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Abajo

Comparecencias

María del Carmen Paiva



Portada



A los sencillos
A los auténticos
A los honestos



  —5→  

ArribaAbajoPrólogo

Como su título lo indica, estos poemas hacen comparecer a personas, amores perdidos, recuerdos y olvidos recuperados, a través de un coloquio personal que pretende preservar en la memoria momentos epifánicos, destellos de luz, en el crepúsculo de la vida.

En libros anteriores, María del Carmen ya había mostrado su inclinación «proustiana» a la reminiscencia, a la «búsqueda del tiempo perdido», en versos que evocaban su infancia, su familia, sus seres queridos. En esas obras, una visión otoñal -como en daguerrotipos de fotografías desteñidas- nos retrotraía a escenas de antaño, a paisajes oníricos, a épocas felices de la niñez.

Su gran capacidad introspectiva, su inmensa melancolía, contribuyen al logro de una poesía llena de sobreentendidos, de velos, de brumas, que ocultan la nostalgia por un amor perdido, por un tiempo irrecuperable -aunque la palabra lo reviva y lo traiga al presente fugaz.

La autora de Comparecencias no se resigna ante la ausencia y la aniquilación de estas memorias felices. A través de estas estrofas -impregnadas de perfumes y melodías secretas- ella acomete la inmensa tarea de reconstruir las ruinas de un pasado familiar asolado por la desidia del tiempo, corroído   —6→   por el implacable aliento de la muerte. Los seres amados se han ido, paulatinamente, dejando -como una herida- el hueco de su ausencia. Esta, sólo podrá ser llenada por el verbo creador de la escritora, que va cubriendo los vacíos, soñándolos, de nuevo, en este libro lleno de nostalgia y ternura.

Como muy acertadamente señala Renée Ferrer en una de sus reseñas, estamos ante una «Poesía de indagación en las incógnitas del ser, de enfrentamiento con la propia soledad y el autoconocimiento, de asunción de la libertad creadora y existencial...». En efecto, María del Carmen bucea en las profundidades de la conciencia y saca a luz, de manera sutil y discreta, las extrañas floraciones del inconsciente.

La autora asume, con romántica pasión, la deslumbrante experiencia del amor, con todo lo que éste trae aparejado: celos, tristeza, abandono, éxtasis. Con rara agudeza sicológica ausculta el corazón de la mujer y realiza una disección implacable. Los personajes que evoca la autora están como detenidos a orillas del río del tiempo como estatuas calcinadas por la fiebre del deseo postergado. Despiertan de su letargo gracias al lenguaje -casi coloquial- de este poemario que enaltece las letras femeninas del Paraguay.

Osvaldo González Real





  —7→  


ArribaAbajoLa vida


AbajoAntes
de esa urdimbre
resbaladiza, invisible,
ya te amaba;
de continuo,  5
en este extraño edén
donde te acaricio,
cómplice de tus cristales,
de tus lirios
y tus consecuencias.  10
Gratificada,
me envuelvo
con el lazo mojado y transparente
de la poesía.
—8→
Tus lágrimas  15
no me entristecen
cuando lloras por mí
(es mi homenaje).
Después de todo
lo que me has hecho sufrir,  20
a pesar de tu honor,
no queda otra decisión
que ser feliz.
Tú eres así.
Qué tanto afán.  25



  —9→  


ArribaAbajoSolemnidad del espejo


ArribaAbajo Improbable deshacerse
de aquellos hechos continuos
comprometidos, sin embargo,
al amparo de algún coraje.

Son parte  5
de aquellas extremas soledades,
cuando las lágrimas
se pulverizaban
antes del consentimiento.

La hermana de los astros,  10
con sus despeñadas plegarias
sobre el abismo del sol
y el ritual de la tristeza, irremediable.

Las huellas del amor
bajo los puentes.  15

La visión
reposa por igual.



  —10→  

ArribaAbajoAños pequeños

Pequeño semblante pasajero. Seis años. Multitud de sol entre las briznas enmarañadas. Hoy los labios rojos, y el andar con las muñecas esperando, ornada con el vestido de mamá, el de novia (porque no había otro) y el sombrerito rosa con tul de tía Delia. Las flores aplastadas al costado en la cabeza, frente al interminable paraíso familiar.



  —11→  

ArribaAbajoCondena injusta

No te inquietes, son cosas que suceden cuando niña: confiscada, a consecuencia de la amiga bruja de mamá, porque no consentiste que te peinara con esos estirones, a desgano.

Me gusta tu carita alterada. No aflojes, allí arrodillada frente al santo que te compadece. ¿Por qué tienes que pedir perdón? Sólo el deseo de jugar entre los árboles del patio, y con los primos, al otro lado de la verja. Soportas, mientras tus lágrimas permanecen guardadas.



  —12→  

ArribaAbajoLa niña

Atuendo de estrellas para los rulos, detrás del temblor del invierno, anhelando trasladarse más allá de la ventana, en una noche llena de bujías distantes.

En la mano crispada: una manzana, parecida a la luna de agosto, quieta y grana.

Fragancia de sábanas recién planchadas; el disgusto de la sopa; al otro lado, el viento y el instante de nunca más.

Heroína humillada por el tío que había malmirado, de broma no más.



  —13→  


ArribaAbajoLa casa de Maralú


ArribaAbajo Cielorraso de palomas,
polvareda de caireles.
Maralú en una campana
con el libro en los ojos,
los ojos en la ventana.  5
Angélica y sus anuncios sin demora
detrás de los pilares.

El corredor vacío, verde.
Y Guillermo en exilio,
con su señal crucificada  10
rodando por la cocina,
las barandas,
y los sillones de cretona.
—14→
En el techo,
tres rosas de yeso y las guirnaldas.  15
Debían ser cuatro,
aunque ellos eran cinco
(al quinto lo vi una vez, tan lejano). Pero eran sólo tres
desde el principio,
desde que yo recuerdo  20
o conjeturo.

Ahí tuve mi primer tajo
y se me llenó la cara de sangre
tibia, llena de llanto.
Yo salí con el dolor de allí,  25
junto con el coraje.



  —15→  

ArribaAbajoPrimer duelo

Candelas vacilantes, los lirios. Bajo el féretro, el piso pintado de cera, reflejando alguna memoria.

Hay que proseguir la costumbre frente a las ventanas, así como están ahora, con sus visillos de espaldas al sol. Afuera, el gorjeo inevitable, el follaje del verano en el ardor de los ojos, y el miedo inicial escondido en el vacío de mis manos.



  —16→  


ArribaAbajoA los nueve años


ArribaAbajoTodas las cosas
eran serias,
hasta las palabras predilectas
dedicadas a la noche
frente al largo insomnio  5
y a la soledad que flotaba
cuando solía transitar el tren
a medianoche,
antes de la canción del gallo,
cuando era terrible la oscuridad.  10

Y todavía es grave
la hora del silencio.



  —17→  

ArribaAbajoElma

Apoyada en la butaca. Las piernas bien formadas, inmóviles frente a la promesa de la atardecida. Frutas frías en la mesa, cubiertas con algodón en punto cruz. La luna, todavía no. Ya la tertulia de las cigarras y sus acertijos. Un picaflor perdido sobre la bomba de agua, y el pañuelo mojado de colonia, en la congoja de la muerte.

Elma, con sus cabellos negros, de lado, envolviendo las mejillas de nieve. De nieve también las piernas debajo de los lloros, y el comienzo de los lirios para siempre.



  —18→  

ArribaAbajoValentina y yo

Valentina, con la sombra de tus ojos al pie de la escalera y el corazón escondido en el sopor de la siesta.

Valentina mentirosa, me hiciste creer que el vestido de novia te aguardaba.

Te quedaste en la penumbra que te envolvía, y yo contigo para verte dormir. ¿Cómo soportaste, Valentina? Yo no pude. Sin embargo, ambas entibiamos en la mano un beso duradero. Tú el que no recibiste; yo, el que perdí.



  —19→  


ArribaAbajoEl refugio de Emma


ArribaAbajoFaroles apagados de los domingos,
temblándoles sin embargo,
las frágiles horas
de la tarde que se ahoga.
Una vasta, ligera bruma rojiza  5
las recoge.

Un poco tarde para Emma,
con las sombras en sus ojos.
¿Qué irá pensando,
mientras ondea la pollera  10
y se pierde
en penumbra
cegada de magnolias?



  —20→  


ArribaAbajoFuga


ArribaAbajo Una lejana radio
transmite el tedio de los domingos.
El cielo aparece inmutable,
naranjado el pastizal
donde se conmocionan mis sueños  5
y un poco de olvido.

Paseo sobre las losas que ayer
golpearon las lluvias,
mientras el pájaro hablador del vecino
reflexiona.  10

¿Ya no se escuchan esos lamentos,
siempre inesperados?
—21→

Desde el caracol, suena el mar.
Debajo del mar
elaboran los peces sus artimañas.  15
En el encrespado perfil,
las barcas.
Gravitan esmeraldas
distantes del mar.

¿Todavía esas quejas?  20

Ahora descansan.
Por las dudas,
busco en la hamaca
al que se irá pronto,
y duermo en sus brazos.  25



  —22→  


ArribaAbajoPaulina


ArribaAbajo En el sillón,
ante un balcón rosado,
con su falda de colores.
La casa de enfrente
exigua de techos y ventanas.  5
Algunas palomas
alteran a las brujas del invierno,
pero sin peligro,
porque es verano
y solo existe este olvido  10
con las puertas abiertas
y las historias sujetas
en el corazón contrito
y los labios desamparados.
Aun así,  15
ella está quieta;
no sé por qué, precisamente,
parece que reposa.



  —23→  


ArribaAbajoLa pruebera


Genoveva, semioculta
debajo del paraíso,
con su bata de lienzo
y su pollera larga.
El cigarro,  5
y sobre la mesa las cartas.
Los pendientes de oro
le colgaban hasta la garganta.
La nieta con la escoba
que nunca se gastaba.  10
Yo las observaba
desde el balcón de enfrente,
mientras gemía un soplo
de caliente resolana.
—24→

Nunca protestaron,  15
porque me esperaban.
Un día, una amiga y yo
las visitamos.
Mi amiga murió,
yo perdí lo que me gustaba.  20

La nieta continuó reuniendo
las hojas extenuadas,
y yo quería que las barajas
cayesen entre las llamas,
porque cuando entraba el sol,  25
solía encender fogatas.



  —25→  


ArribaAbajoCuando los vientos


ArribaAbajo Aquella estación de tristeza
me habitó de silencios
precipitados.
Algunas hojas con perfume todavía,
me resbalaban.  5
Crujían, acumulando polvo
en mis sandalias.
Sería otoño,
digo
por la nostalgia,  10
y por el fresco que subía de las hierbas
calladas.

Una cinta azul: voló,
y mi pañuelo de organza.
Los hubiera buscado  15
entre los gajos caídos,
entre las estatuas de las plazas,
y entre los ángeles escarlatas del ocaso,
pero ya era tarde:
alguna ensombrecida complacencia  20
me encandilaba.



  —26→  


ArribaAbajoLa impresión


ArribaAbajo Una queja
y un mesurado resplandor
emergen
desde la orilla de la puerta.

Creo que se peina,  5
y se coloca la peineta.
Explora tras el visillo
y llora,
llora de tristezas.

Cuando los relámpagos  10
le queman los ojos,
se detiene,
simplemente, en el retrato.

Al día siguiente,
cuando penetro,  15
sólo veo la cama,
una lámpara apagada
en la mesa de luz,
horquillas sobre el toilette
perfumado,  20
y una sombrilla apoyada
en la butaca.

Desde la fotografía,
la congoja
y esa especie de sonrisa  25
que ostentaba la tía Delia.



  —27→  

ArribaAbajoHéctor

Recuerdo sus ojos redondos, fijos, y su apuro por alcanzar las nupcias sin solemnidad.

Callado en el patio del tragaluz, con la boca perturbadora, indagando secretos sin encontrarlos. Frágil huésped, suspirando por algo que aún no sé.



  —28→  

ArribaAbajoJosé

¿Quién te liberta, José, de tu cautiverio? ¿El que se esconde dentro de ti, y no te permite admirar las estrellas ni los bordes de mis labios? Reposas tan ensimismado, que las aves en el atardecer hacen nido en tu alcoba solitaria, entre las fraguas de antaño que brillaban lentamente con la bala perdida que alguna vez casi te mató. Un aroma de lavanda se avecina, mientras tu hijo se baña en el cuarto de al lado.

Pareces una vieja fiera, tirado en la cama, sin que te alteren mis cercanías. ¿En qué piensas José, que hasta pareces cuajado?

Tomo un libro de Baudelaire y me retiro al jardín bajo la pérgola, y entre angustia y deleite permito que me invada la tarde.

Imagino cómo dejarte con ternura, mientras lagrimeo y te extraño anticipadamente.



  —29→  


ArribaAbajoLo perdido


ArribaAbajo Se te agrieta el entreseno;
sólo por un instante eres manantial.

Viejas sábanas absorben la sangre
       que viertes:
flores del desierto  5
que los vientos convierten en llamas.

Hierbas para tu cabellera de broquel
y un rojo violín sobre tu vientre de niebla
       callada.

Lejos, duerme una camelia entreabierta,  10
cerca del hombre que te amó
(¿quién te amó?).

Ya puedes extraer la daga
y observar las estrellas
que te cantan al otro lado del río.  15

Tal vez no sea tarde,
ahora
que estás liviana.



  —30→  

ArribaAbajoLa desnudez de la estatua

Se desbarataron aquellos atavíos, girando como neblina alrededor de una lámpara casta, turbada en su blancura. Talla recogida y ciega, testigos imaginables rayando infortunios en atardecidas de invierno, bajo las lluvias de una plaza desamparada, lejos del perfil de las ventanas. Desalojo del último cordón de la blusa, develando los senos oxidados y un hueco en el reflejo del primer acto.



  —31→  


ArribaAbajoRomance para nunca más


ArribaAbajo Cielos, que me gustabas.
Tus ojos sencillamente pardos,
la nuca,
los brazos,
y tu aliento de menta y pasto.  5
Más que todo eso,
cuando nos asomábamos,
el corazón que se te dilataba.
De pocas palabras,
a punto guardábamos tu simiente  10
para quien debías sembrar.

Aunque anduvimos solos
con el puro silencio de nuestras almas,
entre desvelo y juncos,
con el deseo en llamas  15
como las aves rojas que nos alborotaban,
no hicimos nada.
Y pensar que eras el hombre justo,
esencial en mi palabra.



  —32→  


ArribaAbajoFatiga


ArribaAbajo Todavía
aquellas vigilias
arropadas de miedo,
y el vacío ante los astros
en el ropero, destellando aparecidos.  5
La demora
y el inventario prohibido
que no me animaba a descifrar.

Aún deseo un talismán
contra los malos sueños,  10
que me obligan a llorar,
a fugarme por una rendija
a un sitio descollante, solar.



  —33→  


ArribaAbajoBrotes


ArribaAbajo Retorna nuevamente
la estación de los renuevos:
como si deslumbraran
por primera vez
los labios enardecidos,  5
poblando de pasión la medianoche.

Me imagino las alcobas
con el lento trajín
de los que ordenan los cajones
sacándoles polvo lejano.  10
Tal vez,
mañana yo lo haga.

Las flores
livianas, íntimas,
reposan  15
como ingrávido misterio
al sol
y a las sombras reservadas.



  —34→  

ArribaAbajoVoces de cámara

De pronto, como estoy acostumbrada al desabrigo del otoño, olvido escuchar lo que dicen las ramas despojadas.

Graves, huidizas violas transitan y un repetido, lejanísimo bajo se escapa del azafrán desbordado de la tarde.

Tumulto solitario de las plazas, me recuerda a un concierto de cuerdas.



  —35→  


ArribaAbajoSeguramente, sujetas


ArribaAbajo Debió haber sido un día feliz.
A veces los hombres traen canciones tristes,
las mujeres las reciben y las guardan en su
vientre sin confesar que lloran.
Sirven la sopa con una extraña ausencia.  5
Las imagino con un beso bajo la lluvia del
invierno, sólo como recompensa.
Tal vez, sucedió que fueron atrapadas por sí mismas.



  —36→  


ArribaAbajoCamposanto


ArribaAbajo Visité a Beatriz
a las once de la noche.
Reposé en las gradas
bajo la luna de enero.
Lejos, brillaban las hogueras del cielo.  5

Apenas nos separaba la muerte.



  —37→  


ArribaAbajoYendo a dormir


ArribaAbajo Las flores se destiñen
ante la vela que desciende
frente al espejo.
Las cremas de untar
junto a la brocha encarnada.  5
Los ojos languidecen,
la pollera se suelta.
Estrellas y reflejos de automóviles,
en otra parte.

Se apagan las tulipas,  10
el espejo,
la seda
y el sueño.



  —38→  


ArribaAbajoTe fuiste nomás


ArribaAbajo Aspiro la huella de tu despedida,
de tu incansable estar
en las cosas
guardándolas
detrás de algún obstáculo  5
hecho por ti
desde tu soledad.
Huele a lana celeste
un poco gastada
con reminiscencia de algún otro aroma.  10
Quedó el espacio;
allí, cualquiera pasa,
o nadie,
y la vigilancia de mis ojos
a veces se perturba.  15



  —39→  


ArribaAbajoGravedad


ArribaAbajo Ahora soy la tristeza.
Sobre mí la sinfonía muerta,
las hojas,
las flores,
los frutos caídos.  5

El ramaje de los árboles
conoce la desnudez del tiempo
como yo, desde hace tanto.

Nadie me calma y nada.
Las lágrimas nublan  10
a esta taza de café,
mientras el aroma se entrelaza
con un lejano organillo
que evoca
no sé qué.  15



  —40→  


ArribaAbajoLa otra boca


ArribaAbajo La pretensión
era permanecer contigo
en los arrozales de la tarde,
desgranando el amor
junto a aquel muro,  5
donde tu cuerpo me apretaba
y el esmero de tu boca
me complacía.

Me ocupaba, sin embargo,
el recuerdo de la otra boca  10
tan lejana y fría,
con su lazo de seda muerto
conspirando por encima del
tiempo.



  —41→  


ArribaAbajoBreve


ArribaAbajo Descuidamos
después de un ligero reposo,
los detalles:
los vestidos en la hierba,
el sol dentro del agua con los patos,  5
el abrazo que quedó suelto.

Es de día,
y el amor de día es más liviano,
con la brisa confortable
y la luz  10
esparciéndose por todas partes.



  —42→  


ArribaAbajoVespertinas


ArribaAbajo En aquellas horas carmesíes
alhajadas con figuras
de humo y lumbre
de celosías,
y en el aliento vago  5
de los bancos vacíos,
entre salmos dulces
y desgajos,
el orante se aquietaba
con la última palidez de las lámparas,  10
con el beso sordo de la madera solitaria,
y la campana
alta casi ausente.
En el fondo, la cruz
en la inmóvil penumbra  15
recibía sus plegarias.



  —43→  


ArribaAbajoAntes de quedarme dormida


ArribaAbajo Noche despejada.
Blando el cuerpo
y el alma distraída.

La santa sobre la tabla
implorando por mi impaciencia,  5
y el reloj de antes,
con señales de mis muertos.

Las telarañas
a un lado,
como mis deseos.  10
Nos acompañamos
mirando el techo
con el tedio de siempre,
sin alternativas,
revelando aparecidos.  15

La ventana está abierta,
por lo menos
para salvar el abandono
y para mirar el mismo cielo
de ángeles encubiertos.  20



  —44→  


ArribaAbajoEn el bar


ArribaAbajo Las manos
en las maracas,
dulces,
como los ojos.
Afuera, la oscuridad del mar  5
ensortija tiburones y estrellas,
copiando el ritmo
que sacude
las semillas pintadas
que cuelgan,  10
las calabazas de suerte,
los mangos fríos
en las losas blancas.
En su corazón,
la inocencia de las flores.  15

Qué lindo y ronco
cantas, Maybé,
esta noche en el bar,
en La Habana.

La Habana, agosto de 1996



  —45→  

ArribaAbajoCon Ignacio

Ignacio disimulado y veloz en tu trajín involuntario, como cuando buceas en el mar y en las calles de La Habana vieja, allá entre el humo de los cigarros y los fantasmas de la Catedral, más engañosos.

Cerveza o mojito para beber a la medianoche, y la espera del café final, muerto de sueño, empujando las estrellas maduras en el último retumbo del bongó.

Espuma de leche para María Fernanda en el brillo de tus ojos, Ignacio, pronto para volver.

Habana, agosto de 1996



  —46→  


ArribaAbajoEn el hospital


ArribaAbajo Una mujer se muere,
se muere en desventaja
porque es pobre,
sosteniendo el martirio
en los párpados de sombra,  5
empujando la pena
hasta donde más penetre.

Las plegarias de las internas,
que no miran,
se le aposentan como flores  10
para adornarle la dignidad.

Sostengo que ello es ruin,
porque este dolor huele a soledad,
a abandono,
a nada.  15

Los esqueletos de los árboles
más allá de la ventana,
abierta,
para que se escape el alma.

Nadie tuvo tiempo de abrazarla.  20



  —47→  


ArribaAbajoSachiko



1

ArribaAbajo Una mujer de Shikoku
se posa en una flor,
en la flor se detiene una mariposa.
La mariposa sorbe y vuela.


2

La mariposa que vuela  5
se muere en el río.
El río guarda el secreto.


3

Sachiko me mira.
Yo creo estar en un bosque con ella
a orillas del agua, bebiendo té.  10


4

El viento concluye
y se lleva a la mujer de Shikoku.
Yo me quedo
con el colibrí que revolotea
y con los lirios pálidos  15
en la tarde sin sol.



  —48→  


ArribaAbajoCerca del río Semida


ArribaAbajo El viento trae lágrimas
del Semida,
humedeciendo el follaje de los arces
que arrojan sedas rojizas.

Una mujer triste  5
descansa sobre una roca.
Allí se reúnen las hojas caídas.

Algo se detiene en su regazo;
lo abraza,
lo deja ir.  10

Es tiempo de la penumbra.

El viento se escucha.
No se escucha el paso triste de la mujer.



  —49→  


ArribaAbajoMis personajes


ArribaAbajo Déjalos en las páginas escogidas.
Ya les otorgaste cortesía,
y las más veces, amor.

Anda por las hierbabuenas
y por aguas consoladoras,  5
donde las luciérnagas
no significan soledad,
y las diamelas se renuevan
como corderos de luna
en el patio de tu casa.  10

Que ellos se queden
en el refugio del tiempo,
intocables,
en su cofre gastado
con olor a malva vieja  15
y moño azul.
A lo mejor
un día vienen a buscarte.



  —50→  


ArribaLibre


Arriba Más allá de mí,
ando como si estuviera
ya viva, después de la vida.
Desde el hondo corazón
hasta el alba más pura.  5





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