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Para comprender mejor la magnificencia del presbiterio hay que tener en cuenta la riqueza de ornamentación que tienen las columnas de los cuatro arcos torales que forman como el palio que abriga tanta maravilla. Las columnas de estos arcos se hallan decoradas también con lienzos entre los cuales hay algunos de gran mérito artístico, por ejemplo una Dolorosa en la parte baja y pared interna de la columna derecha del arco inmediato al presbiterio. El cuadro que debió hallarse en la columna izquierda como correspondiente a éste debió también ser de igual calidad; pero no existe, ha sido sustituido con otra tela que representa el paño de la Verónica, horrible como pocos. La Dolorosa es pintura española del siglo XVII y debe ser de uno de los buenos maestros de aquella época: todo en ella es magnífico: su dibujo, su color, la técnica con que está tratado el rostro y la mano que es una maravilla. Esta tela es, sin duda, una de las indiscutibles joyas pictóricas que tiene el templo.

También llama la atención el cuadro que está en la columna derecha del arco toral sobre la que se apoya el púlpito, precisamente encima de la escalera. Representa al beato Juan de Parma, franciscano, leyendo un libro que tiene abierto entre las manos. No reconocemos en este cuadro ningún pincel quiteño de la época, de modo que debe ser también español; no así el que se halla a su frente y que figura a una santa con un angelito vestido de rosa al pie. Este es muy quiteño como todos los demás cuadros de las columnas.

Todo este conjunto de cuadros y labores talladas y doradas que llenan las columnas, las dovelas y las archivoltas de esos arcos hacen del crucero y del presbiterio del templo franciscano, una obra de veras única y maravillosa.

El altar tiene permanentemente un frontal precioso dividido en cuatro cuadros, cada uno ocupado por una tela que representa a los arcángeles San Miguel, San Gabriel, San Rafael y al Ángel de la Guarda. La pintura no es de lo mejor, pero el marco de madera en que están encerradas esas cuatro telas, es obra de un arte fino y prodigioso. Es una taracea en que se han formado labores de excesiva delicadeza mediante el empleo de maderas finas de diversos colores. Trabajo lleno de buen gusto, propio para completar la riqueza de un templo como el de San Francisco, verdadero museo del arte colonial americano.

No son menos hermosos que el altar mayor, los dos altares laterales consagrados al Corazón de Jesús el de la izquierda y a San Antonio de Padua el de la derecha. El primero fue dedicado en su principio a la Purísima Concepción. Con ese nombre se le conoció largo tiempo y con ese consta en los libros del Archivo. Sus retablos son preciosos y de gran riqueza. Pequeñas son las diferencias que los distinguen; pues clara es la semejanza que su autor quiso en ellos poner como para no dañar la armonía del conjunto en tratándose de dos obras que su colocación requería que fuesen en lo posible iguales.

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Como en el del altar mayor, en los retablos laterales a que aludimos se conserva la misma línea arquitectónica; aún se dijera que fueron ideados por el mismo artífice y concluidos por los mismos ejecutantes. Encima de un gran basamento levantado hasta una altura doble de aquella en que se ha colocado la mesa del altar, formado de diversos compartimentos según la sinuosidad de la línea de construcción, se encuentran seis columnas anilladas a la mitad de su altura y decorados la base, el anillo y el collarín; pero no estriadas como las del altar mayor. Cuatro de ellas están duplicadas a cada lado del gran tabernáculo que forma el centro del retablo y en el cual está una imagen del Corazón de Jesús, y las otras dos separadas hacia el término del retablo para dar lugar a que entre las primeras y éstas sean colocadas dos estatuas, una de San Joaquín y otra de Santa Ana sobre sus correspondientes repisas. Corre encima de estas columnas de orden compuesto por su capitel, un entablamento cuyo friso es graciosamente decorado con una greca trabajada en hueco. Termina el conjunto con un segundo cuerpo formado por una decoración que abraza una hornacina central en la que se halla colocada la Virgen Madre sentada en un sillón a la manera como en el siglo XIII representaban en España a la Madre de Dios. Como buena española, la estatua tiene cabellera de pelo natural. Forman parte de la decoración de este segundo cuerpo las dos ventanas que se hallan en la parte alta de la pared en que se encuentra el retablo; pues han sido igualmente adornadas y cubiertas completamente de madera tallada, pintada y dorada. Al pie de la estatua del Corazón de Jesús y formando una especie de moldura se halla en todo el contorno de la parte baja de la hornacina una especie de mariola de plata, formada con once candeleros unidos por escudos del mismo metal en cuyo centro debieron hallarse como dentro de marcos, unas miniaturas pintadas tal como existen en un objeto semejante en la capilla del comulgatorio, o talvez pedazos de espejo57.

El altar de San Antonio es, como dejamos dicho, bastante parecido al anterior, no tiene diferencia mayor sino en el segundo cuerpo, en el que se abre una gran hornacina que contiene una de las mejores obras de la escultura quiteña: el grupo de la Asunción de la Virgen por Caspicara. Son también graciosos los dos grupos de media talla policromada que representan pasajes de la vida del santo y que se hallan colocados a uno y otro lado del retablo, debajo de las repisas que sostienen dos preciosas estatuas. El tabernáculo en que se halla San Antonio es cubierto de vidrios fabricados en Quito; la estatua es muy hermosa y descansa sobre un rico pedestal de plata el que, a su vez, se asienta sobre una base de madera tallada. Formando cohorte debieron encontrarse cuatro estatuas, dos a cada   —[Lámina XXV]→     —82→   lado del santo, como lo demuestran las repisas que hoy se hallan vacías58.

La Asunción de la Virgen

Quito. Convento de San Francisco -Coristado-. Miguel de Santiago. La Asunción de la Virgen.

[Lámina XXV]

El antipendium de la mesa del altar que es muy bien tallada, se halla adornado en su centro con un cuadro pintado a todo color sobre la madera, y que representa el mismo pasaje de la vida del santo que se halla en el grupo de media talla que está a la izquierda del retablo. Aunque destruida la obra, por lo que queda puede verse que debió estar muy bien pintada.

Cerca del altar de San Antonio y a la puerta de entrada de la Capilla Villacís se encuentra un retablo muy hermoso con una sola hornacina en la cual hay una mala estatua de un Ecce Homo. Pertenece el retablo a la sepultura del capitán Julio Días Candilejo y del Alférez Domingo de Andramuño, como reza la inscripción que rodea un escudo de nobleza que forma también un solo conjunto decorativo con el retablo que lo sostienen a los lados dos espléndidos embutidos con figura de ángeles. El ornato que termina la extremidad inferior de estas figuras realiza una forma decorativa muy en armonía con el conjunto del retablo lleno de líneas sumamente caprichosas. Corona al retablo un cuadrito pequeño pintado en tela y encerrado dentro de la decoración del mismo.

Junto a este retablo se halla una gran puerta cerrada por dos hojas de madera tallada, de estilo renacimiento, y que da entrada a la Capilla de Villacís, monumento arquitectónico que con la sacristía es de lo mejor que tiene el templo franciscano. Posee una armonía de líneas que contrasta notablemente con el resto del edificio.

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La Capilla de Villacís, así llamada porque la fundó y dotó el comisario don Francisco de Villacís en 1659, según rezan las inscripciones que se hallan alrededor del escudo nobiliario que allí existe y en dos tablitas de los extremos inferiores del retablo, es un edificio que, en su mayor extensión, mide 15.68 metros de largo por 7.44 de ancho. Consta de dos cuerpos iguales: separados por un arco: el primero tiene una bóveda esférica sencilla que remata en una linterna; el segundo lleva cúpula con cuatro tragaluces redondos y una linterna. La bóveda de la cúpula está adornada con tres saledizos circulares, de mayor a menor, formados de molduras y ménsulas. Reposa esta cúpula sobre cuatro arcos de medio punto y bajo de ella se encuentra, en la pared fronteriza a la puerta de entrada de la capilla, un precioso retablo; a la izquierda, la puerta de la sacristía y al frente de ésta, la estatua del fundador de la capilla. El retablo que es muy rico se compone de tres cuerpos superpuestos y un remate; cada cuerpo está dividido en tres espacios por columnas de caprichosa forma o embutidos: los espacios de los extremos están ocupados con telas de escaso mérito y los del centro por estatuas en   —[Lámina XXVI]→     —83→   hermosos nichos. El remate tiene un cuadro pequeño de Cristo Crucificado, encuadrado en una rica moldura flanqueada por enormes ramos de frutas. Todo el retablo es dorado. La puerta de entrada a la sacristía es un verdadero monumento artístico, un modelo de arquitectura renacentista por su estilo puro, sus admirables proporciones y su maravillosa decoración de una sencillez de línea sin parecido. Las puertas de madera como el jambaje obedecen a un solo motivo ornamental. Al frente de esa puerta hay otra exactamente igual que está cegada en parte hasta la mitad de su altura para dar cabida al sepulcro del comisario, encima del cual se encuentra su retrato, de tamaño natural, hecho en madera y policromado. Se halla de rodillas sobre un cojín rojo, con las manos juntas y cubierto con el manto blanco de la Orden de Santiago. A un lado ha puesto en tierra el chambergo. La figura se destaca sobre un fondo de paisaje pintado en el muro, y un cielo del cual se ha desprendido un ángel que, acompañado de un grupo de querubines, viene hacia la figura del comisario Villacís. Encima de una y otra puerta se encuentra una ventana de piedra, como las puertas; pero de estilo barroco. La que está encima del sepulcro se halla cubierto con el escudo nobiliario, labrado y pintado en madera, de la familia Villacís, la otra da aire a la sacristía.

Iglesia de San Francisco

Quito. Iglesia de San Francisco. La puerta de la sacristía en la Capilla de Villacís.

[Lámina XXVI]

Dignas de la capilla son también la puerta de entrada que se halla en la iglesia y la de salida al claustro bajo del convento. La primera recuerda en su conjunto a las dos que dejamos descritas y la otra es una maravilla que hay que verla del lado del convento para apreciarla en todo su valor. Sobre dos pilastras de orden jónico, decoradas con almohadillado, se levanta un arco semicircular con un doble tímpano: triangular el de los extremos, que descansa sobre un cojinete adornado con una roseta al medio, y circular el del centro: éste más alto, aquel más bajo y ambos interrumpidos. Sobre el tímpano triangular y en sus extremos, reposan dos estatuas. Cierra la puerta una hermosa reja de madera, de una sala hoja, con su correspondiente tarjeta semicircular. La raja se divide en una parte central compuesta de cuatro espacios rectangulares que llevan un calado de lacerías circulares de estilo muy italiano, rodeados y divididos de otros espacios llenos de pequeños baluartes de verja a manera de barrotes. La tarjeta consta también de dos partes: de una inferior que consiste en un ornato en forma de concha marina y de otra superior, compuesta de seis espacios que lleva cada uno un balaustre de verja igual a los de la hoja de la puerta. Como decíamos, esta puerta en su conjunto es de puro estilo italiano y recuerda a las usadas en Venecia en los siglos XVI y XVII.

La capilla tiene en el contorno de sus paredes interiores un precioso zócalo de azulejos, fabricación hispano-árabe ejecutada en Cuenca, sin duda alguna, en donde en los tiempos coloniales existían fábricas de loza fina59. Puede fijarse la fecha de estos adornos   —84→   en 1676 guiándonos por lo que dejamos dicho en nuestro anterior capítulo cuando hicimos mención del altar que existía en la portería del convento. Las placas son todas de un solo tamaño, cuadradas pero las labores que tiene cada recuadro del zócalo son distintas. La ornamentación posee mucha valentía en el modelado y está tratada con una gran comprensión del efecto que estaba destinado a producir.

Frente al altar principal hay un jube o tribuna larga de madera tallada y dorada con una reja preciosa de arabescos, de estilo barroco, que termina con una decoración de imbricaciones en su parte baja y apoya sobre una simpática ménsula de piedra.

La Capilla posee cuatro telas, que decoran sus paredes. Las dos más grandes, que representan la Asunción y la Ascensión, ocupan gran parte de las paredes laterales que soportan la bóveda del primer cuerpo de la capilla y bajan, llenándola completamente, siguiendo la forma del arco y de las pilastras que lo sostienen. Las dos pequeñas, colocadas a un lado y otro de la ventana en donde se halla el escudo, se recortan siguiendo también la forma del arco que sostiene la cúpula del segundo cuerpo y terminan en la línea del nacimiento del arco, encima de la puerta cegada en donde se halla la tumba del comisario Villacís. El modo cómo están colocadas las telas y su forma especial nos hacen creer que ellas fueron hechas con destino a los sitios que ocupan. Aún mas, el estado en que hoy se encuentran nos procuran un indicio de que la Capilla de Villacís debió ser decorada con revestimiento de madera tallada y dorada: no lo fue por cualquiera causa; pero esa debió ser la intención del comisario o la de los que la proyectaron. Esos cuadros, expresamente trabajados para, aquellos sitios, reclaman molduras, marcos, cornisas, y el pequeño resto de pared   —85→   escueta que allí queda, pide la decoración escultórica de los revestimientos en madera. Esos cuadros que, por otra parte, son muy bien pintados, no debieron ser encargados para ponerlos en las paredes sin el marco más ordinario, sino para formar parte de una gran decoración. Ni es posible que el comisario Villacís, teniendo como tenía un sitio arquitectónico mejor que el de la Capilla de Sta. Marta o del comulgatorio, haya querido ser menos magnífico que Rodrigo de Salazar, que levantó en ésta tres hermosos retablos, aunque inferiores, al único que tiene la Capilla de Villacís. Además, lo tosco e inconcluso de las bóvedas indican también que tenían de ser adornadas con revestimientos de madera semejantes a los que decoraban las bóvedas correspondientes a los altares de las naves laterales de la iglesia.

Los cuadros grandes -La Ascensión del Señor y La Asunción de la Virgen- debieron ser de las hermosas pinturas que tenían los franciscanos. Decimos debieron ser, porque hoy se encuentran retocados, si no mucho o completamente, lo necesario para quitarle su belleza. Quedan sin embargo algunas partes intactas por las cuales se alcanza a comprender el valor artístico de aquellas obras. Las dos son del mismo pincel y de la misma mano. En el uno, Cristo sube al cielo rodeado de ángeles que en su derredor revolotean, mientras lo contemplan -desolados- su Madre y los doce Apóstoles. En el otro, María es llevada por los ángeles al Paraíso mientras los discípulos de Jesús y las santas mujeres se agitan, llorosas, en medio de la tumba vacía. La composición de ambos es muy bien concebida, los grupos bien resueltos, el colorido armonioso, aunque pobre, las figuras perfectamente dibujadas y todo pintado largamente, con un dominio perfecto de la técnica y con gran fuerza y virilidad. En uno y otro cuadro, las cabezas de los grupos bajos que no se hallan retocadas son espléndidas y nos hacen recordar su ejecución y colorido las de los profetas de Gorívar, a quien con mucha probabilidad pertenecen estas dos telas magníficas. Aún las arrugas de ciertos vestidos y mantos de los personajes delatan la manera de Gorívar, con la diferencia que como las figuras son algo más grandes que el natural, todo en los cuadros está tratado con un sentimiento más amplio y más libre y sin ese acabado que tiene en los profetas, como que Gorívar sabía el objeto que debían tener sus cuadros. No habíamos conocido desnudos pintados por este gran artista; ha sido preciso conocer estas telas y examinar de cerca aquellos cuerpos de ángeles en que las dificultades del escorzo se hallan resueltas con asombrosa facilidad y las carnes pintadas con verdadero encanto, para saber de lo que era capaz Gorívar. Es lástima, volvemos a repetir, que se hubiere retocado gran parte de los desnudos, precisamente, y con una tosquedad propia de mano inhábil y de espíritu antiartístico. El corazón se enciendo en ira ante un crimen semejante. En algunas partes se ha cubierto completamente la pintura original, de manera que para valorizar el mérito de lo que se ha perdido es preciso ver de cerca las figuras que no han sido tocadas. Así, por ejemplo, para juzgar lo que fueron los desnudos de los ángeles es necesario ver en el cuadro de la Asunción   —[Lámina XXVII]→     —86→   el grupo central sobre el que descansa la Virgen; allí se distingue, aún desde la tribuna, una pierna en escorzo que es todo una maravilla, como lo es también el brazo del apóstol que en ese inmenso cuadro levanta el sudario que envolvió el cuerpo de María, cuando se hallaba en el sepulcro, que en ese momento los discípulos de Jesús lo encuentran vacío.

La Anunciación

Quito. Sacristía de la Iglesia Franciscana. La Anunciación. Cuadrito en madera que es todo un primitivo de la escuela quiteña.

[Lámina XXVII]

Felizmente nos consolamos al pensar que pronto irá por allá la mano del restaurador a revelarnos muchas maravillas que ocultó la ignorancia con cinismo inconcebible.

Inferiores a estos, son los dos cuadros más pequeños que decoran la parte superior de la puerta en que se halla la tumba del comisario Villacís. Representa el uno El Nacimiento de Cristo y el otro, la Transfiguración. Este cuadro ha servido sin duda de fuente de inspiración a Don Joaquín Pinto para el que, con el mismo tema, compuso y obsequió al presidente Don José María Plácido Caamaño y que éste se lo llevó consigo a Europa, en donde debe sin duda existir.

Fieles a nuestra tesis, creemos que debieron ser colocados otros dos cuadros iguales a estos encima de la puerta de entrada de la sacristía, a un lado y a otro de la ventana que sobre ella se abre. Pero no hay tradición de ello, ni entre las viejas telas que existen diseminadas en el convento hay algunas que corresponden a ese sitio, excepto dos que hoy están colocados junto a la puerta de entrada al refectorio en la Sala De Profundis y que hasta hace dos años se hallaban en la sacristía, precisamente en el reverso de la pared de la entrada, a los lados de la ventana de piedra. Suponemos que estos serán los que faltan en la Capilla de Villacís; pues que la Sacristía, según lo afirman las crónicas antiguas del convento y lo dice también el P. Compte, tenía adornadas sus paredes con grandes lienzos al óleo, «representando unos los principales hechos y milagros del taumaturgo franciscano San Antonio de Padua, y otros a los señores obispos religiosos, hijos o moradores de este insigne convento»60. Es más probable que estos lienzos hayan sido de la Capilla de Villacís. Representan: el uno a los beatos Raimundo Lulio y Pedro Romano, mártires, y el otro a Santa Margarita de Cortona y beato Bartolomé de San Gemeniano. Ambos lienzos se encuentran retocados; pero a juzgar por lo que queda de la primitiva pintura, son de distinta mano y el primero debió de ser muy bueno, según lo manifiestan las cabezas de segundo término que no han sido retocadas: ellas acusan una técnica valiente, desarrollada con dominio y arte. Se hallan con sus respectivas molduras y esto confirma nuestra opinión de que los otros cuadros de la Capilla de Villacís tuvieron también sus molduras correspondientes, como lo dijimos más arriba.

En la parte baja de la capilla hay una bóveda subterránea, a la que se penetra por una escalera. En esa bóveda que es de cal y canto y que recibe luz de un hueco abierto en el pavimento de la capilla, y que se lo cubre con una piedra, se encuentra el cementerio   —87→   de la familia Villacís. Más hacia el lado de la iglesia y cerca de la puerta de entrada a la bóveda del cementerio franciscano, hay otras dos bóvedas que se habían construido para la servidumbre de aquella familia. La puerta de entrada al cementerio franciscano61 es curiosa: está situada en la pared lateral de la izquierda y es de una sola pieza de piedra que se la mueve muy fácilmente con una barra. Está decorada con una orla del cordón franciscano, en el centro el escudo de la orden y debajo dos carteles: el uno con la representación de las cinco llagas de Cristo y el otro con la de los clavos y corona de espinas de su pasión. Él todo es una pieza muy curiosa.

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Al lado izquierdo de la iglesia está la Capilla de Santa Marta hoy llamada del Comulgatorio. Como dijimos, esta Capilla la fundó e hizo Rodrigo de Salazar, natural de Toledo, tan tristemente célebre en los primeros días de la Colonia. Asesino alevoso de Pedro de Puelles que en 1547 gobernaba Quito a nombre de Gonzalo Pizarro, recibió del presidente la Gasca como premio de su hazaña la gobernación de Quito y la encomienda de Otavalo que tenía Puelles62, y la gobernación de Zumaco en Oriente63, logrando reunir una inmensa fortuna hasta llegar a ser considerado en 1573 el más rico vecino de Quito junto con Francisco Ruiz, Martín de Mondragón y Lorenzo de Cepeda. Sus haciendas, casas, estancias y ganado eran avaluados entonces en cincuenta mil pesos. Hombre malo con sus propios indios, la Audiencia de Quito le quitó la encomienda por los maltratos de que estos se quejaban y la adjudicó a la corona64. Tuvo en su matrimonio con doña Leonor de Valenzuela, un solo hijo que después profesó en San Francisco y se llamaba fray Alonso de Salazar, predicador famoso, nacido en esta misma ciudad. Vistió el hábito franciscano el 13 de octubre de1571. «Cuando había de predicar, dice el P. Compte, ya se prevenían los fieles con tres días de anticipación, ocupando en los templos lugares a propósito para oírle. Siempre tenía un numerosísimo auditorio, pues gozaba entre los de su tiempo la fama de elocuente y de celosísimo del bien de las almas»65.

Hemos querido considerar a fray Alonso de Salazar como hijo de Rodrigo de Salazar y no a fray Bernardino de Salazar, que son los dos únicos de este apellido que registra el libro de profesiones religiosas que se conserva en el archivo del monasterio; porque éste vistió el hábito el 31 de enero de 1573 y aquél, como dejamos dicho, el 12 de octubre de 1571. Ahora bien: la relación anónima   —[Lámina XXVIII]→     —88→   sobre La Cibdad de Sant Francisco del Quito, hecha en 1573 en Madrid y reproducida por Marco Jiménez de la Espada en el Tomo III de sus Relaciones Geográficas de Indias, dice: «Rodrigo de Salazar no tiene más de un hijo, y ese profeso de la Orden de San Francisco». Si pues en 1573 se dice aquello, es más probable que se refiera a fray Alonso que ingresó en 1571 y no a fray Bernardi no que ingresó precisamente en el año de acuella narración. En el libro de profesiones del convento no consta el nombre de los padre de los religiosos en toda esa época, sino más tarde. Se apuntan los ingresos: eso es todo.

La Virgen y el Niño

Quito. Convento de San Francisco. La Virgen y el Niño.

[Lámina XXVIII]

Pero sea de ello lo que fuere, es lo cierto que Rodrigo de Salazar tenía un hijo franciscano y, sin duda alguna, esta circunstancia obró en el ánimo del rico y poderoso colono para hacer a su costa la capilla y dotarle con una capellanía de quinientos pesos anuales66.

¿Cuándo se construyó esta capilla? Podemos fácilmente conjeturarlo teniendo en cuenta que en 1582 el Papa Gregorio XIII expidió dos Breves, que originales se conservan en el archivo del convento: el uno en el cual se hace constar que el capitán Rodrigo de Salazar es patrón de la Capilla de la Santísima Virgen del Rosario, bajo la invocación de Santa Marta y concede jubileo por 20 años para el día de la fiesta de esta santa67 y el otro en el que el mismo Papa concede el privilegio de sacar una alma del purgatorio a cualquier religioso que dijere misa en el altar de la Capilla del Rosario que está bajo la invocación de Santa Marta68. En 1582 estaba ya, pues concluida y arreglada la capilla. En 1571 fray Alonso de Salazar, según hemos visto ingresó de fraile a San Francisco: su padre tenía en ese entonces más o menos sesenta años, al decir del cronista anónimo de La Ciudad de San Francisco del Quito, 1573 que trae don Marco Jiménez de la Espada en el tomo 3 de sus Relaciones Geográficas de Indias: hay, pues, que presumir que en este espacio de tiempo transcurrido desde el ingreso del hijo a San   —89→   Francisco en 1571 hasta 1582 en que el Papa dictó sus Breves en favor de la Capilla de Rodrigo de Salazar cuyo patronato lo reconoció, fue concluida la capilla. Y decimos concluida, porque creemos, por las razones que luego expresamos, que la construcción de sus muros fue comenzada mucho antes siguiendo determinado plan con todo el resto del presbiterio, sacristía y ante sacristía (hoy Capilla de Villacís).

Muerto Rodrigo de Salazar, el patronato de esta capilla pasó al Presidente de la Real Audiencia, como dejamos dicho en la nota que publicamos más arriba, tomada de la relación de Diego Rodríguez de Ocampo, sin duda por la confiscación que la Audiencia decretó de la encomienda de Otavalo que tenía Rodrigo de Salazar, por maltratamiento a los indios. Pero en 1628, según la nota que pusimos más arriba, la capilla pertenecía al patronato del Alférez real don Diego Sancho de la Carrera.

La capilla es pequeña y tiene tres altares: el frontero está compuesto de un hermoso retablo dividido en dos secciones; la inferior tiene en su centro un gran nicho cuya entrada se halla decorada con un marco de madera tallada, unido abajo por medio de una mariola o rejilla de plata de seis luces separadas por cinco medallones que contienen pinturas sobre vitola, pequeñas miniaturas que representan asuntos religiosos. Al lado derecho del altar y en el espacio que forman dos columnas compuestas y de fuste caprichoso, completamente quebrado por una decoración simétrica de seis anillos, se encuentra como elemento decorativo del retablo un cuadro que representa a San Luis Rey de Francia y al lado izquierdo, simétricamente, otro que representa a Santa Isabel de Portugal. Encima del nicho central que se halla ocupado por una estatua moderna de San Pascual Bailón hay otro pequeño nicho cuadrangular en el cual se encuentra una estatua pequeña de la Virgen del Pilar de Zaragoza, contemporánea de la misma capilla.

La sección superior del retablo tiene otro nicho ocupado por una estatua de Santa Marta. A las dos columnas centrales inferiores corresponden otras dos salomónicas, que en su parte inferior recuerdan a las primeras y, junto a todas estas, pequeñas hornacinas de graciosa arquitectura en el que se hallan relicarios con algunas de las reliquias que el padre fray José de Villamor Maldonado regaló a esta capilla. Entre los que existen todavía hay un pantuflo de San Pío V y un hábito de San Jácome de la Marca. Muchas han desaparecido, entre ellas un Lignum Crucis y una Santa Espina69. Además de estos relicarios hay en todo el retablo, distribuidos, otros de diversos tamaños en forma de custodias. Termina este retablo con un remate en el que se ostenta uno de los sellos   —[Lámina XXIX]→     —90→   franciscanos y encima una gran cruz sobre adecuado soporte decorativo. A un lado y otro del altar se encuentran dos puertas de precioso estilo.

Retrato de fray Dionisio Guerrero

Quito. Convento de San Francisco. Retrato de fray Dionisio Guerrero.

[Lámina XXIX]

A la derecha de la capilla hay otro retablo dividido también en dos partes, cada una de las cuales tiene un nicho central, de lo mejor decorados de la iglesia y dos laterales ocupados por lienzos que representan varios santos de la orden. Ostentaba este retablo los cinco escudos de la orden, orlados los cuatro por el cordón franciscano que forma una perfecta circunferencia y el más significativo, compuesto de los brazos de Cristo y San Francisco, se halla encima del nicho del segundo cuerpo del retablo. Dos han desaparecido, quedando sólo de ellos, como rastro, el marco circular formado por el cordón franciscano. Los siete cuadros que decoran el retablo son modernos y no buena pintura, ejecutados, parece, en el taller de don Alejandro Salas.

Este retablo fue el último que se hizo durante el provincialato del padre fray Buenaventura Ignacio de Figueroa, es decir por los años de 1728 a 173170.

El retablo de la izquierda, que era muy inferior a los otros, ha desaparecido; apenas si queda de él, a manera de recuerdo, un marco formado de unos cuadros que representan a varios santos de la Orden tercera franciscana y que bordea una gruta de piedra imitada para simular la de la Virgen de Lourdes, formando el todo un conjunto horriblemente feo, una decoración teatral de un gusto detestable que pugna con la augusta serenidad de la capilla y con la imponente belleza del templo franciscano. El altar desaparecido pertenecía a la tercera orden y talvez bajo de él se encontraba la bóveda de su propiedad, tapada con una gran loza de piedra que ahora se encuentra en la cocina del convento y junto a la puerta de entrada, bóveda que se concluyó en 1662, siendo comisario el padre Diego Gutiérrez y Ministro Diego Díaz Carrasco71. Más tarde en 1674 el padre provincial fray Pedro de Riera concedió la bóveda que antiguamente fue de los terceros para sepultura de los esclavos de Nuestra Señora del Pilar fundada en el Convento Máximo el año de 167172.

La capilla es de bóveda por arista y remata en una linterna, cuya luz es la única que ilumina su espacio.