Literatura infantil venezolana
Por M.ª Beatriz Medina
(Banco del libro)
Introducción
El libro de la infancia de Amenodoro Urdaneta (Caracas, Estados Unidos de Venezuela, 1865)
Como antecedente de la literatura infantil, la oralidad en Venezuela recopiló la rica y variada tradición de una herencia que sería recogida más tarde por los libros para niños. Sin embargo, cuando la imprenta hizo su aparición en el país se editaron los primeros libros para niños, que se alejaron de la oralidad para que se ubiquen bajo los preceptos del didactismo.
Cuando el país había transitado años de independencia y era necesario trazar los límites de la identidad nacional, los libros para niños volvieron la mirada hacia los héroes y la tradición oral, poblada de personajes como Tío Tigre y Tío. El nombre de Rafael Rivero Oramas se hace presente como pionero y gran divulgador de la tradición oral. Antonio Arráiz publica en esa misma línea, Cuentos de TíoTigre y Tío Conejo en la década de los cuarenta, Pilar Almoina saca a la luz Carrera y El camino de Tío Conejo en 1970 y Luis Eduardo Egui Cuentos para niños, en 1971.
El criollismo narrativo dejó su impronta cuando varios de sus cultores -como Luis M. Urbaneja Achelpohl y José Rafael Pocaterra- incursionaron en la literatura para niños. El modernismo se hizo presente con El diente roto de Pedro Emilio Coll, mientras la modernidad irrumpe con Manzanita (1951) de Julio Garmendia, un clásico de la Literatura infantil venezolana. Miguel Vicente Pata Caliente (1971) de Orlando Araujo sigue esta senda y entre ellos, se sitúan autores como Oscar Guaramato Ramón Palomares, David Alizo, Carlos Izquierdo, Francisco Massiani y Marisa Vannini.
En poesía, Fernando Paz Castillo con La huerta de Doñana (1920) y Manuel Felipe Rugeles con su libro Canta Pirulero (1954) inician, con propiedad, el cultivo del género poético para niños. Rafael Olivares Figueroa y Efraín Subero publican antologías fundamentales. Y son refencias obligadas los nombres de Elizabeth Schön, Beatriz Mendoza Sagarzazu, Ana Teresa Hernández, Velia Bosch, Aquiles Nazoa y Jesús Rosas Marcano, este último gran promotor -desde distintas aristas- de la literatura infantil.
A partir de los años setenta se siente un impulso en el libro para niños, surgen varias editoriales y se crea -bajo la batuta de Monika Doppert desde ediciones Ekaré- una escuela en el campo de la ilustración del que dan muestra los trabajos de Morella Fuenmayor, Rosana Farías, Irene Savino, María Fernanda Oliver y Cristina Keller. En otra tendencia más cercana a lo que se conoce como ilustración de libros para niños se sitúan Marcela Cabrera, Carmen Salvador, Vicky Sampere, María Elena Repiso, Jorge Blanco y Menena Cottin. Mención aparte merecen Carlos Cotte, Gloria Calderón y, más recientemente, Gerald Espinoza.
La contemporaneidad, ya con otra visión del libro para niños, presenta un conjunto de autores que siguen líneas diferentes. Salvador Garmendia, con una obra consolidada, incursiona revitalizando la narrativa. Los nombres de Daniel Barbot, Verónica Uribe y Carmen Diana Dearden asumen distintas posturas con un objetivo común: recuperar el espacio de la cotidianidad y de la realidad, con una buena dosis de imaginación. Laura Antillano y Mercedes Franco revisitan temas con propuestas novedosas, mientras Yolanda Pantin consolida una presencia importante con un trabajo continuo. Rafael Arráiz Lucca y Ednodio Quintero muestran visiones diferentes a la hora de abordar el género. María del Pilar Quintero y Aminta Díaz recuperan el ámbito de lo tradicional, mientras Armando José Sequera y Luiz Carlos Neves ejercen -con conciencia y disciplina- el oficio de escritor; el primero dentro del campo de la narrativa y el segundo con una obra poética extensa que ha marcado el curso de la poesía infantil en nuestro país. Aurora de La Cueva y Fanuel Díaz han asumido el riesgo de trabajar el libro informativo y nuevos nombres como el de Mireya Tabuas, Reyva Franco y Rafael Rodríguez Calcaño anuncian otros derroteros.