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ArribaAbajoActo III


Escena I

 

MARI-GÓMEZ. Después, ZULIMA.

 
MARI-GÓMEZ

 (Asomada a un balcón, habla a una persona que está en la calle.) 

Sed bien llegado. ¡Cómo!
¿Si os permito, decís,
descansar un momento?
Y dos y cuatro y mil.
¡Qué poco sabéis dónde   5
hospedaje pedís!
Galván, ten ese estribo.
Vos, bello paladín,
dad al mozo de casa
esas armas. Subid. 10

 (Quítase del balcón.) 

¡Olalla! -El forastero
es como un querubín.

 (Sale una criada.) 

Pronto, una magra, vino,

 (A la criada, que oída la orden, parte a ejecutarla.) 

fruta, agua, pan.- No vi
en mi vida un mancebo 15
de cara tan gentil.
Por otra menos bella
del claustro me salí.
 

(Sale ZULIMA en traje de caballero aragonés, cubierta de polvo y muy agitada.)

 
Llegad acá, sentaos.
Estáis hecho un carmín 20
de sofocado. Cierro,
que es el viento sutil.
 

(Junta las hojas del balcón: los vanos de los postigos tendrán lienzos en vez de vidrieras.)

 
Si os dañara, sería
un dolor para mí.
ZULEMA

  (Aparte.) 

He llegado a su casa. 25
MARI-GÓMEZ
En ocasión venís
que están fuera mis amos.
ZULEMA

 (Aparte, levantándose.) 

¡Maldición sobre ti!
MARI-GÓMEZ
Sólo está mi señora
la joven.
ZULEMA

 (Aparte.) 

Soy feliz.
30
MARI-GÓMEZ
Mas nosotros tenemos
orden de recibir
a cuantos se presenten...
 

(Salen dos criadas con varios platos, jarros, vasos de estaño, etc., que ponen en una mesa inmediata a la silla donde se sentó ZULIMA.)

 
Con que, vaya, admitid
este pobre agasajo. 35
Un trozo de pernil
y un trago.
 

(ZULIMA coge con ansia un jarro y bebe.)

 
¡Que eso es agua!
No, por San Agustín,
no bebáis: aquí hay vino.
¿Qué habéis hecho, infeliz? 40
¡Agua y sudando! Vais
a mataros así.
ZULEMA
La sed me devoraba.
MARI-GÓMEZ
Aprended a vivir.
Todo un padre vicario 45
era a quien yo le oí
que es un pecado el agua
al vino preferir.
Comed algo.
ZULEMA
No vine
para comer aquí. 50

 (Paséase con desasosiego.) 

MARI-GÓMEZ
Mas descansad siquiera.
¡Qué inquietud! ¡Qué trajín!
¡Cuál muestra su viveza
la sangre juvenil!
ZULIMA.
Vuestra joven señora 55
¿me querrá permitir
que las gracias le rinda...?
MARI-GÓMEZ
¿De qué? Nada admitís.
ZULEMA
¿Podré verla?
MARI-GÓMEZ
Mancebo,
yo os quisiera servir... 60
Sois cortés, sois gallardo...
pero eso que exigís...
Mi señora es doncella,
y sin contravenir
a su decoro...
ZULEMA

 (Con imperio.) 

Esclava,
65
id, llamadla. Partid.
MARI-GÓMEZ
¡Esclava yo! ¿Pues tengo
pinta de marroquí,
ni argelina? Yo soy
libre, noble, y en fin, 70
cristiana vieja.
ZULEMA
¿Cómo
dudarlo?
MARI-GÓMEZ
¡Esclava a mí!
Los Gómez cuando vino
Santiago a convertir,
eran ya tan cristianos 75
como fue el rey David.
ZULEMA
Pero...
MARI-GÓMEZ
Y gracias al cielo,
ni moro ni gentil
jamás en ellos hubo,
ni maniqueo, ni 80
valdense, ni albigense,
ni por ningún desliz
saco de penitencia
tuvieron que vestir.
¡Esclava! ¡Me ha gustado! 85
ZULEMA
Perdonadme: viví
en tierra donde abunda
la condición servil...
MARI-GÓMEZ
¿Venís de Palestina...?
Ya lo iba yo a decir. 90
Si se os conoce el aire
que tienen los de allí.
¿Por qué lo habéis callado?
Siempre gusta el oír
noticias de la guerra 95
con esa gente ruin,
y el rigor del honesto
recato mujeril
puede templarse en gracia
de quien pisó el país 100
donde al Señor le plugo
cuna y tumba elegir.
Llama a Isabel corriendo.
 

(Vase una criada.)

 
Veréis un serafín,
en rostro y en virtudes. 105
ZULEMA

 (Aparte.) 

Mi intento conseguí.
MARI-GÓMEZ
Bien que, ¿cómo pudiera
su sangre desmentir?
Buenos padres... y luego
yo que la dirigí... 110
ZULEMA
De su virtud no dudo...

 (Aparte.) 

si te puede sufrir.
 

(Vase la otra criada.)

 


Escena II

 

ISABEL. DICHAS.

 

ISABEL.-  Guárdeos Dios, caballero.

ZULEMA.-  Y a vos cual yo le pido, señora.  (Aparte.)  Mi rival es ésta.

MARI-GÓMEZ .-  Es mi ama.

ZULEMA.-  Prevención inútil.  (Aparte.)  Mi sangre me lo hubiera dicho.  (A ISABEL.)  La gratitud al cordial obsequio que he hallado en vuestra casa no me permitía dejarla sin agradecérosle. Por esto me atreví...

ISABEL.-  La hospitalidad, que es una obligación para todo aragonés, para mis padres es cumplimiento de un voto. Nada nos debéis.

ZULEMA.-  Hermosa habrá sido.  (Aparte.) 

ISABEL.-  ¿Pudiera sin imprudencia saberse de dónde venís?

MARI-GÓMEZ.-   ¡De la tierra santa!

ISABEL.-  ¡De la tierra santa!

ZULEMA.-  Sí. Hace ya tiempo que llegué a España.  (Aparte.)  ¡Qué animación en su rostro!

ISABEL.-  Y decidme... ¿habéis conocido allá algún caballero de aquí?

ZULEMA.-  ¿De Teruel? Sí, conocí a uno.

ISABEL.-  ¿Os acordáis de su nombre?

ZULEMA.-  Ramiro Montalván.

ISABEL.-  ¡Montalván! No hay familia en Teruel de ese apellido.

ZULEMA.-  ¡Ah! Sí, que este nombre era supuesto. No he sabido hasta hace poco el verdadero. Llamábase pues... don Diego...

ISABEL.-  ¡Marsilla!

ZULEMA.-  Ése era su apellido.

ISABEL.-  ¡Cielos! Dios os ha traído sin duda a Teruel. Decidme, caballero, decidme, ¿dónde dejáis a Marsilla? ¿Cuánto ha que os separasteis de él? ¿Cuál era su situación entonces? Por Dios que me lo digáis.

ZULEMA.-  Ahora reflexiono que siendo natural de esta ciudad... Yo no he preguntado... ¿Estoy en su casa? ¿Sois vos su hermana?

ISABEL.-  No, no es esta su casa, no soy hermana ni deuda suya; pero... ¡me intereso tanto por él!

ZULEMA.-  Así me lo parece. Señora, nadie os pudiera dar tan buenas noticias como yo.

ISABEL.-  ¡Buenas! Dios os lo premie.

ZULEMA.-  Marsilla, cargado de honores y riquezas, adquiridos en Palestina, se hizo a la vela para España.

ISABEL.-  ¿Cómo? ¿Viene ya? ¿Ya vuelve?

ZULEMA.-  Ya ha vuelto mucho tiempo hace.

ISABEL.-  ¿Ha vuelto, decís?, y ¿ha tiempo? ¡Dios mío! Pero ¿cómo no ha llegado ya a Teruel? ¿A qué se ha detenido? ¿No habéis dicho que era ya rico? Creo que habéis dicho eso.

ZULEMA.-  Un amigo suyo que murió en la Siria le dejó heredero de sus bienes.

ISABEL.-  ¡Ah! Pues él debía haberse restituido inmediatamente a su patria.

ZULEMA.-  No tuvo él la culpa de que al volver le cautivaran en las costas de Valencia.

ISABEL.-  ¡Desventurado! ¡Está cautivo!

ZULEMA.-  Ahora... ya se halla libre.

ISABEL.-  Me salváis la vida. Acabad.

ZULEMA.-  Durante su esclavitud en Valencia, su gallardía y sus amables prendas hallaron gracia en los ojos de la esposa del rey.

ISABEL.-  ¡Qué decís! ¡Una mora se prendó de él! ¡Una mujer casada! ¡Qué infamia! Gente sin fe ni ley. Y esa mujer ¿era hermosa? Dicen que las moras valencianas son muy bellas. Pero él... él no amaría.

ZULEMA.-  No, yo os puedo jurar que no la ha amado. Yo me hallaba a la sazón en Valencia. De allí vengo ahora. Sé, a no dudarlo, que desechó, que despreció el amor de la princesa.

ISABEL.-  ¡Ah! No esperaba yo menos de su corazón.

 (Aparte.) 

ZULEMA.-  ¡Presuntuosa! ¡Cómo se envanece!

ISABEL.-  ¡Un caballero cristiano rendirse a las seducciones de una enemiga de su Dios! No era creíble.

ZULEMA.-  Cierto. Mucho más cuando Marsilla tenía también amores en Teruel.

ISABEL.-  ¿Eso sabíais?

ZULEMA.-  Sí: de él mismo lo supe. Vos conoceréis a su dama. ¿Es hermosa?

ISABEL.-  No, caballero; la hermosura no resiste a la desgracia, y la amante de Marsilla ha sido muy infeliz. Algún día la envidiaron, la aborrecieron sus más lindas compañeras; ya todas la aman, todas la compadecen.

ZULEMA.-  Los pesares de esa dama prueban que era digna del amor de Marsilla. Él, anhelando reunirse con la que amaba, expuesto al furor de la sultana ofendida...

ISABEL.-  ¡Qué! ¿Fue capaz de rendirse...?

ZULEMA.-   (Aparte.)  Ella propia me indica...  (A ISABEL.)   ¿Os parece fácil resistir a una reina hermosa que ruega y amenaza?

ISABEL.-  ¡Pérfido! ¡Inicua mujer! ¡Desventurada!

ZULIMA.-  Podéis creer que sólo le movería a esto el ansia de recobrar su libertad: no le quedaba otro medio. Yo me disponía entonces a salir de Valencia. Vuestro paisano hubiera podido acompañarme; pero su destino mudó de aspecto. Sólo ha venido conmigo una joya suya.

ISABEL.-  ¡Una joya!  (Aparte.)  ¡Si fuera...! -Pero después...

ZULEMA.-  Después... descubrió el rey la traición de su esposa...

ISABEL.-  ¡Cielos!

ZULEMA.-  Según las leyes del país, ambos merecían la muerte.

ISABEL.-  ¡La muerte! ¡Dios eterno!

MARI-GÓMEZ.-   ¿Son ésas las buenas noticias que traéis?

ZULEMA.-  Quise decir ciertas, seguras. Además que para vos  (A ISABEL.)  nunca pueden ser de interés muy grande. No sois deuda de Marsilla; su dama me habéis dicho que no es bella; vos sois hermosísima; no sois su dama. ¿Qué os puede importar el que antes de ayer hayan tenido fin sus miserias?

ISABEL.-  ¡Santo Dios!  (Desmáyase.) 

MARI-GÓMEZ.-   (Acudiendo a sostenerla.)  ¡Señora! ¡Señora!  (A ZULEMA.)  ¿Qué es lo que habéis hecho? ¡Olalla! ¡Jimena!  (Salen las dos criadas.)  Un vaso de agua. ¡Válgame Jesús! Ayudadme.

ZULEMA.-   (Aparte.)  Sabe amar esta cristiana. Yo sé más, sé vengarme.

MARI-GÓMEZ.-  Isabelita.  (A una criada.)  Dad acá para rociarle el rostro.  (A ZULEMA.)  ¿No pudisteis conocer con quién estabais hablando?

ZULEMA.-  ¡Miserable! ¿Sabes a quién hablas tú?

MARI-GÓMEZ.-  Aún no vuelve.



Escena III

 

MARGARITA. DICHAS.

 

MARGARITA.-  ¿Qué es esto? ¿Qué ha ocurrido? ¡Mi hija!

MARI-GÓMEZ.-  Ese caballero, en mala hora venido...

ZULEMA.-  Sí: ved el efecto de una imprudencia mía: anuncié a vuestra hija, sin saber quién fuese, la muerte de Diego de Marsilla...

MARGARITA.-  ¡Marsilla!

ZULEMA.-  Sólo al verla desmayada pude conocer que ella era a quien debía entregar una joya que me dio en Valencia el mismo Marsilla.  (ISABEL hace un movimiento y su madre acude a ella, olvidando a ZULIMA.)  Ahí queda.  (Pone la joya sobre la mesa.)  Perdonad que tan aciagamente haya desempeñado un mensaje. A Dios.  (Vase.) 

MARI-GÓMEZ.-  Id con mil demonios.



Escena IV

 

MARGARITA. ISABEL. MARI-GÓMEZ.

 

MARGARITA.-  Isabel, Isabel mía.

ISABEL.-  ¡Madre! ¿Es mi madre?

MARGARITA.-  Sí, querida hija, alentad.

ISABEL.-  ¡Madre! ¡Ha muerto! ¡Ha muerto!

MARGARITA.-  ¡Hija infeliz!

ISABEL.-  Ha muerto... porque me ha vendido. ¡Ingrato!

MARGARITA.-  Desahogaos en mi seno. Venid, yo mezclaré mis lágrimas con las vuestras.

ISABEL.-  ¡Ha muerto! Ya todo se acabó, ya no hay esperanza, ya no tengo por qué vivir. Si era preciso, ¿cómo, al abandonarse a los brazos de una adúltera, no pensó que provocaba el enojo del cielo, del cielo que, aun inocentes, se ha ensañado contra nosotros? ¡Infeliz!

MARI-GÓMEZ.-   (A MARGARITA.)  La adúltera es la mujer del rey de Valencia.

MARGARITA.-  El cielo, que os presenta este cáliz de amargura, os dará también fuerzas para probarle. Procurad sosegaros.

ISABEL.-  ¡Sosegar! ¡Amad veinte años, amad toda la vida, vivid sólo con la esperanza del logro de un amor legítimo; perded de un golpe todas las ilusiones de la vida y del alma; conoced que habéis amado a un traidor, un aleve, y sosegaos, y tranquilizaos! Decid al mar que se aplaque cuando sopla el viento más embravecido. ¡Muerto por amores con una infiel! ¿Se ha ausentado ya ese fatal mensajero, sin aguardar a explicarme...? Yo quiero saber mil cosas, quiero que me satisfaga mil dudas. Llamadle: llámale, María.

MARGARITA.-  Sí, yo también quiero preguntarle... Idle a buscar.

MARI-GÓMEZ.-  No os desconsoléis, lsabelita. ¿Quién sabe? La edad de ese joven, un tonillo de ironía, cierta confusión que he creído notar en su semblante... todo me hace sospechar si nos habrá engañado.  (Vase.) 

ISABEL.-  No, nunca las nuevas del mal son falsas. Él habló además de una joya...

MARGARITA.-  Aquí la ha dejado.  (Dásela.) 

ISABEL.-  ¿La veis, querida madre? ¿La conocéis? Esta joya era mía. Yo se la di la víspera de su partida. Él me prometió no separarse de ella. «Si en medio de las lides que voy a buscar, me dijo, hallo la muerte, devuelta te será esta prenda empapada en mi sangre. Amigo o enemigo, no faltará quien se encargue de ponerla en tus manos.» Ya ha llegado a ellas: aquí está. ¿Y he de dudar de su muerte?

 

(Sale MARI-GÓMEZ.)

 

MARI-GÓMEZ.-  Montó a caballo así que salió de aquí. Ya estará fuera de la ciudad.

MARGARITA.-   (Aparte.)  No sé qué pensar de esto.-Retiraos, Mari-Gómez.

MARI-GÓMEZ.-  Repito que ese barbilampiño tenía pinta de embustero y de mal intencionado. Bien decía mi padre vicario: Meliora sunt ubera tua vino. Mala hora coja al que no beba vino.

 

(Vase.)

 


Escena V

 

MARGARITA. ISABEL.

 
ISABEL
¡Que es don Diego desleal!
No hay fe entonces en la tierra.
¿Madre, lo creéis? Yo no, 115
lo creo; ni creyera
a mis ojos si lo viesen.
Si no es posible que sea;
si a haberme sido traidor,
mi pecho lo presintiera, 120
y jamás ni un solo instante
sospeché de su fineza.
Misterio hay aquí sin duda.
Él me amaba.-Qué aprovecha.
Ya murió.
MARGARITA
¡Isabel querida...!
125
ISABEL
Venga, don Rodrigo, venga,
reclame mi mano; ya
le aguardo con impaciencia.
Sí, porque para morir
otra cosa no me resta. 130
MARGARITA
No, la razón...
ISABEL
¡Con qué orgullo
asirá Azagra mi diestra!
«Ya eres mía, me dirá,
vana fue tu resistencia,
vano el desdén; tu amor tuvo 135
que postrarse ante mi estrella.
Me despreciabas, me odiaste:
ya a la autoridad sujeta
estás del que despreciabas.»
Si el llanto mi rostro anega, 140
«detén, me dirá, ese llanto,
que es de mi honor en ofensa»,
y tendré que detenerle.
Y cuando suspirar quiera,
deberé ahogar el suspiro, 145
que mirara como muestra
de un afecto criminal...
¡y lo será! -No.-¡Firmeza!
Con una palabra evito
que nadie acusarme pueda. 150
MARGARITA
¡Cómo! Ya conoceréis
que ninguna excusa os queda...
ISABEL
Yo a don Rodrigo hablaré:
sí, yo le diré resuelta:
«Si hallar la dicha pensáis 155
con hacerme esposa vuestra,
sabed que en mi pecho habitan
la amargura y la tristeza.
¿Conocéis en esta cara
marchita y amarillenta, 160
en estos ojos que cubre
de dolor oscura niebla,
en este labio en que siempre
un ¡ay! lastimero suena,
en esta efigie animada 165
del pesar, veis la belleza
que llamasteis algún día
en mil trovas lisonjeras
perla del Guadalaviar,
de Teruel fúlgida estrella? 170
Mi sangre está ya viciada,
corre acíbar en mis venas,
va a contagiaros mi mano,
y en unión tan mal dispuesta,
en vez de felicidad, 175
sólo encontraréis vergüenza,
remordimientos, hastío,
desesperación violenta,
y con mi fin prematuro
vuestra desgracia perpetua.» 180
MARGARITA
¿Y tendrás valor...?
ISABEL
¡Valor!
Decidme si hay por qué tema:
decid si dudáis que arrojo
un desesperado tenga.
MARGARITA
Si os manda un padre...
ISABEL
Diré
185
que no.
MARGARITA
Si una madre os ruega...
ISABEL
No.
MARGARITA
De rodillas.
ISABEL
Mil veces
no. Podrán enhorabuena,
de los cabellos asida,
arrastrarme hasta la iglesia, 190
podrán maltratar mi cuerpo,
cubrirle de áspera jerga,
emparedarme en un claustro
donde lentamente muera;
todo esto puede mi padre, 195
pero arrancar a mi lengua
un sí perjuro, no.
MARGARITA
has dictado mi sentencia;
mi suerte me vaticinas.
No serás tú quien se vea 200
de un monasterio en la cárcel
sepultada con afrenta,
destrozada, emparedada;
seré yo, yo, que deshecha
en lágrimas, a tu padre 205
pediré por gracia extrema
que el corazón me atraviese,
y veré que me la niega,
porque más lento, más crudo
suplicio es justo que sienta. 210
ISABEL
¡Vos a quien mi padre adora!
MARGARITA
Quizá hoy mismo me aborrezca,
cuando le haga ver Azagra
con irrecusables pruebas
que en una concorte infiel 215
su amor engañado emplea.
ISABEL
¡Gran Dios!
MARGARITA
Sí, casada y madre,
la seducción halagüeña
del amante me rindió
que fue mi afición primera. 220
Vino el arrepentimiento;
volé al altar; penitencia
crüel que durar debía
por diez años fueme impuesta,
y la cumplí, y la seguí 225
mucho después que cumpliera.
Si entrases en mi oratorio,
donde nadie jamás entra
sino yo, si las paredes,
si aquel pavimento vieras 230
que cubre de sangre mía
gruesa y hórrida corteza...
los cilicios..., ¡oh! quizá
de mi castigo sintieras
más piedad que indignación 235
de mi orgullo.-Satisfecha
de la expiación, creí
ya merecer que secreta
la culpa hasta el día último
del universo yaciera. 240
Juzga tú de mi terror
cuando instando a que cediera
de su pretensión Azagra,
las cartas ayer me muestra
por mí a mi cómplice escritas, 245
y me amenaza ponerlas
en las manos de tu padre
si tú la tuya le niegas.
ISABEL
¿Con que hay también infortunio
 

(Después de un momento de pausa.)

 
que a mi infortunio supera? 250
¿Hay un ser a quien salvar
yo de su despecho pueda?
MARGARITA
¡Salvarme! No lo merezco.
¡Salvarme! ¿Quién te lo ruega?
¿Para hacer tal sacrificio 255
qué me debes tú? Dureza,
rigores. Si soy tu madre,
si te amé, cuándo halagüeña,
cuándo amorosa me viste?
Ayer.
ISABEL
¡Oh madre! ¿Pudierais
260
dudar de lo que hacer debo,
de lo que haré? -Sí, que incierta
yo también estoy -Mas, ¿cómo?,
¿no soy hija?, ¿no se encuentra
mi madre en riesgo?, ¿no puedo 265
librarla? Mi vida es vuestra,
tomadla: así Dios, así
lo manda naturaleza.-
¡Casarme con don Rodrigo!
¡Albricias, alma, no temas! 270
Marsilla es muerto.
MARGARITA

 (Aparte.) 

¡Oh rubor!
ISABEL
Y me ha ofendido. ¿No es cierta
su traición? Decidme, madre,
que me ha olvidado en la ausencia,
y que en una mora puso 275
el amor que me debiera.
¿No es cierto también que Azagra
una alma celosa alberga,
iracunda, vengativa?
¿que mis ayes y querellas 280
se le harán insoportables,
y querrá que los contenga,
no podré, y se irritará,
y me matará?
MARGARITA
¡Isabela!
¡Qué horror!
ISABEL
Tengo yo también
285
cartas amantes que lea.
Yo las tengo, y algún día
las verá Azagra.
MARGARITA
¡Oh si fueran
las mías tan inocentes!
ISABEL
¡Inocentes! Sí: pureza 290
respiran todas, pasión
que ni culpable ni nueva
parecerá a don Rodrigo.
¿Veis esto, madre? ¿Son esas

 (Mostrándole un retrato.) 

sus facciones? Pues sabed 295
que mi mano ruda, indiestra,
ese bosquejo trazó
sin que dechado tuviera
más que la imagen, que fija
en mi pecho se conserva. 300
Permitídmele besar
por última vez..., por ésta.
Tomad. Hecho el sacrificio
está ya, y estoy serena...,
tranquila..., como la tumba. 305
Imitad vos mi entereza,
mi calma..., y no me digáis
ni una palabra siquiera.
Vuestra fama está en mi mano:
la conservaréis ilesa. 310
Se casará vuestra hija;
no importa lo que le cuesta.
 

(Vase.)

 


Escena VI

 

MARGARITA.

 
MARGARITA
¡Santo Dios! ¿Qué es lo que hice?
¿Soy madre yo? No lo soy:
en mi corazón estoy 315
oyendo una voz que dice:
Tú has abusado, infelice,
con egoísmo cruel
de la virtud de Isabel
por evitar tu castigo. 320
Si bárbaro es don Rodrigo,
¡compárate tú con él!
   Pero ¿dónde hay resistencia
para renunciar al fruto
de quince años que en tributo 325
consagré a la penitencia?
¿Me ofreceré a la presencia
de mi esposo y de Aragón
con el hediondo borrón
del crimen que cometí? 330
En mal hora merecí
tan buena reputación.
   Con placer me sujetara
del castigo a la fiereza
como sólo en mi cabeza 335
su peso se acumulara;
pero si se divulgara,
si sabe el mundo mi error,
la mengua y el deshonor
más oprimen a mi esposo. 340
¡Qué golpe tan horroroso!
Le va a matar el dolor.
    Viva Segura, Dios mío;
si nueva culpa cometo
por conservar mi secreto, 345
tú verás cómo la expío.
Yo de mi Isabel confío;
su amante ya pereció;
la suerte me sujetó
este partido a tomar: 350
me puedo sacrificar,
pero a mi marido no.



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