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De Maco a Maca. La metamorfosis emblemática de un personaje de Manuel Scorza

Diego Símini





Dentro de la narrativa del gran escritor peruano Manuel Scorza (1928-1983), cabe observar la presencia de un personaje impactante en lo que concierne distintos aspectos del imaginario erótico masculino. Se trata de Maca Albornoz, una mujer, educada hasta la adolescencia como un varón, quien descubre de manera repentina y brutal su naturaleza femenina. Esto ocurre en Cantar de Agapito Robles, cuarto episodio del ciclo andino La guerra silenciosa de Scorza.

Maca es una de las pocas mujeres que cobran protagonismo en el ciclo andino de Scorza. Las demás suelen tener una función importante en el desarrollo de los hechos, pero el autor no les otorga una presencia individual fuerte. Acaso la única otra excepción sea Pepita Montenegro, la mujer del juez Montenegro, que resulta casi más odiosa y repelente que su marido, en su codicia insaciable y en la perversión de sus relaciones con los campesinos de Pasco, considerados como animales. Por lo general, las mujeres de las novelas andinas de Scorza oscilan entre el freno a los hombres en su continua lucha por los derechos de las comunidades y la enorme capacidad de aguantar el sufrimiento debido a las largas ausencias causadas por el encarcelamiento (cuando no se trata de la muerte) de sus maridos. También se podría citar a doña Añada, la anciana ciega que en Cantar de Agapito Robles y en La tumba del relámpago va tejiendo en una multitud de ponchos los episodios del futuro y del pasado de las comunidades indígenas de Pasco, pero en realidad no tiene función de personaje sino de símbolo de la inmutabilidad de las condiciones de los oprimidos.

La única mujer pues que interviene activamente en la lucha de Agapito Robles es Maca Albornoz. En la estructura narrativa de Cantar de Agapito Robles podemos observar que los capítulos dedicados a la narración de su vida se alternan con los que utiliza el autor para contar las aventuras de Agapito y de los demás personajes de la novela (entre los que cabe recordar Cecilio Encarnación, «primer y último Serafín de los quechuas», (ver Sentís Maté, R.-González Soto, J. 1998). Este tipo de alternancia indica, tal y como ocurre en Redoble por Rancas (Acutis, C. 1974), que las series narrativas se complementan y están destinadas a unirse, como de hecho ocurre. Esta observación sólo quiere subrayar que la particularidad del personaje de Maca no implica una cesura estructural o narrativa de la novela, sino al revés, Maca es en cierta medida el anverso femenino de Agapito Robles, aunque casi no tengan nada que ver entre ellos.

Veamos cómo se nos presenta el personaje, en un capítulo (el segundo), titulado «De lo que pasó el día en que Maco Albornoz lamentó tener nombre»:

«Yo sé cómo llegó a Goyllarizquizga quien entonces no era Maca sino Maco Albornoz. Veinte años montaraces vivió entre sus hermanos, criada como varón. Y varón se creía hasta que los Albornoz apostaron quién robaría el ganado municipal de Goyllarizquizga. ¡Maco decidió llevárselo en pleno día! La jactancia lo perdió. El Cojo Domingo -¡un cojo!- lo enlazó cuando escapaba. [...] La verdad: el Cojo Domingo [...] obligó a Maco Albornoz a recorrer Goyllar cargando uno de los terneros que pretendía alzarse. A fustazo limpio lo forzaron a bajar, entre insultos y risotadas, por la callejuela central. [...] Lo olvidaron en el calabozo que Goyllarquizquizga acababa de inaugurar. Tres abigeos recibieron el cuerpo maltrecho del ladrón. Curándolo descubrieron lo que Maco, criado como varón, vestido como varón, altanero como varón, había olvidado: que era mujer. Se conoce los nombres de los afortunados cateadores. Se sabe que compartieron una noche inmortal. Se conoce el emplazamiento de sus tumbas».


(Scorza, M. 1984: 15-16)                


Cuando Maca sale de la cárcel, Maca reniega de su familia, se instala durante tres meses en la casa del mismo que la capturó, el Cojo Domingo, donde recibe «la flor y nata del puterío de Rancho Chico y Rancho Grande, los burdeles de Cerro de Pasco» (Scorza, M. 1984: 18). Luego, empieza su labor con el hacendado Migdonio de la Torre. Se juntan y ella lo va explotando, primero para mantener a los supervivientes del Gran Circo Romano, que cuenta con el burro sabio Arquímedes («el único burro que se ha negado a ocupar una cátedra en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos», Scorza, M. 1984: 28) y con el artista Simeón el Pedorro, capaz de disparar flatulencias en salvas abrumadoramente interminables.

El espectáculo del circo le resulta irresistible a don Migdonio, porque las ocurrencias de los artistas provocan la risa de Maca, «esa risa que sonaba como pedazo de arcoiris y que recordaré, lo juro, cuando juegue póker con Satanás» (Scorza, M. 1984: 28).

Maca llega a humillar a don Migdonio ordenándole que les sirva el desayuno con mandil a ella y a un propagandista médico, que ella indica como «ingeniero» sin admitir discusión. A partir de entonces va recogiendo a su alrededor a los desheredados de la zona (minusválidos, enanos…) y les atribuye los nombres de los próceres de la patria, en la línea de la desacralización del burro Arquímedes. Don Migdonio, igual que a continuación otros personajes (el profesor Solidoro Cisneros, el inspector Izquierdo…) alimentan esperanzas de casarse con ella, viajan a la ciudad para obsequiarle cosas que la convenzan y que sancionen el vínculo (anillos, ajuar y regalos en general) y cuando regresan, se encuentran invariablemente con la noticia del inminente casamiento de Maca, con otro. A partir del capítulo 11, sin embargo, los enamorados ya no tienen tiempo de formular planes de casamiento.

Recibe los favores de Maca Herón de los Ríos, quien mereció por mensajero:

«"Una maldita noche, Herón -que no era capaz de cruzar una batea vacía- desafió la tempestad y cruzó el lago para cumplir con las instrucciones de mi novia [relata don Migdonio]: entregó una carta al dueño de la Hacienda Jarria, y otra al hijo del dueño de la Hacienda Jarria. Los dos fueron citados -¡padre e hijo!- en la misma cama y a la misma hora del mismo día. Por eso se trompearon, y no por el asunto de la hipoteca. [...] Maca, pues, lo tuvo que recompensar". Al día siguiente, Herón pidió el divorcio a su mujer».


(Scorza, M. 1984: 79-80)                


A continuación, el escribano Santiago Pasión (nombre apropiado, sin duda), «único varón de la provincia inmune a sus encantos» es objeto de un asedio descarado y calcado en el modelo masculino: recibe diecisiete ramos de flores con notas perfumadas, Maca le canta una serenata (a raíz de la cual la mujer de Pasión «le rompe la frente de un florerazo»), hasta que consiguen vivir una noche de amor.

Más adelante, Maca demuestra un aplomo admirable:

«Escoltada por la bulla de su Estado Mayor fue a la tienda de Sobero. Sonriendo, rodeó el cuello del comerciante. Sobero sintió que con un pie pisaba el paraíso y con el otro el infierno. Sintió ruido de rosas abriéndose. Sintió que el río de la felicidad se mezclaba con el río del terror. Escuchó las mentadas de madre de su mujer que ante el espanto de sus clientes comenzó a derribar frascos y balanzas del mostrador. Ella, que en veinte años de matrimonio jamás había alzado la voz, bramaba sus "cómo te atreves, hijo de puta, a traer chuchumecas a mi casa. ¿No te basta con exhibirte con esta zorrina que dejará apestando el pueblo tres generaciones después de su partida? ¡Salgan ahora mismo o les rompo la cara a escupitajos!"».


(Scorza, M. 1984: 82-83)                


Y no deja de ser interesante notar que la propia mujer de Sobero utiliza un lenguaje y una visión típicamente masculinos (las «mentadas de madre», las amenazas soeces y materiales…).

Sobero también, como los demás hombres «víctimas» del encanto de Maca, explica, ante el juez Montenegro, lo ineluctable de la fascinación de Maca: «El hombre que no traiciona a su patria por pasar una noche con esa mujer, es un canalla, doctor» (Scorza, M. 1984: 87).

Hay un cruce narrativo muy ingenioso. El sargento Astocuri no puede evitar detener a Maca, que se ha presentado en la casa del doctor Montenegro, con quien también ha tenido un asunto, diciendo «¿Así que me engañas con tu mujer, no?» (Scorza, M. 1984: 97). Montenegro, ante la disyuntiva planteada por su esposa (provocada por Maca), se inclina por la legitimidad y ordena la prisión de Maca. Pero mientras tanto, el alférez Taramona va perdiendo al póker la paga de todos los guardias, quienes realizan una batida, incautan el dinero y detienen a los jugadores. Al volver al puesto de policía, el alférez encuentra a Maca detenida:

«-¿Cómo se ha atrevido usted a encarcelar a esta dama, sargento?

-La señorita Albornoz está acusada de desacato al Poder Judicial -tartamudeó Astocuri.

-Y ustedes y todos los hijos de puta de este pueblo están acusados de desacato a la Belleza. ¡Despejen, carajo!

[...] Despachó un guardia con la orden de traerle arroz con pato y músicos. La jarana creció con la tarde. A las seis mandó por champagne "La Fourie". A las siete ordenó a los guardias evacuar el Puesto. Sólo quedaron el alférez, Maca y sus generales. Y aquí se nublan las historias. Hay quienes predican que "deseando desnuda la verdad" y para facilitar el interrogatorio, el alférez desvistió a su prisionera. Hay quienes sostienen que "no teniendo nada que ocultar", quien se desvistió fue él. Lo indiscutible: aprovechando su estado adánico, Maca se apoderó del uniforme y escapó. [...] Días demoró Taramona en esclarecer la razón por la que su preso apareció uniformado en la sede de la 21.ª Comandancia para denunciar "el intento de seducción del jefe de Línea". El coronel Zapata cortó por lo sano: rompió el expediente e invitó a Maca a honrar el cumpleaños de su suegra. De lo que esa noche sucedió, hasta viejo se acordaría».

(Scorza, M. 1984: 100-101)                



En la novela, la rebelión de Agapito Robles es la más importante y estructura la narración. Sin embargo, la línea de episodios de Maca Albornoz, con su estela de desestabilización de las convenciones sociales y el vuelco de las situaciones (los amos que se transforman en criados, los desfavorecidos ven satisfechos todos sus deseos y cambian sus apodos infamantes con nombres altisonantes), contribuye a la visión de un mundo que podría ser distinto. De la misma forma aparece la curiosa figura de Cecilio Encarnación, el ángel de Pumacucho, líder de una rebelión mesiánico-indigenista, en que se mezclan elementos procedentes de la religión católica con creencias de redención indigenista y conceptos libertarios. Cecilio terminará derrotado y humillado, Maca desaparecerá porque seguirá un rumbo individual, pero ambos prefiguran la trayectoria de la rebelión indígena y se conectan con Agapito (Forgues, R. 1991: 100-101).

En lo que concierne al tema de esta comunicación, quisiera resaltar, entre las causas que impulsan al obispo de Huánuco a excomulgar a Cecilio, la siguiente:

«Que desconociendo la Ley Natural, sostiene que el hombre y la mujer son iguales y que, para demostrarlo, su perversión ha llegado al extremo de consagrar Obispo a una hembra».


(Scorza, M. 1984: 146)                


Cuando ya se lo llevan tras la derrota, Cecilio se dirige a Agapito guiñándole el ojo: «¡Sólo por la fuerza, Agapito!» (Scorza, M. 1984: 152).

Y esto enlaza con el capítulo 26 (cuyo título es significativo: «Que no necesita título»), el último en que aparece Maca. Se trata de una suerte de comunicación ideal que Maca le dirige a Agapito en que le revela que su actuación, humillar a los que humillan el pueblo («¡La alegría de haber pisoteado a los que pisoteaban!», Scorza, M. 1984: 180), enlaza con la estrategia de Agapito para recuperar las tierras comuneras usurpadas por los hacendados. En este caso también, hay un encuentro, silencioso, entre Maca y Agapito. Maca está de jarana con un hacendado y reconoce a Agapito en un falso vendedor de anilinas: «Pasé de largo, sin mirarte. [...] ¿Para qué contestarte la mirada? ¡Tú sabes bien que yo cumplí!» (Scorza, M. 1984: 180).

La figura de Maco/Maca Albornoz, pues, por su condición de supuesto hombre pasado a mujer, conoce muy bien la debilidad del hombre y la aprovecha para sus fines, que son volcar el mundo, como ella ha visto volcarse su identidad. Ensalza a los marginados, los locos, los enanos, los extraviados y humilla a los poderosos jugando con su vanidad. Mete el dedo en una sociedad ranciamente machista, en que las propias mujeres (las esposas ofendidas) son las que defienden el status quo. Encarna el ideal erótico masculino, la mujer bellísima que se entrega sin tapujos al placer y es capaz de dar placer como nadie. De la misma forma, tiene la inconstancia tópica de la mujer según el lugar común masculino. Pero su actuación, en ocasiones divertida transposición de los mecanismos puestos en marcha por los hombres, es un elemento de desestabilización de las bases mismas de una sociedad estamental y discriminatoria.

Es la otra cara de la rebelión urdida por Agapito Robles. Maca se presenta como un vendaval devastador en una situación inmóvil, como Agapito, inaferrable poncho multicolor que va recorriendo los Andes sin que nadie consiga saber a ciencia cierta dónde está. La metamorfosis de Maca es quizá la más llamativa y la más irónica de las que se hallan en el ciclo andino de Manuel Scorza, y su conducta la más cómica y sin duda la más efectiva en cuanto a trastornos aportados entre los poderosos.






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