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ArribaAbajoEl Reino de Dios es la verdadera riqueza del Hombre

17.º Domingo del Tiempo Ordinario
Domingo 30 de julio de 1978

I Reyes 3, 5. 7-12
Romanos 8, 28-30
Mateo 13, 33-57

Es el Domingo 17.º, dentro del año, y las lecturas son una continuación de los domingos anteriores. El Evangelio que marca la lectura principal sigue tomándose de ese precioso capítulo de San Mateo que se llama «Las Parábolas del Reino». Recordarán que desde hace tres domingos venimos comparando: el Reino de los Cielos se parece... Y nos ha dado oportunidad de ir comprendiendo a qué Reino pertenecemos. Es el centro de la predicación de Cristo; es un inmenso honor para la Comunidad Cristiana saber que, aunque se le interprete mal, no está haciendo otra cosa que asimilando individualmente y comunitariamente esa mística del Reino de los Cielos.

Tratemos de meditar ahora también, queridos hermanos, con esa limpieza de fe y de intención; y sepamos ser muy superiores a todas las suspicacias, a todos los miedos que esta Palabra de Dios suscita en el mundo. Es necesario que, si de verdad queremos ser cristianos, captemos   —92→   y tratemos de vivir todo lo que Cristo nos ha querido decir al convocarnos a este Reino. Os llamo para esto: no quiero un Evangelio mistificado, no quiero unos cristianos acomodaticios. El que no está con esto, no está conmigo. Es una actitud tajante que dice muy mal de aquellos que quieren que el Evangelio no suscite conflictos y dificultades, siendo así que vivimos una hora tan conflictiva y tan dificultosa. Es muy difícil andar como un águila huyéndole a los conflictos que la palabra de Dios debe de despertar, si de verdad se vive esa plenitud del Reino, esa consecuencia, esa lógica del que un día en el bautismo aceptó pertenecer a este Reino. Es el centro de la predicación de Cristo y marca las cualidades auténticas de la verdadera Iglesia.

Yo me alegro mucho, queridos hermanos, de que en esta hora en que el Reino de Dios sigue predicándose, hay muchas comunidades, hay muchos hombres y mujeres que tratan de reflexionar cada vez más a fondo y de vivir con verdadero sentido de fe estas orientaciones -que no son mías- son del Divino Maestro, a quien yo simplemente le estoy sirviendo de eco. En las parábolas de hoy, y en las otras dos lecturas que complementan, yo encuentro esta enseñanza, este perfil que nos quiere dar la palabra de Dios para este domingo. Lo titularía yo así: El Reino de Dios es la Verdadera Riqueza del Hombre. Y dividiría este pensamiento en estas tres ideas: 1.º) la verdadera riqueza; 2.º) Cristo personifica la verdadera riqueza y 3.º) el fracaso de la falsa riqueza.

En esta hora en que la riqueza se erige en ídolo, qué bien nos viene a nosotros pedir como Salomón en la primera lectura: «Dame sabiduría» para conocer la diferencia entre la verdadera y la falsa; para no estar adorando como idólatra una riqueza que sólo tiene pies de barro; y para ser el verdadero Dios y ambicionar, como hemos dicho en la oración de la misa de hoy, disfrutar la riqueza de la tierra en su valor relativo, pero sabiendo que el valor absoluto sólo lo tiene la verdadera riqueza que nos ha traído el verdadero rico: Cristo Nuestro Señor.

¿Cuál es la verdadera riqueza? A eso se refieren las dos bonitas parábolas, en que dice Cristo: el Reino de los cielos se parece a un hombre que encontró un tesoro en el campo y lo esconde, para ir a vender todo lo que tiene y comprar aquel campo que aparentemente no vale tanto, pero que para él, sí, porque ha descubierto un tesoro. Se trata de una cosa muy oriental, donde invadían continuamente ladrones; invasiones políticas. Los propietarios de una pequeña riqueza o grande riqueza, generalmente lo enterraban en vasijas y tenían que huir ante la invasión. Muchos no volvieron, y quedaban allí, en los campos del Medio Oriente, muchos tesoros escondidos. Entonces alguien, escarbando, encuentra una de esas vasijas, un tesoro, una olla llena de monedas de oro; tal vez otra cosa, pero que es un tesoro riquísimo, y él dice: lo escondo y voy a comprar este campo. Lo compra, naturalmente muy barato, y se ha hecho dueño   —93→   de un tesoro. Cristo no quiere justificar aquí la trampa, la mentira que se puede esconder en esta negociación, sino que nos quiere enseñar la diligencia que un hombre pone cuando ha encontrado un tesoro.

También, dice la parábola de la piedra preciosa: el Reino de los Cielos se parece al hombre que encuentra un mercader que le vende una piedra auténtica, preciosa, que es muy superior a todas las piedras que él tiene, y entonces sabe que puede vender todas sus piedras de aparente brillo o por lo menos no tan auténticas ni tan valiosas como la que le están ofreciendo, que vale mucho más. Y no le importa quedarse sin las piedras que andaba para conseguir esta otra que será una inmensa ganancia. ¿Qué nos está diciendo con esto el Señor?

Ya sin parábola, la primera lectura nos habla también de ese sentido de discernimiento entre lo verdadero y lo falso. Dios se les aparece en sueño a Salomón, el Rey más sabio: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Para un hombre en medio de la idolatría del poder y de la riqueza, la tentación hubiera sido: dame mucho oro, dame mucho poder, entrégame mis enemigos, que los domine a los pueblos, dame la vida larga. Yo me pregunto, hermanos, qué le hubiéramos pedido al Señor si en una de estas noches se hubiera presentado para decirnos: te voy a dar lo que me pidas. Aquí conocemos el criterio del hombre. Cuántos en nuestro tiempo pedirían más dinero, más poder. Ante la terrible tentación de un gobernante, Salomón hace honor a su padre David y eleva al Señor una preciosa oración: «Señor tú lo sabes todo. Me has constituido gobernante de este pueblo tan numeroso, tan difícil. Yo lo que te pido es un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir entre el mal y el bien; un corazón sabio e inteligente. Este es el mercader que aprecia la verdadera piedra preciosa. Este es el hombre prudente que encuentra el tesoro y lo pide.

Qué enseñanza más bella la del Evangelio de hoy. Discernimiento entre lo principal y lo que no vale tanto. Discernimiento entre el verdadero Dios de las riquezas y las falsas riquezas idolatradas por los hombres. Y entonces, la respuesta de Dios es preciosa: «Porque no me pediste vida larga, ni riquezas, ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición. Tu corazón será, de hoy en adelante, sabio e inteligente, no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti».

La enseñanza la lleva San Pablo en la segunda lectura de hoy a la verdadera riqueza del Reino. San Pablo, en este capítulo 8 que venimos leyendo desde hace tres domingos, nos está enseñando que la verdadera riqueza del corazón del hombre es la justificación y la glorificación, que el hombre, aun peregrinando en esta tierra, no vale sino porque Dios lo hace su hijo. Que si no fuera por esta redención, de la cual Dios, por la   —94→   cual Dios nos ha sacado del pecado y nos ha hecho agradables a él, hijos suyos; y después de esto, la vida eterna, el gozo en el Reino de Dios. El Reino de Dios en su fase definitiva. El Reino de Dios donde cada uno de nosotros -nos decía el domingo pasado la parábola del trigo y la cizaña- «va a fulgurar como sol en el Reino del Padre». Este destino eterno del hombre, esta vida sobrenatural del hombre llamado a ser hijo de Dios, esta justificación, esta es la verdadera riqueza del Reino de Dios.

Hermanos, yo quisiera que subrayáramos mucho esta gran enseñanza, porque la Iglesia no está en la tierra para privilegios, para apoyarse en el poder o en la riqueza, para congraciarse con los grandes del mundo. La Iglesia no está ni siquiera para erigir grandes templos materiales o monumentos; la Iglesia no está en la tierra para enseñar sabiduría de la tierra; la Iglesia es el Reino de Dios que nos está dando precisamente esto: la filiación divina. Grande, en el Reino de la Iglesia, es aquel que vive la santidad. Grande es aquel que, como Salomón, puede sentir un corazón muy sabio y muy unido con Dios. Grande solamente es el hombre o la mujer que se hacen, por su arrepentimiento, por su conversión, verdaderos hijos de Dios y pueden participar en la alegría de sus sacramentos, en la felicidad que solamente gozan las almas que ha conservado su inocencia, o si la han perdido, la han recuperado por la penitencia. Felicidad solamente la tiene el santo. Solamente es libre el verdaderamente santo. Solamente es libre el que no le tiene miedo a las cosas de la tierra, porque sólo tiene un temor: perder la amistad de Dios. Y conservar esa amistad de Dios, es su tesoro único. Le salen sobrando todas las otras amistades cuando Dios les dice: tú eres mi amigo, tú eres mi hijo; tú estas destinado, como coheredero con Cristo, para poseer mi Reino, mi felicidad. Yo mismo, le dijo a su amigo Abraham, yo seré tu recompensa.

Hermanos, no es utopía. Esta es la gran verdad que debería de llenar el corazón del hombre, cuando San Pablo nos ha dicho hoy, remontándose nuestra prehistoria: «Antes que tú existieras, Dios te amaba y te predestinó para hacerte semejante a Cristo. Y esa semejanza con Cristo, es la que justifica. Y en ese Cristo glorificado, tú también serás glorificado. Miren cómo la sabiduría de Dios abarca al hombre desde antes que existiera y más allá de su muerte. ¿Qué es la vida de esos pocos años cuando no la llena esta historia de Dios que me arropa con su amor?

Si uno se emociona cuando piensa: nueve meses antes de nacer, hubo una mujer que me amaba entrañablemente. No sabía como iba a ser yo, pero me amaba porque me llevaba en sus entrañas. Y cuando me dio a luz me abrazaba, porque no estaba estrenando el amor, ya lo concibió junto conmigo. La madre ama, y por eso es tan abominable el aborto, porque la madre que aborta no es fiel a ese amor que debe tener como Dios, en la eternidad, antes que nazca la criatura. Dios es la imagen bella de la madre embarazada. Dios me tenía en su seno y me amaba y me   —95→   destinó, y allá1 pensó en mis días y en mi muerte. Lo que me va a pasar ahora no me importa, ya Dios lo conoce. No tengamos miedo, hermanos, vivimos unas horas de difíciles vicisitudes. No sabemos si esta misma tarde estaremos presos o matados. No sabemos qué van a hacer con nosotros las fuerzas del mal. Pero una cosa sí sé, que aun a los desaparecidos, aun aquellos que son llorados en el misterio de un secuestro, Dios los conoce y los ama. Y si Dios permite esas desapariciones no es que porque él sea impotente. Él me ama, él sigue amando, él ama también nuestra historia y sabe por dónde van a salir los caminos de redención de nuestra patria.

No desconfiamos de esta gran verdad. Este es el verdadero tesoro del Reino de Dios: la esperanza, la fe, la oración, la fuerza íntima que me une con Dios. Esto pidamos, hermanos, siempre como Salomón: Señor, no me des riquezas; no me des vida larga o corta; no me des poderes en la tierra que embriagan a los hombres; no me des locuras de idolatría de los falsos ídolos de este mundo. Límpiame Señor mis intenciones y dame la verdadera sabiduría del discernimiento para distinguir entre el bien y el mal; dame la convicción que sentía San Pablo de sentirse amado.

Yo les invito, hermanos, no está en las lecturas de hoy, pero a continuación ya para terminar ese capítulo 8 de la Epístola a los Romanos, qué hermoso himno al amor. No dejen de saborearlo. ¿Quién nos separará del amor de Dios? Ni la muerte, ni el hambre, ni la espada, y podríamos añadir la larga serie de cosas que ahora están sucediendo. Nada nos puede separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Porque esto nos lleva a un gran problema que ha surgido en los siglos en nuestra teología. Es el gran problema de la predestinación.

La predestinación es esto que nos ha dicho San Pablo: Dios me llamó y me predestinó para ser semejante a su Hijo y ser glorificado con él. Esto quiere decir que no todos son predestinados. Esta es la triste verdad, cuando Cristo decía: «Muchos son los llamados y pocos los escogidos». Los seleccionados de los que ha dicho San Pablo hoy: «A los que amó, seleccionó». Queda la angustia en el corazón del hombre: ¿seré yo también de los que van a ser reprobados por Dios? Esta gran angustia se convirtió en un gran problema teológico: las grandes discusiones de la predestinación. Precisamente en los años del Concilio de Trento y posteriores, surgieron aquellos grandes movimientos de los grandes teólogos dominicos, jesuitas, distinguiendo y defendiendo corrientes diversas para tratar de coordinar estas dos grandes verdades que a nuestro entendimiento, son imposibles de coordinar: la gracia de Dios que me quiere salvar y la libertad del hombre que puede rechazar esa gracia de Dios. ¿Por qué se condenan siendo que Dios quiere salvarlos a todos? ¿Por qué se dice que Dios quiere salvar a todos si algunos se van a condenar?

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Hermanos, por lo menos quisiera sembrar en esta palabra, la inseguridad. Nadie debe sentirse seguro de ser un elegido. Todos tenemos que tomar, como nuestra, aquella gran recomendación de San Pedro: «Operad vuestra salvación con temor y temblor». Es falso lo que enseñaba Lutero, que una fe en mi salvación me dará la salvación. Si no obras bien, recuerda lo que dice Cristo: «El que me ama, guarda los mandamientos». Y recordemos sobre todo, lo que nos ha dicho San Pablo hoy para saber si vamos camino de la salvación o camino de la perdición: «Te escogió para que fueras semejante a Cristo». El hombre que se esfuerza por asemejarse a Jesucristo, va por buen camino. El hombre que rechaza a Cristo y a sus enseñanzas y a su Iglesia, si no se convierte, va por el mal camino.

Dentro de un rato les voy a señalar un conjunto de hechos de esta semana, para que ustedes mismos analicen, entre este conjunto de cosas que se realizan en nuestra historia, quiénes en este momento son predestinados y quiénes no podemos decir que son predestinados, a no ser que se conviertan a Dios. ¡Tengamos temor! Y aquí va un llamamiento a todos aquellos que quieren jugar con la Iglesia. Tomen en serio la palabra de la Iglesia. No es por dar miedo ni por imponerme en un falso respeto. Es que yo siento que no cumpliría mi deber, si no dijera que la predestinación es un misterio de incertidumbre; y que solamente lo puede resolver un gran sentido de amor y de comunidad, de justicia, de imitación a Jesucristo. Y que sería falsa seguridad si yo les dijera: sí, nos vamos a salvar todos. Vivamos como queramos, que ya en esta tierra, el Reino de Dios es precisamente el Cristo que nos está llamando. ¿Creen ustedes que hubiera muerto Cristo en las torturas de una cruz si no fuera tan serio el problema de la salvación? ¿Cómo vamos a mirar con indiferencia a un Redentor de los hombres a quien le cuesta tanta amargura y tanto dolor pagar el pecado de los hombres, y nosotros ser indiferentes al pecado en todas sus manifestaciones, sobre todo en las manifestaciones de injusticias sociales? ¿Cómo se va a reír de Dios el que es cómplice de estas injusticias y no trata de mejorar el país para que las imágenes de Cristo, los hombres llamados a parecerse a Cristo, se diferencien tanto, no entre predilectos de Dios y desechados de Dios, sino entre ricos y pobres, siendo así que no es ese el criterio de la verdadera sabiduría, sino el pensar como Dios piensa o el no pensar como Dios no piensa?

Por eso, hermanos, estos grandes problemas teológicos se resuelven en una cosa. Sería interesante repasar esas corrientes de opiniones teológicas que trataron de resolver el gran problema de la predestinación. Hoy, que se está haciendo la teología moderna, que está encontrando cauces nuevos apartándose un poco de lo tradicional, se llega a decir, por ejemplo, esto que ha dicho San Pablo sin tantas implicaciones teológicas modernas: «Dios predestinó a los que ama a parecerse a Cristo, primogénito entre muchos hermanos». Aquí encontramos una clave. Cristo es al mismo tiempo Dios y hombre. Como Dios es el que predestina o condena,   —97→   pero como hombre ha asumido la responsabilidad de todos los hombres, aunque sean grandes pecadores. Si se identifican con Cristo, se salvan; porque él ha pagado en su carne de hombre los pecados de todos los hombres y ha construido una gran comunidad que se llama su Iglesia, su Reino. El Reino de Dios se parece..., para decirnos que este gran problema les interesa algo o no, se puede resolver en esta otra pregunta: ¿estoy tratando de identificarme con ese Cristo y su comunidad, o estoy luchando contra esa comunidad y contra ese Cristo? Al fin y al cabo, Dios no condenará al que lo acepta; pero sí, rechaza al que lo rechaza.

Por eso el problema, en última instancia, está en nueva voluntad. Una voluntad que se llena de esperanza y abraza a Cristo y reconoce: Señor, aunque he sido un gran pecador, lávame con tu sangre, úneme a ti, a tu carne que pagó en la cruz mis pecados. Me incorporo a esta Iglesia donde hay peces buenos y peces malos, pero trataré de ser pez bueno. Esta es la gran esperanza de la salvación que el cristiano lleva. Tratar de asemejarse a Cristo Nuestro Señor.

Y aquí, hermanos, me da mucho gusto recordar una bella página del Concilio Vaticano II, cuando en la Constitución de la Iglesia en el Mundo Actual en el número 22, presenta a Cristo como la gran revelación del misterio del hombre: «Ningún hombre conoce su propia vocación, si no es conociendo a Cristo. Un hombre que no conoce a Cristo, ni trata de hacerlo suyo, es un hombre miope, es un hombre mutilado, es un hombre incompleto, es un hombre sin criterios de totalidad. Solamente la figura de Cristo que ya fue prefigurada en el primer Adán, pero que después de ese primer Adán, destruyó la imagen del hombre por el pecado, viene el segundo Adán: Jesucristo, Dios y hombre al mismo tiempo, para señalar al hombre cuál es su vocación integral, para que se recupere del pecado de Adán y se haga miembro de esta segunda generación. En verdad, en verdad te digo -le dice Cristo a Nicodemo- que no puedes entrar en el Reino de los cielos si no renaces de nuevo. ¿Cómo? -le dice Nicodemo- ¿cómo puede un hombre viejo meterse otra vez en el seno de su madre y nacer? «No te digo así, no lo entiendas materialmente, te estoy hablando de un renacimiento espiritual. El que no renace del agua y del espíritu; el que no hace suyo el espíritu de Cristo; el que no se incorpora a mi Reino, donde hay exigencias tremendas que yo pido para que pertenezcan a mi Reino, ése no puede ser salvo». O sea queridos hermanos, y en esto también llenémonos de alegría, que esta vocación del hombre en Cristo no solamente la tenemos los cristianos. Cuidando con sentir el orgullo de ser cristianos, nos pareceríamos a los israelitas cuando le decían a Cristo: «No nos regañes si somos hijos de Abraham». Y Cristo les decía: «Pero importa ser hijo de Abraham, porque Dios puede hacer hasta de las piedras hijos de Abraham; lo que interesa es la justicia de Dios.

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Así también, hermanos, no nos gloriemos de venir a la Iglesia, de ser cristianos, porque pensemos que fuera de los límites del cristianismo hay muchos hombres que tal vez adoran falsos dioses; pero con una conciencia tan moral y tan limpia que no hay duda que Cristo los está salvando. Yo recuerdo cuando en Roma estudiaba y el Papa Pío XI recibió a aquel gran filósofo y humanista, Mahatma Gandhi, envuelto en una sábana y con una cabrita por las calles de Roma. Y Pío XI dijo en un discurso esta expresión: «Hemos conocido a un santo pagano». ¡Qué bella expresión! En el paganismo hay santos. Tal vez más santos que en nuestra Iglesia Católica. Porque Cristo, que es la revelación del hombre, puede ser conocido y Mahatma Gandhi decía: ¿Cómo pueden los cristianos tener este libro tan bello, el Evangelio, y no vivir la gran revolución de la santificación y de la liberación del mundo?

No hacemos vida los que tenemos, conocemos a Cristo y no lo vivimos. Pero no hay otro camino, hermanos, y esta es la solución a esos grandes temores. ¿Me salvaré o me condenaré? No cavilemos tanto en eso, tratemos más bien de conocer mucho a Jesucristo y de pertenecer íntimamente a su Iglesia. Y en vez de combatirla, tratar de comprender sus lógicas consecuencias dolorosas; y no queramos hacer un cristianismo a nuestro gusto, no queramos domesticar el Evangelio; sino que nosotros domestiquémonos al Evangelio y tratemos de seguir al Cristo auténtico, si de veras queremos ser salvos. Porque con todas las idolatrías del poder y del dinero, muchos no entrarán en el Reino de los Cielos, porque no trataron de identificarse con el plan de Dios que en estos conociste. Me predestinó para hacerme semejante a Cristo y en él justificarme, y en él glorificarme para hacer una comunidad de hermanos, donde Cristo es el primogénito de muchos hermanos. Sintamos así nuestra Iglesia. Una comunidad de hermanos.

Y finalmente, queridos hermanos, ya ahora comprenden la belleza de esa palabra: queridos hermanos. Ojalá no sea una expresión hueca, sino que de verdad sintamos que todo prójimo es mi hermano; pero cuando lo miro a través de Cristo, mi hermano mayor, y trato de ser como Cristo para ser digno de ser llamado hermano y poder llamar hermanos a todos los hombres, sean ricos o sean pobres, porque a todos nos ama el Señor. Pero hay un problema, y este es mi tercer pensamiento. El fracaso de la falsa riqueza. Pobres idólatras de la falsa riqueza. Están adorando un ídolo con pies de barro. Y Jesucristo lo comparaba, en el Evangelio de hoy, con la pesa que tira con la atarraya en el mar y saca peces buenos y malos; y en la orilla los pescadores escogen los peces que valen la pena para llevárselos y comer o vender, y lo que no vale la pena, tirarlo al horno, dice Cristo. Es lo mismo del trigo y la cizaña. Para que no nos extrañemos de que en esta red de la Iglesia, pescadora de hombres, hay muchos peces buenos, ¡gracias a Dios!, pero también hay muchos cristianos   —99→   que se pueden comparar con los peces malos que serán tirado al horno en la hora de la selección.

El problema de la predestinación, es un problema de acogida o de rechazo al Reino de Dios predicado por Cristo. Vivimos una hora de lucha entre la verdad y la mentira; entre la sinceridad, que ya casi nadie la cree, y la hipocresía y la intriga. No nos asustemos hermanos, tratemos de ser sinceros, tratemos de amar la verdad, tratemos de construirnos en Cristo Jesús. Es una hora en que debemos de tener un gran sentido de selección, de discernimiento. Es uno de los dones del Espíritu Santo y hay que pedírselo mucho en esta hora, como se lo pidió Salomón: «Dame un corazón que sepa distinguir entre el bien y el mal». Y como una especie de pez yo les quiero proponer los hechos de esta semana y ustedes mismos catalicen quiénes van camino del bien y quiénes van camino de la perdición.

El jueves de esta semana, la Secretaría de Información de la Presidencia de la República, obligó a los medios de comunicación social, a dar un escandaloso despliegue a la noticia de un supuesto plan terrorista en que se implica mi persona de arzobispo y las dependencias de comunicación social de nuestro Arzobispado. Algunos quizás están esperando una aclaración de mi parte, pero en verdad no la creo necesaria, ya que una calumnia tan burda, se destruye por sí sola. Pero, más bien, provoca nuevos testimonios de solidaridad, que estoy agradeciendo de todo corazón, como aquel bonito telegrama que me llegó de Miralvalle: «Pueblo cree en su trabajo Pastoral. Prevalece la verdad de su palabra». Muchas gracias, y así he recibido más ante la avalancha de la publicación. Creo que no se esperaban un despertar de solidaridad para mi pobre persona. Sin embargo, por su misma mediocridad, este golpe publicitario es una interesante exhibición de la mentira y de la superficialidad, que quiero aprovechar más bien para repetir el llamamiento que tantas veces he hecho a mi querido pueblo, a que aprenda a leer periódicos, a oír radio, a ver televisión. No todo lo que se ve en los medios de comunicación social es verdad, hay mucha mentira. Hay que tener una conciencia crítica para no ser juguete de quienes manosean con tanta falta de respeto la opinión pública. Véanse simplemente como botones de nuestra, estas cosas:

1.º ¿Cómo se publica sin ninguna firma responsable y sin indicar su procedencia, un boletín tan difamatorio?

2.º ¿Cómo se puede renunciar a la originalidad periodística publicando, todos por igual, una mentirosa entrevista de prensa, imaginada solamente por la Secretaría?

3.º Dice: «A preguntas de los periodistas los voceros de Seguridad Pública se limitaron a explicar que en los documentos incautados se menciona algo de eso». ¡Qué seriedad!

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4.º ¿Dónde están las demostraciones que evidencian, ante la opinión pública, acusaciones concretas tan peligrosas?

Un lector crítico se ríe de esa sarta de delitos publicados sin respaldo de argumentos convincentes ni serios. ¿Quién no descubre la intención aviesa de desprestigiar como subversivo al Arzobispo? ¿De desear suprimir nuestra radio YSAX? ¿De cancelar nuestro periódico Orientación o de seguir justificando nuevas formas de represión al pueblo, al implicarlos así, al mismo tiempo que se despliegan fotografías de otros obispos en cordial comunión con el Supremo Gobierno? ¿Ven la manipulación del periódico? Sepan leer hermanos.

Un experto en comunicación social, yo no lo soy, podría señalar otros pecados graves contra la ética periodística, pero a mí me bastan estas faltas tan sobresalientes, para no asustarme de esta nueva maniobra; y más bien denunciar como injusta e inhonesta, esta actividad de la Secretaría de Información de la Presidencia de la República y de nuestra prensa tan dócilmente manejada por los ídolos del poder y del dinero.

En cambio, debo expresar mi agradecimiento y mi admiración para el periódico La Crónica del Pueblo, por haber sido el único que con un sentido de ética profesional, y sobre todo de valentía y de libertad, publicó el origen del boletín y dio oportunidad al acusado para decir su mentís a lo que muchos han llamado, una burda canallada. Y como entonces, repito aquí ante mi pueblo con mi conciencia limpia, no tengo ninguna complicidad con ese supuesto plan. Y si hubiera seriedad en nuestro sistema judicial, habría motivo suficiente para entablar un juicio penal. Lamentablemente, en vez de contar con el apoyo de eso, en El Salvador más bien se tiene el agravante de una ley arbitraria, tendenciosa, que en vez de promover el bien común y defender la justicia como debe hacerlo toda ley, es una continua amenaza contra la justicia y la paz del país. Pero a pesar de todo, con la ayuda de Dios y fiel a su difícil mandato, trataré de seguir acompañando, defendiendo y orientando al querido pueblo, como me lo encomendó el Papa en reciente visita, que también han tratado de desacreditar.

Analicen, ustedes también, este otro hecho -con un criterio cristiano, para eso meditamos la palabra de Dios- y aprendamos a enjuiciar la historia y la vida desde la palabra de Dios: el día 28 de julio, en un operativo militar desplegado en el centro de la ciudad, catearon y ocuparon militarmente la casa del Maestro, sede de la asociación de Educadores Salvadoreños. El operativo duró alrededor de cuatro horas; y preocupan los puntos siguientes: la captura de 23 personas, la mayoría de ellos profesores, directivos de la asociación mencionada; la captura, etc. de otras personas. Preocupa también el local ocupado por los cuerpos policiales, se teme por la pérdida de varios miles de colones en efectivo como producto de   —101→   la contribución de los socios. Se teme también por el material o equipo de oficina.

En San Miguel fue cateado el local de un partido político. Este partido es reconocido por la Ley Electoral, como tal es también persona jurídica. En fin, que los cateos en El Salvador están a la orden del día y lo peor es que se pasen tantas invenciones en torno a lo que supuestamente encubren en esas operaciones.

Continúan las huelgas de TAPÁN y de REFINERÍA DE AZÚCAR, hay conflictos laborales serios en SACOS CUSCATLÁN, en donde también estalló la huelga el viernes 28 por intransigencia patronal a negociar el contrato colectivo.

También de San Bartolomé Perulapía llega esta triste noticia: los hermanos Aniceto Santos y Heliodoro Santos, fueron degollados por miembros de ORDEN que hoy se denominan «Los Comandos». Pregonan que matarán ocho más. El hecho tuvo lugar entre los linderos de El Rodeo e Histagua. Aniceto ya había estado encarcelado, por tanto no tenía qué pagar; sin embargo, fue asesinado. Su madre Octaviana Santos, queda sola. Dos hijos más corrieron la misma suerte. Sólo le acompañarán sus hijas.

Llegó también de Santa Ana la noticia de que la mejor catequista y encargada del curso de religión de la Escuela Parroquial, Norma de Solórzano, como 7 hombres armados de civil se la llevaron, dejando a sus dos niños pequeños. Tuvimos una puesta al día de esta noticia anoche, donde dice que el caso de la señora Norma de Solórzano, directora del programa de religión y encargada de la catequesis de la parroquia de Madre de El Salvador en Santa Ana, después que un sacerdote la acompañó a la Policía Nacional y la Guardia, en Santa Ana, con el resultado de negar la presencia de la señora. Se hizo presión por medio de la Embajada de EE.UU. para llegar hasta el Ministro de Defensa, quien acaba de informar que la señora está en la Policía Nacional de San Salvador y dicen que está en buenas condiciones.

También hay noticias buenas. Se firmó al fin el contrato colectivo en la Fábrica de Guantes Internacional, ambas partes llegaron a un arreglo definitivo.

Nos alegramos también con los hechos eclesiales de esta semana, como fue la solemne celebración del 75 aniversario del colegio María Auxiliadora; la preciosa celebración de ordenación sacerdotal, ayer en la capilla del externado San José, del P. Carlos Arias, costarricense; el seminario sobre Sociología de la Religión, promovido por la UCA, que nos ha dejado enseñanzas muy oportunas respecto de una vida religiosa que hay que   —102→   vivirla de acuerdo con lo que exige el Evangelio en nuestro ambiente, para no hacer de nuestra religión, un instrumento más del sistema.

En Paleca, el domingo pasado tuvimos una preciosa misa de desagravio, ya que fue robado allá el Santísimo Sacramento. Esta tarde, también continuarán en aquella parroquia los festejos de reparación. También en Ciudad Delgado, en la parroquia de Aculhuaca tuvimos alegría muy grande en la fiesta de su patrón: Santiago.

Hoy, hermanos, estamos en el tercer aniversario de aquel sangriento desenlace de una historia manifestación. Ayer hubo Misa en la Basílica y varias personas han pedido oraciones por sus difuntos. Recuerdo aquí a Roberto Antonio Miranda López y Carlos Roberto Fonseca, pero yo les quiero invitar a que recemos por todos y por la conversión, también, de los que causan estas situaciones tan violentas y tan difíciles en la Patria.

Finalmente, queridos hermanos, con todo el corazón hago un llamamiento para que celebremos con verdadero fervor las fiestas patronales del Divino Salvador. Desde el viernes comenzó en esta Catedral el solemne novenario. Si no pueden venir sintonicen sus radios a las 5 de la tarde para ponerse un momento en oración junto al divino Patrono, ¡el que puede salvarnos!, que hará honor, sin duda a ese nombre tan precioso del Divino Salvador. Los actos principales de la fiesta, que va ser el próximo domingo, serán el sábado 5 a las 4 de la tarde, la tradicional «bajada», partiendo de la Basílica para el tradicional descubrimiento que se hace aquí frente a Catedral. A las 8 de la noche aquí en Catedral, también, una alegre vigilia de oración para pedir mucho por las necesidades de la Patria. Y fíjense bien, el domingo, la misa será en la plaza, enfrente, a las 9 de la mañana para dar tiempo a las peregrinaciones, que también espero que sepan atender este llamamiento. Ojalá que todas las parroquias vengan representadas a honrar al Divino Patrono de la Arquidiócesis y de la República. Es lástima que por ser domingo, no tendremos muchos sacerdotes. Estarán atendiendo sus parroquias, pero ya le hemos dicho a los pobres, que quienes quieran dejar su misa con su comunidad para venir a concelebrar en este hermoso signo de la unidad de nuestra Diócesis, pueden venir. A las nueve de la mañana el próximo domingo en el atrio de Catedral, concelebraremos una misa que es la manifestación espléndida de un pueblo que pone toda su fe y esperanza en el Divino Salvador.

Queridos hermanos, como ven, la Palabra de Dios en sus bellas enseñanzas de la verdadera y de la falsa riqueza, nos lleva a catalizar bien los acontecimientos de la semana para saber descubrir, como Salomón, inspirado por Dios, dónde está el bien, la sabiduría, Cristo, el camino de la salvación; y dónde está el enemigo de Dios, la perdición, los caminos anchos que llevan al abismo. Entonces, teniendo por delante de nosotros, no solamente una palabra teórica que ilumina, sino hechos concretos por   —103→   donde van caminando hombres concretos, unos caminos de la salvación y otros caminos de la perdición, gritamos desde la voz del Señor. Conviértanse, Dios no quiere castigarlos, vuelvan al buen camino. Que la fiesta del Divino Salvador, sea para todos el sentir el amor con que Dios arropa nuestra vida en Cristo. Nos predestinó en Cristo para ser semejantes a él, constituido en hermano mayor de muchos hermanos; y en él ser justificados y en él ser glorificados.

Vamos a vivir esta bella realidad en nuestra Eucaristía, ya que el altar está preparado para que allí adoremos a este Cristo sin verlo; pero sí bien presente en nuestra fe, y sintamos que él, en esta novena del Divino Salvador, está muy cerquita de nuestra patria, de nuestra esperanza, de nuestra ilusión.



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ArribaAbajoEsperanzas de Redención y coronación de Gloria

Día del Salvador del Mundo
Domingo 6 de agosto de 1978

Daniel 7,9-10.13-14
2.ª de Pedro 1,16-19
Mateo 17,1-9

Queridos hermanos:

Sr. Obispo Auxiliar, Sr. Vicario General y representante de la Diócesis de Santa Ana, Señores Canónigos, Presbíteros y fieles de esta comunidad que hoy, bajo la sombra del Divino Salvador, han venido a celebrar la fiesta de la Transfiguración. Y me parece que nunca la Patria es tan bella como bajo la luz de este sol del transfigurado, en el rostro de Cristo convertido en sol. Reconocemos el origen primero de esta naturaleza tan bella de nuestra patria; y cuando el pecado de los hombres sometió la naturaleza a la esclavitud, al egoísmo, a las pasiones, en Cristo encontramos la esperanza de la restauración, la belleza primigenia y la esperanza de su restitución, lo que nos hace ver la maravilla de nuestros volcanes, de nuestros lagos, ríos, llanuras y mares embellecidos como nunca, porque si es cierto que gimen bajo el peso del pecado y del egoísmo, en Cristo anhelan y esperan la salvación de todos los hombres a los cuales   —105→   la misma naturaleza inanimada está íntimamente unida. Así se explica esa mirada de fe, de nuestros pueblos, de nuestra muchedumbre, desde ayer por la tarde llenando como una pleamar nuestra capital y levantándose a las alturas del Divino Salvador, con una oración, con un suspiro de esperanza.

En ti Señor, encontramos el verdadero sentido de nuestra vida, tú eres la clase de nuestra historia, tú eres la palabra por la cual Dios creó las cosas y en las cuales Dios redimirá el mundo esclavizado. Hay una palabra, en la liturgia de la palabra de hoy, que nos da la clave para entender este misterio de Cristo. Clave de la historia y de la naturaleza y de nuestras esperanzas, la palabra es esta: el Hijo del Hombre. Cuando terminaba la visión, Cristo les dice a los apóstoles: «No digáis nada de lo que habéis visto, hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos». Y la primera lectura nos da la explicación de esa palabra misteriosa. Al comentar hoy esta palabra de Dios en la fiesta más bella de nuestra patria, yo encuentro hermanos en el Hijo del Hombre y en el esplendor de su gloria, la luz que ilumina al pueblo peregrinante en la tierra; y escuchamos entonces, con toda la lógica de un Dios que conoce mejor que nosotros; quién es ese transfigurado. El imperativo que debe de llevarse cada uno de nosotros como un mensaje de la transfiguración: a él hay que escuchar. Lo primero, lo que yo quiero explicarles es el significado de ese Hijo del Hombre en la plenitud de su gloria. Es una palabra, y precisamente la lectura de Daniel que se ha proclamado hoy nos dice que de allí la tomó Cristo para llamarse a sí mismo muchas veces en el Evangelio: el Hijo del Hombre. En primer lugar es un sentido individual, no tendría nada extraño llamar en hebreo Ven Adans, hijo de la humanidad, Hijo de Adán, hijo de la naturaleza humana; pero la Biblia -que además de este sentido que todo hombre puede llamarse así mismo hijo de la Humanidad, hijo del Hombre- le da un sentido de eminencia. Hijo del Hombre llama Dios al profeta que está hablando aquí. Hijo de Hombre es un hombre eminente, un hombre misteriosamente singular; y por eso lleva consigo también, un sentido colectivo que lo explica maravillosamente el profeta Daniel en la lectura de hoy: el pueblo de los santos del Altísimo y aquél panorama escatológico de un juicio en que se preparan sillas abundantes donde se van a sentar los hijos de la santidad del Altísimo y el Hijo del Hombre que viene entre las nubes; una sola cosa: el pueblo de los escogidos. El Hijo de Dios rodeado de hombres que han sido dóciles a su seguimiento. La santidad, que será coronada de gloria y a la que Dios hará el juicio de la historia.

Cristo anunció también que los que le sigan, se sentarán en las sillas de las tribus de Israel para juzgar a los habitantes de esas tribus y a todos los habitantes del mundo. El Hijo del Hombre entonces, tiene un sentido de colectividad, es Cristo cabeza, modelo ejemplar de toda una raza de redimidos. Es Cristo con su pueblo salvado. Y por eso, esta palabra   —106→   Hijo del Hombre, ya sea en sentido individual como en sentido colectivo, tiene una profunda significación mesiánica. Cristo usa esa palabra cuando habla de su gloria; frente al Tribunal de los sacerdotes anuncia que verán al Hijo del Hombre descender de entre las nubes con la majestad de Dios. Y otras veces dice: verán al Hijo del Hombre humillado, como el siervo de Yahvé, sobre el cual Dios deposita los pecados de la Humanidad para redimir a ese pueblo. Es un pueblo humillado, es un pueblo glorificado que se identifica con esa cabeza: Cristo. Y que puede decir: Cristo es el Hijo del Hombre, todo el cristianismo con él a la cabeza.

Esperanzas de redención y coronación de gloria, todo eso significa en esta mañana nuestro divino transfigurado. Cuando en la cumbre del Tabor se presenta también el Hijo del Hombre, nos está dando en el breve relámpago de aquella noche de oración: la esperanza, el anhelo de felicidad, de alegría, de salvación, que el pueblo lleva en su corazón. Y cuando en esta mañana o ayer por la tarde en el hermoso trono de la «bajada», veíamos la figura de Cristo transfigurado -y el Evangelio nos ha recordado que no sólo es la imagen este 6 de agosto de 1978, sino que fue historia en una noche de oración, cuando rodeado de profetas, de conductores del pueblo de Dios y de la futura jerarquía que se iniciaba en Pedro, Santiago y Juan-, es toda su Iglesia, es todo el pueblo que lo quiere amar y seguir, el que se transfigura, el que se llena de luz, el que ya siente en esta tierra la luz que un día fulgurará en la eternidad.

Por eso hermanos, la segunda lectura que corresponde a mi segundo pensamiento. El Hijo del Hombre, luz del pueblo que peregrina en la tierra. Así me da gusto ver ahora a este pueblo, venido de toda la Comunidad de la Arquidiócesis y de más allá de nuestros límites, venir a negar su esperanza, su fe en la luz de Cristo. Parece que San Pedro ha escrito para nosotros los salvadoreños, esa hermosa carta segunda de la cual se ha tomado hoy la palabra de exhortación: que permanezcamos fieles a la enseñanza que se nos ha dado, apoyada en el poder y en la gloria de Cristo y en el testimonio vivo de los apóstoles, que vieron con sus propios ojos la clarificación del Redentor, y que viene a confirmar el testimonio de los profetas. Y allí está todo el Viejo Testamento en Moisés y Elías, y todo el Nuevo Testamento en Pedro, Santiago y Juan haciendo frente a las fábulas ingeniosas, a las doctrinas de los hombres, a las falsas redenciones que los hombres prometen, para que sepan confiar en él. Y esta fe -dice San Pedro ya casi convirtiéndose en un poeta- como una lámpara encendida en la noche, iluminará las tinieblas hasta que amanezca el lucero de la mañana.

Es la noche de nuestra historia, es el caminar de nuestro tiempo, son estas horas difíciles como las que está viviendo nuestra patria, en que parece una noche cerrada cuando el sol de la Transfiguración se hace luz   —107→   y esperanza en el pueblo cristiano e ilumina nuestro camino. ¡Sigámoslo fieles!

Queridos hermanos, por eso la Iglesia que se siente eso: lámpara de Dios, luz tomada del rostro iluminado de Cristo para iluminar la vida de los hombres, la vida de los pueblos, las complicaciones y los problemas que los hombres crean en su historia, siente la obligaciones de hablar, de iluminar como la lámpara en la noche, siente la necesidad de iluminar las tinieblas. Por eso quiero anunciarles en el marco glorioso del 6 de agosto, que con esta fecha, así como el año pasado con esa misma fecha del 6 de agosto, vamos a publicar una carta pastoral, en la cual se iluminan dos problemas de nuestro pueblo: las organizaciones populares y el problema -diríamos la tentación- de la violencia.

Pronto saldrá a la publicidad y yo quiero entregarla ya, desde ahora, esa carta para que en las comunidades, en las familias, en los cantones, en el pueblo, en todas partes, se sepa captar el pensamiento de esta lámpara, la luz de la fe y de la Iglesia para iluminar a los hombres que se debaten en las realidades verdaderas de nuestro pueblo.

En esa carta pastoral se presentan esos dos problemas; y juntamente daremos, como anexos, mucha doctrina sobre la Sagrada Escritura y sobre el magisterio de los Papas que iluminen y que den materia de reflexionar para que sigamos reflexionando sobre estas realidades. El centro de esa pastoral está en presentar una identidad y una finalidad de la Iglesia: la evangelización. Precisamente lo que estamos diciendo.

La Iglesia es lámpara que tiene que iluminar y por tanto tiene que meterse en las realidades para poder iluminar al hombre que peregrina en esta tierra. Desde esa competencia suya -que no es salirse de su ámbito, sino mantener su deber difícil de iluminar las realidades- la Iglesia defiende el derecho de asociación y la Iglesia promueve una acción dinámica de concientización y de organización de los sectores populares para conseguir la paz y la justicia. La Iglesia, desde su Evangelio, apoya los objetivos justos que buscan también las organizaciones y denuncia también las injusticias y las violencias que pueden cometer las organizaciones. Por eso, la Iglesia no se puede identificar con ninguna organización. aun con aquellas que se califiquen y se sientan cristianas. La Iglesia no es la organización, ni la organización es la Iglesia.

Si en un cristiano han crecido las dimensiones de la fe y de la vocación política, no se pueden identificar, sin más, las tareas de la fe y una determinada tarea política; ni mucho menos se pueden identificar Iglesia y organización. No se puede afirmar que sólo dentro de una determinada organización se puede desarrollar la exigencia cristiana de la fe. No todo cristiano tiene vocación política, ni el cauce político es el único que lleva   —108→   a una tarea de justicia. También hay otros modos de traducir la fe en un trabajo de justicia y de bien común.

No se puede exigir a la Iglesia o a sus símbolos eclesiales que se conviertan en mecanismos de actividad política. Para ser buen político no se necesita ser cristiano; pero el cristiano metido en actividad política tiene obligación de confesar su fe en Cristo y usar los métodos que estén de acuerdo con su fe. Y si en eso surgiera en este campo un conflicto entre la lealtad a su fe y lealtad a la organización, el cristiano verdadero debe preferir su fe y demostrar que su lucha por la justicia es por la justicia del Reino de Dios y no por otra justicia.

Los sacerdotes y los laicos llamados a una colaboración jerárquica, es natural que por trabajar en una evangelización encarnada en la realidad del país, sientan más simpatías por un partido o por una organización que por otro; pero sabiendo que la eficacia de la misión de la Iglesia está en ser fieles a su propia identidad, tendrán como primera meta de su trabajo pastoral, ser animadores, orientadores en la fe y en la justicia, y dejarán las tareas concretas que origina la actividad política ordinaria para que la realicen quienes son más expertos en analizar y encauzar.

También hermanos, al tratar el problema de la violencia, es triste presentar el espectáculo que hoy tenemos que ofrecer al Divino Salvador del Mundo. Un cuadro de sangre, de desolación, de angustia, y por eso reafirmamos ante el Divino Salvador del Mundo y a la faz de la Patria con toda la fuerza de nuestra fe, que creemos en la fecundidad de la paz que es nuestro ideal cristiano: no a la violencia, sí a la paz. Pero al mismo tiempo analizamos, con la moral tradicional de la Iglesia, el problema de la violencia. No es tan simple, hay matices que distinguen violencia institucionalizada: aquella que ha hecho ya del modo de vivir una opresión para la mayoría. Se habla también de una violencia represiva del Estado, que mantiene a fuerza de armas una paz que no es la verdadera paz. Se habla también de una violencia revolucionaria: aquella que el Papa llamaba «las tentaciones de la subversión», y es cuando un pueblo oprimido trata de levantarse a esa libertad a la que está llamado. Hay también una violencia espontánea: cuando surge un atropello a la justicia en una institución, en una fábrica, espontáneamente, lo que el hombre lleva de agresivo, surge en una violencia que no es organizada, pero que espontáneamente responde a una naturaleza. Y hay una defensa, mejor dicho, una violencia que se llama legítima defensa, cuando a un inocente lo atropellan y él tiene que defender su vida o sus bienes.

Damos el juicio moral sobre esas diversas clases de violencia y hacemos un análisis de la situación en el país. Analizando las causas de tanta violencia de estos cuadros de desolación y de muerte, decimos que son las mismas de la miseria actual. La intransigencia de unos, la represión violenta,   —109→   aumenta este conflicto. Y puede justificar otra violencia, y esto es lo peligroso. Mientras no se quiten las raíces de donde está brotando una violencia, aunque sea injusta, también es injusta la raíz y es obligación trabajar por establecer unas raíces de donde pueda proceder la paz.

La paz tiene que ser obra de la justicia. Se repudia una violencia organizada, que ya toma una cierta mística de guerrilla o de terrorismo, y que endiosa la violencia como fuente única de justicia... Hace crecer la espiral de la violencia. No puede ser la solución de nuestros problemas. Y se exhorta la capacidad de agresividad que Dios ha dado a los hombres para trabajar por la justicia y por la paz.

Es curioso, hermanos, cuando en esta mañana de la Transfiguración, miramos los personajes que rodean a Cristo, todos ellos son personajes violentos: Moisés, mató a un egipcio cuando veía reprimido a su pueblo en Egipto; Elías, pasó a cuchillo a los profetas falsos, los que atropellaban la dignidad del verdadero Dios; Pedro, desenvainó su espada cuando se quiso atropellar a Cristo en la noche de Getsemaní; Santiago y Juan, fueron llamados por el mismo Cristo los «boanerges» -los hijos del trueno, hombres impetuosos- porque un día quisieron que lloviera fuego sobre un pueblo, porque no quería recibir a Jesús y a sus discípulos. Y allí los vemos, con toda su capacidad de violencia, con toda fuerza de agresividad, pero dóciles a Cristo. La agresividad de los hombres es un instinto que Dios les ha dado, pero si no lo saben iluminar (Cristo, cuando dice a los boanerges: no saben ustedes de qué espíritu son, el Hijo del Hombre no ha venido a matar, sino a salvar), entonces Cristo no mutila las fuerzas del hombre, pero las orienta por la fuerza cristiana. Y la Iglesia también hace un llamamiento cuando dice: «El cristiano es pacífico y no se ruboriza de ello; no es simplemente pacifista, porque es capaz de combatir, pero prefiere la paz a la guerra. Sabe que los cambios bruscos y violentos de las estructuras serían falaces, ineficaces sensibilismos y no conformes, ciertamente, a la dignidad del pueblo».

Por eso exhortamos en nuestra Pastoral a las fuerzas que se organizan, a una lucha honrada con los legítimos medios de presión. A no poner nunca su confianza en la violencia; a no dejar envenenar nunca sus justos reclamos con ideologías de violencia. La Iglesia, hermanos, lámpara en la noche, ilumina no sólo estos problemas sociales de la actualidad, ella también ilumina la intimidad moral del matrimonio, la intimidad moral donde tiene su fuente la vida; ella está también en contra del aborto; ella está también contra las inmoralidades, contra el vicio, contra lo que es tiniebla y lleva al hombre por caminos de perdición. Esta lámpara de Cristo Transfigurado, quiera transfigurar nuestro pueblo.

Y por eso hermanos, termino recordando el imperativo de Dios en esta mañana; «Ipsum audite», oídlo. Él, que predicó también la violencia, pero la violencia de la redención, la que hizo de su cuerpo la víctima de   —110→   la violencia para pagar los pecados de todos los crímenes y de todos los pecados de los hombres. Este Cristo es el que nos habla en esta mañana, y yo quisiera interpretar vuestros labios -cerrados a la atención en este instante- en una plegaria que se levanta hacia el Cristo Transfigurado para decirle: ¡Señor, mira el triste cuadro que nuestra patria te está ofreciendo! ¡Vuélvete misterioso Salvador, y esta esperanza que en ti ponemos, nos devuelva la paz que se ha perdido, porque no hay justicia en el ambiente!

Y por eso Cristo se vuelve también, y yo me atrevo a interpretar su palabra en esta mañana. En primer lugar al pueblo, al que sufre, al que lleva la cruz de una tribulación para decirle: háganse dignos del amor de Dios. No es simplemente por ser pobre que la Iglesia está con los pobres, es porque también al pobre tiene que reclamarle cuando sólo reclama derechos y no recuerda deberes; es que el pobre tiene que también promoverse y tiene que educarse y tiene que superarse; es que no es la pobreza sólo el tener, sino tener el espíritu dispuesto a recibirlo todo de Dios. También quiero decir a quienes tienen abundancia, que aprendan a compartir; nuestro divino Redentor, en esta mañana que se anticipa a la mañana del juicio final, está dando todavía la oportunidad: todo lo que hiciereis con ellos, conmigo lo hicisteis. No es limosna que se pide, es la justicia social que se reclama.

Y a todos los que han alcanzado un grado de dirigencia en el pueblo, profesionales o por su capacidad organizativa tienen puestos claves, a todos los que pueden llamarse dirigentes, aunque sean de un sector modesto, les diré: hermanos, en nombre de Cristo, ayuden a esclarecer la realidad, busquen soluciones, no evadan su vocación de dirigentes. Sepan que lo que han recibido de Dios, no es para esconderlo en la comodidad de una familia, de un bienestar. Hoy la Patria necesita sobre todo, la inteligencia de ustedes. A los partidos políticos, a las organizaciones gremiales, cooperativas o populares, el Señor en esta mañana les quiere inspirar la mística de su divina Transfiguración para transfigurar también, desde la fuerza organizada, no con métodos o místicas ineficaces de violencia, sino con verdadera, auténtica liberación.

Tengan en cuenta este espectáculo de esta mañana: es un pueblo que cree, es un pueblo que espera en Dios. No tengamos en menos este valor religioso de nuestro pueblo, no importemos fuerzas extrañas, donde no se conocen maravillas como las de El Salvador. Sepamos encontrar en el alma de nuestro propio pueblo la fuerza que Cristo le está dando para su propia redención. A quienes llevan en su mano o en su conciencia el peso de la sangre, del atropello de las víctimas inocentes o culpables, pero siempre víctimas en su dignidad de hombres, les diré: conviértanse. No pueden encontrar a Dios por esos caminos de torturas y de atropellos.   —111→   Dios se encuentra por los caminos de la justicia, de la conversión, de la verdad.

Y a quienes han recibido el terrible encargo de gobernar, en nombre de Cristo les recuerdo la urgencia de soluciones y leyes justas ante esta mayoría que está con problemas vitales de subsistencia, de tierra, de sueldo. El bien para todos, el bien común, tiene que ser un impulso como la caridad para el cristiano. Tengan en cuenta el derecho de participación que todos anhelan, porque cada uno puede aportar algo al bien común de la Patria y que se necesita hoy más que nunca. Una autoridad fuerte, pero no para unificar mecánica o despóticamente, sino para una fuerza moral basada en la libertad y en la responsabilidad de todos, para que todas esas fuerzas sepan convergir a pesar del pluralismo de opiniones y hasta de oposiciones al bienestar de la Patria. Den oportunidad de organizarse al pueblo, deroguen las leyes injustas, den amnistía a quienes han trasgredido leyes que no son del bien común, cese el amedrentamiento del pueblo -principalmente en el campo- haya libertad o consignación a los tribunales de quienes han desaparecido o están presos injustamente, haya posibilidades de regresar al país para los expulsados o los impedidos de volver por causas políticas.

Y finalmente, queridos hermanos, la voz de Cristo se hace más íntima, es para nosotros los que formamos su Iglesia: he distinguido bien, al pueblo de Dios que ha de ser un día el pueblo de los santos del Altísimo. No se identifica con el pueblo profano al que la Iglesia ayuda. Es un pueblo más íntimo de Cristo, casi diríamos, el ropaje de Cristo. Somos sus obispos, sus sacerdotes, sus religiosos, sus catequistas, las comunidades que se alimentan de la palabra de Dios y tratan de seguir íntimamente al Señor. A nosotros más que a nadie, la palabra de Cristo se vuelve un imperativo para que seamos de verdad la Iglesia que ilumina como lámpara en la noche. La Iglesia que no se confunde con otras luces para dar siempre la luz pura de Cristo, hermanos, una Iglesia que transparente a Cristo Transfigurado. En una palabra, queridos hermanos, salvadoreños o extranjeros, todos somos pueblo de Dios. Hagamos, en medio del pueblo salvadoreño, un pueblo de Dios que de verdad sea la Iglesia del Divino Salvador. Así sea.



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ArribaAbajoEl Divino Salvador y el Papa señal de Dios con nosotros

19.º Domingo del Tiempo Ordinario
Domino 13 de agosto de 1978

I Reyes 19, 9a. 11-13
Romanos 9, 1-5
Mateo 14, 22-23

Querido hermanos y estimados radioyentes:

En la Palabra de Dios que se acaba de proclamar, yo encuentro un eco maravilloso de los grandes acontecimientos que hemos vivido esta semana. Nuestras fiestas agostinas del Divino Salvador y la muerte y sepultura, y expectativa de la sucesión de Pablo VI. Por eso quiero ante todo, felicitar a la Arquidiócesis y a todos los fieles que participaron en la fiesta de nuestro Divino Patrono, por haber dado nuevamente este año un testimonio tan bello, tan elocuente de la solidaridad del pueblo con su Divino Patrono. Un pueblo que clava su mirada y su corazón en Jesucristo como Salvador del Mundo, es un pueblo que no puede perecer. Hay, pues, un signo de esperanza que hay que mantener: nuestro amor al Divino Patrono. Tanto la tarde del 5 de agosto en su tradicional «bajada», como en la misa celebrada allá al aire libre; porque nuestro templo no daba capacidad para contener esa muchedumbre, son por sí solas, señales   —113→   elocuentes de un pueblo profundamente cristiano. Mantengamos este honor y tratemos de profundizar más en esa adhesión inquebrantable, llena de esperanza en el Hijo de Dios que, como lo explicamos en la homilía del domingo pasado, quiere llamarse el Hijo del Hombre.

Y en cuanto a la muerte del Papa Pablo VI, también yo quiero, en este domingo en que se cierra un ciclo breve pero denso de la vida de la Iglesia, expresar un agradecimiento muy profundo a esas múltiples manifestaciones de condolencia, de solidaridad, que he tenido el honor de recibir. Es la familia que quiere expresar -aunque ella misma está apesarada, quiere compartir con alguien y encuentra en el Pastor de la Diócesis como la expresión al cual dirigirle ese dolor, esa esperanza-, y he sentido pues, que la muerte del Santo Padre, que durante su vida me confirmó tanta veces en mi ministerio tan difícil, también en su muerte me está confirmando y me llena de esperanza, porque hay un pueblo que espera en la Iglesia y en sus pastores, y siente como compartiendo con ellos el dolor. Una Iglesia que es familia. ¡Bendito sea Dios!, porque aunque el dolor, la desaparición de un Pontífice es tan dolorosa, sin embargo está tan cargada de esperanza para la Iglesia, como escribí como expresión de mis sentimientos: muerte que es esperanza.

También quiero admirar y agradecer a los medios de comunicación social: prensa, radio, televisión, todo se ha puesto al servicio de la gran noticia. Qué hermoso es ver que estos instrumentos que Dios ha permitido que el hombre invente para comunicarse socialmente, sirvan no para la mentira, para la intriga, para la calumnia, que sirvan para la verdad, para lo bueno. Ahora, sí se han santificado esos medios, medios maravillosos y han hecho sentir la potencia que ellos tienen para sacudir la opinión pública. Y qué hermosa es la opinión pública, cuando vibra con la verdad, con la bondad; cuando el sujeto de sus emociones es un Pontífice que nos deja tan profunda huella para una civilización verdaderamente digna de los seres humanos. Ojalá que así como se han prestado para lo justo y lo bueno en honor del Pontífice, tuvieran un poco de sensatez para no dejar pasar, en esos canales tan maravillosos, la calumnia que por allí mismo ha pasado para ofender al mismo Papa. Que no se lean más esas columnas, que no se oigan más esas voces que parecen graznidos de cuervos en el paisaje hermoso de la verdad y de la bondad. Que los medios maravillosos de la radio, de la prensa y de la televisión, sean verdaderas escuelas para que se forme nuestra juventud.

Y por eso insisto, queridos hermanos, mientras no tengamos garantías de unos medios al servicio libre y valiente de la verdad y del bien, toca a ustedes, a nosotros los lectores, los que oímos radio, los que vemos televisión: ser críticos. Me alegro mucho de una expresión que oí a una profesora esta semana: «Yo antes creía todo lo que decían los diarios; pero cuando Ud. ha comenzado a decir que hay que saber leer, sé discernir,   —114→   ¡gracias a Dios! Eso quiero hermanos, que sepan discernir y sepan alabar cuando los medios están al servicio de la bondad, y creer lo que es bueno; y sepan repudiar con repugnancia, con asco, cuando se sirven en platos tan bellos, manjares tan sucios y tan venenosos.

Digo que la palabra de Dios ilumina maravillosamente estos dos hechos, aunque en la semana, que podríamos llamar también una semana gris, ha habido otros acontecimientos nacionales y de los cuales me voy a ocupar al final; sin embargo, estos dos me parece que son centrales, y son como focos de luz para iluminar toda la semana gris y todo el paisaje gris que pueda presentar nuestra historia concreta, y sepamos distinguir lo que es el pueblo de Dios: la Iglesia. Los que formamos por el bautismo un compromiso de nuestra fe por esa luz que es Cristo y con esa columna de la verdad que se yergue en el mundo que se llama el Magisterio del Papa; y desde esa solidaridad con Cristo y con su representante en la tierra, nos hagamos cada día más, pueblo luminoso. Y aunque compartimos la historia triste del pueblo profano que está intrigado en tantas cosas que no son tan limpias como el Reino de Dios, sepamos ser lo que Cristo tanto soñó: sal de la tierra, luz del mundo.

Mi homilía de hoy, pues, por eso quiere titularse así: El Divino Salvador y el Papa, señal de Dios con Nosotros. Y sepamos explotar esas señales; y sepamos hacernos luminosos con la luz del Divino Transfigurado, luminosos con la bondad y la verdad de la cabeza visible de la Iglesia. Mi pensamiento de desarrollo en estas tres ideas: 1.º) deseo de Dios y capacidad de los hombres para encontrarse mutuamente; 2.º) signos de la presencia de Dios entre nosotros; y en 3.er) lugar, el Papa, la gran señal de la Iglesia, el gran sacramento de la Iglesia.

En la primera lectura se describe en forma bellísima este primer pensamiento, el deseo que Dios tiene de estar con los hombres; de sentirse presente en la Humanidad; de que los hombres lo sintamos y la capacidad que el hombre tiene para captar esa visita, esa presencia, esa inhabitación de Dios en el mundo. Y es un escenario que nos remonta otra vez al 6 de agosto. Elías, uno de los personajes que aparecen con Cristo, huyendo de una persecución por haber defendido los derechos de Dios, ha atravesado el desierto, difícil caminar de 40 días, y ha llegado al Monte Oreb. El monte Oreb, es el mismo Monte Sinaí, donde el otro personaje de la transfiguración Moisés, siglos antes de Elías, había platicado con Dios y había recibido de Dios los mandamientos. Quien ha visto la preciosa película del Éxodo, recordará aquella escena sublime de Moisés recibiendo de Dios la Legislación que ha de regir en su pueblo. Y así tenemos que ese Monte Oreb o Sinaí, Dios ha querido hacerlo un signo de su venida al mundo, de su presencia entre nosotros y los dos personajes conspicuos de esa presencia de Dios en el Sinaí: Moisés y Elías, son los dos protagonistas   —115→   del Viejo Testamento que aparecen, con el Divino Transfigurado, el 6 de agosto de nuestras fiestas patrias.

Lo que pasó con Moisés, está pasando este domingo con Elías. Dios le dijo a Moisés que se preparara porque iba a ver el paso de Dios y Moisés se cubre el rostro, porque nadie puede ver a Dios sin morir -dice la Biblia- para significar su trascendencia, su majestad infinita. Y sólo cuando ha pasado de frente a Dios, Moisés puede ver la espalda de Dios. Casi eso es lo que miramos siempre, hermanos, no podemos mirar a Dios así como nadie puede mirar al sol frente a frente. Por que si lo miramos, sufríamos los efectos del sol, a Dios tampoco lo podemos mirar de frente. Somos demasiado pequeños, nuestras pupilas demasiado limitadas; pero sí podemos ver su espalda, su paso, su rastro y es lo que Elías, también en la teofanía de esta mañana, se nos presenta Dios diciéndole: sal y aguarda al Señor que va a pasar. Pasó antes un viento huracanado que agrietaba montes y peñascos; se sintió el estremecimiento de un terremoto; después las llamaradas de un incendio y en todas estas tres manifestaciones -dice la Biblia- no estaba allí el Señor. Pero después se escuchó un susurro, un vientecillo, algo insignificante y allí estaba el Señor.

Parece como que allí toma el Concilio Vaticano II cuando nos dice las dos clases de revelación que Dios ha hecho a los hombres. Dios se ha revelado en una forma natural: la creación y la conservación de la creación. El Concilio llama un testimonio perenne de sí mismo, de Dios. Quien mira la creación, quien ve la conservación tan equilibrada y tan maravillosa de la naturaleza; y aun aquel que siente el estremecimiento de los terremotos; y siente las llamaradas de los incendios; las fuerzas de los huracanes; la belleza de la creación y la sublimidad de los fenómenos que el hombre sólo puede admirar, pero no puede frenar. La tempestad misma que Pedro sintió en el Lago de Genezareth. Qué chiquito se siente el hombre ante esta manifestaciones de la omnipotencia del Creador en su creación. Son testimonio de sí mismo. Testimonio perenne, donde quiera que abramos los ojos o los oídos o captemos el susurro de la creación y Dios nos está hablando: esta es la revelación natural, por eso San Pablo decía que ningún hombre es excusable ni se le puede perdonar el negar a Dios. Se necesita ser muy estúpido o muy soberbio para decir que Dios no existe. A Dios se le ve aunque sea en las espaldas de su creación. Va pasando el Señor... Hermosas poesías han surgido de los poetas que van con las creaturas, como las huellas del creador que va pasando; y así como se descubre que ha pasado un hombre cuando se mira su planta dibujada en un arenal, se siente que Dios a pasado cuando su planta de creación y de conservación va pasando continuamente por nuestro mundo, tan cerquita de nosotros.

Pero cuando Dios distingue la brisa suave y una manifestación más exquisita suya, el Concilio la llama una revelación sobrenatural. Quiso revelarse y manifestar el misterio de su voluntad. Por Cristo y con él su   —116→   espíritu, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina. Habla con los hombres como los amigos hablan entre sí. Quien tiene un amigo, comprende esta bella separación. Donde no hay secretos, donde hay confianza, donde hay desahogos, donde los secretos se comunican sin temor de ser denunciados; así habla Dios, sus secretos, sus destinos, sobre la creación, sobre el hombre, sobre su Iglesia. ¿Qué quiere Dios de la Humanidad? Él, el dueño de la historia. Qué hermoso es sentirse como Adán en el paraíso, donde la Biblia dice que Dios bajaba a platicar con él. Son los momentos sabrosos que Cristo hijo del hombre sentía. En ese momento que nos ha revelado el evangelio de hoy, subió solo a la montaña para orar. A Cristo lo encontramos muchas veces en este diálogo con su Padre. Y es que nos quería enseñar que hay que vivir en continua comunicación con él. Y que hay que vivir de su vida. Que no hay que vivir del pecado, de la mentira, que hay que negarse en la belleza, en la sublimidad de Dios para darle gracias por los favores recibidos; para pedirle perdón por nuestras infidelidades; para pedirle, cuando nuestras limitaciones topan ante la importancia de lo grande que se nos pide. Es necesario saber comprender que tenemos esa capacidad y que Dios tiene el deseo de llenar esa capacidad.

Esto es lo bello de la oración y de la vida cristiana, que el hombre logra comprender que un interlocutor divino lo ha creado y lo ha elevado con capacidad para poder hablar de tú a tú. Qué daríamos nosotros por tener esa potencia y crear un amigo a nuestro gusto y, con un soplo de nuestra vida, darle la capacidad de comprendernos mutuamente y de platicar tan íntimamente. Que sienta que él, verdaderamente, es otro yo. Eso lo ha hecho Dios. El hombre es el otro yo de Dios. Nos ha elevado para poder platicar y compartir con nosotros sus alegrías, sus generosidades, sus grandezas. Qué interlocutor más divino. Cómo es posible que los hombres podamos vivir sin orar. Cómo es posible que el hombre pueda pasarse toda su vida sin pensar en Dios. Tener vacía esa capacidad de lo divino y no llenarla nunca. Si sólo esto lograra, hermanos, en mi homilía de hoy: despertar un interés por descubrir eso que tal vez nunca se ha descubierto.

Como aquel Marcelino Pan y Vino, que sube al piso donde se encuentra con Cristo para platicar con él. ¡Qué dicha poder encontrarlo! Nosotros tal vez no hemos subido a ese segundo piso y por eso vivimos a ras de tierra, sólo platicando miserias de hombres, intrigas de hombres, mentiras de hombres y no nos subimos a ese piso, o como Cristo a la montaña, para hablar a solas con nuestro Dios. Y ese segundo piso lo llevamos aquí dentro -dice el Concilio- Dios ha creado para el hombre la conciencia, como un santuario íntimo donde él baja para platicar a solas con el hombre y donde el hombre decide su propio destino.

No seamos esclavos de nadie. A nadie llaméis maestros en la tierra, decía Cristo. ¡Miren qué rebeldía más grande! Pero es la rebeldía santa   —117→   del que ha encontrado al único que hay que llamar Señor. Cuando se ha encontrado a ese Señor y Maestro que ilumina la verdad en la intimidad de la propia conciencia, se es libre de verdad. Se pueden decir las cosas con la seguridad de que Dios respalda lo que se está diciendo. Ojalá, hermanos, que nuestro pueblo, devoto del Divino Salvador del Mundo, sepa comprender esta grandeza; este designio por el cual Dios nos ha creado con capacidad para entenderlo; para platicar con él y, sobre todo, comprender el deseo que Dios tiene de platicar con nosotros y de compartir su vida con nosotros.

¿Cómo sabemos que Dios vive en el mundo? Es mi segundo pensamiento. Las señales de la presencia de Dios. Además de esas señales naturales que decíamos, como rastros del Dios que pasa, revelación natural, ¡tenemos señales maravillosas de la revelación sobrenatural! Y aquí invoco la segunda lectura: San Pablo comienza a enfrentar en este capítulo noveno de la Carta a los Romanos, un problema que le duele tanto, que hasta dice que quisiera llegar a ser maldición para que su gente lo comprenda.

Cuando Pablo ha llegado a platicar con Dios y a comprender que su pueblo Israel es una señal del Dios que quiere venir a salvarnos; y cuando mira a sus compasiones israelitas que han rechazado el momento en que Dios vino: Cristo. Entonces le duele que sus paisanos sigan poniendo su confianza en la Ley de Moisés, en las obras de la Ley y que quieran creer más en las instituciones de los hombres que en el amor que justifica, de un Dios que nos manda a su propio Hijo. El que ha tenido la dicha de conocer a Cristo, que es como la cumbre de las revelaciones del Viejo Testamento, sabe que todas las escaladas del Viejo Testamento, no eran más que andamios, ni eran más que puntales; pero que una vez que Cristo ha venido y con su muerte y su resurrección ha llenado la plenitud de las promesas de Dios y ha salvado al mundo, ya no se necesita ni circuncisión, ni templo de Jerusalén, ni sacerdocio de Aarón ni todas las leyes de Moisés; y este fue su gran conflicto, el gran conflicto que le toca tan íntimamente, que hasta llega a decir: aunque me condene Dios, yo recibo esa condenación con tal que mis paisanos comprendan esta gracia del pueblo escogido, que no la han sabido comprender.

Israel es la señal de Dios con nosotros. Israel con sus privilegios que hoy nos ha mencionado la segunda lectura, cuando Pablo ya había dejado la Ley Mosaica y se había hecho cristiano, puede decir con alegría: como cristiano que soy, voy a ser sincero; mi conciencia iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. ¡Pobre Pablo!, cuando se hizo cristiano, lo trataron como tratan los judíos a quien se hace cristiano; traidor, anatema -quiere decir maldición-, objeto de maldición, esto era Pablo, objeto de maldición porque se había hecho cristiano. Pero él dice: créanme, mi conciencia iluminada por la verdad del espíritu, por ese Cristo que los   —118→   está amando y que quiere darse a conocer, siento una gran pena y un dolor inmenso, incesante; pues, por el bien de mis hermanos, los de mi raza y sangre, quisiera incluso ser un anatema, una maldición, lejos de Cristo.

Y aquí comienza la enumeración: porque Israel es señal de Dios entre los hombres y porque fueron adoptados como hijos. A ningún pueblo le dijo Dios tú eres mi hijo, como a los descendientes de Israel.

Segundo, tiene la presencia de Dios. En ningún pueblo que marchaba por la historia se hizo tan presente la gloria de Dios, como cuando Israel, caminando por el desierto, sentía que Dios bajaba en la luminosidad de una nube que iluminaba la noche y que en el día los defendía del sol. Y que cuando se consagró el templo de Jerusalén, una gran humareda y claridad lo llenó. La claridad de Dios, la presencia de Dios se hacía sensible en ese pueblo.

Tercero, la Alianza. Estamos en el Monte Sinaí, precisamente esta semana, con Elías, con Moisés, con el Divino Transfigurado y sabemos que en una montaña Dios ha hablado al pueblo: seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Esta es mi ley. Y cuando Cristo inaugura la Eucaristía que estamos celebrando esta mañana, traslada toda esa riqueza de la Alianza a nuestro altar. Esta es mi sangre que se derrama como alianza con vosotros. Alianza del nuevo y eterno testamento. Ya no habrá otra alianza, pero la del Sinaí prefiguraba la del altar, y la del altar que estamos celebrando hoy. Hoy queridos hermanos, la Catedral y las comunidades que están en sintonía, somos el pueblo de Israel en alianza con Dios, celebrando nuestra alianza.

Cuarto, la ley. Es otro privilegio. Ningún pueblo -dice la Biblia- ha recibido una ley tan sabia porque viene de la misma sabiduría de Dios, como el pueblo de Israel. Israel conocía por la ley qué quería Dios y qué no quería Dios. San Pablo elogia la ley, pero dice: ya no basta la ley, porque Cristo ha venido ha completar la ley y a darnos la fuerza para cumplir la ley. Pero la ley siempre es un don, porque aunque en el Viejo Testamento se nos escribieron los diez mandamientos de la Ley de Dios, siguen vigentes ahora también. Al que cree en Cristo, plenitud de la ley, también le obliga el Decálogo del Viejo Testamento. La ley es un privilegio, es el que conoce de verdad qué quiere Dios y qué no quiere Dios.

El culto, también, otro privilegio de Israel. El culto era toda aquella organización y legislación con que Dios inspiró a Moisés, escoger una familia para hacer sacerdotes y los ritos que desempeñaban en el templo de Jerusalén. Eran maravillas aquellas liturgias donde Dios se hacía presente para recibir de los hombres, representados por sus sacerdotes, el homenaje humilde, agradecido, arrepentido y desde donde bendecía a ese   —119→   pueblo que se seguía sintiendo pueblo de Dios, y que en su templo sentía como el alma de su nacionalidad.

Las promesas. Las promesas -dice San Pablo- son otros privilegios del Viejo Testamento. Son una señal de que Dios está presente con los hombres. Cuando un pueblo ha sido escogido para dictarle promesas tan certeras, tan eficaces, que podemos decir esto: ningún hombre ha podido escribir su biografía antes de nacer; pero sí hay un hombre, es Cristo. Los profetas anunciaron desde siglos antes, la fisonomía, la figura, el espíritu, lo que Cristo venía a hacer. Eran las promesas de Dios. Y por eso San Pablo, cuando habla de Cristo, lo llamó el Amén, el cumplimiento de las promesas de Dios. Por eso a San Pablo le duele que no hayan querido aceptar el cumplimiento por quedarse con las promesas. Siente la tristeza de un pueblo más pagado de su culto, institución humana, que por el amor de Dios que inspira ese culto. Y todavía sigue la lista.

Los patriarcas. Aun el Nuevo Testamento se alegra cuando pronuncia: el Dios de Abraham, el Dios de Jacob, el Dios de Isaac. Aquellos hombres que nuestra tradición teológica llama los collados eternos, hombres que como cumbres de la humanidad, tocaron a Dios, se llamaron amigos de Dios, y ellos recibieron las primeras promesas y son como los padres de nuestra fe. Así llamamos todavía los cristianos a Abraham, el padre de nuestra fe.

Y por último, Cristo, el Mesías. Que está por encima de todo. Dios bendito por los siglos. San Pablo que ha ido como poniendo esta montaña de privilegios, y en la cumbre ponía los patriarcas de los cuales brota Cristo. Como que ya el pueblo, la Humanidad, ha tocado lo divino y una flor de esta Humanidad privilegiada: María, la Virgen, recoge en sus entrañas al Verbo de Dios y lo hace hombre que aparece en el mundo. Hijo de nuestros patriarcas, hijo de las promesas de Dios. A este Cristo es al que hay que recibir, dice Pablo. Este Cristo es el que encarna la presencia de Dios en la historia de Israel. Dios estaba presente en toda la historia de Israel, porque venía como una historia embarazada con el gran Hijo del Hombre. Traía como preñada la divinidad de Dios en promesas, hasta que da a luz en la noche santa de Belén. La Virgen no es sólo una mujer, es toda una raza. Es todo un pueblo privilegiado que en las promesas de Dios ha encontrado una encarnación, allí, en María.

Pero además de Israel, además de las promesas hechas a Israel y Cristo que es la flor de esas promesas, hermanos, en estos días en que la Iglesia se hace noticia tan de primera página, yo les quiero decir también con alegría inmensa, la Iglesia es hoy a partir de Cristo, cumplimiento de las promesas, la Iglesia sigue prolongando la presencia de Dios entre los hombres. El Israel de Dios, llama a Pablo a este pueblo cristiano que está reunido hoy en Catedral. El Israel de Dios. Israel no vale tanto por ser   —120→   hijo de Abraham, vale por ser hijo de las promesas de Dios. Vale por haber sido el encargado de traer a Cristo. Y el nuevo Israel, la Iglesia, es hoy también la encargada de hacer presente a Nuestro Señor y Salvador: Jesucristo.

Y aquí llegamos ya al tercer pensamiento de mi homilía, y es que el evangelio de San Mateo, escrito ya en las comunidades cristianas, en el nuevo Israel, es el fruto de reflexiones profundas como las que estamos haciendo ahora. Lean a San Mateo y continuamente encontrarán: esto sucedió para que se cumpliera lo que habían anunciado los profetas. De modo que Mateo es como el traslado del viejo Israel al pueblo Cristiano. Y precisamente, en el pasaje de hoy, encontramos una descripción de la Iglesia, porque -y esto es bueno que lo tengan en cuenta, sobre todo aquellas comunidades que reflexionan mucho el evangelio, si quieren se los mando por escrito-, si todo el evangelio de San Mateo es como un poema cantado al Reino de Dios, al Reino de Dios que viene, Reino de los cielos lo llama Mateo, que viene a este mundo y se hace presente entre los hombres, en un Mesías niño, en una promulgación de lo que va a hacer su espíritu, las bienaventuranzas. Y los domingos recién pasados, en las parábolas nos estaba describiendo Cristo el Reino de los cielos con su humildad, como la tenía demostrada; pero con su puerta expansiva que nadie la puede detener a pesar de los obstáculos de la cizaña y de los malos peces.

Toda esa reflexión nos lleva a pensar ahora en los capítulos del 13 al 18 de San Mateo. Nos hablan de la comunidad humana, donde ese Reino de Dios comienza ya a ser realidad. Y en esa comunidad humana, concreta, hay un hombre principal que se distingue como cabeza. Y hay allí en esos tres capítulos, tres pasajes de San Pedro, uno de ellos es el de hoy, donde Pedro aparece en aquella nave como el principal. Pero la nave en sí, donde van unos apóstoles y que Cristo va cerca de ella, aunque no lo sientan, aunque lo confundan con un fantasma. Esa navecita, según San Mateo, representa la Iglesia, la comunidad de hombres que ha de creer en Cristo y que tiene unas autoridades dejadas por Cristo: los apóstoles, entre los cuales se destaca el principal, el príncipe de los apóstoles que es en su sucesor, el Papa actual.

Pero es hermoso pensar, en esta mañana, como hemos pensado tantas veces, en nuestra Iglesia perseguida. Que por más que se niegue esto sigue siendo una verdad. Se persigue a la comunidad cristiana que trata de ser fiel y de identificarse con ese Cristo. Es la borrasca, la tempestad que quiere aparecer a Cristo como un fantasma. Que hace sentir a Cristo como con miedo y muchos se apartan. Pero es allí cuando Cristo nos pide pruebas de fe valientes y donde Pedro aparece como el principal probado en la fe; y que necesita una fe especial, y que entra en unas relaciones muy suyas que no tienen los otros apóstoles con el Cristo que le tiende   —121→   la mano para identificar la unidad entre Cristo y Pedro y la Iglesia que va con Pedro.

En la Constitución del Concilio sobre la Iglesia se describe una cosa que a mí me viene muy importante ahora, hermanos, y es que volviendo otra vez al problema de San Pablo, porque si Israel era la señal de la presencia de Dios en el Antiguo Testamento y si la Iglesia cristiana es la señal de la presencia de Dios entre nuestros contemporáneos, ¿por qué no es santa la Iglesia? Pero a pesar de todo ¿por qué es necesaria la Iglesia?

Yo les quiero proponer estos tres principios. Ténganlos muy presentes en estas horas en que la Iglesia está en conflicto. Primer principio: Dios está en Cristo y Cristo está en la Iglesia; pero Cristo desborda la Iglesia, es decir, la Iglesia no puede pretender tener del todo a Cristo. Al modo de decir, sólo los que estén en la Iglesia son cristianos. Hay muchos cristianos de alma que no conocen la Iglesia, pero que tal vez son más buenos que los que pertenecen a la Iglesia. Cristo desborda, como cuando se mete un vaso en pozo abundante de agua, el vaso está lleno de agua, pero no contiene todo el pozo. Hay mucha agua fuera del vaso. Así dice el Concilio, que hay muchos elementos de verdad y de gracia que pertenecen a Cristo y que no están en la Iglesia. Esta es una de las grandes revelaciones, diríamos redescubrimientos de una gran verdad, para quienes se sienten orgullosos, vanamente, de la institución Iglesia, sepan que podemos decir: allí no son todos los que están, ni están todos los que son.

No están todos los que son, hay muchos cristianos que no están en nuestra Iglesia. Bendito sea Dios, que hay mucha gente buena, buenísima fuera de los confines de la Institución Iglesia: protestantes, judíos, mahometanos, etc. Un acontecimiento como el que he vivido esta semana, hace sentir algo de esto. La muerte del Papa ha estremecido no solamente a la comunidad institucionalizada que se llama Iglesia. Ha trascendido, ha desbordado también la Iglesia, porque sienten en el Papa una presencia que ellos, a su modo, presienten.

El segundo principio es este: Pero la Iglesia es signo de la presencia de Dios y por eso es necesaria. Aunque la Iglesia no contenga del todo Cristo, es señal de que Cristo está en el mundo. Volvamos a la comparación. El vaso de agua que se saca de la fuente no contiene toda la fuente, pero es señal que aquella agua es de esa fuente, de que existe una fuente de la cual se pudo sacar ese vaso de agua. Oigan lo que dice el Concilio: «A esta Sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes poseen el espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los obispos por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del   —122→   Gobierno y comunión eclesiástica. No se salva sin embargo, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia en cuerpo, más no en corazón». Se puede pertenecer a la Iglesia en cuerpo, se puede estar en la misa de Catedral corporalmente, pero no estar en corazón. Se puede estar en la Iglesia de cuerpo; pero no ser de la Iglesia, porque no se está de corazón. No basta decir: soy una familia bautizada. Si no vives conforme con el cristianismo no perteneces de corazón a este cuerpo místico de la Iglesia.

No olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la que si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse serán juzgados con mayor severidad. Quiere decir que nosotros los católicos, tenemos la dicha de haber conocido los medios de salvación que Cristo ha atraído. En este vaso que se llama la institución Iglesia, está el Papa, la jerarquía, los sacramentos, que son instrumentos de Dios para darnos la salvación. Pero no basta tenerlos a nuestra disposición. Y aun los mismos instrumentos podemos también ser condenados porque podemos ser instrumentos de la gracia de Dios y sin embargo no aprovechar para nosotros esa gracia de Dios.

Por eso, ahora en que hablamos del Papa y de la Iglesia como Institución, tengamos muy en cuenta esto. Que ni los sacerdotes, ni los obispos, ni el Papa, ni los sacramentos, ni las organizaciones eclesiásticas, contienen del todo a Cristo. Pero que son necesarias para hacerse presente y como un signo sensible, la presencia de Dios entre nosotros.

Por eso el tercer principio es este: No todos los miembros de la Iglesia, poseen e irradian a Dios. San Pablo precisamente, se está lamentando de que un pueblo tan privilegiado no haya querido aceptar a Cristo. Y dice: pero por gracia de Dios siempre queda un resto. La Virgen, San José, los apóstoles, los primeros cristianos convertidos del judaísmo, son el resto que fue fiel a la promesa y aceptó a Cristo. En cambio, el pueblo siguió creyendo en su Institución. Mucho cuidado católicos, comenzado por nosotros, los Ministros de Dios, no creamos que por ser obispos o sacerdotes y por ser Institución Eclesiástica, somos lo mejor del cristianismo. Somos signo, pero puede ser como la campana que es signo y llama, pero se queda fuera. He aquí como Cristo también nos llama la atención a todos los que formamos esta Institución, lo visible del cristianismo, para que tratemos de ser verdaderamente signos de una presencia de Dios en el mundo.

Y por eso el Papa, lo llamo yo, para terminar, hermanos, la gran señal de la Iglesia. «Ubi Petrus ibi celesia», dice la teología. La Iglesia está donde está Pedro y esta es una de las cosas más bellas de esta semana. Hemos sentido dónde está el centro del catolicismo. Lo que no pueden   —123→   mostrar otras confesiones cristianas. Lo que no pueden mostrar otras religiones. Por eso les digo, es necesario que exista la Institución. El Papa en su humildad, se creía el hombre inútil. Y sin embargo, él mismo, frente a los protestantes en Ginebra, dice: mi nombre es Pedro. Yo soy Pedro. Cristo ha querido de mi humilde persona, el signo de su presencia, el centro de su Iglesia.

Cuando el Concilio Vaticano II, tomando también del Vaticano I, enseña qué es el Papa, nos dice esto: «Para que el episcopado fuese uno e indiviso, puso al frente de los demás apóstoles al bienaventurado Pedro que instituyó en la persona de él mismo el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad de fe y de comunión». Esta doctrina sobre la institución, perpetuidad, poder y razón de ser del sacro primado del romano Pontífice y de magisterio infalible, el Santo Concilio la propone nuevamente como objeto de fe inconmovible a todos los fieles.

Es dogma de fe definido en el Concilio Vaticano I, 1870 que el Papa tiene un primado que es infalible, que es la autoridad suprema del pueblo de Dios universal.

Por eso, hermanos, cuando ha muerto Pablo VI, nos está diciendo, a la luz de las palabras de Dios hoy, que Dios anhela estar con los hombres y que los hombres tenemos capacidad para estar con Dios, hasta el punto de poder hacer una organización humana que se llama Iglesia, donde Dios vive con los hombres, y la señal de verdad de esa presencia de Dios en su Iglesia, es el Papa. Es hermoso pensar, si hubiera tiempo para describir aquí, la figura la fisonomía, que rico es el pontificado romano, cuando siendo un solo encargo de mantener el fundamento y unidad de su Iglesia, va tomando fisonomía, características tan propias, según la personalidad del hombre escogido para esa institución. Muchos de ustedes como yo, podemos mencionar Papas desde Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, qué figuras más distintas en lo humano. Y cuando Juan XXIII subía, vestido ya como Papa, al balcón de San Pedro para anunciarse al mundo como Pastor del universo dijo: muchos están esperando cómo será el nuevo Papa; será un estadista, será un diplomático, será un organizador. Todos esos andan equivocados, dijo el Papa, todas esas cosas pueden servir de adornos. Pero lo que deben de buscar en el Papa, es el Pastor. Y trataré de ser el Pastor, representante del Buen Pastor.

De Pablo VI, yo le decía a los queridos sacerdotes en la reunión, ese carisma de poder hablar de Cristo y de la Iglesia, que defendió la identidad de la Iglesia a pesar de la audacia con que llevó la Iglesia hasta las fronteras de donde no puede pasar. Ese «aggiornamento», ese estar al día en la teología y en los problemas de la Humanidad, esa primacía de lo espiritual, ese diálogo abierto con el mundo, etc. La fisonomía cambia con cada hombre que sube al romano pontificado, pero la institución es la misma. Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

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Por eso hermanos, terminamos diciéndole al Señor: muchas gracias por haber creado el Pontífice Romano y por conservarlo a través de veinte siglos. Y cuando parece que todo se ha acabado, cuando Pablo VI muere y no hay ningún presagio de quién será su sucesor, precisamente entonces, cuando parece que la Iglesia está más acéfala y más confusa, cuando llora orfandad, está más llena de esperanza. Vendrá el Pontífice que convenga a nuestro tiempo. Los periódicos pueden cavilar: ¿cuál será, quién será? Pero tal vez será el que menos se menciona. El humilde cardenal Sarto no se imaginaba que él iba a ser el gran sucesor de León XIII, humilde hijo de campesinos y fue Juan XIII. Y así nos da sorpresas la historia de la Iglesia, porque es la historia de la salvación, es el pensamiento de Dios encarnado en lo humano. Pidamos mucho al Señor, hermanos, para que este pontificado que se avecina, sea verdaderamente digno de la fe que tenemos en esta Iglesia.

Y ahora comprendemos en esta perspectiva de la Iglesia, por qué nuestra Iglesia vive aquí en la Arquidiócesis y el cuál debe ser la sabia que la alimenta; es la presencia de Dios, la confianza, la esperanza en Dios. Y allí tendríamos muchos acontecimientos eclesiales que mencionar en estos días. Por ejemplo, los días de los fundadores de grandes congregaciones religiosas que trabajan entre nosotros: 31 de julio, San Ignacio de Loyola, fundador de los Jesuitas; 1.º de agosto, San Alfonso María de Logorio, fundador de los Redentoristas; 8 de agosto, fiesta de Santo Domingo de Guzmán, fundador de los Dominicos; 15 de agosto, fiesta patronal de las religiosas de La Asunción.

Una visita al noviciado de las Carmelitas de San José nos hace sentir la vida religiosa en nuestro ambiente. La solemne procesión que, en la capilla del Seminario, tuvo en estos días el Instituto Secular Paulino. Tengamos en cuenta, hermanos, que la vida religiosa desborda, ahora también, a la vida secular, que ustedes seglares pueden consagrarse también, a una vida consagrada al Señor.

Y ahora también, en el mundo así de los laicos y de los pobres, qué emoción he sentido cuando estaba ayer en la Comunidad de la Fosa celebrando la misa con comunidades cristianas que se ven surgir por todas partes en nuestra capital. Y esta tarde estaremos también en San Ramón.

Pero, por otro lado, también queremos ver que este sol de la Iglesia que trata de ser más brillante -y que le suplico a todos los católicos, trabajar para que hagamos verdaderamente un pueblo de Dios que sea presencia de Dios en el mundo-, ilumine ese ambiente gris que nos rodea.

En esta semana, todos saben las noticias misteriosas del caso del Señor Matsumoto. Declaraciones muy técnicas que nos llevan a pensar un poquito en aquel adagio filosófico «quod multum probat nihil probat». De   —125→   todos modos, pedimos que se deduzcan responsabilidades. No sólo en el caso del Señor Matsumoto, sino en tantos casos que están quedándose en el misterio y también que no se vaya a ultrajar la fama y la vida de inocentes por cubrir misterios o con pretextos de seudo investigaciones. Expresamos con este motivo nuestra condolencia a la familia Matsumoto, especialmente a su viuda esposa, y las hemos invitado para ofrecer una misa mañana, a las cinco, en la Capilla del Hospital de la Divina Providencia.

También lamentamos, en esta semana, el secuestro del Señor Tomás Armando Monedero y el asesinato de su viejo motorista José Bruno Díaz Velásquez. No podemos menos que repudiar siempre, estos medios y recursos a la violencia y pedir oraciones por el difunto y para que vuelva la paz a nuestro ambiente.

Socorro Jurídico ha denunciado anomalías legales en capturas y procedimientos de profesores de ANDES y en capturas de campesinos. En Suchitoto, en cantones de San Vicente, en Cinquera, en Apopa, en Zacatecoluca, en Chalatenango. También por información de Socorro Jurídico, hemos sabido que en el plazo de 15 días, son 22 las personas capturadas por violaciones a la famosa Ley de Orden Público; pero que mañana, gracias a Dios, una comisión respaldada por más de mil quinientas firmas, irá a la Asamblea Legislativa, a pedir la derogación de esa nefasta ley. Y piden también estar presente cuando se discuta la petición que se ha hecho.

Se publica en Orientación hoy, una carta de los cristianos de Cinquera, les suplico que la tengan muy en cuenta. Denuncias de cosas muy crueles. A la Guardia Nacional y a la ORDEN se les atribuye muchos crímenes. El último, el del pobre Irineo Valle, que deja viuda y huérfanos; y en nombre de ellos, yo les pido a todos que sigan ayudando, que Cáritas de nuestra Arquidiócesis es la mano de caridad que pide a los que pueden dar para dar a los que no tienen.

Tenemos que agradecer a la Asamblea, el gesto de simpatía con el Papa al declarar duelo por su muerte. Ojalá esto conlleve también, a un cuidado para que no se propalen tantas calumnias contra la Santa Sede y contra el Romano Pontífice.

Queridos hermanos, como ven, un pueblo que peregrina, que lleva consigo esta gran misión: hacer presente a Dios en el mundo. Recibamos con honor a esta gran reflexión y agradezcámosle al Señor; y vamos ahora, como quien alimenta su lámpara para que arda mejor. Nos acercamos al altar, que es nuestro Sinaí, donde Cristo en la montaña de la transfiguración ilumina a todo su pueblo para que siga caminando en medio de los ambientes grises de nuestra historia, iluminado con la claridad de Dios, las situaciones de nuestro país.



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ArribaAbajoEl dinamismo de la Iglesia

20.º Domingo de Tiempo Ordinario
Domingo 20 de agosto de 1978

Isaías 56, 1. 6-7
Romanos 11, 13-15. 29-32
Mateo 15, 21-28

Queridos hermanos:

Es hermoso sentirse hermanos cada domingo, sobre todo en este momento, que es un momento de familia. Somos la familia de Dios que peregrina en la tierra y cada domingo, como las familias unidas, en un fin de semana se unen con sus padres a los otros miembros que están dispersos a lo largo del trabajo de la semana; y venimos a compartir, a sentir de veras que lo que cada uno hace le interesa a todos; y que así vamos unidos en una misma fuerza de amor, de fe, de esperanza en medio de un mundo que nos ofrece tantas dificultades, pero precisamente las familias se unen más, cuanto más arrecian por fuera las tempestades.

Por eso en este ambiente de familia, es el Padre el que nos orienta, el que nos aconseja, el que nos habla; y el padre es nuestro Dios al que dentro de poco llamaremos: Padre Nuestro. Él nos habla y el sacerdote o el obispo que predica no es más que un mensajero suyo entresacado de la misma familia para comunicar su mensaje divino. Y se ha organizado   —127→   este mensaje a lo largo del Año Litúrgico, de tal manera, que cada domingo es novedad, nos va presentando aspectos diversos de esta familia tan maravillosa que se llama la Iglesia, principio del Reino de Dios en la tierra. Cómo no va a ser maravilloso, si se trata del Reino de Dios, aunque todavía envuelto en las limitaciones, en las imperfecciones de los hombres que la formamos; pero que vamos tratando de hacernos menos indignos de esa vida que Dios quiere participar con nosotros en su plenitud cuando esta peregrinación termine. De allí, que los aspectos que este domingo nos ofrece la divina palabra, como de costumbre yo lo resumo en este pensamiento: el dinamismo misionero, espiritual y social del Reino de Dios en su Iglesia. Estos serán los tres aspectos de la homilía de hoy.

La Iglesia tiene un dinamismo misionero, la Iglesia tiene un dinamismo espiritual y la Iglesia tiene un dinamismo social aquí en la tierra. Pero antes de adentrarnos en esta reflexión de la palabra, para que el marco concreto de nuestra Iglesia, tal como se va haciendo en detalles tan variados en nuestra Arquidiócesis, yo quiero evocar aquí algunas noticias y avisos de nuestra vida eclesial. Allá al final, cuando hable del dinamismo social de la Iglesia, voy a presentar los aspectos que ya no son propiamente eclesiales que se viven en la vida política, en la vida económica, en la vida de nuestro pueblo, en nuestra historia; pero que no son ajenos, tampoco, sino que esta Iglesia dinámica tiene que iluminar, pero primero es... porque dice la Filosofía: primero hay que ser para después actuar. La Iglesia ante todo tiene este trabajo: ser, construirse. Yo les invito siempre, queridos hermanos, que en mi pobre palabra miren este esfuerzo ante todo. No es un esfuerzo de confrontación con nadie, no estoy peleando con nadie. Estoy ayudándole a Cristo a construir su Iglesia; y amando a todos ustedes bautizados, que son Iglesia, a que tomen conciencia, a que colaboren, a que hagamos de este pueblo de Dios que peregrina, verdaderamente una antorcha que ilumine al mundo. Por eso, nadie escuche mis palabras con ánimo polémico. Yo no quiero ser una oposición como se me dijo esta semana. Quiero ser simplemente una afirmación. Cuando un hombre dice sí a una convicción suya, no está confrontándose, simplemente está afirmándose y naturalmente que hay otros que no piensan como él y entonces viene la confrontación, pero no porque uno tenga intención de buscarla.

En nuestra Arquidiócesis, como en el mundo entero, esta Iglesia que se construye vive días de una solemne expectativa que debe resolverse en una profunda oración. Estamos sintiendo la ausencia de Pablo VI y ya estamos amando -sin conocerlo- al que será su sucesor. Esta es la fe de la Iglesia. ¡Qué maravilla! ¿No les parece que este es un milagro portentoso? Cuando hay tanta confusión y tantas intrigas e intereses, una Iglesia repentinamente queda acéfala; pero esa acefalía se resuelve en una esperanza. Nadie está peleando por ser Papa. No hay partidos, no hay intrigas, simplemente una fe que espera. Manda Señor al que hay que mandar.   —128→   Tiene que ser esta semana de mucha oración. El 25, como ya han oído y ya han sido informados, se van a reunir ya los cardenales que van a elegir al nuevo Pontífice. No sabemos cuáles serán las estrategias y prácticas que van a llevar, a fin de dar al hombre que conviene a nuestro tiempo. Ya unos teólogos han dado una clave maravillosa: tiene que ser un hombre de Iglesia, un hombre de mucha fe, un hombre profundamente eclesial y, por eso también, un hombre que represente una Iglesia abierta al diálogo como el mundo. ¡Este equilibrio maravilloso!

Cuánto mal hacen en esta hora, los pastores y los católicos cerrados. Los que creen que no hay más verdad que la que ellos tienen. Se olvidan de que nadie es dueño de la verdad. Sólo Dios es la verdad. Y que si él, el infalible, el que no se puede equivocar, ha trasmitido a su Iglesia ese don de infalibilidad, cuyo órgano expresivo es el Papa, no es el Papa; exclusivamente el infalible, es todo el pueblo de Dios que por medio de la boca que habla, como el organismo del hombre, habla todo él por la palabra que se pronuncia, tiene que vivir con agradecimiento, con respeto ese don del Espíritu y por tanto saber que todos los que estamos en comunión con esta verdad, aunque la manifestemos de formas muy diversas, tal vez desagradables a mi modo de pensar, pero que están dentro del conjunto de la verdad, respetarnos. Esto es lo que se llama apertura, comprensión que no llega tampoco a querer que quede todo error y verdad dentro; sino que la verdad, con sus múltiples facetas, pero la verdad y firme también, para que dentro de este pluralismo de verdad, no entre el error, la herejía, la mentira. Seamos muy amplios, hermanos, en comprender este sentido que queremos para el nuevo Pontífice, que tiene que ser, ante todo, el hombre de la Comunión Eclesial.

También muchos preguntan: nosotros, la Iglesia de este continente que prepara un acontecimiento tan grave como es la reunión de los obispos en Puebla, ¿qué implica la muerte del Papa mientras se preparaba Puebla? Hasta ahora, el camino es legítimo y puede seguir ese camino. Para que una reunión de obispos de una región del mundo tenga validez jerárquica de Iglesia en comunión con el Papa, es el Papa el que tiene que convocar y el Papa el que tiene que presidir por sí mismo o por otro. Pues bien, Pablo VI había convocado al Episcopado Latinoamericano, en Puebla, él, naturalmente, ya no lo puede presidir porque ya murió. El que viene puede ratificar el llamamiento de Pablo VI, tiene que convocar o darle validez a la convocación de Pablo VI y venir a presidirlo o mandar a alguien que lo represente en la presidencia para que sea el Episcopado en comunión con Pedro. Por tanto pues, Puebla seguirá adelante, pero siempre esperando la palabra del nuevo Papa. Pidamos también mucho, pues, por este acontecimiento.

Y ya dentro de nuestra vida íntima eclesial de la Arquidiócesis, perdonen hermanos que me refiera a mi persona, para decirles un voto de   —129→   profundo agradecimiento por las múltiples manifestaciones de solidaridad, que con motivo de mi cumpleaños me manifestaron comunidades, personas particulares, sobre todo el clero en el almuerzo de Domus Marie, donde tuvimos también la felicidad de estrechar la mano de Monseñor Chávez; sobre todo la misa de esa noche que me dejó tan colmado de consuelo, donde estuvieron presentes muchas personas y comunidades de nuestra Arquidiócesis. ¡Dios se los pague!

Y como es comunidad nuestro peregrinar y nuestra Iglesia, he aquí unas cuantas noticias de nuestras comunidades eclesiales.

El domingo pasado clausurábamos en una misa, una misión predicada por el P. Luis en el sector de Zacamil, llamado San Ramón. Una comunidad que nace. El miércoles 16 por la noche, en la fiesta del patrón del barrio de San Jacinto, dirigido por los PP. Paulinos, confirmábamos un bonito grupo de jóvenes. ¡Qué hermosa es la confirmación preparada para jóvenes!

Hoy tendremos otro grupo de confirmación en la parroquia de San Juan Cojutepeque, donde el P. Brizuela también ha comprendido la riqueza de este sacramento, que yo le suplico me ayude a valorarlo, hermanos, para que no lo demos a niños que no se dan cuenta; sino a jovencitos que ya van comprendiendo la necesidad de una nueva fuerza de juventud, que es la fuerza del espíritu que se da en la Confirmación.

El jueves de esta semana habrá también una fiesta religiosa muy consiente, en Arcatao. Las religiosas Guadalupanas, que llevan con tanto celo y cariño aquel apartado pueblo, están preparando la fiesta de San Bartolomé para el jueves de esta semana, a las 10 de la mañana. Y ya les auguro muchos triunfos y muchos éxitos. Tendré la dicha de participar en ella.

Otra comunidad, la de la parroquia de Tejutla, va a celebrar el sábado de esta semana, a las 10, el aniversario primero del asesinato del catequista Felipe de Jesús, que todos recordamos con mucha admiración y cariño.

Otra comunidad también, florece ya poco a poco, es el Paraíso de Chalatenango, donde las religiosas Betlemistas preparan estudios para darle un poco de vida también al aspecto social, industrial, que está un poco muerto; y como la Iglesia, vamos a decir, tiene un dinamismo social, también le interesa esta promoción.

Refirámonos también un poco en esta vida de Iglesia nuestra y amémosla, queridos hermanos, la vida religiosa. Las Carmelitas misioneras españolas, las que tienen la Policlínica y nos atienden también sectores pastorales   —130→   en Plan del Pino y en la Laguna de Chalatenango, celebran en este año, 25 años de haber venido a El Salvador. Lo vamos a celebrar en Plan del Pino, con una confirmación de jóvenes que se está preparando con mucho entusiasmo.

Los Jesuitas, tan puestos a la vista de nuestra Iglesia -muchos para admirarlos y quererlos, otros para desprestigiarlos y calumniarlos- están ofreciendo ya una obra maravillosa. Esta semana con el P. Sáenz tuve la oportunidad de visitar la construcción de un hermoso edificio que se llamará Centro de Loyola, en que se van a realizar esos carismas propios de los jesuitas: los ejercicios espirituales y las reflexiones para concientizar más en el verdadero cristianismo a nuestro pueblo. Quien quiera conocer esta obra grandiosa que va surgiendo, lo invito a hacer un paseo allá por Lomas de Morazán, cerca de la UCA, donde de veras tendremos dentro de poco, el año próximo desde luego, un centro de espiritualidad y reflexión abierto a todos los sectores de nuestro pueblo.

También, hermanos, en la vida de la Diócesis, cuentan mucho como instrumentos de la Pastoral de la Diócesis, los colegios católicos. Y esta semana ha habido mucha vida. Tenemos que lamentar, y nos hemos hechos solidarios del sufrimiento de miembros de la directiva de la Federación de Centros de Educación Católica que sufrieron golpes en un accidente de tránsito, allá por la Diócesis de Santa Ana, donde trabajaban precisamente el problema de su organización. Ya gracias a Dios mejoran, pero ha sido un sufrimiento por la buena causa.

El colegio Santa Cecilia de Santa Tecla, ha dado un espectáculo precioso en esta semana celebrando la cuarta semana de la juventud. Cuatro años en que convoca a los jóvenes para darles el mensaje del evangelio. El lunes tuve la dicha de estar entre jóvenes, más de mil jóvenes llenaban el teatro para inaugurar esta semana.

El Instituto Ricaldone, también de los Salesianos, celebró con una preciosa misa en la iglesia de María Auxiliadora, el aniversario 163 del nacimiento de Don Bosco, que nació y fue bautizado el mismo 16 de agosto de 1815, tratamos de traducir ese mensaje de Don Bosco a la juventud, como lo haremos, primero Dios, mañana en el colegio Don Bosco, donde se están celebrando las fiestas jubilares: 75 años de la fundación de los primeros colegios salesianos en el país. Porque allí también está el colegio San José, de Santa Ana.

Nos dio también mucho consuelo recibir una visita de alumnas del colegio de la Divina Providencia, a presentarnos en un folleto, el resumen de sus pensamientos de una semana de reflexión de preparación para el matrimonio. Interesante que las jóvenes que ya van llegando al bachillerato, piensen seriamente que no se trata de una aventura loca, ni   —131→   de prostituir un don tan grande como es la sexualidad, el matrimonio; sino que a la luz de grabaciones que tenemos a la disposición, en el Servicio para América Latina: SERPAL, han reflexionado en episodios concretos esta preciosa temática.

También nos alegramos -y esto de manera muy especial- con la vida de nuestro Seminario, que es como dicen los documentos de la Iglesia: el Seminario como la pupila del ojo de la Diócesis, donde se están formando las esperanzas de nuestro pueblo que camina guiado por los sacerdotes.

Vamos a iniciar, ya se anunció en la reunión del clero, la intensidad de la pastoral vocacional, por todas las parroquias. Y aquí hacemos un llamamiento a todos los padres y familias cristianas y sacerdotes, a que busquemos entre nuestra juventud, dónde ha depositado el Señor ese don precioso de la vocación, para luego analizarlo y someterlo ya al proceso de elaboración que es el Seminario. Ya está llegando a su cumbre uno de estos jóvenes. Qué consuelo me dio Rafael Urrutia, que termina ya sus cuatro años de Teología en el Seminario de Guatemala, pidiéndome su ordenación sacerdotal para el 4 de noviembre. Ya desde ahora hermanos, alegrémonos y pidamos por él, porque aquí en Catedral el sábado 4 de noviembre, a las 11 de la mañana, vamos a tener el honor de imponer las manos a un joven que, como los jóvenes del Seminario en medio de un ambiente tan difícil, dan testimonio de que Cristo vive y cuenta con corazones jóvenes que lo quieren seguir hasta el heroísmo.

En este mismo sentido, y ya esto para ustedes los laicos, el Club Serra, Organización de Laicos, va a tener una convención del 15 al 17 de septiembre donde van a poner entre sus números centrales, una información de los diversos seminarios, ya que es una organización laical que colabora, sobre todo moralmente, para darle ambiente, impulso a esta obra vocacional.

Y hay otras noticias como la que recibí de San Miguel con esta alegría: ¡ya se oye en San Miguel la YSAX! Siempre se ha oído pero con dificultades, espero que ahora nos estén escuchando con más claridad y que aquella ciudad tan querida, también reciba esta humilde palabra que tanto la ama.

Muchos preguntan por la carta pastoral que anuncié el 6 de agosto. Me ha alegrado mucho el interés que se ha despertado y solamente me apena tener que decirles: espérense un poquito, pero dentro de pocos días estará ya en circulación. ¡Primero Dios que ya desde el próximo domingo si Dios quiere!

Y junto a estas noticias eclesiales, pues, falsas interpretaciones, por ejemplo la que el Diario de Hoy, en una noticia muy arrinconada -si no   —132→   me lo dicen, no me doy cuenta- tergiversa mi homilía cuando dice que yo he dicho que agradecía al Poder Legislativo por tres días de duelo nacional por la muerte del Papa; y aquí entre comillas mis palabras que no son mis palabras: «La buenas relaciones que existen entre el Estado y la Iglesia Católica desmienten la calumnia de que ha sido objeto el clero». Ustedes son testigos que yo no he dicho eso. Simplemente mantengo una posición de que no estoy confrontándome con nadie, sino que estoy tratando de servir al pueblo y el que esté en conflictos con el pueblo, estará en conflictos conmigo. Pero mi amor es el pueblo y desde el pueblo pueden ver a la luz de la fe y del mandato que Dios me ha dado de conducir este pueblo por los caminos del evangelio, quiénes están conmigo y quiénes no están conmigo, viendo simplemente las relaciones del pueblo.

Tengan mucho cuidado, también hermanos, como noticia eclesial se las doy, sé que se andan recogiendo firmas para mandar al Papa -ya no será Pablo VI, será al nuevo- y a Puebla a la reunión de obispos, pidiendo la condenación del marxismo. Está muy bien eso, pero ya existe la condenación del marxismo, no es ninguna novedad. Pío XII ya tuvo un documento a ese respecto, si no lo conocen búsquenlo. Lo que me interesa más es esto: que estas firmas también piden mi destitución. Yo no tengo inconveniente en ser destituido, ni tengo ambiciones en el poder de la Diócesis. Simplemente considero que esto es un servicio y que mientras el Señor, por medio del Pontífice, me tenga en él, seré fiel a mi conciencia a la luz del evangelio que es la que yo trato de predicar, nada más, ni nada menos.

Porque ya estamos precisamente en materia, para que vean cuál es mi oficio, y cómo lo estoy cumpliendo: estudio la palabra de Dios que se va a leer el domingo; miro a mi alrededor, a mi pueblo; lo ilumino con esta palabra y saco una síntesis para podérselas transmitir. Y acerco2 a ese pueblo luz del mundo, para que se deje guiar por los criterios, no de las idolatrías de la tierra; y por eso naturalmente que los ídolos de la tierra y las idolatrías de la tierra sienten un estorbo en esta palabra y les interesaría mucho que la destituyeran, que la callaran, que la mataran. Suceda lo que Dios quiera, pero su palabra -decía San Pablo- no está amarrada. Habrá profetas, sacerdotes o laicos -ya los hay abundantemente- que van comprendiendo lo que Dios quiere por su palabra y para nuestro pueblo.

En la palabra de hoy, quién no descubre -si la han oído con atención, sin que yo se las comente- que existen estos tres dinamismos. Cristo mismo garantiza que este Reino de Dios tiene un dinamismo misionero, un dinamismo espiritual y un dinamismo social. Cuando digo, en primer lugar, dinamismo misionero, yo miro a Cristo, en el evangelio de hoy, de bondadoso, acercándose hasta los límites de Palestina para poder ver, desde   —133→   allí, las fronteras del mundo gentil; y una mujer gentil, una cananea, que viene a él en busca del poder de Dios que Cristo trae; y el diálogo de Cristo Salvador, con la representante del mundo gentil, parece duro; sin embargo, a quien se adentra en el ambiente de aquel tiempo y de aquel pueblo, no le parece duro, sino comprenderá mejor la situación. No está bueno tirar el pan de los hijos a los perros. Miren la diferencia que existía en la mentalidad judía. Ellos -los judíos- eran los hijos, los otros pueblos, los gentiles -allí estábamos nosotros también-, éramos los perros. Y la humildad de la cananea gana el corazón del Redentor. Sí señor, dicen que esto es muy típico en el Medio Oriente, son muy sagaces en captar el pensamiento y hacerlo un chiste o hacerlo una respuesta maravillosa. La cananea da muestra aquí a Cristo y Cristo da muestra de vivir en un mundo encarnado, propio, con los modismos de su pueblo y de su tiempo. La cananea le dice: sí, señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de las mesas de sus señores. Mujer qué grande es tu fe.

Pero antes de que Cristo se asomara a la ventana del mundo gentil, la primera lectura nos ha dicho que Dios ya no pondrá esos límites. Ya habla aquí de unos extranjeros que los atraeré a mi Monte Santo. Mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos. Este es el plan de Dios, no sólo salvar al pueblo de Israel, sino, como quien dice, hacer bien denso de Dios al pueblo de Israel, para que de ese pueblo -esta es la estrategia de Dios- de un pueblo endiosado, iluminado por la luz de Dios, llevar la luz a todos los pueblos; pero el designio de Dios es la salvación de todos. Qué hermoso, dice el Concilio, que tiene un documento específico para explicar este dinamismo misionero de la Iglesia: «La Iglesia peregrina -dice-, se llama misionera, porque es el fruto de aquel Dios Padre que manda». Esto quiere decir misión; del verbo latino «mittere», enviar. Así como mi Padre me envía, me hace misionero, así yo os envío, os hago mis misioneros. Pues dice el Concilio que el Padre envía como misionero suyo a su hijo y después que el Hijo ha realizado la obra en su persona y regresa, el Padre y el Hijo envían, hacen misionero, al Espíritu Santo que viene a animar esta Iglesia. Por tanto esta Iglesia, fruto de esa misión del Hijo y del Padre, es de verdad misionera y lleva un dinamismo universal.

La estrategia es que primero he sido enviado a las ovejas que perecieron de Israel, dice Cristo. Él no podía salir de los confines de Palestina y no salió; pero a los apóstoles sí les dijo: ustedes serán mis testigos en Jerusalén, en Samaria y hasta el último confín de la tierra, y cuando resucitó lleno de poder y majestad, manda su Iglesia al mundo, dice toda potestad señalada en el cielo y en la tierra. Vayan por todo el mundo. Hagan discípulos del cristianismo a todos los pueblos, bautícenlos en mi fe a todos los hombres. Se ha desatado el dinamismo misionero con la venida de Cristo y la venida del Espíritu Santo.

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Pero, en la segunda lectura, yo les invito, queridos hermanos, a que la reflexionen ustedes en sus hogares y miren esta estrategia descrita por San Pablo, en una forma, diríamos, dialéctica pero eficaz. Habla que Dios dio preferencia a su pueblo, pero ese pueblo no fue digno de ese don de Dios. Sólo un resto, un pequeño grupo se mantuvo fiel. Los demás no aceptaron a Cristo. Han pasado veinte siglos y los judíos no han aceptado a Cristo. Esto le dolía a San Pablo. Recuerden el domingo pasado, cuando San Pablo dice: quisiera ser maldito, pero que mis hermanos acepten esa salvación. Y porque no lo aceptaron, los apóstoles, sacudiendo sus sandalias, se van a los pueblos gentiles. Cristo sólo se asomó a través de la cananea. No caminó por caminos gentiles, porque había sido enviado solamente a saturar en el cumplimiento de las promesas al pueblo que debía de ser el misionero: Israel. Pero no fue digno. Entonces, los apóstoles salen a predicar y San Pablo en su carta dice: yo soy un judío, soy de la tribu de Benjamín, pero el Señor me ha escogido para ser apóstol de los gentiles, y como sigo amando a mi pueblo Israel, yo voy salvando a los gentiles y, con esto, estoy tratando de provocar el celo de mis paisanos.

Esta es la estrategia del evangelio. Primero los judíos, no lo aceptan, se van a los gentiles. Al oírlo, aceptando a los gentiles, los judíos se llenan de celo. Miren cómo los gentiles se están aprovechando de una gracia que Dios nos ofrecía, y entonces los judíos se van a convertir. Y si la obstinación de los judíos, el rechazo que los judíos hacen de Cristo, ha sido salvación de los pueblos gentiles, dice San Pablo, lógicamente cuánto más será torrente de vida, cuando los judíos se conviertan y se llenen de Dios.

Por eso muchos han llegado a creer que el fin del mundo será cuando se conviertan los judíos, pero no es eso lo que dice la Biblia. Lo que dice la Biblia es que cuando los judíos se conviertan, habrá una plenitud de vida en el pueblo judío que también se convertirá en plenitud de fe y de vida en el pueblo gentil. Poniendo aquí, pues, como en un antagonismo dialéctico: pueblo gentil y pueblo judío, San Pablo nos presenta hoy el universalismo de la salvación. Y por eso su carta termina hoy con esta frase que nos parece un gran misterio: todos han sido encerrados en la desobediencia para salvarlos a todos. La salvación supone pecado. Y tanto los judíos han pecado rechazando a Cristo, como los gentiles pecaron también cuando los judíos anunciaban al Dios verdadero y los gentiles no lo aceptaban. Pero ahora que ustedes, gentiles, lo aceptan, Dios está teniendo misericordia, les está perdonando su falta de fe, su desobediencia y cuando, por celos, por emulación el pueblo judío vuelva también, el que ya pecó de desobediente, volverá y se salvará.

Hermanos, qué hermosa lección, todos nosotros encerrados en la desobediencia. Todo aquel que quiera señalar a otro hermano sus pecados, y no se mire a sí mismo que es pecador, no es digno de esta salvación de   —135→   Dios. Cuando se le hecha en cara a la Iglesia, al Papa, a los obispos, precisamente, los pecados de la Iglesia, se están olvidando de esta gran estrategia de Dios. Del pecado, de la desobediencia, de una Iglesia miserable en sus elementos, hermanos, está Dios valiéndose para salvar en su misericordia. Lo único que vale aquí es la misericordia de Dios que se acepta por la fe. Y este es el segundo pensamiento de las lectura de hoy.

Yo quisiera, hermanos, que lo tengamos muy en cuenta, porque muchos -como lo van a leer en nuestra carta pastoral- están queriendo manipular la Iglesia para valerse de su dinamismo en redenciones temporales. La Iglesia no rechaza esas redenciones temporales. En mi carta pastoral digo que la Iglesia será una aliada generosa de los objetivos justos y del derecho de agrupación que los hombres tienen. Nadie les puede quitar a los hombres el derecho de asociarse, con tal que sea una asociación para buscar las causas justas.

Tampoco estamos defendiendo las agrupaciones de criminales, en cualquier sector que estén; si es para secuestrar, para robar, para matar. Para eso no hay derechos. Pero unirse para sobrevivir, para comer, para defender sus derechos; a esto sí tiene derecho todo hombre. La agrupación es un derecho cuando los objetivos son justos. Y la Iglesia estará siempre al lado de ese derecho de organización y de esos justos objetivos de las organizaciones. Pero que no se le pida a la Iglesia en exclusiva su dinamismo solamente para eso.

Yo baso allí, y aquí en esta homilía, mi reflexión, en esta palabra del Concilio Vaticano II que es la palabra tomada también de la Biblia: «La misión propia que Cristo confió a su Iglesia, no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso». -pero fíjense bien- «Pero precisamente de esta misma misión religiosa, derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina. Más aún, donde sea necesario, según las circunstancias de tiempo y de lugar, la misión de la Iglesia puede crear, mejor dicho, debe crear obras al servicio de todos, particularmente de los necesitados, como son por ejemplo, las obras de misericordia o semejantes».

Aquí están en este pensamiento del Concilio los dos dinamismos que yo quiero explicar ahora. El primero es el dinamismo espiritual. La misión específica de la Iglesia es religiosa. Quiere decir unir a los hombres con Dios, las relaciones con Dios. Y en las lecturas de hoy, aparecen varios de estos elementos. Por ejemplo cuando la primera lectura nos dice: mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos. Siempre les he recordado hermanos, nuestra fuerza es la oración. Si un cristiano no reza, no puede contar con ese dinamismo espiritual. De allí que la cananea está haciendo una oración y Dios por medio de Cristo se siente movido hacia ella por la oración.

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Segundo, en la segunda lectura y en el Evangelio se elogia la fe. Grande es tu fe, le dice Cristo a la mujer. Y San Pablo en la segunda lectura dice: los que han sido obedientes, encontrarán misericordia. La fe como una obediencia, una aceptación de Dios. Sin fe es imposible pertenecer a este Reino de Dios. El dinamismo espiritual de la Iglesia deriva de su fe. Me da lástima cuando algún católico dice: yo ya no tengo fe. Y me da alegría inmensa cuando he oído decir mucho en nuestros tiempos: he recobrado la fe en la Iglesia.

Recobremos la fe. Es la que nos da fuerza mutuamente a unos y a otros. También la fe, la oración, la humildad, es una virtud muy desconocida en el mundo; y sin embargo, cuando uno escucha a la cananea que en vez de resentirse por la expresión dura de Cristo que la llama «perrita», ella más bien le devuelve con una sonrisa: también los perritos comen de lo que cae de la mesa de sus señores. Qué grande humildad también podía añadir Cristo. La humildad que es la verdad, porque la soberbia que es su antagonismo, es la peor locura de un hombre: creerse. Y llegarse hasta creer Dios insustituible. Todos debemos de ser humildes, en el sentido de la verdad, de reconocer nuestras limitaciones, nuestras pequeñeces.

Sentido espiritual, esto que estamos viviendo ahora. Cuando dice el Señor: los atraeré a mis montes santos, y mi casa de oración la llamarán así todos; y allí recibiré el sacrificio y los holocaustos. Ven el sentido litúrgico, venir a misa es servir. Eso quiere decir liturgia: servicio. Los protestantes llaman muy bien a sus reuniones, un servicio. Nosotros podemos llamar también a nuestra misa, un servicio; en el sentido en que venimos a traerle, como servidores, el pan y el vino, símbolo de nuestros sudores y de nuestros trabajos para que él se sirva y, al hacerlos su cuerpo y su sangre, alimente al mundo. Todos aportamos como servidores cuando venimos a misa, todos colaboramos, hasta el pobrecito que viene a decirle: Señor, no tengo trabajo, toda la semana pasé buscando y no te traigo más que mis angustias, no tengo trabajo; eso también es servicio. Eso también es ofrenda, es holocausto, es sacrificio. O la madre que le viene a contar la enfermedad de su hijo o a la que le desaparecieron. O el torturado que le viene a ofrecer al Señor: hoy sufrí cárcel, te traigo mis espaldas molidas, etc. o el que lleva la pena moral de una calumnia, como la que me escribió de un pueblito de Chalatenango, que es víctima de la calumnia por una mala lengua. Si me está escuchando le diré: su situación moral no la debe afligir si su conciencia está limpia. Qué hermoso es el holocausto de su Misa, diciéndole al Señor: Señor tú sabes que soy inocente y aunque todo el mundo me señale yo te ofrezco este holocausto.

Este es el servicio del pueblo sacerdotal. Esta es la misión de la Iglesia: despertar, como lo estoy haciendo en este momento, el sentido espiritual   —137→   de su vida; el valor divino de sus acciones humanas. No pierdan eso queridos hermanos, esto es lo que la Iglesia ofrece a las organizaciones, a la política, a la industria, al comercio, al jornalero, a la señora de mercado, a todos lleva la Iglesia este servicio de promover el dinamismo espiritual. ¿Quién no le puede ofrecer a Dios gran fuerza de su vida espiritual?

Y también encuentro en las lecturas, otro elemento espiritual: la conversión. Toda la segunda lectura es un poema de la necesidad de conversión que tienen tantos los judíos como los gentiles. Los dos pueblos hemos sido encerrados en la desobediencia. Hemos pecado. Y los dos, judíos y gentiles, nadie se puede gloriar, sólo esperar la misericordia del Dios que perdone nuestra desobediencia universal. ¡Convertíos! Y cuando señalamos desde aquí los pecados de los hombres, los pecados del Gobierno, los pecados del capital, los pecados de los criminales, los pecados mismos de nuestra Iglesia, los pecados de los colegios católicos, los pecados de los mismos obispos entre los cuales se encuentra este servidor de ustedes, los pecados de nuestros sacerdotes, los pecados de los matrimonios, ¿quién no tiene pecados?; pecados de la juventud, pecados de la edad madura, hasta de la niñez, apenas llega a tener uso de razón, ya está desobedeciendo. A todos nos encerró Dios en la desobediencia, para redimirnos con su misericordia.

Lo que hemos dicho al señalar el pecado de los hombres, repito, es llamarlos a conversión. A eso vino Cristo y a eso envió a su Iglesia. El Reino de Dios cuenta con este gran dinamismo espiritual que se llama la conversión.

Y hermanos, piensen bien, precisamente cuando un mundo necesita reivindicaciones sociales y políticas. Cuando necesitamos cambios profundos y audaces, ¿quiénes los van a hacer? Medellín lo dice claro: «Los hombres nuevos». Los hombres nuevos renovados en esa conversión. Los enquistados en los viejos sistemas caducos, los que quieren conservar, a fuerza de represión y de crímenes y de pecado, una situación que no se puede sostener, no van a renovar al mundo. Así no se renueva. Es necesario que políticos y no políticos, gente de poder y gente del pueblo, todos tratemos de renovarnos en esta conversión interior.

Ojalá pudiéramos hacer una semana a la luz de esta palabra, de buscar dónde está el mal de nuestra República. Y lo encontraremos en nuestra propia conciencia. Todos hemos pecado. Como dicen de aquellas tribus de indígenas que cuando aparece matado un hombre, todos tienen que pasar tendiendo la mano sobre el cadáver, y decir: yo soy inocente. Y allí se conoce al verdadero culpable. Pero yo creo que aquí tenemos que pasar todos ante el cadáver ensangrentado de la Patria y decir como aquel poeta ante Cristo crucificado: temblad humanos, todos en él pusimos nuestras manos.

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Entonces un movimiento espiritual de conversión. Desde el de más arriba hasta el de más abajo, como un torrente eléctrico que inunda de energía una instalación, corra también por nuestras venas, por nuestra alma, por nuestro corazón, este sentido de la palabra de hoy, una conversión para hacernos hombres nuevos. Porque dice Pablo VI -de feliz memoria-: ¿de qué serviría un cambio de estructuras si en esas estructuras nuevas los hombres que las manejan y los hombres que viven ellas no se han renovado? No habrá sido más que un cambio de pecado. Un cambio de sistema, pero siempre en pecado.

Por eso, antes que la renovación de estructuras, o mejor dicho, junto con la renovación de estructuras, renovación de corazones. Por eso hermanos, y ya lo estoy mencionando, mi tercer pensamiento es el dinamismo social de la Iglesia. Y no estoy inventando. Sí, todos estos pensamientos los estoy sacando de las lecturas de hoy, cuando el profeta Isaías dice que va a llamar también a los extranjeros, pero con una condición: «guardad el derecho, practicad la justicia, que mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria». Qué hermosa promesa, como la oímos también en El Salvador, como una esperanza. Se va a revelar la victoria de Dios. Dios tiene que triunfar. No va a triunfar el diablo instigando el pecado. Tiene que ser Dios instigando la renovación.

Y la renovación está aquí en estas breves palabras: «guardad el derecho, practicad la justicia...» Para que vean pues, que no es simplemente un capricho de la Iglesia, ni que haya dejado su misión para meterse a política. Ya nos dijo el Concilio que su misión no es política. Pero por ser religiosa, de esa relación con Dios, derivan las fuerzas, el dinamismo, para poderse convertir también en una fuerza de renovación política, de renovación social, de renovación moral, sin salirse de su papel religioso. Yo tengo la conciencia, hermanos, y quienes me han seguido de cerca están muy de acuerdo conmigo, en que jamás he ocupado esta cátedra para hacer política. He hecho religión, he cumplido el mensaje religioso de la Iglesia para derivar de allí -como dice el Concilio- los dinamismos, las fuerzas que pueden construir una sociedad, según el corazón de Dios.

Por eso, cuando se me pide a mí diálogo con el Gobierno, yo digo: pero si eso es muy poco. No soy yo el que tiene que dialogar, son las fuerzas del país, son los partidos políticos, son las agrupaciones que tienen sensibilidad social. El Gobierno tiene que abrir un cauce democrático para que puedan dialogar todas las fuerzas que pueden aportar al país. Este practicar el derecho, hacer la justicia, esto les dice la Iglesia, esto nos dice Isaías, esto dice el evangelio. Pero practicar ese derecho, realizar esa justicia no lo va a hacer un diálogo del Obispo con el Presidente, lo va a hacer el Gobierno de El Salvador, que tiene que ser una fuerza moral -así dice el Concilio-, no una fuerza despótica, sino una fuerza moral que, respetando la dignidad y la libertad de todos los hombres y agrupaciones   —139→   inquietos por un Salvador mejor, dialoguen. Y ellos que son los técnicos. Yo no soy técnico ni en sociología, ni en política, ni en organización, simplemente un humilde pastor que le está diciendo a los que tienen la técnica: únanse, pongan al servicio de este pueblo todo lo que ustedes saben, no se encierren, aporten. Entonces, sí se practicará el derecho, se hará la justicia.

No es política, hermanos, lo que ahora les voy a decir. En nuestro Arzobispado se ha elaborado un estudio muy minucioso sobre los desaparecidos. Son 99 casos, bien analizados. Allí está el nombre, la edad, dónde lo capturaron, qué recursos jurídicos se han hecho, cuántas veces esa madre ha llegado buscando a ese ser querido. Y soy testigo de la verdad de estos 99 casos. Y por eso tengo todo el derecho de preguntar, ¿dónde están? Y en nombre de la angustia de este pueblo decir; póngalos a la orden de un Tribunal si están vivos, y si lamentablemente ya los mataron los agentes de seguridad, dedúzcanse responsabilidades y sanciónese, sea quien sea. Ha matado. Tiene que pagar. Yo creo que la demanda es justa. El otro estudio que hemos hecho es un análisis de la Ley de Defensa y Garantía del Orden Público. Allí aparecen evidentemente los falsos presupuestos. En el contexto socio-político de El Salvador no caben esos supuestos para dar una ley tan represiva como ésa. Allí se demuestra la inconstitucionalidad, poniendo a la par de las disposiciones de la Ley de Orden Público los postulados de los Derechos Humanos y de la Constitución, aparece una serie de violaciones. Allí estudiamos casos concretos y recientes de la aplicación de esa ley que está haciendo un verdadero estrago, sobre todo para nuestros pobres. Porque me decía un pobrecito una frase que no se les va a olvidar a ustedes, como no se me olvida a mí: «Es que la ley Monseñor, es como la culebra, sólo pica a los que andamos descalzos. Allí recogemos también, pronunciamientos de repudio. Son voces del pueblo que hay que oír. Llámenlos a dialogar, por eso digo que es necesario abrir un cauce auténticamente político, para que cuando llega una demanda de derogación de esta ley a la Asamblea, se le llame a ese grupo. Sobre todo si hay gente conspicua -abogados, gente que entiende- por que se le responde con el silencio, no se le hace caso. Traemos también, allí, una lista de los presos por violaciones a esta ley. Son casos recientes como el de Adrián Serrano Peraza, capturado en Portillo del Norte; o el de Antonio de Jesús Hernández, que es un trabajador social de la Diócesis de Santiago de María, donde trabaja en el Secretariado Social Cristiano; o el de José Neftalí Gutiérrez; o el de Salvador Alejandro Beltrán Peña, cuya madre, Vicenta de Jesús Beltrán, tiene conocimiento fidedigno de que su hijo está en la Policía Nacional, donde se lo niegan y que está con una clavícula fracturada. Muchas peticiones de exhibición personal no proceden. ¿Con qué derecho no se da un abogado la facilidad de entrar a investigar esta petición de la familia?

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También por informes fidedignos sabemos que ANDES busca la libertad de los señores Pedro Bran y Salvador Sánchez Cerón y que las razones de allanamiento no son válidas. Que el supuesto delincuente que dicen que iban persiguiendo y por él se metieron a la Casa de ANDES, ha declarado en el Hospital Rosales, ante el Juez, que fue baleado en la plaza Zurita.

Se tergiversa también la noticia de que este profesor, Pedro Arévalo, se dice que es profesor del Externado y que un comité de alumnos del Externado, ya que los Jesuitas no lo pueden hacer, son los que están tratando de liberarlo, y que para eso han creado una dependencia de Socorro Jurídico. Todo esto es falso. El profesor Arévalo, trabajó en el Externado, pero ya no es profesor desde hace un año. Un comité de alumnos no existe y el Comité de Socorro Jurídico, es una oficina dependiente de la Iglesia, un servicio jurídico-social que comenzó prestando el colegio Externado en favor de los necesitados durante el transcurso de tres años. No se ha inventado hoy. Tres años hemos intentado ser fieles a este ideal. Procurar en asuntos de derecho, y favorecer a las personas y sectores más pobres del país, sin importar de dónde vengan. Yo soy testigo de la abnegación y generosidad, con que el Socorro Jurídico ha prestado tantos servicios a nuestra clase pobre. Y yo, como Pastor de la Arquidiócesis, con toda responsabilidad he asumido el respaldo moral de ese servicio jurídico. No es una cosa originalmente de El Salvador. Ya existen organismos parecidos en Chile, en Uruguay, donde quiera que haya que defender los reos, sobre todo pobres. Por eso también, la noticia que conectaba este Socorro Jurídico con AGEUS, es falsa. AGEUS no tiene nada que ver con el Socorro Jurídico de la Iglesia. Como ven, como se tergiversan las noticias, y es necesario tener criterios para leer el periódico.

No podemos dejar de lamentar, hermanos, en esta mañana, a la luz de este mensaje que tiene dinamismo social y le preocupa la vida del mundo, el nuevo secuestro del Gerente General de Erickson, Sr. Kjell Bjork y como también lamentamos el misterio en que se envuelve el desaparecimiento de don Armando Monedero y lo mismo que del Sr. Matsumoto. Todo el montaje que se ha hecho en este último caso y que lleva implicaciones muy peligrosas, ojalá no sean pretextos para atropellar más personas.

Yo quiero decirles aquí, mi admiración por la serenidad de espíritu de la señora de Matsumoto, la cual, yo le pido perdón, porque la quise contar entre las viudas, y me dijo: «Yo no soy viuda. Yo considero vivo a mi marido mientras no tenga una noticia verdadera de su paradero». La felicité y le dije: «Ojalá en nuestro pueblo se tuviera esa entereza, de no creerse de rumores hasta estar convencidos de que se nos ha dicho la verdad».

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Por otra parte nos alegra, hermanos (hay noticias buenas también), que se lleva ya a negociación el contrato colectivo de la fábrica de guantes Eagle International y sobre todo me alegró mucho ayer esa noticia del Socorro Jurídico, que ya se firmó un contrato de arrendamiento de tierras de 50 familias campesinas de una hacienda en Suchitoto. El comentario es muy bonito, dice: «...este ejemplo es importante señalarlo, para que se muestre que cuando al campesino se le dan oportunidades y sinceridad, verdaderamente les favorece, ellos cumplen. El problema radica en la falta de comunicación con estos grandes sectores de gentes desposeídas, etc.».

Por eso, hermanos, abogamos y lo seguiremos haciendo por las justas causas de cualquiera que las defienda. Ricos o pobres. Queridos hermanos, ahora pues, con este dinamismo que la Iglesia nos inyecta en lo misionero, en lo espiritual y también en lo social, vamos a salir de nuestra Catedral robustecidos con el cuerpo del Señor, con nuestra liturgia, y que ella nos lleve a un convencimiento de que la espiritualidad cristiana no consiste en elevarse muy cerca de Dios y olvidarse de la tierra, sino en el equilibrio dinámico de querer que todos los hombres se salven: dinamismo misionero. De estar muy unidos con la trascendencia de Dios por la oración, por la humildad, por las fe, las virtudes cristianas; pero de allí derivar también nuestro valor, nuestra entereza para saber dar la cara también en defensa de los derechos de un pueblo que necesita defensores y que solamente los puede esperar de aquellos que creen en Dios y en la verdad de Nuestro Señor Jesucristo.

A última hora se me informa, que en Mejicanos, al bajar del bus de la ruta 30, el joven Porfirio Cristales, ha sido capturado por tres policías municipales. Esperamos que no sea otro caso de atropello injusto, porque también estamos con lo justo. Si a un hombre lo capturan por criminal, por malo, y eso se le prueba en los Tribunales, que lo castiguen. Lo que no estamos de acuerdo es, que por propia cuenta se tomen iniciativas de jueces y castigadores quienes no lo son. Que Nuestro Señor pues, ilumine en esa mañana a todos nosotros para vivir de veras ese bello mensaje de la conversión y buscar en Dios nuestra razón de vivir y esperar.



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