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Las «Soledades» de Antonio Machado

Juan Ramón Jiménez

Un libro como este de Antonio Machado, necesitaba encontrar un ambiente algo más fragante y más puro que este sucio ambiente español, infectado por las rimas de caminos, canales y puertos de los señores premiados en el concurso de El Liberal. En las actuales circunstancias tendrá que contentarse con el cariño de unos cuantos corazones. La verdad es que tampoco necesita de más... Tranquilos, dichosos en nuestro retiro, en nuestra soledad de alma, abramos este libro de soledades, libro de Abril, amargo y azul, lleno de ráfagas y de ascensiones, de música de fuentes y de aroma de lirios. Y que nuestra alma se aleje hacia poniente, acariciada por esta lira que tiene la melancolía vieja y castellana de las coplas de don Jorge Manrique y el bello ritmo, rico y diamantino de los romances de Góngora.

En este jardín de gracia y de sueño, la quimera doliente de nuestra alma, que ha soñado tanto con las fuentes y las ventanas floridas a la luna, con el misterio de sombra de las largas galerías, con el sueño lejano y triste de los espejos encantados y las dulces campanas de las vísperas; pondrá violetas entre las pájinas y besará las estrellas puras que cristalizan en los labios y dejan en el aire azul su estela aromada y arjentina. Libro de Abril, triste y bello; gris y triste con sus mares remotos de cielo pardo y rojo bergantín; verde y triste con sus jardines, de lustrosos evónimos; triste y rosa con sus cancioncillas primaverales, donde manos no besadas hilan en la rueca el lino blanco de los sueños; rojo y triste y negro con su noria soñolienta, su cadalso de fresca madera, su juglar burlesco y la infinita pesadilla de sus laberintos de espejos. Y a pesar de toda su tristeza, este libro tiene no sé qué de oasis, una alegre visión de verdor y de sombra, efluvio de cosas nacientes, frescura y murmullo de agua entre hierba.

¡El agua! Todas las rimas de jardín tienen gárgolas; el misterio del agua determina una verdadera obsesión en el alma de nuestro gran poeta, y esta música interminable y fresca es, a través de todo el libro, un poema sollozante con ritmo y rima propios, y con ensueño y queja y alma bañada de luz; un acompañamiento cadencioso y lírico, con cambiantes de risas y lágrimas. En Tarde y La fuente, primeros manantiales, sinfonías -sinfonías sabias- llenas de motivos, el enigma del agua es magnético, y la voz del poeta, trémula junto al mármol, pide para los ojos la quietud de lo eterno y para la cabeza el musgo de la piedra húmeda.

Las Desolaciones y monotonías, y aun las mismas Salmodias de Abril, tienen una fuerza florida y luminosa, una poesía que vibra como bronce y perfuma como nardo; algo de contraste, rosas de hierro, bruma de sol. El consonante adquiere una gracia de arpejio estraordinaria, es maravillosa la riqueza de orquestación y el verso y la frase y la palabra llevan, verdaderamente, color y son y luz:

   El sueño bajo el sol que aturde y ciega,

tórrido sueño en la hora de arrebol;

el río luminoso el aire surca;

esplende la montaña;

la tarde es polvo y sol.

................................................
Lejos, enfrente de la tarde roja,

refulge el ventanal del torreón.


Hay en medio del libro un florilejio suave que muestra un título de romería: Del camino. Creo que no se ha escrito en mucho tiempo una poesía tan dulce y tan bella como la de estas cortas composiciones, misteriosa y hondamente dichas con el alma. El campo, yermo y duro, florece con lirios, se suavizan las tonalidades -entra el asonante-, pasan las novias místicas y las visiones que nunca han sido novias, las nostaljias del otro lado de la montaña ponen pálida la carne y lánguida el alma; y por los senderos floridos y ocultos, en la paz de la tarde, el corazón camina, camina por el mismo paisaje de su dicha, al son de la esquila del valle, mirando la barca sin remos que se mece dulcemente bajo un álamo en el remanso del río.

En estas romerías la vieja alma de don Jorge Manrique se ha encontrado en no sé qué encrucijada con el alma de Enrique Heine, que volvía con su violeta y su humorismo, de algún comentario abierto. Las callejas sombrías y estrechas que sonrosan sus paredes grises al crepúsculo y cortan sus muros sobre la gloria de oro de los ocasos lejanos, las plazuelas cerradas, con hierba entre las piedras y viejos conventos, todo lo solitario, lo umbrío, lo musgoso, se anima, en su tristeza castellana, con almas de un país de bruma, y en las ventanas de esta España hay mejillas de rosa y cabellos de lino y pechitos nacientes bajo el corpiño claro; el tilo se adivina y la vidriera fileteada de plomo se sueña. La pesadilla y el miedo tienen un gran evocador en el autor de este libro. Leed esta estrofa precisa y encantada, estrofa de alucinación y fatiga, en la que todos hemos tenido preso nuestro cuerpo en las noches de fiebre:

   Siempre que sale el alma de la oscura

galería de un sueño de congoja,

sobre un campo de luz tiende la vista

que un frío sol colora.


Esta estrofa parece que se vive; al decirla, surje el campo amarillento, como surje y se abre al final de los largos corredores por los que nuestro cuerpo de culebra se ha deslizado penosamente en la sombra y en el horror. También aparece dos o tres veces en el libro un fantasma que nos es muy conocido; es el amigo que, en los claros de luna, encontramos por los jardines solitarios, el hombre enlutado de las callejuelas sin salida, el compañero que se sentó en el lecho de Alfredo de Musset la noche en que el poeta lloraba la muerte de su padre, ese estraño personaje que se forma de la penumbra y nos mira desde el fondo de los espejos... Soledades termina con cuatro composiciones sombrías. Las cuatro son admirables. La tercera sobre todo -El cadalso-, un capricho goyesco, es inmensa de tristeza y de tortura, macabra y trájica en su lienzo de oriente sangriento de trajedias. El reo va a llegar en la mula, y sus pupilas vidriosas y fijas van a reflejar en su frío y en su muerte el oro de la aurora naciente y el campo lleno de rocío y de dulzura matinal... ¿No has encontrado, poeta, a la novia del condenado, para cantarla en dos versos dulces, fina y blanca bajo sus rizos, allá en el valle lejano, entre la paz de la mañana luminosa y azul?