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ArribaAbajoAlfonso Reyes y la función de la crítica

Emilia P. de Zuleta


En primer lugar, agradezco a esta Corporación que me haya designado miembro de número después de varios años, durante los cuales, fui miembro correspondiente.

En segundo lugar, agradezco a mi colega y querida amiga, Alicia Jurado, que sea portavoz de esta recepción reiterando su afectuoso gesto de 1981, cuando me acogió como académica correspondiente, la tercera mujer, después de Victoria Ocampo y ella misma, en ingresar en este Cuerpo. Sus palabras de hoy han sido de una generosidad conmovedora que ha ensanchado la magnitud de mis méritos hasta un límite que me avergüenza. Una deuda más que se suma a otras durante más de cuarenta años de amistad y de intercambio intelectual.

En estas palabras preliminares vaya, también, un recuerdo para el primer presidente de esta Academia, don Calixto Oyuela, nombre que individualiza este sillón. De él subrayo su encendida pasión de hispanista, expresada en páginas en prosa y verso, cuya máxima altura alcanzó en las horas aciagas de la guerra de 1898 entre España y los Estados Unidos, en Cuba. Sus Elementos de teoría literaria, de 1885 y las subsiguientes versiones, con el título de Teoría literaria, de 1887 y 1902, fueron libros de consulta cuya influencia en la educación literaria de muchos argentinos habrá que evaluar algún día, no tanto por la estricta definición de sus preceptos, sino por la singularidad de su firme clasicismo en plena revolución modernista.

Debo recordar, también, en estas palabras iniciales, a quien me precedió en este sillón, el doctor Castagnino, quien en su discurso de ingreso, el 24 de octubre de 1974, habló sobre el tema «De las poéticas a la metapoética», con la erudición y las lecturas que ya caracterizaban sus obras anteriores y siguieron presentes en las posteriores, en total varias decenas de libros que se inscriben en el repertorio de nuestros   —68→   estudios literarios, más allá de las modas, pasajeras por naturaleza. Por su conocimiento de la literatura argentina en su desarrollo y en sus géneros y por sus prendas personales, Castagnino fue una presencia que siempre recordaremos en la presidencia de esta Corporación.

Y ahora entro de lleno en mi tema de esta tarde, «Alfonso Reyes y la función de la crítica», que implica un homenaje a un gran americano y a un gran humanista, que fue miembro correspondiente de nuestra Academia desde el 23 de agosto de 1932, antes de serlo de la Real Academia Española, desde 1943.

Su vida y, por ende, su trayectoria intelectual comienza en su patria, México, y acaba en México, en una tensión entre dos polos: el primero, Europa (especialmente España y Francia), y el segundo, la Argentina. Su obra, de admirable variedad, manifiesta no sólo su inmenso saber, sino sobre todo, su humanismo integral y su concepción social de la cultura, en suma, un humanismo americano y universal basado en la libertad, «no sólo la libertad política» (esto es obvio), «sino también la libertad del espíritu y del intelecto, en el más amplio y cabal sentido». Y sobre este principio confirma la necesaria independencia ante todo intento de subordinar la investigación a cualquier otro orden de intereses19.

Este humanismo configura su tema vital que es, simultáneamente, un programa para América:

Cada uno debe buscar a América dentro de su corazón, con una sinceridad severa, en vez de tumbarse paradisíacamente a esperar que el fruto caiga solo del árbol. América no será mejor mientras los americanos no sean mejores. [...] El fárrago, el fárrago es lo que nos mata. Al mundo no debemos presentar canteras y sillares, sino a ser posible edificios ya construidos [...]



dirá en un artículo titulado «Valor de la literatura hispanoamericana», publicado en La Prensa, en octubre de 194120.

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A la vez, este americanismo concibe a América dentro de Occidente; en suma, un sentido a la vez ibérico e internacional, y autóctono. La acción de los intelectuales, por ende, queda comprometida por su conocimiento de la realidad propia y por aquel sentido de la unidad de América y de sus posibilidades de futuro.

Este programa vital e intelectual se desarrolla en cuatro etapas. La primera, en México entre 1906 y 1913. Había nacido en Monterrey, en 1889, y allí hizo sus primeros estudios y recibió su primera influencia capital, la de Marcelino Menéndez Pelayo. Esta devoción por el gran humanista persistirá, como lo demuestra cuando en los años de su alta madurez, al definir su concepto de la ciencia de la literatura, lo cite:

La crítica literaria nada tiene de ciencia exacta, y siempre tendrá mucho de impresión personal21.



Sin embargo, después de aquel entusiasmo juvenil, vendrá el afán de independencia y de diferenciación. Hacia 1914, su gran amigo, Pedro Henríquez Ureña, lo tranquiliza en este aspecto:

Tu estilo no es hoy marcelinesco. Tú eres de las pocas personas que escriben el castellano con soltura inglesa o francesa; eres de los pocos que saben hacer ensayo y fantasía22.



Su relación con Menéndez Pelayo se reconfirma, como dijimos, en la madurez y está específicamente testimoniada en su artículo «Nueva discusión de Menéndez Pelayo», que procede de una discusión con Guillermo de Torre quien, en 1943, había publicado su libro Menéndez Pelayo y las dos Españas. Escribirá:

Yo estoy empeñado en traer cada vez a mi zona (grosso modo, el campo liberal), al viejo maestro que tanto admiro y tanto influyó en mi adolescencias23.



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Pero volvamos a América y a 1906, cuando Reyes se integra en el grupo de «Savia moderna», del cual formaban parte Alfonso y Antonio Caso, José Vasconcelos y, sobre todo, Pedro Henríquez Ureña. Tres años más tarde, en 1909, sobre esta base, se fundará el Ateneo de la Juventud. Lo que los distingue, según Reyes, es la trabazón entre vida universitaria y libre de las letras, y preocupación social y educativa. Con ellos establece su programa juvenil de formación intelectual: la lectura de los griegos, el redescubrimiento de España y el descubrimiento de Inglaterra.

Qué presentaban los griegos está definido en la carta de Pedro Henríquez Ureña a Reyes, del 25 de marzo de 1910. Grecia, sobre todo, comparada con los orientales:

[...] es el pueblo que trae al mundo la inquietud, el progreso, que inventa la discusión y la crítica, la historia y la utopía, porque quiere saberlo todo para alcanzar la perfección.



En otro texto de diciembre del mismo año, Henríquez Ureña manifiesta su disconformidad con México: «Hay en aquel país un elemento que no entenderé jamás. Será lo asiático».

Qué representa el grupo, lo define también Henríquez Ureña en carta a Reyes del 25 de mayo de 191424:

Yo he difundido por aquí la idea de que ninguna grande obra intelectual es producto exclusivamente individual ni tampoco social: es obra de un pequeño grupo que vive en alta tensión intelectual25.



En suma, el grupo es lo nuestro, los nuestros:

Lo nuestro propio, que es la actividad intelectual en el plano de una agilidad amena, pero siempre en tensión, es el secreto de la felicidad [...]



le había escrito en otra carta del mismo año26.

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Por lo que vemos, la amistad de Pedro Henríquez Ureña fue, para Reyes, fundamental. Así lo recuerda el segundo años más tarde:

No hay entre nosotros ejemplo de comunidad y entusiasmo espirituales como los que él provocó27.



Esta amistad ha quedado reflejada en sus cartas. Allí quedan los consejos de Henríquez Ureña a Reyes: las correcciones minuciosas de sus trabajos; le aconseja que aprenda inglés, pero que vaya a Europa; le indica lecturas y le reprocha la frivolidad de sus cartas. Y, sobre todo, en esas misivas, se evidencia la avidez intelectual de ambos que abarca todas las literaturas, la historia, el pensamiento, el arte, el teatro, el cine, la música, las artes plásticas, la poesía, la política.

Por entonces, Reyes no quiere encallar -obsérvese la imagen- en la crítica ni el ensayo pero, a instancias de su amigo, publica su primer libro, Cuestiones estéticas, editado por Ollendorf en 1911, es decir, cuando apenas tenía veintidós años. Allí encara con un método nuevo los estudios sobre Góngora y Mallarmé, que consiste en el análisis psicológico y estético de los móviles del poeta. Parte de una base teórica original: primero, considera que la sustancia de la poesía es la palabra; segundo, que la poesía no es sólo comunicación, sino también expresión del mundo del poeta; tercero, que el gran tema es, en efecto, la lucha del poeta por la expresión.

La segunda etapa de la vida y de la obra de Reyes se desarrolla en París y Madrid entre 1913 y 1924. Llega a París en agosto de 1913, y su actividad abarca dos dimensiones diferentes. La primera es la vida literaria y su relación con escritores y críticos, como Rainer María Rilke, Miguel de Unamuno, Francis de Miomandre, Jean Cassou, Mathilde Pomés y Guillermo de Torre.

La segunda dimensión corresponde a su apertura hacia la erudición, bajo el magisterio de Foulché-Delbosc. Con método riguroso, colabora en la edición crítica de las obras de Góngora, que publicará Foulché en 1921. Allí se originan sus propios estudios gongorinos por los cuales puede ser considerado un precursor de la revaloración del gran poeta. Cuestiones gongorinas, su libro de 1927, fue elaborado entre 1915 y   —72→   1923, y su versión de la «Fábula de Polifemo y Galatea» fue publicada en la revista Índice, fundada por Juan Ramón Jiménez en 1923. Además, a este ciclo, corresponde su encuentro con Leopoldo Lugones y su predescubrimiento de la Argentina:

Todo mexicano suficientemente desinteresado sacará provecho de hablar con un argentino: es una perspectiva opuesta.



le escribe a Henríquez Ureña en noviembre de 191328.

En octubre de 1914, ya está en España y comienza su actividad en el Centro de Estudios Históricos, dirigido por Menéndez Pidal. Uno de los originales «Carteles» de Ernesto Giménez Caballero, publicado años más tarde, en La Gaceta Literaria de Madrid, en su número 14, del 15 de julio de 1927, ha representado gráficamente aquel sistema. En el centro, como un gran planeta, don Ramón Menéndez Pidal; en su órbita, la Revista de Filología Española; y más allá, los astros menores, ubicados según su importancia: Claudio Sánchez Albornoz, Alfonso Reyes y Federico de Onís, en una zona superior, de privilegio; y girando en otros niveles, Antonio Solalinde, Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Dámaso Alonso, Amado Alonso, José Fernández Montesinos.

Reyes había ganado aquel lugar bajo la inmediata conducción de Antonio Solalinde y Federico de Onís. Trabajaba de manera intensa: desde las diez de la mañana hasta la una, ayuda a escribir un libro; a la tarde iba a la Biblioteca Nacional y, luego, al Ateneo de Madrid. En el Centro, es encargado de los estudios sobre teatro. En carta a Henríquez Ureña, del 16 de diciembre de 1914, le dice:

He empezado a trabajar a la alemana y con papeletas.



De este modo de trabajo, se burlaba Unamuno en un artículo que tuvo inmediata réplica de Ortega29.

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Con referencia a aquellos compañeros del Centro de Estudios Históricos, dirá Reyes:

Esta gente es nuestro grupo. No estábamos solos en Perú, Cuba, México, existíamos también30.



Los escritores que he nombrado y otros, como Enrique de Mesa, Andrés González Blanco, Ramón Pérez de Ayala, constituyen ese nuevo grupo. Su órgano propio es la revista España, fundada por Ortega y Gasset. Pero mientras en Reyes se a cendra su hispanismo y su americanismo, crece en él y en Henríquez Ureña su rechazo hacia algunos aspectos de lo español. El dominicano le recomienda, por ejemplo, la lectura de A lo lejos, de José María Salaverría, y las Meditaciones del Quijote, de Ortega y Gasset, porque los considera «casi libres de gachupinismo, o sea, de manteca espiritual»31. En carta del 31 de agosto de 1915, agrega:

Creo en el espesor del intelecto español y en que nosotros (los pocos que somos en América, es decir, las doscientas gentes que en cada país nuestro han leído más de trescientos libros) estamos siglos adelante de ellos32.



Por entonces, Gómez de la Serna le escribía a Guillermo de Torre que ellos, junto con Ortega, eran verdaderamente universales frente al provincianismo de la vida española.

Es éste un ciclo de gran producción de Reyes, la cual será recogida en libros, como Grata compañía, compuesto de sus ensayos y artículos de crítica literaria y cinematográfica, escritos entre 1921 y 1926. O sus series de Capítulos de literatura española y Vísperas de España.

La tercera etapa, entre 1925 y 1938, corresponde a sus estancias en Francia y en Hispanoamérica. Es menor su producción y publica más poesía, prólogos, traducciones y recopilaciones de artículos. Desarrolla, asimismo, su filosofía moral y de la cultura, y se despliega plenamente su idea de Hispanoamérica.

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Llega a la Argentina, como Embajador de México, en julio de 1927 y permanece aquí hasta abril de 1930, cuando es nombrado Embajador en Brasil. Entre 1936 y 1937, es nuevamente Embajador en la Argentina y, luego, en 1938, en Brasil.

Desde el comienzo, manifiesta abiertamente su fascinación frente a la Argentina. En su Epistolario con Henríquez Ureña, hay referencias a Lugones y sobre la universalidad y el cosmopolitismo que constituyen la complementariedad americana.

En su ensayo «Palabras sobre la nación argentina»33, de 1929, recogido en Norte y Sur, en el volumen noveno de sus Obras completas, afirma que México y la Argentina son:

[...] los dos países polos, los dos extremos representativos de los dos fundamentales modos de ser que encontramos en Hispanoamérica.



Pero su crítica, análoga a la que en su momento había hecho Ortega, se detiene en varios aspectos censurables de la vida argentina: el gran crédito a la apariencia, el engolamiento y la convención, el estilo que califica «de lo más frondoso y perifrástico que todavía se escribe en América». Sin embargo, su juicio, sereno y equilibrado, reconoce los esfuerzos de la generación vigente, la cual «no es europeizante», sino que «ha debido trabajar con los instrumentos de la cultura europea», pero «sin esa generación de europeizadores de América, nunca se hubiera obtenido la cosecha de los actuales americanizadores de América o que aspiran a serlo...».

Hay otros excesos, como los que proceden de la simplificación seudonacionalista, a propósito de la cual, ironiza:

Felicitémonos de que no se haya inventado hoy un comprimido Bayer que nos permita ingerir de un trago, toda la conciencia nacional34.



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Amigo de Victoria Ocampo, hacia 1930, participa del proyecto de la fundación de Sur. Ya estaba él en Brasil cuando ella le anuncia la inminente aparición de la revista y le pide su colaboración: «Cuento con usted, mi Flor azteca. No me falle, cuento muchísimo»35, le escribe. En efecto, no le falla porque Reyes forma parte del llamado Consejo Extranjero, que figura en la solapa del primer número de la revista, junto a Ernest Ansermet, Drieu La Rochelle, Leo Ferrero, Waldo Frank, Pedro Henríquez Ureña y Jules Supervielle.

Pero por esos años, Reyes se había embarcado en un proyecto propio, el de su revista Monterrey, que se publicó entre junio de 1930 y julio de 1937, lo que él llamaba su Correo literario, cuyos catorce números fueron escritos, en gran parte, por él mismo. Según Manuel Olguín, en esos textos, está su filosofía social en acción36. Tenía dos secciones: «Guardias de la pluma», sobre las relaciones entre intelectuales de ambas orillas, y «Ojos de Europa» para escritores europeos que definían nuestra realidad.

La cuarta etapa de su vida y de su obra, desde 1938 hasta su muerte en 1959, corresponde a un período aún más fecundo. En el orden de la acción, funda y organiza la Casa de España, en 1938, destinada a acoger a los intelectuales españoles exiliados de la guerra civil y, luego, participó en la creación de El Colegio de México, fundado en 1945, con la intervención de la UNAM, del Banco de México y del Fondo de Cultura Económica. Asimismo, sigue desarrollando sus ideas sobre cultura, tradición, cosmopolitismo, función social de los intelectuales y posición de América en la cultura.

Y, sobre todo, desarrolla su propia teoría literaria, que comprende sus libros La experiencia literaria, publicado por Losada en 1942; El deslinde, de 1944; y Tres puntos de exegética literaria, de 1945; precedidos por Apuntes sobre la ciencia de la literatura, escrito hacia 1940 y 1941. Los Apuntes sobre la ciencia de la literatura permanecieron inéditos hasta su publicación en el volumen XIV de sus Obras   —76→   completas. Comprende una serie encadenada de distinciones que anticipan la muy prolija exégesis que desarrollará en El deslinde. La crítica opera sobre los textos. Dice:

De suerte que, como decía Sainte-Beuve, la lectura es el A.B.C. de la crítica. Los métodos mismos de la crítica pueden definirse como métodos del buen leer, y a ellos se refiere el presente ensayo.



Y agrega que la crítica metódica tiene que tomar siempre en cuenta los testimonios de la crítica impresionista37.

Con respecto a la Ciencia de la Literatura, incluye una primera definición integradora:

[la ciencia de la literatura es] aquella parte de la crítica que, contando siempre con las reacciones emocionales, poéticas y estéticas, admite el someterse a métodos específicos -históricos, psicológicos y estilísticos-, y con ayuda de ellos se encamina a un fin exegético inmediato, mientras de paso enriquece el disfrute de la obra considerada, puesto que aviva todas las zonas posibles de sensibilidad y prepara el juicio superior, la última valoración humana que, por su alcance, escapa ya a los dominios metódicos38.



La Literatura es el objeto; la Historia de la literatura, el panorama; y la Teoría de la literatura, el examen fenomenográfico. En esos Apuntes, incluye una reseña de la historia de la crítica, hace una descripción de la literatura comparada y pone énfasis en la importancia de la bibliografía, instrumento fundamental y, a la vez, destaca el valor del estudio de la literatura en sí misma.

Prefiere la denominación de Estilología, en lugar de estilística, y establece una confluencia entre la estilología y la obra de los formalistas rusos, en lo que concierne a la noción de la poesía pura y la función estilística del lenguaje. Caracteriza uno por uno a aquellos críticos, brevemente, treinta años antes de la difusión del formalismo ruso en el mundo hispánico. Ya por entonces, se le hace evidente el pobre resultado de los métodos:

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Cuántas, oh cuántas veces, los métodos por pereza de pensar usurpan la categoría de los fines, y entonces, como los reclutas del cuento, nos quedamos marcando el paso y sin andar39.



De 1941 es su libro La crítica en la Edad Ateniense, publicado por El Colegio de México, fruto depurado de su interés por el mundo clásico. Ya en 1923, había publicado su poema dramático «Ifigenia cruel» y, en sus Obras completas, los temas griegos ocupan cinco volúmenes, del XVI al XX, y el XIX contiene su traducción de La Ilíada.

En La crítica en la Edad Ateniense, figura una nueva definición de la crítica: de los hechos, se ocupa la Historia de la literatura; de su definición por esquema y espectro, la Teoría de la literatura; y de sus reglas, la Preceptiva. Los dos polos del eje crítico son el impresionismo y el juicio. Es impresionismo la crítica artística provocada por la creación; y es juicio la corona del criterio, alta dirección del espíritu que integra la obra dentro de la compleja unidad de la cultura. En el centro del eje crítico, está la exegética, llamada Ciencia de la Literatura.

El libro contiene un estudio detallado de la crítica griega y de sus aportes. A Aristófanes, se le debe el primer juicio literario sobre obras determinadas; y a Aristóteles, la fundación de la teoría literaria, que es el estudio de la fenomenografía literaria o estudio fenomenográfico de los rasgos generales.

El volumen XIII de las Obras completas contiene, además, La antigua retórica, cuyo punto de partida es la relación entre el poeta o escritor con su público: «[...] aquél lanza al estímulo, éste lo recibe»40. Allí está, in nuce, el Mediterráneo que descubrió la Teoría de la recepción.

En Tres puntos de exegética literaria, publicado en 1945, pero que pertenece a una etapa anterior, define los métodos: el histórico, el psicológico y el estilístico, todos ellos integrados en la Ciencia de la Literatura. Ella exige rigor científico, no recursos metafóricos, sino probidad, precisión, sumisión al hecho, escrúpulo de comprobación. El aprendizaje de esta ciencia, sostiene Reyes, debe pasar por todos   —78→   los servicios: bibliografía, compulsa de fechas, etc. Éste es el método de Lanson y que él mismo había practicado con Foulché-Delbosc y con Menéndez Pidal.

En 1942 había aparecido en la colección Contemporánea de Losada su libro La experiencia literaria, recogido en el tomo XIV de sus Obras completas. Reúne artículos publicados previamente entre 1930 y 1941, corregidos y, a veces, refundidos. Reyes siguió el proceso de su publicación con notoria ansiedad. Le reclama a Henríquez Ureña que el volumen salga pronto, cuanto antes, en carta del 4 de septiembre de 1942; y el dominicano le responde, el 4 de noviembre del mismo año, que saldrá pronto, corregido por él mismo y por Amado Alonso.

A pesar de su origen en ensayos aislados, La experiencia literaria constituye un tratado introductorio completo, de exposición orgánica y fluida. Trata de lo folclórico, lo tradicional y de sus características y modalidades. Su definición de la literatura ya está hecha por deslindes: la filosofía se ocupa del ser; la historia y la ciencia, del suceder real; la literatura, del suceder imaginario integrado en elementos de la realidad. En síntesis:

El contenido de la literatura es, pues, la pura experiencia, no la experiencia de determinado orden de conocimientos41.



El estudio de la literatura es la fenomenografía del ente fluido.

A diferencia de lo que preconizaron algunas escuelas formalistas, Reyes insiste constantemente en la importancia de la intención: «Nunca se insistirá bastante en la intención»42.

Otro de los aspectos fundamentales de la experiencia literaria lo constituye la lectura, y Reyes se ocupa de ella distinguiendo tanto las categorías de la lectura como su proceso en sí mismo. Pedro Salinas, en su «Defensa de la lectura», incluido en su libro El defensor, de 1948, formula una descripción casi exactamente igual de aquel proceso. Excluida la hipótesis de un plagio o reminiscencia inconsciente,   —79→   esas páginas en las que se aproximan tan estrechamente ambos ensayistas deben ser leídas como una ejemplar coincidencia de dos grandes lectores.

Se ocupa, también, de las antologías y del concepto de la historia literaria que subyace en ellas; de la importancia de las bibliografías, hasta el punto de que sugiere la posibilidad de escribir la historia de la literatura a manera de metabibliografía. Y, finalmente, dedica varias páginas a la traducción y a sus propias traducciones de Sterne, Chesterton, Goldsmith, Stevenson, vistas como ejercicios de crítica y de poética. Doctrina impecable que debería tenerse en cuenta al traducir y al juzgar traducciones.

Uno de los capítulos de este libro, titulado «Sobre la crítica de los textos», fue publicado en La Prensa, el 17 de diciembre de 1939, e incluye una detalladísima descripción de los métodos de crítica textual43.

La coronación de todos estos trabajos previos se halla en El deslinde, publicado por El Colegio de México en 1944 y recogido en el tomo XV de sus Obras completas. Según su editor, el nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez, es el libro orgánico que cierra todo un ciclo del pensar literario de Alfonso Reyes y, añado, la máxima contribución que el mundo hispánico había hecho a la teoría literaria. De ello tuvo conciencia su autor quien, en su Prólogo, se detiene en sus sugerencias acerca de la búsqueda americana de su propia expresión original. Dice allí:

Nuestra América, heredera hoy de un compromiso abrumador de cultura y llamada a continuarlo, no podrá arriesgar su palabra, si no se decide a eliminar, en cierta medida, al intermediario44.



A continuación, afirma que, para los americanos -una vez rebasados los linderos de la ignorancia-, es menos dañoso descubrir otra vez el Mediterráneo por cuenta propia que mantenernos en la postura de meros lectores y repetidores de Europa.

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Ésta es la primera intención de esta obra y me arriesgaré a afirmar, de toda la obra de Reyes-, y deberá tenerse en cuenta en toda lectura genuina. Es decir que, más allá de su materia, la atención deberá estar atenta a la función intelectual y social que la produce.

La segunda intención se revela claramente en su subtítulo y en sus primeras definiciones que corroboran ese subtítulo: Prolegómenos a una teoría literaria.

No entra en la intimidad de la cosa literaria, sino que intenta fijar sus coordenadas, su situación en el campo de los ejercicios del espíritu; su contorno, no su estructura45.



En esas primeras páginas, ratifica su definición de las relaciones entre creador y lector que, como dije, se anticipa en muchos años a las formulaciones de la Teoría de la recepción:

La vida de la literatura se reduce a un diálogo: el creador propone y el público (auditor, lector, etcétera) responde con sus reacciones tácitas o expresaste46.



A continuación, viene el cuerpo de la obra, donde fiel a su propósito de deslinde, primeramente distingue entre lo literario y lo no literario. Y, luego, sigue discriminando su objeto en etapas sucesivas, la primera es la de la función ancilar. A continuación, ya en la segunda parte, examina la primera tríada teórica: historia, ciencia de lo real y literatura. En la tercera etapa, ofrece la cuantificación de los datos, es decir, que demuestra la superabundancia de los datos literarios sobre los históricos y los científicos. En la cuarta etapa del deslinde, presenta la cualificación de los datos, lo cual supone la decantación de lo histórico y de lo científico, y la definición del carácter aparte de lo literario. La quinta etapa concierne a la ficción literaria; y la sexta, al deslinde poético. En la tercera parte del libro, se formula la séptima etapa del deslinde, la cual implica el análisis de la segunda tríada teórica: la matemática, la teología y la literatura.

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Pero nuestro interés debe detenerse en la definición sumaria de la literatura, contenida ya en la segunda parte de El deslinde:

La literatura es actividad teórica del hombre; procede de la facultad de hablar, se vincula en el sistema orgánico de signos verbales que es el lenguaje; se manifiesta en lenguas e idiomas determinados; es allí paraloquio de configuración semántico-poética inseparable; tiene intención semántica de ficción; no admite cuantificación de los datos reales que puede acarrear, ya por concepto de mínimo de realidad indispensable, o de realidad tratada en dirección ficticia; se refiere a la experiencia pura, hasta cuando incorpora ancilarmente nociones de saber específico; pone en valoración máxima igualmente las tres notas lingüísticas, intelectual, acústica y afectiva; busca, a través del estilo, un ajuste psicológico de precisión comunicativo-expresiva (hasta sugerir lo impreciso) y un ajuste estético de especie lingüística, los cuales resultan en univocidad de contenido intuitivo e individuado (en contacto simpático de naturaleza supraintelectual) y, al cabo, en deleite de integración anímica, que algunos consideran como intermediaria hacia la compenetración místico47.



En esta definición, lo literario no es un objeto ni un hecho, sino una manifestación de lo que Reyes llamaba el ente fluido, el cual es asediado en sus apariencias mismas, según un método fenomenológico, hasta desnudar su experiencia pura.

Por la definición que acabo de transcribir, se advierte que El deslinde no es un libro de lectura fácil, y así lo han considerado sus críticos. Es, eso sí, un libro único que causó enorme impresión en su momento y que fue muy discutido. Luis Emilio Soto lo recomendó en Sur y lo definió «como un tratado de estética more geométrico»48. Según el mexicano José Luis Martínez, Jaeger dijo de él: «Cuánto me hubiera gustado asistir al asombro que habría producido en Aristóteles la lectura de El deslinde». El mismo Martínez dice que «no es todavía el trabajo sistemático general descriptivo del fenómeno literario», pero sí una:

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proposición monumental de las bases de aquel trabajo, la revelación de sus problemas internos, y de la complicada estructura existente bajo el obvio designio de literatura49.



El propio Reyes en su «Carta a mi doble», en su libro Al yunque, se refiere a que, en El deslinde, hay mucho aparato para ir conduciendo al lector; en cambio, en Al yunque, este libro se prolonga sin aquel arreglo sistemático, y concluye: «Así acabó, pues, aquella tan ambiciosa teoría literaria»50. Son páginas de autocrítica, pero de reconfirmación de la licitud del intento.

Entre sus últimos escritos, figura su discurso sobre el lenguaje, pronunciado al asumir como Director de la Academia Mexicana de la Lengua, en 1957. Con el título Los nuevos caminos de la lingüística, llega hasta la Teoría de la información.

Así culmina una obra inmensa, y poco leída y frecuentada actualmente en los medios académicos. Después de un medio siglo muy dado a especulaciones sobre el objeto literario que han dejado, en algunos casos, nuevos y valiosos modos de mirar; y en otros, reflexiones tautológicas y jergas seudocientíficas, volver a Reyes no sólo es un deber intelectual de americanos, sino también una indagación en rumbos audaces que merecen ser revisados y prolongados.

Ha dicho Gregorio Salvador:

Cualquier cosa de las que se escriben por ahí acerca de la literatura que nos pueda parecer novedosa está, ineluctablemente, en alguna página de Reyes que nos pudo pasar inadvertida, en algún pasaje de ese asombroso tesoro de saberes y claridades que constituyen los tres voluminosos tomos XIII, XIV y XV, de sus Obras completas, consagrados a estos asuntos51.



Y lo demuestra con unos pocos ejemplos.

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Al final de El deslinde, había escrito Reyes:

Imposible terminar este libro con un inventario de conclusiones. Ello equivaldría a levantar murallas donde sólo quise adivinar rumbos52.



Nada más claro para definir no sólo este libro, sino toda la inmensa y compleja producción de Reyes como obra abierta a nuevas y atentas lecturas. Mi homenaje de esta tarde sólo ha pretendido ser una incitación a ese estudio.

Emilia P. de Zuleta