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ArribaAbajo

Traducciones de Horacio




- I -


A Mecenas

ArribaAbajo   ¡Oh, de real progenie descendido,
Mecenas, dulce honor y amparo mío!,
a quien cubrirse con su carro place
del olímpico polvo, y la evitada
meta por veloz rueda y noble palma  5
a los dueños del mundo encumbra a dioses,
si a éste el voluble pueblo de Quirino
a honores sumos ensalzar se afana,
y aquél si cuanto grano de las eras
libias se recogió cierra en sus trojes.  10
Al que en romper los heredados campos
con la azada agradó, por las riquezas
de Átalo no le harás que en nave cipria
surque el mar bravo tímido marino.
Al vendaval temiendo cuando lucha  15
con las icarias olas, de su aldea
los campos loa el mercader y el ocio;
mas llevar la pobreza no pudiendo,
después repara la cascada nave.
Quien roba parte al oficioso día,  20
dándola a brindis de sabroso vino,
bajo el verde madroño reclinado,
o al raudal puro de sagrada fuente.
A muchos la milicia, el son brillante
del clarín place con la trompa unido,  25
y la guerra a las madres tanto odiosa.
Su tierna esposa el cazador olvida,
en vela al raso cielo, si es que acaso
sus fieles canes una cierva vieron
o el marso puerco abrió sus fuertes redes.  30
La hiedra a mí, de doctas frentes premio,
me une a los altos dioses, y el umbroso
bosque y las sueltas danzas de las ninfas
y sátiros del vulgo me separan,
si ya su flauta no me niega Euterpe,  35
ni Polimnia el pulsar la lesbia lira.
Pero si entre los líricos poetas
me pusieres, Mecenas, eminente
tocaré las estrellas con la frente




- II -


A Augusto César

ArribaAbajo   Nieve bastante y hórrido granizo
lanzó a las tierras Júpiter, y ardiente,
su diestra hiriendo los sagrados templos,
      aterró a Roma.
   Aterró al mundo, no volviese el triste  5
siglo en que Pirra los marinos monstruos
tembló y Proteo por los altos montes
      llevó sus focas,
   cuando a los peces acopado el olmo,
antes estancia a las palomas grata,  10
paró, y nadara por el mar tendido,
      tímido gamo.
   Vimos al Tíber sus revueltas ondas
torcer violento de la etrusca playa,
de Vesta el templo amenazar, de Numa  15
      los monumentos,
   mientra a su Ilia, querellosa siempre,
vengar se jacta, y la siniestra orilla,
no aprobándolo Jove, inunda vago,
      flaco marido.  20
   Oirán las lides, que afiló la espada
Roma en su estrago y no del fiero persa,
oirán los nietos, por las culpas raros
      de sus abuelos.
   En ruina tanta del imperio, ¿el pueblo  25
cuál dios implore, y a la sorda Vesta
con qué plegarias cansaréis vosotras,
      vírgenes santas?
   ¿A quién encargue de expiar tan graves
crímenes Jove? A nuestro ruego baja,  30
cubierto el hombro de candente nube,
      fúlgido Apolo;
   o, si te place, cariñosa Venus,
la risa en torno y el Amor volando;
o si a tus nietos y olvidada estirpe miras,  35
      oh padre,
   ¡ay!, ya saciado de tan larga guerra,
bien que en las armas y el clamor te gozas
y el rostro fiero del infante moro
      en lid sangrienta;  40
   o si, de la alma Maya alado hijo,
joven te ostentas de gallardo aspecto
acá en el suelo y vengador de César
      sufres te llamen,
   tarde a los cielos des la vuelta, tarde,  45
y grato asiste de Quirino al pueblo,
ni en nuestros vicios irritado el aura
      presta te robe,
   sino aquí en triunfos gózate grandiosos
y en que por padre y príncipe te aclamen,  50
ni impune dejes al jinete medo,
      ínclito César.




- III -


A la nave en que Virgilio navegaba a Atenas

ArribaAbajo   Oh nave, a Atenas sin ofensa lleva,
te lo ruego y lo debes, a Virgilio,
que mi amor te confía,
y guarda la mitad del alma mía,
   así la diosa poderosa en Chipre,  5
los hermanos de Helena, luminosos
astros, y de los vientos
el padre, encadenados los violentos,
   fausta con solo el céfiro te guíen...
De roble el pecho y triplicado bronce,  10
¡ay!, tuvo quien primero
se lanzó en frágil nave al ponto fiero,
   ni las guerras temió del despeñado
Nordeste y Aquilón, las Híadas tristes
o el Ábrego rabioso,  15
del Adriático dueño, y poderoso
   más que otro a alzar o moderar sus olas.
¿Cuál muerte, cuál, tembló quien con enjutos
ojos estar mirando
los monstruos pudo en derredor nadando,  20
    y el mar hinchado, y las infames rocas
del rayo contrastadas? Sabio, un numen
las tierras quiso en vano
cortar con el anchísimo océano,
   pues, mal grado la ley, la nave impía  25
los vados pasa que tocar no debe,
que el hombre, a todo osado,
se precipita audaz por lo vedado.
   ¡Oh maldad sin igual! A la atrevida
progenie sola de Japet el fuego  30
devastador se debe,
bajado al mundo con engaño aleve.
   En pos del fuego del etéreo alcázar
robado, el hambre tábida y de males
una cohorte nueva  35
en la tierra, abrumándola, se ceba;
   y la necesidad, antes tardía,
del lejano morir aguijó el paso.
Tentó Dédalo impío
del aire abandonarse al gran vacío  40
   con alas a los hombres jamás dadas.
Nada arredra por arduo a los mortales;
Hércules afanoso
traspasó un día el Aqueronte odioso;
   el cielo mismo insanos escalamos;  45
ni por nuestras maldades permitimos
que jamás el Tonante
deponer pueda el rayo fulminante.




- IV -


A Sestio Consular


Solvitur acris hiems grata vice.

Horacio, Oda 4.                


ArribaAbajo   Huye el áspero invierno,
y en pos, la primavera
da con el cefirillo
agradable la vuelta.
   Al mar las secas naves  5
ya las máquinas llevan,
mientras que ni al ganado
el establo contenta,
   ni al arador el fuego,
ni los prados blanquean  10
con la cándida escarcha,
y Venus Citerea
   sus danzas guía cuando
la luna se presenta.
Las Gracias, decorosas,  15
con las Ninfas se mezclan,
   alternadas hiriendo
con sus plantas la tierra,
y el ardiente Vulcano,
en las hondas cavernas  20
   do sus cíclopes baten,
nuevos fuegos alienta.
Ora de verde mirto
la luciente cabeza
   entrelazar conviene,  25
o de las flores nuevas
que llevan, desatadas
del hielo ya, las tierras;
   ora inmolar a Fauno
en las umbrosas selvas,  30
ya quiera un cabritillo,
ya pida una cordera.
   Que la pálida muerte
con igual planta huella
de las cabañas pobres  35
hasta las torres regias.
   Sestio feliz, la vida,
que tan rápida vuela,
engolfarnos en largas
esperanzas nos veda.  40
   Los fabulosos manes
y de Plutón la estrecha
casa y la eterna noche
ya, ¡mísero!, te apremian,
   donde una vez sumido  45
no hayas miedo que obtengas
el reino por los dados
del vino y de la mesa,
   ni al tierno Lico admires,
por quien hoy devanean  50
mil jóvenes y un día
se abrasarán mil bellas.




- V -


A Lidia

ArribaAbajo   Por los dioses te ruego
que me digas, oh Lidia,
por qué en perder te afanas
tu amado Sibarita;
   por qué, del sol y el polvo  5
sufridor, se retira
del abrigado campo,
ni jinete milita
   ora entre sus iguales,
o, con áspera brida,  10
de la gálica yegua
rige la lozanía;
   del turbulento Tíber
cómo tiembla, y evita
muy más cauto el aceite  15
que sangre viperina.
   ¿Por qué, di, de las armas
las señales no indican
ya sus lívidos brazos,
si antes con gallardía  20
   disco y dardo lanzaba
más allá de la línea?
¿O cómo en fin se esconde,
cual Tetis la marina
   cuentan que hizo del hijo  25
en la llorosa cuita
de Troya, porque el traje
viril a la enemiga
muerte no le arrastrara
y a las banderas licias?  30




- VI -


ArribaAbajo   ¡Nuevas olas, oh nave, al mar volverte
podrán alborotado!
¡Ah!, ¿qué intentas? El puerto ocupa fuerte.
Desnudo ya de remos el costado,
¿no ves cómo en el mástil y la antena  5
el nordeste veloz hiriendo suena,
que al imperioso mar apenas puede
sufrir el casco que sin jarcias quede?
   Ni entero tu velamen,
ni dioses tienes que otra vez batida  10
en tu débil timón tus ruegos llamen.
   Si de pinos del Ponto y engendrada
por selva esclarecida
jactas tu inútil nombre y tu hidalguía,
nada el piloto tímido confía  15
en la popa pintada.
Si, pues, ludibrio al viento
ser no pretendes, de la mar desiste.
   Tú, que tedio solícito me fuiste,
y ora deseo y no vulgar cuidado,  20
huye, ¡infeliz!, del ponto turbulento,
por las Cícladas bellas derramado.




- VII -


Profecía de Nereo sobre la ruina de Troya

ArribaAbajo   Con su huéspeda Helena en nave idea
el pérfido zagal el mar surcaba,
cuando los vientos rápidos Nereo
      suspendió en ocio ingrato
   para sus fieros hados anunciarle:  5
«Por mal la llevas a tu Troya; Grecia
la buscará con miles de guerreros,
      en romper empeñada
   tus bodas, de tu padre el reino antiguo.
¡Ay, a caballos y a jinetes cuánto  10
sudor aguarda, y al dardanio pueblo
      qué de muertes preparas!
   Ya su carro y su yelmo, ya su égida
Palas apresta fiera. En vano, en vano
tú, del favor de Venus orgulloso  15
      rizarás tu cabeza,
   versos cantando a las mujeres gratos
en tierna lira, y en el lecho huyendo
la aguda punta de cretense flecha,
      la rebutida lanza  20
   y estrépito marcial, o a Ayace, tanto
en seguirte veloz; pues, aunque tarde,
arrastrarás, ¡ay triste!, por el polvo
      tu adúltero cabello.
   ¿No ves ya al de Laertes, de tu patria  25
desolación, y a Néstor el de Pilos?
Mira, mira que impávidos te apremian,
      Teucro, el de Salamina,
   y Esteneleo, en batallar maestro,
ni diestro menos en regir un carro  30
si hacerlo así conviene; al atezado
      Merïón reconoce;
   he allí a Diómedes, más atroz que el padre,
por hallarte furioso, y tú, cual ciervo
que al lobo viendo lejos en el valle  35
      huye y al pasto olvida,
   le huirás así con levantado anhelo,
enmuellecido y sin curar de cuanto
a esta tuya ofrecieras. Si en sus naves
      el iracundo Aquiles  40
   alargó a Troya y las matronas frigias
su postrimero día, en ciertos años
las murallas de Pérgamo abrasadas
      serán del fuego aqueo».




- VIII -


A la Fortuna anciana

ArribaAbajo   Diosa que riges a Ancio deleitosa,
de encumbrar poderosa
del ínfimo lugar a los mortales
o de trocar los triunfos gloriosos
en pompas funerales,  5
   el colono infeliz que el campo mora
con ruegos mil te implora;
a ti, oh del mar señora, fausta anhela
quien se abandona al piélago carpacio
en la bitinia vela.  10
   El fugitivo escita, el dace fiero,
el latino guerrero,
el tirano entre grana, pueblos, gentes,
y de los reyes bárbaros las madres
te tiemblan reverentes.  15
   No acaso la columna firme alzada
huelles con planta airada,
y el pueblo amotinado al arma toque;
al arma, al arma a los morosos llame
y el imperio derroque.  20
   Siempre de ti delante va la cruda
Necesidad, su ruda
mano de bronce el garfio retorcido
llevando, y cuñas y robustos clavos
y plomo derretido.  25
   Hónrante la Esperanza y la Fe rara,
de, albo cendal la cara
velada, y que leal, si huyes impía,
mudado el traje, las potentes casas,
sigue en tu compañía.  30
   Empero el vulgo infiel y la perjura
ramera huir procura;
y huye, el vino en las heces ya apurado,
por no sufrir a par tu imperio crudo
el amigo doblado.  35
   ¡Oh, guarda, oh diosa, al César que ir previene
allá do el orbe tiene
en los britanos fin; guarda al lozano
escuadrón juvenil, terror de oriente,
y el bermejo océano!  40
   ¡Ay!, nos duele, ¡oh rubor!, de tanta herida
y maldad cometida
y ciudadano muerto. ¡Siglo crudo!,
¿cuál cosa huimos?, ¿qué impiedad dejamos
de cometer?, ¿o de los dioses pudo  45
   de qué el miedo arredrar la despeñada
juventud?, ¿qué sagrada
ara indultó? A forjar el boto acero
contra el de Arabia, en nuevo yunque, ¡oh!, tornes,
y el masageta fiero.  50




- IX -


A su criado

ArribaAbajo   La pompa de los persas
aborrezco, muchacho;
me enfadan las coronas
de tejo entrelazado.
   Ni en buscar te fatigues  5
el vergel que más tardo
la rosa conservare,
la rosa honor de mayo.
   Nada al sencillo mirto
aumentes con trabajo.  10
Mira que diligente
por los dos te lo encargo,
   que el mirto nos conviene:
a ti como a criado,
y a mí que estoy, bebiendo  15
bajo un parral copado.




- X -


A Licinio

ArribaAbajo   Más sosegado vivirás, Licinio,
si no te engolfas o cobarde tiemblas
las olas bravas, la enemiga costa
      mucho rayendo.
   Quien la dorada medianía amare  5
huye lacerias, de morada pobre
seguro, envidias de real morada
      huye modesto.
   Más recio el viento el elevado pino
bate; las torres con mayor ruina  10
caen eminentes, y los altos montes
      hieren los rayos.
   Teme en bonanza y en desgracia espera
bien preparado un ánimo otra suerte.
Júpiter vuelve el aterido invierno  15
      y él lo retira.
   No si hoy es mal lo habrá de ser mañana,
que ora a su lira la callada musa
Febo despierta, ni contino el arco
      tiende dorado.  20
   En las angustias animoso y fuerte
muéstrate, y sabe recoger al viento,
si con exceso favorable sopla,
      la inflada vela.




- XI -


A Licinio, sobre la medianía e igualdad de espíritu

ArribaAbajo   Muy más dichoso vivirás, Licinio,
si en la mar alta tu bajel no explayas,
ni en falsas playas tocas, las borrascas
      tímido huyendo.
   Quien ama sobrio una mediana suerte  5
seguro evita el miserable estrecho
de un bajo techo, de las altas casas
      huye la envidia.
   Más veces vemos derrocar el viento
los pinos altos, a la torre erguida  10
dar más caída, y dividir las cumbres
      súbito rayo.
   El pecho fuerte en los aciagos días
Fortuna espera; pero si la alcanza,
teme mudanza, que el sereno en lluvia  15
      Júpiter trueca.
   El mal que sufres no ha de ser eterno,
que tal vez Febo en su laúd despierta
la musa muerta, ni contino el arco
      airado tiende.  20
   En las angustias fuerte y animoso
muestra tu pecho, y la tendida vela,
no sin cautela, si te sopla el viento
      próspero, encoge.




- XII -


A Póstumo

ArribaAbajo   ¡Ay!, Póstumo, los años
raudos, Póstumo, vuelan,
sin que ni a la rugosa
vejez, que ya te apremia,
   ni a la indomable muerte  5
por tu piedad detengas.
No si trescientos toros
por aplacarle ofrezcas
   a Plutón cada día,
que a lágrimas se niega  10
y a Ticio y los tres cuerpos
de Gerïón enfrena,
   con la ribera triste,
que navegar es fuerza
a cuantos hoy los dones  15
gozamos de la tierra,
   mísera plebe o reyes
sin diferencia sean.
En vano huirás, en vano,
la sanguinosa guerra,  20
   las olas que en el ronco
Adriático se estrellan,
y al austro en los otoños
maligno al cuerpo tiemblas.
   ¡Ay!, al Cocito oscuro  25
su lento giro y vueltas
veremos, de Danao
la infame descendencia,
   y a Sísifo el de Eolo,
que eterno en su afán pena.  30
Dejarás, sí, tu amable
esposa, y casa y tierras,
   sin que de cuantos cuidas
seguirte otro árbol pueda,
fugaz dueño, que odiosos  35
cipreses. De tu herencia
   apurará un más digno
el que cien llaves cierran
rico vino, el soberbio
pavimento en sus fiestas  40
con él manchando, envidia
de pontificias cenas.




- XIII -


A Grosfo

ArribaAbajo   Quietud al cielo pide quien navega
el mar inmenso si la negra nube
cubre la luna ni al piloto ciertos
      brillan los astros;
   quietud el trace en la batalla fiero;  5
quietud el medo de su aljaba ornado,
que ni con perlas ni con oro u grana
      compres, oh Grosfo.
   Pues ni riqueza ni lictor de cónsul
del seno lanza el mísero tumulto,  10
las velas tristes que en los techos vuelan
      artesonados.
   Quien de ajuar pobre su mesilla humilde
orna, con poco vive bien y nunca
por temor pierde o sórdida codicia  15
      el leve sueño.
   ¿A qué ansiar tanto en fugitiva vida?
¿Por qué de tierras de otro sol templadas
mudar inquietos? De su patria huyendo,
      ¿quién de sí huye?  20
   La errada nave el velador cuidado
sube; al jinete más veloz que el ciervo
sigue y el cierzo que consigo lleva
      los aguaceros.
   Un seno alegre en lo presente odiara  25
lo futuro curar y en blanda risa
ahoga las penas, que dichoso hay nada
      cumplidamente.
   El claro Aquiles feneció temprano,
en vejez larga se apagara Titón,  30
y acaso a mí se alargarán los días
      que a ti se nieguen.
   Tú, cien rebaños en redor balantes
miras, y vacas, para ti la yegua
relincha al carro presta, y de africano  35
      múrice tinta
   la toga vistes, si veraz la Parca
el suave aliento de la griega musa,
un campo breve y despreciar el vulgo
      me dio maligno.  40




- XIV -


ArribaAbajo   Odio y me alejo del profano vulgo.
Faustos clamad que, sacerdote santo
de las Musas, a vírgenes y niños
      versos no oídos canto.
   De sus vasallos los tremendos reyes,  5
y de los reyes Júpiter es dueño,
de los gigantes triunfador, que el orbe
      conmueve con su ceño.
   Aviene que uno en surcos más tendidos
que otro planta sus árboles; se ostenta  10
más noble quien al pueblo honores pide;
      y otro mejor se cuenta
   en costumbres y fama, o de clientes
turba acompaña a aquél más numerosa;
empero en ley igual a humildes y altos  15
      su vez llega forzosa,
   que en la ancha urna todo nombre suena.
Al que un desnudo acero ve colgado
sobre su frente criminal, sin fruto
      el sabor regalado  20
   halagará de siciliana mesa;
ni el trinar de la lira o de las aves
le podrá adormecer, mientras visitan
      los sueños más süaves
   del campesino la morada humilde,  25
de fresca sombra la ribera hojosa,
o el pensil en que el plácido favonio
       bullir apenas osa.
   Al que lo necesario sólo anhela,
ni hórrido aflige el mar ni Arturo fiero  30
en su rápido hundirse, o las Cabrillas
      en su oriente primero,
   no el viñedo de piedra desolado
o la heredad falaz, ya si el undoso
riego al árbol faltó, ya si las mieses  35
      agostó el Can fogoso
   o abrasó crudo invierno. Al mar profundo
lanzadas grandes moles, apocado
lo siente el pez; y allí oficioso asienta,
      del dueño acompañado  40
   tedioso del solar y sus sirvientes,
al palacio el artífice el cimiento;
más do sube el señor allí se lanzan
      su miedo y descontento,
   sin que en la herrada nave aun de ellos huya,  45
que del jinete en pos el congojoso
afán se asienta. En suma, si al doliente
      ni el mármol más lustroso,
   ni el uso de la púrpura, brillante
muy más que los luceros, ni el preciado  50
vino o pérsico aroma en nada alivian,
      ¿el pórtico elevado
   a qué, o labrar columnas que despierten
la envidia por su estilo peregrino,
ni trocar las riquezas afanosas  55
      por mi valle sabino?




- XV -


ArribaAbajo   Que a sufrir grato la áspera pobreza
en la ruda milicia el joven fuerte
aprenda, y que, jinete, de su lanza
pruebe el parto fiero la pujanza.
   Al raso cielo y en dudosos trances  5
viva, y que viendo de la hostil muralla
del tirano enemigo la matrona
y la virgen ya adulta su persona,
   suspiren, ¡ay!, no su real esposo,
de lides rudo, en acuciar se pruebe  10
al áspero león, que en su sangrienta
ira voraz de muertes se apacienta.
   Dulce es morir y honroso por la patria.
La muerte al pusilánime persigue,
ni al débil joven como flaco absuelve,  15
ni al vil temor, porque la espalda vuelve.
   La virtud brilla con honores puros
y sórdidas repulsas desconoce;
ni depone o recibe de la mano
la segur consular del vulgo insano,  20
   mas los cielos abriendo a cuantos dignos
de inmortal vida son, por desusadas
sendas guía y desdeña en su alto vuelo
vulgares juntas y el humilde suelo.
   También su galardón tiene seguro  25
el fiel silencio: huiré del que de Ceres
divulgó los misterios, ya moremos
un mismo hogar, ya el piélago surquemos
   en frágil barco. Desdeñado Jove,
tal vez con el inicuo al justo envuelve,  30
mas nunca en pie veloz la pena deja
de al malvado alcanzar que se le aleja.




- XVI -


ArribaAbajo   Al varón justo, en su pensar constante,
no ardor plebeyo que lo inicuo ordena
ni del tirano el rostro menazante
en su alta mente agitarán, no el Austro,
caudillo borrascoso  5
del Adriático undoso,
ni la fulmínea diestra del gran Jove.
Desquiciados los cielos si se hundieran,
sus ruinas impávido le hirieran.
   Pólux así y el vagoroso Alcides  10
se alzaron al alcázar estrellado,
entre quienes Augusto reclinado
con su purpúreo labio el néctar bebe.
   Así galardonado
fuiste tú, oh padre Baco, y conducido  15
por tus tigres indóciles, el cuello
con el yugo oprimido;
y así Quirino al Aqueronte huyera
de Marte en los caballos, de los dioses
Juno así grata en el Senado hablando:  20
   «¡Oh Troya, fatal Troya! La extranjera
y el juez incestuoso
en polvo te tornaron
desque Laomedón defraudó engañoso
a los dioses del precio que pactaron,  25
por la casta Minerva
y por mí condenado juntamente
con el pueblo y caudillo fraudulento.
   No ya el huésped famoso
brillará de la adúltera espartana,  30
ni con su Héctor potente,
más la casa de Príamo perjura
rebatir logra al griego belicoso.
   La guerra en mis discordias prolongada
acabó; de ora más mi saña airada  35
y el nieto aborrecido,
de la vestal ilíaca nacido,
a Marte los condono: suba al fúlgido trono
y del nectáreo suco a gustar venga,
y entre los almos dioses lugar tenga.  40
   Lo sufriré; con que sañudo corra
entre Ilïón y Roma el ancho ponto,
faustos doquier los desterrados reinen;
como al busto de Príamo, al de Paris
los ganados insulten,  45
y allí en seguro oculten
las fieras sus cachorros, encumbrado
el Capitolio brille, y dicte leyes
Roma feroz al medo encadenado.
   Lleve horrenda a las últimas regiones  50
su nombre, do separa
el ancho mar al África de Europa,
y a Egipto riega el Nilo caudaloso.
   Más fuerte en despreciar el ominoso
metal que por mejor la tierra esconde,  55
que para el civil uso atesorarlo,
robando aun lo más santo en rapaz diestra,
   del mundo los confines
sus armas toquen, de mirar gozosa
do con fuegos la tierra está abrasada,  60
do en niebla y largas lluvias inundada.
   Mas tus hados, romano belicoso,
te anuncio con tal ley, no en demás pío
y en tu poder seguro
reparar quieras de tu antigua Troya  65
el derrocado muro.
   De Troya, alzada con infausto agüero,
el estrago primero
repetirase, y la fortuna triste,
conduciendo las huestes vencedoras  70
yo, hermana, yo, mujer del grande Jove.
   Si tres veces su muro Febo alzara,
por tierra derrocada acabaría;
tres, por mis griegos, si de bronce fuera;
tres la matrona esclava lloraría  75
a sus hijos y esposo congojosa».
   Mas no estas cosas son de mi jocosa
lira. ¿Dó, Musa, vas? Cesa, parlera,
de los dioses las pláticas contando,
que su augusta grandeza  80
de tus tonos se apoca en la llaneza.




- XVII -


A Torcuato

ArribaAbajo   Huyéronse las nieves,
y la hierba a los campos,
y a las selvas sus verdes
cabelleras tornaron.
   Muda el suelo de aspecto:  5
los ríos ya menguados
por sus márgenes corren,
y en coros, entretanto,
   con las Ninfas las Gracias
van desnudas triscando.  10
Que nada eterno esperes
fugaz te avisa el año,
   las horas que arrebatan
el día tras sí claro.
Ve, si no, que a los fríos  15
los céfiros templaron,
   y a primavera apremia
caluroso el verano,
para morir al punto
que de pomas ornado  20
   el otoño aparece,
sus frutos derramando,
y luego en pos de nuevo
torna el invierno helado.
   Con sus rápidas vueltas,  25
las lunas, sin embargo,
de la tierra y los cielos
nos reparan los daños;
   pero nosotros, tristes,
una vez que caigamos  30
do fuera el pío Eneas
y el rico Tulo y Marcio,
   polvo y sombra seremos,
y más nada, oh Torcuato.
¿Quién sabe si otro día  35
los dioses soberanos
   gustarán de añadirnos
al día que hoy gozamos?
Cuanto tú a los placeres
des ora, de las manos  40
   ya próvido lo salvas
del heredero avaro.
Porque una vez que mueras
y su inflexible fallo
   de ti pronuncie Minos,  45
ni tu linaje claro,
tu piedad y elocuencia
lograrán revocarlo,
   cuando ni de las sombras
infernales al casto  50
Hipólito liberta
Diana, ni esforzado
   romper logró Teseo
del Lete los candados
en que por siempre gime  55
su Pirítoo caro.



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