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Ilustración: «Castillo de Peñarroya»




ArribaAbajoEn la Argamasilla de Alba, «el lugar»

Señor Azorín:

Ya entramos en «El lugar», en la Argamasilla de Alba como la nombra Cervantes en femenino, cuando habla de los académicos al final de la I parte, que según las palabras primeras que había escritas en el pergamino que se halló en la caja de plomo: LOS ACADÉMICOS DE LA ARGAMASILLA, LUGAR DE LA MANCHA EN VIDA Y MUERTE DEL VALEROSO DON QUIJOTE DE LA MANCHA. Y seguidamente les da nombres jocosos a cada uno de los académicos en los cuatro sonetos y dos pares de tercetos laudatorios dedicados a los personajes del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. «Tal academia es fingida, pues precisamente la comicidad estriba en afirmar que en esta población podía existir una academia literaria como las muchas que había en Madrid», nos dice la nota de Martín de Riquer. Los académicos eran seis: el Monicongo, el Paniaguado, el Caprichoso, el Burlados, el Cachidiablo y el Tiquitoc.

Después de pasar por debajo del viaducto de circunvalación de la N-310, ya vemos el cartel de situación de Argamasilla, y un molino de viento que parece construido con propósitos de atracción turística, más que arqueología arquitectónica, que según la guía de Antonio Aradillas está dedicado a Maese Pero Péres el cura del Quijote, se alza a la derecha de la carretera, en la misma rotonda, en el llano sin vientos; delante del molino se planta una escultura metálica de don Quijote, pie a tierra, provocador y valiente con su lanza y su adarga, que como escribe Arturo Pérez Reverte «está loco, pero no tiene un pelo de tonto». Y enfrente de nosotros, que hemos salido un momento para las fotos, vemos un muro encalado con las siluetas chinescas de don Quijote y Sancho a caballo y rucio dirección al centro histórico de la villa, y con el orgulloso anagrama: «En un lugar de la Mancha». Porque según todos los indicios serios llevan a pensar que este es el lugar donde vivía Alonso Quijano, a ello contribuyó el propio Cervantes: «lugar de La Mancha en vida y muerte del valeroso don Quijote», ya citado, más Alonso Fernández de Avellaneda con su segunda parte del Quijote apócrifo de 1614 que le sitúa aquí, más las opiniones de don Diego Clemencín o don Manuel de Rivadeneyra o Hartzenbusch. Por otro lado, queda por dilucidar, documentalmente, si Cervantes estuvo realmente preso aquí en la cueva de Medrado, que son dos cuestiones distintas por descifrar: La prisión y el lugar de la Mancha.

La frase: «no quiero acordarme» ha dado mucho de sí, usted ya nos lo comentó en Con permiso de los cervantistas, tomado a su vez de un comentario de Rodríguez Marín, que dijo, que ya había encontrado frases análogas en la misma época, y que podría tratarse de una elipsis: «No quiero ahora hacer el esfuerzo necesario para acordarme», y añade otras frases: quiero llover, quiero amanecer, quiero abandonar. También en verdad que los cuentos y fábulas empezaban en lugares no nombrados, o en lugares fabulosos del Asia Menor. No había costumbre de poner nombres reales en las fábulas o cuentos, como ahora. Hubo una época de transición en que se buscaba un seudónimo para nombrar la ciudad donde sucedían los hechos de una novela: Oleza de Miró, Labraz de Baroja, Orbajosa de Galdós o Vetusta de Clarín.

Esta villa manchega es sin duda alguna «El lugar», me sugiere que es el meridiano cero de La Mancha, quizás el cruce de caminos más importante durante el S. XVI, por donde pasaban los muleros, el vizcaíno, con la lana de Toledo hacia los puertos levantinos de Alicante y Cartagena, en la conocida ruta de la lana hacia Génova.

Para mí, después de muchas lecturas, estoy convencido de que NO HAY UN LUGAR de La Mancha, sino que Cervantes como escribe al final de la II Parte, en el último capítulo 74: «cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de La Mancha contendiesen entre sí para ahijarle y tenerle por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero». Sin embargo, si hubiere la necesidad de tomar determinación irrevocable o partido por una villa en concreto, yo me quedo con la Argamasilla, porque lo de los Infantes (Capital del Campo de Montiel), aunque Cervantes nombrara cinco veces campo de Montiel, no me encaja, no me da sensaciones poderosas de certeza, porque los Infantes era la villa de Don Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán, que encontraron en el camino cuando ya habían partido de su casa para su tercera salida, después de haber sido instigado, comprometido, por su vecino el bachiller Sansón Carrasco, casa situada según la tradición en la calle de los Académicos, en ruina, de la que describiré en otro apartado.

¿Sabe usted, maestro Azorín, que en este IV Centenario le han dado a los eruditos por decir que don Quijote era de Villanueva de los Infantes? Que ha pasado a sustituir a Argamasilla. Cervantes nombra cinco veces al campo de Montiel: La primera en el prólogo de la primera parte que es la que más fuerza tiene: «... la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión, por todo los habitantes del distrito del campo de Montiel, que fue el más enamorado y el más valiente caballero». Y la otra versión que también esgrimen con mucha vehemencia es en la primera salida: «subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel». Cabe preguntarse si Cervantes conocía cuáles eran los límites del distrito del campo de Montiel y la Mancha. ¿Acaso Argamasilla no limita con el campo de Montiel?

Hemos girado a la izquierda de la rotonda, dirección a la iglesia parroquial de San Juan Bautista, cuyos altos paños de labradas piedras, ocres y de sillares encajados, son muralla a la carretera. Hemos pasado por encima del canal de Avenamiento (o canal para dar salida a los terrenos húmedos o encharcados). Más adelante pasa otro canal, el del Gran Prior, porque esta villa es la Venecia de La Mancha si los canales fueran navegables. Pasada la iglesia ya vemos los jardines de la Plaza de España y el edificio de aspecto chalet del Ayuntamiento con reloj en la espadaña. Sin darnos apenas cuenta de nuestro corto recorrido entramos por la espalda del edificio Consistorial y aparcamos, nada más y nada menos que enfrente de la rebotica donde se reunían los Académicos con usted, cuando les visitó en marzo de 1905, hace un siglo nada más y nada menos.

-No puedo abrir la puerta -me advierte mi mujer en tono de enfado, como ella se pone cuando las cosas no le saben bien, y eso de quedarse la última le repatea. Es verdad, su puerta la pegué muy cerca de otro vehículo-. Mueve el coche para atrás.

-¿Dónde quieres que te retrate? -le dije para suavizarla la situación, una vez había salido.

-Me da igual. Estoy rodeada de historia.

Yo saltaba de contento que de alegría no podía más e incluso me había olvidado el bastón con empuñadura de madera de algarrobo blanco dentro del coche, allí, con aquella temperatura de abrigo de visón, ya no estaba ni cojo ni me dolía nada, porque había entrado en una fantasía literaria, en la médula de La Mancha tan plana como una bandeja de plata.

Descubrí una placa de mármol blanca en la fachada, encima de la placa de la Plazuela Quijana que así es como se llama esta plaza, la placa dedica a usted, dice literalmente:

«En la rebotica de esta farmacia que fue de D. Carlos Gómez se reunía Azorín con los académicos de la Argamasilla. "La ruta de d. Quijote" (Cap. V), "Los académicos de la Argamasilla". 23 de abril de 1999».

Actualmente, los Académicos de la Argamasilla son una Asociación Cultural de tradición cervantina centenaria en esta ciudad de cuyo aire respiró don Quijote y Sancho y el propio Cervantes, dice el catálogo / mapa que los entrecomillados "Académicos", siguen organizando numerosas actividades culturales entre las que caben destacar los Juicios Críticos Literarios, que este año le toca enjuiciar a la arpista Rosa María Calvo, para el 17 de septiembre. Este acto tan singular cuenta con un encausado, un defensor y un fiscal, y si se quiere, se pueden presentar testigos. Entre los cervantistas e intelectuales a los que ha interesado el tema se hallan Luis Arroyo Zapatero, Pedro B. Pedraza, Rafael Alfaro y otros nombres.

Después, las fotos necesarias a la placa de usted, a la puerta verde de chapa de la rebotica, ahora cerrada con un candado, en cuyo dintel hay un cartel: «Farmacia del LOO [licenciado] C. Cueva». También aparece un cartel informativo para turistas despistados como nosotros, donde se cuenta la historia del lugar con gran fotografía de los académicos. Luego le di los buenos días a un busto suyo situado en un jardincillo del Ayuntamiento; no se ve el nombre del escultor, pero gracias al artículo de José Payá Bernabé, «Cervantes en Azorín», sabemos que el escultor del busto es Cayetano Hilario en 1973, y que usted llegó a conocer el busto. ¿Qué se siente cuando uno se ve en piedra? El busto es de una piedra blanca, de nata, se le ve vestido con traje y corbata, descansa sobre de dos gruesos volúmenes que deben representar al Quijote, y estos, a su vez, sobre un pedestal en forma de prisma con un cartel frontal que dice:

«Yo no he conocido jamás hombres más discretos, más amables, más sencillos que estos buenos hidalgos don Cándido, don Luis, don Francisco, don Juan Alfonso y don Carlos». (Cap. V).

Usted tiene otros bustos repartidos por La Mancha y Valencia, que yo sepa: uno en Albacete en el parque de Abelardo Sánchez, junto a un estanque de patos, obra de Andrés Tendero. Otro de medio cuerpo en la Casa-Museo de Monóvar, cuyo autor es José Palacios, escultor valenciano; en el Colegio Cervantes tienen una copia. Otro busto de bronce en Valencia, efectuado por Víctor-hino (Victoriano Gómez López) que lo firma al lado y fecha 1968, en el que figura: «Valencia a Azorín, 1969». Dicen que otro en Manzanares. En cambio, que yo sepa, en Alicante, no tiene usted un busto: nadie es profeta en su tierra.

En la otra parte de la Plazuela de Quijana emerge una escultura, no recuerdo ahora si de Alonso Quijano o de Cervantes sentado, bajo unos árboles. En esos momentos unos empleados del Ayuntamiento limpiaban el jardincillo de hojarasca. Pegado al monumento reposaba una bicicleta tumbada, quieta con sus dos ruedas y su manillar, posiblemente de alguno de los empleados de la limpieza. En esos momentos no le hice una fotografía, y me arrepiento. ¿Cómo es posible que un pintor que pretende ser patricio entre sus contemporáneos no hiciera una fotografía de la bicicleta apoyada sobre Cervantes o don Alonso, una foto plástica, provocadora, del nuevo arte contemporáneo? Pero la imagen me trae la idea, y estoy en ello, en dibujar una pareja «donquijotesanchona» montados cada uno en bicicleta por los caminos de La Mancha, por esta región sin límites, que como ya escribiera Benito Pérez Galdós en 1873: «Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino, aquella tierra sin direcciones: pues por ella se va a todas partes». Es cierto, señor Galdós, La Mancha no tiene paredes, no tiene puertas al campo (Octavio Paz), no tiene murallas de montes que le angosten los pasos que deletrean las calles solitarias, los árboles con sus hijas sombras, cual rebaño de frescor, sus paisajes no son áridos sino amenos y labrados.

Entramos en el Ayuntamiento para pedir información turística. Una chica que escribía en el teclado de un ordenador, porque los ordenadores han llegado a todas partes, incluso al «Lugar», nos atiende muy amable. Nos dio un plano de la ciudad, que tiene un calendario de 2005, en el que se anuncia las actividades culturales con motivo de este sueño del IV Centenario. Ya tengo tres planos: el de 2001 y 2003 y este; los tres son diferentes. La actividad en este Ayuntamiento es frenética, suenan los teléfonos por todas partes, entran y salen vecinos por la puerta de cristales. Hace unos días se celebró el XII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, dirigido por Felipe B. Pedraza y coordinado por Pedro Padilla. Ayer, día 10 de mayo, se celebró un concierto en Argamasilla por la Banda de la Agrupación Musical Maestro Martín Díaz que dirigió Miguel Carlos.

Me hubiera gustado hablar largo y tendido con la Concejala de Cultura Noelia Serrano, sin embargo, hace más de diez años que no consigo hablar con político alguno, porque todos están o reunidos en los plenos o inaugurando algún polideportivo.

Usted, señor Azorín, ya nos contó ampliamente la historia de Argamasilla de Alba en el Capítulo III, «Psicología de Argamasilla», y yo no la voy a repetir, salvo algunas puntualizaciones: que se fundó en 1535 y obtuvo el título de villa en 1612, su término municipal es de 38.700 hectáreas y su población actual de 6.800 vecinos. Me consta que usted preparó muy seriamente su viaje, ya que tomó notas de las Relaciones Topográficas de los pueblos de España, mandadas por Felipe II en 1575. Me gustaría preguntarle de dónde tomó las notas, si del original que existen en la Biblioteca de El Escorial o de la copia que hay en la Real Academia de la Historia de Madrid, ya que estas relaciones no están publicadas, salvo una antología que hizo Juan Ortega Rubio en 1918. Lo más lógico es pensar que estuvo en la de la Historia, hoy en calle León, 21 (28014 Madrid), que se fundó en 18 de abril de 1738 por el Rey D. Felipe V.

La etimología del nombre de Argamasilla, pasa por ser, según Antonio Aradillas, por «argamasa» en alusión a un edificio mal construido, con mezcla de cal, arena, tierra y agua en tiempos del Gran Prior de la orden de San Juan, don Diego de Toledo de la Casa de Alba, aunque los primeros emplazamientos datan de 1198.

En febrero de 2005 se colocó aquí la primera piedra de la Ruta del Quijote en Camino de la Estación, donde empieza el corredor de la llamada eco ruta, por el presidente de la Junta don José María Barreda. Se han creado comisiones, comisarios, y no sé cuántas cosas más para que esta fecha sea el arranque de un principio. Por REAL DECRETO 1419/2004, de 11 de junio, se creó la Comisión Nacional del IV Centenario cuyo presidente de honor son Sus Majestades los Reyes de España.

Estos días amenos, con insuficientes tormentas furibundas, de mediados de junio, ha saltado de nuevo la noticia del problema de la sequía y del agua entre Murcia y La Mancha, el canal Tajo-Segura, es un canal de discordias y además huraño. Murcia de por sí es una región árida en el espacio climático donde menos llueve en España: se ha convertido en un vergel de huertas. Los manchegos se empeñan en no dar agua para los campos de golf: esto es un error, un campo de golf da trabajo a 40 personas durante todo el año, y un campo de lechugas da trabajo a 10 personas durante diez días. Y denuncian que dan más agua de la que reciben.



Ilustración: «La Rebotica de Argamasilla del Alba»




ArribaAbajoDon Rodrigo de Pacheco, semblanza de don Quijote

Sr. Azorín:

Con esta efemérides del IV Centenario, toda La Mancha se ha engalanado y se ha puesto «guapa», como suele decir ahora nuestra juventud. Se ha metido en obras y en argamasa, se nota la inversión pública. Ahora en 2005, y con la Constitución de 1978, esta región pertenece a la Autonomía que se llama Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha con capital administrativa en Toledo. La Junta ha organizado las celebraciones publicadas en el Boletín Oficial del Estado, Madrid, n.º 156 del 29 de junio de 2004, cuya comisión preside el Presidente de Gobierno don Luis Zapatero, y vicepresidente el Presidente de la Junta, y vocales de los Ayuntamientos más representativos (El Toboso, Argamasilla, la Universidad Castilla-La Mancha).

En el III Centenario (Gaceta de Madrid, Madrid, n.º 2, 2-01-1904), no hubo ningún representante de La Mancha porque Castilla la Nueva, la de las regiones, no tenían autogobiernos. ¿Acaso no existía La Mancha administrativamente, no existía acaso la Diputación Provincial de Ciudad Real? Se ve que no, que lo organizaron todo desde Madrid: entre ellos estaba el temido e influyente periodista Mariano de Cavia, de El Imparcial, que podía poner en jaque a un gobierno.

Actualmente hay dos iglesias y un Centro parroquial en Argamasilla, pero sin duda la iglesia que a nosotros nos interesa visitar es la doblemente luminosa de San Juan Bautista, donde el silencio tiene su asiento y su rosario, donde está el cuadro de don Rodrigo Pacheco, y darle noticias de lo que sucede estos días en La Mancha. La veo y examino desde la puerta del Ayuntamiento con su torre cuadrada, es poderosa, en dos vanos se ven las campanas de bronces nuevos que el tiempo ha arrebatado de su oración, y sobre ellas, rodeada en su mitad por una adarve con almenas, se alza, puntiagudo hasta pinchar el cielo, un pináculo cuadrado acabado en pirámide con pararrayos que conecta directamente con estos cielos manchegos, radiantes, zarzos, que transpiran encantamiento.

Aunque la iglesia se empezó a construir en 1542 por don Juan de Ornero, la torre no se construyó hasta 1913 por mediación del interés y las gestiones de Pedro José Menchén y Ramírez de Orellana, porque sin duda alguna, toda arquitectura tiene su tiempo de maduración y acabado. Al comienzo de la guerra civil en 1936, el templo -después de quemar las imágenes, destruir el retablo y llevarse las campanas- fue utilizado como garaje por los milicianos, y como era un garaje pues la portada de la capilla que daba a la carretera fue tapiada para ampliar la carretera, símbolo de progreso, infraestructura terrestre, que al parecer, no podía pasar por otro sitio; así se construye la historia de nuestro patrimonio, con improperios a la arquitectura que no se puede defender, piedras inocentes, vilipendiadas por intereses espurios de urbanizaciones e inmobiliarias que como alacranes se van comiendo el granito noble, vetustas, arcadas y arcos de triunfo romanos, temerosos testigos de nuestra mano criminal arqueológica. Porque sepa señor Azorín, que las piedras de los sillares de nuestras murallas, de nuestras iglesias, de nuestros puentes romanos, nos tienen pánico.

Nos sentamos en unos de los bancos de la Plaza de España. A mi espalda se sitúa la farmacia nueva. Abro el libro de La ruta..., por la pagina 99-100, en la que usted mantiene una exacerbada conversación con don Cándido; aseguraba el clérigo: «pues yo digo que don Quijote era de aquí; don Quijote era el propio don Rodrigo de Pacheco, el que está retratado en nuestra iglesia, y no podrá nadie, nadie, por mucha que sea su ciencia, destruir esta tradición». Y después de quedar usted convencido de que Alonso Quijano, el Bueno, era de este insigne pueblo manchego, se ha acercado a la academia de la rebotica.

Tocaba hacerle la visita de cortesía a don Rodrigo de Pacheco y sobrina, según la tradición, señora aristocrática que no sabemos cómo se llama, lo cual es siempre una descortesía. Entramos en la iglesia, cuyas columnas de cemento indican una restauración reciente. En esos momentos no había ningún grupo de escolares dentro, toda la iglesia era para nosotros. Como yo siempre empiezo por la izquierda, me encontré, apenas sin esfuerzos, en una amplia capilla, el famoso y visitadísimo cuadro de don Rodrigo Pacheco, no tanto como el Entierro del Conde de Orgaz en Toledo, donde además, en Toledo, hay que pagar una entrada, y que fue revalorizado por Rusiñor según José María Martínez Cachero, y también por los modernistas entre ellos usted, que escribió algo sobre el Greco, pero ahora no tengo a mano mis apuntes.

El esperado cuadro anónimo, dicen los expertos, que tiene semejanzas con el estilo de El Greco, por ello se le supone que sea de un alumno aplicado, fechado en 1601, aunque también cabría preguntarse si a los argamasilleros les interesa o no identificar al autor del caballero don Rodrigo Pacheco, modelo que muchos cervantistas han tomado como espejo de don Quijote; era marqués de Torre Pacheco, que habiendo sufrido una dolencia grave del cerebro fue curado por intercesión de Nuestra Señora de la Caridad de Illescas (Virgen que lleva el nombre de Illescas -Toledo- con fama de milagrera que fue pintada por El Greco entre 1603-04). Este es un cuadro donante o exvoto donde se ve a la derecha del espectador al caballero enlutado y a su piadosa sobrina: a los dos les ha llegado el luto y visten golas a la sazón de la época y tienen las manos en oración. Cuenta la leyenda que Cervantes conoció a este caballero en Argamasilla.

No hay conciencia de luz ni arde el chiporreo de mariposas o velas de ceras, ahora las velas son eléctricas y se encienden con mondas, no tiene iluminación, si bien, después, se nos enciende la luz de un foco como arte de magia: ha sido una mujer de esas que cuidan altruistamente las iglesias y que en Andalucía llaman betas. Es doña María, doña Rosario, doña Sacramento. Podemos admirar el cuadro alargado en su plenitud de colores, en la armonía de los ocres, tierras, alazán, tostados, rojos, y en la parte superior, salido de un color blanco virginal y mariano, entre dos cortinas pintadas y abiertas, se nos presenta una Virgen coronada con capa blanca sobre los hombros, cara encerrada en una toca de encajes. Sostiene a un Niño Jesús en los brazos que juega con una bola del mundo metálica; dos santos varones la custodian como costaleros, guardianes: uno es el patriarca San José con un báculo de oro en la mano, y el otro santo, calvo de larga barba alba, es el evangelista San Mateo con libro y pluma, como notario para dar fe y cuenta de los allí retratados o de la petición del caballero. Don Rodrigo es un hombre de unos treinta años, y junto a él su sobrina, dama ilustre con adornada gola de Flandes, coronada con diadema de oro, el pelo recogido, la mirada mística, enlutada con ricos terciopelos, y sus manos, desprendidas de cualquier joya, juntas en oración; posiblemente quien mandó pintar el cuadro. Me senté en un banco de madera oscura, tal vez nogal, con que están tallados los coros de las iglesias, que hay debajo del cuadro, y me hice la foto de rigor. Quizás pequé de protagonismo, pero este viaje lo llevaba preparando durante meses. Debajo del cuadro hay la leyenda del voto con letras incrustadas en oro, que dice:

«Apareció Nuestra Señora a este caballero estando malo de una enfermedad gravísima desamparado de los médicos víspera de San Mateo año MDCI encomendándose a esta Señora y prometiéndole una lámpara de plata llamándola día y noche de un gran dolor que tenía en el celebro de una gran frialdad que se le cuajó dentro».

Mientras mi mujer recorría las diferentes capillas, interrogué a la mujer que limpiaba las reliquias y sacramentos en el altar mayor y que hacía encendido la luz milagrosamente.

-La Virgen del altar mayor, ¿cómo se llama?

-Se llama la Virgen de Peñarroya, como la del castillo.

-Entonces la del cuadro no es la Virgen de Peñarroya -hago mi pregunta capciosa.

-No, no señor, es otra Virgen.

-El cuadro está muy nuevo, ¿parece restaurando?

-No, el cuadro que yo sepa no ha salido de aquí, siempre ha estado así en esa capilla -ha replicado doña María, doña Rosario, doña Sacramento.

Ramón Antequera es autor del libro Juicio analítico del Quijote, escrito en Argamasilla de Alba (1863), y escribe que descubrió: «en la capilla familiar, mandada edificar por don Rodrigo en los años 1600 a 1606, un retablo, uno de los cuadritos con que el agradecimiento y la devoción atestiguan un milagro». Por lo tanto si se finalizó la capilla en 1606, El Quijote llevaba un año en la calle. ¿En qué año estuvo Cervantes en Argamasilla?

El escritor chileno D'Halmar (Augusto Goéminne Thomson), diplomático y escritor, fue el primer chileno distinguido con el Premio Nacional de Literatura en 1942. En su libro La Mancha de Don Quijote (1934), recorrió los mismos lugares de la ruta y describió el cuadro con cuidado detalle.

Luego llegó a la Iglesia una legión de ruidosos escolares con su profesora guía, que empezó a explicar lo que yo acabo de contarle a usted.



Ilustración: «Cuadro Exvoto de D. Rodrigo de Pacheco (Argamasilla de Alba)». Anónimo




ArribaAbajoEn la prisión de Cervantes

Señor Azorín:

La casa de Medrano se encuentra en el número 7 de la calle Cervantes, aunque tiene dos puertas, la otra da a la calle Capitán Sánchez. En la puerta hay un letrero de azulejos incrustado en la pared que dice: «Centro Cultural casa de Medrano Prisión de Cervantes inauguración 23 de abril de 1999». La puerta conserva jambas y dintel de piedra y un escudo oval en la puerta de nueva construcción.

La casa es nueva, tiene oficinas, un gran patio interior que sirve para representaciones de teatro, dos sótanos o cueva como llaman a las bodegas para guardar vinos, que dice la tradición que fue la prisión de Cervantes donde empezó a escribir el Quijote. En los tiempos de Cervantes esta casa pertenecía a la ilustre familia lugareña de los Medrano y a principios del siglo XVII pasó a ser propiedad de un vecino llamado Juan Ginel. Era entonces un caserón manchego de dos plantas, edificado alrededor de un patio con corredor; tenía además otros patios y corrales y una cueva en dos niveles a la que se accedía (y se accede) a través del patio central por una escotadura. Aunque ya he comentado en otra ocasión que no hay constancia documental de que aquí estuviera preso Cervantes, porque las prisiones documentadas son las de Castro del Río en 1592, y la de Sevilla en 1597, y otra entre 1602 a 1603, que duró tres meses cuando Gaspar de Vallejo, magistrado de la Audiencia de Sevilla, le reclamó los 88.000 maravedíes que Cervantes le había condenado a unos agentes de Vélez-Málaga (del antiguo reino de Granada), por arqueo.

Usted, señor Azorín, no nos cuenta los pormenores del interior de la cueva, bien porque no estuvo dentro o porque se te olvidó mencionarla, aunque usted le cuenta a don Cándido en la página 98, que esa mañana ha estado en la casa prisión de Cervantes, y no nombra a Medrano. Usted le dice que los eruditos opinan que Cervantes no estuvo encerrado allí, don Cándido se llena de sorpresa y de asombro y de estupefacción. Y este clérigo exclama «¡Jesús! ¡Jesús!» llevándose las manos a la cabeza: «¿No me diga usted tales cosas, señor Azorín! Señor, señor, que tenga uno que oír unas cosas tan enormes!».

He de reconocerle que el diálogo de estas páginas discutiendo con el clérigo don Cándido es una obra maestra, que no me canso nunca de releer. Algo parecido me pasó a mí cuando llamé un día por teléfono a una conocida cervantista argamasillera, y le expuse lo que se comentaba, de que usted no estuvo en realidad en Argamasilla, sino que era un viaje literario.

-¡Cómo que no! Sí, Azorín estuvo siete días aquí, y además yo tengo ahora delante de mí una tarjeta postal enviada desde aquí. No, no lo dude ni por un momento, además hay fotos de la Fonda de la Xantipa donde estuvo alojado. ¡Qué cosas hay que oír!

-No, si yo lo digo por otros investigadores -tuve que aclararle, pero sirvió de poco.

En el año 1863 la casa fue adquirida por el infante don Sebastián Gabriel de Borbón, prior de la orden de San Juan, con el fin de desarrollar en ella actos culturales y otras actividades. Al morir el Infante don Sebastián de Borbón, su viuda vendió la casa. Fechas en que el editor Manuel Rivadeneyra trasladó aquí su imprenta, e hizo una edición del Quijote con un prólogo del dramaturgo español J. Hartzenbusch. Edición muy valorada por bibliófilos.

En 1970 pasa a propiedad municipal y es declarada Monumento Histórico-artístico en 1972. Ante su estado de irreversible deterioro en 1990 el Ayuntamiento de Argamasilla de Alba con la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha proyectan una remodelación del edificio, ejecutada por la Escuela-Taller «Casa de Medrano», y lo dotan de modernas y funcionales instalaciones para actividades culturales (biblioteca, galería de exposiciones, salón de actos, auditorio y otras dependencias). Junto a la cueva-prisión de Cervantes. Se sabe que el 21 de marzo de 1905 la casa sufrió un terrible incendio y al quedar casi en ruinas se reconstruyó con una sola planta. La cueva de los dos niveles había quedado intacta después del incendio. El Heraldo de Madrid dio la noticia que la había dado Fructuoso Coronado, corresponsal de Argamasilla, y tomo la nota de la página 306, del libro de Pilar Serrano de Merché ya referenciado (La Argamasilla que nos precedió, 2001):

«Acaba de declararse un violento Incendio en la casa donde estuvo preso Miguel de Cervantes Saavedra, o sea en la llamada casa de Medrano, donde, según la tradición...». Esta noticia fue aprovechada por el veterano periodista de origen aragonés Mariano de Cavia en El Imparcial del día 22 de marzo, donde se comenta sobre las contrariedades de Cervantes preso en Argamasilla, aunque luego es compasivo, y advierte que poco le importa a Argamasilla que la crítica le quite parte de la leyenda quijotil.

Cuenta este interesantísimo y documentado libro que los gastos del III Centenario en Argamasilla ascendieron a 370 pesetas, además de documentar las visitas de varios viajeros ilustres, como el ruso Vasili Ivanovich en la Restauración, ya que el libro Crónicas de España: de mis recuerdos de viaje (dos tomos) está editado en Moscú en 1888; el viajero y escritor estadounidense Augusto Floriano Jaccaci lo recorrió en 1890: este escritor está considerado por Rupert Croft-Cooke como el pionero en recorrer los parajes del Quijote; pero no es el primero, ya que tanto Esther Almarcha e Isidro Sánchez (Introducción a La ruta del Quijote, Centro de Estudios de Castilla-La Mancha 2005, págs. 23 y 34), han investigado que cincuenta años antes de Jaccaci, lo hizo el jienense José Giménez Serrano, denominado «Un paseo por la patria de Don Quijote», en Semanario Pintoresco español, Madrid (16-I-1848).

Con el III Centenario estuvo Rubén Darío (de vuelta a su país, Rubén Darío hizo una publicación en el diario La Nación de Buenos Aires sobre Argamasilla). También le nombran a usted, donde se habla largo y tendido y no faltan las refutaciones.

Veinte años después de su viaje, señor Azorín, lo hicieron muchos personajes, entre ellos los periodistas Juan Larrea y Francisco Prieto: La vuelta a La Mancha a pie, 1923, donde dicen sobre su libro: «La ruta no fue ruta, error grave de Azorín, haber puesto un título tan trascendental, tan prometedor a una obra que cuando más debiera haberse titulado "Algunos días en la Mancha" y tras alabar sus valores literarios le consideraron egocéntrico, en la que se cometían inexactitudes». (Pág. 29-30, 2005, de la introducción de Esther Almarcha y de Isidro Sánchez).

Una vez hemos franqueado la puerta de la Casa de Cultura Medrano, vemos un mostrador de información y turismo donde compré el libro de Pilar Serrano Merché, ya referido antes: ya tenía cinco libros. Una vez en el interior hay un gran patio de sillas, y un escenario donde se representan obras de teatro por el grupo Cueva de Cervantes. Cuando entramos había en su interior unos 100 colegiales, aprovechamos la ocasión para entrar a la cueva un grupo reducido y una ilustrada guía rubia. Se baja a cueva/prisión por unas escaleras de piedras, vemos un azulejo ocre en el dintel, la puerta abierta, dentro se muestra la blancura impoluta de la cal, el suelo de piedra, techo abovedado largo como dos autobuses, en la esquina de la izquierda un poyete que me invita al descanso, una mesa con banco, una espada atravesada en la pared, encima una lanza horizontal, y una bacía de bronce (gran coleccionista de bacías es el peluquero alicantino Luis Galera). Pero lo que más me llamó la atención y criterio, en aquel recinto carcelario, claustrofóbico y poético cervantino, fue la tronera enrejada por donde entra un rayo silencioso, cuadricular, una luz nueva, cervantina, soñadora. Esta misma luz que vio Cervantes, amiga, puntual, mensajera de los cielos. He sido subyugado, encantando por estas cuadrículas luminosas en la pared como símbolos más que señales que escriben jeroglíficos en la pared, y sí, lo afirmo, he visto parte de La Mancha, lagunas nocturnas, cataratas, llanuras como bandeja de plata, pero no hay en La Mancha, otra reja con este resplandor divino, de rayos fugitivos y que no cesan de dictar palabras y que tú, solamente tú has podido que copiar.

Incrustado en la pared hay azulejo: «12 de marzo de 1968, se firmó ahí el acta de la fundación del pintor manchego Gregorio Prieto (Valdepeñas 1897-1992), con el hombre del notario y del alcalde de Argamasilla de esos momentos don Gerardo Serrano». En el primer piso se abre la galería Gregorio Prieto, pintor valdepeñero, que en vida quiso unir su persona y su legado artístico a este lugar inmortal. Gregorio se encerró dos días en la cueva/prisión, buscando el dictado de la luz de la tronera y, allí, encerrado ideó crear la Fundación que conserva su valioso legado. Además quiso sellar esta unión con la donación de 17 obras al pueblo de Argamasilla que se pueden ver en esta galería. Este azulejo conmemorativo se adjunta foto.

En el centro de la prisión se abre una escotadura desde la que se baja a otra especie de cueva de menor cubicación, donde descansa muerta y maciza una gran tinaja y otro cartel de azulejos en la pared; es decir, que la cueva es de dos pisos.



Ilustración: «Tragaluz Cueva de Medrano»




ArribaAbajoRefutaciones a su viaje desde Madrid a Argamasilla

Señor Azorín:

Su libro La ruta..., es el más traducido y el más famoso de todos cuantos escribiera usted, un libro de poca extensión resultado de un carro, una mula y un lápiz, humildes instrumentos componen la flor de su obra cervantina, esos modestos instrumentos casi quijotescos por una región que los romanos llamaron Espartaria y que los árabes tradujeron por Manxa (tierra seca, productora de esparto). Vargas Llosa ya lo dejó escrito en su discurso de ingreso en la RAE en 1993: «Aunque hubiera sido el único libro que escribió, él solo bastaría para hacer de Azorín uno de los más elegantes artesanos de nuestra lengua...». ¿Sabe usted quién es Mario Vargas Llosa? Uno de los más importantes escritores hispanoamericanos actuales, escribidor peruano, como a él le gusta llamarse, autor de un celebre libro La ciudad y los perros (1962) con el que ganó el Premio Biblioteca Breve y Premio de la Crítica, y, además que se ha llevado todos los premios que hay en España, entre ellos el Cervantes en 1994, con el discurso: «La tentación de lo imposible» y es Académico. Me viene a la memoria el único libro del mexicano Juan Rulfo, ese libro que le dio fama universal, Pedro Páramo, y fue tanta la gloria que le dio y tanto el miedo a no escribir otra novela que le igualara que, asustado, no escribió más, aunque los relatos El llano en llamas, también son muy dignos.

Sin embargo, y perdón por mi atrevimiento, y después de haber leído su libro una docena de veces, me han llegado algunas dudas que se traducen en preguntas: ¿por qué está usted triste y melancólico por tener que hacer un viaje por encargo a la Mancha para escribir crónicas del III Centenario en «la cumbre», o sea, en El Imparcial de Madrid. En donde «sólo llegaban a publicar algunos felices mortales», o «accedían los aupados escritores», era como doctorarse en periodismo. Las crónicas se las iban a publicar, nada más y nada menos, que en la primera página, excepto la del décimo día; publicó desde el día 4 al 15 de marzo. Además el día 3 le presentaron muy bien: «El notable escritor Azorín colabora desde hoy en las columnas de El Imparcial». Nos repite usted por dos veces el sentir ante el viaje: «gesto de cansancio, de tristeza y de resignación» (línea 4 y línea 16), empieza uno a leer una crónica de abatimiento y melancolía, posiblemente debido a su desagrado a viajar, aunque los trenes le encantan, es sabido que ante un viaje uno se llena de miedos infundados. También nos dice que «tengo una profunda melancolía». Empieza diciendo que se encuentra en Madrid un cuarto diminuto, otras veces un modesto mechinal o habitación muy pequeña. Vive en una pensión de Madrid que regenta doña Isabel, la casera o patrona como se solía llamar antes, una anciana enlutada, limpia y pálida. No nos informa de si es viuda o casada. Nos la describe con detalle como es propio en estilo minucioso descriptivo de un paisaje íntimo; con sumo cuidado la modesta habitación: tiene tres o cuatro pasos, es cuadrada, hay una mesa pequeña, un lavabo, una cómoda y una cama, hay un balcón desde el que se ve un patio limpio y blanco. En Charivari, cuenta que desde la ventana de la habitación de su pensión veía usted la imprenta del periódico El Imparcial y muchas veces escribir a Mariano de Cavia.

Usted llama a gritos a doña Isabel, no se sabe muy bien para qué le llama; una anciana venerable, seguramente, me imagino que de pelo blanco liado en un mocho y su delantal largo a cuadritos de servilletas, que calza unas zapatillas gastadas por las puntas de ambos dedos gordos, sube a la habitación y mantiene una banal conversación con usted: ella pregunta que a dónde se marcha, puesto que ha visto «la maleta [de cartón] que aparece en el centro del cuarto» y le responde con pesar, entristecido y resignado, que no lo sabe. Luego ella le advierte casi como una enfermera de cabecera que «esos libros y esos papeles que usted escribe le están a usted matando». Quiera o no, aquí evoca usted a la locura a causa de las lecturas del molino de los libros: «En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro (sic), de manera que vino a perder el juicio» (Cap. I). Usted le responde a doña Isabel con sus altos ideales mesiánicos: «tengo que realizar una misión sobre la tierra». Esta respuesta implica la responsabilidad de una alta misión divina, la de un enviado, o la de un viajero en el tiempo, como la de un profeta elegido, un chamán, un vidente, un iluminado, pero usted comenta para sí que doña Isabel no comprende nada de esta misión.

Usted se siente condenado por tener que escribir, encadenado al destino de escribir cual Prometeo, y escribe: «con esta inquieta pluma que he de mover perdurablemente y con estas cuartillas que he de llenar hasta el fin de mis días».

Un suspiro largo, quejumbroso, lastimero de doña Isabel, «¡Ay, señor!», y que a ella le vale para recordar su propia infancia y adolescencia de algún pueblo muerto, sombrío. Este suspiro le evoca a usted el pensamiento de ella. Este es un artificio que me llamó la atención: describir los posibles pensamientos de su interlocutor. ¿Acaso su libro no es también novela psicológica? Y repasa la visión de los viejos pueblos y caserones vetustos, ese vocablo es repetidísimo por usted hasta dieciséis veces a lo largo de las 15 crónicas. Vetusto es una de las palabras del léxico usado por su amigo y protector Leopoldo Alas «Clarín» (1852-1901), en La Regenta: «Vetusta, la muy noble. y leal ciudad, corte en lejano siglo...», segundo párrafo de la primera página (Edición Alianza Editorial, n.º 8, Madrid, edición de 1978), que además de novelista fue un severo crítico literario, y que cuando usted llegó a Madrid en 1897 recibió «encomiástico juicio» del maestro. (Página 24 a la introducción de Una hora de España de José Montero Padilla).

Finaliza este su magistral I Capítulo «La Partida», sin duda una lección de narrativa y novela, con modestia: «yo soy un pobre hombre que, en los ratos de vanidad, quiere aparentar que sabe algo, pero que en realidad no sabe nada». Frase que nos recuerda al artículo de Marino Larra, con aquella frase: «Yo vengo a ser lo que se llama en el mundo un buen hombre, un infeliz, un pobrecillo...». («Artículos de Costumbres», El Pobrecito Hablador, 17 agosto 1832). Porque sin duda alguna usted fue un gran lector de Larra. Hoy en día, en 2005, esta forma de expresión suena a falsa modestia. Y es que uno escribe para que le quieran.

Yo tengo algunas dudas sobre su viaje desde Madrid a Argamasilla en tren, no sé si atreverme a preguntárselo, quizás por el respeto que le tengo a su libro; a pesar de que todas mis reticencias se asientan en que usted incurre en contradicciones. Según nos cuenta en La ruta..., sale de una estación de Madrid y que silencia, que debe ser la antigua de Mediodía, hasta Cinco Casas, que según dice en la pág. 83: «Argamasilla es Cinco Casas, pero todos le llaman Cinco Casas». Más adelante, al final de la página 84 una voz acaba de gritar: «Argamasilla, dos minutos». Lo que podemos pensar es que los viajeros que van a Argamasilla son avisados previamente en la estación de Cisco Casas para que bajen en ella.

Usted narra que una vez en la estación de Cinco Casas hay una enorme diligencia de las que encantaban a los viajeros franceses que llegaban a España. Al lado de la diligencia hay un coche venerable, un coche simpático, uno de estos coches de pueblo en que todos hemos paseado siendo niños. Este coche, le informa un viajero, «es de la Pacheca, una dama fina, elegante, majestuosa, enlutada, sale de la estación y sube en este coche». Usted toma la diligencia por la llanura y entráis en la villa ilustre, la distancia real es de 13 kilómetros, y se aposenta en la fonda de la Xantipa. Argamasilla no es Cinco Casas, en aquel tiempo no había tren hasta Argamasilla porque se construyó en 1914 hasta Tomelloso, gracias al político y escritor Francisco Martínez, y lamentablemente, suprimido al servicio de viajeros en 1971.

Bien, dicho esto, usted no sabe muy bien la distancia que hay entre Cinco Casas y Argamasilla, por ello toma una diligencia que no sabemos si está tirada por atracción animal o a motor de benceno, no nos cuenta nada de los viajeros que le acompañan en la diligencia, ni del conductor, ni cuánto le cuesta el billete.

Pero años después, usted confiesa en su libro Madrid (IV) de 1941, que «El viaje por la Mancha, siguiendo a don Quijote, es encantador. Viajo en un carrito tirado por una mula, que gobierna Miguel, carretero de Alcázar de San Juan, antiguo confitero -la suerte tiene estos viceversas- en la famosa Mahonesa de Madrid». Que debía ser una pastelería famosa de Madrid. Es decir, que usted no llegó a Cinco Casas, sino que se bajó en Alcázar de San Juan.

En 1958, el periodista Mariano Gómez Sanchos le hace una entrevista que publica en Diálogos literarios. Le hace una pregunta: «¿Cómo hizo usted el viaje»; a lo que responde «Solo -contestó el viejo escritor-. Es el viaje más pintoresco de todos cuantos he hecho. No era entonces fácil viajar en automóvil por los caminejos de la Mancha». Vuelve el periodista a la carga: «¿Lo hizo usted a pie?». Contestación: «No, alquilé en Alcázar de San Juan un carro pequeño. El equipaje que llevaba, una maleta, y dentro de la maleta una poca de ropa».

A 53 años del viaje ya no aparece el carretero de Alcázar, usted viaja solo con una maleta, y en Alcázar de San Juan alquila un carrito tirado por una mula. Entonces por qué nos cuenta que fue a Cinco Casas como si fuera Argamasilla, si no es verdad. Con el tiempo todas las mentiras se descubren. Por eso yo en estas crónicas voy a decir la verdad y sólo la verdad. Porque es sabido, que el lector quiere al escritor que más y mejor le miente y engaña, ya que el escritor es un mago de narración y no deja ver sus trucos. Pero yo no quiero mentir.

Usted viaja solo, sin carretero, nos los vuelve a confirmar en el siguiente diálogo que mantiene con don José Ortega: «Y diciendo esto, don José Ortega Munilla abre un cajón, saca de él un chiquito revólver y lo pone en mis manos. Le miro atónito. No sé que decirle.

»-No le extrañe a usted -me dice el maestro-. No sabemos lo que puede pasar. Va usted a viajar solo por campos y montañas. En todo viaje hay una legua de mal camino. Y hay tiene usted este chisme por lo que puede tronar» (Madrid, IV). Es evidente que don José Ortega no le asigna un ayudante ni le dice cómo ha de viajar. Por lo tanto no le acompaña ningún carretero, el llamado Miguel de Alcázar. Además esta sospecha es ratificada por José Payá en su artículo «Cervantes en Azorín», cuando escribe: «Con motivo de la conmemoración del III Centenario de El Quijote, Ortega Munilla le mandó realizar un viaje por la Mancha. Le entregó un carro, una mula y un pequeño revólver para el trayecto». Nada del carretero de Alcázar.

No le han pagado tanto como para contratar a un ayudante. Se nos va desvaneciendo la posibilidad de Miguel el carretero de Alcázar como guía y escudero. Su escudero era el pequeño revólver que le entregó don José Ortega Munilla. Ahora mis preguntas lógicas son: 1.º) Si es verdad que el carretero fue con usted, ¿cuánto le pagó al carretero por los 15 días de viajes? 2.º) ¿Dónde dormía el carretero si vivía en Alcázar? ¿No podía ir y venir desde Alcázar todo los días porque los separaba 60 kilómetros de distancia? 3.º) ¿Estaba casado o soltero el carretero? Quince días con el carretero dan mucha conversación. 4.º) Tenía cuadra la fonda de la Xantipa, y si es así, que era lo lógico, debía tener «un mozo de campo y plaza, que así ensillaba mismo ensillaba el rocín como tomaba la podadera» (I, I) que cuidara de darle el pienso a la mula. «A las seis de la mañana, allá en Argamasilla ha llegado a la puerta de mi posada Miguel, son su carrillo». ¿Dónde había dormido Miguel si vive y es de Alcázar?

Hay otras contradicciones en el animal de tiro: en La ruta... nos dice en el capítulo VII: «Y yo he subido en un diminuto y destartalado carro; la jaca -una jaquita microscópica- ha comenzado a trotar vivaracha y nerviosa». Más adelante: «la jaca corre desesperada, impetuosa». Bien, no es lo mismo una jaca (yegua o caballo de pequeña alzada) que una mula, como cualquiera puede distinguir.

Además me queda otra pregunta: ¿cómo se traslada usted de un punto a otro, acaso no sería en las diligencias que tanto gustaban a los franceses y que unía a los pueblos? Usted iba solo. Si el carrito lo conducía usted, el asunto de aparejar y desaparecer a la mula tiene sus mañas y es trabajo de arrieros y hay que conocer el oficio y el trato con las testarudas acémilas; estos animales también comen, tenían y tienen su cartilla ganadera y su documentación y sus nombres propios, y a veces, se ponen tan tercos que les cuesta obedecer o se le mete una piedra dentro del casco y qué hace usted. Usted, un hombre de ciudad, elegante, de traje con doble cruce, no sabe gobernar un carrito con mula por los caminos manchegos. Por lo tanto he de sospechar que hizo el viaje unas veces en tren y otras en las diligencias de los pueblos. Por qué nos miente, nos miente porque todo lector necesita que le disfracen la realidad, más humorístico, más asombroso a los lectores que esperan aventuras forzosamente como en toda novela, y su libro es crónica y novela.

Hace unos días, de este mes de junio he visto en la televisión a un señor que está realizando la ruta con carrito y mula, lleva provisiones, un jamón de pata negra y duerme en el carro.

-¿Tú que crees, cariño? -le pregunto a mi mujer que es una persona sumamente práctica-. ¿Azorín viajó en carro tirado por una mula o no?

-Si yo hubiera ido a la Mancha en aquel tiempo lo hubiera hecho lo más cómodo posible -responde mi mujer con suma claridad, porque ella nunca miente.



Ilustración: «Azorín en La Mancha»




ArribaAbajoEn la casa del bachiller Sansón Carrasco

Sr. Azorín:

En su libro de La ruta..., no hay referencias al bachiller Sansón Carrasco, hijo de Bartolomé y vecino de este kilómetro cero de La Manchega, que flota sobre una gran laguna subterránea de un Guadiana tímido que se ruboriza y esconde sus melenas de olas resentidas, y se zambulle bajo tierra y luego abre los ojos por las Tablas de Daimiel. Por «El lugar» cruzan de paso dos canales de riego, el llamado de Avenamiento y el del Gran Prior, este último pasa por debajo de la plaza de la Constitución, antiguamente había incluso una lagunilla, a las afueras, como se aprecia en la fotografía (Blanco y Negro, Revista Ilustrada. Especial III Centenario, Madrid, 731. Fototeca CECLM, y reproducida en la página 60 de la edición de La ruta... por el Centro de Estudios Castilla-La Mancha, 2005). Es importante hacer estas reseñas para argumentar mi hipótesis de Argamasilla como la Venecia de La Mancha, si sus canales fueran navegables.

En la calle de los Académicos se encuentra la fachada ocre sucio, embrutecida, y descarnadas argamasillas rojizas, huesos más que piedras de la casa de Sansón Carrasco, o lo que queda de ella. Tiene una puerta prehistórica, rajada, gris, desvencijada; abandona al mundo de la literatura y al mundo de la realidad de este centenario que el Ministerio de Cultura, cuya ministra, andaluza lozana, de cuyo nombre me acuerdo pero que no me apetece ahora nombrar, ya que en tierras de hidalgos furiosos uno tiene capacidad para decir si acordarte o no acordarte de algo, sobre todo cuando el trigo temprano o el alcacel verdea y te trastorna... El Ministerio dispone de 30 millones de euros, lo que equivale a unos 5.000 millones de pesetas, para acometer esta manga empresa, invencible empresa, universal empresa del Centenario, para reformar y reforzar la historia de la fantasía más grande jamás contada. En el 2002, cien escritores eligieron en una encuesta organizada por el comité del premio Nobel las cien mejores obras de la literatura universal, y don Quijote encabezó la lista, sin embargo esta ilustre y noble casa del bachiller, espera como una vieja cepa a ser arrancada y quemada en el hogar de algún diablo urbanístico.

En la calle de los Académicos, cruzando el paso de cebra, pasaba un grupo de japonesas con sombreros y las mochilas al hombro y las cámaras en bandolera y la sonrisa puesta. Habían llegado en autobús, se me vino a la cabeza lo muy apreciado que es Don Quijote en el Cipango de Francisco Javier, por el mito de su locura genial, el ridículo que hace sin sentir vergüenza ajena, ya que para un japonés sentir vergüenza es uno de sus pecados capitales, otro es el sentimiento de deuda, quizás porque son prototipos de eficacia. Admiran la libertad de comunicación porque don Quijote habla sin parar; los japoneses, en cambio, piensan mucho lo que van a decir, ensayan, no improvisan, respetan las tradiciones. ¿Qué les gusta a los orientales de don Quijote? ¿Es el viaje, es lo burlesco, es la osadía, es el teatro? ¿Es don Quijote un samurai loco? Porque ellos se ríen de lo que a nosotros no nos hace gracia.

Para este IV Centenario se han realizado dos traducciones al japonés, uno es la del catedrático Toky Ogiuchi de la universidad de Tokio Keizcel, editado en un papel especial resistente al tiempo y al agua. Uno de los pintores japoneses afincados es España que ha realizado obra quijotesca es el artistas Chiaki Korikoshi. El poeta japonés Mato Basho se aproxima al estilo humorístico de Cervantes en sus hai-ku. Los japoneses conocieron por primera vez a don Quijote y a Sancho y a Sansón Carrasco en 1885 de una traducción parcial inglesa, donde se decía que Cervantes era francés.

En China se publicó en 1922 como Biografía de un espadachín caballeresco mágico, de la primera parte. Con la Revolución cultural hubo irrupción de todo cuanto venía de fuera y no fue hasta al muerte de Mao (1976), cuando se reanudó una reapertura cultural. En 1978 la escritora Yans Jiang hizo la primera traducción completa. Los chinos y japoneses están interesados en España, sobre todo por el vino, en la feria de Fenavin se habló de las relaciones comerciales con China, Chen Yu Zhai, segundo secretario de la Embajada de China en Madrid, dijo que China importa el 20% del vino que consume.

El bachiller Sansón Carrasco, que fue quien contó que la primera parte ya andaba en libro en Salamanca, se burla de la traducciones del Quijote con sentido satírico en un diálogo: «y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca» (II, 3). Entre la I y la II parte de El Quijote existe un espacio temporal de novelación de un mes, y un tempo real de 10 años, por ello es dificultoso entender por el lector que la primera parte ya anduviera en libros.

Cuando las japonesas de seda y jade se han marchado avergonzadas de la fachada ocre sucio de la casa de Sansón Carrasco con su pasito corto y sus sonrisas milenarias, yo miro, yo olfateo por la rendija de la vieja puerta prehistórica y yo no veo la parra ni el aljibe que se cuenta tiene dentro, yo le hago una foto, como se puede ver, una foto a la selva de maleza que se deleita en el patio interior devorando las piedras, las maderas resecas, el soportal, abrazada a las piedras que un día vieron los fantásticos y furibundos ojos de Sancho Panza: «-Pues yo voy por él -respondió Sancho. Y dejando a su señor, se fue a buscar al bachiller, con el cual volvió de allí [su casa] a poco espacio [de tiempo], y entre los tres pasaron un gracioso coloquio» (II, 2). Es decir, que Sancho fue a casa del bachiller para pedirle que le acompañara a casa de don Quijote, donde los tres tuvieron un coloquio, a raíz de que Sancho se había enterado de que había llegado el bachiller a «El Lugar», el hijo de Bartolomé Carrasco, que venía de Salamanca, hecho bachiller, quien le contó que andaba ya en libros la historia de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Y al contarle esto, don Quijote dijo que seguramente el autor de esa historia ya escrita sería algún «sabio encantador». Entrados en una plática de si el autor era el moro y otras explicaciones, Sancho se ofreció a traer al bachiller hasta la casa de don Quijote.

En el coloquio del siguiente el narrador hace un retrato semblanza del bachiller Sansón Carrasco, al que describe:

«... no muy grande de cuerpo, aunque muy gran socarrón; de color macilenta, pero de muy buen entendimiento; tendría hasta veinticuatro años, carirredondo, de nariz chata y de boca de donaire y de burlas...» (11, 3). Frente al parque de los Derechos Humanos podemos contemplar una escultura de pie en tierra del bachiller...

Aunque actualmente para salvar o menguar esta pena honda, negra, vergonzante, le han puesto el nombre de Sansón Carrasco a una casa de calle Batanes de Argamasilla, Centro de Salud y Hogar de la 3.ª Edad o edad de los sentados en los parques.

El bachiller Sansón Carrasco, que según don Quijote es «perpetuo trastulo [bufón] y regocijador de los patios de las escuelas salmanticenses, sano de su persona, ágil de sus miembros, callado, sufridor así del calor como del frío, así como de el hambre como de la sed, con todas aquellas partes que se requieren [cualidades] para ser escudero de un caballero andante». (11,7), acuerda con el cura, el barbero «por voto común de todos» como se explica en el (11, 16), dejarle salir a Alonso Quijano porque era imposible detenerle en «El Lugar» por más tiempo, pensaron que Sansón Carrasco le saliese al camino como caballero andante y le retara previo pacto de que el vendido quedara a merced del vendedor, con la cláusula de que el vencido no saliese en dos años en aventuras. Por ello Sansón, le anima a la tercera salida para una vez en el campo retarle, por ello soltó unos elogios: «¡Oh flor de la andante caballería! ¡Oh luz resplandeciente de las armas!...». Acaba con una especie de conjuro o maldición para quien impidieran esta salida con: «... que la persona o personas que pusieren impedimento y estorbaren tu tercera salida, que no la hallen en el laberinto de sus deseos, ni jamás se les cumpla lo que mal desearen». (11, 7), y además se ofrece como escudero, lo cual sienta muy mal a Sancho. Era razón suficiente para que al anochecer salieran en su tercera salida don Quijote y Sancho dirección al Toboso, y luego para Zaragoza, aunque nadie comprende cómo, para seguir hacia Zaragoza, vuelve desde el Toboso a baja por los campos de Montiel, casa del Caballero del Verde Gabán, Lagunas de Ruidera y Cueva de Montesinos hasta salir por Ossa de Montiel (retablo de Maese Pedro) de la Mancha camino de Zaragoza por pueblo del rebuzno, que los cervantistas sitúan en el pueblo de El Bonillo, provincia ya de Albacete.

Los argamasilleros están muy orgullosos de que Cervantes situara el domicilio de don Quijote y el de Sancho en «El Lugar», y que empezara a escribirlo en la prisión/cueva de la casa de Medrano, sin darse ellos cuenta que Cervantes eligió este lugar para burlarse de ellos, y provocar la risa en el lector de aquella época acostumbrado a que las historias de los caballeros acontecieran en lugares tan rimbombantes como los lugares de Palmerín de Inglaterra, Amadís de Gaula (Gales), Roger de Frecia, o en Constantinopla o en Trapisonda. Cervantes debía poseer, por la experiencia vivida, una mente artístico-plástica, y se dio cuenta que la provocación es una de las cualidades del arte, de todas las artes. Sin embargo, no lo deben de estar muy orgullosos de que el bachiller lo fuera también de allí, porque lo que se puede ver en una fachada ocre sucio, supuesta casa, que siempre ha pertenecido a un apellido Carrasco. La casa tiene patio que da pena, ya lo he comentado antes. Un patio que sin ser descrito por Cervantes sí pone en boca del narrador en el capítulo 7, cuando el ama, habiéndose enterado de la resolución de la tercera salida, toma un manto y va a casa del bachiller: «Hallóle paseando por el patio de la casa...». Patio que desde la desvencijada puerta, por una rendija puedo ver, iluminado, donde la selva lo abraza y la hiedra enfurecida lo devora.

El Caballero del Bosque o de los Espejos afirmó que entre sus aventuras había vencido a muchísimos caballeros incluyendo entre ellos al gran Don Quijote de la Mancha. Don Quijote al oír esto se hizo el tonto para más tarde Sansón confesara su propia mentira. Al ver que este no lo confesaba y se emperraba en su mentira, Don Quijote le retó a un duelo en el cual el caballero que saliese vencido obedecería al vencedor. Luego vendrá la batalla o la justa entre don Quijote y Caballero de los Espejos que toma como escudero a Tomé Cecial, y como era de esperar don Quijote le vence y al Caballero de los Espejos con el humorístico final de que cuando le quita el yelmo para ver si era muerto, es cuando se asombra al ver que el caballero tenía la misma cara que su amigo Sansón Carrasco, y piensa: «Todo ha sido artificio y traza de los malignos magos que me persiguen... se previnieron para que el caballero vencido mostrase el rostro de mi amigo el bachiller». El pobre bachiller y el escudero con los huesos rotos buscaron a una algebrista (médico que encaja los huesos), que los cervantistas sitúan en el actual pueblo de Membrilla. Esta fue el único encuentro donde don Quijote salió vencedor. La dama del Caballero de los Espejos era Casildea de Vandalia porque era andaluza y los vándalos eran de allí, como los tareslos o tartessos. En los capítulos dedicados al caballero del Bosque y de los Espejos que es el mismo caballero, usa Cervantes la técnica de ocultarnos el sujeto, y es al final que nos da una explicación de quién era este caballero. Es como en la gramática japonesa: se oculta el sujeto hasta el final de la oración, lo cual es todo lo contrario a la sintaxis española o castellana, que debe presentar al sujeto desde el principio.

En el Testamento de Don Quijote (11,74), nombra albaceas: al cura y al bachiller, y les deja dicho que si su sobrina Antonia Quijana casare con hombre de quien no se halla hecho información la desheredará, y parece haber un guiño o buen ver del casamiento de su sobrina con su amigo el bachiller, que en buen criterio le hace un epitafio.

Es mí parecer que el personaje del bachiller sería el 4.º personaje después de Dulcinea, además quien continuará la estirpe de don Quijote si es que éste y la sobrina se casaron. Otros autores han encontrado que Sansón Carrasco era clérigo de grados y corona. Andrés Trapiello ha continuado con esta historia.



Ilustración: «El bachiller Sansón Carrasco (Argamasilla de Alba)»




ArribaAbajoTomelloso, la viña de la Virgen

Señor Azorín:

Jamás había visto tantos viñedos en una bandeja de tierras planchadas como en Tomelloso. Yo, aunque soy manchego de nacimiento, crecí en una zona vinícola de uvas moscatel y vidueñas en la zona montañosa del Mayarín entre los términos de Torrox, Frigillana y Cómpeta, de las comarcas de la Axarquía malacitana. Mi padre no era vinicultor, sino pastor, pero era propietario de viñas, y mi tío Antonio era el aparcero, tenía que darle cada año dos arrobas de vino del que cosechaba como pago al arriendo. No era gran bebedor, sin embargo tomábamos nuestros vasos en buena conversación y atento oído. Mi padre no compraba vino y cuando se le acababa y yo pregunto por el vino, mi padre me decía: «Hijo, ¿sabes una cosa?, que en la tiendas también venden vino». Porque la verdad es que yo compraba poco o casi nada.

De Argamasilla de Alba sale una línea recta que parece vía germinal entre la calima y las alas de los ángeles, si no hubiera sido hecha por la mano del hombre, en forma de calzada romana asfaltada bajo un cielo verde «vidificante» hacia Manzanares, el pueblo donde se cuenta que aparece la bella y misteriosa Marcela, porque aquí el cielo se torna mar y toma el color de la vid con embrujo diablesco que emborracha. Dice usted que Manzanares está a cinco leguas de Argamasilla: la distancia real es 38 kilómetros, donde según su relato de la página 155, crónica XV, escribe: «se cuentan mil casos de sortilegios, de encantamientos, de filtros, bebedizos y manjares dañosos que novias abandonadas, despechadas, ha hecho tragar a sus amantes. Sin embargo nosotros no vamos a Manzanares, ya lo conocemos, sino a Tomelloso. Usted, seguramente, pasó por Tomelloso en su particular ruta manchega, pero sin detenerse según La ruta... Es importante ciudad manchega capital del vino, que derrama vino, que muere por el vino como el Lazarillo de Tormes, tiene casi 30.000 habitantes, le llaman «La viña de la Virgen».

Usted nombra cuatro veces a Tomelloso en La ruta... Dos veces en el capítulo V, cuando dialogó con don Cándido sobre las dudas de que Cervantes estuviera preso en la cueva de Medrano, y este discreto clérigo contesta: «... pero no se me oculta que estas ideas arrancan de cuando Cánovas del Castillo iba a Tomelloso y allí le llenaban la cabeza de cosas en perjuicio de nosotros. ¿Usted no conoce la enemiga que los del Tomelloso tienen a Argamasilla?». Indudablemente la rivalidad tribal entre los pueblos colindantes siempre ha sido manifiesta en todas las provincias de España, no va a ser esta vecindad una excepción, aunque es cierto que desde que se organizaron los territorios por Autonomías (Constitución de 1978, Título VIII, De la organización territorial del Estado) se ha creado un sentimiento de patria y región. Las cinco provincias de Castilla-La Mancha: Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Toledo, se rigen por la vía del artículo 143, aunque cada Autonomía tiene sus estatutos. La tercera vez que nombra a Tomelloso es en la crónica VI, cuando nos habla de Juana María, y usted mismo que no se ha atrevido a preguntarle de dónde era especula con las posibilidades de su naturaleza: «¿Es manchega Juana María? ¿Es de Argamasilla? ¿Es del Toboso? ¿Es de Puerto Lápice? ¿Es de Herencia? La cuarta vez en crónica XV, «¿Qué me decís de esta exaltada fantasía manchega? El pueblo duerme en reposo denso, nadie hace nada; las tierras son apenas rasgadas por el arado celta: los huertos están abandonados; el Tomelloso, sin agua, sin más riegos que el caudal de los pozos, abastece de verduras a Argamasilla, donde el Guadiana, sosegado a flor de tierra, cruza el pueblo y atraviesa las huertas; los jornaleros de este pueblo ganan dos reales menos que los de los pueblos cercanos». Creo entender que el pueblo que gana dos reales menos debe ser Tomelloso por el contexto de la frase, aunque tengo ciertas y ligeras dudas.

A Tomelloso le rodea hoy en día un cinturón industrial importante, tanto es así que los ecologistas en acción solicitaron al Ayuntamiento una Ordenanza de Medio Ambiente que evite la emisión de sustancias contaminantes a la atmósfera y al agua, procedentes de determinadas industrias de transformación; actividades extractivas de áridos con fuerte impacto paisajístico sin las adecuadas medidas correctoras; existencia de un vertedero municipal ilegal, carente de las más mínimas medidas de seguridad ambiental y con evidentes peligros potenciales para la salud de los ciudadanos; problemas derivados del crecimiento urbanístico y del tráfico de automóviles dentro del casco urbano; deterioro de los parques públicos como consecuencia de la inexistencia de un programa operativo de mantenimiento y conservación.

De Argamasilla a Tomelloso existen dos carreteras que distan unos 8 kilómetros: una circunvalación de la N-310 y otra que a pasa por el norte-oeste de la ciudad. Los viñedos son monocultivo; el viñedo está en ciernes en esta primavera, los marjales (montañas de piedras de los recogimientos), más algunas manchas de olivos y algún lejano y pétreo bombo. Como dice Antonio Aradillas, el diestro de La Mancha, si el resto de La Mancha está asentada sobre una gran cisterna de agua, Tomelloso lo está sobre una gran cisterna de vino, un lago de vino apretado en cubas y tinajas. Según los datos que manejo ahora de la guía del diestro, pág. 101, la región castellano-manchega es el mayor viñedo del mundo, ocupa 769,800 hectáreas y produce uno 20 millones de hectolitros, y tiene 11 Denominaciones de Origen.

Estas arterias asfaltadas son dueñas de un próspero e importante tráfico de camiones y vehículos, las casas de labranza con parrales, el pino y las grandes tinas, los pozos aislados. Mi mujer llevaba el mapa de carreteras abierto por esta zona.

-No mires que nos la pegamos -regañó mi mujer por mirar yo su mapa mientras conducía.

-Me parece que estoy perdido, yo no quiero entrar en Tomelloso, sino coger la circunvalación y pasar de largo.

-Pues tendrás que dar la vuelta porque te has equivocao, como siempre -mi mujer ya sabe que últimamente soy un peligro al volante, menos mal, que al menos, en este viaje todavía no me han multado.

-No, que no, que es por aquí...

Nosotros no entramos en Tomelloso porque ya lo conocíamos, estuvimos en un viaje anterior, en el 2003, y lo vimos detenidamente, y como no quiero pasar de largo por la memoria, le contaré a usted algunas novedades de Tomelloso.

Si en 1552 tenía 30 vecinos y pertenecía a Socuéllamos, ahora tiene 30.000 y es Ayuntamiento. Uno de sus atractivos más famosos después del vino es el Museo monográfico del pintor Antonio López Torres, el tío barbudo del también famoso pintor realista Antonio López, sin García, porque decir Antonio López, ya es suficiente, es como en aquellos años del franquismo decir Antonio el bailarín, ya no había que añadir más.

Es curioso cómo la portada de la edición de José María Martínez Cachero de Cátedra, n.º 214, reproduce una ilustración de un cuadro de Antonio López Torres, titulado «Podador manchego», un óleo de 1946, y al que le he hecho un dibujo homenaje. Este pintor retrató muy bien los lugares y las costumbres de la zona, como las bodegas de vino, y las faenas propias de los viticultores, las geométricas líneas de parras y los bombos. Otro pintor de Tomelloso es Antonio Carretero. Otro lugar por visitar es el Museo del Carro.

Pero uno de los personajes que no podemos dejar olvidados de Tomelloso es Francisco Martínez Ramírez, conocido por «El Obrero», político y escritor que editó un periódico llamado El Obrero de Tomelloso. Uno de los expertos y estudiosos de la figura de este ilustre tomelloseño singular es Francisco Alía Miranda, historiador y Vicerrector del Campus de Ciudad Real: comenta en un homenaje que fue un personaje adelantado a su época y que luchó durante toda su vida por conseguir una sociedad mejor y más próspera y justa no sólo desde ámbitos políticos sino también sociales, a través de la reforma de la mentalidad pasiva de la época. Francisco Alía no dudó en calificar a «El Obrero» de liberal, moderno, emprendedor y luchador; se le atribuye la construcción del ferrocarril Cinco Casas-Tomelloso, con parada en Argamasilla, en 1914.

Otros nombres para recordar son el escritor García Pavón y el poeta Félix Grande, que aunque nació emeritense se crió en Tomelloso, aunque a los veinte años pasó a Madrid. Siempre se nos ha presentado Tomelloso como un pueblo con poca historia, cuyas raíces no llegaban más allá del año 1531, pues hasta esta fecha no se tiene constancia del definitivo Tomelloso. Sin embargo, aunque todavía quedan muchas sombras que iluminar sobre el oscuro pasado, hoy muchos historiadores están de acuerdo en que los orígenes de Tomelloso se remontan a los tiempos prehistóricos (cultura «Las Motillas»).

La popular Feria y la Romería se celebran cada año del 24 al 30 de agosto. Comienza la noche del 24 con la proclamación de las Madrinas de la Feria, ofrenda floral a la Virgen de las Viñas, bendición de los primeros mostos y lectura del pregón inaugural en la Plaza de España. A continuación, junto al recinto ferial, millares de vecinos se congregan para contemplar la popular «pólvora» (gran espectáculo de fuegos artificiales).

Pasado de largo Tomelloso por una amplia travesía, empiezan obras de una autovía que construyen hacia Toledo por Madridejos y Mora por la antigua CM-400. Pasos elevados en construcción, maquinaria pesada y caminos, cortes de carreteras y el señor de STOP en la mano diestra. Pasamos Alameda de Cervera, y a uno siete y ocho kilómetros vimos en el horizonte un cerro, sobre el que vimos los primeros molinos de viento.

-Cariño, mira allí. ¿No querías hacerte una foto con los molinos? Pues allí los tienes, cuatro hermosos gigantes blancos -advierto a mi mujer mientras baja unos grados el aire acondicionado del coche.

-Son como montañas de sal en Santa Pola -exclama ella-. Desde luego que sí, no había pensado yo.

Sobre un cerro a nuestra derecha se ven cuatro gigantes que no son molinos, sino mayordomos manchegos, molinos románticos, encalados y nuevos como si el tiempo hubiera sido indulgente con ellos. Bajaba un coche, lo que nos confirmaba que podíamos subir motorizados al cerro, y así lo hicimos por una estrecha carretera asfaltada hasta lo que era una era (tenía ganas de encontrarme con estas palabras juntas). Los molinos no funcionan pero tienen música interior, sus aspas parecen trastes de guitarras escrupulosamente calladas, paradas, en silencios: los silencios son parte de la música. Se elevan unas antenas de radio que como columpios de ondas se comunican por las redes de La Mancha y del mundo. Al bajar del coche saludamos al molino llamado Rocinante, con letras de azulejos encima de la puerta cerrada, porque cada molino tiene su nombre y tiene alma. Junto al coche encontré una rueda de molino muerta de unos dos metros de diámetro con orificio de un eje en su centro geométrico, con la forma y el color de un queso curado gigantesco. Al hacer le primera foto el carrete se rebobinó, se cerró la máquina de carretes como por un encantamiento. Esto sí que era una contrariedad, la digital tiene el problema de las cargas que duran poco tiempo, al menos la mía. No había molinero, pero a esto que llegó un motorista con una motocross y su casco, haciendo un ruido tremendo, más que en el episodio de los batanes, y aparcó junto al muro de la era. Allí, imprudentemente sacó el teléfono móvil y empezó a hablar, venía un aire chivato y nos enterábamos innecesariamente de su conversación, como si a nosotros nos importara su vida íntima y privada. Me escandalicé.

-¿Esto no es posible? Venir hasta aquí para oír móviles. Deberían de estar prohibidos. Yo quiero mi espacio vial, mi espacio fantástico, mis sueños realizados.

-Parece que estamos en el autobús -añadió mi mujer.

Allí se levanta como una fuente, un vértice geodésico protegido y penado por ley, y el paisaje se desparrama, es tan extenso que uno tiene miedo a que los ojos no te respondan, que sean cobardes de mirar e incapaces de ver a tanta distancia. Toda La Mancha se viene a mis ojos, plana, extensa, rica, formidable, verde y ocre, lejanísimos montes violáceos como de cartón. A lo lejos la construcción de la nueva autopista y los camiones de juguete con sus remolques y sus palas. Al norte Alcázar y Campo de Cripta con sus casas blancas y sus molinos cual mozas vestidas de primera comunión.

Bajamos del cerro de los 4 mayordomos y muy cerca sale la CM.3105 para Campo de Criptana, pero nosotros íbamos a Alcázar de San Juan para comprar un carrete y hacer algunas compras.



Ilustración: «Podador manchego. 1946. A. López Torres»




ArribaAbajoAlcázar de San Juan, nudo ferroviario

Señor Azorín:

La historia de Alcázar se pierde en la edad de piedra como bien dice una señera histórica de la ciudad. Usted también creyó en la posibilidad de que, sin bien Cervantes había nacido en 1547 en Alcalá de Henares, fue bautizado en la iglesia de Santa María la Mayor de Alcázar de San Juan el 9 de noviembre de 1558. Esta idea del Cervantes de alcazareño ha sido desmentida. Se supone que Miguel de Cervantes nació el 29 de septiembre de 1547, porque se piensa que como el día 29 es San Miguel, le pusieron el santo del día como era y es costumbre en algunas zonas de las dos Castillas, de ahí algunos nombres tan pintorescos además de impronunciables: Eutimio, Agapito o Etelvino... Teorías que más adelante trataremos o intentaremos de dilucidar. Tiene 26.022 habitantes en el censo de 1998, ahora de tener quinientos más.

Como se nos había acabado el carrete de fotografías en el cerro de los 4 mayordomos manchegos, nuestra prioridad era comprar uno en Alcázar de San Juan, entramos en la ciudad y con muy buena suerte, la suerte del novato, fuimos directos a encontrar el parking subterráneo, cuya boca de lobo se abre en la plaza del Ayuntamiento. Una vez el coche en el pesebre, subimos por la escalera de peatones con gran contento, porque nos habíamos evitado el problema de aparcar y además estábamos en el centro de la ciudad. Desde allí veíamos la torre de una iglesia cuyo ojo gigante nos daba las doce y media.

Preguntamos por un lugar de venta de material fotográfico. Una pareja de jóvenes de ochenta años nos mandaron a una tienda de regalos, que estaba allí mismo en la plaza, y créase señor Azorín que estos negocios lo regentan los chinos, los dos dependientes eran chinos, todos los artículos a precios muy económicos, un carrete Kodak, 1.60 céntimos de euro, seguramente fabricados en algún lugar de Taiwan o de Hong Kong. Los chicos chinos se han hecho amos del comercio de tejidos y de zapatos. Mientras yo pagaba mi carrete, mi mujer recorrió la tienda en un momento e hizo unas compras para no variar, regalos, que nunca falten, y como la famosa pareja «donquijotesanchesta» es internacional, había figura Made In China.

Como era la acertada y apacible hora del aperitivo entramos en un bar junto a la tienda de los chinos, y nos sentamos a la mesa circular junto al hueco de una columna de forjado. Pedí un vino tinto y una tapa de queso en aceite, y mi mujer un mosto con frutos secos.

-Cariño, cómo te metes en el cuerpo todo ese queso rancio con ese aceite que no sabemos el tiempo que lleva ahí en la bandeja de la barra.

-Es por probar las joyas de La Mancha: vino con queso de oveja.

-Nunca me haces caso y luego que si tengo tripa.

La verdad es que a mí me chifla el queso picante de oveja en aceite, aunque también es que cualquier tipo de queso me hace feliz, hasta el de Cabrales, porque tengo la misma costumbre que mi padre, que antes de acostarse se llevaba a la boca unos pezones de queso, y es que cuando te acuestas con un trozo de queso en la boca sueñas con pastoras griegas en el monte Olimpo.

-¿Dónde puedo comprar queso como este? -le pregunto al camarero.

-Ahí, en la esquina hay una tienda de embutidos que tiene muy buen surtido -se anticipó un cliente, sin darle tiempo al camarero a contestarme.

Cuando salimos del bar nos encontramos en la plaza con un monumento de bronce, el famoso don Quijote de Alcázar que con lanza y adarga arremete con su caballo en una aventura, y al lado Sancho prudente montado en su rocín. La acometida de don Quijote, parece esculpida con toda la intención para semejar al escudo de armas de Alcázar donde se ve a un caballo acometiendo con su lanza a un castillo, que podría transmutarse en un molino de viento si a usted le parece bien la metáfora. Los alcazareños están convencidos y nadie les baja de su convencimiento de que Miguel de Cervantes nació en Alcázar, desde que alcazareño, sobre todo, desde que don Francisco Lizcano y Alaminos publicó en 1892 un libro apócrifo con el largo título: Historia de la verdadera cuna de Miguel de Cervantes Saavedra y López, autor de Don Quijote de La Mancha, con la metamorfosis bucólica y geórgica de la dicha obra, vida y obra del Príncipe de los Ingenios españoles, con una refutación analítica de las biografías de este autor se han impreso hasta el día, en el que expone una partida de bautismo de un tal Miguel, hijo de Blas Cervantes de Saavedra y de Catalina López, fechada el 9 de noviembre de 1558 en la parroquia de Santa María la Mayor de Alcázar. Hallada en 1758 y se publicó en 1776, con letra al margen atribuida a don Blas Antonio Nasarre, erudito y bibliotecario en la que dice: «este es el autor de la Historia de Don Quijote de La Mancha». Me hubiera gustado entrar en la iglesia para poder ver la pila bautismal donde se encuentra una estela que da fe de que allí se bautizó a Miguel de Cervantes Saavedra el 9-11-1558. Esta versión quedó desmentida por un erudito ensayo de Rodríguez Marín aparecido en septiembre de 1955, titulado: «Cervantes y Alcázar», en el que se dice que la ceguera de Lizcano es sorprendente: el Cervantes alcazareño tendría menos de catorce años en octubre de 1571, y mal le hubiera confiado Francisco de San Pedro, capitán de la galera Marquesa, el mando de doce soldados durante la batalla de Lepanto. Incluso ante esta versión, arguyó Lizcano, que los antiguos no reparaban en minucias tales como la corta edad de Miguel. Por ello esta versión no se sostiene. Se habló de la burda falsificación de dicho documento alcazareño para ligar a esta tierra con el nacimiento de Cervantes.

La polémica se cerró argumentado que Miguel nació en Alcalá de Henares en 1547 pero que le bautizaron años después en 1558 en Alcázar, porque como se dudaba de la limpieza de sangre, del linaje de nobleza la familia y antigüedad como cristianos, porque el abuelo paterno se había establecido en Córdoba, y se le suponía judío converso, y los padres no quisieron bautizarlo allí no fuera a ser que, por ser tierra de refugiados moriscos, se le confundiera y manchara su linaje. Cervantes era cristiano nuevo. Yo no creo que se bautizara Miguel a los once años de edad.

El de Oliva, don Gregorio Mayans, primer biógrafo de Cervantes, en La vida de Cervantes Saavedra (1737), dice que nació en Madrid, y que tanto Sevilla como Lucena pretenden que Miguel naciera allí. La patria de Cervantes es España. Defiende la parte de Esquivias don Tomás Tamayo de Vargas, varón eruditísimo, quizá porque Cervantes llamó famoso a este lugar, pero el mismo Cervantes se explicó diciendo: «por mil causas famoso: una, por sus ilustres linajes, y otra, por sus ilustrísimos vinos».

Lo cierto es que no hay constancia documental de que Miguel naciera el 29 de septiembre de 1547 en Alcalá de Henares. Sin embargo, lo que sí existe es la partida bautismal hallada tras la iniciativa del benedictino Fr. Juan de Iriarte Martín Sarmiento, donde se da fe documental de que fue bautizado el 9 de octubre de 1547 en la iglesia de Santa María la Mayor de Alcalá de Henares. (Folio 192 del libro primero), del calendario Juliano. Y se presupone que, por la proximidad de su onomástica con el día de San Miguel (29 de septiembre). Habría que tener en cuenta los cambios del calendario gregoriano o actual, que se conformó el jueves 4 de octubre de 1582 para que pasase a ser el viernes día 15 de ese mes y año, y corregir el desfase de las estaciones.

Entramos en la recomendada tienda de embutidos, pequeña, de esas que cuidan la calidad y atienden al cliente como un médico de pago.

-Buenos días, ¿a cómo están los quesos? -los quesos «puestos como ladrillos encajados», tenían el aspecto de legados del archivo de un juzgado, todos cerrados y empapelados, con sus etiquetas y números de diligencias, encausados, gladiadores dorados, dispuestos a salir a la arena del sacrificio de bocas exquisitas y delicados dientes, porque el queso manchego está en la cumbre de los derechos del hombre, son como los derechos fundamentales de la gastronomía, necesarios en toda comida que se precie; es el oro amarillo.

-¿Y los mostachones, a cómo están? -preguntó mi mujer, que como es andaluza se cree que está en Triana, en Antequera o en Vélez-Málaga, u otros pueblos donde los mostachones son la especialidad de muchas reposterías, mostachones para el desayuno.

-Son tortas de Alcázar, tienen fama -contestó el dependiente con ganas de descifrarnos sus secretos-, salidas antaño de las cocinas de los conventos, tortas bizcochadas hechas de harina, huevos, azúcar y canela (bizcochaos). Pero también tienen sus secretos: el pastelero que las hacía, mandaba al aprendiz a tomarse un vino en el momento en que él le iba a echar el secreto de las tortas; cuando se murió se lo llevó consigo.

A mí me gustaría oír que los había inventado un pastelero llamado Miguel que fue en su juventud confitero en la Mahonesa de Madrid, pero no, parece ser que son originarias de los conventos de Santa Clara.

A mí me quedaba preguntar si se llamaba Miguel, pero llegaron unos amigos del dependiente y ya no fue ocasión de hacerlo. Me quedaron dudas sobre el carretero de Alcázar.

En el kiosko de prensa compré Lanza, Diario de La Mancha, es el número 20.692, Año LXII, al precio de 1 Euro, para convencerme de que hoy es 11 de mayo. El titular de primera plana dice: «Más de 90.000 turistas visitan la provincia en el primer trimestre. La entradilla: La promoción del IV Centenario y la Ruta del Quijote aumentan hasta un 13,5% el número de pernoctaciones». Datos aportados por Juan José Fuentes, delegado de Información y Turismo. En las noticias de Ciudad Real se dice que Gabriel Gallego Sánchez-Gil fue reelegido ayer secretario general de Comercio, Hostelería y Turismo de CCOO en el II Congreso Provincial de la sectorial. En la sección de Teatro se anuncia que Verónica Forqué interpretará la vigente obra de García Lorca Doña Rosita la soltera, el día 13 en el teatro Municipal Quijano de la capital. En Alcázar se anuncia que el día 14 Martín Taffarel impartirá la lección literaria «Claves de la ficción en el Quijote». Quien pudiera asistir, pero nuestro acomodo, nuestro destino es buscarle a usted por tierra de La Mancha.

Alcázar es un nudo ferroviario, nunca mejor dicho, que ahoga a la ciudad y la estrangula. Desde aquí parten las líneas para Andalucía y para Valencia por el llamado corredor del Mediterráneo: Alicante y Murcia, y también a Cataluña. El tren para Ciudad Real parte desde Manzanares. Ciudad Real no tiene envidia de trenes porque por su provincia pasa el Ave a casi 300 kilómetros por horas. Créaselo, los trenes ya no andan sino que vuelan. Alcázar es una ciudad sitiada por el ferrocarril, su estación es un edificio de ladrillo visto, donde continúa la famosa Fonda Museo (actual cafetería de la Estación) decorada con los 1.000 azulejos sevillanos. Usted no entró en la Fonda Museo del Ferrocarril de Alcázar ni en la sala de espera, de lo contrario nos hubiera comentado los azulejos del zócalo de la sala cafetería: son mil azulejos sevillanos fabricados en 1875 con diferentes escenas pintadas a mano, a modo de cliché de una película, con toda la obra del Quijote. Una verdadera joya del mosaico andaluz. En el primer azulejo vemos un retrato de Cervantes y en el siguiente la primera frase: En un lugar de la Mancha...

Al final de su libro aparece el artículo «Pequeña guía para los extranjeros que nos visiten con motivo del centenario» que es un artículo suyo: «The time they lose in Spain», que había sido escrito un año antes en 1904 para el diario España, y que usted se lo atribuye a un imaginario y extraño doctor Dekker que vive en Madrid y está encantado pero no deja de hacer anotaciones en su «diminuto cuaderno» el tiempo que tardan los españoles en servirle y lo que tardan los tranvías.

Salir de las redes líneas férreas de Alcázar me costó, porque siempre cuesta salir de una ciudad asediada en la que has encontrado acomodo. Tomamos dirección levante hacia Campo de Criptana.



Ilustración: «Don Quijote en Alcázar de San Juan»



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