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Susana March

Semblanza crítica de Susana March

Sharon Keefe Ugalde (2023)

Susana March (1915-1990) nació en Barcelona y se crio en una casa situada entre la Plaza Real y las Ramblas. El padre, Esteban March Gisper, fue administrador de fincas, y la madre, una maestra que se dedicó al hogar y al cuidado de sus hijos. La enfermedad y la muerte ensombrecieron la niñez de Susana. Con nueve años sufrió una nefritis de larga convalecencia, y simultáneamente su hermano Alfredo, de doce años, murió de meningitis. Tuvo otro hermano, Antonio, que lucharía en el frente durante la Guerra Civil, y una hermana, María Teresa. Por su enfermedad prolongada, Susana recibió clases en el domicilio. Además del Bachillerato, estudió comercio, idiomas, música y pintura. Fue una escritora precoz; a los catorce años publicó poemas en el diario barcelonés Las Noticias. Su primer poemario, titulado Rutas, vio la luz en 1938. Comenzó a escribir el segundo, Poemas de la Plaza Real, en 1938 y lo terminó en 1947, aunque no se publicó hasta 1987, tras haber obtenido el premio de poesía Ángaro (1986). Poco antes de que estallara la guerra conoció en las oficinas de Las Noticias a su futuro marido, Ricardo Fernández de la Reguera Ugarte. Se casaron en 1940, y al año siguiente nació su único hijo, Alfredo. Ricardo logró una plaza en el Instituto Maragall de profesor de Lengua y Literatura, y la pareja mantuvo la residencia en Barcelona.

Las décadas de los cuarenta y los cincuenta son las más productivas para Susana March como poeta, con la publicación de cinco poemarios: La pasión desvelada (1946) -posteriormente incorporado en Ardiente voz (1948)-, El viento (1951), La tristeza (1953), premiado con un accésit del premio Adonáis, y Esta mujer que soy (1959). Otro libro, Polvo en la tierra, finalista del premio Boscán en 1949, se quedó inédito.

Aunque es conocida como poeta, March también cultivó el género narrativo. En la década de los cuarenta publicó ocho novelas. Una de ellas, Nina, de 1949, fue finalista del premio Ciudad de Barcelona. La última, Algo muere cada día (1955), que trata de una mujer envuelta en los aturdidos años de la Guerra Civil, fue traducido al francés en 1960 y al ruso en 1994. También es autora de cuentos infantiles, recogidos en Narraciones para la juventud (1945) con el seudónimo de Alauda. En los años sesenta, por motivos económicos, escribió novelas rosas con el seudónimo de Amanda Román para la revista colombiana Cromos.

En las dos décadas de intensa actividad poética, Susana March colaboró con señaladas revistas literarias como Ínsula, Entregas de Poesía, Cuadernos Hispanoamericanos y La Isla de los Ratones. La correspondencia en sus archivos confirma una interacción con escritores destacados de la época, tales como Vicente Aleixandre, Miguel Delibes, Carmen Conde, Carmen Laforet, José Luis Cano y Manuel Arce. Otro indicio de su actividad literaria son los prólogos que escribió: uno para una segunda edición de Las oscuras raíces de Carmen Conde, y otro para una antología de la poesía de Vicente Aleixandre traducida al catalán. No obstante su participación en el ámbito literario y el creciente reconocimiento de su obra poética, el nombre de Susana March no figura en las principales antologías de la Generación del 27 ni en las de la Generación del 36, que le correspondería más por fecha de nacimiento. Como otras autoras, March se quedó relegada a los márgenes de la historia canónica de la literatura española, aunque sí está incluida en dos antologías publicadas en el medio siglo de poesía de autoría femenina: Poesía femenina española viviente (1954), de Carmen Conde, y la antología bilingüe de la italiana María Romano Colangeli, Voci femminili della lirica spagnola del ’900 (1964).

En la década de los sesenta la labor literaria de March cambia de dirección. De nuevo por razones económicas, ella y su marido se comprometieron con la casa editorial Planeta a escribir una serie de novelas que formarían la colección Episodios nacionales contemporáneos, modelada en los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós. Entre 1963 y 1989 aparecieron doce novelas de la serie. La primera se titula Héroes de Cuba, y la última, La República II. El proyecto absorbió tanto a Susana que su poesía quedó en segundo plano. Después del compromiso de los Episodios nacionales contemporáneos, no salió ningún poemario nuevo; solo vieron la luz Poemas: antología (1938-1959), en 1966, y Los poemas del hijo en 1970, que reúne poemas ya publicados en libros anteriores y dedicados a su hijo. En el género narrativo ocurre lo mismo. Cosas que pasan, de 1983, es una colección de relatos previamente publicados.

Con las reformas legales, laborales y educativas a partir de la muerte de Franco en 1975, la posición de las mujeres en la sociedad española mejoró. En el ámbito literario y académico este cambio se manifestó como una reivindicación de escritoras injustamente marginadas. El creciente interés en la poesía de Susana March a partir del nuevo milenio tiene raíces en este proyecto colectivo de rescate de las olvidadas. Los estudios críticos de Susana Cavallo y de María Payeras Grau, las reediciones del poemario El viento (1995 y 2019) en la editorial Torremozas, la tesis doctoral de María de los Ángeles Vilalta Iglesias, Búsqueda y construcción identitaria en la poesía de Susana March (2017), y la inclusión de March en la antología Poesía soy yo (2016), confirman el reciente interés en su obra.

La rígida construcción del género durante la posguerra dejó huellas profundas en la poesía de Susana March. En su incesante búsqueda identitaria, la poeta reiteradamente indaga en la tensión entre los deseos íntimos y las obligaciones femeninas predeterminadas por la sociedad. Un yo poético, energético y rebelde, se entrega a la realización personal, pero choca contra una realidad insoportable y asfixiante. La tensión conlleva un tono de talante trágico entre frustración, desesperanza y desolación. La experiencia de proyectos de vida sin realizarse, del desamor, de una conciencia aguda de la fugacidad del tiempo y de la muerte, y la observación de la triste realidad circundante, acaban sumergiendo la voz poética en una negatividad relacionada con una visión existencialista característica de la poesía de posguerra. Las vías de júbilo y sobrevivencia emocional, que evolucionan a lo largo de los años -el amor pasional, el amor cósmico, la naturaleza, el hijo y el impulso vitalista y rebelde-, oscilan con la angustia y la resignación.

En los libros de la primera época -Rutas, Poemas de la Plaza Real y Ardiente voz- predomina una afirmación desafiante. En el poema «Autobiografía», por ejemplo, suena una voz segura, fuerte e independiente, un eco de la agencia femenina estrenada durante la Segunda República: «¡Oh, sí! Soy la rebelde, la ambiciosa, / la que avanza valiente y victoriosa / con la frente bañada de ilusión» (1938: 66). También en la primera época la intensidad del deseo sexual femenino, con la presencia del cuerpo, el gozo y un aire transgresor, se expresa con exuberancia. En algunos poemas de Ardiente voz el deseo se transforma en una fuerza atávica que se funde con la naturaleza y el cosmos, y que se remonta a la génesis del mundo. En cambio, en la segunda época -El viento, La tristeza y Esta mujer que soy- se impone un tono de triste resignación. En «Hace mucho tiempo», por ejemplo, la angustia íntima, junto con reflexiones sobre la nada existencial, sofoca la confianza y entusiasmo vitalistas: «Me acostumbré a ser dañada y poseída, / a renunciar y a equivocarme. / Me acostumbré a ser una mujer indiferente / y discreta» (1953: 39-40). El poema «La tristeza» resume el estado de ánimo característico de la segunda época. No se trata del desamor, ni de los ideales imposibles, ni del dolor de envejecer: «Es algo más tremendo y más grande, / algo que crece dentro de mí, / tal vez en el tuétano de los huesos / y que, acaso, se llame vida» (1953: 11). La desolación apaga el deseo, que existe solo como recuerdo de otra época, imposible de recuperar.

La desigualdad de género durante el régimen franquista es un obstáculo para la anhelada realización personal, como revela el poema «Dudas», que representa un conflicto entre ser una mujer casada y ser una escritora inconforme con los convencionalismos: «No me pidas que cambie, que me olvide / de todo lo que amo al ser tu esposa; / que no es posible poder ser dichosa / con un amor que sacrificios pide» (1938: 54). Utilizando una imagen frecuente en la poesía de posguerra de autoría femenina -la ventana-, el yo poético confiesa el miedo de perder la vocación y la libertad si opta por una relación amorosa convencional: «¡Un hogar sin ventanas / por donde ver el mundo!» (1938: 179). En Tristeza y Esta mujer que soy las reflexiones sobre la subyugación de la mujer son menos vehementes que en libros anteriores. Predomina un tono conversacional pausado con ecos de resignación, pero se mantiene un sumergido filo subversivo. En el poema «Mi hijo ha crecido este verano», la voz poética se entristece al darse cuenta de que su niño se ha convertido en hombre, quien inevitablemente habrá interiorizado la ideología patriarcal. La madre ya no podrá ser una heroína para el hijo, porque él dirá: «-“Si tú eres una mujer. Y las mujeres / no cometen hazañas heroicas”» (1953: 56). En «A un hombre» el mismo tono conversacional tranquilo sirve para subvertir sutilmente la práctica misógina de considerar a la mujer como objeto sexual. Conversando con un hombre, el yo poético le sugiere que se olvide de sus galanterías y la trate con amistad, como trataría a otro ser del mismo sexo. Y propone un pacto: «Como yo me desnudo / de mis naturales artificios, / desnúdate tú de tu complejidad, / ¡y sé mi amigo!» (1959: 16).

En la obra poética de Susana March la insatisfacción y la frustración no solo se deben a la falta de agencia femenina, sino también a la lamentable degradación de la realidad circundante, manifiesta sobre todo en La tristeza y Esta mujer que soy, en poemas como «Mundo perdido», «Piedad» y «Consejos». En «Tristeza» la intensa desolación se asocia a «odios y guerras fratricidas, / hipócritas mendigos que cubren sus harapos / con regios mantos de virtud, / niños hambrientos y descalzos» (1953: 12). El silencio y la ceguera de Dios son otra fuente de desesperación. Se acusa a Dios de abandonar a «esta raza de Caínes» y mostrarse indiferente ante una sociedad éticamente en ruinas: «Y Tú, entretanto, Tú, en alguna parte, / bostezando, / mordiéndote las uñas / con un fastidio inmenso...» (1959: 54-55).

La oscilación antagónica entre el impulso vitalista rebelde y la desolada resignación define la poesía de March. Dos poemas yuxtapuestos en el último poemario enfatizan una tensión nunca resuelta. Uno, utilizando una expresión coloquial, resume la exasperada desesperación: «¡Al diablo con todo!», mientras el otro confirma una lucha sin tregua: «Me lanzaré a la calle cualquier día / a gritar mi verdad al mundo entero. / Resonará mi grito ronco y fiero / como un rojo jirón de rebeldía» (1959: 52-53).

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