teodosio el Grande. La intención patriótica
de traducir y luego publicar esta obra se asienta en la recuperación
de una figura fundamental en la historia de Europa y del cristianismo: una
figura española. Teodosio había nacido en la Península,
en Coca o en Hispalis, según se atienda a unos u otros especialistas,
y, además de ser el último emperador que tuvo bajo su mando a
todo el imperio, adoptó en 380 el catolicismo como religión oficial.
El patriotismo de Isla, su sentido de nación, del que hay diferentes
ejemplos hasta llegar a las razones que le llevan a traducir el Gil Blas,
están claros aquí: Teodosio es héroe porque mantiene unido
el imperio, es héroe porque lo catoliza, es decir, a Europa y a Oriente,
y es un héroe español porque ha nacido en la Península.
Interés tiene, por lo que supone de intervención sobre la opinión
pública, que su traducción fuese mandato de un importante padre
de la orden, según se deduce de una carta de octubre de 1781, incluida
en las familiares. Lo que habla, también, del modo en que los jesuitas
creaban opinión y sentido nacional.
Confirmados sus votos, pasó a profesar filosofía en el colegio
de San Felipe y Santiago de Segovia, donde permaneció hasta 1732. A
esta ciudad volvió en 1739. En los primeros años conoció a
personajes de la Corte, que pasaban por el Real Sitio de La Granja de San Ildefonso,
como Agustín de Montiano y Luyando, que más tarde escribió una
de las cartas preliminares de Fray Gerundio; Leopoldo Jerónimo
Puig, que fundó el Diario de los literatos de España en
1737 y colaboró en él junto con Juan de Iriarte, Juan Martínez
de Salafranca y Francisco Javier de la Huerta y Vega (Juttner, 2007). Este
periódico, proyecto de política cultural apoyado por la Academia
de la Historia, es decir, por el gobierno, estuvo del lado de Feijoo y se enfrentó a
los puntos de vista de Mayans, como el mismo Isla en años posteriores
(La opinión de Isla sobre el valenciano era todo menos positiva). Estas
relaciones y otras como la que tuvo con el marqués de la Ensenada lo
sitúan en la órbita cortesana, gracias a su pertenencia a la
Orden, con gran influencia en la Corte durante los reinados de Felipe V y Fernando VI. Frente al periférico y difícil Mayans,
Isla se perfila como uno de los hombres de letras integrados en el sistema,
destinados a controlar el mundo cultural, a pesar de lo cual no consiguió que
ningún miembro de la familia real, a la que se dirigió, aceptara
la dedicatoria de su novela.
Durante su estancia segoviana continuó el cultivo de su vena satírica
y dio a las prensas en 1732 las Cartas de Juan de la Encina contra un libro
que escribió don José de Carmona, cirujano de la ciudad de Segovia,
intitulado: Método racional de curar sabañones. En efecto, Carmona había tratado sin fortuna, antes
al contrario, pues fueron recalcitrantes, los sabañones de una hija
del regidor de Segovia, lo que, sabido de los maldicientes, provocó calumnia
y chanza, junto con las dudas sobre la profesionalidad del cirujano. Éste,
para defenderse, publicó en Madrid ese año su Método
racional y gobierno quirúrgico para conocer y curar las enfermedades
externas complicadas con el morbo más cruel, al que contestó Isla
con las citadas Cartas de Juan de la Encina (Álvarez Méndez,
2005; Cabañas Alamán, 2005; Crespo Iglesias, 2005).
Antes de volver por segunda vez a Segovia estuvo destinado en Santiago, desde 1732 hasta 1739, donde ejerció como predicador y profesor de filosofía. Es posible que viajara a Portugal en esos años, como indica José Jurado en su introducción a Fray Gerundio. En la ciudad castellana permaneció hasta 1743, enseñó filosofía y teología, predicó y confesó. Esta actividad le ocasionó en 1741 la denuncia de una feligresa por el delito de solicitación o incitación ilícita, que no fue la única, y se alargó o se mantuvo oculta y latente durante muchos años (Pinta Llorente, 1979). Se le trasladó en 1743 a Pamplona, donde tradujo el Compendio de Historia de España, del padre Duchesne, que era maestro de los infantes de España. La obra se publicó en Lyon en 1754 «con algunas notas críticas que pueden servir de suplemento, por el mismo traductor». Hay que señalar que Isla, siguiendo el modo de hacer de los escritores del momento, traduce con libertad. Es decir, quita, añade y anota si lo considera conveniente, y, tratándose como se trata de una obra sobre la historia de España, no tiene nada de raro que corrija, reinterprete o complete lo que echa en falta.
También escribió el folleto Triunfo del amor y de la libertad. Día grande de Navarra. En la festiva, pronta, gloriosa aclamación del Serenísimo Católico rey don Fernando II de Navarra y VI de Castilla. Ejecutada en la real imperial corte de Pamplona, cabeza del reino de Navarra por su ilustrísima diputación, en el día 21 de agosto de 1746. El librito, reeditado en 2003 por Miguel Zugasti, es una burla de los actos y de los que intervinieron en ellos, bajo la fórmula del elogio y la alabanza (Palmer, 1974. En Itúrbide Díaz (2007) se encuentran noticias sobre la publicación de esta obra y acerca de cómo se vendieron ejemplares clandestinos de Fray Gerundio en Navarra). La consecuencia para el escritor, por este trabajo sangrante, fue ser trasladado nuevamente; esta vez, a San Sebastián, donde permaneció entre julio de 1747 y marzo de 1750 y, según Tellechea (1973), participó, del lado de los propietarios, la familia Larramendi, y frente al comisario real de San Sebastián y los inspectores de anclas, en una polémica acerca de las herrerías de Hernani. A la dicha familia pertenecía el famoso padre Manuel de Larramendi, también jesuita, autor de una Corografía o descripción general de la muy noble y muy leal provincia de Guipúzcoa, y de varios tratados dirigidos a aprender la lengua vasca: El imposible vencido. Arte de la lengua vascongada (1729), el Diccionario trilingüe del castellano, bascuence y latín (1745) y el primerizo De la antigüedad y universalidad del bascuenze en España; de sus perfecciones y ventajas sobre otras muchas lenguas, demostración previa al arte que se dará a luz de esta lengua, de 1728. La colaboración entre Isla y Larramendi habría sido la Carta de don Gerundio de Maquillaga a un amigo sobre Maisuchoa y su demanda contra la villa de Hernani, aunque José Jurado, en la introducción citada, no cree que tal colaboración se diera, entre otras razones, porque Isla habría abandonado San Sebastián antes de la aparición del folleto. En todo caso, la presencia de un Gerundio en la obra hace pensar que quizá de ahí tomó la idea de llamar así a su protagonista unos años después.
En Valladolid se encuentra a comienzos de abril de 1750, como Prefecto de
la congregación de la Buena Muerte. Allí permanece un año,
seguramente embarcado en la traducción del Año cristiano del
padre Croiset. Pasa a Salamanca en 1751, esta vez como Prefecto de la Congregación
de los Caballeros, donde continúa con la traducción, que terminó en
Pontevedra en los años sesenta. Sus amigos de la corte, entre ellos
el marqués de la Ensenada, quieren que viva en Madrid y, aprovechando
la muerte del confesor de la reina Bárbara de Braganza, le ofrecen ocupar
su puesto; ofrecimiento que rechaza. Hay testimonios
de que en estos momentos ya pensaba en Fray Gerundio, como se verá después,
y se puede pensar que no acepta el puesto de confesor y la posibilidad de ejercer
influencia desde la Corte, para llevar adelante el proyecto de reforma desde
la novela. Una novela que no es solo un proyecto literario, como se verá después.
En sus cartas se encuentran frecuentes alusiones a su interés por los libros. Repite a menudo que la suya es una corta librería, tal y como otros que, como él, no tenían una residencia fija, por ejemplo, los altos funcionarios de la monarquía. Pero esa carencia de libros, en su caso, se suplía con las bien surtidas bibliotecas de los colegios jesuíticos. Entre los libros que le acompañaron (hasta el destierro) se encuentran la Poética de Luzán, que califica de «insigne»; la historia literaria de los Mohedano, pesada cuanto erudita; obras de Cicerón y Ovidio; de Plutarco y Horacio en francés; historias de Inglaterra, Paraguay, Japón, la de Boturini, «extraordinario libro»; los trabajos de Feijoo, el discurso sobre la tragedia de Montiano, la Jahel de López de Sedano, producciones de Nifo y del padre Larramendi (Fernández, 1952).