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Libro cuarto

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Año 1519

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- I -

Descubrimiento de la Nueva España.

     Para consuelo de los trabajos que al nuevo Emperador ya le cercaban, con los movimientos que del rey de Francia se temían y los que en Austria había y asomaban en España, estando ya de partida para Alemaña, por lo mucho que su real presencia en aquellas partes importaba, si bien en Castilla sentían su ausencia y pesadamente murmuraban della, por lo que tengo dicho y diré, estando en Barcelona tuvo una de las más felices nuevas que jamás recibió príncipe: del descubrimiento de la Nueva España y gran ciudad de México por Hernán Cortés, varón digno, de eterno nombre. Que por ser cosa tan grandiosa, si bien de ella hay particulares historias y en ésta nos detenga algo, pues es tan propria destos reinos y del Emperador, en cuyo nombre se conquistó, aquel mundo nunca pensado, diré aquí sumariamente en qué manera pasó, siguiendo lo que, en suma, otros dicen.

     Todos los españoles que pasaban de Castilla a las Indias Occidentales que Cristóbal Colón descubrió el año de 1492, como por la mayor parte no llevaban otro cuidado de más que hacerse ricos, no pasaban de la Española o Cuba, o de otras islas de aquel paraje, ni entendían en otra cosa que en llegar dineros y procurar volverse ricos a sus casas, para gozar dellos en la dulce patria, deseo natural a todos. Los que se movían con celo de cristiandad predicaban la fe de Jesucristo, y predicando convertían aquellas gentes idólatras cuanto podían. Otros de más alto espíritu ensanchaban su fama y nombre descubriendo nuevas tierras, poblando ciudades y dejando en ellas y en los ríos y puertos sus proprios nombres y los de sus patrias y ciudades. Así vemos que hay en aquellas nuevas tierras otra Sevilla, y otra Granada y otros lugares y nombres, los proprios que hay en España. Que antigua costumbre ha sido en el mundo de las gentes que nuevamente conquistan provincias y ciudades, quitarles los nombres viejos y ponerles los que consigo traían los conquistadores, en memoria de sus proprios nombres y patrias.

     De donde ha nacido la oscuridad en los nombres de casi todas las ciudades del mundo, que de mil y quinientos años a esta parte se han mudado hasta perderse de todo punto la memoria dellos. Tanta es aún en esto la inconstancia de las cosas de esta vida.

     Entre todos los indianos españoles conquistadores que en aquellas remotísimas tierras entraron a los veinte y cinco años primeros de su descubrimiento, aunque pasaron allá hombres de valor y ánimo, ninguno hubo que le tuviese tan levantado ni fuese tan atrevido que osase asentar y poblar en la Tierra Firme de las Indias. Todo el trato y habitación era en las islas: la gobernación temporal y espiritual estaba en Santo Domingo, en poder de algún caballero principal y de religiosos de la Orden de San Jerónimo que fueron allá por visitadores, para desagraviar a los naturales de la tierra, por las vejaciones que los españoles les hacían, si bien es verdad que se tenía ya noticia de la Tierra Firme, porque el mesmo Cristóbal Colón la descubrió y otros la habían visto.

     Si acaso iban españoles allá desde Cuba o desde alguna de las otras islas, no era a poblar ni a predicar, sino a comprar y a vender: porque trataban con gente simple, que a trueque de agujetas y alfileres, cuchillos, tijeras o otras niñerías que entre nosotros no tienen valor, traían ellos mucho y muy fino oro y piedras y otras cosas de grandísimo precio.

     El primero de los españoles que con ánimo de más que hombre osó emprender la conquista, descubrimiento y conversión de la Tierra Firme de Indias, y el que con el favor de Dios la puso por obra, y en ejecución della hizo cosas inauditas, y que si no las hubiéramos visto con los ojos no las pudiéramos creer, fue el valeroso y excelente capitán Hernando Cortés, marqués del Valle que después, con mucha razón, se llamó. Y porque mejor se sepa quién fue, y lo que hizo y cuándo y cómo, es menester que lo tomemos de raíz.



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- II -

Descubrimiento de la Nueva España.

     Hernando Cortés nasció en Medellín el año de 1485. Su padre se llamó Martín Cortés de Monroy, y su madre Catalina Pizarro Altamirano. Eran ambos hijosdalgo sin raza, muy honrados y buenos cristianos, aunque pobres.

     Tuvo Cortés en su niñez muy poca salud: su madre, como devota y católica, quiso darle un santo por abogado, y echando suertes entre los apóstoles, cúpole San Pedro, y así tuvo con él por toda la vida particular devoción.

     Aprendió algo tarde a leer y escribir, y sus padres le pusieron al estudio en Salamanca, siendo ya de catorce años; pero esto con tan poca gana suya y tan contra su voluntad cuanto fue posible. Porque su inclinación natural fue otra que letras, por ser de condición altivo, amigo de tratar cosas de armas y de entender en travesuras. Por lo cual duró muy poco en el estudio, y a pesar de sus padres se volvió a Medellín, con dos años de gramática mal entendida.

     Tratáronle tan ásperamente por esto en su casa, que determinó irse por el mundo a probar ventura. Ofreciéronsele en esta coyuntura dos viajes donde pudiera ir: el uno a Italia con el Gran Capitán, y el otro a Santo Domingo con Nicolás de Ovando, que iba por gobernador. Estuvo bien perplejo sobre cuál destos caminos seguiría. Y al fin se resolvió en el de Indias, así porque Ovando le conocía, como porque para pobres era mejor ir a Indias, donde se cogía el oro, que no a Italia, que sólo llevaba puñadas y guerra sangrienta.

     Estando ya determinado de ir a las Indias, quiso hablar con una mujer con quien tenía cierto trato, y hubiéranle de matar sus parientes; por lo cual, y porque luego le sobrevino una cuartana, hubo de dejar el viaje, y así se fue Nicolás de Ovando sin él.

     Cuando la cuartana se le quitó, y vio que Ovando era ido, acordó irse a Italia. Fue a Valencia para embarcarse allí, y con malas compañías que topó, gastó lo poco que llevaba, y anduvo perdido poco menos de un año. Cuando pensaron que estaba en Italia, dio la vuelta para Medellín, adonde sus padres le recogieron, y poniéndole en orden lo mejor que pudieron, partió con su bendición para Sevilla, y allí esperó pasaje.

     Finalmente, se embarcó para Indias solo y sin arrimo de nadie, siendo de edad de diecinueve años. Entró en la mar en el año de 1504. Tuvo muy mala navegación, y con todo el trabajo y peligro posible, tomó puerto en la Española; y aún dicen, y puédese creer, que yendo su navío perdido por ignorancia del piloto, le guió una paloma hasta ponerle en el puerto.

     Recogióle luego Nicolás de Ovando en su casa, como le conocía. Entretúvose allí hasta que fue a cierta guerra con el gobernador Diego Velázquez. Acabada la guerra, como él se hubo bien en ella, diéronle una escribanía de ayuntamiento en la villa de Arua, no porque él fuese escribano ni tratase deste oficio, sino para que lo vendiese o hiciese lo que quisiese de él, porque con semejantes cosas se premiaban los servicios en las Indias.

     Aquí estuvo cinco años, entendiendo en algunas granjerías, para hacerse rico.

     Sucedió después el año de 11 la guerra y conquista que Diego Velázquez hizo en Cuba. Dieron a Cortés la tesorería y cargo del escritorio del tesorero Miguel de Pasamonte. Después de ganada la isla, cupiéronle a Cortés por su repartimiento los indios de Manicasao. Puso su asiento en Santiago de Baruco, y fue el primero que en aquella tierra se dio a criar ganado mayor y menor, con lo cual, y con el oro de sus minas, se hizo bien rico.

     Sucediéronle tras esto unos amores con Catalina Juárez, hermana de Juan Juárez, natural de Granada, con la cual tuvo algunos embarazos, más con intención de tenerla por amiga que de casarse con ella. Y porque sus parientes de ella se tenían por afrentados, pusieron el negocio en justicia y Diego Velázquez puso en la cárcel a Cortés, de donde se soltó dos o tres veces.

     Pasó grandes trabajos y peligros de la vida, hasta que ya por hacer placer a los parientes della, holgó de casarse con ella y Diego Velázquez le perdonó.

     Fueron juntos a otra guerra, y a la vuelta estuvo en muy poco de ahogarse. Prosiguiéndose el descubrimiento de las Indias, hizo una jornada Francisco Hernández de Córdoba, en la cual descubrió el año de 1517 la Tierra Firme que llamaban Yucatán. Y no se detuvo en más que ver la tierra y volverse, porque los indios le recibieron muy mal y hirieron a muchos de los suyos malamente. Súpose en este viaje que Yucatán era tierra muy rica, y que andaban en ella los hombres vestidos, cosa que no habían visto en ninguna parte de las islas. Con esta buena relación, tuvo gana Diego Velázquez de conquistar a Yucatán; y para esto envió allá con armada bastante a Juan de Grijalba, su sobrino, el año de 1518.

     Llevó Grijalba consigo hasta docientos españoles y algunas mercaderías, con las cuales comenzó a comprar, o por mejor decir, a trocar, o rescatar, que así lo llamaban, el oro y cosas de precio de aquella tierra. Como el negocio era algo goloso, detúvose Grijalba tanto que Diego Velázquez se temió no fuese perdido. Para saber la verdad despachó en su busca a Cristóbal de Olit, que le trajese, o si la tierra descubierta fuese tal, para que poblase en ella, comenzase la conquista.

     Antes que Olit topase con Grijalba, que nunca se toparon, tornó a Santo Domingo Pedro de Alvarado, que había ido con Grijalba, y dio aviso a Diego Velázquez de la gran riqueza de Yucatán, y de lo mucho que Grijalba tenía rescatado. Lo cual puso a Diego Velázquez gana de enviar quien conquistase y poblase en aquella tierra, no tanto por ensanchar la fe, como por enriquecerse y ganar honra: para lo cual anduvo de en uno en uno, tratando con algunas personas de hacer una compañía para este viaje.

     Y no hallando quien le saliese a la parada, topó con Hernando Cortés, que sabía él que tenía dos mil ducados en el cambio de Andrés de Duero, mercader, porque conoció que era persona de estómago y discreto para saber gobernar.

     Parecióle luego bien a Cortés aquel negocio, y dijo que le placía de juntarse con él, y que iría él en persona al descubrimiento y conquista, pensando que por allí ganaría mucha honra, de que él era más codicioso que de dineros. Para poner en ejecución el viaje, hechos sus conciertos y capitulaciones, pidieron licencia a fray Luis de Figueroa y a fray Alonso de Santo Domingo y a fray Bernardino de Manzanedo, que tenían la gobernación de las islas, para ir a buscar a Juan de Grijalba, que aún no era venido, y descubrir, conquistar y convertir lo que pudiesen. Ya que tenía sacada la licencia y puestos a punto los navíos y todo lo necesario, llegó al puerto Juan de Grijalba, con mucho oro y plata, y con muy particular noticia de la tierra, en 3 de otubre del año de 18.

     Con la venida de Grijalba mudó luego voluntad Diego Velázquez. Quisiera estorbar a Cortés el viaje, por ganar él todo lo que había en Yucatán, sobre lo cual hubo entre los dos algunas pesadumbres. Pero al fin, que quiso que no, Cortés, a pesar de Diego Velázquez, aderezó su viaje con más ánimo que si tuviera compañía. Y como era hombre acreditado, tomó fiados cuatro mil ducados, con que compró navíos y todo lo necesario.

     Juntáronse luego sus amigos, prestóles dineros, puso casa y comenzó de hacer plato soñándose gran señor, con tanto sonido, que ya no se hablaba en otra cosa sino en la jornada de Cortés. No faltaba quien murmurase y aun mofase de sus cosas; pero con todo, se aprestó, y al tiempo de partir hizo ante escribano una protestación de que él iba a su propria costa, y que Diego Velázquez no tenía parte ninguna en aquel negocio.

     Con lo cual partió de Cuba y llegó a Mazaca, donde le quisieron prender Alvarado y Olit y otros amigos de Diego Velázquez, mas él los entendió y se puso en salvo.

     En Guaniganico, isla, saltó en tierra, hizo reseña de la gente que llevaba, halló quinientos y cincuenta españoles de pelea, sin algunos indios de servicio, y hizo de ellos once compañías de cada cincuenta hombres, y tomó para sí el nombre y oficio de capitán general.

     Llevaba once navíos, y en todos puso banderas con sus armas, que fueron unos fuegos blancos y azules, y en medio una cruz colorada con una letra que decía:

     Amici sequamur Crucern: si enim fidem habuerimus, in hoc signo vincemus.

     Amigos, sigamos la Cruz, porque si fe tuviéremos, en esta señal venceremos.

     Éste fue el aparato que metió Hernando Cortés en la más ardua y dificultosa conquista de cuantas jamás se vieron ni oyeron. Con estos poquitos compañeros, y con el favor de Dios, conquistó muchas ciudades. Convirtió infinitos indios idólatras, y gentes bárbaras y poseídas del demonio, y los trajo a la fe católica y ley evangélica, y quitó la bestial costumbre de sacrificar y comer carne humana, que algunos usaban, y otros muchos vicios. Demás de las innumerables riquezas que descubrió, y el Nuevo Mundo, que nos puso tan llano y seguro que se puede caminar agora por entre aquellos bárbaros tan bien y mejor que por Castilla la Vieja, cierto, a mi juicio, hazañas hizo Cortés con esta gente, que si como todos las hemos visto por nuestros ojos, las leyéramos o las oyéramos contar de algunos de los capitanes antiguos, las tuviéramos por fabulosas y sueños. Y pues cosas de menos valor las encarecieron tanto los autores gentiles, y no acabamos de engrandecer a Homero y a Virgilio y a otros poetas que alabaron a un Aquiles, Ulises o Eneas, ¿qué fuera, si para Hernando Cortés hubiera otros tales autores?

     Mas si bien lo consideramos, no hay para qué alabar tanto a Cortés, porque el negocio que él hizo no era suyo, ni lo hizo él, sino Dios, que quiso con aquellos poquitos convertir a los muchos, y hacer de manera que la predicación del Evangelio entre aquellos bárbaros no estuviese en armas, ni en fuerzas humanas, sino que se cumpliese en sus cristianos lo que dice David en el Salmo: Hi in curribus, et hi in equis: nos autem in nomine Domini. Peleen los filisteos y gitanos con carros y caballos armados, que nosotros con sólo el nombre del Señor pelearemos.



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- III -

Anima Cortés a los suyos, como buen capitán. -Entra en Aruzamil. -Reciben la fe los isleños. -Toma tierra Cortés en Yucatán. -Hierónimo de Aguilar topa con un español perdido que les sirvió de lengua.

     Antes que Cortés partiese de Guaniguanico, hizo a los suyos una larga y muy discreta plática, poniéndoles delante el gran premio que en esta vida y en la otra podían esperar. Y consiguirían de los trabajos que querían comenzar, y el servicio grande que harían a nuestro Señor en aquella jornada, si con ánimo y celo de cristianos entendían en la conquista más para ganar las almas de aquellos bárbaros, que para quitarles las haciendas.

     Partió de Guaniguanico a veinte y ocho de hebrero deste año de 1519. dio a los suyos por contraseña el nombre de su abogado San Pedro. Tuvo recio tiempo, que le hizo tomar tierra en Acuzamil.

     Espantáronse los isleños de ver aquella flota y metiéronse al monte, dejando desamparadas sus casas y haciendas. Entraron algunos españoles la tierra adentro y hallaron cuatro mujeres con tres criaturas y trajéronlas a Cortés, y por señas de los indios que consigo llevaba, entendió que la una dellas era la señora de aquella tierra y madre de los niños.

     Hízole Cortés buen tratamiento, y ella hizo venir allí a su marido, el cual mandó dar a los españoles buenas posadas y regalarlos mucho. Y cuando vio Cortés que ya estaban asegurados y contentos, comenzó a predicarles la fe de Cristo. Mandó a la lengua que llevaba, que les dijese que les quería dar otro mejor Dios que el que tenían. Rogóles que adorasen la Cruz y una imagen de Nuestra Señora, y dijeron que les placía. Llevólos a su templo y quebrantóles los ídolos y puso en lugar dellos cruces y imágines de Nuestra Señora, lo cual todo tuvieron los indios por bueno.

     Estando allí Cortés nunca sacrificaron hombres, que lo solían hacer cada día. Maravillábanse de los navíos y caballos, pero más de las barbas largas de los españoles; señalaban con el dedo hacia Yucatán, y decían por señas que allí había también hombres barbudos como los españoles. Envió Cortés allá, para saber si era verdad, pero no pudieron llegar los que fueron, o tardaron tanto que no quiso Cortés esperarlos.

     Tomó tierra Cortés en Yucatán, en la punta que llaman de las Mujeres, y porque le pareció aquélla ruin tierra, partió para ir a Cotoche, y quiso Dios, que siempre guía sus cosas por donde los hombres no piensan ni entienden, que hiciese agua la nao de Pedro de Alvarado. Y para remediarla fue menester volver a la isla de Acuzamil.

     Estando en ella un domingo de mañana, primero de Cuaresma, vieron llegar a tierra una canoa, que así llaman allá las barcas pequeñas que son de una pieza, como artesas, en que venían cuatro hombres desnudos con sus arcos y flechas, en son de pelear. Arremetieron algunos de los españoles con sus espadas desnudas, ellos pensando que venían de guerra, cuando llegaron cerca, adelantóse el uno de los cuatro y comenzó hablar en español, de que los de Cortés se maravillaron mucho, y dijo:

     -Señores, ¿sois cristianos?

     -Sí somos -dijeron ellos-, y españoles.

     Púsose entonces de rodillas y dijo llorando de placer:

     -Muchas gracias doy a Dios, que me ha sacado de entre infieles y bárbaros. ¿Qué día es hoy, señores?, que yo pienso que es miércoles.

     Dijéronle que no era, sino domingo.

     Levantóle en pie Andrés de Tapia, fueronse todos juntos y muy alegres a Cortés; y preguntándole quién era y cómo había venido allí, dijo:

     -Yo, señores, soy natural de Écija, y llámome Hierónimo de Aguilar. El año de 11, viniendo del Darién a Santo Domingo por dineros para la guerra que hacíamos cuando riñeron Diego de Nicuesa y Vasco Núñez de Balboa, dimos al través con una carabela junto a Amaica; y por guarecerlos, metimos a veinte Personas en el batel, de los cuales se nos murieron los siete en la mar, y los trece tomamos tierra en la provincia que llaman Maya. Prendiéronnos luego los indios, y venimos a poder de un cruelísimo cacique, el cual se comió a un Valdivia, después de sacrificado, y con otros cuatro de nosotros hizo un banquete a sus criados y amigos: yo y los demás quedamos a engordar para comernos. Otro día soltámonos de la prisión y venimos a poder de un cacique grande, enemigo del otro, que nos tuvo presos, el cual nos trató muy bien mientras vivió y ni más ni menos lo hicieron sus herederos. Hanse muerto ya todos mis compañeros, que no ha quedado conmigo sino un Gonzalo Guerrero. que ya es casado acá y está muy rico. No quiso venir conmigo, porque hubo vergüenza de que le viesen las narices horadadas al uso de la tierra.



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- IV -

Predica Hierónimo de Aguilar a los indios. -Primero lugar de España en Tierra Firme.

     De estas nuevas holgaron todos mucho; pero púsoles gran temor oír que iban a tierra donde los bárbaros comían los hombres. Fue tan importante el haber topado con este Hierónimo de Aguilar para los negocios de Cortés, por haber siempre servido de lengua, que sin él se tuviera grandísimo trabajo. Y así se debe tener por milagro que la nao de Alvarado hiciese agua, porque de otra manera no toparan con él, ni fuera posible.

     El día siguiente mandó Cortés a Hierónimo de Aguilar que predicase a los indios de Acuzamil la fe de Cristo, pues sabía su lengua. Súpolo tan bien hacer, que por sus amonestaciones acabaron de derribar los ídolos, y tomaron gran devoción con Nuestra Señora.

     Eran los de aquella isla idólatras, como los demás, y retajábanse como judíos. Sacrificaban niños algunas veces, aunque pocas, y tenían un Dios, a manera de cruz, que le llamaban dios de la Lluvia.

     Partidos de Acuzamil tomaron puerto en el río Tabasco, que se llama el río de Grijalba, por haber él estado allí primero. Entróse Cortés por el río arriba con los navíos menores, porque para los grandes no había agua. vio un pueblo cercado de madera, con sus troneras para tirar flechas. Saliéronle al encuentro muchas canoas, llenas de gente, con denuedo de querer pelear. Requirióles Hierónimo con la paz una y muchas veces; pidióles posada y bastimentos, y como no salieron a nada desto, hubo de pelear con ellos, y al fin vino a ganar aquel pueblo, que se decía Potonchán.

     Éste fue el primer lugar que se ganó y que tuvo España en Tierra Firme de las Indias.

     Durmió Cortés aquella noche dentro del templo mayor, con todos sus compañeros, sin mucho recelo, porque los indios desampararon el lugar. Otro día envió por tres partes a reconocer la tierra con gana de tomar algún cautivo para informarse de las particularidades della y para enviar a llamar al cacique sobre seguro. Trajéronle luego tres o cuatro y despachólos muy contentos para su señor, rogándole viniese sin temor alguno, porque él no venía para hacerle mal, sino para revelarle grandes secretos.

     Anduvieron yendo y viniendo, pero nunca el cacique se quiso dejar ver.



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- V -

Ayuda Santiago a los castellanos. -Espantábanse los indios de los caballos. -Dicho discreto de los indios. -Aquél es rico que vive contento. -Adoran los indios la cruz.

     Envió Cortés otra vez tres de sus capitanes a descubrir tierra y a comprar vituallas. Desviáronse cada uno por su parte y por poco mataran los indios al uno de ellos y hiciéranlo si no acertaran a venir allí los otros dos, y Cortés que los fue luego a socorrer. Mataron los naturales algunos de los indios de Cuba y hirieron hartos de los españoles.

     Sacó otro día Cortés sus quinientos hombres en campo con trece caballos y algunas piezas de artillería. Topóse en la isla con cuarenta mil indios bien a punto, peleó con ellos y venciólos con harto trabajo y dificultad.

     Afirman que se vio en la batalla peleando un hombre de un caballo blanco que mató muchos indios. Creyeron todos que fuese Santiago, aunque Cortés no quiso creer sino que fuese San Pedro, su abogado. Salieron heridos más de sesenta españoles, y a otros muchos les dio un dolor de lomos que pensaron quedar contrahechos; pero con el favor de Dios se les quitó presto.

     Hubo luego tratos de paz entre los españoles y los indios. Vinieron a Cortés los señores de la tierra, con muchos mantenimientos y con hasta cuatrocientos pesos de oro, y diéronse por amigos de Cortés.

     Espantábanse de los caballos, que nunca los habían visto, y cuando los oían relinchar pensaban que hablaban. Hízoles entender que reñían porque se habían hecho amigos con ellos y porque no los castigaban por el atrevimiento que habían tenido en tomar armas contra ellos.

     Preguntóles Cortés si tenían oro, o dónde lo había, y respondieron que no tenían minas, ni las querían, porque no hacían caso de ser ricos, sino de vivir contentos. Y no erraban mucho en ello, si bien bárbaros.

     Dijeron que hacia donde el sol se cubría hallarían oro si lo querían. Preguntados que por qué no habían hecho guerra a Grijalba, y a él sí, respondieron que porque aquél iba a comprar y no a pelear. Dijo más uno de los caciques: que los caballos los habían puesto en gran temor, porque creyeron que hombre y caballo era todo uno, y que de todos los caballos, uno que iba delante los espantó más que otra cosa.

     Avisóles luego Cortés cómo él era capitán y criado del rey de España, el mayor rey del mundo. Que venían no a otra cosa sino a tratar con ellos paz y amistad y a darles leyes y buena manera de vivir. Díjoles que mirasen que el demonio los tenía engañados con su falsa religión, porque no habían de adorar más que un Dios, ni sacrificar hombres, que no pensasen que los ídolos les podían hacer bien ni mal. Púsoles en el templo mayor de Potonchán una cruz: holgaron de adorarla, y mostraron con lágrimas que les contentaba lo que les decía.

     Mandóles que de ahí a dos días viniesen a ver la fiesta y ceremonias del día de Ramos. Acudieron infinitas gentes, y con grande alegría dieron la obediencia al rey de España, declarándose por sus amigos y vasallos, y así fueron éstos los primeros que el rey de Castilla tuvo en aquellas tierras. Pusieron nombre al pueblo Victoria, y así se llama hoy día.



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- VI -

Llegan a San Juan de Ulúa. -Aconseja Cortés a sus españoles que no muestren codicia. -Teudilli, cacique poderoso, amigo de Cortés. -Pregunta Cortés por oro. -Avisan los indios a México con suma brevedad. -Motezuma envía un rico presente a Cortés. -Cortés quiere ver a Motezuma: el bárbaro lo rehúsa. -Descubre Cortés la discordia que entre los naturales había.

     No le pareció a Cortés aquella tierra cual era menester para poblar en ella. Partióse luego de allí a descubrir. Topó con un río que se llamó de Alvarado, porque fue e1 primero que entró en él. Siguieron la costa de poniente, y jueves de la Cena llegaron a San Juan de Ulúa.

     Antes que surgiesen, vinieron a la flota dos canoas, en que venían ciertos indios, preguntando por el capitán y quién era y a qué iba. Lleváronlos a la nao de Cortés, y hízoles muy honrado tratamiento, y envióles a Teudilli, que así se llamaba el gobernador de aquella tierra, que le dijesen que no temiese de cosa ninguna, porque su venida no era sino a traerle nuevas con que él holgaría mucho.

     Otro día, viernes de la Cruz, tomaron tierra. Alojaron en unos arenales, donde los vinieron a ver muchos indios, que trajeron oro y cosas de pluma y de precio, que las dieron por alfileres y tijeras y otras niñerías, y cuentas de vidrio.

     Mandó luego Cortés pregonar que nadie tomase oro, sino que todos hiciesen que no lo querían, porque no pensasen los indios que iban por sólo ello.

     De ahí a dos días, que fue día de Pascua, vino al campo Teudilli con hasta cuatrocientos hombres, bien vestidos a su modo, cargados de cosas de comer, y todas las presentó a Cortés con algunas piezas de oro bien ricas. Abrazóle Cortés, y diole un sayo de terciopelo y algunas cosas de buhonería, que las preciaban ellos mucho.

     No entendía Hierónimo de Aguilar aquella lengua, que no poca pena dio a Cortés; pero quísolo Dios remediar, con que de veinte mujeres que había dado a Cortés el señor de Potonchán, la una dellas sabía muy bien la lengua, y con halagos y buen tratamiento que Cortés le hizo, se tornó ella y todas las otras cristianas; y ésta se llamó Marina.

     Malinchin y su compañera fueron los primeros cristianos bautizados que hubo en Tierra Firme de Indias.

     Era Teudilli criado del rey Motezuma, señor grandísimo de la gran ciudad de México Tenustitlán. Comió Cortés aquel día con él a la mesa. Después de comer mandó a Marina que le dijese cómo él era embajador del rey Carlos de España, Emperador del mundo. Y que venía a dar aviso al rey Motezuma y a todas las gentes de aquellas provincias, cómo estaban engañados en adorar más que a un solo Dios; y que los ídolos que tenían eran demonios, que no pretendían sino engañarlos. Que su venida era solamente para sacarlos de la ceguedad en que estaban, y quitarles la mala costumbre que tenían de sacrificar los hombres y comerlos, y hacer otras cosas feas y abominables.

     Respondió Teudilli que se holgaba mucho de tener nuevas de un tan gran señor como el rey de España, pero que no creía que fuese tan grande como su señor Motezuma, y que luego le daría el aviso de su venida.

     Estaban Teudilli y los suyos admirados mirando navíos tan grandes. Espantábanse de ver correr los caballos; pero lo que más admiración les ponía era oír el estruendo de la artillería.

     Preguntó Cortés a Teudilli si tenía mucho oro Motezuma, porque lo había él menester para curar a ciertos de sus compañeros de una pasión del corazón. Respondió que tenía harto.

     Luego hizo pintar en lienzos de algodón el talle de los hombres, caballos y navíos que Cortés traía; y despacharon sus mensajeros para México con tanta diligencia, que llegaron allá en un día y una noche, con haber no menos que setenta leguas de camino.

     Fuese luego Teudilli a Costata, donde solía residir, y dejó con los españoles dos capitanes con dos mil personas, para guisar y traer de comer.

     Volvieron los mensajeros dentro de ocho días con un rico presente de oro y mantas de algodón, que valdría todo veinte mil ducados. La sustancia de la respuesta fue que Motezuma holgaba mucho de ser amigo de tan poderoso rey como el rey de España, y que tenía por gran ventura suya que en sus días hubiesen venido a sus tierras gentes nuevas y nunca vistas tan buenas y de buena conversación. Por tanto, que mirase Cortés lo que había menester, que todo lo mandaría él proveer cumplidamente; que le pesaba mucho, porque no había orden como se pudiesen ver, porque ni él podía venir a verle por estar mal dispuesto, ni Cortés podría pasar a México, por ser todo el camino de gentes bárbaras y crueles y enemigos de los reyes mejicanos.

     Todas estas excusas ponía Motezuma por estorbar a Cortés la entrada de su tierra; pero cuanto más él se la quería estorbar, tanto más le crecía la gana della a Hernando Cortés.

     Tornóle a replicar que no podía en ninguna manera dejar de ver a un príncipe tan grande y tan bueno, ni cumpliría con lo que su rey le había mandado si no lo visitaba; con lo cual envió a Teudilli con otra segunda embajada.

     Mientras venía la respuesta, que tardó otros diez días, entendió Cortés en escudriñar los secretos de la tierra, y vino a saber que había grandes disensiones y guerra entre los señores della; porque Motezuma los tenía descontentos y como tiranizados; de lo cual él holgó infinito, porque luego vio abierto el camino para la felicidad que después le sucedió; porque hizo cuenta, y no se engañó, si él se juntaba con uno de los dos bandos, al cabo de la jornada se consumirían ellos entre sí y podría él entrar a coger los despojos de entrambos.

     Llegó en esto la resolución de la voluntad de Motezuma, la cual era que no porfiase Cortés por llegar a México, porque ni había para qué, ni era posible poderlo hacer. Con esto se cerraron razones, y Teudilli llevó sus gentes y dejó solos a los españoles.



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- VII -

Puebla Cortés para conquistar la tierra. -Manera de sacrificar los hombres. -Habla Cortes a los suyos animándolos para la conquista. -Voto solemne en que Cortés toma en nombre del rey posesión de la tierra. -Puebla la Veracruz. -Nueva población y república.

     Determinó luego Cortés de poblar en aquella tierra y conquistarla de propósito. Ante todas cosas mandó calar si había puerto por allí cerca para los navíos, con intención de hacer junto a él un pueblo, donde se recogiese su gente y navíos y contratación. No se halló más que un peñol que podía ser algún abrigo para la flota; pero era en parte donde había grande aparejo de madera y materiales para edificar. Tomó cuatrocientos de sus compañeros, y entróse con ellos por la tierra, hacia donde los indios le solían traer la comida, y andando como tres leguas topó un río y una aldea despoblada, pero las casas llenas de cosas de comer.

     Había en medio del lugarejo un templo que tenía en el medio una capilleja bien alta con veinte gradas. Encima estaban ciertos ídolos de piedra y un tajón grande y navajones, todo de piedra con mucho rastro de sangre. Preguntaron a Marina qué era aquello, y dijo que allí sacrificaban hombres y con aquellos cuchillos hendían un hombre por medio y le sacaban el corazón antes que se acabase de morir y le tiraban al cielo en sacrificio.

     Pasaron adelante y hallaron otras cuatro o cinco aldeas, de cada docientas casas sin ninguna gente y con muy mucha comida. Con lo cual se volvieron a los navíos harto contentos de ver el talle de la tierra y las calidades della. Y con determinación de quedar en ella de asiento hasta conquistarla si ser pudiese.

     Mandó Cortés que se juntasen todos, y hízoles un razonamiento muy largo, en el cual en sustancia les dijo estas palabras: «Bien veis, señores, cuán buena tierra es ésta para poblar y conquistar. Y pues Dios nos ha hecho tan grande merced de traernos a ella, paréceme que busquemos un buen asiento y edifiquemos una villa y la fortalezcamos, para que en ella podamos sufrir los encuentros de los enemigos. Y desde allí podremos tomar amistad con algún pueblo enemigo de Motezuma y pedir socorro y tener aviso de Cuba, de Santo Domingo y de España.»

     Hizo venir tras esto en presencia de todos a Francisco Hernández, escribano del rey, y por auto solemne tomó posesión ante él de todas aquellas tierras en nombre del rey don Carlos. Nombró regimiento y oficiales para la villa que quería fundar. dio las varas a los alcaldes y alguaciles; y dijo que se llamase el pueblo la Villa-rica de la Vera-Cruz. Hizo cesión y renunciación solemne ante los alcaldes del oficio que le habían dado los frailes jerónimos de capitán y descubridor, y del poder que tenía de Diego Velázquez, diciendo que ninguno dellos tenía ni podía tener jurisdición en la tierra que nuevamente él la había descubierto, y pidió por testimonio como la tenían por el rey.

     Los alcaldes y regidores aceptaron luego sus oficios por tomar la posesión dellos. Hicieron su ayuntamiento y ordenaron algunas cosas tocantes a la buena gobernación de su república y nombraron por gobernador y capitán general a Hernando Cortés para que tuviese el supremo lugar, entre tanto que el rey mandaba otra cosa.

     Fueron con esto a él y le importunaron aceptase aquel oficio, pues no había otro que mejor lo pudiese hacer. Hízose mucho de rogar, aunque no quería él otra cosa y al fin lo aceptó.

     Pidiéndole en nombre del regimiento, les prestase los mantenimientos que tenía y vendiese los navíos, respondió que en lo de los bastimentos él holgaba de dárselos sin precio ninguno; pero que los navíos él no entendía venderlos ni deshacerse dellos. Que se tuviesen de común y se aprovechase la villa dellos sin interés alguno.

     Agradeciéronle esta liberalidad. Hizo mucho al caso a Cortés entrar haciendo mercedes, cosa que suele causar gran favor a los capitanes.



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- VIII -

Va Cortés a Cempoallan. -Rebélase un cacique contra Motezuma, trazándolo Cortés.

     Fueronse con esto al peñol que dije a labrar allí la villa, y él se fue por tierra con cuatrocientos compañeros, y los navíos con los demás por la costa, que había diez leguas de donde estaban. Tomó Cortés el camino hacia donde tenía aviso que estaba una ciudad que se decía Cempoallan. Durmió la noche primera en un lugarejo en la ribera del río, y otro día vinieron a él cien hombres cargados de gallinas, y con un recaudo del señor de Cempoallan. Que le enviaba a decir que le perdonase, que por ser hombre muy grueso y pesado no había podido salir a verle; que fuese muy bien venido, y que en su casa le esperaba, que no se detuviese mucho.

     Almorzaron de aquellas gallinas y fueronse a Cempoallan, donde se hizo a Cortés muy buena acogida. Dioseles a todos por aposento un patio muy grande en medio de la plaza.

     Otro día vino el cacique a ver a Cortés, muy bien acompañado con un presente de oro y mantas que valdrían bien dos mil ducados. No hizo el cacique más de ver a Cortés y volverse sin hablar en negocios, y envió luego una singular comida bien guisada y de muchas cosas.

     Pasados tres o cuatro días, envió Cortés a decir al cacique que si no recibía pena que le iría a visitar. Respondió que mucho en buen hora.

     Fue allá Cortés con cincuenta de los suyos; hízosele un alegre recebimiento, y después de algunas cortesías entróse con él a una sala y sentáronse en sendos banquillos.

     Comenzó Cortés la plática y dio al cacique larga cuenta y particular quién era el rey de España, y las razones que le habían movido a enviarle de tan lejos a visitar aquellas tierras.

     Cuando Cortés hubo acabado de hablar, tomó la mano el cacique, y con un largo y no muy rústico razonamiento, presente Marina, trató particularmente de los negocios de sus tierras, y dijo cómo él y sus pasados habían tenido perpetua quietud hasta que últimamente los señores de México y Motezuma los habían tiranizado, y les hacían cada día cien mil agravios; y por salir de tan dura servidumbre, holgarían él y muchos de sus comarcanos de rebelarse contra México y juntarse con el rey de Castilla; y que aunque Motezuma era gran señor poderosísimo, pero que junto con eso tenía muchos enemigos, especialmente a los de Tlaxcallan, y Guexocinco y otros pueblos ricos y poderosos; y que si Cortés venía en ello, se le podría armar a Motezuma una liga, que no pudiese defenderse della.

     Replicó Hernando Cortés que le parecía muy bien aquello, y que en él hallarían todo favor, porque la principal causa de su venida no era sino a deshacer agravios y castigar tiranías.

     Finalmente, después de muy platicado el negocio, quiso Cortés volver a visitar sus navíos, y despidióse del cacique muy contento. Llevó consigo ocho doncellas, que le dio en presente a su usanza, y la una era su sobrina.



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- IX -

No temían los indios la muerte. -Rico presente de Motezuma.

     Volvió Cortés a la mar por otro camino, en el cual topó un pueblo bien grande puesto sobre un cerro. Subió allá con dificultad y trabajo de los caballos. Habló con el cacique, y trató lo mismo que con el otro había tratado.

     Estando allí, llegaron unos como alguaciles de Motezuma, que venían a coger el tributo. Alteróse tanto el cacique de verlos, que no le quedó color ni sentido, temiendo que Motezuma se enojaría de él porque hablaba con extranjeros. Animóle Cortés mucho, y por sacarle de miedo para que viese en cuán poco estimaba enojar a Motezuma, y también por dar principio a la rebelión, echó mano de los alguaciles y prendiólos; de que los indios quedaron atónitos.

     Quedóse allí a dormir Cortés, y a la noche tuvo manera como de aquellos presos soltasen los dos. Y traídos ante sí, enviólos a Motezuma, para que de su parte le dijesen que le rogaba mucho tuviese por bien de ser su amigo, porque de su amistad se le siguirían grandes provechos, y sabría misterios y secretos nunca oídos.

     Como el cacique supo que se le habían ido los presos, no tuvo otro remedio sino rebelarse al descubierto contra Motezuma, pareciéndole que aquel desacato no se le podía perdonar, y de presto envió mensajeros por toda la tierra, avisando a los pueblos que tomasen las armas, y no pagasen el tributo a México.

     Rogaron todos a Cortés que fuese su capitán, que ellos pondrían en campo cien mil hombres. De que no poco quedó él contento, viendo que se le abría camino para lo que tenía pensado, revolviéndose los indios entre sí, y que quedaba amigo de ambas partes, y que podía engañarlos con trato doble.

     En esta rebelión con tanta destreza y aviso procurada por Cortés, estuvo el punto de toda su buena ventura, porque por aquí se encaminaron sus cosas, para osar emprender todo lo que acometió, favoreciéndole Dios. Y salió con ello, que de otra manera, por muy bestiales y para poco que fueran los indios, no era posible vencer con tan poca gente tan poderosos pueblos y reyes, cuanto más que había muchos dellos muy valientes y ejercitados en las armas.

     Y lo que más hace al caso para pelear, generalmente son los indios gente que no temen la muerte, ni se espantan della.

     Partió con esto Cortés de Chiahuitlán, que así se llamaba el pueblo, y en llegando al peñol donde estaban los navíos, comenzaron todos con mucha priesa a labrar la villa, y estando en la mayor furia del edificio, llegaron a Cortés cuatro mensajeros de Motezuma con un rico presente que valía más de dos mil ducados. Y dijéronle de parte de su señor, que le agradecía mucho el haber hecho soltar sus criados, y que le rogaba hiciese soltar los otros, y que por hacerle placer, él holgaba de perdonar el atrevimiento de quien los había prendido, y que pues su deseo era verse con él, que se sufriese un poco, que él daría orden como se pudiese juntar.

     Despidió Cortés los mensajeros muy contentos, y envió a llamar al cacique de Chiahuitlán, y díjole todo lo que pasaba, y que viese si le tenía miedo Motezuma, pues por su respeto no osaba castigar el desacato; que de allí adelante estuviese seguro y se tratase como libre, y que él, ni otro ninguno de la tierra, curase de acudir a México con tributo, y si Motezuma hablase, que le dejasen a él hacer, que él los defendería.



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- X -

La manera con que Cortés se hizo señor de los indios. -Vitoria que hubo Cortés. -Socorro que vino a Cortés de sesenta hombres y nueve caballos y yeguas. -Envía Cortés un rico presente al rey y aviso de sus fortunas.

     Desta manera se hubo Cortés con estos bárbaros, para hacerse señor dellos; y fue el remedio único para sacar aquella gente del engaño y ceguera bárbara en que estaban hechos esclavos del demonio.

     Sucedió que en estos días hubo guerra entre Titzapazinco, lugar amigo de mejicanos, y Cempoallan. Acudió luego allá Cortés con su gente en favor de Cempoallan, y no le osaron esperar los mejicanos de Titzapazinco, que se espantaron de los caballos. Ganóles el lugar; pero no permitió Cortés que se saquease ni matasen a nadie, por no enojar a Motezuma.

     Con esta vitoria quedaron aquellos pueblos libres del tributo, que nunca más se les pedió, ni ellos lo quisieron pagar. Y obligadísimos a Cortés, y los españoles tan acreditados, que el cacique que tenía guerra con otro, con solo un español que llevase en su campo, tenía por cierta la vitoria.

     Cuando Cortés volvió desta guerra a la Veracruz, halló que le habían llegado sesenta españoles, y nueve caballos y yeguas, que fue un buen socorro. Daban mucha priesa en la obra de la villa, porque deseaban acabarla para ir luego a México, que era el mayor deseo que Cortés tenía. Hizo muestra de la gente y de lo que habían ganado para sacar el quinto para el rey, y halláronse veinte y siete mil ducados en oro y muy ricas piezas de pluma, y otras cosas de la tierra. Nombraron un tesorero del rey y de la villa, y de todo el montón sacó Hernando Cortés, en nombre de quinto, un rico presente para el rey. Y para enviarlo a Castilla nombró a Alonso Hernández Portocarrero y a Francisco de Montejo; los cuales, con cartas de Cortés y del regimiento de la nueva villa de la Veracruz, con una larga relación de todo lo que habían hecho, suplicando al rey mirase sus servicios, y que confirmase el oficio de gobernador y capitán general que habían dado a Hernando Cortés, y ofreciéndose de pasar adelante en la conquista de aquel nuevo mundo hasta ganarle.

     Partieron con esta embajada de la Veracruz, a 26 de julio deste año de 1519. Vinieron con buena navegación a España, y llegaron a Barcelona, donde fueron bien recibidos, y el Emperador les confirmó y concedió todo lo que le suplicaban; con lo cual volvieron muy contentos a la Veracruz.

     Y porque los embarazos que en los años de 1520, 21 y 22, que hubo en Castilla, han de ocupar tanto este libro que no he de tener lugar para divertirme a escribir y acabar esta relación de la conquista que Hernando Cortés hizo del gran reino de México, acabaré aquí con ella, para quedar desocupado en lo demás.



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- XI -

Echa a fondo su armada. -Anima Cortés a los suyos, sentidos por la pérdida de los navíos.

     Deseaba Hernando Cortés la ida de México, y después que hubo pacificado algunos movimientos que comenzó a sentir entre su gente, castigando los movedores inquietos, puso luego en plática la jornada, diciendo que cuanto habían hecho valía poco si no pasaban adelante y llegaban a ver a Motezuma y sus tierras, de donde habían de sacar grandísimas riquezas.

     No eran todos deste parecer, antes lo tenían por un gran desatino quererse meter quinientos hombres donde había millones de enemigos bárbaros infieles. No bastaban razones para apartarle de su propósito; y así se determinó a un hecho, al parecer temerario, que fue tratar secretamente con los pilotos, que cuando estuviese con mucha gente, le veniese a decir que los navíos se comían de broma y que no podían más navegar.

     Junto con esto, concertó con otros marineros que secretamente barrenasen los navíos para que hiciesen agua y se fuesen a fondo. Estando, pues, un día comiendo con mucho regocijo, entraron tres o cuatro pilotos muy afligidos, y dijeron:

     -Señor capitán, una mala nueva.

     -¿Qué hay?-dijo él muy alterado.

     -Señor, los navíos se comen de broma, y sin duda se irán a fondo muy presto y no vemos que haya remedio en el mundo.

     Comenzó con esto de hacer grandes extremos y a fatigarse tan de veras, que nadie por entonces entendió la trama. Después de haber hecho a los marineros muchas preguntas, si sería bueno hacer esto, o lo otro, como a todo decían que no serviría de nada, dijo:

     -Agora, pues, demos gracias a Dios. Y pues no hay otro remedio, y ellos se han de perder, aprovechémonos siquiera de la madera y de las jarcias.

     Quebráronse luego cuatro navíos de los mejores, y antes que pudiesen quebrar más, no faltó quien descubrió el trato. Comenzaron todos a murmurar y a decir que no se quebrasen los otros, pero que quisieron que no, los hizo quebrar, sin dejar más que sólo uno.

     Y viendo que algunos andaban mal contentos y tristes, hizo juntar a todos en la plaza, y con una larga plática propuso las razones que le habían movido a posponer su proprio interés y a quebrar los navíos, que le habían costado tantos dineros que apenas le quedaba otra hacienda.



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- XII -

Habla resueltamente Cortés a los suyos sobre ir a México. -Ofrecen los naturales a Cortés cincuenta mil hombres. -Nueva Sevilla. -La gente que llevó Cortés contra México. -Relación de un cacique: quién era Motezuma; su potencia y riqueza.

     Después que hubo dicho muchas cosas para los animar y persuadirles la ida de México, vino a lo último a decir estas palabras:

     -Señores y amigos míos, ya los navíos son quebrados, no hay remedio para ir de aquí. Yo creo que ninguno será tan cobarde ni tan para poco que quiera estimar su vida en más que yo estimo la mía, ni tan flaco de corazón que dude de irse comigo a México, donde tanto bien nos está esperando. Pero si acaso algunos se quieren tanto, que determinen de dejar lo que habemos de hacer en este viaje, ahí dejo sana una carabela; éntrese en ella y váyase bendito de Dios a Cuba, que yo espero en Dios que antes de mucho se arrepentirá de habernos dejado, y se pelará las barbas de invidia de la buena ventura que verá que nos ha sucedido.

     Fueron de tanta eficacia estas palabras, y ocupóles tanto la vergüenza, que ninguno hubo que no alabase lo hecho y prometiese de seguirle hasta la muerte.

     Antes que se pusiese en camino para México, requirió toda la tierra, y visitó los pueblos que se habían mostrado amigos y rebelados contra México. Halláronse por todos cincuenta pueblos, que se ofrecieron a sacar en campo cincuenta mil hombres en favor de la villa de la Veracruz. Hecha esta diligencia, escogiéronse de entre todos ciento y cincuenta hombres que quedasen en la villa, y con los demás salió Cortés en nombre de Dios, la vía de México, habiendo allanado una pendencia que tuvo con Francisco de Garay, que había ido de Cuba a estorbarle sus negocios.

     Entró Cortés en Cempoallan, y quiso que se llamase Sevilla. Derribó los ídolos y puso imágines y cruces en los templos. Y tomando consigo ciertos rehenes y hasta mil tamemes, que son indios de carga, partió de allí en diez y seis de agosto del mismo año de 19.

     Llevaba cuatrocientos españoles, quince caballos, siete tirillos y mil y trecientos indios de guerra. Caminó tres días enteros por tierra de amigos, tan regalado y servido como lo pudiera ser en Castilla. Y lo mismo se hizo con él en todos los pueblos de Motezuma, porque tan amigo era de los unos como de los otros, por su buena industria. Anduvo tres días por una tierra desierta y sin agua, con grandísimo trabajo de hambre y sed, hasta que llegaron a Zaclotán que llamaron ellos Castelblanco. Recibiólos muy bien Olintlech, señor del pueblo. que ansí lo mandaba Motezuma, que ya sabía que venía. Por hacer a Cortés muchas fiestas, hizo sacrificar cincuenta hombres. Predicóles Cortés la fe de Cristo con Marina. Diole noticia del rey de España y preguntóle si era vasallo de Motezuma. Respondió él entonces, muy maravillado: «Pues, ¿cómo? ¿Hay alguno en el mundo que no sea vasallo de Motezuma?» Preguntósele más, si tenía oro, y pidiéronle dello; dijo que oro tenía harto, pero que no lo daría si no lo mandaba su señor. Dijo entonces Cortés con mucha disimulación:

     -Ruégote que me digas quién es Motezuma.

     Respondió:

     -Motezuma es señor de todo el mundo. Tiene treinta reyes que le pagan tributo, y cada uno dellos le puede ayudar con cien mil hombres de guerra. Sacrifícanse en su casa, cada un año, veinte mil personas. Reside siempre en la más hermosa y fuerte ciudad que hay en el mundo. Su casa es muy grande, su corte muy noble, y su riqueza increíble.

     Y cierto casi en todo decía verdad este cacique; y no era él de los peores vasallos del rey, porque tenía pasados de veinte mil vasallos, y treinta mujeres suyas, que tantas podían tener cuantas podían sustentar, como los moros.

     Pusiéronle todas estas cosas a Cortés algún cuidado, pero junto con eso le despertaron el deseo de verse ya con Motezuma. Detúvose cinco días en Zaclotán. Derribó los ídolos y puso cruces, como lo hacía donde quiera que llegaba. Envió de allí a una ciudad por donde había de pasar, que se decía Tlaxcallan, cuatro de los cempoalenses, que se llamaban ya sevillanos, haciéndoles saber su ida, y teniendo creído que por ser aquella ciudad enemiga de México, le recibirían bien.



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- XIII -

Pelean esforzadamente quince indios contra los españoles. -Los de Tlaxcallan quieren engañar a Cortés. -Peligro grande en que se vieron los españoles. -Pelean y mueren infinitos indios. -Espántanse los indios del esfuerzo de los españoles. -Quieren su amistad.

     Tardaron los mensajeros, y sin los esperar salió Cortés de Zaclotán con su gente. Topó en el camino un valle atajado con una cerca de piedra, de estado y medio alta, con sus pretiles y troneras para pelear, y con una sola puerta por donde se había de pasar. Era la puerta de diez pasos en ancho. Quiriendo Cortés entrar por ella, llegó a él un cacique, vasallo de Motezuma, con engaño, y díjole que no entrase por allí, que se enojaría Motezuma, y hacíalo por llevarle por otro camino, y meterle donde no pudiese salir. Avisáronle desto los sevillanos, y él quiso creer más a éstos, como amigos ciertos. que no al cacique, que no le conocía.

     Habiendo andado tres leguas de aquel cabo de la cerca, envió delante seis de caballo, a reconocer el campo. Toparon quince hombres con espadas y rodelas, que a la cuenta debían ser espías, porque huyeron luego en viendo los españoles. Llamáronlos, y no quisieron esperar. Apretaron las piernas tras ellos, y ellos cuando vieron que no podían escapar, pusieron mano a las espadas. No hubo orden de hacerlos asegurar, ni rendir, antes comenzaron a pelear bravísimamente, y con tanto ánimo, que mataron dos caballos, y aun el uno de los indios dicen que de una cuchillada cortó a un caballo a cercén la cabeza, con riendas y todo. Alancearon los españoles aquellos quince con enojo, y acudió luego todo el campo contra cinco mil indios que vinieron a socorrerlos. Los cuales se fueron huyendo a Tlaxcallan, de donde le vinieron luego a Cortés mensajeros, pidiendo perdón de lo hecho, y convidándole falsamente con su ciudad, con intención de cogerle dentro y matarle.

     Otro día toparon con hasta mil indios, que pelearon con buen semblante, y se fueron retirando con gentil concierto por meter a los cristianos en una emboscada de más de ochenta mil personas, donde se vieron en grandísimo peligro y salieron muchos heridos, aunque ayudándolos Dios, ninguno murió. Hiciéronse fuertes aquella noche en una aldea pequeña, y otro día de mañana tuvieron nueva que venían sobre ellos más de ciento y cincuenta mil hombres, publicando que habían de hacer dellos un solemne sacrificio a sus dioses.

     Fue cierto cosa de milagro lo que en este recuento pasaron los españoles, que si Dios no mostrara su gran potencia con ellos era imposible poderse defender, porque para cada cristiano había más de trecientos indios. Cuando los campos llegaron a vista el uno del otro, comenzaron los indios a mofar de los españoles viendo que eran tan pocos, y enviáronles gallinas y maíz y cerezas, diciendo que se hartasen de aquello, porque no pudiesen decir que los mataban de hambre.

     Cuando les pareció que ya habían comido. dijeron: «Vamos agora que están hartos, comerlos hemos y pagarnos han nuestra comida.» Fue la ventura de Cortés que nunca le acometieron todos aquéllos que venían, sino a pedazos, porque no hacían sino sacar del montón veinte o treinta mil, y así mataron en dos días arreo infinitos.

     Y como ellos veían que de los españoles no moría ninguno, pensaban que venían encantados o que eran dioses; y por eso no quisieron al tercero día pelear, sino enviaron a Cortés un presente de cinco esclavos y de incienso y pan y gallinas, con una embajada que decía desta manera:

     -Tomad, señor; si sois dios bravo, comeos esos cinco esclavos, y si sois dios bueno y manso, veis aquí incienso, y si sois hombre, tomad gallinas y pan y cerezas.

     Dioseles a esto por respuesta que Cortés no era dios, sino hombre mortal como ellos, y que lo erraban mucho en no querer ser sus amigos; pues veían el mal que de no lo ser se les había seguido. Pero con todo eso no dejaron otro día de salir veinte mil dellos a pelear. Después de esto, a 6 de setiembre, vinieron a Cortés cincuenta hombres cargados de gallinas y de cosas de comer. Supo que venían por espías, y mandóles cortar las manos a todos cincuenta.

     Espantáronse tanto los indios de ver que hubiese Cortés entendido que iban a espiarle, que creyeron que tenía algún espíritu que le descubría sus pensamientos, y con esto se fueron a sus casas sin osar pelear con él. Toda esta resistencia y guerra hacían los de Tlaxcallan a Cortés, pensando que fuese amigo de Motezuma, su capital enemigo dellos, y así, después que se desengañaron, le fueron muy leales servidores, y en ellos estuvo el buen suceso de Cortés, como presto lo veremos.



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- XIV -

Embajada de Motezuma. -Pelea Cortés con la purga en el cuerpo. -Va Cortés sobre Cimpantzinco. -Desmayan los de Cortés: quieren volverse; anímalos. -Prudencia y valentía de Cortés.

     Poco después que se acabó esta guerra, vinieron al campo de Cortés cuatro embajadores de Motezuma, con un riquísimo presente, ofreciéndose por amigo del Emperador, y que viese qué tanto tributo quería que se le pagase, que de todo lo que los españoles hiciesen sería él muy contento, con tanto que se volviesen de allí sin pasar a México. No porque a Motezuma le pesaría de verlos en su casa, sino porque tendría pena de verlos en tan ruin tierra, y en los trabajos que habían de padecer siendo ellos una gente tan honrada.

     Agradecióles mucho Cortés el presente, y rogóles que no se fuesen tan aína, hasta que viesen cómo castigaba los enemigos y desobedientes al señor rey Motezuma.

     Antes que Cortés llegase a México, enfermó de unas calenturas que le pusieron bien flaco, y aun dicen que le aconteció una cosa harto de notar, que sin duda fue milagro que Dios obró en él; y fue que habiendo tomado unas píldoras para purgarse, tocó arma contra una multitud de indios que venían sobre él, y no se le sufrió el corazón sin salir a pelear. Hizo maravillas por su mano, y ocupóse tanto en la batalla, que se le pasó la hora de purgar, y otro día al mismo punto obraron las píldoras lo mismo que habían de obrar el día antes.

     Estando después desto alojados en el campo, vieron de lejos unos fuegos grandes. Tomóle a Cortés gana de ver lo que era, y salió con hasta doscientos soldados, y con harto trabajo y peligro fue a dar en una ciudad de más de veinte mil fuegos, que se decía Cimpantzinco. Como los tomó de improviso no se pusieron en resistencia; antes le trataron muy bien y él a ellos. Quedaron muy obligados, y prometieron de hacerle amigo con Tlaxcallan. Ya que con tantos trabajos y peligros había llegado bien cerca de México, sintió Cortés en los suyos flaqueza grande y temor, en tanto grado, que los más dellos trataban de volverse a la Veracruz y dejarle sin pasar adelante, con lo cual él sintió mucha pena, si bien disimuló. Para confortarlos y ponerles ánimo, hízoles un largo y muy apacible razonamiento, poniéndoles delante el servicio grande que harían a Nuestro Señor desarraigando de aquellas tierras la idolatría y otras abominaciones; y tanto les supo decir, que los dudosos quedaron firmes y los esforzados con doblado coraje, y los unos y los otros se determinaron de seguirle y morir con él en tan santa demanda. Tanta era su buena destreza, que cierto en Cortés se vieron juntas dos cosas que pocas veces suelen andarlo, que son prudencia y valentía; y así trabajaba él y peleaba en todas las ocasiones como buen soldado y gobernaba los negocios de paz y de guerra con grandísima cordura y discreción.



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- XV -

El general de los de Tlaxcallan viene contra los de paz. -Avisa Motezuma a Cortés que no fíe de los de Tlaxcallan. -Buena acogida que los de Tlaxcallan hacen. -Predícales Cortés la fe. -Edifica Cortés una iglesia en Tlaxcallan.

     En esta coyuntura vino al real de Cortés el capitán general de los tlaxcaltecas, llamado Xicontencali, y con él cincuenta hombres principales a dársele por sus amigos, cosa que sobre todas las del mundo era la que Cortés deseaba. Puesto Xicontencali delante de Cortés, hizo una plática bien concertada con todo el reposo y buen seso del mundo, diciendo, en suma, los muchos trabajos que los suyos padecían, sólo por no se ver sujetos a Motezuma; porque a trueco de no ser sus vasallos sufrían andar desnudos en tierra fría y a no comer sal, porque en su tierra no había sal ni se cogía algodón. Pero que con ser de su natural inclinación tan amigos de libertad, todavía holgarían de sujetarse al rey de España y a él que decía ser su embajador, no más que porque él y los suyos le parecían gente virtuosa y merecedores de cualquier cortesía. Y que pues ellos con haber sido siempre tan amigos de libertad holgaban de hacerse sus vasallos, le rogaba muy mucho tuviese cuenta con tratarlos bien y no diese lugar a que nadie les hiciese desafuero ni fuerza ninguna.

     Holgó infinito Cortés con tan buena embajada, de donde tanta honra y provecho le había de venir. Respondió con amor y afabilidad, prometiendo a Xicontencali todo lo que pedía. Díjole que se volviese a Tlaxcallan, que presto sería allá con él, y que si no iba luego era por despedir a los mejicanos que con él estaban.

     Pesóles extrañamente a los embajadores de Motezuma de la venida de Xicontencali, y procuraron estorbar a Cortés la amistad de los tlaxcaltecas. Dijéronle que no los creyese, que le engañaban y que le querían meter en sus casas para matarle como traidores y malos.

     Pidiéronle mucho les diese licencia para que uno dellos fuese a dar cuenta de todo a Motezuma, prometiendo de volver dentro de seis días, con aviso de lo que su señor mandaba que se hiciese. Dijo Cortés que le placía. Y luego se partió uno dellos.

     Vino al plazo con otro muy rico presente, con el cual Motezuma envió a decir a Cortés que mirase muy bien lo que hacía y que no se fiase de los traidores tlaxcaltecas. Por otra parte decían los tlaxcaltecas mil males de Motezuma, y morían por llevar los nuestros a su ciudad, cosa que puso a Cortés en harta duda y perplejidad. Pero al fin, consideradas las calidades del negocio, determinó probar ventura y hacer de manera como cumpliendo con los unos y con los otros, se hiciese señor de todos ellos.

     Partió con su campo para Tlaxcallan, adonde se le hizo un muy alegre recibimiento, como a su libertador, que tenían creído que los venía a sacar de la servidumbre de México. Detúvose allí veinte días, y en todos ellos era increíble el regalo y buen tratamiento que se les hizo a todos, hasta darles sus hijas y rogarles que se juntasen con ellas, porque deseaban que quedase entre ellos casta de tan buena gente.

     Como Cortés vio que aquélla era gente de buen entendimiento y allegada a razón, y que entre ellos se vivía con concierto y orden, y se guardaba justicia, y entendió que ya estaban asegurados de él, comenzó muy de veras a predicarles la fe de Jesucristo Nuestro Señor y a persuadirles dejasen la idolatría y el abominable uso de comer carne humana y sacrificar hombres. Dioles a entender cómo los ídolos y los dioses que adoraban eran demonios, y propúsoles razones en que se fundaba nuestra religión.

     Halló Cortés diferentes pareceres en esta gente. Unos decían que no osarían así luego dejar los dioses que sus pasados habían tenido tanto tiempo, a lo menos hasta ver y probar qué tal era la ley de los cristianos. Otros decían que bien harían ellos lo que se les decía; pero que temían ser apedreados del pueblo. Finalmente, porque por entonces no se pudo detener mucho Cortés, contentóse con decirles que presto volvería por allí, y les daría maestros y predicadores que les enseñasen más despacio lo que les convenía saber para salvarse.

     Con todo eso pudo acabar con ellos que le dejasen hacer una iglesia en el templo donde estaban los españoles aposentados. Hacía Cortés decir allí misa solemne cada día, y venían a oírla muchos de los indios, principalmente Majisca, el más principal señor de aquella república, el cual gustaba infinito de la conversación de Cortés, y de oír los oficios divinos.

     Antes que se partiesen de aquella ciudad se le vinieron a dar por amigos los de Huexocinco, ciudad principal y república a manera de Tlaxcallan. En todo lo que allí se detuvieron, no hacían los embajadores de México sino dar a Cortés priesa para que saliese de allí, de pura envidia de verle tan bien tratado.



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- XVI -

Sale Cortés de Tlaxcallan para México. -Quieren los de México matar a traición Cortés y a los suyos. -Matanza grande en los indios. -Motezuma se allana en que Cortés vaya a México. -Consulta Motezuma al demonio.

     Cuando vieron que ya se quería partir, dijéronle que se fuese por Cholulla, ciudad rica y amiga de Motezuma. Majisca, y todos los que bien sentían, eran de parecer que en ninguna manera Cortés entrase en Cholulla. Pero al fin determinó ir allá. Salieron con él de Tlaxcallan hasta cien mil hombres de guerra; pero él no quiso llevar más de cinco o seis mil, temiendo no destruyesen a Cholulla. Saliéronle a recibir más de diez mil hombres, y metiéronle en la ciudad con gran regocijo. Dioseles muy buena posada y una gallina para cada uno, que cenasen.

     Allí en Cholulla tornaron otra vez a porfiar con Cortés los criados de Motezuma, que no pasase a México, poniéndole muchas dificultades. Y después, como vieron que no aprovechaba nada, procuraron matarle a él y a todos con una traición; la cual quiso Dios que se descubriese, porque una india dio aviso a Marina, y ella y Hierónimo de Aguilar a Cortés. Para el día que tenían los indios concertado su negocio, estuvo Cortés sobre aviso. dio parte a los suyos de lo que pasaba, y mandóles que cuando oyesen disparar un arcabuz, meneasen las manos, y entre tanto, que nadie saliese del patio donde posaban.

     Aquella mañana sacrificaron los indios diez niños, que solían ellos hacer esto siempre que comenzaban alguna guerra o negocio importante. Hacían burla entre sí de los españoles, porque buscaban de comer, y quien les llevase el bagaje a México, y decían: «¿Para qué quieren comer éstos, pues presto han de ser comidos?» Ya que tenían los españoles puesto a punto su viaje que no les faltaba más de salir, envió Cortés a decir al pueblo que le enviasen algunos de los principales de la ciudad, porque se quería despedir dellos.

     Vinieron muchos; mas él no dejó entrar más de treinta. Luego mandó cerrar las puertas, y comenzó a quejarse de la ciudad, porque no contentos con el mal tratamiento que le habían hecho, tenían ordenado de matarle a traición. Quedaron atónitos de ver que supiese tan particularmente sus tratos, y no supieron qué hacer, sino confesar la verdad. Envió luego Cortés a llamar los embajadores de Motezuma, y díjoles que no podía creer lo que aquellos presos le decían, que su señor Motezuma mandaba que le matasen a él y a los suyos. Los mejicanos dieron sus desculpas, y Cortés mandó matar algunos de los treinta presos, y que disparasen el arcabuz, con lo cual los españoles salieron del patio, y en menos de dos horas mataron más de seis mil indios y quemaron muchas casas, y entre ellas una torre donde se habían acogido los sacerdotes y los principales.

     Saquearon al pueblo, y en un momento no pareció hombre de toda la ciudad. El despojo fue muy rico de oro y de cosas de pluma. Los presos, cuando vieron su ciudad yerma y destruida, rogaron a Cortés que los soltase, prometiendo de hacer venir la gente a la ciudad, con toda paz y quietud; lo cual Cortés hizo de buena gana. Otro día estaba ya tan lleno el pueblo como si no hubiera acontecido nada en él. Pidiéronle perdón humilmente, diciendo que Motezuma había tenido la culpa. Hiciéronse amigos con Tlaxcallan y con él.

     Era Cholulla pueblo de más de cuarenta mil casas, dentro y fuera de la ciudad, y tenía tantos templos como días hay en el año: porque allí, como a santuario y lugar de romería y devoción, acudía toda la tierra. Cuando se quiso Cortés partir de allí, hizo llamar a los embajadores de Motezuma, y díjoles que pues su señor le trataba traición y tantas veces había procurado matarle, que él determinaba de ir a México de guerra, pues la paz no le había de ser segura. Alteráronse mucho desto, y con licencia suya fue uno dellos corriendo a México con este recado. Volvió de ahí a seis días, y trajo seis platos de oro muy ricos y muchas mantas y cosas de comer. Dijo de parte de Motezuma, que los de Cholulla mentían en lo que habían dicho contra él, y que se asegurase de él, que le sería buen amigo, y para probarlo que se fuese luego a México, que allí le esperaba con mucho deseo de verle.

     Todo esto dicen que hizo Motezuma después de haber tentado los medios posibles para estorbar a Cortés aquel viaje, porque otro día, después que supo la gresca de Cololla, se metió en una cámara con el demonio, que solía hablar con él, como con casi todos los indios muy a menudo, y le preguntó si era aquélla la gente que estaba dicho que había de venir de lejos a enseñorearse de aquella tierra. Respondióle el demonio, y díjole que no temiese aquellos pocos cristianos, y que si quería vencerlos, que sacrificasen muchos más hombres de los que solía, porque todo el mal que a los de Cololla les había venido, era porque su dios estaba enojado con ellos de que ya no les sacrificaban tantos como solían. Que dejase entrar a Cortés en México, que allí le podría matar a él y a los suyos, muy a su salvo.

     Con este seguro que el demonio dio, hizo Motezuma todo lo que hizo por asegurar a Cortés, y después nunca vio tiempo, ni se atrevió a hacer lo que tenía pensado, porque Dios, cuyo negocio Cortés trataba, le ató las manos.



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- XVII -

Gran calzada de México. -Multitud de gente que recibía a Cortés. -Llega Motezuma. -Recibe Motezuma a Cortés.

     Al segundo día, después que Cortés salió de Cololla, subió un cerro nevado con harto trabajo; y si allí hubiera gente de guerra, tuviera harto que hacer en pasarle. Descubríase dende allí la laguna, donde está fundada aquella gran ciudad, y otros muchos y muy hermosos pueblos. Al pie de la sierra halló una buena casa de placer, adonde se aposentó aquella noche. Tuvo allí de Motezuma otra última embajada con tres mil pesos de oro, ofreciendo gran tributo al rey de España, con tanto que no pasase adelante, y se volviese sin entrar en México. Hartos de los españoles holgaran de aceptar aquel partido, pero Cortés no quiso arrostrar a él.

     Otro día llegó a un lugar, que se decía Amaquemacuam, adonde le dio el señor tres mil pesos de oro y cuarenta esclavos, con que Cortés holgó mucho; pero mucho más contentamiento le dieron las quejas grandes que aquel señor le dio de Motezuma. En este lugar y en todos cuantos Cortés entraba, tenían los indios propósito de matarle, y nunca veían cómo. Otro día llegó a un lugarejo, puesto la mitad en tierra y la otra mitad en la laguna. Dende allí determinó tomar el camino de México por una calzada muy hermosa y ancha, que parte las dos lagunas, la una de agua dulce, que corre y pasa a la otra que es salada.

     Cuando llegaba cerca de México, encontró con Cacamac, sobrino de Motezuma, señor de Tescuco, lugar grandísimo en la laguna. Traían los suyos a Cacamac en unas andillas. Después le pusieron en tierra. Iban muchos dellos delante quitando las piedras y pajas del camino. Hízole Cacamac buena acogida a Cortés, pero todavía le importunaba que se volviese dende allí.

     Era cosa increíble de ver el acompañamiento que llevaba Cortés de señores y gente principal. Llegó con Cacamac por importunidad a dormir a Iztacpalapán, adonde se le hizo presente de cuatro mil pesos de oro, y de mucha ropa y esclavos. Aposentólos Cuitlahuac, señor del pueblo, en un palacio suyo. Dende allí a México es la calzada anchísima de dos leguas de largo, y pueden ir por ella ocho de a caballo en hilera. Es tan derecha como una jugadera, tiene a los lados hermosos pueblos y a trechos puentes levadizas. Era tanta la gente que salía a ver a Cortés, que no cabía por el camino.

     Llegando a un fuerte cerca de México, donde se junta otra calzada, salieron a recibir a Cortés cuatro mil hombres principales, todos ricamente ataviados de una mesma librea. No hacían sino pasar de largo. Cuando llegaban a Cortés humillábase cada uno, tocaba con la mano al suelo y besábala. Tardaron en pasar hora y media larga.

     Andando más adelante, junto a una puente levadiza por donde corre la laguna dulce a la salada, encontraron con Motezuma. Venía a pie, y traíanle de brazo por majestad, sus dos sobrinos, Cacamac y Cuitlahuac. Traía encima de sí un riquísimo palio de oro y de pluma verde, con argentería, con todo artificio labrado. Este palio sustentaban sobre sus cabezas cuatro señores principales. Motezuma y sus sobrinos venían de una misma librea, salvo que Motezuma traía unos zapatos de oro con muchas perlas y piedras ricas. Iban delante sus criados echando mantas para que pisase. Detrás dél venían tres mil caballeros, todos muy ricamente vestidos, pero descalzos; puestos en dos hileras como en procesión. Quedáronse todos éstos arrimados a las paredes y con los ojos puestos en tierra, porque tenían por gran desacato mirar al rostro del señor.

     Cuando llegó Cortés al rey, apeóse del caballo y quiso abrazarle, mas no le dejaron, porque entre ellos es gran pecado tocar al rey. Hiciéronse el uno al otro muy grandes mesuras y reverencias. Echó Cortés al cuello de Motezuma un collar de cuentas de vidrio, que parecía de margaritas y diamantes.

     Volviéronse con esto hacia la ciudad, y Motezuma dejó el un sobrino con Cortés, y con el otro tomó el camino para casa. Él iba delante, y luego Cortés tras él, trabado con Cacamac por la mano. Cuando pasaban por los tres mil caballeros, hacían ellos su mesura como los otros primeros. Con esta pompa y majestad llegaron al riquísimo palacio de Motezuma. Entrando en el palacio echó Motezuma dos ricos collares a Cortés y tomándole la mano dijo: «Holgad y comed, que en vuestra casa estáis, que luego vuelvo.»



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- XVIII -

Entra Cortés en México a 8 de noviembre, año 1519. -Lo que dijo Motezuma a Cortés. -Determinación temeraria de Cortés.

     Entró Cortés en México a 8 de noviembre del año de 1519. Pusiéronse luego las mesas y comió Cortés con los suyos, y Motezuma en su aposento. Cuando hubo comido, vino a visitar a Cortés con gran majestad, sentóse junto a él en un estrado riquísimo y díjole con palabras graves y muy mesuradas que se holgaba mucho de ver en su casa una gente tan honrada y principal y tenía pena que se pensase de él, que jamás los hubiese querido maltratar. dio muchas disculpas de lo que había porfiado por estorbarles la entrada en México. Al cabo vino a decir:

     -De mis pasados oí muchas veces que nosotros no somos naturales desta tierra, sino que venimos aquí con un gran señor de lejas tierras; y cuando aquel señor se volvió a la suya, dejó dicho que presto volvería él o los suyos, a darnos leyes. Yo creo cierto que el rey de España debe ser aquel señor que esperamos.

     Tras esto dio a Cortés una larga relación de sus riquezas, y ofrecióle muchas. Hizo traer allí ricas joyas de oro, y cosas preciosas, y repartiólas entre todos los españoles, como le parecía que cada uno merecía, y con esto se despidió.

     Los seis primeros días gastólos Cortés en ver y considerar el sitio y las calidades de la ciudad. Fue muy servido y visitado de todos los grandes señores de aquella tierra, y bastantemente proveído él y todos sus cuatrocientos compañeros y seis mil tlaxcaltecas que consigo tenía.

     Muchos de los españoles que no miraban a lo porvenir, estaban contentísimos en verse tan ricos y bien tratados, pensando que no habían ido allí más de por dineros. Otros estaban con grandes temores, porque no sabían en qué habían de parar aquellas fiestas; mas ninguno tenía tanta congoja y cuidado como Cortés, como aquél que le daba pena su vida y la de los demás, que tan a riesgo estaban de perderse. Mayormente que cada día venían de los suyos a ponerle muchas dificultades, encareciéndole el peligro y red inextricable en que los había metido.

     Consideraba juntamente con esto la grandeza de la ciudad y el sitio y fortaleza della. Entendía muy bien cuán fácil cosa le sería a Motezuma destruirle, con sólo romper la calzada porque no pudiese por ninguna vía huir, y con quitarle la comida perecerían todos de hambre. Para remediar tantos inconvenientes, después de haber revuelto en su pecho muy grandes cosas, vino a determinarse en una de las mayores y más terribles hazañas que jamás ningún hombre pudo imaginar, que parece temeridad y más que locura, y fue prender al grande y poderosísimo rey Motezuma dentro de su casa, en medio de más de cuatrocientos o quinientos mil vasallos suyos, con solos cuatrocientos españoles. Cosa que verdaderamente espanta como la pudo pensar, cuanto más hacerla y salir con ella.

     Para lo cual tomó por achaque los tratos que en Chololla y en otras partes había movido por matar a los españoles y que Qualpopoca, un señor grande, había mandado matar nueve españoles que iban en compañía del capitán Hircio, de que tenía cartas. Estas cartas traía Cortés consigo, para mostrarlas a Motezuma cuando fuese menester.

     Anduvo con estos pensamientos algunos días, revolviendo entre sí la forma que tendría para poner por obra negocio tan arduo y dificultoso.



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- XIX -

Descubre Cortés un gran tesoro. -Lo que pasó entre Motezuma y Cortés, y su prisión. -Prisión de Motezuma. -Españoles guardaban la persona de Motezuma. -Motezuma ofrecía las vidas de los hombres a sus ídolos, y comía carne humana. -Razonamiento que Cortés hizo a los indios sobre la adoración de los ídolos. -Promete Motezuma que no sacrificarán hombres. -Permite en su gran templo imágines santas.

     Como de noche no dormía de pura fatiga y gran cuidado, acontecióle que andándose paseando imaginativo y cabizbajo, una noche muy tarde se arrimó a la pared de una sala, y pareciéndole que por una parte estaba más blanca que por otra, dio de presto en una malicia y cayó en la cuenta que se debía de haber cerrado allí alguna puerta. Llamó luego a dos de sus criados y hizo prestamente derribar la pared.

     Y entrando por una puerta halló muchas salas y recámaras llenas de mucho oro, de mantas y de cosas preciosísimas en tanta cantidad, que quedó espantado de ver tanta riqueza. No quiso tocar a cosa ninguna dello, antes mandó cerrar la pared lo mejor que pudo, porque Motezuma no lo sintiese y se enojase.

     Otro día adelante vinieron a él ciertos indios amigos y algunos españoles, y avisáronle que Motezuma trataba de matarlos, y que quería para esto quebrar las puentes. Con esto y con lo que ya tenía pensado de hacer, no quiso dilatar más la prisión de Motezuma.

     Para hacerla puso secretamente algunos españoles de guarda en ciertos cantones dende su aposento hasta palacio; dejó la mitad en su posada y mandó a ciertos amigos suyos que se fuesen dos a dos y tres a tres a palacio con sus armas secretas. Como él las llevaba, envió delante a decir a Motezuma como le iba a visitar.

     Salióle él a recibir a la escalera con alegre rostro. Metiéronse mano a mano los dos en una sala y tras ellos hasta treinta españoles. Comenzáronse Cortés y Motezuma de burlar en buena conversación como solían y sacó Motezuma ciertas medallas de oro bien ricas y dioselas a Cortés: que no hacía sino darle; tanto era lo que le quería; por ventura, porque pensaba tomárselo después todo.

     Estando así en pláticas dijo Motezuma a Cortés que le rogaba mucho que se casase con una hija suya. A esto respondió Cortés: «Ya yo soy casado, y conforme a la ley de Cristo no puedo tener más que una mujer.» Echó luego mano a la faltriquera y sacó las cartas del capitán Hircio y comenzó a quejarse de Motezuma de que hubiese mandado a Qualpopoca que matase los españoles. Tras esto dijo que no lo hacía como rey en quererle matar a traición, mandando a los suyos que rompiesen las puentes.

     Enojóse desto terriblemente Motezuma y dijo con ira y grande alteración que lo uno y lo otro era falsedad y mentira, y para que se averiguase allí luego la verdad, llamó un criado suyo, sacó del brazo una rica piedra como sello y dijo:

     -Llámame acá luego a Qualpopoca.

     En saliéndose el criado, volvióse Cortés al rey y díjole:

     -Mi señor, conviene que seáis preso; habéis os de ir comigo a mi posada y allí estaréis hasta que venga Qualpopoca. Seréis tan bien tratado y servido como mi misma persona, y yo miraré por vuestra honra como por la de mi rey; perdonadme que no puedo hacer otra cosa, porque los míos me matarían si disimulase ya más estas cosas. Mandad a los vuestros que no se alteren; porque sabed que cualquiera mal que a nosotros nos venga, le habéis vos de pagar con la vida; id callando y será en vuestra mano escapar.

     Quedóse Motezuma medio sin sentido, oyendo una cosa tan extraña y nueva para él. Y después de haber estado un rato callando, dijo con mucha gravedad:

     -No es persona la mía para ir presa; y cuando yo lo quisiese sufrir, los míos no lo consentirían.

     Replicó Cortés que no se podía excusar su prisión. Estuvieron en demandas y respuestas largas cuatro horas, y al cabo vino a decir Motezuma:

     -Pláceme de ir con vos, pues me decís que allá mandaré y gobernaré como en mi casa.

     Llamó a sus criados y mandóles que fuesen al aposento de Cortés y que le aderezasen allá un cuarto para su posada. Acudieron luego a palacio todos los españoles y muchos caballeros y señores de la ciudad amigos y parientes del rey, todos llorando y descalzos. Tomaron a Motezuma en unas muy ricas andas y lleváronle por medio de la ciudad, con grandísimo alboroto de los suyos, que se quisieron poner en soltarle; pero él les mandó estar quedos, diciendo que no iba preso, sino de su buena gana.

     La prisión de Motezuma no fue tan estrecha, que no le dejasen salir de casa y despachar negocios como antes y aun salir a caza una y dos leguas fuera de la ciudad. Solamente se le vía que estaba preso en que siempre le guardaban españoles, y a la noche venía a dormir en el aposento de Cortés.

     Burlaba y reía con los españoles; servíanle los suyos mismos y dejábanle hablar en público y en secreto con quien quería. Salía muy a menudo al templo, que sobremanera fue siempre religioso. Las guardas que tenía eran ocho españoles y tres mil indios de Tlaxcallan.

     Díjole un día Cortés por tentarle, que los españoles habían tomado ciertas joyas y oro que habían hallado en su casa, y respondió: que tomasen en buena hora y que no tomasen ni tocasen a la pluma, porque aquél era el tesoro de los dioses; y que si más oro querían, que más les daría. Todas las veces que Motezuma salía al templo sacrificaban hombres y muchachos, lo cual le daba notable pena y desabrimiento a Cortés, porque su principal intento era estorbar aquella bestialidad y dilatar o extender la religión cristiana. A este fin dijo a Motezuma, después que le tuvo preso, que no matase ni comiese hombres, porque no se lo consintiría. Y luego comenzó a derribar ídolos.

     Alteróse de esto Motezuma más que de su prisión, y los suyos ni más menos, y estuvieron en términos de matar al rey porque lo consentía y a Cortés porque lo mandaba. Por lo cual, de consejo del mesmo Motezuma, Cortés dejó de quebrar los ídolos por entonces, y contentóse con hacer al rey y a toda la ciudad un largo razonamiento, en lo cual después de otras razones vino a decirles:

     -Aunque sea verdad, hermanos míos, que todos los hombres somos de una misma naturaleza y condición, pero con todo eso conviene que haya entre nosotros alguna diferencia, y que los más sabios y discretos tengan cuidado de regir y gobernar los ignorantes y enseñarles lo que les conviene saber. Entended que la causa que a mí y a estos mis compañeros nos movió a venir a estas tierras, no fue otra sino querer desengañaros y meteros en el verdadero camino de la virtud y en la senda por donde habéis de ir a la verdadera religión. No penséis que venimos acá por vuestras haciendas. Y así veréis que dellas no habemos tomado más de lo que vosotros nos habéis querido dar. No habemos llegado a vuestras mujeres ni hijas, porque no tratamos sino de salvar vuestras almas. Todos los hombres del mundo confiesan que hay Dios; pero no todos atinan ni saben acertar a conocer cuál es el verdadero, ni si es uno o muchos. Lo que yo afirmo y os quiero hacer entender, es que no hay ni puede haber otro Dios sino el que los cristianos adoramos. Uno, eterno. sin fin, hacedor y conservador de todas las cosas, que rige y gobierna los cielos y la tierra. Todos somos hijos de Dios y descendemos de un padre, Adán. Si queremos tornar a nuestro principio y a gozar de Dios que nos crió, es necesario que seamos piadosos, corregibles, inocentes, buenos y que a nadie hagamos mal de lo que con justa razón querríamos que a nosotros nos hiciesen. ¿Quién hay de vosotros que querría que le matasen? ¿Pues por qué matáis y coméis a otros? Adoráis en lugar de Dios las estatuas de madera que vosotros hecistes, que ni os pueden dar vida ni salud, ni cosa buena ni tampoco mataros. Pues si ansí es, ¿de qué sirven los ídolos, y a qué fin les hacéis estos abominables sacrificios? A sólo Dios del cielo se debe adoración y a él se le debe el sacrificio, no de hombres muertos ni tampoco de sangre humana, sino de corazones vivos. A esto venimos acá, no más de para enseñaros a quién habéis de adorar.

     Y como con este razonamiento se aseguraron un poco, y por buenas razones vino a prometer Motezuma que no se sacrificarían hombres mientras él allí estuviese; y consintió que en la capilla del templo mayor que se subía a lo alto de ella por ciento y catorce gradas, se pusiese entre los ídolos un crucifijo y una imagen de Nuestra Señora y una cruz.

     Veinte días después que Motezuma fue preso trajeron a México sus criados a Qualpopoca y a un hijo suyo y a quince caballeros, que pareció que habían sido culpados en la muerte de los nueve españoles. Hízolos quemar Cortés a todos públicamente, que fue otro no menor atrevimiento que los pasados. Antes que los quemase, hizo un fiero muy grande a Motezuma, y mandóle echar unos grillos por espantarle, pero quitóselos luego, y aún acometióle con que le quería soltar, mas él no quiso irse a su casa, o no lo debió de osar hacer.

     Procuraba Cortés informarse en este tiempo qué rentas o riquezas eran las de Motezuma, y qué minas había de oro y plata, qué tan lejos estaba el otro mar del Sur, y si en el mar del Norte había algún buen puerto para los navíos de España, mejor que el de Veracruz. Todo esto preguntaba a Motezuma, y de todo le daba él cumplida relación. Envió a diversas partes mensajeros a reconocer y calar los secretos de la tierra. Trajeron muestras de oro y de amigos que hallarían en ella.



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- XX -

Tratan los indios de poner en libertad a su rey. -Motezuma quería bautizarse. -Quería renunciar el reino en el rey de Castilla. -El demonio le había dicho que en Motezuma se acabaría el reino. -Oro que dio Motezuma para el rey de Castilla.

     Estando las cosas en este punto y Motezuma bien conortado con su prisión, comenzaron Cacamac y otros algunos a mover una conjuración para matar los españoles y poner a su rey en libertad. Púsose Cacamac en armas al descubierto y Cortés quiso hacerle guerra; pero Motezuma, que ya estaba convencido para volverse cristiano, se lo estorbó. Dijo a Cortés que le dejase hacer, y él guió el negocio de tal manera, que sin mucho trabajo fue preso Cacamac y vino a poder de Cortés y él le privó del estado que tenía, y le dio a Cuzca su hermano.

     Después de lo cual, Motezuma hizo un llamamiento general de todos los grandes de su reino. Cuando todos fueron venidos, hízolos juntar en su posada, y puesto en medio de todos comenzó una larga plática, en la cual, después de muchas razones que trajo para fundar y sustentar su determinación, vino a decir:

     -Muchas gracias doy a Dios, que me ha hecho tanta merced que haya yo alcanzado a ver, que en este mi reino se tiene noticia de aquel gran rey, que tantos años ha nuestros pasados deseaban que viniese. Sin duda tengo creído que no es otro el que acá esperábamos, sino el que envió a estos españoles que agora vemos en México. Y si por los dioses está determinado que tenga fin el reino de los de Cullua (que ansí se llamaban los mejicanos), no quiero yo resistir a su voluntad, antes quiero de muy buena gana renunciar el reino en el rey de Castilla. Yo os ruego lo hagáis vosotros, y os sujetéis a él, que así entiendo que nos cumple a todos.

     Dijo esto Motezuma con tantas lágrimas y suspiros, y era tanto lo que lloraban los suyos, que Cortés y los que con él estaban no pudieron tener las lágrimas. Y cierto fue un acto de grandísima lástima, ver un rey que poco antes era tenido por monarca del mundo, de los más ricos hombres que en él había, puesto en tanta miseria, que de su propria voluntad se pusiese en servidumbre de quien no conocía.

     Después que hubieron llorado gran rato, hizo Motezuma un solemne juramento y vasallaje al rey don Carlos, y luego con él todos los grandes que allí estaban, prometiendo de serles buenos y leales vasallos. Cortés lo tornó ansí por testimonio ante escribano y testigos.

     Entendióse después por muy cierto, que los indios no se hicieron de rogar para hacer este auto, porque ya él diablo les había dicho muchas veces que en Motezuma se había de acabar el reino de México; hizo Cortés al rey grandes salvas, y consolóle mucho, prometiéndole que siempre sería muy bien tratado, y tan señor de todo como antes. Rogóle mucho que en reconocimiento del vasallaje que había prometido y jurado, le diese para su rey algún oro, lo cual Motezuma hizo liberalmente, y mandó luego allí traer de la casa de las aves, una inestimable cantidad de oro, y plata y joyas de gran precio.

     Diose luego priesa Cortés a la conversión de los indios, diciendo que pues ya eran vasallos del rey de España, que se tornasen cristianos, como él lo era. Bautizáronse algunos, aunque pocos; Motezuma vino en bautizarse. Y fue él tan desdichado, que nunca se le aliñó, y los nuestros tan descuidados, que de un día para otro lo dilataron: después les pesó en el alma de que hubiese muerto sin bautismo.



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- XXI -

Trata de enviar Cortés por socorro. -Arrepiéntese Motezuma. -Determínase echar a Cortés, o matarle. -Temor de los españoles.

     Estaba ya Cortés en tanta prosperidad, que no le faltaba sino un poco de más gente y caballos para allanar de todo punto la tierra y rendirla, de manera que sin contradición fuese obedecido y reconocido el rey de España en ella. Para esto comenzó a tratar de enviar por socorro a Santo Domingo; pero como las fortunas de esta vida no saben tener constancia, las cosas sucedieron de tal manera, que por poco dieran con toda su felicidad en tierra. Motezuma mudó la voluntad, y comenzó a caer en la cuenta de su gran flaqueza en rendirse a un hombre tan solo. Ya no trataba tan familiarmente con Cortés, ni aun le miraba con amor como solía, lo cual hizo no tanto por lo que sus vasallos le reñían, cuanto porque el demonio se le aparecía muchas veces. y le decía que porqué no mataba aquellos españoles, que se los echase de México, que le atormentaban con aquellas misas y cruces que decían y ponían en los templos, y que no podían sufrir ni oír el Evangelio y las oraciones de aquella gente.

     Con todo eso no quisiera Motezuma matar a Cortés; sino echarle de México. Y para poderlo mejor hacer, apercibió secretamente más de cien mil hombres, para rogarle que se fuese, y si no lo quisiese hacer, que aquéllos le matasen. Cuando los tuvo a punto, metióse con Cortés en una cámara, y díjole:

     -Ruégoos mucho, señor Cortés, que sin excusa ninguna os salgáis luego de mi ciudad: mirad no hagáis otra cosa, porque os costará la vida, y no porfiéis, porque no se puede excusar, que mis vasallos no lo quieren sufrir; y mis dioses están enojados de mí, porque os sufro, y os tengo tanto en mi casa.

     Turbóse Cortés de tan resoluta determinación como aquélla, y disimulando lo mejor que pudo, respondió:

     -Pláceme de irme, pues vos lo mandáis. Pero decidme: ¿cuándo queréis que me vaya?

     Dijo entonces Motezuma:

     -Eso sea cuando vos quisiéredes, que tampoco os quiero dar mucha priesa, y no penséis que os quiero enviar descontento, que yo daré a cada uno de vuestros compañeros una carga de oro, y a vos, por lo mucho que os quiero, daros he dos.

     Replicóle Cortés a esto:

     -Ya sabéis, señor, que no tengo navíos para irme: que cuando me partí de los míos para veniros a ver, se me quebraron. Mandad que me los hagan, y luego me iré.

     Dejó con esto a Motezuma contento, y luego mandó poner por obra los navíos.

     Los españoles estaban harto atemorizados, y Cortés no hacía sino consolarlos, diciendo que no temiesen, que mientras los navíos se hacían o no se hacían les proveería Dios de remedio; pues trataban su negocio, no era de creer que los había de desamparar.



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- XXII -

Diego Velázquez se arma contra Cortés. -Requiere Cortés a Narváez que no le estorbe y se junte con él. -Habla mal Narváez contra Cortés. -Va Cortés a verse con Narváez. -Prende Cortés a Narváez.

     Entre tanto que todas estas cosas le sucedían a Cortés en México, no dormía el demonio, ni dejaba de buscar cómo estorbarle su buena intención. Para esto movió el corazón de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, el cual, de pura envidia de la felicidad y buen suceso de Cortés, tomando por achaque que le usurpaba su juridición, y que siendo su súbdito se había salido de su obediencia, haciendo cabeza por sí en Tierra Firme y poblando en ella con título de capitán general y justicia mayor. Armó contra él una flota de nueve o diez navíos, y metió en ella novecientos españoles, muchos caballos y artillería y todo recaudo y envió por su capitán a Pánfilo de Narváez, para que fuese a Yucatán y prendiese o matase a Cortés.

     Procuraron los frailes jerónimos y todos los oidores de Santo Domingo de estorbar este viaje a Diego Velázquez, y para sólo requerirle que no enviase a Narváez, fue a Cuba el licenciado Figueroa, oidor, de parte de los gobernadores y del rey, protestando contra él de quejarse a Su Majestad del estorbo grande que se haría en la conversión y conquista de aquellas tierras. Pero con todo eso, no se pudo estorbar que Narváez no fuese.

     No fue bien llegada esta flota a la Veracruz, cuando tuvo Motezuma el aviso della, y luego envió a llamar a Cortés, que de todo estaba inocente y bien descuidado, y díjole:

     -Alegraos, señor, y aparejad vuestra partida, que ya tenéis navíos en que os podréis ir.

     -¿Cómo, señor?-dijo Cortés-. No es posible que tan presto se hayan hecho.

     Dice:

     -Sí, que en la costa están once, que agora me acaban de dar el aviso.

     Fue increíble el contentamiento que Cortés recibió con aquella nueva, pensando que fuesen amigos que le venían a socorrer. Mas después, imaginando que pues a él no le avisaban, debía de ser otra cosa, diole luego el alma lo que era, y que Diego Velázquez trataba de impedir su buen camino.

     De ahí a poco tuvo certificación de lo que pasaba. Sintió mucho este negocio Hernando Cortés, y pensando remediarlo con palabras, escribió a Pánfilo de Narváez, rogándole mucho no le estorbase, y que se juntase con él, pues tenía puesto el negocio en términos que con poco trabajo podían los dos hacer a Dios y a su rey un muy notable servicio. A lo cual todo Narváez no quiso dar oídos, pareciéndole que, podría fácilmente prender a Cortés

     Ante todas cosas comenzó a publicar entre los indios que Cortés era traidor a su rey, fugitivo y ladrón, y que él no venía más de a cortarle la cabeza y a poner en libertad a Motezuma, porque el rey su señor estaba muy enojado del agravio que de Cortés había recibido. Por congraciarse con Motezuma envióle a decir lo mismo, y que no se dejasen vencer de un tan malvado y atrevido soldado como el que le tenía preso, que presto sería con él, y le pondría en libertad, y le volvería todo lo que aquellos ladrones le habían robado.

     Destos desatinos y desvergüenzas de Narváez se enojaron mucho hartos de los que con él iban. Y aun el oidor Ayllón le puso pena de muerte de parte del rey, que no tratase el negocio tan pesadamente, porque dello se deservía Dios y el rey muy mucho, pues impedía la conversión y conquista de aquellas gentes bárbaras. Prendió por esto Narváez al oidor, y envióle a Diego Velázquez; pero él se soltó y se vino a Santo Domingo.

     Fue tanta la desvergüenza y el atrevimiento de Narváez, que hizo proceso en forma contra Cortés, y por su sentencia le condenó a muerte vil, y publicó guerra contra él, como contra traidor y desobediente a su rey. De lo cual se reían harto los de la Veracruz, y aun los mismos de Narváez.

     Tentó con todo esto Cortés de aplacarle con buenas razones. Escribióle una y muchas veces requiriéndole con la paz. Y cuando vio que no aprovechaban palabras, determinó irse a ver con él.

     Habló a los suyos, y díjoles lo que tenía pensado. A Motezuma hízole entender que iba solamente a mandar a los que venían en la flota que no hiciesen daño ninguno en las tierras del reino de México, y que no se partiesen sin él, porque ya no tenía que hacer sino aparejar su partida. Cuando hubo de salirse para la Veracruz habló largo con Motezuma, hinchóle las orejas de viento y rogóle que estuviese allí con sus españoles, que luego daría la vuelta, no más de porque no se les atreviesen los de México.

     Prometióselo ansí Motezuma, creyendo que no le engañaría, y dejando Cortés en su aposento ciento y cincuenta de los suyos, salió de México para la Veracruz, con otros docientos y cincuenta y con algunos indios de sus amigos.

     Supo en el camino que Narváez estaba en Cempoallan, y diose tan buena diligencia, que llegó allá antes que Narváez le sintiese, y con pérdida de solos dos de los suyos, le prendió y le hizo llevar a muy buen recaudo a la Veracruz.

     Pasáronse luego a Cortés todos los que con Narváez habían venido, sin mucha dificultad, porque los más dellos le seguían de mala gana. De suerte que pensando Cortés que venía a donde se había de perder, quiso Dios que hallase amigos. Ansí volvió a México victorioso y muy bien acompañado, tanto, que se halló con mil hombres de guerra y con cien caballos.

     Supo en el camino que los indios de México se habían alzado contra los que allá quedaron, y que si no fuera por Motezuma los hubieran ya muerto, y diose grandísima priesa.



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- XXIII -

Santa María y Santiago defienden los españoles de México.

     Llegó a México, día de San Juan de junio del año de veinte. Halló el pueblo sosegado; pero no le salieron a recibir, ni le hicieron fiesta alguna.

     Holgóse Motezuma con su llegada; pero mucho más se holgaron los suyos con verle tan bien acompañado. Contáronle los trabajos que habían pasado, y afirmaban, y es cosa de creer, que habían muchas veces visto a Santiago y a Nuestra Señora que peleaban por ellos. Y los indios decían que no se podían defender de una mujer y de uno de un caballo blanco, y que la mujer los cegaba con polvo que les echaba sobre los ojos.

     Otro día después de llegado, por ciertas palabras injuriosas que Cortés dijo a un indio, porque no hacían el mercado como solían, vino a revolverse casi toda la ciudad. Dende entonces se le desvergonzaron, y se comenzó entre ellos una crudelísima guerra. El primero día que se peleó, mataron los mejicanos cuatro españoles, y otro adelante hirieron muchos, y cada día les daban cruel arma, que no los dejaban sosegar un momento.

     Una vez fue tan recio el combate que dieron a la casa del aposento de los españoles, que no tuvo Cortés otro remedio sino hacer a Motezuma que se subiese a una torre alta y les mandase que dejasen las armas. Hízolo de buena gana, y fue su desgracia, que se asomó a una ventana a tiempo que acudieron muchas piedras juntas; y acertáronle con una en la cabeza, tan de veras, que dentro de tercero día murió de la herida.

     Así acabó desastradamente aquel poderoso y riquísimo rey. Era Motezuma un hombre de mediana estatura, flaco y muy moreno. Traía el cabello largo, y unas poquitas de barbas de ocho o diez pelillos, largos como un jeme. Fue muy justiciero siempre, pero de su condición muy apacible, cuerdo, gracioso y bien hablado. Motezuma, en aquella lengua, quiere decir hombre sañudo y grave.

     Sería nunca acabar de decir la majestad de su casa y servicio. Mudaba cada día cuatro vestidos, y nunca se ponía uno dos veces, y por eso tenía tantos que dar a todos. Comía siempre con música y con grande aparato; servíanle veinte mujeres a la mesa, y cuatrocientos pajes, todos hijos de señores. Comía y bebía ordinariamente en barro, si bien tenía riquísima vajilla de oro y plata; no se servía con ella, porque tienen por bajeza comer ni beber dos veces en un vaso. Cuando se sacrificaban hombres, servíanle a la mesa uno o dos platos de aquella carne. De otra manera jamás comía carne humana.

     Los regalos, riquezas, entretenimientos y fausto deste príncipe bárbaro son increíbles y sería largo contarlos. Las casas del rey, y otras, algunas de señores, eran riquísimas, bien edificadas; todas las demás de México, que pasaban cuando Cortés entró en ella de sesenta mil, eran harto viles, y ninguna tenía ventana, ni sobrado, ni aun puertas que se cerrasen.

     El asiento de la ciudad es como el de Venecia. Tenía entonces unas calles todas de agua, otras todas de tierra, y otras de tierra y agua por mitad; agora ya son todas de tierra. No bebían de la laguna dulce, aunque no es mala el agua, sino de una fuente que traen de bien cerca por un caño. Agora los españoles han hecho otro. Tienen de cerco las lagunas entrambas, al pie de treinta leguas, y hay en ellas cincuenta pueblos, alguno tan grande como México, como es Tezcuco, y el que menos, tiene cinco mil vecinos. Andan en el agua pasadas de docientas mil barquillas y canoas. Tenían en México dos mil dioses, y los dos dellos principalísimos. Las abominaciones y crueldades que hacían por contentar a estos dioses sería largo quererlas contar. El engaño en que el diablo los traía metidos, no se puede creer. Los pecados principales que hacían eran sacrificar hombres y comerlos, aunque no sacrificaban ni comían sino de los hombres que cautivaban en la guerra. Eran viciosos de la sensualidad; pero sábese que tenían leyes con que castigaban el adulterio y la sodomía.

     Muerto Motezuma, y sin bautizarse, que fue no pequeña lástima para todos, fue grandísimo el daño que a los nuestros se les siguió, porque si él viviera todo se remediara. Los indios no sintieron mucho su muerte, porque ya estaban descontentos de él, por el favor grande que había hecho a los españoles, y por la pusilanimidad con qué se dejó prender de ellos. Hicieron luego su rey a Cuautimocin, sobrino de Motezuma Cin. Esta palabra Cin, es entre indios, lo mismo que acá el don, que usan los señores y caballeros. Este Cuautimocin dio a los españoles cruelísima guerra, y jamás les quiso conceder dos días de tregua.



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- XXIV -

Guerra cruel que se hacían en México españoles y indios. -Milagro en una batalla de docientos mil indios. -Valerosa hazaña de Cortés.

     Pasaron entre ellos y Cuautimocin grandes reencuentros y peleas, hasta que Cortés perdió la esperanza de poderse tener en México, y determinó salirse della. Lo cual él hizo con tanto peligro y trabajo, que de sietecientos mil ducados y más que tenía allegados, no pudo sacar casi nada.

     Salióse Cortés una noche, que fue a diez días de julio del mismo año de veinte. Sintiéronle los indios, y salieron en su alcance, y murieron cuatrocientos y cincuenta españoles, cuatro mil indios amigos, y entre ellos también Cacamac y su hijo, que iban presos. Y lo que más sintieron fue que les mataron cuarenta y seis caballos, y si como no salieron los indios de la laguna, salieran, sin duda ninguna pereciera Cortés y todos sus compañeros en aquella triste noche. Pero no quiso Nuestro Señor que se acabase tan desdichadamente una empresa tan loable y santa como aquélla.

     Otro día llegó Cortés a Otompan con grandísimo trabajo, porque siempre los indios le iban dando alcance, y acaeció un milagro que cierto mostró Nuestro Señor querer ayudarle visiblemente, porque llegando ya junto a Otompan acudieron sobre él pasados de docientos mil indios, y le tomaron en medio, de tal manera, que no había remedio aún de huir, cuando lo quisiera hacer. Cuando ya se vio en lo último de la desesperación, como quien quería morir con algún consuelo, apretó las piernas al caballo, llamando a Dios y a San Pedro, su abogado, y rompió por todos sus enemigos hasta llegar al estandarte real de México: dio dos lanzadas al alférez o capitán que le llevaba. En cayendo éste, comenzaron todos los suyos a huir, que tal era la costumbre de aquella gente, no pelear más en viendo caído el estandarte, y en un momento no pareció indio, pues todos se fueron huyendo, y los españoles cobraron nuevo ánimo y mataron infinitos dellos. Éste fue un hecho el más notable que de ningún capitán creo yo se puede contar ni jamás aconteció. Y tanto es más de loar Cortés de valiente en este riguroso trance, al tiempo que menos salud tenía ni esperanza della, cuando le acometió, porque iba herido muy mal en la cabeza y con un casco della menos.

     Esta señalada vitoria fue parte para que tornasen las cosas de Cortés algo mejores, porque de tierra de Tlaxcallan le salieron a recibir cuatro señores principales, con cincuenta mil hombres muy bien en orden. El principal de ellos era Maxisca, su buen amigo, el cual llevó a Cortés a su ciudad y le hizo curar y regalar muy bien.

     Y porque Xicontencalt puso en plática que matasen a los españoles, le echó Maxisca por las gradas del templo abajo.



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- XXV -

Reconoce Cortés la gente y armas que tiene. -Ordenanzas que les dio para bien vivir.

     Estándose curando Cortés en Tlaxcallan, cuando él menos pensaba fueron a él todos los suyos bien alterados y con determinación de dejarle. Hiciéronle un requirimiento de parte del rey, pidiéndole que los sacase de aquella tierra.

     Grandísima congoja le dio este motín a Cortés, pero él supo decirles tan buenas razones, persuadiéndoles a que se asegurasen, que todos mudaron parecer y se ofrecieron de morir con él donde quiera que los llevase. Luego, en sanando Cortés, comenzó a hacer guerra a los vasallos de México, y primero a los de Tepeacac, ciudad allí cerca. Diole Maxisca cuarenta mil hombres, y con ellos concluyó a favor la guerra en veinte días, y aquella ciudad se rindió al servicio del Emperador. Hízolos a todos esclavos, y derribóles los ídolos. Fundó allí cerca una villa, y llamóla Segura de la Frontera. Juntáronse con esto Cololla y Huexocinco, que le sirvieron y ayudaron fidelísimamente hasta en el fin de la guerra. Vinosele luego a rendir Hucocolla, pueblo de cinco mil casas, rogándole que los sacase de la servidumbre de los de Cullua. Fue con cien mil hombres allá, y libróla del cerco que la tenían puesto los capitanes de Cuautimoc, y puso la ciudad en servicio del Emperador. Y lo mismo hizo de Opocacima y de Izcuezan.

     Vinieron a esta fama a darse por sus amigos ocho pueblos de cuarenta leguas de Tlaxcallan, porque con sólo su nombre se persuadían ya todos que podrían fácilmente salir de la servidumbre de México.

     Volvióse Cortés con estas vitorias a Tlaxcallan, por tener en ella la Navidad. Y halló muerto a Maxisca, que no fue pequeña pérdida. Hizo por él grandísimo sentimiento, y púsose luto. Murió Maxisca de una pestilencia de viruelas, que llevó allá un negro de Pánfilo de Narváez, de que murieron infinitas gentes.

     Hizo luego Cortés reconocer por señor en lugar de Maxisca, a un hijuelo suyo, de doce años.

     El segundo día de Pascua de Navidad hizo alarde y reseña de su gente, y halló cuarenta hombres de a caballo, quinientos y cincuenta infantes y nueve tiros con harta pólvora. Y para que no se enfriasen los amigos, ni sus españoles, echó luego fama que quería ir a cercar a México, con determinación de no alzarse della hasta destruirla, cosa que dio a los indios grandísimo contento, porque no deseaban otra cosa sino verse vengados de aquella ciudad que los tenía tiranizados.

     Hizo a los suyos una larga plática, poniéndoles delante lo que otras veces, y rogándoles que, pues habían comenzado a publicar entre aquellos bárbaros la fe de Cristo, Nuestro Señor, no desmayasen hasta que de todo punto hubiesen extirpado la idolatría y las abominaciones con que Nuestro Señor era tan deservido en aquellas tan ricas tierras. Porque demás del premio que de Dios habrían en el cielo, se les había de seguir en este mundo grandísima honra y riquezas inestimables y descanso para la vejez. Mostráronle todos gran voluntad, y ofreciéndole las vidas cuanto tenían, rogáronle les dijese lo que quería dellos que hiciesen. Replicóles que les rogaba infinito se acordasen que eran cristianos, y que pues traían entre manos oficio de predicadores, viviesen como tales, y que pues habían de ser juntamente soldados, que también lo fuesen cuales convenía. Para esto sacó del seno ciertas ordenanzas, que le pareció que debían guardar. Primeramente, que ninguno blasfemase ni jurase el nombre de Dios en vano. Que ningún español riñese con otro, que no jugasen las armas ni el caballo. Que nadie fuese osado a hacer fuerza a mujer ninguna. Que ninguno corriese el campo, ni robase, ni tomase lo ajeno de amigo ni enemigo, sin acuerdo de todos. Que a los indios amigos tratasen bien de obra y de palabra, y que nadie diese herida ni palo, ni otro castigo a indio ninguno de los de carga.

     Todas eran cosas santísimas y de buen cristiano y capitán. Hizo después otro razonamiento largo a los indios, y todos le ofrecieron sus vidas y haciendas para la guerra de México.



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- XXVI -

Sitia Cortés a México. -Gánase México a 13 de agosto, año 1521. -Murieron cien mil indios enemigos. -Visiones que precedieron la pérdida de México.

     Mandó luego labrar trece bergantines, para echarlos en la laguna de México y cercarla por agua y por tierra. En estos bergantines estuvo toda la importancia de la conquista de México, y si por ellos no fuera, no fuera posible ganarse. No se detuvo más Cortés en Tlaxcallan de cuanto se tardó en labrar la madera de ellos. Salió de Tlaxcallan en nombre de Dios día señalado de los Inocentes del año de mil y quinientos y veinte y uno. No quiso llevar consigo más de veinte mil hombres de guerra, si bien pudiera llevar pasados de ochenta mil. Fue con tan buen pie, que sin acontecerle desmán alguno, ganó toda la tierra, hasta tomar a Tezcuco. Diola a don Hernando, un indio que se había bautizado y tomado su nombre porque fue él su padrino. Este don Hernando de Tezcuco fue muy buen amigo y su favor importó mucho para el buen suceso de la guerra.

     Ganó tras esto a Iztacpalapan y rindiósele Otompan, y otros cinco pueblos allí cerca. No se ponía en todo este tiempo cerco sobre México porque aún no era llegada la madera de los bergantines, que venían de Tlaxcallan, y la traían ocho mil indios de carga con veinte mil de guerra para su defensa, y dos mil de servicio para los unos y los otros.

     Finalmente, por abreviar, que ya es tiempo, después de haber diversas veces requerido con la paz al rey Cuautimoc, se vino a poner de propósito el cerco sobre la gran ciudad de México, Tenustitlan o Temixitan, en el cual pasaron cosas notables, y ansí de una parte como de otra se hicieron hazañas maravillosas, que sería largo quererlas yo aquí contar.

     El cerco fue largo, que duró tres meses enteros; los de dentro se defendieron valerosamente, tanto que se les fue ganando la ciudad por miembros y barrios, como quien destroza un árbol, hasta dejarlos arrinconados en el corazón della, y jamás quisieron arrostrar a pedir misericordia, ni perdieron el ánimo, antes sufrieron hambre y necesidades tan grandes, como otros saguntinos o numantinos.

     Hicieron Cortés y los suyos cosas que no se pueden creer. Vencieron dificultades con tanto loor, que no sé yo que en cerco alguno se haya pasado más trabajo que en éste, ni aun que gente alguna cercada supiera defender mejor, ni con más porfía su capa, que los mejicanos. Pero al fin, Dios nuestro Señor, cuyo negocio allí se hacía, puso su mano en esto, y fue servido que cesase ya en aquellas tierras la idolatría, y puso en poder de sus cristianos aquella gran ciudad, con que se allanó después toda la tierra, y se hizo la mayor conversión de indios infieles, bárbaros, idólatras y poseídos del demonio, de cuantas en mil y quinientos y veinte años, que atrás dejamos, se habían hecho.

     Acabóse de ganar esta gran ciudad, prendiendo a Cuautimoc, a quien después quemó Cortés, porque se quiso rebelar, martes día de San Hipólito, a 13 de agosto del mismo año de 21. Vino a tener sobre ella Cortés docientos mil hombres, sin sus españoles, que nunca llegaron a mil, trece bergantines y seis mil canoas. Perdió de su parte cincuenta españoles, más de los cuarenta murieron en un día, y los sacrificaron y comieron los indios. Perdió más seis caballos, y muy pocos de los indios amigos.

     De los enemigos mató de cien mil arriba, sin otros infinitos que mató la hambre y pestilencia, que les sobrevino de la hediondez de los cuerpos muertos. En el saco de esta ciudad hubo para hartar la codicia de los españoles infinito oro, y cosas de gran precio.

     Muchas señales y pronósticos se cuentan que precedieron a esta insigne vitoria; particularmente dicen que se vieron batallas de gente en el aire, y que estando llorando amargamente un indio, que le querían sacrificar, vio uno como ángel, que debía serlo, que le dijo: - «No llores, hermano, y di a esos sacerdotes que te quieren sacrificar, que presto se acabarán sus sacrificios.» Éstas y otras cosas semejantes suelen acontecer siempre en las caídas y mudanzas de los grandes imperios, cual lo era éste de México.



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- XXVII -

No quieren indios médicos ni juristas. -Pueblos rebeldes. -Grandeza de México. -Notable conversión de los indios.

     De lo que en esta guerra se ganó, se envió a Su Majestad un presente que le valió ciento y cincuenta mil ducados y más. Con él escribieron los españoles al Emperador grandes loores de Cortés, pero no tantos como él merecía. Suplicáronle les enviase obispos y religiosos para predicar y convertir indios, y algún cosmógrafo, que viese la mucha y muy rica tierra que habían ganado para Su Majestad, teniendo por bien que se llamase la Nueva España, que así se llama al presente, y que mandase pasar allá labradores, ganados, plantas, semillas y todo género de legumbres, y sobre todo trigo, que allá no tenían sino maíz. Y que no dejase pasar tornadizos, médicos, ni letrados, y no creo que erraban, y fuera bien si se hiciera.

     Vinieron luego a dar la obediencia a Cortés por el rey de Castilla todos los reyes, caciques y grandes señores del imperio mejicano, de docientas y trecientas leguas de allí, aunque no faltaron algunos pueblos que estuvieron duros, y fue menester conquistarlos y allanarlos por fuerza, y con harta dificultad, como fueron Toctepec y Guazacualco. Pobláronse Medellín y la villa de Espíritu Santo.

     Envió luego Cortés a descubrir la tierra, hasta topar con el otro mar, que llaman del Sur, adonde se pusieron cruces, y se tomó posesión por el Emperador. Comenzóse de propósito la conversión de los indios, y bautizáronse muchos de los caciques, y tras ellos, de la otra gente. Púsose gran diligencia en la reedificación de México, y en pocos días se hicieron ciento y cincuenta mil casas, no muy buenas, pero mucho mejores que las solían tener; señaladamente Cortés labró para sí una muy hermosa casa. No quedó calle ninguna de agua como antes. Con esto quedó tal México, que afirman ser hoy la mejor ciudad del mundo y la mayor.

     Diosele a Cortés en pago de estos trabajos y de otros grandes servicios, el título y nombre de marqués del Valle. Y a juicio de muchos, si Gonzalo Hernández, tres años antes, no hubiera ganado y tomado para sí el renombre de Gran Capitán, bien se le pudiera dar a Cortés, pues no fueron menores sus hazañas que las de otros que han llevado y usurpado títulos y renombres semejantes.

     Está hoy México ennoblecida extrañamente con la Chancillería Real y estudio general y con la contratación que en ella hay de todas las cosas necesarias para sustentar y aun regalar la vida humana.

     Acudieron luego a la Nueva España, tras la fama de Cortés y de la riqueza de la tierra, muchos españoles de acá y de los que estaban allá en las islas, con los cuales se continuó la conquista, y se pusieron en servicio del Emperador más tierras y gentes que lo que es España, Francia, Italia y aún Alemaña; porque son más de cuatrocientas leguas en largo, que no hay tantas de aquí a Hungría. De suerte que por la buena industria deste famosísimo capitán, creció la cristiandad otro tanto más de lo que antes solía tener. Y cuanto por una parte nos habían ganado della los moros y turcos en muchos años, tanto ganó Cortés al demonio en tres o cuatro.

     Escribió Cortés al Emperador la relación de sus vitorias, y al general de San Francisco, rogándole que le enviase frailes de su Orden para entender en la conversión. Fue luego fray Martín, natural de Valencia de Campos, con doce frailes, y él y ellos hicieron allá muchos milagros. Honrólos Cortés tanto, por dar ejemplo a los indios, que jamás hablaba con ellos sino con la una rodilla en tierra, y el bonete en la mano, y siempre les besaba la ropa antes de comenzar a hablarles. Entonces se comenzaron a bautizar los indios a gran priesa, y fraile hubo que bautizó en un día a quince mil indios, y otro dio por fe que había bautizado en veces cuatrocientos mil dellos.

     De todos los sacramentos, ninguno se les hizo tan duro que no le recibiesen de buena gana. En el confesar estuvieron algo más dudosos; pero luego, en cayendo en la cuenta, le tomaron bien. No los osaron comulgar tan aína por el peligro. Casábanse dos mil juntos.

     Desapareció luego el demonio, que nunca más le vieron, y solíanle ver y hablar cada hora. Finalmente, son ya todos cristianos, y hay dellos muchos virtuosos y letrados, cosa que no solía haber.

     Introdújose luego entre ellos vida política. Dioseles aviso de muchas cosas que no sabían ni tenían necesarias a la vida humana; y sobre todo salieron del yugo cruel del demonio, que se holgaba con ver que se sacrificaban a él.

     Tal fue la gloria de España y el favor que Dios les hizo, pues con quinientos hombrecillos quebrantó la cabeza de Satanás y sojuzgó millares de millares de gentes y las trajo a conocimiento de la verdad; y a Cortés, muchas gracias, que tanto trabajó.

     Lo demás de sus hechos y de las particularidades de aquella tierra escriben particulares autores en sus historias, que hay hartas, y en ésta he dicho en relación lo mismo que otros dicen, y lo que basta para cumplimiento desta historia de Carlos V. En cuyo nombre, y por cuya dicha y (lo más cierto) virtud, se ganaron tantas y tan ricas tierras con las que después se han descubierto, donde ya hay la policía, la cristiandad y nobleza de caballeros que en Castilla, y va cada día en aumento.



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- XXVIII -

Nueva población de españoles en el reino de México.

     Habiendo sido estas tierras habitadas por las gentes más bárbaras y bestiales del mundo, están agora pobladas de la mejor dél, y de hijos y decendientes de las casas ilustres y generosas de España y solares muy antiguos de Castilla. Decir de todos, y de los hechos dignos de memoria que han hecho, descubriendo y conquistando anchísimas y muy remotas tierras, sería cargar esta historia y salir demasiado del propósito della; pero por ser yo su dueño se me dará licencia sin que nadie se ofenda para decir brevemente de los que me tocan.

     Son ya vecinos ciudadanos de México don Luis de Velasco, virrey que fue de esta ciudad y Nueva España; y asimismo su hijo, don Luis, que también fue virrey, y después del Pirú, notable caballero, amparo y defensor de los tristes indios. En cuya casa sucedió don Francisco de Velasco, su hijo, deudos tan cercanos y derechos de la casa del condestable, que ninguno más propinco en Castilla, de los cuales tengo dicho lo que supe. Pasaron a la Nueva España don Pedro de Tovar y don Álvaro de Tovar, su hermano, hijos de don Hernando de Tovar, señor de la Tierra de la Reina en las montañas de León, que aquí he nombrado, y don Diego de Guevara, primo hermano destos dos caballeros, y hermano de don Josepe de Guevara, señor de Escalante y Triceño, virrey que fue de Navarra y un gran caballero en Castilla: cuya casa es tan noble y antigua en las montañas de Burgos que ninguna más; con dos títulos, uno de marqués de Rucandio y otro de conde de Tahalu, con otros privilegios de mucha grandeza. Y estos tres primeros hermanos fueron bisnietos del marqués de Denia, don Diego de Sandoval, a los cuales en aquellas partes ha dado Dios tan larga generación, que en la ciudad de México y fuera de ella hay principales casas y monasterios que han fundado. De que México se puede estimar, y preciar sus ciudadanos, como la mejor ciudad de España.

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