Le corresponde a José María de Pereda (1833-1906) un papel peculiar como principal representante -en cierta medida, único- e impulsor de ciertas modalidades en la ficción narrativa decimonónica: la novela costumbrista y la novela regional; modalidades hoy poco estimadas, pero que en su tiempo obtuvieron amplio reconocimiento, hasta el punto de hacer de nuestro autor uno de los novelistas preferidos entonces por el público lector (español y extranjero), además de muy apreciado y favorablemente juzgado por la crítica coetánea. Los cambios sociales, de costumbres, pensamiento, estética, gusto literario, etc., producidos en los casi cien años transcurridos desde su muerte han rebajado mucho aquel aprecio, aunque no hayan arrinconado del todo su obra.
«[la novela regional es] aquella cuyo asunto se desenvuelve en una comarca o lugar que tiene vida, caracteres y color propios y distintivos, los cuales entran en la obra como parte principalísima de ella; con lo que queda dicho implícitamente que no cae dentro de aquella denominación la novela urbana de donde quiera que fuere la ciudad, siempre que sea de las que se visten a la moderna y se rigen por la ley de todas las sociedades llamadas cultas por ir absorbidas, y muy a su gusto, en el torrente circulatorio de las modas reinantes. La novela a que yo me refiero aquí, tiene más puntos de contacto con la naturaleza que con la sociedad; con lo perdurable, que con lo efímero y pasajero; con la eternidad del arte, que con el humano artificio de las circunstancias; y casi me atrevo a asegurar que en pocas naciones del mundo tiene esta importante rama de la literatura tan bien cimentada su razón de existencia, como en España».
(José María de Pereda, Discurso de Ingreso en la Academia Española, 1897)