Como su
título lo indica, estos poemas hacen comparecer a personas,
amores perdidos, recuerdos y olvidos recuperados, a través
de un coloquio personal que pretende preservar en la memoria
momentos epifánicos, destellos de luz, en el
crepúsculo de la vida.
En libros
anteriores, María del Carmen ya había mostrado su
inclinación «proustiana» a la reminiscencia, a
la «búsqueda del tiempo perdido», en versos que
evocaban su infancia, su familia, sus seres queridos. En esas
obras, una visión otoñal -como en daguerrotipos de
fotografías desteñidas- nos retrotraía a
escenas de antaño, a paisajes oníricos, a
épocas felices de la niñez.
Su gran capacidad
introspectiva, su inmensa melancolía, contribuyen al logro
de una poesía llena de sobreentendidos, de velos, de brumas,
que ocultan la nostalgia por un amor perdido, por un tiempo
irrecuperable -aunque la palabra lo reviva y lo traiga al presente
fugaz.
La autora de
Comparecencias no se
resigna ante la ausencia y la aniquilación de estas memorias
felices. A través de estas estrofas -impregnadas de perfumes
y melodías secretas- ella acomete la inmensa tarea de
reconstruir las ruinas de un pasado familiar asolado por la desidia
del tiempo, corroído —6→
por el implacable aliento de la muerte. Los seres amados se
han ido, paulatinamente, dejando -como una herida- el hueco de su
ausencia. Esta, sólo podrá ser llenada por el verbo
creador de la escritora, que va cubriendo los vacíos,
soñándolos, de nuevo, en este libro lleno de
nostalgia y ternura.
Como muy
acertadamente señala Renée Ferrer en una de sus
reseñas, estamos ante una «Poesía de
indagación en las incógnitas del ser, de
enfrentamiento con la propia soledad y el autoconocimiento, de
asunción de la libertad creadora y existencial...». En
efecto, María del Carmen bucea en las profundidades de la
conciencia y saca a luz, de manera sutil y discreta, las
extrañas floraciones del inconsciente.
La autora asume,
con romántica pasión, la deslumbrante experiencia del
amor, con todo lo que éste trae aparejado: celos, tristeza,
abandono, éxtasis. Con rara agudeza sicológica
ausculta el corazón de la mujer y realiza una
disección implacable. Los personajes que evoca la autora
están como detenidos a orillas del río del tiempo
como estatuas calcinadas por la fiebre del deseo postergado.
Despiertan de su letargo gracias al lenguaje -casi coloquial- de
este poemario que enaltece las letras femeninas del Paraguay.
Osvaldo
González Real
—7→
La vida
Antes
de esa urdimbre
resbaladiza, invisible,
ya te amaba;
de continuo,
5
en este extraño
edén
donde te acaricio,
cómplice de tus
cristales,
de tus lirios
y tus consecuencias.
10
Gratificada,
me envuelvo
con el lazo mojado y
transparente
de la poesía.
—8→
Tus lágrimas
15
no me entristecen
cuando lloras por mí
(es mi homenaje).
Después de todo
lo que me has hecho sufrir,
20
a pesar de tu honor,
no queda otra decisión
que ser feliz.
Tú eres así.
Qué tanto afán.
25
—9→
Solemnidad del espejo
Improbable deshacerse
de aquellos hechos continuos
comprometidos, sin embargo,
al amparo de algún
coraje.
Son parte
5
de aquellas extremas
soledades,
cuando las lágrimas
se pulverizaban
antes del consentimiento.
La hermana de los astros,
10
con sus despeñadas
plegarias
sobre el abismo del sol
y el ritual de la tristeza,
irremediable.
Las huellas del amor
bajo los puentes.
15
La visión
reposa por igual.
—10→
Años pequeños
Pequeño semblante pasajero.
Seis años. Multitud de sol entre las briznas
enmarañadas. Hoy los labios rojos, y el andar con las
muñecas esperando, ornada con el vestido de mamá, el
de novia (porque no había otro) y el sombrerito rosa con tul
de tía Delia. Las flores aplastadas al costado en la cabeza,
frente al interminable paraíso familiar.
—11→
Condena injusta
No te inquietes, son cosas que
suceden cuando niña: confiscada, a consecuencia de la amiga
bruja de mamá, porque no consentiste que te peinara con esos
estirones, a desgano.
Me gusta tu carita alterada. No
aflojes, allí arrodillada frente al santo que te compadece.
¿Por qué tienes que pedir perdón? Sólo
el deseo de jugar entre los árboles del patio, y con los
primos, al otro lado de la verja. Soportas, mientras tus
lágrimas permanecen guardadas.
—12→
La niña
Atuendo de estrellas para los
rulos, detrás del temblor del invierno, anhelando
trasladarse más allá de la ventana, en una noche
llena de bujías distantes.
En la mano crispada: una manzana,
parecida a la luna de agosto, quieta y grana.
Fragancia de sábanas
recién planchadas; el disgusto de la sopa; al otro lado, el
viento y el instante de nunca más.
Heroína humillada por el
tío que había malmirado, de broma no más.
—13→
La casa de Maralú
Cielorraso de palomas,
polvareda de caireles.
Maralú en una campana
con el libro en los ojos,
los ojos en la ventana.
5
Angélica y sus anuncios sin
demora
detrás de los pilares.
El corredor vacío,
verde.
Y Guillermo en exilio,
con su señal
crucificada
10
rodando por la cocina,
las barandas,
y los sillones de cretona.
—14→
En el techo,
tres rosas de yeso y las
guirnaldas.
15
Debían ser cuatro,
aunque ellos eran cinco
(al quinto lo vi una vez, tan
lejano). Pero eran sólo tres
desde el principio,
desde que yo recuerdo
20
o conjeturo.
Ahí tuve mi primer tajo
y se me llenó la cara de
sangre
tibia, llena de llanto.
Yo salí con el dolor de
allí,
25
junto con el coraje.
—15→
Primer duelo
Candelas vacilantes, los lirios.
Bajo el féretro, el piso pintado de cera, reflejando alguna
memoria.
Hay que proseguir la costumbre
frente a las ventanas, así como están ahora, con sus
visillos de espaldas al sol. Afuera, el gorjeo inevitable, el
follaje del verano en el ardor de los ojos, y el miedo inicial
escondido en el vacío de mis manos.
—16→
A los nueve
años
Todas las cosas
eran serias,
hasta las palabras predilectas
dedicadas a la noche
frente al largo insomnio
5
y a la soledad que flotaba
cuando solía transitar el
tren
a medianoche,
antes de la canción del
gallo,
cuando era terrible la
oscuridad.
10
Y todavía es grave
la hora del silencio.
—17→
Elma
Apoyada en la butaca. Las piernas
bien formadas, inmóviles frente a la promesa de la
atardecida. Frutas frías en la mesa, cubiertas con
algodón en punto cruz. La luna, todavía no. Ya la
tertulia de las cigarras y sus acertijos. Un picaflor perdido sobre
la bomba de agua, y el pañuelo mojado de colonia, en la
congoja de la muerte.
Elma, con sus cabellos negros, de
lado, envolviendo las mejillas de nieve. De nieve también
las piernas debajo de los lloros, y el comienzo de los lirios para
siempre.
—18→
Valentina y yo
Valentina, con la sombra de tus
ojos al pie de la escalera y el corazón escondido en el
sopor de la siesta.
Valentina mentirosa, me hiciste
creer que el vestido de novia te aguardaba.
Te quedaste en la penumbra que te
envolvía, y yo contigo para verte dormir.
¿Cómo soportaste, Valentina? Yo no pude. Sin embargo,
ambas entibiamos en la mano un beso duradero. Tú el que no
recibiste; yo, el que perdí.
—19→
El
refugio de Emma
Faroles apagados de los
domingos,
temblándoles sin
embargo,
las frágiles horas
de la tarde que se ahoga.
Una vasta, ligera bruma rojiza
5
las recoge.
Un poco tarde para Emma,
con las sombras en sus ojos.
¿Qué irá
pensando,
mientras ondea la pollera
10
y se pierde
en penumbra
cegada de magnolias?
—20→
Fuga
Una lejana radio
transmite el tedio de los
domingos.
El cielo aparece inmutable,
naranjado el pastizal
donde se conmocionan mis
sueños
5
y un poco de olvido.
Paseo sobre las losas que ayer
golpearon las lluvias,
mientras el pájaro hablador
del vecino
reflexiona.
10
¿Ya no se escuchan esos
lamentos,
siempre inesperados?
—21→
Desde el caracol, suena el
mar.
Debajo del mar
elaboran los peces sus
artimañas.
15
En el encrespado perfil,
las barcas.
Gravitan esmeraldas
distantes del mar.
¿Todavía esas
quejas?
20
Ahora descansan.
Por las dudas,
busco en la hamaca
al que se irá pronto,
y duermo en sus brazos.
25
—22→
Paulina
En el sillón,
ante un balcón rosado,
con su falda de colores.
La casa de enfrente
exigua de techos y ventanas.
5
Algunas palomas
alteran a las brujas del
invierno,
pero sin peligro,
porque es verano
y solo existe este olvido
10
con las puertas abiertas
y las historias sujetas
en el corazón contrito
y los labios desamparados.
Aun así,
15
ella está quieta;
no sé por qué,
precisamente,
parece que reposa.
—23→
La
pruebera
Genoveva, semioculta
debajo del paraíso,
con su bata de lienzo
y su pollera larga.
El cigarro,
5
y sobre la mesa las cartas.
Los pendientes de oro
le colgaban hasta la garganta.
La nieta con la escoba
que nunca se gastaba.
10
Yo las observaba
desde el balcón de
enfrente,
mientras gemía un soplo
de caliente resolana.
—24→
Nunca protestaron,
15
porque me esperaban.
Un día, una amiga y yo
las visitamos.
Mi amiga murió,
yo perdí lo que me
gustaba.
20
La nieta continuó
reuniendo
las hojas extenuadas,
y yo quería que las
barajas
cayesen entre las llamas,
porque cuando entraba el sol,
25
solía encender fogatas.
—25→
Cuando los vientos
Aquella estación de
tristeza
me habitó de silencios
precipitados.
Algunas hojas con perfume
todavía,
me resbalaban.
5
Crujían, acumulando
polvo
en mis sandalias.
Sería otoño,
digo
por la nostalgia,
10
y por el fresco que subía de
las hierbas
calladas.
Una cinta azul: voló,
y mi pañuelo de
organza.
Los hubiera buscado
15
entre los gajos caídos,
entre las estatuas de las
plazas,
y entre los ángeles
escarlatas del ocaso,
pero ya era tarde:
alguna ensombrecida
complacencia
20
me encandilaba.
—26→
La
impresión
Una queja
y un mesurado resplandor
emergen
desde la orilla de la puerta.
Creo que se peina,
5
y se coloca la peineta.
Explora tras el visillo
y llora,
llora de tristezas.
Cuando los relámpagos
10
le queman los ojos,
se detiene,
simplemente, en el retrato.
Al día siguiente,
cuando penetro,
15
sólo veo la cama,
una lámpara apagada
en la mesa de luz,
horquillas sobre el toilette
perfumado,
20
y una sombrilla apoyada
en la butaca.
Desde la fotografía,
la congoja
y esa especie de sonrisa
25
que ostentaba la tía
Delia.
—27→
Héctor
Recuerdo sus ojos redondos, fijos,
y su apuro por alcanzar las nupcias sin solemnidad.
Callado en el patio del tragaluz,
con la boca perturbadora, indagando secretos sin encontrarlos.
Frágil huésped, suspirando por algo que aún no
sé.
—28→
José
¿Quién te liberta,
José, de tu cautiverio? ¿El que se esconde dentro de
ti, y no te permite admirar las estrellas ni los bordes de mis
labios? Reposas tan ensimismado, que las aves en el atardecer hacen
nido en tu alcoba solitaria, entre las fraguas de antaño que
brillaban lentamente con la bala perdida que alguna vez casi te
mató. Un aroma de lavanda se avecina, mientras tu hijo se
baña en el cuarto de al lado.
Pareces una vieja fiera, tirado en
la cama, sin que te alteren mis cercanías. ¿En
qué piensas José, que hasta pareces cuajado?
Tomo un libro de Baudelaire y me
retiro al jardín bajo la pérgola, y entre angustia y
deleite permito que me invada la tarde.
Imagino cómo dejarte con
ternura, mientras lagrimeo y te extraño anticipadamente.
—29→
Lo
perdido
Se te agrieta el entreseno;
sólo por un instante eres
manantial.
Viejas sábanas absorben la
sangre
que viertes:
flores del desierto
5
que los vientos convierten en
llamas.
Hierbas para tu cabellera de
broquel
y un rojo violín sobre tu
vientre de niebla
callada.
Lejos, duerme una camelia
entreabierta,
10
cerca del hombre que te
amó
(¿quién te
amó?).
Ya puedes extraer la daga
y observar las estrellas
que te cantan al otro lado del
río.
15
Tal vez no sea tarde,
ahora
que estás liviana.
—30→
La
desnudez de la estatua
Se desbarataron aquellos
atavíos, girando como neblina alrededor de una
lámpara casta, turbada en su blancura. Talla recogida y
ciega, testigos imaginables rayando infortunios en atardecidas de
invierno, bajo las lluvias de una plaza desamparada, lejos del
perfil de las ventanas. Desalojo del último cordón de
la blusa, develando los senos oxidados y un hueco en el reflejo del
primer acto.
—31→
Romance para nunca más
Cielos, que me gustabas.
Tus ojos sencillamente pardos,
la nuca,
los brazos,
y tu aliento de menta y pasto.
5
Más que todo eso,
cuando nos asomábamos,
el corazón que se te
dilataba.
De pocas palabras,
a punto guardábamos tu
simiente
10
para quien debías
sembrar.
Aunque anduvimos solos
con el puro silencio de nuestras
almas,
entre desvelo y juncos,
con el deseo en llamas
15
como las aves rojas que nos
alborotaban,
no hicimos nada.
Y pensar que eras el hombre
justo,
esencial en mi palabra.
—32→
Fatiga
Todavía
aquellas vigilias
arropadas de miedo,
y el vacío ante los
astros
en el ropero, destellando
aparecidos.
5
La demora
y el inventario prohibido
que no me animaba a descifrar.
Aún deseo un
talismán
contra los malos
sueños,
10
que me obligan a llorar,
a fugarme por una rendija
a un sitio descollante, solar.
—33→
Brotes
Retorna nuevamente
la estación de los
renuevos:
como si deslumbraran
por primera vez
los labios enardecidos,
5
poblando de pasión la
medianoche.
Me imagino las alcobas
con el lento trajín
de los que ordenan los cajones
sacándoles polvo
lejano.
10
Tal vez,
mañana yo lo haga.
Las flores
livianas, íntimas,
reposan
15
como ingrávido misterio
al sol
y a las sombras reservadas.
—34→
Voces de cámara
De pronto, como estoy acostumbrada
al desabrigo del otoño, olvido escuchar lo que dicen las
ramas despojadas.
Graves, huidizas violas transitan y
un repetido, lejanísimo bajo se escapa del azafrán
desbordado de la tarde.
Tumulto solitario de las plazas, me
recuerda a un concierto de cuerdas.
—35→
Seguramente, sujetas
Debió haber sido un
día feliz.
A veces los hombres traen canciones
tristes,
las mujeres las reciben y las
guardan en su
vientre sin confesar que
lloran.
Sirven la sopa con una
extraña ausencia.
5
Las imagino con un beso bajo la
lluvia del
invierno, sólo como
recompensa.
Tal vez, sucedió que fueron
atrapadas por sí mismas.
—36→
Camposanto
Visité a Beatriz
a las once de la noche.
Reposé en las gradas
bajo la luna de enero.
Lejos, brillaban las hogueras del
cielo.
5
Apenas nos separaba la muerte.
—37→
Yendo a dormir
Las flores se destiñen
ante la vela que desciende
frente al espejo.
Las cremas de untar
junto a la brocha encarnada.
5
Los ojos languidecen,
la pollera se suelta.
Estrellas y reflejos de
automóviles,
en otra parte.
Se apagan las tulipas,
10
el espejo,
la seda
y el sueño.
—38→
Te
fuiste nomás
Aspiro la huella de tu
despedida,
de tu incansable estar
en las cosas
guardándolas
detrás de algún
obstáculo
5
hecho por ti
desde tu soledad.
Huele a lana celeste
un poco gastada
con reminiscencia de algún
otro aroma.
10
Quedó el espacio;
allí, cualquiera pasa,
o nadie,
y la vigilancia de mis ojos
a veces se perturba.
15
—39→
Gravedad
Ahora soy la tristeza.
Sobre mí la sinfonía
muerta,
las hojas,
las flores,
los frutos caídos.
5
El ramaje de los
árboles
conoce la desnudez del tiempo
como yo, desde hace tanto.
Nadie me calma y nada.
Las lágrimas nublan
10
a esta taza de café,
mientras el aroma se entrelaza
con un lejano organillo
que evoca
no sé qué.
15
—40→
La
otra boca
La pretensión
era permanecer contigo
en los arrozales de la tarde,
desgranando el amor
junto a aquel muro,
5
donde tu cuerpo me apretaba
y el esmero de tu boca
me complacía.
Me ocupaba, sin embargo,
el recuerdo de la otra boca
10
tan lejana y fría,
con su lazo de seda muerto
conspirando por encima del
tiempo.
—41→
Breve
Descuidamos
después de un ligero
reposo,
los detalles:
los vestidos en la hierba,
el sol dentro del agua con los
patos,
5
el abrazo que quedó
suelto.
Es de día,
y el amor de día es
más liviano,
con la brisa confortable
y la luz
10
esparciéndose por todas
partes.
—42→
Vespertinas
En aquellas horas
carmesíes
alhajadas con figuras
de humo y lumbre
de celosías,
y en el aliento vago
5
de los bancos vacíos,
entre salmos dulces
y desgajos,
el orante se aquietaba
con la última palidez de las
lámparas,
10
con el beso sordo de la madera
solitaria,
y la campana
alta casi ausente.
En el fondo, la cruz
en la inmóvil penumbra
15
recibía sus plegarias.
—43→
Antes de quedarme dormida
Noche despejada.
Blando el cuerpo
y el alma distraída.
La santa sobre la tabla
implorando por mi impaciencia,
5
y el reloj de antes,
con señales de mis
muertos.
Las telarañas
a un lado,
como mis deseos.
10
Nos acompañamos
mirando el techo
con el tedio de siempre,
sin alternativas,
revelando aparecidos.
15
La ventana está
abierta,
por lo menos
para salvar el abandono
y para mirar el mismo cielo
de ángeles encubiertos.
20
—44→
En
el bar
Las manos
en las maracas,
dulces,
como los ojos.
Afuera, la oscuridad del mar
5
ensortija tiburones y
estrellas,
copiando el ritmo
que sacude
las semillas pintadas
que cuelgan,
10
las calabazas de suerte,
los mangos fríos
en las losas blancas.
En su corazón,
la inocencia de las flores.
15
Qué lindo y ronco
cantas, Maybé,
esta noche en el bar,
en La Habana.
La Habana, agosto de
1996
—45→
Con Ignacio
Ignacio disimulado y veloz en tu
trajín involuntario, como cuando buceas en el mar y en las
calles de La Habana vieja, allá entre el humo de los
cigarros y los fantasmas de la Catedral, más
engañosos.
Cerveza o mojito para beber a la
medianoche, y la espera del café final, muerto de
sueño, empujando las estrellas maduras en el último
retumbo del bongó.
Espuma de leche para María
Fernanda en el brillo de tus ojos, Ignacio, pronto para volver.