Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajo1.° de agosto, 1895

Una de las cuestiones que ahora preocupan a los franceses que, dueños de la paz política, atienden con avidez de mejoras sociales a todo cambio que signifique un progreso, es la difícil y complicada que se conoce con el nombre general de descentralización. Se consulta allí la opinión de cuantos pueden tenerla propia y autorizada, no reduciendo estas indagaciones al círculo, relativamente estrecho, de los hombres políticos, sino contando también con el parecer de los sabios, de los literatos, de los filósofos, etc., etc. Por lo común la idea predilecta es la de procurar arrancarle a París una exclusiva representación del pueblo francés en todo lo intelectual; una representación exclusiva que las provincias no pueden ver ya, según adelantan, sin justos celos y cierto sentimiento de humillación. Se quiere que el antiguo régimen, enterrado en todo lo formal, no subsista en ciertos elementos de esencia, y se recuerda que, como hace notar Hipólito Taine, bajo la monarquía de Luis XVI mientras el camino de París a Versalles era una continua cadena de coches, una doble fila como la de nuestra Castellana, por las calzadas de las remotas provincias no circulaban media docena de carruajes en días enteros. Hoy los trenes corren cargados de gente por Francia entera, y se quiere que en todo suceda lo mismo; que Francia sea toda la Francia, no París.

La literatura, una de las esferas de vida intelectual en que la descentralización es más difícil, también sigue esa tendencia, y a los que oponen el argumento de los indudables peligros de una división de fuerzas espirituales, se les replica presentándoles el ejemplo de la Alemania del Siglo de Oro, que no tenía un solo centro sino varios ganglios autónomos que disfrutaban de propio fluido vital sin sujeción a ninguna hegemonía. Italia, tanto en el siglo presente como en los de su gran renacimiento, ofrece también animados ejemplos de descentralización intelectual, compatible con una prosperidad de artes y letras innegable.

En España, y a eso iba, tales tendencias no son nuevas; pero suelen ofrecer graves peligros por dos razones: hay el temor natural de que tengamos poco fósforo para repartirlo entre varios núcleos pensantes; y el temor de que las exageraciones y los exclusivismos locales conviertan en separatismo moral lo que debiera ser justo reparto de fuerzas.

En la política la descentralización está contenida, no sólo por el egoísmo de la corte, sino por miedo a los excesos de los exagerados; el federalismo teóricamente y el caciquismo prácticamente, y la ignorancia y las pasiones sociales de la raza hacen, en realidad, muy arriesgada esa descentralización, que sin embargo está siendo en España necesaria por tantos motivos.

En las letras también hay quien exagera, pero de esas exageraciones regionalistas sacan partido para una centralización absurda, más absurda cada día, los que quieren que constituya un monopolio de mucho jugo el mero hecho de vivir en Madrid.

Da risa ver cómo cualquier gacetillero de un papel madrileño mira por encima del hombro a todo literato que no es vecino de la corte. Pereda, el insigne Pereda, ha notado, tal vez con exageración nerviosa, que muchos de esos chicos de la prensa le alababan como protegiéndole. Ahora acaba de morir Soler (Pitarra), famoso y popularísimo dramaturgo catalán, y la prensa cortesana apenas se hace cargo de lo que ha perdido el arte; se dedican al poeta sueltos necrológicos sin firma, entre dos barras de luto, y eso se cree que basta.

A mí, aunque siempre he escrito en publicaciones de la corte, y tengo el honor de colaborar en los periódicos madrileños más populares desde hace veinte años, algunos chicos nuevos me desprecian y me llaman gallego, y el Sr. García y gacetillero ovetense... Pero la ola sube, España entera está en el secreto y de todas las regiones de España se elevan voces de protesta, y lo que no grita, la oposición latente, trabaja más todavía en el ánimo nacional, no para quitarle a Madrid su ser natural (por la costumbre, que es segunda naturaleza) de centro literario, sino para hacer ver a los periodistas de cierta clase y a ciertas camarillas, y hasta Academias, que fuera de la capital se piensa y se estudia y se escribe y se juzga y se siente; lo mismo que en la Corte.

*  *  *

Un suceso que ha tenido más resonancia de la que quisieran ciertos enemigos míos, ha venido esta temporada a demostrar el progreso de esa saludable reacción del espíritu contra una falsa hegemonía literaria de cierta parte de la prensa y de las letras madrileñas.

No importa que se trate de cosa mía por haber defendido a otros me veo atacado como me veo, y no fuera justo que cuando recojo las tempestades de tales vientos, me dejase ir a pique sólo por una fingida modestia. Mientras no haga más que consignar hechos, tengo el derecho de hacer constar lo que sucede.

*  *  *

Es el caso que aquella Teresa, mi humilde ensayo dramático, que los gacetilleros críticos y cierta parte del público que alborota en el Real y no oye a Lope, maltrataron en el Español y en algunos periodicuchos; aquella Teresa que no podía resucitar según los profetas del rencor y el despecho... resucitó en Barcelona con una salud de que su padre está muy satisfecho. El público barcelonés en el Teatro de Novedades, donde la compañía del Español, de Madrid, volvió a representar mi ensayo, lo aplaudió sin medida, según consta de multitud de telegramas y cartas de felicitación, de multitud de revistas de la prensa, tanto benévola como enemiga. Niegan los que están agraviados -et pour cause-, la legitimidad de lo que llaman exitazo, pero el hecho del exitazo no lo niegan. El Liberal de Madrid y varios papeles de covachuelistas, de Barcelona, dicen que las trece llamadas a la escena, la ovación al autor, etc., etc., fueron cosa de la claque... pero reconocen el hecho. ¡Peregrino criterio! Cuando en Madrid fracasa mi obra no son mis enemigos ni un público distraído que no la oye ni entiende quien la atropella; es el público imparcial que la rechaza; y cuando en Barcelona (donde no conozco absolutamente a nadie) Teresa, después de ser solicitada su representación por docenas de obreros y de artistas, es aplaudida con gran entusiasmo... no es el público, es la claque quien decide el triunfo. ¿Cabe mayor apasionamiento?

Por supuesto; de los periódicos que en Madrid habían procurado enterrar mi obra, sólo uno (torpe a fuerza de mala voluntad) habla de lo sucedido en Barcelona, aunque entre falsedades y calumnias, desmentidas oficialmente; los demás... callan como muertos. ¡Qué imparcialidad! ¡Qué justicia! ¡Qué modo de entender la misión de la crítica!

Por fortuna no falta quien, como El Heraldo y El Imparcial (es decir, quien lo hace saber a toda España), cuenten las cosas como pasaron, y desmientan a quienes lo merecen.

Pero, ¿por qué se calló lo de Barcelona? ¿Sólo por odio a mí?

No; por celos; por miedo a una rivalidad inevitable. ¡Cómo una provincia atreverse a revocar el fallo de la crítica de la Corte!

Por supuesto que ni los aristócratas del Español, ni los gacetilleros mis enemigos que me vencieron en el estreno, son el público de Madrid; yo sabría encontrar en la capital ¡ya lo creo!, un público análogo al que en Barcelona, sin conocerme, quiso oír mi obra, enterarse y después aprobarla con aplausos que no merezco, pero que son reparación legítima del incalificable atropello de juzgarme y condenarme sin oírme.

El hecho de la revisión y casación de Barcelona ha dado mucho que decir. Ha sido una ocasión para que resaltara esa protesta, hoy general en España, contra ciertas patentes exclusivas que cierta chusma de la Corte quiere repartir a su gusto. No en Barcelona sólo, en Oviedo, en La Coruña, en Valencia, en Sevilla, en Zaragoza, etc., etc., el público se ha convencido de que no debe admitir como cosa juzgada sin apelación los fallos de Madrid; cada público de cierta vida intelectual, juzga ya por sí mismo. En Italia esto es muy antiguo, y muchas veces se estrenó a un mismo tiempo una obra en varios teatros con éxito muy diferente.

Este punto de la descentralización es ya una victoria ganada también en España; y tienen que pasar por ello los señoritos que, de balde las más veces, están haciendo de críticos en las cercanías del Cerrillo de San Blas, centro geográfico, dicen, de España.

*  *  *

«Es que Barcelona quiere rectificar a Madrid», se ha dicho. Teresa ha triunfado en Cataluña por el prurito regionalista, por el afán de llevar la contraria a la Corte.

¡Pamplina! Barcelona juzga con independencia, no con prurito de oposición a Madrid; unas veces, como en el caso de Teresa, se aparta del juicio madrileño (ya he dicho que tampoco admito que se trate del juicio madrileño, sino de cierta parte de Madrid). Otras veces, aplaude lo mismo que Madrid, otras veces desecha lo que Madrid admite y otras sanciona los fracasos de la Corte.

Ejemplos de todo esto los ha habido esta temporada. Es cuestión de estadística.

Teresa, rechazada en Madrid, aplaudida en Barcelona.

Los condenados, de Galdós, éxito frío en Madrid, buen éxito en Barcelona.

Villatula, buen éxito en Madrid, éxito frío en Barcelona.

Miel de la Alcarria, de Feliú, buen éxito en Madrid, aunque se discute el tercer acto; todo lo mismo en Barcelona.

Mancha que limpia, muy buen éxito en Madrid; muy buen éxito en Barcelona.

Juan León, de Blasco, fracaso en Madrid, fracaso en Barcelona. ¿Dónde está la oposición sistemática? ¿Qué regionalismo no siendo el de una racional independencia nos suministra esa estadística?

*  *  *

Y a propósito de Juan León. Su autor, con mal gusto y mala intención al humillarse en un artículo incalificable ante los chicos de la prensa, confesando que tenían ellos razón, que su Juan León estaba bien condenado, nos invitaba a otros a que declarásemos lo mismo, respecto de nuestras obras, y nos dejáramos de apelaciones.

Ahora puede ver Blasco que no había paridad de casos.

Porque al fin, apelamos todos, él también... y él sólo ha perdido en la nueva instancia.

*  *  *

Y ustedes dispensen lo que esta revista tenga de lucha interesada y fíjense en lo que los hechos citados enseñan respecto de la grave enfermedad de apasionamiento, de mala fe y ridículas pretensiones que padece cierta parte de la gacetilla crítica madrileña. Y sobre todo, fíjense en la saludable medicina que para tales lacerias puede traer consigo la saludable descentralización bien entendida, que en nuestra vida literaria se va acentuando.

Y que era lo que principalmente me proponía demostrar.




ArribaAbajo15 de agosto, 1895

En la Academia Española han entrado recientemente Eugenio Sellés, notable escritor liberal y dramaturgo muy distinguido, y el señor Conde de la Viñaza, erudito aragonés. Sellés ha disertado acerca del periodismo, con estilo viril y conciso, con más ánimo de disculpar los yerros de la prensa que de corregir sus vicios; y el señor Conde de la Viñaza ha expuesto materia histórica, refiriéndose a la sátira política en siglos remotos.

Se han puesto reparos a muchas de las ideas y de las noticias del señor Conde; pero ni estos discursos ni estas censuras llaman la atención del público: tales torneos literarios a la moda antigua, son hoy generalmente frías ceremonias.

*  *  *

Cataluña ha honrado con unánimes manifestaciones de duelo al difunto Serafí Pitarra, el popularísimo dramaturgo catalán. En las pompas fúnebres, en las columnas de los periódicos catalanes se ha visto que el noble Principado del Este sabe vivir la vida moderna, entregado al trabajo con todo el cuerpo y al ideal con toda el alma; cuidando mucho de sus intereses materiales, pero atendiendo también con gran entusiasmo a sus glorias. Compárese con esa Barcelona el Valladolid oficial que negaba hace poco una pensión humilde a la viuda del gran Zorrilla.

*  *  *

Es inútil buscar en nuestra prensa madrileña literatura; ahora todos los críticos de verano... que son Lessings por el invierno, están haciendo de Paulos y Ulpianos; y con motivo del Testamento falso se olvidan de los caracteres desdibujados y las acciones que se precipitan, para sondear el alma de doña Rita y analizar con frío escalpelo a la Bascuñana.

No faltan majaderos, sin embargo, que siguen ladrando a la luna, y apuntando a gazapos que sólo existen en su fantasía. Uno de esos pobres diablos se ríe de Ventura de la Vega y de Zorrilla porque dicen quien concertando con plural; y no sabe que está perfectamente dicho, como reconoce la misma gramática de la Academia. El mismo Aristarco critica a un clásico porque usa un singular colectivo acompañado de verbo en plural; y es que no sabe por qué legítima figura se puede hacer eso.

Otro me censura a mí porque no empleo la terminación masculina en adjetivo que se refiere a nombre femenino, fundándose en que antes va un nombre masculino y el masculino debe predominar. Lo cual es cierto cuando se trata de un plural que ha de concordar con un masculino y un femenino unidos por copulativa, o implícitamente; pero no es este mi caso, pues la disyuntiva separa, no une, y así como sería absurdo emplear el plural, lo es aplicar la regla que el pobre dómine aplica. Así estamos: entre Lujanes y Moratines que no saben el epítome de la gramática.

A ver, a ver, gentecilla; a las Salesas a enterarse de si doña Rita bailó o no bailó el fandango.

*  *  *

De América he recibido una novela del Sr. López Bago, que por lo visto tiene muchos lectores, pues las ediciones de sus naturalismos exasperados se suceden, como victorias.

Ahora escribe desde La Habana, o por lo menos de cosas de Cuba, y el libro que tengo delante se titula El Separatista.

Es de una actualidad en estado de sitio.

Yo leeré la novela cuando el señor Martínez Campos, eterna paloma, vuelva con el ramo de oliva.

*  *  *

De Lima viene un opúsculo titulado Excursión literaria, y su autor es don Clemente Palma, hijo, según creo entender por algún pasaje del libro, de D. Ricardo. La Excursión es por todo el mundo literario; de pocos autores deja de hablar el Sr. Palma, que debe de ser muy joven. Se ve más sinceridad que ciencia y gusto en las apreciaciones de este escritor; pero muchas veces le asiste un buen sentido que para sí quisieran otros críticos de América que nos vienen a volver locos a los españoles con paradojas trasnochadas, con loca desfachatez y alardes de moralidad demasiado independiente, que molestan, repugnan y ni siquiera tienen el mérito de la novedad. Don Clemente es juicioso, no busca el mérito en las exageraciones ni en los desplantes; y aunque muchas son las opiniones suyas que yo no puedo aprobar, aun así el mayor defecto que encuentro en su librito es hablar de demasiadas y muy grandes cosas en muy poco espacio y muy desordenadamente.

El Sr. Palma abarca demasiado, sí; y aprieta poco. De muchas materias habla con preparación escasísima. Así, al decir que los tres colosos de la crítica de este siglo son Saint-Beuve (así escribe siempre), Taine y Menéndez y Pelayo, olvida multitud de colosos, no españoles, pero sí franceses, ingleses, alemanes, rusos, italianos, etc., etc. También afirma, muy de ligero, que Max Nordau es otro coloso de la crítica alemana que ha aparecido después de estar casi muerta aquella literatura. Max Nordau ni siquiera es un buen crítico, ni un verdadero literato, en el sentido artístico de la palabra.

Pero si coloca a Menéndez y Pelayo entre los dos colosos citados, en cambio le trata después con no muchos miramientos porque su Antología de poetas americanos le parece deficiente. Por lo visto el Sr. Menéndez se ha dejado en el tintero una porción de grandes poetas peruanos. Hay entre ellos un Sr. Caviedes que el Sr. Palma compara con Quevedo, y aun le encuentra la ventaja de ser más sincero. ¿Le consta al escritor peruano que era poco sincero el autor de El Gran Tacaño? De todas suertes, el Sr. Caviedes será inmortal, según el Sr. Palma. Puede que no; pero ni él ni yo hemos de verlo.

*  *  *

Coloso o no, Marcelino Menéndez y Pelayo acaba de publicar la segunda serie de sus Estudios críticos, trabajos de modesta apariencia, pues se reducen los más a exponer obras ajenas, pero llenos de sustancia, de buen juicio, estilo sereno y agradable, erudición fresca y sazonada. Casi todos los asuntos que trata son de literatura antigua, pero de la importante, de la grande, de la digna de ocupar las horas de un hombre de tanto mérito. Así da gusto ver empleadas las facultades de nuestro gran crítico; y no revolviendo periódicos atrasados para descubrir poetas de sinsontería y que después le digan al descubridor que todavía le quedan muchos en el tintero.

*  *  *

Ortega Munilla, uno de los pocos periodistas literatos de verdad que por acá tenemos, ha publicado una novela titulada La vida y la muerte. Se trata de las tristezas de unos pobres niños a quien Dios quita la madre y el diablo da una madrastra. Es libro sin pretensiones, corto, fragmentario; pero se lee con gran interés, enternece; y vale principalmente como prueba de que la falta de uso no ha atrofiado las positivas cualidades de novelista de que el Sr. Ortega había dado muchas pruebas en illo tempore en libros como La Cigarra, El tren directo y otros.

*  *  *

Después de Torquemada y San Pedro, y como intermedio, antes de emprender la novela que ha de titularse, según mis noticias, La herencia de Torquemada, Pérez Galdós ha tenido a bien improvisar una fantasía, en parte imitativa, titulada Nazarín, que tiene todo el encanto de las idealidades positivas de este gran realista soñador. Nazarín es un sacerdote que, sin salir del gremio de la Iglesia pero de modo poco regular, se entrega a la imitación literal de Cristo, según el Evangelio. No creo yo que trate el autor de darnos una copia fiel de realidad absorbente por él; los elementos ordinarios de la acción esta vez son de fantasía, no arbitraria, sino arraigada en el espíritu del siglo, según es hoy en ciertas manifestaciones fuera del pensamiento y de la voluntad y del deseo particularmente. Nazarín, como personaje histórico, no es realista, pero como figura, en gran parte verosímil, de significación poética, tiene toda la realidad de las grandes cuestiones de piedad, virtud, resignación, calidad, fe y abnegación que están planteadas en la actualidad sin que muchos lo noten porque las ven envueltas en el ropaje prosaico de los intereses materiales según la vida moderna los entiende. En los pormenores, Nazarín es un dechado de observación exacta, sugestiva, de riqueza de conocimientos reales de la vida, de primera mano. Si quisiera resumir en una frase lo característico de este libro diría que es una novela picaresca del misticismo; es decir, que eleva a un personaje místico al mundo de lo picaresco según éste tiene que ser en los alrededores de Madrid al final del siglo XIX.

*  *  *

Lo místico y lo picaresco son dos de los elementos más geniales de nuestra literatura castiza; nuestros escritores místicos y nuestros autores de novela, cuento, romance o comedia picarescos (en el más amplio sentido) son estudiados con afán y mucho fruto por eminentes escritores extranjeros. Sirvan de ejemplo la hermosa obra consagrada por una ilustre escritora inglesa a la vida de Sta. Teresa y el trabajo erudito, ameno e interesante que acaba de publicar en la New Review de Henley, el hispanófilo Fitzmaurice Kelly con este título «The picaresque Novel». En tan notable artículo, el escritor inglés no se limita a la novela picaresca española, ni a los antecedentes de la literatura griega, latina, etc., sino que también penetra en los tipos y libros que pueden ser considerados en otras naciones modernas dentro de los escritores principales de lo picaresco.

*  *  *

Bueno es que los extranjeros estudien con exactitud nuestras letras antiguas, ya que nosotros no sabemos ni siquiera hablar con fidelidad, a los extranjeros, de lo que en nuestra patria pasa a nuestra vista.

Digo esto ahora, porque ya van dos veces que un erudito tan recomendable como el señor Riaño, corresponsal en España de The Atheneum de Londres, le hace decir al más ilustrado y popular semanario que don José Echegaray, es autor de ciertas comedias escritas por su hermano don Miguel. Don José Echegaray es el primer dramaturgo español y el Sr. Riaño, erudito español, no sabe que una cosa es don José Echegaray y otra don Miguel Echegaray. Hace dos años incurría en esta confusión y ahora... otra vez. En el primer número de julio del Atheneum el Sr. Riaño dice que se han estrenado esta temporada dos comedias de don José Echegaray: La monja descalza (!) y Mancha que limpia. Es decir que para los ingleses que no beban en más fuentes, el autor del Gran Galeoto es también autor del Dúo de la Africana.

Pero el señor Riaño no para ahí: este señor que cuando se escribió tanto acerca del Centenario de Colón no supo que Castelar había publicado un libro tratando del asunto, ahora nos dice que Galdós ha escrito una comedia que no gustó (Los Condenados) de la novela Torquemada y San Pedro. A buen seguro que si se trata de escritores de hace tres siglos, el señor Riaño pondría mayor diligencia en evitar tamañas equivocaciones.




ArribaAbajo26 de septiembre, 1895

Se podría llevar con paciencia que el verano fuese aquí época de estiaje literario, de sequía de ingenio, si con el otoño comenzase aquella actividad intelectual de que hablan ciertas estadísticas de Lombroso, en su Genio y locura. Pero ¡ay!, que en la España decadente de la Regencia todas las estaciones son de escasez artística, y para los efectos de la librería vivimos siempre como si estuviéramos padeciendo sin cesar


el cancro abrasador que en sus ardores
destroza campos y marchita flores
y el orbe de su lustre descolora...



y produce pereza en todos los espíritus. No hay libros; no hay novedades literarias. Ni siquiera hay, apenas, quien se queje de esto.

La prensa popular cada vez le acorta la ración más a la literatura. Los artículos que no escriban los reporters del ciclismo o de la tauromaquia o de los balnearios, han de ser de media columna. Si a usted no se le ocurre ser un Tácito en pocos renglones... ¡al cesto!

No se habla de nuevas revistas, ni siquiera de nuevas ilustraciones; sigue el público comprando los semanarios con estampitas sosas y relamidas... y el texto que lo parta un rayo.

No negaré que de vez en cuando los periódicos publican sección bibliográfica... No faltan en ellas bombos... de manu auctoris muchas veces. Y si trata de algún Consultor de los Ayuntamientos o Guía de quintos, o Código civil con notas y reales órdenes, etc., etc... o de una novela realista (todavía) de algún imitador de imitadores...

En fin, dejo esto.

Pero antes de dejarlo del todo, diré a ustedes que aquella Revista de Sociología y de Derecho que había empezado con tantos méritos, dirigida por Adolfo Posada, y con la colaboración efectiva de muchos sabios extranjeros y algunos nacionales... ha muerto. Ha muerto por falta de suscriptores. Entre toda la magistratura de España no había podido conseguir más que siete (!) abonados. Nuestra justicia histórica no tiene nada de filosófica.

La Revista crítica de Altamira también ha suspendido su publicación; pero esta acaso vuelva con los fríos.

*  *  *

En vista de lo que pasa, o mejor, de lo que no pasa, tendré que recurrir a veces a tratar de libros que no son de pura literatura, es decir, solamente artísticos, sino útiles, científicos o lo que fuere. Bien sabe Dios que no es mi gusto este; no me agrada tal confusión de funciones, pero ¿qué hacer en un país donde tan poca poesía, en verso o en prosa, se produce? Procuraré, sin embargo, no ir demasiado lejos de las materias propias de mi... instituto; y recordando que soy doctor y catedrático de Derecho y su Filosofía, no iré más allá de lo que me permitan los asuntos de esa clase y sus afines.

Y esto lo mismo respecto de América que de España; porque tampoco de Ultramar viene mucha literatura que digamos.

*  *  *

Y empiezo a cumplir mi nuevo programa recomendando a ustedes la Introducción al estudio de la ciencia económica, folleto del señor Piernas, mi antiguo profesor de Economía y actual catedrático de Hacienda en la Universidad de Madrid.

A los maliciosos les diré para explicar mi relativa competencia en estos asuntos, que mi primera cátedra, ganada por oposición (pese a las calumnias de la Unión Católica de Madrid, que niega hechos que constan en el Ministerio y en la Gaceta), era de Economía política.

Esta ciencia no prosperó nunca mucho en España; antes de estar constituida como tal ciencia, aparte, sí tuvo cultivadores especiales, eminentes, que no hay para qué recordar quiénes fueron; pero hasta Flórez Estrada, ilustre asturiano, no encontramos ningún economista notable, propiamente tal. Flórez Estrada sí, lo fue y muy bueno. Además, tenía estilo, escribía de modo claro y agradable, cualidad que no han poseído, en general, a pesar de cierta floricultura retórica, los manchesterianos que a mediados de este siglo, y algo más acá, formaron la única escuela española (hasta cierto punto) de economía, digna de este nombre de escuela. Menos ruido y menos efecto produjeron los pocos escritores que aquí siguieron tendencias menos semejantes a las librecambistas de Inglaterra y de Francia; pero sin duda que hay más profundidad, generalmente, en lo poco que trabajaron en economía... teórica los Giner y Azcárate, etc., que en las rapsodias individualistas de nuestros imitadores de Bastiat.

El Sr. Piernas, discípulo en su juventud del Sr. Figuerola, adquirió después gran independencia, y hoy está colocado en una situación de análisis crítico que da gran valor a sus investigaciones imparciales, muy reflexivas y eruditas.

Lo más pensado de nuestra escasa literatura científica económica se podrá encontrar en los varios escritos doctrinales de Piernas, en los de Buylla, en algunos de Azcárate y en luminosas, aunque pocas, disertaciones de Giner.

Pero aún más provecho que de leer a estos señores se puede sacar de no leer ni oír al Sr. Salvá, catedrático, sin oposición, de Economía en la Universidad Central.

*  *  *

Socialismo y ciencia positiva se titula un libro reciente del famoso Enrique Ferri, traducido del italiano por un concienzudo estudiante (en el sentido inglés y alemán que puede tener la palabra) cuyo nombre no me atrevo a revelar, ya que él lo calla. La traducción está en general bien hecha, aunque la afean algunas equivocaciones, muchas de las cuales pueden ser erratas.

La Revue des revues anunció, hará cuatro meses con bombo y platillos, este libro de Ferri, y publicó parte del mismo. La cosa no era para tanto. Ferri se declara, y es, un dilettante en economía y un amateur socialista. Confiesa que de pocos años acá ha adquirido la ciencia que tiene acerca de estas complejas cuestiones sociales, y hasta nos da el índice de la biblioteca a que debe su perentoria sabiduría. No es muy abundante ni muy lucida. Séame lícito no admirar a Loria, a quien Ferri declara deber tanto. Si Ferri y Lombroso y otros muchos de su escuela reconociesen que en derecho también son amateurs, y su sabiduría jurídica improvisada, harían un beneficio a parte de la juventud estudiosa de muchos países que antes de conocer a Justiniano ya se declara antropológica y echa a rodar el derecho civil en nombre de la evolución y el derecho penal en nombre de los manuales de Topinard y de Letourneau...

*  *  *

No tengo tiempo para hablar de un libro que recibo de Rosario de Santa Fe y que se titula: Unitarismo y federación. Su autor es el señor don J. Daniel Infante; y habrá de dispensarme si dejo su obra para otra revista. Y si por acaso no vuelvo a acordarme de ella (pues nadie responde de la memoria) anticiparé este juicio: que me parece que el Sr. Infante piensa mejor que escribe. Tal vez no es muy firme mi convicción respecto de la excelencia de sus pensares; pero no creo posible que se me haga cambiar de opinión respecto de su modo de poner la pluma.

*  *  *

Y volviendo ¡gracias a Dios!, a la vaga y amena literatura (como diría el catálogo antiguo del Ateneo de Madrid) hablaré hoy, aunque muy deprisa, de dos libros americanos que he recibido estos días.

El Sr. Groot, crítico y poeta, que ha estudiado mucho a Víctor Hugo, en dos pequeños poemas, pero poemas líricos, sigue noblemente y sin imitación servil, las huellas de su gran modelo. Trata de esos lugares comunes de la poesía filosófica que a todos nos interesan siempre, cuando el que nos lleva a pensar en ellos es escritor de pensamiento hondo, de sincera sensibilidad como sin duda lo es el Sr. Groot. Son los versos de estos poemas armoniosos, correctos en general, y la rima es en ellos rica, sustanciosa, sin ser rebuscada. En cuanto a las ideas, el poeta con sutil penetración escudriña la misteriosa naturaleza que ya nos parece enemiga, ya amiga, ya indiferente, según el punto de vista; y sin duda se eleva a buena altura en el género escogido, cuando habla de las estrellas, sin repetir, lo que se llama repetir, lo que otros muchos excelentes autores han dicho al consultar con los callados luminares menores, como dice el Génesis, el destino del hombre, las leyes de la vida.

*  *  *

Cromos, colección de poesías... en verso y en prosa del señor don Abrahán Z. López-Penha, es obra de pretensiones más modernistas, pero de más peligrosa lectura para los principiantes e imitadores. El señor López-Penha, judío, según creo, es un verdadero amador de la moderna tendencia culterana de gran porte, aunque no siempre muy sana, de la juventud literaria europea (no sólo parisiense, como se ha creído). El señor López-Penha es hombre instruido que toma en serio el arte y que tiene, como advierte con justicia F. Bremón, de la Ilustración Española y Americana, no pocas condiciones de buen versificador y de muy culto literato. Pero aquí terminan los elogios. Su libro no puede ser alabado por quien, como yo, por lo mismo que reconoce la legítima vida a que aspira lo nuevo en el arte, y la necesidad de variar y reformar, aborrece tanto como el misoneísta más furioso esas locuras, esas orgías (y a veces esas tonterías) en que se pierden a fuerza de extravagancias y anárquicos atrevimientos algunos ingenios, que no son nunca de los más fuertes; y aborrezco todo eso, porque la gente de poca vista puede confundir con tales extravíos de legítima novedad de que habla ese mismo señor Bremón, quien deseando librar al señor López-Penha de la responsabilidad principal de sus desafueros poéticos, echa la culpa a los simbolistas, decadentistas, etc., etc., de París.

En efecto, en París hay quien escribe libros análogos al Cromos del Sr. López-Penha, pero son los que tal hacen los imitadores sin talento verdadero, los que extreman las modas formadas, porque no pueden lucir la elegancia personal, interna de los principales. En el libro de López no se ve nada original, no se ve pensamiento, no se ve amor, fuego, idealidad, nada de jugo poético; no hay más que jactancia retórica de imposibles descomedimientos artísticos. Versos que quiere parecer prosa (hay otros bien construidos), prosa que quiere parecer versos... y hasta acaba con alardes de sonsonete, rebuscando consonantes; olvido, rebuscado también, de la sintaxis de la forma correcta de las palabras castellanas... No me pida el distinguido y muy cortés escritor americano que yo disculpe nada de eso. Si he dicho antes que el autor de Cromos tiene algunas cualidades recomendables de escritor, es porque la justicia me pide distinguir entre lo que, a pesar del libro, se adivina en él, respecto de las condiciones de quien lo ha escrito, y los extravíos a que un deplorable sistema le arrastra. Así, por ejemplo, en cuanto a la cultura del arte, se nota, que si una décima parte de los vocablos que emplea no son admisibles, no es por ignorancia, las más veces, por lo que de esto peca el Sr. López, sino por capricho, o mejor, por teorías anárquicas relativas a lo que constituye el caudal legítimo de un idioma.

Lo que me da peor espina es lo poco o nada de idea propia, sustanciosa que se puede adivinar debajo de tanta hojarasca. Se trata, sí, de un hombre de cierta instrucción, al parecer sincero en su manera de entender el arte; pero no de un verdadero poeta de esos a quien hay que perdonar sus calaveradas de forma en gracia de la pura flor de idealidad y sentimiento que llevan en el alma.




ArribaAbajo28 de noviembre, 1895

Efectivamente, los discursos de apertura de las Universidades españolas, al inaugurar el curso de 1895-96, no han ofrecido nada de particular; ni para bien ni para mal, nadie ha hablado de ellos; que era lo que yo me temía, en la Revista anterior para Las Novedades.

En general, la Universidad española no vive, vegeta.

Yo que no tengo el espíritu de cuerpo, en el sentido predominante de defender el instituto a que se pertenece a toda costa y ocultando sus defectos, declaro que, por culpa de la organización, en parte, y en parte por la manera viciosa de escoger el personal docente, la Universidad española, en la actualidad, y fuera de algunas excepciones, deja mucho que desear, y no responde por ningún concepto al carácter propio de la enseñanza y de la ciencia a fines del siglo XIX.

Nuestra Universidad es una oficina más, oficina de fabricar títulos de licenciados y doctores al portador. El estudiante por el estudio, apenas se conoce aquí, y el profesor por la ciencia y por la pedagogía también es ave rara.

No hace muchos días, cuando se discutía ¡parece mentira!, si la Cátedra debe ser libre, varios catedráticos declararon que ellos se sentían sometidos, en cuanto funcionarios públicos, a la religión del Estado; y se comparaban con los reclutas a quienes se obliga a asistir a una procesión y hasta a llevar al hombro una imagen sin consultarles acerca del culto religioso que prefieren.

Aparte de que en un régimen liberal de veras tampoco es lícito obligara los soldados a ser instrumentos de un culto que no profesan, lo más grave aquí es el criterio de esos profesores que se creen obligados, como reclutas, a ser católicos por lo menos hora y media al día, sin perjuicio de asistir a las procesiones, si lo manda el rector. Con hombres así, y como los señores de la facultad de Medicina de Cádiz que se han creído obligados a defender, como sabios, el Rosario de la Aurora, ¿qué podemos esperar para el porvenir de la ciencia independiente, de la Universidad autónoma?

No se crea que esto consiste en que predomine el misticismo entre nuestros catedráticos. ¡Bien sabe Dios que no! Predomina el mesticismo (pidalismo), que es cosa muy diferente.

Los más, van a la cátedra en busca de un empleo como otro cualquiera; a fuerza de intriga se consigue una clase; con más intriga, un puesto en el Consejo, una categoría, un traslado a Madrid, etc., etc. Y así se observa que los profesores españoles que más suenan y más medran son los que más bullen, los que hacen más visitas, los que tienen más relaciones; no los más estudiosos; no los más sabios, no los más talentudos. Elocuente ejemplo acaba de ofrecernos la formación del nuevo (?) Consejo de Instrucción Pública. Tenemos los mismos reaccionarios con los mismos collares. La diferencia está en que han dejado de ser consejeros hombres como Menéndez y Pelayo y Piernas, y no han entrado a serlo los Giner, los Azcárate, los Salmeron, sino varios apreciables y estudiosos carlistas y muchos mestizos vividores y hormiguitas ilustres. Una lista del nuevo Consejo de Instrucción Pública nos ofrece un elocuentísimo cuadro sinóptico de la influencia oficial universitaria. ¡Cuánto ilustre desconocido!

No, no es la religiosidad el prurito de tales gentes; sino que, como predomina el ultramontanismo, como impera la intolerancia, los que necesitan de las aldabas... naturalmente, se tiñen la conciencia del color de la conciencia de las aldabas.

Todo esto es pura literatura, porque se trataba de explicar la pobreza de nuestros productos oficiales en la oratoria académica de las universidades... y queda explicada. ¡Bah!, nuestros profesores -hablo de los de esa índole- tienen poco tiempo para leer libros; porque las horas del día no les bastan para estudiar en el gran libro del mundo, que es donde se encuentra a las aldabas, que dan recomendaciones para obtener cátedras, categorías, cruces, comisiones, etc.

Sé yo de una Universidad, muy humilde siempre con la autoridad civil y la eclesiástica, que sólo arde en santa ira y se mueve como un solo necesitado cuando se trata de pedir... aumento de sueldo. Por dos veces la tal corporación nos ha pedido ayuda para tales pretensiones... y las dos veces con muy mala gramática.

¡Pobre España!

*  *  *

Libros importantes, Dios los dé.

Ya apenas se atreve a publicar nadie más que el inexperto aficionado que se gasta unos miles de reales por el gustazo de ser autor anche lui.

Sin embargo, también en esto hay excepciones. El Sr. Valera nos da muy sabrosas novelitas en muy elegantes tomos de bolsillo; y además este ilustre crítico ha empezado a publicar en el folletín de El Imparcial una interesante narración titulada Juanita la larga.

El Imparcial merece plácemes por la novedad y la bondad del intento.

En general, el folletín de los periódicos equivale a un paulatino envenenamiento del gusto y hasta del sentido común no pocas veces. La idea de que los grandes disparates inventados han de ser por fuerza amenos, tiene más partidarios de lo que haría esperar lo absurdo de la proposición. El folletín, traducido siempre, es, por de pronto, el microbio de la lengua; el folletín ha hecho del castellano algo que no es, de ningún modo, español, y que tampoco entenderán los franceses a no ser con gran esfuerzo.

Las masas más honradas de la nación; infinidad de madres de familia, orgullo y sólida base de la raza; multitud de vírgenes abnegadas; burgueses y obreros a miles, honradísimos, trabajadores, sufridos, generosos, viven, por culpa del folletín y del crimen de la calle de tal, una vida de fantasía depravada, llena de crímenes, de asesinatos, robos, adulterios, nefandas conspiraciones, especulaciones bochornosas...

¡Qué diferencia entre los sentimientos que han pasado por el corazón de tanta gente buena, y las imágenes que han pasado por su cerebro! ¿A qué ese desequilibrio? ¿Para qué cultivar las causas? Por lo menos, es seguro el mal de que la parte más sana y sólidamente virtuosa de la nación vive creyendo que la virtud y la ciencia son latas insulsas, prosa, y el vicio y el crimen poesía, interés, arte. Por todo lo cual, y mucho más, presta un servicio al país quien publica en un periódico muy leído novelas de Valera, enfrente de los folletines horrorosos y bilingües. La costumbre de pedir original para el folletín a los novelistas españoles verdaderos debe seguirse y será un beneficio para todos.

*  *  *

Halma se titula el nuevo libro que dará a luz en breve Pérez Galdós. Nada sé de esta obra sino que algún mono sabio ya le ha tomado el pelo (como ellos dicen) al autor, por causa de la H; como si escribir Halma fuera lo mismo que escribir alma de mala manera. Por lo mismo que lleva h la palabra, se ve que no se trata del alma y huelgan las bromas ortográficas.

Peor era el caso de un ilustre poeta, académico, que está muy bien con todos los critiquillos, et pour cause, el cual me escribía a mí, no hace mucho, de esta manera: exhuberancia... y se disculpaba después con la prisa. Como si la prisa nos obligase a escribir más letras de las necesarias.

*  *  *

Luis Taboada, obligado a tener por festivos todos los días del año, pero con el compromiso de no santificar ninguna fiesta, pues ha de trabajar todos los días, acaba de publicar Cursilones, con dibujos de Pons. Es una sala más de la exposición de su iconoteca burlesca de tipos ridículos nacionales. Taboada es siempre el mismo, y tiene sus motivos para ello. Porque si fuera otro, probablemente perdería en gracia... y en pesetas.

*  *  *

Andrés Corzuelo, el antiguo redactor del célebre Gil Blas de Rivera y Robert, acaba de poner a la venta nueva colección de artículos titulada Aleluyas finas. Es un tomo de la Colección Diamante que con muy buen éxito publica el acreditado editor de Barcelona Sr. López. Corzuelo (Matoses) siempre se distingue por la corrección, la gracia serena y a veces de intención nada superficial; y sobre todo por un buen sentido que jamás le abandona.

En medio de tanta neurosis y decadencia de pacotilla, nada más saludable que la lectura de escritores tan llenos de la bendita razón, para los cuales la lógica y los instintos naturales son siempre la última moda.

*  *  *

Un señor que usa el pseudónimo de Teniente veneno me pide que le dé mi opinión acerca de un libro de versos que me envía.

¡Veneno! ¡Teniente! Vamos despacio.

Deme usted palabra de que el espíritu de cuerpo nada tiene que ver con sus versos de usted, y hablaremos.

Pero, otra cosa.

Y si de veras no me gustan y usted se me enfada, ¡apenas va usted a criar bilis, señor Veneno!

*  *  *

De otro poeta más inofensivo y menos belicoso, me atreveré a hablar sin miedo: del simpático presbítero catalán, honra de su tierra, autor de la Atlántida y de Canigó, el muy piadoso e inspirado cantor cristiano, Mossén Jacinto Verdaguer.

Mientras ciertas gentes se obstinan en ponerle en cura, porque dicen que está loco, Verdaguer demuestra la serenidad de su espíritu publicando un nuevo poema: San Francesch.

¿Qué alma religiosa no estará enamorada del Cristo de la Edad Media? Verdaguer, en sus tribulaciones presentes, ha ido a buscar fortaleza y esperanza en el santo de la alegría, en el santo que juntó el genio religioso oriental, con su amor a todo, y el genio del cristianismo con su amor al Divino Espíritu.

Decía Renan, confidencialmente, que si Jesús y San Francisco no hubieran existido, sería una inmensa tristeza para el mundo ideal.

En nuestros días son muchos los espíritus religiosos que se han consagrado con ardor al estudio del santo ejemplo del héroe de la pobreza mística: el presbítero francés Le Monnier le dedica dos tomos de encantadora lectura, de prudente y noble y sencilla literatura embalsamada con el perfume de la unción más acendrada. Sabatier, el historiador tal vez nec varietur del sublime hijo de Asís, ha consagrado a la verdad de la vida de San Francisco inmenso caudal de erudición y sana crítica... nuestro Verdaguer ofrece hoy al santo un ramillete de violetas en pura poesía catalana.

*  *  *

Y acabo por hoy. Otro día hablaré de los estrenos en los teatros de Madrid y de otros libros que merecen, por lo menos, ser citados.




ArribaAbajo26 de diciembre, 1895

Dios les libre a ustedes de que don Eduardo de La Barra, erudito residente en Rosario de Santa Fe, les coja en un error, o en algo que a él se lo parezca. Pasarán dos, tres, cuatro años, y nada; pero, amigo, antes de que el error pueda prescribir por la prescriptio longissimi temporis, el Sr. de La Barra se presentará, no con el cuerno de Silva en Hernani, sino con un folleto que no le habrán querido publicar ni la persona a quien pretende defender, ni los editores; y que, después de los años mil, publicará él por su cuenta y riesgo, con la abnegación del que gasta dinero en un libro que no va a leer nadie, o casi nadie. Esto es lo que me ha pasado a mí con el Sr. La Barra; el cual, en una improvisada contestación en que hay citas de ochocientos autores, y que consta de 79 páginas en 4.° mayor, rebate tres o cuatro renglones que él asegura que yo publiqué en La Nación hace no sé, cuántos años. Si el señor La Barra se cierra de esa manera diciéndoselo él todo, y agotando la letra de molde para refutar... lo que no hay, ¿qué no escribiría si sus noticias respecto de lo que yo he dicho y dónde y cómo lo he dicho fueran exactas?

Asegura el Sr. de La Barra que Clarín, en uno de sus Paliques, en La Nación, dijo esto y lo otro.

Bueno; pues Clarín en su vida ha mandado Paliques a América, ni ha escrito palabra en La Nación, que no sabe a punto fijo qué periódico es, aunque supone que se trata de uno de Buenos Aires.

En rigor, con estas pocas palabras quedaba contestado el dactílico señor de La Barra.

Yo sólo escribo, en América, en Las Novedades de Nueva York. Hace muchos años envié algunas correspondencias -no paliques-, muy pocas, a un periódico de Buenos Aires... que no se llamaba La Nación. Y el Sr. La Barra copia de La Nación cosas que yo estoy seguro de no haber escrito, a lo menos como él las copia. ¿Qué quiere el Sr. La Barra que yo le haga?

Dice que digo ego en La Nación en un Palique: «Y aun de otra manera, menos natural e incompatible con las sílabas propias de las palabras». (¿Qué quiere decir eso de incompatible con las sílabas propias de las palabras? No lo entiendo. Yo no he escrito eso en mi vida.)


   «Y en los boscajes
de frescos laureles
Píndaro diole
sus ritmos preclaros



Versos alternados de cinco y siete sílabas, eso sí que son». Esto supone La Barra que digo yo, y enseñándome a sumar y a medir versos, me hace ver que 5 + 6 = 11 y que esos que yo llamo versos de siete son de seis sílabas. Todo eso estaría bien si yo hubiera escrito paliques en La Nación y hubiera escrito eso... Pero, ¡cómo no, Morena!

Si yo he dicho, en alguna otra parte, que esos eran versos de cinco y siete sílabas, y si he dicho que al separarlos de esta suerte había violencia del sentido, o cosa así (pero no eso de las sílabas incompatibles), habrá sido leyendo de esta manera:


   Y en los boscajes de
frescos laureles
Píndaro diole sus
ritmos preclaros.



Entonces sí, hay violencia al separar de de frescos, y sus de ritmos; y los versos son, en efecto, de siete (de seis, pero, por agudos, como de siete) y cinco sílabas.

El Sr. La Barra es muy erudito, aunque no tanto como pedante; pero es muy distraído. Y sobre todo tiene la manía del endecasílabo dactílico y ve versos de gaita gallega en todas partes. Por su distracción y por su manía sigue equivocándose de modo lamentable. Y se empeña en encontrar, en mis versos, endecasílabos dactílicos; pero como no tiene a mano versos míos (yo le aseguro que no hay uno solo de gaita gallega)... los busca en las que él llama mis víctimas o cosa así, y encuentra en Ferrari, en una cita que yo hago, el siguiente dactílico:


Vuestras agujas de cálido hielo.



Y levanta una catedral dactílica sobre este verso, sin reparar lo que cualquiera podría ver y verá; esto es, que aquí hay una errata. El Sr. Ferrari no ha dicho, ni yo le he censurado por eso, cálido hielo. El hielo cálido... se derrite, como los hallazgos del Sr. La Barra.

Ferrari escribió:


Vuestras agujas de calado hielo.



Y esto, en cuanto endecasílabo, no dactílico, no tiene tacha. Calado, no cálido. Y adiós dactílico.

Creo que con estos ejemplos basta para probar que este sabio señor La Barra, porque sabio lo es, se parece al que representaba Arderíus en Los Sobrinos del Capitán Grant; y no extrañaría yo que en sus distracciones, llegase don Eduardo, como el otro, a creer que él se llamaba Salvador Frascuelo. No menor chifladura es decir que yo he mandado paliques a La Nación.

*  *  *

Pero, ahora vamos por partes. En el capítulo primero de su folleto, el señor La Barra escribe este epígrafe: «Clarín niega que el endecasílabo dactílico sea verso, y menos verso castellano». -Por de pronto, eso no es verdad. En mi vida he hablado yo de endecasílabos dactílicos ni para negarlos ni para reconocer su existencia. Además, hay mala fe (sí, señor) en eso de añadir y menos verso castellano; con lo cual se da a entender que primero niego la existencia de ese endecasílabo, en general. Y no hay tal cosa, pues aun admitiendo que yo haya dicho que ciertos versos de Rubén Darío no eran verdaderos endecasílabos, es claro que me concretaba a la poética española. Pero el señor La Barra quiere lucir su erudición a mi costa abrumándome con citas de endecasílabos dactílicos de los países de medio mundo.

Mas ya que el señor ese me mete a mí en el ajo, allá voy; no a defender lo que él dice que dije donde yo no dije nada, ni las palabras que dice que dije y que yo no dije, aunque haya dicho algo.

¿Endecasílabos dactílicos? Bueno; pues ahora, por primera vez, digo que semejante nombre me parece impropio -aunque lo usen La Barra y Bello. El mismo señor La Barra, que demuestra, o quiere, que el mundo entero se equivoca, menos él, en materia de métrica, declara que los italianos no acaban de comprender la rítmica moderna porque se empeñan en buscarle analogías en Grecia y en Roma. Varias veces dice esto: que nada tiene que ver, y es verdad, el pie de medida grecolatino con el ritmo y metro modernos determinados por acentos y sílabas. Y esta es la verdad, la única teoría firme, la que sostienen todos los hombres de buen oído que tratan de estas cosas sin nomenclaturas pedantescas, inútiles, contradictorias, incongruentes. Habíamos quedado en que los conatos, de buenos y malos poetas, para hacer hexámetros y pentámetros, etc., etc., modernos, eran juegos extraños a las leyes del ritmo de nuestros idiomas. Los pies eran medidas de cuantidad prosódica, musical, hoy desaparecida; sílabas (siempre aisladas, si se les ha de conservar su carácter) y acentos son otra cosa, nada tienen que ver con el arsis (no arcis, señor La Barra) ni la tesis del metro antiguo. Es una arbitrariedad, un contrasentido, un no-pensamiento, como diría Spencer, insistir en distinguir los versos, que se miden por sílabas, con epítetos tomados de los pies griegos y latinos. Todos estamos conformes, y sin embargo seguimos hablando de pies dactílicos, yámbicos, anapésticos, etc., etc. No importa que la manía esté generalizadísima; que caiga en ella hombre tan despreocupado como Krause en su Estética. ¿Qué resulta de aquí? Medidas arbitrarias, combinaciones y cavilaciones muy eruditas y de suma paciencia, pero nada que tenga que ver con el oído, sus leyes y aplicación de estas al metro moderno. Y disputas en que nadie puede tener razón. Vamos a verlo enseguida. La métrica que tiene por base el pie para nada se cuida del número total de sílabas del verso. Un hexámetro, ¿cuántas sílabas tiene? Cojo a Horacio, a Virgilio y veo enseguida hexámetros de trece, catorce, quince, dieciséis sílabas. Endecasílabos y dactílicos son cantidades heterogéneas en las rítmicas; no es que se opongan, es que no tiene nada que ver una idea con otra; un dáctilo es un pie de tres sílabas, una larga, la primera, y dos breves... y nosotros no tenemos sílabas largas ni breves, en rigor, en el sentido de la cuantidad clásica. El asimilar el acento en que se carga la pronunciación a una larga y las otras sílabas a las breves es una arbitrariedad; una metáfora convertida en realidad rítmica por la pedantería tradicional.

¿Endecasílabo dactílico? Bueno; pues será un verso de once sílabas compuesto de dáctilos. Y no puede ser; once no es divisible por tres. Pero La Barra lo arregla así: primero tres dáctilos, y después dos sílabas que equivalen a tres porque la tercera haría esdrújulo el último pie, y tanto valen, para nuestro oído, tres sílabas de final esdrújulo como dos de final grave. Es verdad. Y como una de final agudo. (Por más que yo creo que en esto hay sus más y sus menos; escaso estudio del camino de refinamiento verdaderamente propio de la rítmica moderna.) Pero resulta, que donde positivamente no hay esdrújulo, el verso endecasílabo dactílico se hace con tres dáctilos y dos sílabas sueltas, la primera acentuada. Y ¿por qué esto? Pues porque al señor La Barra le sobran al final esas sílabas y no hay modo de hacerlas desaparecer.

En cambio La Barra se pone furioso con Menéndez y Pelayo y Milá y Fontanals, porque echan la cuenta (o escanden) de otra manera y llaman al verso de gaita gallega no dactílico sino anapéstico; porque en vez de dejar dos sílabas sueltas al fin dejan una de estas al principio, y en vez de ver en lo que sigue dáctilos (¯ ) ven anapestos ( ¯). ¿Por qué ha de ser más legítima la cuenta de La Barra que la de los dos sabios españoles? ¿Dejarían de resultar lo mismo acentuadas la sílaba 4.ª, 7.ª y 10.ª? Y ¿no es más perdonable dejar una sola sílaba al final que dejar dos? Si eso puede llamarse cesura (!) mejor lo será así.

Nosotros no tenemos anacrusi o sílaba inicial agregada al verso. Cierto; pero tampoco tenemos dáctilos, ni espondeos, porque estos son pies cuantitativos y La Barra reconoce que no hay entre nosotros cuantidad en la métrica. Todo tiene que ser arbitrario. Palabras, nombres exóticos y nada que tenga que ver con el ritmo y el metro modernos.

Tenemos que lo mismo puede ser el endecasílabo de gaita gallega dactílico que anapéstico. Bueno. Pues ahora me presento yo, profano, con mi descubrimiento, y digo:

El verso de gaita gallega no debe llamarse dactílico, sino con un nombre clásico, a saber: Tetrámetro cataléctico, compuesto de tres dáctilos y una sílaba. Aquí ya no sobran dos al final, ni una al final y otra al principio. Lee un francés y dice:


Inquit a | micus a | gér domi | .

O leo yo:


Y én los bos | cájes de | frésco lau | rél.

¡Pero esos versos no son de once sílabas! Es verdad, son de diez; pero ¿son o no de gaita gallega? Son agudos (leyendo dominó) y son de diez, pero en nuestro metro como si fueran de once, y así como el señor La Barra dice que la sílaba que le falta a su dactílico se suple por suponer el esdrújulo, que es de doce y se tiene por endecasílabo, con el mismo derecho digo yo que en mi sílaba única suelta final, se suple el grave o el esdrújulo, porque tanto valen diez sílabas en agudo, como once en grave, como doce en esdrújulo. Todos estos versos, para el que tenga oído, son de gaita gallega:


Tanto bailé con el ama del cú -(10 sílabas)
Tanto bailé con el ama del cura
Tanto bailé con el ama del cúrita.



Que le toquen al señor La Barra el tambor (que es el que señala mejor el ritmo) con la música que acompaña a los versos de gaita gallega, y ya notará que suena así:


tan, taran tan,
tarantán, tarantán



(parece que lo estoy oyendo) y eso es gaita gallega, en verso agudo; mejor que grave o esdrújulo. Por lo menos el agudo tiene tanto derecho como el grave a representar ese ritmo. Luego puede decirse que se descompone así:

-vv|-vv|-vv|-

y este es verso tetrámetro cataléctico, con tanto derecho como puede alegar La Barra para sostener esta forma:

-vv|-vv|-vv|-v

o esta otra también legítima:

-vv|-vv|-vv|-vv

(Tanto bailé | con el ama del diácono.)

Luego tenemos que usando de semejante nomenclatura, se puede decir: endecasílabo dactílico, anapéstico y tetrámetro cataléctico.

Pero ¿quiere el señor La Barra que le busque otro nombre para el verso de gaita gallega? Pues allá va. Según él, este verso latino, que, a guiarse por el acento, no es verso italiano según Murori (lo dice La Barra):


Reges in ipsos | imperium est Jovis



«es un endecasílabo dactílico, si al arcis (s) o acento nos atenemos». Pues si al arcis o arsis o acento nos atenemos, también será endecasílabo dactílico este verso:


Quando fla-gella li-gas ita-juga.



Aquí tenemos los tres dáctilos y dos sílabas que usted pide al verso de gaita gallega. Pues ese verso ya tiene nombre. Se llama falisco.

De modo que vaya usted contando: se puede decir dactílico, anapéstico, tetrámetro cataléctico y falisco; porque poco importa que las dos últimas sílabas en la métrica clásica sean un yambo o un pirriquio; a nosotros nos suenan a gaita gallega ¿verdad? Y sin embargo se trata de un yambo en que no podría cargarse el acento sobre la primera sílaba (10.ª del verso) o de un pirriquio que las tiene ambas breves. Pero como nada tiene que ver el acento nuestro con largas y breves griegas y latinas, ese falisco nos suena a gaita gallega, y lo es. Luego, ¿por qué, si a esas dos sílabas últimas, no podemos llamarlas yambo (y nos suenan bien a gaita gallega), llamamos dáctilos a las que preceden? Pura arbitrariedad.

Todo ese convencionalismo, ¿sabe el señor La Barra para lo que podría servir? Para una métrica dedicada a los sordomudos. Pero las personas de buen oído no necesitan, para percibir el ritmo de nuestros versos, de esas representaciones gráficas y nombres impropios, que son además de incongruentes inútiles para su objeto. Sea leal a la verdad el señor La Barra y contésteme a esto:

¿Es verso de gaita gallega este:


Dame el doblón-que lo quiere don Juán?



Sí. Sin duda. Pues no se puede escandir con la fórmula del señor La Barra:

-vv|-vv|-vv|-v

Hay que emplear esta otra:

-vv|-vv|-vv|-

y, según Menéndez y Pelayo, esta:

-|vv-|vv-|vv-

Dirá La Barra: eso no, que nosotros no tenemos anacrusis; pero tampoco tenemos cesura, en el sentido de sílaba sobrante; y menos cesuras de dos sílabas como él quiere.

Y ahora, otra cosa:

¿No suenan lo mismo y no pueden cantarse con la música de gaita gallega estos dos versos?


Y en los boscájes-de frescos lauréles
Y en los boscajes (de)-frescos laureles (de)



Supongamos, por un momento, que no hay tal verso endecasílabo con acento en 4.ª, 7.ª y 10.ª, sino que se trata de dos versos distintos en combinación... Pues tendremos que todo lo que sigue suena bien, a gaita gallega:



   Tanto bailé
con el ama del cura,
Tanto bailé
que me dio calentura.

    Tanto bailé
con el ama del diácono,
tanto bailé
que me puse perlático.

    Y en los boscajes
de frescos laureles
hacen encajes
los vates noveles.

    Y entre los místicos
dulces renglones
producen dísticos
muchos varones.

    odos son fáciles,
muchos son débiles,
unos son gráciles;
otros son flébiles.



Todo eso suena perfectamente a gaita gallega. Todo eso suena como el endecasílabo dactílico.

¿Por qué hemos de empeñarnos en que no sean versos verdaderos, uno cada uno, sino hemistiquios o no sé cómo llamarlos, de endecasílabos que suenan mal junto a los verdaderos endecasílabos? Fíjese el Sr. La Barra: ¿por qué los endecasílabos corrientes, correctos, aunque sean de diferente clase (de acento en 4.ª y 8.ª o de acento en 6.ª), suenan bien aunque vayan juntos, y el dactílico, con ellos, tira de espaldas? Ah, dirá La Barra; porque esos son yámbicos y éste dactílico. Pero si el ser yámbico en español no quiere decir nada, ni tampoco el ser dactílico; porque ¡en español no hay esas cosas! Abra La Barra el Diccionario de la Academia, de la cual es él individuo, y verá que el dáctilo es un pie de la poesía griega y de la latina... y nada más. Luego no lo es de la poesía española. Abra el Diccionario de Literatura, etc., de Vapereau, y busque lo que son versos dactílicos y verá que son derivados del hexámetro. ¿Se atreverá La Barra a decir que el endecasílabo de gaita gallega se deriva del hexámetro? No lo dirá, pues él mismo declara que la métrica clásica nada tiene que ver con la nuestra. Además, para que el endecasílabo gallego sea dactílico, hay que prescindir de dos sílabas que pueden hacer un troqueo y convierten el verso gallego en compuesto dactílico trocaico; y ya que el dactílico tiene además de dáctilos un troqueo, podemos seguir figurándonoslo como verso compuesto en otra forma. Veamos: en vez de dividirlo así como La Barra:

dáctilo dáctilo dáctilo troqueo
mientras no haya esdrújulo

figurémosnolo así:

troqueo yambo anapesto pirriquio troqueo

Esto es una ensalada más complicada, ya lo sé, absurda en griego y en latín... pero en español tan arbitraria e inofensiva como la de dáctilo y troqueo.

Por si no gusta podemos escoger esta otra:

troqueo anfíbraco íd. íd.

Es decir un verso compuesto de un troqueo y tres anfíbracos. ¿Qué menos tiene esta combinación que la de tres dáctilos y un troqueo? Todas son absurdas en español, pero tan lógica en lo absurdo esta como la de La Barra. Luego tengo otro nombre (y van mil) para el endecasílabo dactílico, a saber: anfíbraco-trocaico, o mejor trocaico-anfíbraco. Lo que hay es que da la casualidad (es natural) que los acentos en esta clase de versos están a una distancia entre sí que permite el engaño de hacer con ellos combinaciones de tres en tres sílabas para convertir nueve de estas en dáctilos (o en anfíbracos); como los llamados endecasílabos yámbicos tienen sus acentos colocados a tales distancias que permiten suponer divisiones de yambos... y de otras cosas, todo lo cual no significa nada en el metro y el ritmo castellanos.

¿Qué es dáctilo, señor La Barra? Coja usted el acreditado diccionario de Bouillet, v. gr., edición de 1896 (del año que viene) y verá que es... pie de la poesía griega y latina. Lo mismo que dice la Academia.

La inseguridad y arbitrariedad de tal sistema se ve en la experiencia: el Sr. La Barra que declara que las dos últimas sílabas son larga y breve tiene que declarar que le suena a gaita gallega el verso latino antes citado:


Quando flagella ligas ita juga,



y juga no es breve y larga, no es troqueo, ni puede servir de base a un dáctilo. ¿Por qué suena a gaita? Porque en español no hay largas y breves en el sentido clásico, hay acentos y nos es indiferente que ju en latín sea breve o larga.

Pero hay más: con todas sus reglas de escandir, el Sr. La Barra tiene por endecasílabo dactílico de gaita gallega, este verso italiano que él cita:


Guardemi enfin che venga la speranza,



que es un endecasílabo bueno, con los acentos en su sitio, yámbico como él diría. Pero claro, como el Sr. La Barra es profesor de métrica para sordo-mudos, en cuanto se equivoca al contar por los dedos largos y breves, ya no sabe distinguir yámbicos de dactílicos.


Guardemi enfin che vénga la speranza

no es verso de gaita gallega.

Pues bien, sí, los endecasílabos de 4.ª y 8.ª o de 6.ª suenan bien juntos, y el de 4.ª y 7.ª no puede alternar con ellos, como ellos entre sí, y esto no es por lo de yámbicos o no yámbicos, pues queda visto hasta la saciedad que eso es arbitrario, incongruente, tan irracional como sería el pensar que el carro, la osa que desde aquí parece un rectángulo y una especie de mango, en efecto, allá en el cielo conserva esa figura siempre y desde toda perspectiva; si queda visto que el acento y las sílabas son un sistema y el pie otro sistema, es claro que algo hay en los endecasílabos corrientes que los hace buenos, endecasílabos sustantivos, equivalentes en el ritmo nuestro; condiciones que no concurren en el arbitrario endecasílabo de gaita gallega, endecasílabo fracasado, embrionario, o combinación posible de diferentes versos de cuatro, cinco, seis o siete sílabas.

Yo he descompuesto en versos cortos el de gaita gallega; pruebe a hacer lo mismo el Sr. La Barra con los verdaderos endecasílabos y no podrá, sin absurda violencia; el de 4.ª y 8.ª se le rebelará en absoluto y algunos que en la 6.ª no sólo tienen acento principal sino fin de palabra podrán permitir esto, v. gr.:


   Como tanto dolor
ya le mataba,
a pesar de su amor
no renunciaba,



donde la violencia es menos aparente, pero existe, pues la pausa que exige el pasar de un verso a otro es aquí artificio ridículo, por nada natural; lo cual no se nota en los versos de gaita gallega de varias combinaciones (en versos cortos) de que más atrás van ejemplos. Lo que hace el Sr. La Barra con el endecasílabo de gaita gallega es lo que hacen ahora muchos con las seguidillas, reduciendo a uno los dos versos de siete y cinco que parecen como de doce... y no lo son:


   En el alto del puerto canta Marica:
una pulga se mata cuando nos pica.



El señor La Barra ha ido a buscar versos endecasílabos dactílicos a todas las literaturas del mundo viejo. Cuando los encuentra entre verdaderos endecasílabos, es porque se trata de versos malos, de endecasílabos defectuosos porque hay que pronunciarlos, para que suenen, sacrificando al acento el sentido. Donde encuentra versos así o parecidos es en los tiempos en que el endecasílabo empieza a formarse, a diferenciarse, a buscar su natural selección rítmica; entonces el verso de gaita gallega es un embrión, un ensayo defectuoso, un oscuro tanteo, ya sea que esté entre endecasílabos perfectos, ya entre otras formas también embrionarias, indefinidas, de que todavía no ha salido un ritmo dominante, genérico, más acabado y satisfactorio. Y cuando el señor La Barra busca el verso de gaita gallega aislado, o en estrofas de su misma y propia naturaleza, en literaturas populares, instintivas, ¿quién le dice que está bien escrito ese ritmo como él lo escribe? ¿No ha leído nada el señor La Barra respecto de la forma que realmente debieran tener ciertos ritmos provenzales, v. gr., que modernos eruditos dividen en sus elementos simples deshaciendo supuestos versos de muchas sílabas en otros más cortos? ¿No podría haber algo de esto en nuestro asunto? Por lo menos, ¿tan seguro está La Barra de su opinión, que cree que somos unos papanatas los que no admitimos, hoy, hecha ya la poética española, endecasílabos que suenen mal con los demás endecasílabos? Medir, todo se puede medir. El señor La Barra hace lo que aquel burgués que cita Odisse Perrot en su Filosofía de la Historia; el cual burgués tenía en vez de vara o metro, un paraguas, y decía que la Catedral de Colonia medía ciento y pico paraguas de altura, etc., etc. El verso de gaita gallega se puede medir como de once sílabas con dáctilos, anapestos, anfíbracos, etc. Se puede descomponer en variedad de versos cortos, pero de todas suertes está desechado como embrión abortado en todas las poéticas que tienen verdadero endecasílabo, sustantivo, orgánico, individual, de clases distintas, pero con leves comunes que bastan para su armonía.

*  *  *

Esto es lo que yo habré dicho; y por esto el señor La Barra escribe contra mí un folleto queriéndome ver en ridículo... sólo porque no mido, no escancio, con arreglo al paraguas eruditísimo de ese ilustre sabio perdido allá, en las llanuras argentinas...

Y el señor La Barra, después de tacharme de ligero, de ignorante, de escribir con precipitación, ¡tiene la candidez de declarar que lo mismo que yo han opinado los más ilustres críticos, los retóricos más insignes, los maestros más acreditados! Pues, hombre; si, como usted dice, lo general es creer lo que yo creo, ¿tan precipitado anduve si escribí, supongamos, después de consultar a todos los sabios... menos a usted? ¿O es que el señor La Barra piensa que se escribe de ligero y precipitadamente... hasta que se le consulta a él? ¡Pero, señor, si cuando yo dije eso, si algo dije, usted todavía no se había decidido a publicar por su cuenta ese folleto que no le querían los editores!

*  *  *

Fíjense ustedes: mi pecado es no reconocer la legitimidad del endecasílabo dactílico... y La Barra declara que desde Nebrija (1492) a Luzán (1737) nadie hace mención de tal verso, y cuando alguien presenta una muestra, es para decir, como Clarín, que no hay tal endecasílabo.

Pues entre los modernos pasa dos cuartos de lo mismo. Algunos, entre los autores, coinciden con Clarín en copiar versos de esa clase y negar que sean versos, a no ser violentando su pronunciación o descomponiéndolos en dos. Y allá va una lista de tratadistas, algunos insignes, todos respetables, que incurren, según La Barra, en el mismo error que, en mí, le parece risible ligereza. Copio de La Barra: Coll y Vehí, Amador de los Ríos, Gil y Zárate, Canalejas, Revilla, Campillo, Mundarra, Cascales, Maury, Milá y Fontanals (que tanto sabe de provenzal poesía y no cae en la cuenta de la gaita gallega provenzal), Menéndez y Pelayo, Rengifo (ya se ve que no sigo orden cronológico), el italiano Murari, los americanos Marroquín, Oyuela, F. Velarde... ¡y el mismísimo Benot, siquier La Barra le admire!

*  *  *

De donde resulta que nadie sabe una palabra más que el señor La Barra, que vive allá, en Rosario de Santa Fe, donde Cristo dio las tres voces.

Pues si usted tiene la sabiduría en el bolsillo, ¿cómo quiere usted que yo dé pie con bola? La graciosa manía del erudito argentino me recuerda cierta discusión del Ateneo viejo en que el señor Carulla, disputando con otros reaccionarios sobre cuál era la verdadera doctrina pontificia respecto de un punto teológico-político, gritaba: «La verdadera doctrina católica, apostólica, romana, no es esa; es la que consta en una carta que el Sumo Pontífice ha tenido la bondad de escribirme hace unos días, y que yo tengo aquí, en el bolsillo interior de la americana...».

*  *  *

Carulla no nos enseñó la carta del Papa.

La Barra, sí; nos ha dejado ver su folleto ¡por fin!, la palabra de sabiduría.

Y ya sabemos a qué atenernos.

Ya sabemos... lo que ya sabíamos antes: que, como dijo el sabio, pensar en la soledad, es pensar a medias; que el Sr. La Barra es un señor muy estudioso, lleno de datos, útiles unos, inútiles otros; que el Sr. La Barra tiene tiempo para llenarse el cuerpo de minucias de erudición empírica, desordenada; pero no tiene gusto, sólido criterio, prudencia... ni buen oído.

*  *  *

Y ahora... Apéndices, como diría el Sr. La Barra, que en tomando un tole no sabe dejarlo.

1.° Los versos de Moratín que La Barra cita como ejemplos de endecasílabo dactílico lo son, en efecto, pero nos prueban, algunos de ellos, cómo el poeta, sin darse cuenta acaso, aunque los escribe sin separar los hemistiquios, acaso los concibe y oye como versos cortos combinados, según lo antes dicho; porque dice:


 

Coro

 
   Suban al cerco-de Olimpo luciente
Eco doliente-lamentos y voces,
Lleguen veloces-al trono de Dios.



El lugar de los consonantes indica ahí que para Moratín la integridad individual de este endecasílabo no era cosa muy segura, y que, sin inconveniente, hubiese escrito este coro así:


Suban al cerco
de Olimpo luciente,
Eco doliente, etc., etc.



2.° El mismo Sr. La Barra reconoce la escasa hermosura rítmica de su defendido, en cuanto endecasílabo, cuando se contenta con reducirlo al triste papel de servir en combinación con otros ritmos (no serán los endecasílabos verdaderos) o sólo en composiciones cortas. Sí, por aquello de que de lo malo poco.

3.° El verso:


Y luego acude al que tengo entre manos



que La Barra cita como dactílico, no cumple con la regla que él dicta, pues el primer acento está en lué, segunda sílaba; y adiós la cuenta.

4.° El Sr. La Barra, que tan gustoso da lecciones de poética fantástica y pedantesca, debiera recibirlas de gramática castellana; pues no me parece muy... dactílico hablar así: «He observado que cuando recién se comienza a manejar...». No sé si este recién se comienza será fabla, pero lo que es castellano no lo es. Recién va siempre con participio pasivo, según la Academia. Y es verdad.

«Por eso es que el dáctilo, etc.». Tampoco esto es español. Peor sería «es por eso que el dáctilo»; pero, por eso es que también es bastante malo; es un galicismo disimulado por el hipérbaton, pero no es castellano. «Por eso el dáctilo» se dice en español.

Además el Sr. La Barra escribe muchas veces c por s y eso será muy jándalo o muy americano, pero no es propio de un erudito que aunque pronuncie mal debe saber escribir con ortografía. También por acá al hablar confundimos la b con v, pero no al escribir.

5.° Me dice el Sr. La Barra que si Rubén Darío no es poeta, ¿quién es poeta?

Pues, ¡hombre!... Homero.




ArribaAbajo16 de enero, 1896

Continúa la Academia dando a luz su colección de versos americanos, empresa más diplomática que literaria por lo que toca a la gran mayoría de los versos publicados; no en lo referente a los prólogos de historia y crítica que acompañan a la Antología, pues son éstos excelentes y muy instructivas piezas de fino gusto, de erudición segura. En fin, que su autor es Menéndez y Pelayo. La Academia ha hecho bien en escoger a este sabio para el fin de que los versos ultramarinos vayan precedidos de sustanciosos estudios; pero la diplomacia académica hubiera salido mejor parada acaso si el encargado de la ingrata e ímproba tarea hubiera sido persona de menos gusto, menos sinceridad y más anchas tragaderas estéticas.

Un Pantagruel crítico, de esos que acaso con la mayor buena fe alaban adefesios parecidos a los suyos, habría dejado más satisfechos a ciertos escritores de América (verdad es que no de los buenos y considerables) que se quejan ya de Menéndez por si excluye o si no excluye, por si alaba o no alaba. Tengo a la vista un periódico de Iquique en el cual un señor cree haber descubierto que Menéndez elogia a los poetas americanos todavía sometidos al Estado español, y se muestra más severo con los independientes.

Críe cuervos el Sr. Menéndez y Pelayo, aunque sea en el Parnaso, y ya verá si le sacan los ojos. Verdad es que más cuervos crió el Sr. Valera, a quien, yo no sé si porque sospechan que hablaba en broma a veces en sus Cartas Americanas, no agradecen muchos vates de América la miel de aquellas cuasi escandalosas alabanzas que tuvo el gran crítico para muchos sinsontes pintados de gorriones parisienses. Un señor Figueroa maltrata, casi en español, a Valera; dice que Pepita Jiménez no es tan hermosa (eso será en Iquique), y que el autor es... un ficcioso.

Ficcioso, así escribe, y no debe ser errata, en vez de faccioso, porque Valera faccioso no lo es.

Yo no sé lo que piden esos señores sudamericanos (hablo de los descontentos); Menéndez y Pelayo ha oído no pocas misas por tener a París, es decir, ha leído y ha puesto el V.° B.° a muchos versos que tenían que parecerle malos, sacrificando algo de la sinceridad a su carácter de representante, académico que busca amigos en el Nuevo Mundo para una corporación muy desacreditada en el viejo. ¿Qué más? El crítico ha tenido que acogerse a aquella clasificación del maestro de violín de un rey de Inglaterra, el cual maestro decía: Señor, hay, tres modos de tocar el violín, tocarlo bien, tocarlo mal y no saber tocarlo; V. M. ya ha progresado, y pertenece a la segunda clase de violinistas. Eso tiene que decir Menéndez: en este mismo tomo IV nos habla largo y tendido de poetas que él mismo califica de muy malos. Acá en Europa, de los poetas muy malos solemos decir, dejando la paráfrasis, que no son poetas. Y no es broma. Si no se quiere tomar la palabra poeta en el sentido de que lo es el que hace versos, sean como quiera, la mayor parte de los agraciados de la Antología están de sobra.

Lo que es una lástima, y casi casi lo que a mí más me importa, es ver a todo un Menéndez y Pelayo perdiendo el tiempo en leer tanta divina vulgaridad, tanta escoria literaria, y lo que es peor, gastando las fuerzas en averiguaciones biográficas y bibliográficas relativas a caballeros particulares que, una vez difuntos, no tienen derecho a más, por parte de las Musas, que al perdón y al olvido.

Y no se diga, porque no es argumento, que si muchos de esos señores y muchos de esos versos no merecen el trabajo ni el honor que se les consagra, desde el punto de vista estético, lo merecen por motivos arqueológicos, filológicos, históricos, antropológicos, sociológicos, etc., etc. No hay tal cosa. Si se tratara de poetas indígenas, anteriores al descubrimiento o a la conquista, de poetas que nos revelaran algo de la vida americana original, antigua, es claro que todas esas octavas y redondillas y versos libres y de libertinaje retórico tendrían grandísima importancia como documentos; pero no es eso; se trata de imitadores americanos de la poesía europea, de gente de poco ingenio que refleja mal, sin sentir ni pensar nada espontáneo, de su tierra, lo que lee de literaturas que nos sabemos de memoria y que son extrañas por completo a la vida natural de América; se trata en suma de poetastros como los de acá insignificantes, que con sus versos nada nos enseñan nuevo ni viejo. Las octavillas de un Sr. Fernández que en Buenos Aires imitó, allá el año 50, a Zorrilla, no tienen más mérito literario ni histórico que las octavillas del Sr. González, del riñón de Castilla, que también imitó al gran poeta. Todo eso es nada, polvo que se sacude. ¿Qué se diría del arqueólogo que guardara todas las espinas del pescado y las cáscaras de las ostras pensando en la importancia que tienen cáscaras y espinas en los kjokkenmodinges del Norte? Cuando el mismo Menéndez y Pelayo examina y copia restos de la poesía embrionaria de nuestra literatura española, trabaja en cosa muy seria y útil, pues aunque muchas veces esos restos venerables no tengan valor estético, lo tienen histórico; pero eso es otra cosa.

Es claro que el crítico no tiene la culpa (tiene la de haber admitido el encargo) de que en la Antología hispano-americana figuren tantas composiciones detestables, que parecen allí un coto redondo de caza para que un Valbuena se dé un gran día. La culpa es de la Academia que se habrá acogido a este lema: Non multum, sed multa es decir, no mucha poesía, muchos versos.

Pensando piadosamente, Menéndez habrá trabajado con esmero en los prólogos, y después Cheste, Cánovas o cualquiera habrá ido metiendo poetas, puede que hasta con recomendaciones.

No necesito decir, porque ya lo he dicho cien veces, que esto no es desdén de la literatura americana; que yo reconozco que hay en América y ha habido excelentes escritores, eruditos ejemplares y hasta muy buenos versificadores, y aun poetas de veras, aunque de éstos pocos y ninguno, ni uno solo, de los que pueden llamarse grandes poetas como a Víctor Hugo, a Byron, a Zorrilla, etc.

En esta Antología suelen entrar autores que nosotros colocamos entre los españoles de por acá; así, por ejemplo, Alarcón, el dramaturgo, en otro tomo, y Ventura de la Vega en este tomo IV. Con estos no va nada de lo dicho, porque, sea la que quiera su categoría, yo los miro como nuestros por razones que no hay que indicar siquiera.

Los poetas chilenos que comprende la Antología se llaman: Pedro de Oña, Mercedes Morín del Solar, Salvador Fuentes, Hermógenes Irisarri, Martín J. Lira, Domingo Arteaga.

De la República Argentina tenemos: Juan Cruz Varela, Florencio Varela, Ventura de la Vega (que nació allí y vivió aquí), Esteban Echeverría, Juan M. Gutiérrez, José Mármol, Olegario V. Andrade, Carlos Encina.

Del Uruguay son: Francisco Acuña, Bartolomé Hidalgo, Adolfo Berro y Alejandro Magariños.

De este Magariños, por ejemplo, no contiene la Antología más que una composición, que se titula «Ondas y nubes» y empieza así:


   Como esas ondas es nuestra vida,
Como esas nubes nuestra ilusión,
Y la esperanza, perla escondida
En lo más hondo del corazón,
Mientras el astro de amor las dora,
Mientras no brama recio huracán,
Hacia la playa tranquila ahora
Con dulce arrullo corriendo van.



¿Les parece a ustedes? ¿Es cosa del todo formal que un Menéndez y Pelayo tenga que decir transeat a esta letra para habaneras cursis?

Pero esperen ustedes, que ahora el cielo se encapota, como dice un personaje ridículo de Vital Aza:


   Pero si ruge furioso el viento,
Si oculta airado su disco el sol,
Ondas y nubes en un momento,
Su calma pierden y su arrebol.



Ya supongo yo que Menéndez clasificará a este Sr. Magariños entre los poetas muy malos, pero ello es que, fuera por intriga de Pidal, o de quien fuere, él figura en la Antología que nos ofrece la Academia para que sepamos lo que es canela, o por lo menos guayaba.

El Sr. Irisarri, de Chile, también figura con una sola composición, «La mujer adúltera», que comienza así (se trata de paráfrasis bíblicas):


   Con mirra y con aloes
Perfumé cuidadosa el lecho mío, etc., etc.
...
Hasta que dé la hora



(Qué poco oriental y bíblica es esa hora que da... algún reloj de campana, un poco prematuro.)


En que el día nos llame al sacrificio.
Hoy que el esposo se halla
Fuera de la ciudad y su recinto...



Claro, Sr. Irisarri; si está fuera de la ciudad... está fuera del recinto de la ciudad.


   De una azotea arriba
Así se oye sonar, y entre el sombrío
Ramaje de naranjos
La voz de una mujer que abre un postigo
Y a su amante da entrada,
Y lo cierra tras ambos de improviso.



Tan graciosa anfibología, hipérbaton tan violento, redundancia tan excusada y ripios tan inocentes no me parece a mí que están bien en una Antología.

El Sr. Menéndez, no sabiendo a veces qué elogiar, cita entre unas «octavas muy bien hechas» una que empieza así:


   Tiembla la hermosa cuando sola al lado
De su querido el corazón le late.



No es mi propósito andar a caza de ripios en este IV tomo de la Antología. Como lo copiado, y peor, hay mucho, muchísimo. Lo general aun allí donde hay cierta corrección, es la vulgaridad, los lugares comunes vestidos con las imágenes más traídas y llevadas. Es claro que no falta algo recomendable; pero la verdad es que aun en aquellos poetas de los contenidos en este tomo, que tienen mucha fama por esos mundos, se encuentra fárrago en abundancia, y no sería difícil demostrar en estudio detenido, serio y a conciencia que si no falta mérito a ciertas notabilidades que se nos quiere hacer admirar por una especie de prescripción de tradicional alabanza, todavía, en rigor, se trata de autores que no pueden ser igualados a los verdaderos grandes poetas.

*  *  *

La paz, la armonía que debe existir entre España y su América no puede consistir en un sistema de bombos mutuos. Las personas serias de Ultramar no podrán menos de reconocer con cuánta justicia nos negamos a colocar en el tratado de esta anhelada federación fraternal de todo lo español de todas partes, una cláusula en que se obligue nadie a admirar bellezas en que no cree, sin ofensa de alma nacida.

Por mi parte, y murmuren contra mí cuanto quieran los malos gacetilleros americanos (como hacen los de España), no haré con los escritores de allende el mar cosa distinta de lo que hago con mis compatriotas; así como no creo ser mal español por asegurar que tenemos poquísimos poetas verdaderos en la patria, no creo ser mal amigo de América por opinar que todavía hay por allá más escasez de Homeros. Y el que no me quiera así, que me deje.

Y para terminar, por ahora, y volviendo a la Antología: yo creo que la Academia hubiera hecho mejor reduciendo muchísimo la cantidad de su... Digesto poético, dejando a Menéndez y Pelayo hablarnos mucho de lo que tan bien habla, y escatimando el papel a los poetas, para permitirnos saborear las pocas docenas de poesías verdaderamente hermosas de la Antología, sin el cansancio y tedio de tener que buscarlas entre tanto caldo de agua chirle poética.




ArribaAbajo23 de enero, 1896

Si no he hablado antes de teatros, ha sido porque las circunstancias en que escribo, hacen que este género tenga que ser menos frecuentemente tratado en mis cartas que los demás, en que se juzga por la lectura. El teatro, el contemporáneo, no es así; necesita el que ha de juzgarlo ver representadas las obras de que quiera formar opinión; y como yo tardo, después de los estrenos, en tener ocasión de asistir a las representaciones hechas por buenas o medianas compañías, reservo mi opinión para cuando pueda darla en condiciones de suficiente conocimiento de lo juzgado. Por eso, v. gr., nada he dicho todavía a los lectores de Las Novedades, ni en otra parte alguna, del buen éxito conseguido por el drama Juan José, de Dicenta. No conozco la obra, no puedo juzgarla. No la he leído siquiera, porque tratándose de lo que espero ver pronto representado, prefiero empezar viendo a empezar leyendo. No sé si la obra es buena o no. Lo seguro es que ha gustado al público, no sólo al de Madrid, sino al de la mayor parte de las capitales de provincia, donde a estas horas Juan José se ha representado con unánime aceptación y aun entusiasmo. En la crítica ha habido igual conformidad para elogiar este drama. ¿Será bueno en efecto? Los indicios le son favorables. También es un hecho que ha sido hasta ahora el mejor éxito, con mucho, de esta temporada, tanto con referencia al teatro de la Comedia, donde le estrenaron las compañías combinadas de la Tubau y de Mario, como con referencia a los demás teatros de declamación, donde este año no ha habido, por ahora, un triunfo tan claro, franco y decidido como el de Juan José.

Con reducir mi cometido en este punto a ser mero cronista, a referir los hechos imparcialmente, no me comprometo, es claro, a favor del drama del Sr. Dicenta; pues lo que para este autor puede haber de halagüeño en lo que va dicho, es pura historia, no juicio mío. Pudiera resultar que a mí no me gustase obra tan generalmente elogiada, como v. gr., jamás me gustaron algunas del Sr. Cano (La Pasionaria, por ejemplo) que en su día entusiasmaron a los críticos y público aún más que el Juan José de Dicenta. A este es natural que, caso de ser así, de no gustarme su obra cuando la vea, le importe muy poco o nada; de modo que, por lo que toca a la enhorabuena, se la puedo dar desde luego, sin que haya en ello prejuicio.

El Estigma de Echegaray, representado por la compañía de la Guerrero en el Español, también fue triunfo, aunque no de tal unanimidad ni tan calurosamente celebrado. Sobre todo, los críticos y revisteros pusieron muchos reparos al drama, o como decía uno de ellos, el famoso Arimón, no lo aplaudieron sin condiciones. (!)

Tampoco conozco El Estigma. Según cuentan el argumento los revisteros, no me gusta; pero eso no prueba gran cosa, porque tampoco me gusta Juan José según me lo pintan esos mismos señores.

En el teatro Español ha habido otros estrenos de peores resultados, y no hay para qué recordarlos. En la Comedia también corrió borrasca... y se anegó una comedia de Sánchez Pérez, y no tardaron en seguir su suerte otra comedia de Gaspar y Velay de Leopoldo Cano, estrenada el último jueves.

De Voluntad, de Pérez Galdós, estrenada el viernes por la Guerrero y los suyos, dicen las agencias telegráficas (que ahora también son muy críticas, particularmente la de Mencheta) que obtuvo un éxito después de ciertas dudas, que el autor fue repetidas veces llamado a la escena al final del segundo y del tercer acto. Añade Mencheta (tan crítico como Arimón, después de todo, y de mejor estilo, más conciso, porque le cuesta más caro el hacer frases), añade que los amigos del autor defienden la obra con gran calor. Yo me atrevo a creer que no serán todos amigos del autor, sino amigos de su arte, los más; amigos de su talento y tendencias, lo cual es muy distinto. Otros (sigue Mencheta) encuentran la comedia inmoral (no dice si son enemigos).

Pues como esos otros sean las señoras de la aristocracia, abonadas a los días de moda, se ha divertido Galdós. Dese por contento con que le pongan a Voluntad en el Índice.

En fin, esperemos para juzgar por barruntos del éxito de Voluntad, a que hablen los periódicos.

Yo confío en que Urrecha en El Heraldo ha de procurar ser imparcial, pese a sus disgustillos con Galdós; y espero mucho del buen gusto y amplio criterio de Cavia que ahora escribe de teatros en El Imparcial, en vez de aquel Zeda tan serio y tan solemnemente ignorante que estaba profanando las respetables columnas del periódico de más circulación que hay en España.

Y si a ustedes les parece, vamos a hablar ya de otra cosa, porque esto de tratar de asuntos de crítica por referencias, francamente, no me parece muy airoso papel para quien, como yo, tiene sus pretensiones de poder juzgar por sí mismo.

*  *  *

Menéndez y Pelayo ha escrito un eruditísimo, largo y muy bien pensado prólogo para el cuarto tomo de la Antología de poetas hispano-americanos, que está publicando la Academia Española.

Comprende este volumen la poesía de Chile, la República Argentina y Uruguay; y a decir verdad, la elección de composiciones que se juzgaron dignas de figurar en la Antología, no debió de ser, a lo menos con toda libertad, cosa de Menéndez y Pelayo. Por donde quiera que se abra el libro no es difícil encontrar algo rematadamente malo, v. g. (pág. 432):


   Llegó el veintiséis de Mayo
Y siguieron las funciones
Como habían empezado.
El veintisiete lo mismo;
Un gentío temerario
Vino a la plaza...



Esto es, no de la Derrota de los Pedantes de Moratín, sino de un señor don Bartolomé Hidalgo, poeta, al parecer, del Uruguay.

En la página 297, que señalo al azar, leo:


   Dios, la patria, destino y amada
Son recuerdos constantes del alma
En las horas de paz y de calma
En que tocas del cielo el confín.
    En el alma el amor se dilata
Con más dulce verdad en su esencia,
Porque todo es amor la existencia
Cuando piensa un momento en su fin.



Tamaños disparates, con los demás que preceden y siguen, son de la exclusiva responsabilidad de don José Mármol, un poeta argentino que tiene mucha fama.

También la tiene don Esteban Echeverría, del mismo país, y de él son estos versos (pág. 200):


Niños y mujeres, llenos de conflicto
    Levantan el grito;
Sus almas conturba la tribulación;
Los unos pasmados, al peligro horrendo,
    Los otros huyendo,
Corren, gritan, llevan miedo y confusión.



Y después dice don Esteban:


   Horrible, horrible matanza
Hizo el cristiano aquel día;
Ni hembra, ni varón, ni cría
De aquella tribu quedó...



Y también es de Echeverría esto:


   Allí está. Silenciosa ella
Como tímida doncella
Besa su entreabierta boca,
Cual si dudara la toca
Por ver si respira aún.
    Entonces las ataduras
Que sus carnes roen duras
Corta, corta velozmente
Con su puñal obediente
Teñido en sangre común.



De don Olegario Víctor Andrade, vate argentino también, muy acreditado, es esto:


   Siempre al cambiar de rumbo en el desierto,
La caravana humana halla un poeta
Que espera en el dintel...



¡Sr. Andrade! ¿En el dintel de un nuevo rumbo del desierto? ¿Quién pone puertas al campo? Por lo visto el Sr. Andrade.

No puede ser que Menéndez y Pelayo haya escogido todos estos y otros infinitos desatinos para que representaran el ingenio americano en una antología poética. Yo me inclino a creer que Menéndez escribe los prólogos de la Antología y otros escogen los poetas privilegiados.

De todos modos es una lástima que la Academia, por un latitudinarismo muy mal entendido, haya hecho de una idea buena, cual era la de coleccionar algunos versos americanos para darles popularidad en España, una monstruosa colección en que los dislates y las más exuberantes manifestaciones del mal gusto ahogan lo poco bueno que aquí y allí puede encontrarse en estos abultados tomos de versos ultramarinos.

Irrítense cuanto quieran ciertos monos sabios de la prensa americana, no menos ignorantes ni mejor educados que los de por acá; pero digan ellos lo que dijeren, los verdaderos literatos americanos no podrán ver falta de cariño a América en esta franqueza con que yo condeno versos malísimos, que ellos también han de tener por tales, atrévanse o no a decirlo.

¡Y cómo no ha de ser así, cuando justamente uno de los mejores síntomas del progreso literario americano está en su discreta asimilación del pensamiento y el arte europeos contemporáneos, asimilación que engendra el gusto de las ideas y de los sinceros sentimientos y el aborrecimiento y desprecio de la gárrula oratoria pseudo-poética del nihilismo retórico de todos esos cantores, vates y bardos insulsos, deslavazados, tautológicos, incorrectos! Los cuales no sospechan siquiera lo ridículo de sus tanteos de expresión chabacana y pueril, donde lo único inteligible y humano es el ripio, porque a lo menos habla de las congojas y sudores positivos, ciertos, del autor.

Basta de farsas y de estúpidos convencionalismos. No llamemos, ni acá ni allá, poeta a quien no lo es, y busquemos el progreso de nuestras literaturas españolas, peninsulares y americanas, por caminos de mayor sinceridad, de mayor esfuerzo y naturales dificultades.

Cuanto más se quiera a América, cuanto más preocupe su porvenir, como cosa propia, al que de ella trate, más se buscará en la franqueza leal el remedio a lo defectuoso y el incentivo para el progreso. Una vez más repito que nadie puede, con razón, motejarme de enemigo de los americanos españoles por seguir, al hablar de sus letras, el mismo criterio que aplico a las de mi patria. También aquí pasa por poeta quien no lo es; también aquí la Academia premia novelas y odas detestables, y llama a su seno a escritores que no tienen gusto, ciencia, inspiración, ni saben gramática siquiera.

¡Ay!, sí, nuestra hermandad se demuestra más claramente que por nada por nuestros defectos: somos, los de allá y los de acá, la raza de los pronunciamientos, de los muchos generales y de los muchos versos malísimos. Derramamos, por un quítame allá esas pajas, nuestra sangre... y la vena poética.

Pero Dios mejora sus horas; y llegará día en que no nos sublevemos por cualquier cosa, ni se publiquen antologías académicas tan recargadas de desatinos y versos insignificantes.

*

Ya no hay tiempo para hablar en esta revista de Halma, la última novela de Galdós, que acaba de ponerse a la venta. Otro día hablaré así como del estreno de Voluntad y de varios libros que he recibido, v. gr. Júpiter, obra dramática del americano Sr. Gavidia, y un discurso notable del escritor sevillano Sr. Rodríguez Marín que, al ingresar en la Academia de aquella hermosa ciudad, disertó acerca de la literatura especial de los refranes, materia que domina con gran erudición y talento.




ArribaAbajo13 de febrero, 1896

Voy a comenzar recogiendo una alusión del muy discreto corresponsal de Las Novedades en Madrid; el cual, llamándome ilustre y todo, y reconociendo mi derecho a decir lo que piense de cierto drama de Echegaray, no deja de mostrar, por esta vez siquiera, que no en vano se es redactor de El Liberal. (Digo esto suponiendo que el autor de esa correspondencia es el que firma otras anteriores; si no es, claro es que todo lo que aquí se refiere a El Liberal, sobra.)

Por de pronto no extrañe ese señor que yo extrañe que, no acostumbrado él a decir palabra en sus cartas de crítica literaria, crea oportuna ocasión para hacerlo por vez primera la de declarar, como testigo de cargo, contra un drama de Echegaray que, según la crítica, no fue tan mal acogido como dice el testigo. Yo, en su caso, hubiera preferido aguardar, para ejercer el modesto empleo de testigo, a poder serlo de descargo.

No veo el porqué racional de portarse con cierta relativa malignidad respecto del Sr. Echegaray, cuando se es un gran admirador suyo, como el corresponsal viene a confesar. Hasta parece que quiere quitarle la esperanza, al poeta, de que su drama se venda, porque según el testigo (que aquí ya es erudito) ya Moratín dijo que los dramas que se silban en el teatro no se venden en las librerías. Ignoro si Moratín dijo eso así, con esa o parecida prosa, o si el testigo-crítico alude al conocido epigrama:


-Cayó a silbidos mi Filomena.
-Solemne tunda llevaste ayer.
-Cuando se imprima verán que es buena.
-¿Y qué cristiano la ha de leer?



Como el testigo acaba de aludirme, al decir eso, y es de El Liberal (supongamos), me parece que viene bien aquello de mentar la soga en casa del ahorcado. En El Liberal se ha hecho contra mí una campaña sin ejemplo, con motivo de mi ensayo dramático Teresa, recreándose una y otra vez el periódico madrileño en recordar la mala acogida que tuvo en el Español y negando la realidad de los hechos al sostener que en Barcelona no había obtenido muy buen éxito. Pues bien, eso de que un redactor de El Liberal me aluda y acto continuo diga que lo que se silba en el teatro no se vende en la librería... me huele a alusión. Y por si acaso, y sin ofensa de nadie, contesto: Que no hay regla sin excepción. Que esa Teresa silbada en el Español se vendió como pan bendito; y a los pocos días de salir a luz se agotó la primera edición, y se vendió que era un gusto la segunda. Además, aunque El Liberal no quiera, se representó Teresa en Barcelona con muy buen éxito, en Gerona, en Sevilla, en Cartagena con buen éxito también, y en Barcelona, otra vez, hace poco, tres noches seguidas se volvió a representar Teresa con grandes aplausos.

Estos son hechos, y se los cuento a El Liberal, que por lo visto quiere venir a molestarme hasta en Las Novedades de Nueva York ¿No le basta al Liberal con su inaudita campaña de omisiones e inexactitudes?

Yo no soy crítico ilustre, señor corresponsal; pero ya ve usted que, a lo menos, no se me puede meter el dedo en la boca. Repito que si no se trata de quien yo creo, de un redactor de El Liberal, retiro todo lo que no tendría ni sentido siquiera refiriéndose a quien no fuese compañero de Arimón y Moya.

*  *  *

Voluntad, de Galdós, se representó, y hubo contraste; pero la crítica, con valor y energía, recordó a parte del público, poco cortés, quién era el autor y lo que se le debía. Además, si he de juzgar por informes de personas de gusto y de reflexión, Voluntad es cosa buena, y en ella Galdós no abdica, no transige, no sigue el falso rumbo de algunas peligrosas tendencias de La de San Quintín, y persiste, suceda lo que quiera, en escribir drama según su natural inspiración se lo dicta, no pensando en efectos, en triunfos ni cosas por el estilo.

Si prepara Las hijas de Lot, que, según dicen, ya no se llamará así, sino La mujer de Lot. Este título me parece más propio pues, según la idea capital de la obra (que me explicó el autor, Sellés, hace meses), se trata de los que pretenden mirar atrás, volver hacia el pasado, en vez de avanzar, como, según Sellés y otros muchos, avanza el mundo. Dios quiera que La mujer de Lot, de Sellés, no necesite convertirse en estatua de sal... porque ya sea ella todo un alfalí... de sal ática.

*  *  *

También se representará en el Español Doña Perfecta, obra fundada en la novela de Galdós del mismo nombre. Galdós ya ha leído este drama a la compañía y parece que ha hecho muy buena impresión. Yo no soy de los que dicen que de una novela no se puede sacar un drama; lo que sí creo que es difícil y que unas veces se puede y otras no. De muchas novelas de Galdós opino que se podrían sacar comedias y dramas excelentes; pero convendría para ello que el público se acostumbrara (ayudándole la crítica) a pensar que la división en tres actos no conviene siempre, y que los cuadros cortos, y muchos, pueden para cierta clase de asuntos dramáticos ser convenientes y hasta necesarios. Además, aquí se convierte toda representación, sobre todo el estreno, en una especie de juicio oral, en que el autor parece reo y abogado a un tiempo, atento sólo a conseguir un veredicto y una sentencia favorables; y se va juzgando por actos y acumulando pruebas... y se quiere que todos acaben en punta. No hay calma, no hay espera ni por parte del autor ni por parte del público. O hay aplausos, entusiasmo, frenesí (!) o no; esta parece ser la cuestión, y no es esa. El arte no es puñalada de pícaro. Autor que sólo aspira a arrancar aplausos, a efectos escénicos, no puede llevar al teatro muchas cosas que son dramáticas, pero que no sirven para ese fin de conseguir a cada pocos minutos salva de aplausos. El aplauso, el bravo, lo arrancan cierta clase de bellezas a cierta clase de público; la atención, el silencio, el interés y deleite sosegados y reflexivos no valen menos como efecto en el espectador y son más útiles para que el poeta pueda llevar a las tablas muchas cosas que hoy se dejan a la novela y que en la escena también serían legítimas, si no se mirase al público como a un tirano y juez ignorante, preocupado, caprichoso, infantil e impresionable.

Para un público siempre menor de edad se tiende a escribir dramas que no pasarán a las futuras.

*  *  *

Magda, el drama famoso del alemán Sudermann, representado en francés por Sarah Bernhardt en Madrid, ha sido traducido, directamente del alemán en español, por un erudito y muy discreto literato y filólogo, don Pedro de Mujica, residente en Berlín hace muchos años. El autor, Sudermann, ha conferenciado largamente con el traductor, y se han iniciado gestiones para que sea la compañía de María Guerrero quien estrene el célebre drama en castellano.

Yo he leído la versión española y creo que se trata de un arreglo verdaderamente español; está en muy buen castellano sin perjuicio de la fidelidad esencial al texto. Opino también que Magda, más moderna por las ideas que por la forma, cabe perfectamente en los moldes a que nuestro público está acostumbrado, y que la Sra. Guerrero (señora desde ayer, pues es ya de Fernando Mendoza, primer galán de su compañía) hará muy bien el papel de protagonista. Ahora sólo falta que la inteligente y activísima actriz se decida a ensayar el drama.

*  *  *

Dejando ya el teatro, diré que hay grandes y buenas novedades en la novela. Como que dos maestros nos han dado sendas obras dignas de tales ingenios. Halma se titula el libro de Galdós y Juanita la larga el de Valera.

Halma es un episodio de la historia de Nazarín, algo así como una de aquellas narraciones intercaladas en el Quijote, v. gr. El curioso impertinente. Halma, la protagonista, es una mujer fuerte, espiritual, piadosa, desgraciada y valerosa, que se llega a creer mística y que merced a la perspicacia moral de Nazarín se convence de que su religiosidad es de un género compatible con la vida ordinaria y los dulces deberes del hogar en el matrimonio casto y fundado sobre la base de un amor humano, digno de que Dios lo bendiga.

En Halma el héroe Nazarín, que habíamos dejado preso en Madrid, tiene un papel poco activo, hasta el final, en que se prepara a nuevas aventuras, sin duda, allá en Alcalá de Henares, en cuyo presidio tiene a su Andare o a su María Magdalena. Mucho espero de las futuras gestas místicas de este famoso personaje ideado por Galdós y ya popular entre los aficionados a las letras.

De Juanita la larga no quiero hablar hoy, porque ya no hay espacio y merece capítulo aparte.

Sólo adelantaré que, para mi gusto, es una maravilla.




ArribaAbajo19 de marzo, 1896

Don Juan Valera es uno de los pocos escritores buenos de verdad que nos quedan; viejo ya, como ¡ay Dios!, lo van siendo los más entre los mejores. Así, está uno temblando por la pobre literatura española, ya tan desmedrada, y que a la vuelta de unos pocos años yo no sé en qué va a consistir. Aquí no tenemos ni siquiera esos 141 literatos jóvenes que en Francia prometen, bajo su palabra, ser las notabilidades del porvenir. Aquí, por no haber, no hay siquiera 141 fatuos que se dediquen a las letras. Hay esos y más fatuos; pero se dedican a otras cosas.

Cuando falten Valera, Campoamor, Balart, Castelar, ya viejos del todo, y Núñez de Arce, Galdós, Pereda, que no andan lejos de la vejez ¿qué va a ser de nosotros?

En Francia se nota ya esa generación de gran mérito desaparecida y reemplazada por otra de epigones mucho menos notables. Repásese, por ejemplo, la lista de los académicos de Francia, según es hoy, y compárese con la de hace quince años. ¡Qué pena! ¡Cuántos grandes nombres sustituidos por nombres medianos!

En nuestra Academia siempre ha habido muchas personas insignificantes, y hasta literatos ridículos, a veces; pero, al fin, años atrás sonaban siempre, para las sillas vacantes, nombres de veras ilustres. Ahora estos van escaseando, y entre candidatos dignos de respeto figuran otros que ¡válgame Dios!, ni para gacetilleros medianos sirven. En fin; dejémonos de tristezas, y hablemos ya de Juanita la larga, la novela de don Juan Valera, perla artística que para nada nos recuerda las ideas fúnebres ni anuncia desgracias.

Al contrario, parece inspirada por la diosa de la salud. Lo que es de Valera, no dirá Max Nordau, ni dirá Pompeyo Gener, que está loco o que padece de neurastenia. Salud de ideas, salud de ánimo, salud de corazón, salud de estilo, hasta salud física es lo que se transparenta en ese libro amable, profundo entre burlas y veras, siempre con alegría, intencionado sin malicia, al menos envenenada.

Juanita la larga, aunque agradará a toda clase de lectores, no será manjar igualmente exquisito para todos los paladares. Necesítase haber vivido algo, haber pensado bastante y hasta verse un poco fatigado por el ejercicio violento y nervioso a que al alma obliga la vida intelectual moderna, para sacarle toda la gracia que tiene a este libro de descanso, de refrigerio; para encontrar todo el placer que puede producir esta sombra poética a que nos cobijamos con gusto, después de sufrir en larga peregrinación los rayos de tanta luz como vierte el sol de la cultura contemporánea. Sí, tanto cavilar, tanto alambicar ideas y sentimientos y acciones es bueno, es día claro, es lo que debe ser la vida racional en esta tierra; pero con mucho sol se puede coger un buen dolor de cabeza: de fijo se coge con gusto un poco de sombra de árbol frondoso, en que cantan pájaros alegres y no falta mucha luz aunque entre de soslayo. El libro último de Valera es fresca sombra, en este sentido; tiene la luz de las ideas grandes, serias; pero entra oblicua; sobre la cabeza hay ruido de enramada y cantos de aves. Es obra de pensador, de hombre de su tiempo, de los más perspicaces y agudos y enterados de lo más importante y profundo; no es insípida distracción la lectura de Juanita; no es salir del arte en que alientan grandes ideas para descansar materialmente con lo frívolo, con lo baladí, como se va a un teatro por horas para olvidar filosofías. No es eso. Juanita es libro horaciano en el sentido de que pertenece a la alta poesía, es digna lectura de los más aristocráticos cerebros; pero alegra, reanima, es punto de reposo en la placidez digna; suave almohada para el pensamiento.      Naturalmente, los más de los lectores no lo ven desde este punto de vista, y los méritos que le encuentran son de otros quilates. En España, hasta la fecha, yo no he visto más artículos dedicados a Juanita la larga... que uno mío de El Imparcial, y otro, muy largo, muy serio y muy concienzudo del Sr. Baquero en La España Moderna. Si se fuera a juzgar por los periódicos, Juanita no había sido un buen éxito, un exitazo, como ahora se dice con glotonería de expresión, en frase muy propia de la grosera concupiscencia con que se mira todo desde el punto de vista del resultado, del provecho egoísta: ¡un exitazo!

Se han dedicado a Juanita los sueltos de ordenanza, los que parecen redactados por el editor; pero la prensa, la misma que tanto habla de tantas cosas insignificantes, se ha callado todos los elogios que libro y autor merecen.

*  *  *

Después de este ejemplo, hasta vergüenza me daría quejarme de suerte parecida que está teniendo mi libro Cuentos morales, alrededor del cual fomentan muchos la tan desacreditada, pero siempre vigente, conspiración del silencio. Si no se habla de Juanita la larga, ¡cómo atreverme a lamentar que nada se diga de mi humilde invención! Muchos de mis cuentos están traducidos en francés, en alemán, en inglés, etc.; pero yo he molestado con mi crítica a este o el otro Aristarco, y ¡vaya usted a pedir justicia por lo menos! Silencio y nada más.

La Sra. Pardo Bazán es jefe de esta escuela de venganzas a la cartujo. Me consta que cuando esta dama escribió una revista general de las letras españolas contemporáneas que había de publicarse en una popular revista francesa, no faltó quien le preguntase si entre los muchos escritores de que hablaba estaba Clarín. -No -dijo la Pardo-. Le reconozco tales y cuales méritos (la modestia no me permite decir aquí qué méritos eran esos) pero... después de pensarlo bien, me decido a no citar a Clarín. Me tiene muy ofendida. Me ha hecho esto y lo otro...

Este criterio, demasiado subjetivo, como ustedes ven, es el que siguen aquí muchos críticos y editores, sin sospechar acaso la enorme injusticia que cometen y lo mal que sirven al público que les paga.

Me parece mucho mejor mi sistema: yo, riña con quien riña, hablo siempre de todos los que merecen que se hable de ellos, unas veces para bien, otras para mal. No hace mucho defendí a la Sra. Pardo Bazán, cuando casi toda la prensa se burlaba de cierto artículo suyo; ahora tengo que censurarla porque, distraída, acaba de hablar del ilota borracho que... los romanos (!) ofrecían por ejemplo del vicio repugnante a sus hijos. Doña Emilia, con un género de metonimia inadmisible, toma a los romanos por los lacedemonios, y es útil para la república de las letras que se señale este error, aunque sea doloroso señalarlo.

Más hago yo. La Nouvelle Revue, de Mme. Ratazzi, me ha pedido una larga reseña de la literatura actual española. No se me ha ocurrido omitir el nombre de la Sra. Pardo Bazán; hablo de ella con los elogios y la amplitud que merece. Este sistema de la justicia es mejor, para la conciencia, para el público; y, cuando se tiene ciertos enemigos, hasta para el amor propio. Por estos botones podrán Uds. juzgar de nuestras costumbres literarias. Otro día pondré otros ejemplos no menos edificantes.

Vengan conspiraciones del silencio, que a mí no me falta desparpajo ni tribunas muy populares desde donde llamar al pan pan y al vino vino. Ellos a callar... y yo a decir lo que haga falta; veremos quién vence.

*  *  *

Pereda acaba de poner a la venta una corta novela titulada Pachín González. Su asunto se refiere a la terrible y célebre catástrofe del Machichaco, que tanto luto dejó a la noble Santander después del horror supremo del formidable estallido.

Pereda, cuando ocurrió la tremenda desgracia, estaba todavía como aletargado por el dolor de la catástrofe suya, la muerte de su hijo. Volvió el gran novelista y el gran padre a la vida, por el dolor ajeno, por la caridad. Le despertó la catástrofe del Machichaco; él mismo me lo escribió. Volvió al mundo para llorar por los demás.

Lo mejor que se puede decir de la noble y valiente Santander es que merece a su Pereda, de quien está tan legítimamente orgullosa.

No sé cómo tomarán los santanderinos la noticia de que Pereda va a avecindarse en Madrid. El Correo Español (en un artículo repugnante, por cierto) niega la noticia.

Si Pereda se hace vecino de Madrid, es seguro que él será el candidato universal para la vacante de la Academia Española.

No hay que confundir a Pereda con ciertos correligionarios suyos. ¿Qué culpa tiene él de que el órgano de Don Carlos, el citado Correo, con notoria oficiosidad importuna, al reconocer el hecho evidente de que tirios y troyanos admiramos al autor de Sotileza, arrime el ascua a la sardina reaccionaria y saque en consecuencia que Pereda es ya el rey absoluto de nuestra literatura, creador (!) de la lengua y que los literatos liberales, que son ludibrio y hazme-reír del vulgo, yacen en el arroyo?

¡Qué dirá Pereda cuando esto lea, y se ve que se alude, entre otros, sin duda a su hermano en letras Pérez Galdós a quien él quiere más que a todos sus fanáticos carlistas juntos!

Muchísimo vale Pereda, pero ni es rey, ni está solo, pues tiene a su lado a varios insignes maestros, algunos de los cuales, en cierto orden de facultades, le superan, aunque en otros conceptos nadie le ponga el pie delante.

Lo que hay, señores carlistas fanáticos, es que nosotros, imparciales, tolerantes, reconocemos el talento aunque esté en el campo contrario; y Uds. lo niegan dogmáticamente cuando no lo tienen en casa.

Para ese Eneas que así escribe (y además dice varios desatinos sobre estética) no puede haber ingenio sino debajo de una boina o de un solideo.

*  *  *

El año pasado varios autores de obras dramáticas (entre ellos el que escribe) tuvieron a bien discutir en la prensa las censuras de la critiquilla y la infalibilidad inadmisible del público de los estrenos.

Este año son los píos, felices, triunfadores, como Dicenta y Feliú, los que escriben artículos pro domo sua. Por lo visto también los que tienen exitazos... tienen resquemores.

El artículo de Dicenta no necesita comentarios. Es como aquellas explicaciones de los prestidigitadores que hacen al público confidente de sus artificios y le explican el intríngulis de algún juego de manos... de los fáciles. Y se reservan el secreto de los demás. Dicenta nos explica el secreto de triunfar como Juan José. Nos dice, y no dice más que eso, pero lo repite muchas veces, que toda la habilidad consiste en la verdad, en copiar la vida... vamos, en la verdad.

Algo más que la verdad (y algo menos) hay en Juan José. Acaso no falte quien explique el secreto de la prestidigitación, aun en la parte que Dicenta quiere que sea esotérica.

El artículo de Feliú, mucho más importante y variado, merece contestación y la tendrá; vaya si la tendrá.



Anterior Indice Siguiente