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Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós: una fecunda amistad literaria

Marisa Sotelo Vázquez





Hace ya algunos años, en el homenaje al ilustre galdosista Alfonso Armas Ayala, en un artículo titulado «La crítica literaria de Emilia Pardo Bazán a las obras de Galdós» sostenía yo que en su fecunda trayectoria literaria la escritora coruñesa (1876-1921) se había ocupado del análisis de las obras de su amigo don Benito en dos épocas distantes entre sí unos diez años. La primera, en los años ochenta, con un extenso trabajo que vio la luz en la Revista Europea (mayo-junio, 1880), esencialmente dedicado a las novelas de tesis y las dos primeras series de Episodios Nacionales, y, la segunda, ya en la década de los noventa, con las reseñas a Ángel Guerra y Tristana, más varios artículos sobre las obras dramáticas: Realidad, La loca de la casa y Gerona, publicadas en su revista el Nuevo Teatro Crítico. Justificaba yo entonces el silencio que mediaba entre una y otra época -más allá de algunas opiniones vertidas en La cuestión palpitante o a propósito de La Revolución y la novela en Rusia1-, debido a la dedicación de la escritora coruñesa a su producción ficcional desde Un viaje de novios (1881) a La Madre Naturaleza (1887), coincidente con la mejor cronología galdosiana desde La desheredada a Fortunata y Jacinta.

Sin embargo, esos aproximadamente diez años de silencio en la prensa, que precisamente son los más fecundos de la producción galdosiana, la llamada segunda época, novelas contemporáneas o naturalistas, inaugurada y cerrada brillantemente con las dos novelas antes mencionadas, puede hoy completarse con una abundante cantidad de noticias tanto de carácter humano como literario vertidas en las cartas a Galdós2. Este Epistolario en parte todavía inédito, y del que publicó solo una pequeña muestra Carmen Bravo Villasante, atendía, como es sabido, únicamente al año 1889-90, que coincidía con el momento culminante de la relación amorosa entre ambos escritores. En dicho Epistolario, custodiado en la Casa Museo Pérez Galdós y que urge publicar completo, debidamente fechado y anotado, consta una primera carta de doña Emilia desde la Coruña el 7 de abril de 1883, justo por las mismas fechas en que está redactando los últimos artículos de La cuestión palpitante3, y una última debidamente fechada en 1915. Entre estos dos años abundan las sin fecha, algunas se les puede suponer fácilmente por sus contenidos y otras, muy pocas y muy breves, son más difíciles de fechar porque contienen noticias absolutamente circunstanciales.

Por tanto, si bien es cierto que doña Emilia no reseñó en prensa como hiciera Clarín novelas tan importantes como La desheredada, El doctor Centeno, Tormento, La de Bringas, El amigo Manso o Fortunata y Jacinta, por citar solo algunos títulos emblemáticos de la serie de novelas contemporáneas, sí se refirió a ellas en su correspondencia privada con el insigne novelista, tal como se desprende de la lectura de la extensa parte inédita de dicho Epistolario. Más allá del interés por el affaire amoroso, que aparece in crescendo y de forma recurrente, conviene precisar que desde las primeras cartas Emilia Pardo muestra una gran admiración intelectual por el autor de Tristana del que muy tempranamente había escrito en el artículo de la Revista Europea a modo de síntesis de sus extraordinarias dotes narrativas lo que sigue:

Hay en Galdós una inteligencia y una voluntad, que anudan y desatan un enredo, que pintan un carácter, que evocan una escena histórica, que describen a maravilla una sociedad; hay un diestro director de escena, que tiene entre sus manos los hilos motores de multitud de marionetas, que sabe cuándo debe tirar, aflojar, agitar aprisa o despacio las figurillas para que la ilusión sea grande; hay además, por añadidura, un excelente prosista, de estilo fácil y sabroso, un exhumador hábil de los bellos arcaísmos de nuestra lengua, un novelista que no se agota, un escritor que no enfada ni decae4.


Es este aspecto, sin descuidar la vertiente humana, incluso sentimental, el que quiero subrayar en esta comunicación. Pues no hay que olvidar que doña Emilia tiene muy claro desde sus primeros trabajos críticos, al trazar la genealogía de la novela realista española, que quien la había de restaurar con autoridad indiscutible en el panorama español, en relación a las exigencias de la realidad histórica y moral de su tiempo, era indudablemente Galdós. Además, el autor de Fortunata, era también para la autora coruñesa el único novelista capaz de crear por sí solo un mundo, dada su extraordinaria fecundidad comparable a Shakespeare, Balzac o Walter Scott: «poseía -dice- en grado sumo el don de ser fecundo; funesto para las medianías, prerrogativa soberana para el genio»5. Juicio de valor que mantendrá inalterable a lo largo de su trayectoria crítica más allá de los vaivenes sentimentales o de las modas literarias. Basten dos botones de muestra para confirmarlo, uno procede de la reseña a la novela de Palacio Valdés, El maestrante (1893) y, el otro, de uno de los últimos artículos que salieron de su pluma, publicado en el ABC de Madrid en 1919. En el primer caso, al reivindicar -como postulaba Clarín- la necesidad ineludible en crítica literaria de establecer jerarquías, sostiene que el lugar de honor entre todos los novelistas de su generación lo ocupa Galdós, porque «piensa, discurre, ve hondo en la sociedad y en los espíritus [...] Lo que importa a nuestro pensamiento y a nuestra vida nacional y también a nuestra vida colectiva humana, él se encarga de decírnoslo»6, después coloca a Pereda y unos peldaños más abajo a Palacio Valdés. Y en el segundo caso, si cabe con mayor perspectiva todavía, doña Emilia se refiere nuevamente a Galdós como «el novelista del siglo», y alaba el españolismo que vertebra toda su producción narrativa:

Es el novelista que más España ha puesto en sus ficciones; el que ha profundizado nuestra psicología y limpiado con amor reverente los artísticos hierros tomados de orín de las tradiciones nacionales. Bástale para inmortalizar su memoria, porque se buscase a España en él, cuando se aprenda a estimar la originalidad y espontaneidad que la distingue entre todas las naciones, y que Galdós supo mostrar de realce7.


La autora coruñesa insiste una vez más en una idea fundamental tanto para Galdós como para ella: la necesidad de llevar a la novela realista la vida nacional, haciendo de ella ejemplo de las verdaderas señas de identidad del carácter y la cultura española, que sin renunciar al germen fecundo de Cervantes tampoco debía prescindir de la cultura europea. La atención prestada por doña Emilia a las novelas contemporáneas habrá que espigarla evidentemente de los comentarios puntuales vertidos en las cartas, teniendo siempre presente que juzgó acertadamente la evolución narrativa del primer Galdós desde las novelas de tesis, que por su maniqueísmo consideró un callejón sin salida del que el autor debía apartarse, hasta la novela moderna o naturalista, tal como postulaba tempranamente en La cuestión palpitante:

Por cierto fondo humano y cierta sencillez magistral de sus creaciones, por la natural tendencia de su claro entendimiento hacia la verdad y por la franqueza de su observación [...] se halló siempre dispuesto a pasarse al naturalismo con armas y bagajes; pero sus inclinaciones estéticas eran idealistas, y sólo en sus últimas obras ha adoptado el método de la novela moderna y ahondado más y más en el corazón humano, y roto de una vez con lo pintoresco y con los personajes representativos para abrazarse a la tierra que pisamos8.


Esa tendencia hacia la verdad observada, que Galdós ya había practicado en las novelas de tesis, se verá ahora reforzada según doña Emilia por la adopción del método de la novela moderna (experimental), que le permite ahondar más en el corazón humano. Novelas como Tormento, El doctor Centeno o Fortunata y Jacinta serán leídas bajo ese prisma y serán objeto de comentarios elogiosos en las cartas junto a reflexiones sobre la escritura de sus novelas: La Tribuna, El Cisne de Vilamorta, Bucólica, Los Pazos de Ulloa o La Madre Naturaleza. Por razones de espacio y tiempo me referiré esencialmente a la producción galdosiana. La primera referencia procede de la carta fechada en La Coruña el día 6 de mayo de 1884. Doña Emilia acaba de publicar La Tribuna, y da por bien empleados todos sus trabajos de laboriosa observación y documentación sobre las labores de las cigarreras marinedinas por los comentarios de Galdós: «Aunque mi Tribuna no me hubiese reportado sino el placer de recibir sus tres pliegos de V. daría yo por muy bien empleados los dos meses que pasé en la Fábrica de Tabacos respirando nicotina y los insultos más o menos explícitos que por esa obra me dirigen».

Asume también las censuras que el novelista parece haber hecho al plan de la novela: «Acierta V. en los reparos que pone al plan y desarrollo de mi insignificante estudio; en los elogios va V. mucho más allá de lo que el libro merece, pues solo como trasunto de algunas escenas locales y reproducción exacta de realidades humildes y vulgaridades psicológicas puede interesar alguna que otra página de La Tribuna». Y no desaprovecha la ocasión de elogiar al autor de los Episodios Nacionales, maestro admirado y venerado:

Que valen esos aciertos -si lo son- de detalle ante la universalidad del talento que ha abarcado nuestra historia y nuestras costumbres y el alma de todas las clases de nuestra sociedad con vigorosos brazos de Titán? Viniendo de V., maestro venerado, cualquier elogio me ruboriza.


Pero el verdadero objetivo de esta larga carta es en realidad comentar las últimas novelas galdosianas, El doctor Centeno y Tormento:

Llegó a mis manos -escribe doña Emilia- el ejemplar de Tormento, último fruto del lozano árbol. Contra la apreciación general no me parece Tormento superior al Doctor Centeno. El Doctor Centeno me gustó, me encantó, sobre todo en la escuela y en las fantásticas representaciones de la buhardilla. Es insufrible el prurito del público en general, que pide al novelista lances, lances, lances y es incapaz de gustar el sereno deleite de la verdad común y corriente, lisa y llana, interpretada por un gran artista.


Lamenta abiertamente la escritora coruñesa el pésimo gusto del gran público, que sigue demandando folletines, aspecto este ya denunciado tempranamente por Galdós en «Observaciones sobre la novela contemporánea» (1870), como una de las trabas con que tropezaba el desarrollo de la gran novela nacional. Por su parte doña Emilia, imitando consciente e irónicamente el tono folletinesco, prosigue:

Hiciera V. que el doctor Centeno se lo encontrase un conde rico y disipado; que lo adoptase por hijo; que el doctor se enamorara de la mujer del conde y la hija del conde del doctor; que hubiese rapto, adulterio, desafío y otras especies de este jaez; y el público se echaría al coleto los dos tomos como pan bendito. Pero un chicuelo como todos, al cual no le sucede nada de extraordinario!


Y en el cotejo entre las por entonces dos últimas producciones galdosianas puntualiza a propósito de Tormento varias cuestiones esenciales en la poética de la novela realista-naturalista: la veracidad de las descripciones y la hondura en el estudio del carácter de la protagonista, así como la habilidad de Galdós para salvar ciertos aspectos escabrosos del tema:

Sin agradarme más que El doctor Centeno, porque ésta me agrada mucho, Tormento es más interesante. Encuentro divinamente descritos aquellos amoríos locos de Amparo y Agustín: es un lujo del ingenio envolver y cubrir lo profundo de la pasión con la capa de la vulgaridad y quitarle a Amadís lo aparatoso dejándole solo lo interior para que potest capete capiat. La hermana de Amparo es un primor y la familia Bringas un joyel. La protagonista no deja de ser muy verdadera por la irresolución y debilidad de su carácter. Conozco muchos semejantes al de Amparo. Ha pasado V. como sobre ascuas por ciertas escenas que o mucho me engaño o le han producido el temor y la lucha consiguientes al ver la verdad y no osar pintarla por innoble y grosera.


(Pardo Bazán, Coruña, Mayo, 6 de 1884)                


Unos meses después, en una afectuosa carta fechada también en la Coruña el 15 de Noviembre de 1886, se queja de que Galdós no le escriba con la suficiente frecuencia y celeridad: «su carta es un acto de redomada hipocresía [...] sabe demasiado ¡pícaro! Que haga lo que haga y así no me escriba en veinte años, no he de quererle yo menos, ni darme por ofendida aunque me crea olvidada». Y tras esta declaración de cariño constante más allá de cualquier contingencia, le dice que no le envía Los Pazos porque no quiere renunciar al placer de entregárselos en mano, recriminándole una vez más que no la visitase en Galicia aquel verano, tal como habían proyectado:

Espero que si este año se ha frustrado su venida de V., no sucederá lo mismo en el 87. Aquí no hay cascadas como las del Rin, pero sí una hermosa naturaleza apacible y una casa donde todos son Galdosianos, hasta la chiquilla de 5 años que ya sabe decir que la mamá está leyendo una novela de Lalós.


(La Coruña, 15 de Noviembre de 1886)                


Para terminar la epístola con una referencia indirecta a Fortunata y Jacinta, que probablemente por esas fechas estaba terminando Galdós, y deduzco que ya le debía había comentado a doña Emilia su extensión, pues ella escribe que el público se «zampará de un bocado los 4 tomos y le sabrán a poco», añadiendo que con toda seguridad había realizado una obra maestra sobre el pueblo bajo:

me figuro que su nueva obra de V. será cosa óptima entre tanto bueno como ya nos ha dado, porque son prenda de ello el tiempo transcurrido y el medio en que V. la sitúa, en esos barrios bajos que conoce V. tan bien y cuya fisonomía siente de tan acabada manera.


(La Coruña, 15 de Noviembre de 1886)                


A comienzos del verano del 87 doña Emilia viaja a Orense. El ferrocarril que la lleva a las tierras de Feijoo descarrila sin grandes consecuencias en la estación de San Clodio-Quiroga, en el límite con la provincia de Lugo. No sabemos con seguridad el motivo del viaje, probablemente había sido invitada por las instituciones culturales de la ciudad a un homenaje al ilustre benedictino y según cuenta fue muy bien agasajada, «el recibimiento fue de novelista ruso, y por espacio de 48 horas he podido creerme a la altura de popularidad de un Dostoyevsky. Regada y bombardeada por las rosas, los ramos, las palomas y los versos...». En el trayecto la autora se ensimisma en la lectura de Fortunata y Jacinta de la que alabará justamente el trazado de los caracteres y la vida que late en las páginas de la novela:

Entre la oscilación del tren y el desfile de los primeros castaños gallegos, he leído y saboreado los tres tomos de Fortunata y Jacinta, todo cuanto diga a V. de los caracteres es poco para lo que me han gustado, José Izquierdo, de primer orden; Fortunata, deliciosa; la santa, encantadora. Lo que creo que me ha gustado menos, es todo lo relativo al comercio: está admirable la monografía del mantón de Manila, pero no es esencial a la historia, pues Barbarita, que es quien ha respirado el ambiente de aquella tienda, apenas representa papel en el relato. Los caracteres digo y repito que no hay palabras para elogiarlos. Maxi vale un mundo, y es conmovedor en su honrada equivocación y en su noble desatinar. El viaje de novios y la luna de miel, son primorosos. En toda la novela late una vida y hay una riqueza de pormenores tal, que a mí los 3 tomos me supieron a poquito y estoy rabiando por ver ese lío del cuarto.


(Día de Corpus-La Coruña [1887])                


Y ya al final de la carta añade una cuestión muy importante para entender la inflexión que se produce en la vida cultural española en torno al año 1887, y que coincide con la publicación de Fortunata y también con las conferencias sobre la novela rusa dictadas por doña Emilia en la primavera del mismo año, precisamente en esta ilustre casa, en el Ateneo de Madrid. A este propósito escribe doña Emilia a Galdós el día de Corpus de 1887:

Veo con gusto que yo en forma crítica y V. en forma artística hemos expresado casi a un tiempo la seducción que en nosotros ejerce la masa popular, la cantera, el bloque donde se reservan las energías nacionales. Cuando lea V. mi conferencia, lo verá.


(Día de Corpus-La Coruña [1887])                


Varios son los capitulillos dedicados a trazar la fisonomía del pueblo en La revolución y la novela en Rusia y a su trascendencia como grupo social que reclama cada vez más protagonismo y liberarse de las servidumbres ancestrales a que había estado sometido. Y también es evidente en Fortunata y Jacinta la importancia que concede Galdós al llamado «cuarto estado», o pueblo bajo del que emergen figuras tan inmortales de la novela como la propia Fortunata. Tanto la publicación de la novela galdosiana como las conferencias de la autora coruñesa sobre la novela rusa preludian a las claras el final del naturalismo y la inflexión espiritualista que se iba a fraguar en los últimos años del siglo.

En octubre del mismo año doña Emilia se traslada al balneario de Mondariz, donde solía pasar frecuentes temporadas termales, y desde allí vuelve a escribir a don Benito para comentarle en tono entusiástico el final de Fortunata y Jacinta, pues acaba de terminar la lectura del cuarto tomo:

Lo mejor al final. Con todo mi corazón y mi cerebro le felicito por el 4.º tomo de Fortunata. No me atrevo a ceder al impulso del placer reciente diciendo que es lo mejor que V. ha escrito. Y sepa V. que esta opinión es general: todo el mundo está encantado, y sin restricciones confiesa que aquello vive.

En ninguna de sus novelas ha buceado V. más hondo en el corazón humano, ni empleado más sinceros acentos para referirlo. Deme V. la mano que la estreche con toda la efusión del alma, maestro (aunque V. rabie).


(Balneario de Mondariz, 1.º de octubre de 1887)                


Destilan estas palabras aunque de forma sintética franco entusiasmo y certera valoración de la novela, haciendo hincapié en el espléndido buceo psicológico practicado por Galdós en ella más y mejor que en ninguna otra de la serie de novelas contemporáneas y en la fuerte impresión de vida que destila la obra.

Son muchas más las noticias de interés que pueden espigarse de esta rica correspondencia, sobre la participación de Galdós en la empresa editorial de La España Moderna, «revista seria, buena y pagada puntualmente. (Rara avis)», para la que le solicita colaboración en el primer número de febrero del 89; sobre el estreno de Realidad o la publicación de la primera novela de la serie de Torquemada. También tienen interés, como ya señalé más arriba, los comentarios de doña Emilia sobre sus propias obras, la gestación de las mismas, las dificultades de construcción, las vacilaciones y la insatisfacción que siente tras la publicación precisamente de la mejor de ellas, Los Pazos de Ulloa. Por eso, después de referirse en varias cartas a los obstáculos que había tenido que superar para terminarla9, escribe no sin cierta sana envidia: «Para V. no hay tropiezos, ni cosas difíciles, después de haber vencido La desheredada y de haber hecho el poema de lo fútil en La de Bringas» (París, febrero 5 de 1885).

Y, por último, quiero subrayar que este epistolario destila sobre todo talento, energía, curiosidad, vida, pasiones y la necesidad constante de un interlocutor ideal que sea para doña Emilia confidente sentimental a la par que guía intelectual.






Bibliografía

  • Alas, Clarín, Leopoldo, Galdós, ed. A. Sotelo, Barcelona, PPU, 1991.
  • González Arias, Francisca, «Diario de un viaje: las cartas de Emilia Pardo Bazán a Benito Pérez Galdós», Textos y contextos de Galdós, ed. de John Kronik y Harriet S. Turner, Madrid, Castalia, 1994, pp. 157-163.
  • Oller, Narcís, Memòries literàries. Història dels meus llibres, Barcelona, Aedos, 1962.
  • Pardo Bazán, Emilia, «Estudios de Literatura Contemporánea. Pérez Galdós», Revista Europea, núm. 316, 1880.
  • Pardo Bazán, Emilia, «En España» (Continuación)», XIX, La cuestión palpitante, Obras Completas, t. III, Madrid, Aguilar, 1973.
  • Pardo Bazán, Emilia, «Apuntes autobiográficos», Obras completas, t. III, Madrid, Aguilar, 1973.
  • Pardo Bazán, Emilia, El Maestrante, Nuevo Teatro Crítico, núm. 28 (febrero de 1893), Madrid, La España Editorial.
  • Pardo Bazán, Emilia, Cartas a Galdós (1889-1890), ed. de Carmen Bravo Villasante, Madrid, Turner, 1978.
  • Pardo Bazán, Emilia, «Un poco de crítica», Artículos de Emilia Pardo Bazán en el ABC de Madrid (1918-1921), Introducción, edición y notas de Marisa Sotelo Vázquez, Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2006.
  • Pérez Galdós, Benito, «Conferencia de Emilia Pardo Bazán en el Ateneo», Arte y Crítica. Obras inéditas, vol. II, Madrid, Renacimiento, 1923.
  • Sotelo Vázquez, Marisa, «La crítica literaria de Emilia Pardo Bazán a las obras de Galdós», Homenaje a Alfonso Armas Ayala, Gran Canarias, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 2000, pp. 763-788.


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