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Manuel Jesús Ortiz

Artículo sobre Manuel Jesús Ortiz

Por Januario Espinosa1

Lo conocí en 1908 en Chillán, como director del diario La Discusión, de gran prestigio y circulación en el sur de Chile. Desempeñaba al mismo tiempo el cargo de subdirector de la Escuela Normal de Preceptores. Vive fresca en mi recuerdo su figura: regular la estatura, un poco gordo, moreno, de apagados ojos pardos. En el primer instante, daba la apariencia del hombre terco y de pocas palabras; pero luego trascendía esa bondad que viene de lo más profundo, y que pone en realce un alma muy bien puesta. De todos modos, no respondía a lo que respecto a él mi imaginación se forjara, después de haber leído, a fines del siglo anterior, un artículo suyo de carácter humorístico premiado en un concurso abierto por La Ley, y un cuento: «El frutillar», pleno de gracia e ironía, publicado por Luis Ross en su Revista Nacional. Opaco y serio... no el hombre vivaz, chistoso, del tipo andaluz corriente. Ello no quitó que fuéramos amigos, y que yo colaborara más o menos asiduamente en un periódico. Años después -me lo refería él mismo- quiso enviar a don Carlos Silva Vildósola, director de El Mercurio, una carta sobre la penosa situación pecuniaria de los profesores primarios, que conocía muy de cerca, y al firmar con su nombre verdadero se detuvo en la «t» del apellido y lo convirtió en «Ortega». Entusiasmado por la carta, por lo bien escrita y por su buen humor no común, le pidió que siguiera escribiendo en el diario. Así nacieron las famosas Cartas de la aldea que El Mercurio dio en el mejor sitio, previo grandes elogios; y, las que reunidas en un libro, llevan tres ediciones. La tercera ha sido lanzada por Zig-Zag pocos días después de su muerte. El éxito rotundo de Cartas de la aldea le valió que la empresa de El Mercurio lo trajera como director de Las Últimas Noticias. Dentro de este cargo, hizo famoso su seudónimo de Bergerac. Al pie de artículos de crítica social y política, realizados con la misma gracia espontánea de sus Cartas. También publicó por aquel tiempo una novela: Pueblo chico, que venía a ser como una hermana de las Cartas de la aldea: personajes por el estilo, sometidos a un plan o a una coordinación. Pero resultaba inferior a estas, en donde el buen humor era más alto y la ironía más profunda. Cartas de la aldea es una obra en donde el criollismo alcanza esa gracia, ese realismo sin rebuscamiento de los mejores cuentos de Luis Durand, y todo en un lenguaje puro, modelo de corrección y sobriedad. Se había retirado Manuel J. Ortiz de Las Últimas Noticias hacía tal vez más de veinte años, guiado por el deseo de un descanso que merecía. Escribió un poco después, y luego se hizo el silencio alrededor de su persona. Ello se explica porque era un hombre excesivamente modesto, retraído, enemigo de bomba y teatralidades. Volvió a surgir su nombre cuando hace seis años se ofreció cincuenta mil pesos por un libro en el que se exaltara el patriotismo con una obra de carácter histórico, destinado a las escuelas. Triunfó con su libro Lecturas patrióticas. Luego, otra vez la sombra. Salió de ella para entrar en la definitiva. Pero su nombre resurge luminoso en la nueva edición que la editorial Zig-Zag acaba de entregar al público.

1. Las Últimas Noticias, 11 de febrero de 1946.

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