Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoActo II

 

La misma decoración del acto primero. Al abrirse el telón se oyen los cantos del Orile. PEPE recostado al pasamanos de la escalera abanicándose con un sombrero de yarey. ÑICO, sentado al final de la escalera, silba una canción.

 

JUAN.-   (Llega bailando. Sofocado. Cantando.) La noche está encendida, compadre.

ÑICO.-   (A PEPE.)  Mira la hora en que se aparece éste.

PEPE.-   (A ÑICO.)  Vamos a ver qué es lo que trae.

JUAN.-  Pues, caballero... (Los mira.)  Había que ver aquello.

PEPE.-  Cuenta, negro, cuenta.

ÑICO.-   (Frotándose las manos.)  Arriba, que esto no tiene desperdicio.

 

(JUAN no dice nada y los mira extrañado.)

 

PEPE.-   (A JUAN.)  ¿Qué te pasa?

ÑICO.-  Escupe, negro, escupe.

JUAN.-  Nada, que no digo ni esta boca es mía.

PEPE.-  ¿Cómo?

JUAN.-  Que no, compadre, que no digo nada.

ÑICO.-   (A PEPE.)  ¿No ves?  (A JUAN.)  Que fulastre eres.

PEPE.-  Así que te vas a poner con esa ahora.  (Pausa.) 

ÑICO.-   (A JUAN.) ¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo? ¿Seguiste bebiendo? ¿Te amenazaron?

PEPE.-  Esto se dice y no se cree.

ÑICO.-   (A JUAN.)  ¿Juvencio nos jugó una fulastrería?

PEPE.-   (A JUAN.) Oye, a la verdad... Que tú te pongas...

 

(ÑICO le enseña a PEPE una botella de ron «Palmita». JUAN se queda instantáneamente deslumbrado. PEPE toma la botella y se la enseña a JUAN. El instante debe tener un halo mágico. La botella representa una necesidad, por lo tanto, algo fascinante que JUAN rechaza.)

 

ÑICO.-   (A PEPE.)  Por mí que se pudra.  (Mira a JUAN con desprecio) .

PEPE.-   (A ÑICO.) Pues, chico, este es el último trabajo en que yo me meto.

ÑICO.-   (A PEPE.)  Uno arriesga el pellejo...

PEPE.-  Y después este tipo, en la primera oportunidad, empieza a ponerse misterioso.

ÑICO.-  Cuando yo digo que no hay que creer ni en la madre de los tomates.

PEPE.-   (A JUAN.)  Parece mentira, que tú, sabiendo como sabes que somos gente legal...

ÑICO.-   (A PEPE.)  Déjalo. ¿No ves que se está haciendo de rogar?... Si yo lo digo: hay que ser malo, mulato, rinquincalla pura... El malo siempre se abre camino y triunfa.  (Señalando hacia el público.) Fíjate en Hilario.

PEPE.-   (Echándole el brazo por los hombros de JUAN, que permanece imperturbable, tratando de conquistarlo, meloso.) Anda, negrito lindo, no te pongas en esa onda. Mira que tú... ¿Es que no lo sabes...?   (Más malicioso.) Bueno... A la verdad, cabilla, a la verdad que la vida es corta y yo puedo resolver.

JUAN.-   (Molesto. Apartándose de PEPE.) Eh, tú... Qué sigilo es el tuyo. Anda a freír tusa a otra parte. Conmigo ese jueguito no camina.

ÑICO.-   (A PEPE. Molesto.)  No le ruegues más.  (Da unos pasos en ademán de irse.) 

PEPE.-   (A ÑICO.)  Oye... ¿A dónde vas?

ÑICO.-  A cualquier lado, compadre.  (Señalando a JUAN.) Ese negro se ha puesto cerrero. Conmigo que no cuente. Déjalo. No le des más coba...  (Traza unas líneas imaginarias en el suelo y comienza a jugar el juego infantil llamado «Arroz con pollo» o «La peregrina».) 

PEPE.-   (Mirando a JUAN con desprecio.)  Después de todo...  (En otro tono.)  Tendrá que arreglárselas solo... (En otro tono. A ÑICO.)  Así es la gente, mi tierra.

JUAN.-   (Dándose mucha importancia.)  Pues el caso es que...  

(ÑICO y PEPE permanecen en el juego sin prestarle la menor atención. JUAN tose.)

  Ejem... como las cosas son como son y uno no puede virarlas al revés...  (Mira a ÑICO y a PEPE. Con una sonrisa maliciosa.)  Yo lo dije desde el principio: contención, caballero. Nada de arrebatarse. Las cosas llegan a su tiempo, pero ya que me han embarcado...

PEPE.-   (Jugando. A ÑICO.)  Qué negro más descarado.

ÑICO.-  Subuso.

PEPE.-   (A ÑICO.)  Me dan ganas...

ÑICO.-  No le hagas caso.

PEPE.-  ¿Tú estás oyendo?

ÑICO.-   (Gritando.) Soy sordo y ciego.

JUAN.-   (Fingiendo indiferencia, pavoneándose.) Nadie quiso ir a la Estación de Policía. Era necesario. Era urgente. Estábamos cansados de esperar. Hilario no aparecía. Teníamos que saber... Y menda tuvo que ir. Menda llegó. Se dio una vueltecita y como no encontró a Chicho, pues... Se disparó para la piquera de la Catedral y allí se enteró de...  (Se ríe.)  Bueno...  (Cantando.) «Mejor que me calle, que no diga nada...»

ÑICO.-   (Jugando.) La fiestecita que Pablo le daba al viejo Hilario...

PEPE.-  ...Se quedó en el pico del aura.

 

(Se ríen.)

 

JUAN.-  Pablo fue a ver a su padre.

ÑICO.-   (A PEPE.)   ¿Oíste eso?

PEPE.-  Déjalo que desembuche.

ÑICO.-  Así que...

PEPE.-  No le des importancia...

JUAN.-  Hilario no pudo recibirlo enseguida.  

(Pausa. PEPE y ÑICO están ansiosos por preguntar, pero contienen sus intenciones. Se miran uno al otro interrogantes.)

  La orden de ascenso no llegó. En su lugar le echaron una vaina.

ÑICO.-   (A JUAN.) Oye...

PEPE.-    (A ÑICO.)  No lo pasmes.

JUAN.-   (Indiferente.)  Entonces, como es natural, se formó tremendo jelengue. Todo el mundo se le tiró encima a Hilario. Le cantaron las cuarenta. Le echaron la culpa de todo... Que si la desmoralización, que si la vigilancia, que si los ladrones, que si la zona de tolerancia, que si los cuatro muertos de la calle Padre Pico, que si el contrabando, que si el juego...  (En otro tono.)  Y el viejo Hilario, que es bueno y bueno, dio un escándalo que parecía que se acababa el mundo... Qué rollo, madre mía.  (Se ríe.) 

ÑICO.-  Buena se la han puesto.

PEPE.-  El que la hace la paga.

ÑICO  Eso no falla nunca.

PEPE.-  Bastante hemos aguantado.

ÑICO.-  Yo me alegro.

PEPE.-  Ahora veremos.  (En otro tono.) ¿Y Pablo...?

JUAN.-   (Indiferente.)  Pues el muchacho esperó.

PEPE.-  ¿Por fin vio al viejo?

JUAN.-  Naturalmente.

PEPE.-  ¿Y qué le dijo?

JUAN.-  Hilario no quiso oír nada.

ÑICO.-   (Divertido.)  Eso sí que le ronca el clarinete.

JUAN.-  El muchacho exigía... Pero, ¡qué va!, el viejo estaba echando espuma por la boca y cuando Pablo le dijo lo de la fiesta se puso frenético... Entonces...  (Imitando a HILARIO.)  De fiesta, nada...  (En otro tono.) Tuvo que irse.

ÑICO.-  Todavía no ha regresado.

PEPE.-  Sabe Dios dónde se habrá metido.

JUAN.-  Hilario gritaba en la puerta de la Estación que no fuera tan comebola, que ya arreglarían cuentas.

ÑICO.-  Alabado.

PEPE.-  Mi madre.

JUAN.-  ¿Y Juvencio...?

 

(Se asoma por el lado opuesto CACHITA y luego BERTA).

 

PEPE.-  Hace un ratico salió de allá arriba.

ÑICO.-   (Interrumpiendo.) Nos dijo que quería verte.

JUAN.-   (Moviendo las manos significativamente.)  ¿Y el negocio?

ÑICO.-  Qué sé yo.

PEPE.-  El trato lo hizo contigo.

CACHITA.-  Eso es lo que yo quería saber. Eso.

BERTA.-  ¿Qué cosa, abuela?

CACHITA.-  Ay, hija, la vida a una le ofrece siempre una oportunidad.

BERTA.-  No la entiendo.

CACHITA.-  Qué vas a entenderme. Tú eres boba sin remedio.

BERTA.-  Estoy más aburrida. Siempre me dice lo mismo.

JUAN.-  Plata. Hace falta plata. Sin eso, no doy un paso.

PEPE.-  Y dígalo, mi socio.

JUAN.-   (Desconfiado.)  Ese tipo... Ese tipo se me quiere escapar como una lagartija.

ÑICO.-   (A JUAN.) Ten calma.

JUAN.-  Mira que no quiero pensar mal.

ÑICO.-   (Jugando.)  Te toca a ti.

PEPE.-  Me toca a mí.

JUAN.-  ¿Me vas a volar el turno?

ÑICO.-  Juega.

PEPE.-  No lo pienses más.

 

(Los tres personajes se van alejando y jugando hacia el infinito, en lo oscuro.)

 

CACHITA.-  Ponte, bobita, ponte con ñoñerías. Ponte con payasadas. Ponte como una guanaja. Ay, Dios mío, qué lucha, qué lucha...

BERTA.-  Pero, abuela...

CACHITA.-   (Violenta.)  Mira, déjame tranquila. Vete a donde mejor te parezca. No me vengas con el cántico de abuela, abuela y las lagrimitas de cocodrilo. ¿Tú no ves, alma de Dios, lo que aquí ha pasado?  

(BERTA mueve afirmativamente la cabeza.)

  ¡Pues, entonces...!

BERTA.-  ¿Lo de Juvencio y Blanca Estela?

CACHITA.-   (Molesta.)  Sí, Berta, sí.

BERTA.-  Ya todo el mundo lo sabe. Usted se lo dijo a la gallega Asunción y ella se encargó de repetirlo casa por casa.

CACHITA.-  Me parece muy bien. Eso era lo que yo quería. Que todos tengan una prueba. Deja que llegue Pablo. Lo estoy esperando como cosa buena.

BERTA.-  No me explico cómo puede alegrarse de esas cosas.

CACHITA.-  Qué mentecata eres. Así que Pablo se da el lujo de despreciarte y tú todavía...

BERTA.-  Él no tiene la culpa.

CACHITA.-  No, no, si esto es el colmo. ¿Así que todavía te atreves a echármelo en cara y lo perdonas?... Malagradecida.

BERTA.-  Es un muchacho... Abuela, yo hubiera... querido... Ay, tengo tantas cosas en la cabeza... seguramente... Qué voy a hacer, abuela... Seguramente él aspira.

CACHITA.-  Así que aspira, ¿no? Aspira. Pues ya veremos a ver lo que hace con sus aspiraciones.

BERTA.-  Las conveniencias... Después de todo, mirándolo bien yo...  (Mirándose interiormente.) Abuela, no puedo competir...

CACHITA.-  Vaina. Vaina. Así que tú... No, si eso se pasa de la raya. Qué barbaridad. Así que las aspiraciones, ¿no? Así que las conveniencias...  

(Entra PABLO.)

  Pues, oye bien lo que te estoy diciendo: eso, mientras yo viva, no lo perdonaré. ¿Me estás oyendo? No se lo perdonaré.

PABLO.-   (Desde el fondo. Apenado.)  Ustedes tienen que perdonarme.

 

(BERTA y CACHITA se miran interrogantes, recelosas.)

 

CACHITA.-   (En un tono dulce y extrañado.) ¿Por qué dices eso, Pablito?

PABLO.-  La fiesta... Papá no quiso de ninguna manera que se diera. Usted sabe cómo es él.

CACHITA.-   (Con sorna.) Pobre Hilario.

PABLO.-  Cuando a él se le mete entre ceja y ceja una cosa, no da su brazo a torcer.

CACHITA.-   (Fingiendo, chistosa.)  Ay, si yo hubiera sabido, no me hubiera encasquetados este túnico. Es el único que tengo para dar un plante los domingos y los días de repiqueteo gordo.

BERTA.-   (Fingiendo.)  Yo se lo decía: «abuela, abuela». Pero como usted siempre quiere hacer lo que se le antoja... Ya ve. Aprenda, abuela, aprenda.

CACHITA.-   (Abanicándose. Fingiendo. Suspirando.)  Nada, que me quedé puesta y convidada.

BERTA.-  Yo se lo dije: «abuela, no se embulle tanto».

CACHTTA.-  Si fuera más temprano... Hubiera dado un brinco a casa de Violeta a santiguarme, que buena falta me hace.

BERTA.-   (Mirando a PABLO. Abstraída. Mecánica.)  Yo se lo dije.

CACHITA.-  Qué iba a imaginarme semejante cosa.

BERTA.-  Con una desgracia vienen mil volando.

PABLO.-   (A BERTA.)  Y eso, ¿por qué...?

BERTA.-   (Rectificando.) Ay, no sé.

PABLO.-  Realmente, me da pena no haberles avisado antes.

CACHITA.-  Bah, no seas bobo. ¿No ves que es un chiste? Lo dije jugando, por pasar el rato.  (En tono malicioso.)  ¿Vendrá tu padre de todas formas?

PABLO.-  Las cosas no andan bien. Hay muchos problemas.

BERTA.-   (Recalcando.) Vendrá, abuela, vendrá.

PABLO.-  La gente de arriba está un poco desconcertada con la situación que tenemos... Lo del ascenso, por ahora, está en veremos. En todos los sitios hay gente que quiere hacer daño.

CACHITA.-  Así mismo, hijito. Esa es la purísima verdad.

BERTA.-  Lo más triste del caso es que no vino ninguno de los invitados. Yo me pasé largo rato sentada aquí y nada...

CACHITA.-   (A BERTA.) Parece que la gente le va dando la espalda.  (A PABLO.) Eso es terrible.

PABLO.-  Él todavía es el hombre fuerte.

CACHITA.-   (A PABLO.)  Tiene los hilos en las manos.

BERTA.-    (A CACHITA.)  Esas son ilusiones.

CACHITA.-   (A PABLO.)  Pero él...

BERTA.-   (A CACHITA.)  Te lo digo yo, abuela.

PABLO.-   (Ilusionado.) A lo mejor, ahorita...

BERTA.-   (A CACHITA.) Así es.

CACHITA.-  Tal vez. Como una aquí no se entera de nada.

BERTA.-   (A CACHITA.) No vaya a empezar con ese barrenillo.

CACHITA.-   (Molesta.) Está bien, Berta.

PABLO.-  Ya es un poco tarde. En realidad, no creo que papá llegue enseguida.

CACHITA.-   (Misteriosa. Con sigilo.)  ¿Has sabido algo más de Juvencio?

PABLO.-  ¿A qué viene eso?

CACHITA.-  Sería bueno que supieras a fondo las cosas que están pasando.

BERTA.-   (Rápida. Indignada.) Me voy, abuela. Me voy.

 

(CACHITA no contesta. BERTA intenta hacer el mutis rápidamente.)

 

PABLO.-  Espera, Berta, tenemos que hablar.

BERTA.-  No quiero.

CACHITA.-  Ay, ¿por qué? Si sopla un airecito de lo más agradable.

BERTA.-   (A PABLO.)  Mañana voy a cortar el vestido a Beba y tengo que levantarme temprano.

PABLO.-  De todas maneras, deseo que te quedes un ratico. ¿No te parece que debemos aclarar algo?

BERTA.-  No... ¿Para qué?

PABLO.-  Es importante.

BERTA.-  No lo creo.

PABLO.-  Sí, Berta.

BERTA.-  Te lo suplico.

PABLO.-  Tu abuela debe saber.

CACHITA.-  Muy bien, muy bien. ¿Qué es lo que tienen escondido? Yo quiero saber.

BERTA.-  No se meta usted, abuela.

CACHITA.-  Tengo que saber todo lo que pasa. Para eso soy tu abuela y vives bajo mi techo.

BERTA.-  Abuela, no quiero más líos.

PABLO.-  Berta, no compliques las cosas. Mire...  (A CACHITA.)  Berta y yo estuvimos hablando. Cosas de muchachos... De novios. Pero eso no puede ser.

CACHITA.-  ¿Cómo? ¿Ustedes dos?

BERTA.-  Sí, abuela, sí. Es verdad.  (Sollozando.)  Pero no puede ser, no puede ser.

CACHITA.-  ¿Cómo es posible esto?  (Exagerando su indignación.)  ¿Cómo? Si yo me he pasado la vida vigilándolos.  (Con amagos de llanto.)  Ay, Virgen Santísima, qué desgraciada soy. Quién podía figurarse semejante canallada. Que tú, Pablo, que tú...

PABLO.-  Si usted quiere dígaselo a papá.

CACHITA.-  No, no, deja eso.  (En otro tono.)  ¿Qué tiene que ver tu padre en todo esto? (En otro tono.)  Yo conozco a Hilario y sé muy bien que jamás consentirá.  (Se recuesta al pasamanos.) Quién iba a imaginarse esto. Quién iba a imaginárselo.

PABLO.-   (Sinceramente conmovido.)  Perdone, vieja. No fue ésa mi intención. No quería darle un dolor de cabeza. Tampoco Berta debe sufrir. Y yo...

CACHITA.-   (En otro tono, aunque finge todavía su angustia.) Tú, ¿qué...?

PABLO.-  Yo...

 

(Pausa. BERTA hace mutis llorando.)

 

CACHITA.-    (En tono misterioso. Tratando de vengarse.)  ¿Has sabido algo más?

PABLO.-   (Brusco.)  ¿Algo, de qué? ¿Algo, de quién?...

CACHITA.-   (Mirándolo muy despacio de arriba a abajo.) ¿No sabes nada? ¿No me digas?

PABLO.-  ¿Por qué me hace esa pregunta?

CACHITA.-   (Con mucho regodeo.)  A uno le gusta enterarse.

PABLO.-  Pues, no sé.

CACHITA.-  Si quieres callártelo, allá tú.

PABLO.-  No oculto nada.

CACHITA.-   (Furiosa. Sonriente. Abanicándose fuertemente.)  Ah, vaya... Es mejor así.

PABLO.-  Papá...

CACHITA.-  Juvencio...

PABLO.-   (Extrañado.) ¿Juvencio...?  (Molesto.)  Qué sé yo.

CACHITA.-   (Sarcástica.) Me parece lógico.

PABLO.-  ¿Por qué tratas de fastidiar?

CACHITA.-   (Lanzando un exabrupto.) Juvencio se pasó toda la tarde con Blanca Estela en el mismo cuarto de tu padre. Todo el mundo lo vio.

PABLO.-   (Sin saber qué decir.)  Eso no es cierto.

CACHITA.-  Ya no podrás ocultarlo. Todo el mundo lo anda gritando por ahí. ¿Qué me dices a eso?  (Cruel. Sonriéndose. Burlándose.) Es una lástima.  (Aparte como si hablara con otra persona.)  Pobre muchacho, tan joven. La vida no ha sido justa con él.  (Como si continuara hablando con la otra persona, con una sonrisa.)  El niño quiere que lo deje. Pero no lo conseguirá.  (Violenta. A PABLO.)  Tendrá que oírme. Le diré todo lo que tengo que decirle.

PABLO.-  ¿Qué te propones?

CACHITA.-  Que lo sepas todo.

PABLO.-  No quiero saber nada.

CACHITA.-  Más tarde o más temprano tendrás que saberlo y te horrorizarás.  (Como si se transformara en un diablito o ireme.)  He vivido y lo sé todo. Tu padre no es lo que piensas. Tu padre es un asesino. Yo lo sé. Yo lo conozco bien. Ésa es la verdad... Tu padre trae la desgracia. Es una maldición. Todo lo que toca lo desbarata. Nunca podrá vivir en paz. Tu padre es una salación y tiene que desaparecer.

PABLO.-   (En un grito.) No puede ser.

CACHITA.-   (En un grito.) Estás ciego. Ya lo veras.  (Hace mutis.) 

 

(En ese instante aparece BLANCA ESTELA. Luce más atractiva. A lo lejos se oyen los cantos del Orile. En el rostro de BLANCA ESTELA hay una expresión de satisfacción absoluta.)

 

BLANCA.-   (Bajando la escalera.)  ¿Y eso? ¿A qué viene esa gritería?

PABLO.-  Tengo que ayudar a papá. Sea lo que sea.

BLANCA.-   (Con cierta inquietud.)  Tú por un lado... Y allá...  (Mira hacia lo oscuro.)  Qué espanto, Virgen de la Caridad. Es como algo malo que se acerca.

PABLO.-   (Sarcástico.)  Tú no sabes lo que te espera.

BLANCA.-  La comida está fría. Me pasé la prima noche esperándote.

PABLO.-  ¿Y a qué viene eso de preocuparte tanto por mí?

BLANCA.-  Me cansé y me metí en la cama y no podía dormir.

PABLO.-   (Sarcástico.) Caramba, qué cosa más terrible.

BLANCA.-  No avisaste por lo de la fiesta.

PABLO.-  Anduve por ahí sin saber lo que hacía.

BLANCA.-  Menos mal que nadie se apareció. Tremendo papelazo hubiera hecho. ¿Qué te pasó? ¿Tu padre se opuso?  

(PABLO mueve la cabeza afirmativamente.)

  Ven acá, déjame abotonarte la camisa. (Se acerca en ademán de abotonarle la camisa.)  Tu padre como siempre, ¿no? Me lo imagino. No cambiará... Mira que se lo he dicho...

PABLO.-  A veces me dan ganas de largarme, de que no me vea nunca más el pelo.

BLANCA.-   (Fingiendo.) No, eso no. ¿Sabes al sufrimiento que lo someterías? Oh, no quiero ni pensarlo... No te vayas, Pablo.  (En tono débil.)  Casi preferiría la muerte. ¿Quieres que te confiese una cosa? (En otro tono.)  Tengo muchos remordimientos. No he sabido ser una verdadera madre para ti. Quizás tú me guardes algún rencor... Me lo merezco. Sé que me lo merezco. No me lamento. He obrado mal... He sido injusta. Te he hecho mucho daño, ¿verdad? He sido tu enemiga... Ah, si pudieras conocer lo que hay en el fondo de mi corazón... Desde el primer día me pareció inaguantable que estuvieras cerca de mí. Tener que compartir la misma mesa. Saber cuando te levantas, cuando te bañas, cuando te acuestas... Tú mismo, en más de una ocasión, me has puesto en ridículo. Pero yo he sido la culpable... A veces he querido borrar tu nombre.

PABLO.-  Soy el hijo de otra, no tuyo.

BLANCA.-  Si tú supieras...

PABLO.-  No te acerques.

BLANCA.-  Estate quieto.  

(PABLO muestra ansiedad. En otro tono.)

  Estuve en un continuo sobresalto.  

(PABLO la mira con mucha reserva.)

  Qué extraños pensamientos me dan vueltas.  (En otro tono.)  No huyas, chico.

PABLO.-  No juegues.

BLANCA.-  Eres igual que tu padre.

PABLO.-   (Muy juntos, en primer plano.)  Lo veo en tus ojos.

BLANCA.-  Sí, está en mí. Es mío. Me pertenece. Está en mí lo mismo que un día estará en el infierno o en el paraíso. Así como tú... Es un muchacho loco y salvaje.

PABLO.-  Apártate.

BLANCA.-   (Peinándolo con los dedos.)  Ay, Pablo, si supieras las veces que he soñado...  (En tono malicioso.) Porque tú sabes... Hay días que tengo sueños terribles.  (En otro tono.)  ¿Quieres que te cuente alguno?  (Lo lleva hasta la escalera y se sientan muy cerca.)  Por lo regular se me olvidan. La memoria falla. Son los años, bobo. ¿No te vas a aburrir?  (Pausa.)  Cuando me quedo dormida me llega la imagen de tu padre... Lo veo. Avanza.  (En otro tono.)  Es un muchacho de lo más gracioso, igualito que tú. Sus ojos, el pelo, las manos...  (Lo acaricia levemente.) ¿Qué mujer se le iba a resistir?  (Tono picaresco.) Si tenía una fama... Todas las mujeres se derretían. Lo acosaban. Lo perseguían. Lo mismo que te pasa a ti... Ah, ¿y eso? ¿Estás nervioso? ¿Acaso no deseas ser como tu padre?... Yo me quedo mirándote y me digo: si tuviera la edad de ellas, también haría lo mismo... Me dejaría arrastrar, pisotear... Con tal de sentir tu aliento.

PABLO.-   (Como extasiado.)  No comprendo.

BLANCA.-  Espera, todavía no he acabado. ¿Por dónde iba? Ah, sí...  (Continuando la narración del sueño.) Yo lo veo. Él intenta acercarse, pero existen muchos obstáculos. Uno de los obstáculos es tu padre, tal como es ahora... ¿Qué te pasa, Pablo? Estás lelo. Si quieres, no sigo contando.  (Volviendo a la narración del sueño.) Pero él insiste. Pretende saltar todas las barreras y conquistarme. Algo lo detiene... Yo lo estoy esperando.  (Riéndose.) Adivinanza, adivinanza. ¿A que no me dices cómo termina el sueño?

PABLO.-  Es tan raro. (Lleno de rubor se levanta.) 

BLANCA.-  ¿Pudo o no pudo?

PABLO.-  ¿Por qué me lo preguntas?

BLANCA.-  Tú tienes la respuesta.

PABLO.-  Podríamos quemarnos.

BLANCA.-   (Riéndose.) Bah, no seas chiquillo.

PABLO.-  Yo también podría contarte un sueño un sueño que es una obsesión. Solamente tengo que cerrar los ojos para que enseguida aparezca. Me siento como un condenado a muerte.

BLANCA.-    (Riéndose se levanta. Va hacia el primer plano.)  ¿Por qué me miras así?

PABLO.-   (Abrazándola.) Blanca Estela...

BLANCA.-   (Apartándose indiferente.)  No te precipites. No seas tan brusco.  

(PABLO está desconcertado.)

  ¿Cómo seguirá la fiesta en casa de Violeta?

PABLO.-  Juvencio estuvo metido en el cuarto de papá. Todo el mundo lo vio. Ese es el sueño.

BLANCA.-   (Fingiendo. Divertida. Con una risita que poco a poco va creando un clímax de violencia.)  ¿Lo soñaste? Te lo dijo Cachita. Deliras. Esto no tiene precio. Ay, ya sé, ya sé lo que te ocurre.

PABLO.-   (Horrorizado.)  No.

BLANCA.-   (Entre carcajadas.) Sí, no lo niegues.

PABLO.-   (Horrorizado.)  Yo soy incapaz...  (Comienza a subir la escalera.) 

BLANCA.-   (Entre carcajadas.)  Ése es el problema. Es que no puedo creerlo. Cuando lo sepa tu padre.

PABLO.-  No te atrevas.

BLANCA.-  Quién iba a sospecharlo. Pablo celoso de Juvencio.

 

(BLANCA ESTELA hace mutis entre largas carcajadas. Aparecen los tres personajes: JUAN, PEPE y ÑICO, jugando a la viola. PABLO cae en mitad de la escalera.)

 

ÑICO.-   (A JUAN.) Pero, ven acá, ¿Juvencio se ha vuelto loco? Anda con una juma de padre y muy señor mío. Míralo cómo va... Yo no me explico.

JUAN.-  No te preocupes de Juvencio que él no es ningún bobo. Toma. Cuenta la plata.

ÑICO.-  Hay que entrar en calor.

JUAN.-  Dame un trago.

PEPE.-  Así me gustan los negocios.

ÑICO.-  Sujétate.

JUAN.-  Ahí tienes: con ñapa y todo.

ÑICO.-  No te fermentes, mi tierra.  (Riéndose.)  ¿Oíste lo que decía?  (Imitando a Juvencio.) «Dile a Blanca Estela que no vuelvo más». (Largas carcajadas.)  Tremendo tipo. (Gritando.)   Llévatelo, viento de agua.

JUAN.-    (Haciendo señal que se calle.)  Caballeros, déjense de tanto alboroto, que hay que trabajar fino... Hilario...

ÑICO.-  Está en su punto. Si algo falla...

PEPE.-  Silencio.

ÑICO.-  Ah, no jeringuen.  (Cuenta el dinero.)  Son nuevecitos. Acabados de salir del horno. El premio gordo.  (Con mucho misterio.)  Cuando pasó por casa de Violeta, la sesión espiritista terminó...

JUAN.-  ...Como la fiesta del Guatao.  (Se ríen.) 

ÑICO.-  Eso no se puede perdonar.

PEPE.-  Si ya lo sabemos...

JUAN.-  No te rías.

PEPE.-  Eso no tiene gracia.

JUAN.-  Nadie lo puede salvar.

PEPE.-  Que se encomiende a los santos.

ÑICO.-  Qué bárbaro.

PEPE.-   (Jugando.) Ahora me toca a mí.

ÑICO.-  Espera un momento.

JUAN.-  Ése no respeta ni a los vivos ni a los muertos.

ÑICO.-  Ya le queda poco.

PEPE.-  Tenemos que andar con mano dura.

JUAN.-  No podemos pensarlo mucho.

PEPE.-  Cuidado.

JUAN.-  Ahí viene.

PEPE.-  Que no nos vea.

JUAN.-  Un paso atrás.

ÑICO.-  Rápido.

 

(Los tres personajes comienzan a hacer pantomimas y muecas exageradas en tono de burla, enlazados como si fuera un solo cuerpo de múltiples manos, brazos y cabezas semejante a una hidra infernal.)

 

JUAN.-   (Burlándose. En un grito.)  Ñeque.

PEPE.-   (Burlándose. En tono medio.)  Ñeque.

ÑICO.-   (Burlándose. Susurrante.)  Ñeque.

LOS TRES.-  Ñeque.

 

(Desaparecen.)

 

 
 
(CAE EL TELÓN.)