Semblanza crítica de Julia Otxoa
Es Julia Otxoa (San Sebastián, 1953) una creadora versátil que desde el principio ha cultivado la poesía, las artes plásticas, el relato infantil, el microrrelato o microtexto y la poesía visual (aparte del ensayo y el artículo periodístico).
Por edad, Otxoa pertenece a la promoción más joven de la generación del 68, casi al filo de la del 80, y, en efecto, su primer libro, Composición entre la luz y la sombra, vio la luz en la década de los 70, concretamente en 1978. De manera sintomática, esta escritora está relacionada desde sus orígenes con la defensa de un ser humano libre, en sintonía con la naturaleza, y la denuncia de una sociedad violenta y materialista que convierte a la persona en fiera o en objeto.
Estéticamente, vemos en Otxoa desde el principio una mezcla de una poesía muy marcada por los poetas existencialistas y comprometidos de preguerra y posguerra (Antonio Machado, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Blas de Otero, Ángela Figuera -estos dos últimos influyeron de manera particular en el País Vasco-) y una poesía minimalista próxima a la del silencio, donde el poema tiende a la prosa poética y al aforismo, en un momento (mediados los 80) en que sus referentes pasan a ser más filosóficos que literarios. A los nombres anteriores habría que añadir los de Eugenio Trías, Hannah Arendt, Octavio Paz, Jacques Derrida, Heidegger, Rafael Argullol, etc.
Literariamente, este tipo de escritura es la que la crítica denomina poesía del silencio, poesía neopurista o poesía esencialista, que hunde sus raíces en el Juan Ramón Jiménez de Eternidades (1918) en adelante, Octavio Paz, José Ángel Valente y un cierto Antonio Gamoneda. En suma, Otxoa no se deja clasificar en ningún compartimento estanco: ningún gran poeta es un clon de una corriente, sino una mezcla personal de vectores. En su caso, se funde el compromiso ético existencial con una veta irracionalista y experimental, y una cada vez más depurada tendencia al poema esencialista que, por la vía aforística, rompe la barrera entre verso y prosa. Sea como fuere, la línea poética que cultiva Otxoa es excéntrica, es decir, no ha sido la predominante, prestigiada y apoyada en el vector cronológico en que se inscribe (desde finales de los 70 hasta hoy). Ella misma lo dice en varios poemas («Sé que moriré extranjera», por ejemplo, aunque este poema no se refiere a la escritura). Ahora bien, a veces los excéntricos se unen, y surgen antologías como Las ínsulas extrañas (2002), que, preparada por Eduardo Milán, Andrés Sánchez Robayna, José Ángel Valente y Blanca Varela, privilegian la poesía de carácter reflexivo y metafísico surgida de la gran tradición simbolista occidental. Ahí es donde encajaría perfectamente, en el continuum de la historiografía literaria, la obra poética de Julia Otxoa.
En sus catorce libros de poesía publicados hasta ahora, destaca Taxus Baccata (2005), con ilustraciones de Ricardo Ugarte, quien va dando el contrapunto visual a los poemas. Este extraordinario libro es el que mayor reconocimiento crítico ha tenido dentro de la producción de la autora. El libro, tal como anunciaba su anticipo, bucea en el extrañamiento vital con una gran lucidez intelectual y un gran coraje cívico, habida cuenta de que disidir en el País Vasco, su tierra, puede suponer jugarse la vida (propia o de los seres amados). El lector habitual reconoce la evolución de un pensamiento coherente que viene ya de lejos. Así, cuando dice: «La aceptación de la niebla que somos, como camino imprescindible para penetrar dentro de nosotros mismos, no como quien lo hace en un paisaje terminado, conocido, sino como quien se adentra en una geografía extranjera».
Por lo demás, las señas de su mito personal son claras: la sensación de que la propia singularidad no tiene más arraigo que el filo de una frontera («Escojo ser en el margen como única posibilidad de existencia»); la identificación con la circunstancia como quien abraza un destino («La constante interrogación del desarraigo, del extrañamiento del ser en el mundo. Sólo después de la fiebre y el dolor de las preguntas sin respuesta, se puede hallar la serenidad en el total desvalimiento. Desde la humildad de la ignorancia, el misterio del ser se convierte entonces en cobijo»; «Comunión con el mundo, sí, pero desde el desarraigo»)... Y ante la vociferante realidad (¿realidad?) de los discursos oficiales, pactados, mercantiles, Julia Otxoa muestra el corazón de su intimidad: «siento la necesidad de centrarme en lo leve, lo sutil, lo aparentemente insignificante, aquello que no brilla y no es voceado por los vendedores al uso. La poesía de lo invisible».
En suma, la trayectoria deliberadamente independiente de Julia Otxoa puede parecernos hoy muy solidaria de la poesía esencialista, pero ningún creador auténtico es un clon que se deje clasificar, y en el caso de Otxoa su sensibilidad cívica en una circunstancia concreta va más allá de la abstracción y la belleza.
Ana Sofía Pérez-Bustamante Mourier