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La utilización del vulgarismo o del lenguaje de germanía es una práctica extendida entre los costumbristas románticos, como sería el caso de Estébanez Calderón o Mesonero Romanos. Salvo Larra, que en contadas ocasiones lo utiliza y casi siempre para corregir los defectos de dicción de los actores, el resto de los escritores los emplean para dar una mayor realidad al cuadro. Incluso algunos de ellos juegan con el vulgarismo para provocar la sonrisa del lector como en el caso de El Solitario en su artículo El asombro de los andaluces o Manolito Gázquez, perteneciente a las Escenas Andaluzas.

Esta modalidad aparece en la novela realista-naturalista. Recuérdense los casos de Galdós -Fortunata y Jacinta, Nazarín, Misericordia...-, Alarcón -El Niño de la Bola-, E. Pardo Bazán -Los pazos de Ulloa, La Madre Naturaleza, La tribuna-, Blasco Ibáñez -Cuentos valencianos, Cañas y barro, La barraca, Entre naranjos-. Incluso la crítica ha censurado en más de una ocasión a diferentes autores por no saber adecuar perfectamente la condición social del personaje con el uso de la lengua, como ocurriera con las novelas Pepita Jiménez o Juanita la Larga de Valera; así lo corroboran Montesinos o el mismo Baquero Goyanes.

Esta modalidad también se da en otros géneros literarios -sainetes y teatro costumbrista a lo Bretón de los Herreros-, pero tal vez sea más insistente en el cuento, artículo y novela. No olvidemos que el cuento escrito en verso, como El Diablo Mundo de Espronceda, ofrece un auténtico ejemplo de la utilización de este recurso. Recuérdense los consejos del tío Lucas a Adán y los diálogos protagonizados por Salada. (N. del A.)

 

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El de orden público, tomo I, p. 292. (N. del A.)

 

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Manuel Seco al referirse a los vulgarismos en su obra Arniches y el habla de Madrid, Madrid, Alfaguara, 1970, p. 143, realiza la siguiente precisión: «Lo vulgar es, con respecto a lo popular, sólo un componente caracterizador por la connotación inculta que el habitante medio descubre inmediatamente en la expresión de este tipo. El vulgarismo, pues, a diferencias del gitanismo o del argot, no representa un nivel social, sino un nivel cultural». (N. del A.)

 

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El gitanismo es otro de los ingredientes más frecuentemente utilizado en el habla popular madrileña. M. Seco en op. cit. p. 130, afirma que «el influjo cultural de lo gitano andaluz, atestiguado literariamente desde los tiempos de Cadalso y Jovellanos, abarca todo el siglo XIX y penetra aún vigoroso en el XX. La época de auge tal vez sea la de la Restauración». (N. del A.)

 

185

El guripa, tomo I, p. 183. (N. del A.)

 

186

El torero de afición, tomo I, p. 265. (N. del A.)

 

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Testimonios de esta influencia andaluza en la capital del reino se encuentran abundantemente en Los españoles pintados por sí mismos. Vid. por ejemplo, los artículos El alcalde de montería y La maja, de Fermín Caballero y Manuel de Santa Ana, respectivamente. (N. del A.)

 

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La niñera, tomo II, p. 61. (N. del A.)

 

189

El gorrista, tomo II, p. 68. (N. del A.)

 

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El editor, tomo I, p. 385. (N. del A.)