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ArribaAbajoSan Sebastián

Fundada la parroquia en 1571 por Fray Pedro de la Peña, junto con la de San Blas, es con ésta, la más antigua de la ciudad de Quito. Fue administrada en sus primeros años y durante algún tiempo por los religiosos franciscanos. Por la relación anónima La Cibdad de San Francisco del Quito, fechada en 1573 sabemos que la iglesia en ese año era una choza pajiza con muros de tapias. «Otras dos parroquias hay -dice esa relación-, que la una se llama San Blas y la otra San Sebastián; no tienen traza de iglesias, porque son de paja y tapias»109. En 1583 ya tenían una capellanía que rentaba cien pesos anuales, instituida por un clérigo Juan Dorado y que entonces la servía Jácome Freile de Andrade, cura rector de la Iglesia Catedral y comisario del Santo Oficio. En ese año era cura de aquella parroquia García de Valencia. Todo esto lo conocemos por la Relación de la ciudad y Obispado de San Francisco de Quito (1583), hecha por Lope de Atienza, licenciado, maestrescuela, provisor, vicario y administrador general de la ciudad y obispado de Quito110. Por la Relación de Diego Rodríguez Docampo sabemos que ya, en 1650, habían dejado de ser curas beneficiarios de la parroquia los frailes franciscanos, pues en aquel año dice que «en la Parroquia de San Sebastián es cura el Mro. Gaspar Losa de Vega, criollo de esta ciudad, hijo legítimo de Diego de Losa de Vega y de Da. María de Paredes» y que «procede con atención en su oficio»111.

Toda la edificación, así de la iglesia como de la casa parroquial, es de adobe y ladrillo, a excepción de sus cimientos, hechos con canto rodado y cascote. La casa se desarrollaba, en sus primeros tiempos en dos alas, formando ángulo recto; pero hoy no queda sino una de ellas, la otra ha desaparecido por completo: apenas si quedan los rastros de sus cimientos y dos ventanas gemelas de arco redondo, al fondo del muro en que terminaba. Atrás de esa parte desaparecida del edificio quedaba el cementerio, del que se conserva la cruz de piedra, aunque en pedazos. Hoy la casa principal se compone solamente de una serie de habitaciones distribuidas en una planta rectangular muy alargada sobre dos niveles, de modo que en la fachada tiene dos pisos y en su interior, hacia el patio, uno solo. Aquellos dos pisos están desarrollados en dos galerías superpuestas: la inferior, a manera de pórtico con seis pilares de madera que sobre sus zapatas soportan la superior, organizada también de manera igual a la inferior, pero cerrada con un pretil o antepecho de madera y vidrios. A un lado y a otro de estas galerías, el edificio tiene sus dos pisos con habitaciones superpuestas, aunque   —150→   en el ángulo que forma con el muro de la fachada del templo, aparecen tres columnas de piedra que delatan otra organización de esa parte de la casa parroquial.

Penétrase a la casa por una puerta de piedra con arco rebajado, de rosca moldurada, formado por sólo dos grandes dovelas unidas en la clave por otra pequeña que lleva como decoración una cruz dentro de un círculo. Según se echa de ver por la descripción, es muy curioso el despiezo del arco. Las jambas y el arco llevan batiente para dos puertas de madera. Encima de ella, como adorno, hay dos cornisas: una que sigue la curva del arco y otra recta.

Formando ángulo recto con ésta, hay una segunda puerta de arco semicircular construida con adobes en el muro sin impostas ni pies derechos: algo muy original, tal vez el único caso en la arquitectura.

La iglesia es de planta rectangular y de una sola nave, muy semejante en su traza general a la de San Blas, de la misma época y sus muros construidos con mucha pobreza y cubierta con un abovedamiento de tres paños hechos de cañas y barro. La separación del presbiterio del cuerpo de la iglesia se halla marcada con un arco triunfal sobre pilastras. Un tejado a dos vertientes la cubre. Su fachada sencilla se compone de la puerta principal de entrada, de arco de medio punto, moldurado y apeado sobre las impostas de dos pilastras acanaladas en sus dos tercios inferiores. En la clave del arco, una pequeña cruz con peana. Encima de esta puerta se halla una ventana que da luz al coro, de arco semicircular y con moldura a su alrededor como marco de espejo. En el ángulo izquierdo de esta fachada se ha colocado la torre para las campanas, compuesta de un gran basamento con hermosa moldura de piedra, sobre el cual se levanta el cuerpo macizo de la torre reforzado en sus ángulos con parejas de pilastras apaneladas con sus impostas ornamentadas con florecillas de cuatro pétalos redondos distribuidas a manera de collarín. Sobre este cuerpo se levanta un pesado entablamento con ancho arquitrabe decorado y encima de éste, el cuerpo de campanas con vanos semicirculares flanqueados de semipilastras sobre las cuales corre la cornisa, coronada por un ático con balaustres y remates en sus cuatro ángulos. A excepción del basamento de piedra, todo lo demás de la torre es de ladrillo.

En el muro oriental hay tres ventanas iguales a la de la fachada y una hermosa puerta de piedra de arco semicircular moldurado de siete dovelas y con cruz en la de la clave. El arco apea sobre pilastras apaneladas con un friso almohadillado central entre dos anchas estrías. Tanto las bases como las impostas de las pilastras llevan hermosas molduras.

Penetramos, ahora, a la iglesia y describamos sus principales detalles, comenzando por el retablo mayor.

El retablo principal que ocupa todo el muro frontero del presbiterio lleva la siguiente inscripción: «Mando hazer este retablo el señor Maestro Gaspar Losa de Vega cura de esta parroquia a su costa. Acabose esta obra a 18 de enero de 1675». Lástima grande   —151→   que el retablo hubiese sido reformado en su calle central, compuesta con elementos del siglo XVIII. Del antiguo no se conservan sino sus dos calles laterales, levantadas sobre un basamento con bases cúbicas adornadas con cabezas de ángeles, encima de las cuales se halla el primer cuerpo compuesto de dos preciosos estípites con figuras embutidas que hacen de cariátides, para soportar un entablamiento sobre tres impostas superpuestas, a manera de capiteles: uno de grandes hojas, otro de volutas jónicas y el tercero convexo al modo bizantino. Sobre el entablamento se desarrolla el segundo cuerpo, semejante al anterior, con la sola diferencia que los estípites de sus flancos se hallan compuestos únicamente con volutas. En los entrepaños se han colocado, dentro de molduras y sobre unas repisas cuatro telas que representan a San Juan Bautista y San Juan Evangelista, las del cuerpo superior; y a San Pedro y San Pablo, las del inferior. La calle central lleva un gran sagrario de plata convexa, ricamente adornado con espejos y molduras de plata y con una puerta practicable y giratoria, de una sola hoja, ornamentada magníficamente en su anverso como en su reverso, de modo que, cuando se abre, va al fondo del nicho del sagrario a formar parte de su decoración, y cuando se cierra, muestra un hermoso panel, sobre el cual se destacaba antes una tela con la imagen de algún santo o de la Virgen, y hoy luce una que representa al Corazón de Jesús. Delante del sagrario hay una rejilla convexa de seis luces. En el segundo cuerpo se abre una gran hornacina coronada por el entablamiento con que remata el retablo y que se interrumpe en la clave. Este cuerpo central se halla flanqueado por cuatro grandes columnas salomónicas: dos a cada lado del sagrario y de la hornacina superior. Además, aquél lleva a sus cantos otras dos, más pequeñas, corolíticas. Un hermosísimo calvario con las figuras de Cristo, la Dolorosa, San Juan y la Magdalena, se aloja en la hornacina.

En el presbiterio se halla la entrada a la sacristía, compuesta de un arco de piedra de cinco dovelas con gran moldura en su rosca, sobre impostas colocadas encima de los pies derechos también de piedra. Las bases de estos pies derechos han sido calzadas con ladrillo, sin duda porque cuando se entabló el presbiterio, se bajó el nivel del estrado.

En el cuerpo de la iglesia hay otras dos puertas de piedra, la una que daba salida al cementerio y la otra, entrada al bautisterio. Son idénticas, sin más diferencia que en su clave, llevan, la una el monograma de Jesús y la otra, el de José. Se componen ambas de un arco semicircular de siete dovelas que descansa sobre pilastras e impostas molduras como el arco.

De los retablos colocados en los muros longitudinales de la iglesia, es curioso el ejecutado en tabla recortada, pintada, tallada y dorada, que adorna un nicho abierto en el muro, dentro del cual se ha puesto a la pública veneración, la estatua de San Sebastián, patrono de la parroquia. De esta clase de retablos, tal vez éste sea el único ejemplar de alguna significación para la historia y evolución de ese mueble. En cuanto a la estatua del Santo, es una   —152→   copia antigua, pero inferior, de la primitiva que es, a nuestro sentir, la joya escultórica más preciada del arte quiteño. Ni en lo español ni en lo italiano de la gran época renacentista, encontramos nada igual. La estatua quiteña es un efebo de la mejor época de la escultura griega, en donde, únicamente podemos encontrar antecedentes. Es obra de Diego Rodríguez, hecha en 1570.

El retablo dedicado a San José es hecho con varios trozos de talla antigua. A un lado y a otro del antipendium, por ejemplo, encontramos dos hermosas columnas salomónicas corolíticas, de cuatro vueltas, chicas que, sin duda pertenecieron a otro retablo, hoy desaparecido. Y el nicho con sus tallados, sus aletas y sus estípites semejantes a los del cuerpo superior del retablo mayor, delatan la misma mano que ejecutó este último en 1675.

Diseminadas por la iglesia y la sacristía se hallan algunas cosas interesantes, como un Ecce Homo en su hermosa silla gestatoria plateada; una mala copia del San Juan Bautista que trajo don Diego de Sandoval de Roma para su capilla de la Merced; una concha de piedra, artísticamente bien labrada para agua bendita que se halla empotrada en la pared junto a la puerta lateral de ingreso a la iglesia; un cuadro originalísimo de la Sagrada Familia en la que se encuentra a San José repartiendo estampas con su propia efigie a siete miembros de una familia devota, cuyos retratos constan al pie; dos cuadros de gran tamaño con la representación del Señor de la Justicia en magníficos marcos tallados, uno de los cuales es moderno; un par de estatuas de Cristo resucitado y de San Luis y un hermoso Crucifijo, pequeño, en el retablo mayor.

Pero de las piezas más curiosas e interesantes que tiene la iglesia, es el púlpito, tan diferente a todos los conocidos en la escultura quiteña, que llama la atención. Es un púlpito raro: no es el tallado y dorado de la iglesia, sino un púlpito en que se ha eliminado la talla casi completamente; pues la taza de la copa es llana y realzada únicamente con unos adornos florales esgrafiados en plata y apenas si en el borde se ha puesto una ligera moldura tallada; el fondo de la taza, en cambio, se ha decorado íntegramente con imbricaciones y unos medallones con tres cabezas de monstruos humanos, y en el fuste, el escultor puso todo su empeño pues lo talló primorosamente con una serie de motivos superpuestos. Fijándose bien en el púlpito, el artista que lo concibió quiso, sin duda alguna reproducir literalmente una copa de cristal; pues tanto se parecen las formas de aquel a las de ésta. El tornavoz tiene el corte de una semiesfera, es poco proporcionado para el púlpito y se halla muy destruido: remata en una estatua de San Pablo. Se halla unido al púlpito por una tabla decorada con tallados en medio de los cuales se destaca el símbolo del Espíritu Santo entre dos estípites. La escalera tiene un pasamano con lindos balaustres en rojo y oro. Parecen aprovechados.

De talla semejante a la del fuste del púlpito hay un hermoso atril con su mesa que simula una perfecta concha y unos candeleros grandes.



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ArribaAbajoLa capilla de la Virgen del Consuelo

Según el padre Bernardo Recio, era linda basílica, esta antigua capilla, allá, a principios del siglo XVIII, cuando tan extendida estuvo la devoción a la Virgen de Consolación, de Guangacalle, en la América del Sur, que el mismo obispo Trujillo y el mismísimo arzobispo de Lima, en 1793, se constituyeron protectores del templo y lo enriquecieron con sus donativos. A su vez, en 1743 el ilustrísimo señor Paredes de Armendáriz, obispo de Quito concedió indulgencias a cuantos lo visitasen y el señor Nieto Polo del Águila amplió estas gracias, en 1753, como consta de un pergamino que, sobre una tablita, se halla en la sacristía de la hoy tan desmedrada capillita. El tiempo, por una parte y el descuido humano, por otra, han acelerado la ruina del edificio condenado a poca vida por el pobre material en él empleado. Hoy se le encuentra restaurado, pero no es ni sombra de lo que fue en los siglos XVII y XVIII cuando el apogeo de su fama y de la devoción por la imagen que en la capilla se venera.

Es una miserable sala rectangular de paredes de adobe, cubierta con techumbre a tres paños y tirantes de madera. El fondo del ábside lo constituye un muro construido abrigando la peña en que una religiosa tradición asegura haber asomado pintada por la naturaleza la imagen de la Virgen María sobre la desnuda roca. Atrás del ábside está la sacristía. No tiene hastial ni fachada. Una puerta sencilla abierta en uno de los muros laterales, da entrada a la capilla y otra, más pequeña, a la sacristía. Un techo a dos vertientes con teja española protege al edificio de las aguas lluvias y de ese techo emergen, graciosa y pintorescamente, una hermosa espadaña con huecos para dos campanas y una lumbrera de frontón triangular que da luz a la sacristía. La capilla la recibe de tres ventanas abiertas en el muro lateral frente a la entrada.

La imagen que allí se venera es una hermosa pintura al óleo sobre la desnuda roca, y representa a la Virgen del Rosario con el Niño en brazos y Santo Domingo y San Francisco, a los pies, encerrada en un nicho redondo de madera preciosamente tallada y que viene a ser el centro de un pequeño retablo de hermosa forma con dos columnas salomónicas adornadas de uvas y pámpanos sobre las cuales se eleva un cornisón que, subiendo en línea mixtilínea forma un lucido remate a manera de baldaquino en su clave, en la que se halla otro pequeño nicho que un día debió alojar alguna tela pintada. El retablo es sólo un pequeño resto de lo que fue primitivamente; pues aún se conservan algunas piezas de madera tallada arrumbadas en su sacristía o utilizadas en el púlpito, en el cual se ven adheridos ocho angelitos embutidos entre roleos y volutas   —154→   floronadas verdaderamente encantadores. Junto al altar hay también dos mesitas talladas muy destruidas y, en la sacristía, un frontal de madera tallada y plateada dividido en tres paneles: el del centro ocupado por la imagen de la Virgen sobre un florero con rosas y los laterales, por grandes búcaros de la misma flor, todo primorosamente pintado y decorado con pequeños florones y marcos tallados que antes llevaban espejitos, de los cuales apenas han quedado dos de muestra.

Diseminadas por la iglesia y la sacristía se encuentran algunas imágenes de talla y algunos cuadros devotos, entre los que son interesantes una tela grande de la Virgen con el Niño Jesús y San Juan Bautista, y otra que representa a San Antonio recibiendo al Niño Dios de manos de la Virgen entre dos grupos de angelitos: uno en la esquina derecha superior del cuadro, en el que se halla también la figura del Padre Eterno, y otro, en la izquierda inferior, en primer término.



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ArribaAbajoEl Sagrario

Y para los continuos gastos de ministros, cera, vino, monasterios y reparos, no alcanza casi la renta de la fábrica, por lo cual no se ha podido hacer el Sagrario del cargo de los Curas, como lo tienen en todas las catedrales, ni menos el trascoro, que tanto necesita, por ser corta la Iglesia para tanta gente como hay en la Ciudad112.



Esto escribía en 1750, Diego Rodríguez Docampo, secretario del venerable deán y Cabildo de la Iglesia Catedral en su Descripción y relación del estado eclesiástico del Obispado de San Francisco de Quito.

Y a fe que tenía motivos de lamentar esta falta, y no porque no hayan tenido los canónigos la mejor buena voluntad y el más vivo deseo de dotar a su Catedral de un servicio tan esencial al culto, siguiendo la costumbre española, sino por comodidad para la misma iglesia. Pero era tal la pobreza de la Catedral, que no había que pensar, al menos por lo pronto, en dotarla de tal comodidad. Alguna vez lo pensaron y es así como el 26 de julio de 1630 «tratóse que convenía hacer el Sagrario de esta Santa Iglesia para el viático y entierro de difuntos en el cuarto a donde viven los sacristanes y que se comience a edificar y sacar piedra para los cimientos por lo que importa a la autoridad de la mesma iglesia y rreverenda del culto y oficio divino y se haga el gasto de renta de la fábrica»113. Pero nada se hizo. Transcurrieron más de 100 años para que fueran realidad los deseos de los canónigos. Y eso que para entonces ya se había formado la Congregación del Santísimo Sacramento y los hermanos veinticuatros eran poderosos para levantar un edificio adecuado al culto de Jesús Sacramentado. Nada menos que en sus filas formaban desde los obispos hasta los sacristanes, desde los presidentes de la Real Audiencia hasta los oidores. Como el fin era suministrar el santo viático y enterrar a los muertos, los que le querían recibir con gran solemnidad daban largas limosnas.

La Congregación se fundó en la Catedral el año de 1617; después de gestionarse del papa Paulo V la aprobación de los Estatutos por la comisión dada por don Martín de Córdova, comisario de la Santa Cruzada, al doctor don Gaspar Centurión Espínola. La fundaron don Francisco Maldonado de Mendoza, caballero de la Orden de Santiago, lugarteniente de capitán general del excelentísimo señor Virrey de estos reinos, corregidor de Quito, y Pedro Ponce Castillejo, regidor de ella, alguacil mayor en la Real Cancillería   —156→   de Su Majestad. En el acto nombraron como prior al general don Pedro Ponce Castillejo y mayordomos a los señores don Juan Pérez de Estrada y Hernando de Cevallos.

La aprobación de la Cofradía lleva la autoridad de los obispos fray Antonio de Santillán, Fernando Arias de Ugarte y Diego Ladrón de Guevara.

La Bula de Paulo V se leyó en la sesión solemne que tuvieron en la Iglesia Catedral, el 28 de enero de 1617, los hermanos veinticuatros.

En la aprobación del obispo Diego Ladrón de Guevara de las Constituciones originales, como este Obispo fue el que sucedió al señor Sancho de Andrade y Figueroa, en cuya administración se principió a hacer la obra de la iglesia, no deja de señalar su admiración al ver cómo se la trabaja a expensas de los cofrades y merced al entusiasmo de ese devoto que se llamó Antonio Diego Vásquez. He aquí sus palabras:

Y respecto de estarse haziendo la obra del Sagrario a expensas de los bienes y limosnas de dicha Congregación, se labre y haga boveda para los veinticuatros para que en ella se entierran solo ellos, con más las dos bóvedas para niños la una y la otra para los demás hermanos desta esclavitud114.



En efecto, fue el obispo Andrade y Figueroa, el que tomó a su cargo todos los proyectos de los canónigos y con 20.000 pesos que dio su generosidad puso él la primera piedra. No hemos podido averiguar la fecha. Los libros del archivo parroquial están descabalados y, precisamente, los libros de obra faltan y no hay cómo saber nada.

Pero como el 10 de mayo de 1715 mandaba el Cabildo secular que, de sus propios, se dieran 300 pesos de limosna para la colocación del Santísimo Sacramento en la capilla del Sagrario, que acababa de concluirse después de un trabajo de más de 23 años, es natural suponer que aquellos trabajos principiaron en los primeros meses del año de 1692, lo cual quiere decir que la obra se inició y no se terminó durante el obispado del señor Andrade y Figueroa, que gobernó la diócesis de 1688 a 1707, a excepción de la fachada, concluida en 1706, según reza la inscripción grabada en ella, tocando al obispo Ladrón de Guevara el dar posesión al Santísimo Sacramento de su propia iglesia.

Nada diremos de los retablos que todos ellos llevan fechas que van desde 1731 hasta 1747, lo mismo que el sagrario, que no se lo terminó sino en 1820.

¿Quién es el autor de los planos del Sagrario? Por aquel tiempo habían ya muerto los arquitectos Marcos Guerra, maestro Ruales, el padre Silvestre Fausto, el hermano Antonio Rodríguez, el padre Diego de Escarza y sólo estaban el hermano Francisco Ayerdi que trabajaba por 1689 en la iglesia de la Compañía, José Jaime Ortiz, que desde 1700 era contratista de las obras de la Basílica de la Merced y Gabriel de Escarza Escalante, que figura en la portada.

Detalle del arco de la Catedral

Detalle del arco de la Catedral

[Lámina XXIV]

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No queremos señalar a ninguno de los tres como al autor de la fábrica, pues no hay señal para reconocerle como tal. En los papeles del archivo no hemos encontrado el más ligero indicio del autor de uno de los monumentos más correctos de la arquitectura quiteña. En las cuentas sólo han quedado algunas partidas globales, que se han presentado al Síndico y después se las han llevado. Libro de fábrica no existe. Pero es probable que exista en alguna parte, pues no es concebible que una construcción de esa clase, no se sepa cuánto se ha gastado. Lo cierto es que no sabemos sino la fecha de la portada, que indica el año en que se concluyó: 1706; pero ningún dato sobre su consagración.

A quien le vemos metido en las obras de ornamentación es a Bernardo de Legarda. Él es quien arregla el duomo, con Gualoto el escultor-dorador, y Francisco Albán el pintor; él quien se entiende en hacer los retablos, él quien los dora y, por último, es Bernardo de Legarda el autor y el dorador del gran pórtico de la Capilla.

*  *  *

Describamos el templo.

Sobre un basamento decorado con molduras que forma cuerpo saliente siguiendo los resaltos de la fachada, se levanta un primer cuerpo dividido en dos partes por la puerta central, y cada parte formada por tres columnas dóricas de base ática y módulo reducido, sobre su respectivo plinto: dos gemelas en primer plano y una, en segundo, y en el extremo, una pilastra de fuste decorado preciosamente, lo mismo que el entrepaño de las dos primeras columnas, con motivos de lazo morisco. Entre la tercera columna y la pilastra, dos pequeños nichos superpuestos, en plena cintra, con bóveda estriada en cuarto de esfera. La puerta es de arco semicircular moldurado con dos baquetones, sobre hermosas pilastras de fuste almohadillado. La clave del arco muy acusada y decorada con un escudete. Las albanegas llevan una muy fina decoración floral. Sobre este primer cuerpo corre un entablamento muy clásico con preciosa ornamentación en el friso. Sobre este primer cuerpo se sobrepone un segundo muy semejante al anterior, con un estilóbato rico y profusamente decorado con motivos florales y en su parte central, con un bajo relieve representando el Nacimiento de Cristo; con sus columnas corintias, en vez de las jónicas del cuerpo bajo, y una ventana central flanqueada por dos semipilastras que llevan decoración de lacerías orientales. Sobre el entablamento de este cuerpo se halla un coronamiento muy exagerado: un frontón interrumpido con un nicho y un campanario como remate. A los extremos del segundo cuerpo, las estatuas de San Pedro y San Pablo y dos angelotes.

Al trasponer la entrada se encuentra con una monumental mampara de madera dorada, de composición hermosa y rica. Entre dos haces de columnas sobre caprichoso estilóbato y coronadas por un solemne entablamento entrecortado y que lleva dos ángeles sobre pedestal como remate, se halla una hermosa puerta de arco   —158→   de medio punto, cuyo plano superior se prolonga hasta muy cerca del arranque del jube, en donde encuentra su límite en una cornisa igual a la del entablamento, pero encorvada en su centro. Sobre este plano, profusamente ornamentado y bajo la cornisa, se ha colocado una custodia con dos ángeles adoradores a los lados, en un panel decorado con serpeantes y rematado en una concha. Cuatro de las columnas son cónicas y divididas en tres secciones, decoradas con hojas de acanto diversamente estilizadas, con roleos, o serpeantes, florones, palmetas, hojas en espiral y follajes fluidos y encorvados; las otras dos son estípites raros con frondas salientes enrolladas, de tallos bastante largos cortados en la longitud del fuste por mascarones y figuras. La decoración del lienzo superior del arco de la puerta, lo mismo que toda la que luce en esta mampara es de pasmosa exuberancia, pero tratada con un arte tan exquisito, que nada en ella choca y toda ella contribuye a hacer de esta pieza una obra maravillosa en su conjunto y en sus detalles. No hay un espacio que no se halle ornamentado, una moldura que no tenga al menos sus filetes perlados o sus grecas de un preciosismo digno de un orfebre más que de un escultor.

En esta mampara se encuentra la siguiente inscripción:

Siendo curas rs, de est (a) Santa Iglesia los señores doctores don Sancho de Cegura y Sa (r) a (te) y don Joseph Maldonado Mayordomo Maior don Joachin d (c) Eventes ce acabó d (e) dorar este portico a 29 de Noviembre año de 1747.



Encima se halla el jube del coro: estupendo pretil de un calado fantástico, dividido en panales con mascarones centrales y separados por cariátides de ángeles. Nada digamos de la decoración lineal de las hojas de la puerta, que complementa su sencillez con la exuberación derrochada en la mampara.

La iglesia es de planta cruciforme pero de cruz griega, aunque de brazos desiguales en el crucero. Éste corta a la nave central en la mitad. Se diría que es de cruz griega inscrita en un rectángulo. Tiene tres naves: alta la central y bajas las laterales: aquélla cubierta de bóveda de cañón y éstas constituidas por capillas con cupulines y linternas. La organización arquitectónica de la iglesia, en lo demás, es de tipo jesuítico. Sobre el crucero se levanta la cúpula que, si en su interior es magnífica, en su domo adquiere una grandiosidad romana por su presentación orgánica y bien acusada de su tambor. Lástima que no se hubiere elevado más el casquete. Todos los arcos, lo mismo los que dividen las naves como los fajones de la bóveda descansan sobre gruesas pilastras con capiteles corintios, corridos con un gran entablamento corrido del mismo estilo, pero romano. Los arcos de las naves laterales, a excepción de los cruceros, se apoyan sobre semipilastras adosadas a las grandes y llevan, encima de la cornisa, una ventana abierta en la bóveda para iluminar las naves central y del crucero.

El retablo de la capilla mayor es de dos cuerpos, cada uno adornado de cuatro columnas salomónicas: las del cuerpo bajo con su tercio inferior llano. No tiene sino un gran nicho central en   —159→   el cuerpo superior, un chico en el remate con la Santísima Trinidad y la Virgen, y cuatro repisas entre los cuatro intercolumnios, sobre las cuales están las estatuas de San Roque, San Francisco de Paula, San Miguel y San Antonio.

El retablo del crucero, que está dedicado a la Virgen del Sagrado Corazón es magnífico. Tiene tres cuerpos superpuestos y tres calles, la central algo avanzada para dar mayor movimiento y más claroscuro; las cornisas de los entablamentos vuelan mucho y quiebran sus líneas horizontales siguiendo el movimiento de la planta. Tiene siete nichos y los nichos tienen dos columnas acantonadas: estriadas en espiral las del primer cuerpo, y estriadas verticales, las del segundo; el nicho del tercer cuerpo que tiene cuatro salomónicas de seis vueltas situados por parejas en dos planos diferentes, y a sus extremos dos tablas con moldura imitando nichos y una gran basa con un vistoso remate. Todas las columnas tienen capitel corintia. Lo curioso es que este retablo tiene entablamento sin friso, cosa muy usada en España desde la época de Cano, sobre dados, ménsulas adornadas de carteles encima de plaquetas. En su remate, la molduración es riquísima del entablamento en medio de su finura exquisita.

En este retablo se halla grabada la siguiente inscripción:

Siendo curas reales, de esta Santa iglesia del So. Co. L, Bens, Dts, Dn. Josep (h) d (e) Araus y Dn Sancho de Segura, y su mayordomo Mayor Dn Joachin d (e) Fuentes se acabó d (e) dorar este retablo en 31 de marzo año de 1732.



A un lado y al otro de esta capilla se encuentran las dedicadas al Salvador y a Santa Rosa. El retablo de la primera es el característico de Churriguera, con sus columnas de fuste salomónico, cubierto de hojas de vid y racimos de uva. Tiene dos cuerpos casi idénticos, con tres nichos de medio punto y planta semicircular: el del centro, más elevado que el de los costados y con su absidiola en forma de concha marina; todos esos nichos separados entre sí por las columnas salomónicas de cinco vueltas todas, menos las de los flancos del cuerpo inferior, que sólo tienen tres, porque la cornisa que dibuja una línea curva, baja demasiado en los extremos impidiendo así el desarrollo total del clásico fuste salomónico. No tiene entablamento ninguno de estos dos cuerpos, sino una gran cornisa volada y zigzagueante, adornada con piñas colgantes. La planta del retablo es una línea recta, sin ningún cuerpo avanzado, pero el volado de las cornisas y el relieve de las columnas, le comunican un hermoso claroscuro. Seis imágenes de madera se alojan en los nichos del retablo, siendo la más hermosa, la de San Benito, que se encuentra en el nicho central del cuerpo superior, y la más interesante, la del Salvador vestido de sacerdote con alba, estola y capa fluvial.

En este retablo se ha puesto la inscripción siguiente: «Sedoro (año) 1731 Fuentes».

Parecido al anterior es el retablo de Santa Rosa sin más   —160→   diferencias que las siguientes: las cuatro columnas salomónicas del cuerpo inferior tienen su tercio inferior cilíndrico con decoración floral; en lugar de las columnas rebajadas de los extremos del retablo anterior, éste tiene dos remates de forma piramidal, y el nicho central del cuerpo bajo no es de planta semicircular sino de tres paños.

En este retablo se halla casi borrada la siguiente inscripción, apenas se lee la fecha sin el año:

Se acabó de dorar este retablo el día 17 de noviembre.



Frente a la capilla del Salvador en la nave del lado del Evangelio, está la consagrada a la Virgen de Copacabana con un hermoso retablo, que no desdice ser compañero de los que dejamos descritos. Tiene también dos cuerpos con tres calles: el primero con un nicho rectangular central y dos semicirculares semejantes a las de los otros retablos, separados por cuatro columnas salomónicas; el segundo, tres nichos de medio punto: el central con dos columnas salomónicas y los laterales flanqueados en sus extremos por estípites. Tampoco este retablo tiene sus entablamentos completos, como los anteriores, en éste vemos la gran cornisa saliente de generoso volado siguiendo la línea de la planta en el cuerpo inferior, y subiendo en zigzag hacia el medio punto en el cuerpo superior, interrumpiéndose en la mitad para dar lugar, como remate, a un nicho con dos columnas de fuste llano en el que se aloja un adorno floral.

Los otros dos retablos que siguen a éste a lo largo de la nave del lado del evangelio, son recompuestos y muy malamente, por añadidura. Los primitivos se destruyeron con un incendio y con sus restos se levantaron los que hoy vemos y que son los resultantes de un conjunto de remiendos, sin lógica ni gusto.

La tribuna o jube del púlpito simula una copa perfecta. Su pie es el de una copa de cristal, sobre el cual se asienta la base convexa de ella, agallonada y decorada con tres estípites que corresponden a las tres columnas salomónicas del jube con las cuales se separan tres preciosos nichos rematados por una concha, flanqueados por embutidos y con un inmenso y descomunal alfiz de dintel curvilíneo, ricamente decorado. Un magnífico tornavoz con molduras ricamente talladas y colgantes de piñas, se une al jube por medio de una hermosa tabla del grupo de la Sagrada Familia en medio relieve, colocada entre dos semicolumnas salomónicas y dos motivos de serpeantes que completan este conjunto decorativo. El tornavoz remata con un motivo piramidal de hojarasca y espirales que sostiene una custodia dorada... El jube se une a la escalera por un pasadizo cuyo pretil se halla decorado con idénticos motivos que la copa, aunque sin las columnas salomónicas, decoración que va disminuyendo en su riqueza en el pasamano de la propia escalera.

La cúpula de esta iglesia es muy interesante. Tiene un tambor con ocho grandes ventanas de arco de medio punto, siete de cuyas dovelas se las ha acusado con sus ladrillos salientes para decorarlas con estrías, formando así su conjunto una decoración radial   —161→   muy simpática en el extradós de los arcos, lo mismo en la pared interna que en la externa del tambor. Cada ventana tiene a sus flancos una pilastra corintia fajada, antes del capitel, con una moldura que liga los arranques de los arcos de las ventanas. En los entrepaños de pilastra a pilastra, un gran lienzo representando ángeles y santos. Alrededor del tambor, corre una balaustrada dividida en secciones por medio de dos embutidos a manera de cariátides. En las pechinas, los cuatro evangelistas, en madera, de medio relieve.

La cúpula está dividida en ocho paños, acusados por medio de ocho fajas radiales decoradas al óleo, entre las cuales se han colocado grandes medallones con ángeles.

El tambor se manifiesta exagerado en su altura en el exterior porque el duomo no se lo levantó elevando el casquete, de modo que es, propiamente hablando, una media naranja sobre el tambor, cuyas proporciones y robustez arquitectónica eran para soportar la elevación del duomo. La misma organización interior de arco, pilastras y molduras se revela en el exterior, aunque con menos riqueza. Termina el duomo con una linterna de ocho luces. La planta cuadrada del crucero se transparente en la cubierta por la elevación de los muros que rematan en una balaustrada alrededor del duomo.

*  *  *

Hecho el templo, se comenzó a adecuarlo de la manera más conveniente para el uso a que estaba destinado. En primer lugar había que poner vidrios en las vidrieras de toda la iglesia, lo que quería decir setecientos vidrios que se debían colocar en las ventanas de toda la capilla, luego había que pintarla toda, especialmente la media naranja, dorar las partes que convenía y formar para defensa de los vidrios las ventanas con hilo de cobre. A todo esto se atendió. Cuatro años largos quiso decir el trabajo que desplegaron los artífices con el maestro Legarda a la cabeza. Pero había que tener en cuenta lo mucho que se había gastado en la construcción; principalmente en la de la fachada, y la escasez de fondos con que se contaba. No se podía exigir más al elemento humano, pues ya mucho hacían los pocos operarios que los fondos permitía pagar.

Nos hemos encontrado con un «Quaderno del Gasto de las Bidrieras y demás Gastos de pinturas y ornamento que se han echo con el 5 por 100 de la plata que dejó el Dr. Dn. Diego Antonio Vásquez Guerra», en el cual se ha apuntado muy minuciosamente el costo de esa cuenta. Se abre el 20 de diciembre de 1742.

En ese libro se ha puesto el costo de 698 vidrieras, el valor de lo gastado en pintura, en oro, madera y el hilo de cobre. Al maestro Legarda que trabajaba como carpintero se le pagó 300 pesos, al dorador Cristóbal Gualoto, el conocido escultor de las pechinas en La Merced, que corrió con el dorado y las flores, 160; al pintor Francisco Albán por la pintura de escenas del nuevo y viejo testamento, que se pintaron en la media naranja 100, a Melchor   —162→   Ilario para hacer los enrejados del color de dichas vidrieras, 13. En total se gastó 3.734 pesos 7 reales desde el 2 de diciembre de 1742 hasta el 8 de diciembre de 1746; 481 libras de oro y 352 de plata, que valían 18 pesos ya que el pan de plata costaba 5 pesos el ciento. Como doradores figuran Cristóbal Gualoto, que era también pintor, Pascual Gualoto, Manuel Pacheco, Francisco Padilla, Simón Campos, Manuel Espinosa y Manuel que lo llamaban con el sobrenombre de «El Dorador»115.

Este don Diego Vásquez Guerra que dejó el 5 por ciento de la plata para este fin, es decir, para arreglar las vidrieras del Sagrario y pintar la media naranja, es el principal autor de la construcción de la iglesia, quien la edificó como Síndico del Santísimo Sacramento y con el exclusivo fin de trasladar a esa iglesia la cofradía del Santísimo Sacramento fundada en la Catedral, para poder dar culto al Santísimo Sacramento en iglesia separada, con el esplendor y magnificencia convenientes a tan augusto Misterio, y por eso la Capilla Mayor ha sido siempre el centro de todas cuantas asociaciones se han formado en honor del Santísimo Sacramento. Con razón cuando el 13 de agosto de 1857 se recordaba al fundador del Sagrario se dijo «el patrón que hizo hacer con tanto genio y generosidad el sorprendente templo del Sagrario». Al cabo de más de un siglo de muerto este ilustre sacerdote, su recuerdo se conservaba fresco en la memoria de aquella Cofradía y hoy, al cabo de otros cien años, ya no queda sólo el recuerdo, sino su propio nombre escrito para el conocimiento de todo el que contemple con admiración la Capilla Mayor de la Catedral quiteña.

Como dijimos, Bernardo de Legarda trabajaba con todo su equipo en las obras de la capilla del Sagrario. Él tenía carpinteros, talladores, escultores, oficiales y aprendices. No hay, pues, que admirar si ejecutaba todo género de trabajo artístico. Y así como ejecutó para San Francisco la Virgen Inmaculada y las hermosas puertas de la Sacristía; así también cubrió el Sagrario con las obras que él trabajó en más de 27 años de labor. Primero hizo el retablo del altar mayor; pero sólo se conoce los «22 pesos 2 reales que tuvo de costo el armar los andamios para dorar los lados del altar mayor de la Capilla con más dos pesos dados al Maestro Bernardo Legarda para dorar las dos del Sagrario, y diez pesos tres reales al mismo por dorar los dos atriles nuevos»116. Después hizo los retablos de los lados, los pequeños consagrados, el del lado derecho, al Salvador y, el del evangelio, a la Virgen de Copacabana, que fueron dorados en 1731; y el 31 de marzo de 1732 se terminaba el de la Virgen del Sagrado Corazón. Probablemente el del frente, destruido por un incendio hace cosa de 60 años pertenece   —163→   a la misma época. El de Santa Rosa y el del frente, ya destruido, se acabarían en 1734, según reza la inscripción que media borrosa, como dijimos más arriba, se encuentra en el primero de los nombrados.

El costo del retablo de San Nicolás de Bari fue 1.868 pesos117.

La portada o el pórtico como le llaman los papeles del archivo parroquial, una de las cancelas más hermosas del arte quiteño fue concluido por Legarda el 20 de abril de 1747. En el libro de cargo y descargo hay dos partidas, correspondiente la una a la ejecución y la otra al dorado. Dice la primera:

4 de Nbre. Doy en descargo 3244 ps. 7 rr. que tubo de costo el pórtico de la Capilla del Sagrario como consta desde la foja 13 Bta. hasta la 16 Bta del Quaderno que manifiesto en madera sólo.



Dice la segunda:

20 de Abril de 1747. Itt. por 74 ps. 3 r. que quedaron deviendo los oficiales, carpinteros y escultores que trabajaron en la portada y cobrados que se me hace cargo dellos en las qtas. venideras.

Itt. se me debe recibir en Descargo dos mil cuatrocientos setenta y zinco pesos que pagué a D. Bernardo de Legarda por dorar el Pórtico de la Capilla y pintar los 15 huecos debajo del coro.

(f) Joaquín de Fuentes



El cuaderno a que hace referencia la primera partida no existe en el Archivo. Sin duda se perdió, o se confundió o tal vez don Sancho de Segura, al hacer las cuentas, se quedó con él y se destruyó pero en él debieron hallarse al detal todo lo que se gastó y se pagó por la mampara. Don Joaquín de Fuentes es el que figura en las inscripciones de todos los retablos. Murió el 23 de setiembre de 1755, cuatro meses después del terrible terremoto que causó inmensos daños. También la capilla del Sagrario sufrió daños que le costaron «557 ps. 4 rr. en materiales y peones para trabajar la Media Naranja y reparar las demás ruinas»118.

Ya estaba completa la fábrica; pero no, digo mal, faltaba el Bautisterio. En el Bautisterio habían pensado mucho los canónigos y alguna vez dieron órdenes terminantes a que el Bautisterio se hiciera; como pasó en la sesión del Cabildo del sábado 17 de agosto de 1737. El Deán propuso que por cuanto la Capilla perteneciente a la Catedral se halla sin Bautisterio separado, para lo   —164→   cual se destinaría cerca de mil pesos cobrados en un concurso y lo que se cobraba en sepulturas, como se había hecho ya en la fábrica principal de la iglesia con buen éxito, con lo que se podía, no sólo hacer esta oficina, sino también correr el pretil que sobresale al de la Catedral para igualarlo. Decidido que fue el proyecto con el voto del señor obispo Paredes de Armendáriz y el de los prebendados, el señor Deán fue comisionado para buscar una persona que ejecute la obra, a la que se señaló por lo pronto doscientos pesos y dispuso que esta providencia se haga saber al mayordomo de fábrica119.

Pero esto que parecía de monumentos no se llevó a cabo sino 32 años después, gracias al noble gesto del doctor don Miguel del Corral y Bobadilla, cura rector de la parroquia, el año de 1769. Este sacerdote era de la Habana, vino a Quito en compañía del obispo Ponce y Carrasco. Gastó de su propio peculio en esta obra la cantidad de mil ochocientos pesos120.

Una de las cosas más interesantes y en que pusieron la monta los curas de la Capilla fue la hechura del Sagrario que debía corresponder al nombre de la capilla. En el retablo que hizo Legarda, adrede dejó un gran campo en blanco como si dijéramos para colocar el Sagrario, que debía ser el más lujoso y artístico de todo el templo.

Desde los primeros días de febrero de 1820 se inician los trabajos del Sagrario con la compra de madera para las obras de la iglesia hasta abril de 1823, en que se manda pintar al pintor Antonio Baca, el dorado de las puertas del altar mayor y se colocan 9 lucernas de cristal sobre el arco del Sagrario de la iglesia. El 26 de julio se dan a Miguel Solís «620 pesos 2 reales en esta forma: por seiscientos doce pesos tres reales valor de setenta y dos marcos y una quarta de Plata buena que pesaron las chapas de los Pilares del Sagrario». El mismo día se dan al platero José Solís por unas cornucopias y sobrepuestos para el Sagrario 228 pesos 2 reales más 107 pesos 2 reales al platero Andrés Solano por 6 candeleros para el Sagrario. El 12 de mayo de 1820 se dieron «treinta y siete pesos seis reales importe de 48 marcos dos onzas que pesaron las chapas de los Pilares del Sagrario que se le entregaron a Dn. Miguel Solís para que las fundiera y que agregando Plata hiciera otras nuevas que tengan lucimiento, mediante a que las que se hallaban en el Sagrario parecían de hojalata por ser lizas y no tener realze ni lavor alguna y para que conste lo firma también el Síndico menor y el cobrador de la cofradía ante qe. se pesaron y entregaron dhas. chapas de las que me hago cargo a razón de siete pesos marco».

El 10 de agosto al maestro dorador Javier Cruz se le dio 37 pesos dos reales por 62 sobrepuestos de plata y la custodia grande que se halla grabada en el frontal antiguo que se doró, el 12 se pagan   —[Lámina XXV]→     —165→   por unas turcas (?) azogadas para las gradas del Sagrario y 20 pesos al pintor Mariano Flores por el dorado de la moldura del espejo que sirve de puerta en el Sagrario, por la del tronito que sirve de pedestal o asiento a la custodia y por el plateado de los pilares del Sagrario, y el 8 de octubre once pesos siete reales, por 4 ángeles que se colocaron en el Sagrario121; y, por último, se colocaron 9 lucernas de cristal sobre el arco del Sagrario de la iglesia.

Detalle de la imafronte del Sagrario

Detalle de la imafronte del Sagrario

[Lámina XXV]

Este sagrario, que era una pieza de veras hermosa, fue vendida hace cuarenta años a un judío vendedor que tenía su tienda más abajo de la casa de los señores canónigos, llamado Salomón Sturman, por el entonces cura del Sagrario, el canónigo Juan de Dios Campuzano. Se despojó al retablo de una joya de inestimable valor (en cuya composición tardaron los artífices más de tres años) para hacer los actuales armarios de la sacristía. Más tarde el canónigo Leónidas M. Baquero vendió el sagrario chico que era una urna de plata, en junta de una casulla de brocado en hilo de plata, y un relieve en madera del apóstol Santiago que ahora se halla en Lima; y el canónigo Escalante quitó unas chapas de plata que adornaban el libro lujoso de la Cofradía del Santísimo Sacramento, sin consideración alguna. Así se han ido perdiendo, sin el menor escrúpulo, tantas y tantas joyas que los antiguos costeaban generosamente por amor a la religión a la que pertenecían. Sólo los frailes han sido entre nosotros los más celosos defensores de los tesoros que sus anteriores hermanos dejaron en bien de la iglesia.

Del púlpito no se sabe el autor, pero debe de ser alguno de los oficiales de Legarda. Sólo hemos encontrado datos respecto a la composición de él, que se le encomendó al maestro carpintero, José Idrovo en agosto de 1820. En setiembre de 1824 se compusieron nuevamente varias piezas del púlpito y, en noviembre del mismo año, se hacía componer los santitos del púlpito; para lo que se le daba al pintor 4 pesos adelantados.

Para los pilares de las naves laterales de la iglesia, a un lado y a otro del presbiterio, se encargaron al carpintero Antonio Ariola hiciera dos retablos, el cual cobró 200 pesos, en abril de 1820 por su trabajo. El material daba la parroquia. Estos retablos desaparecieron.

Al mismo tiempo, y el mismo 28 de abril de 1820, se pagaba al platero Juan Mogro, por un frontal de plata 1.075 pesos. El valor de los marcos de plata fue 863 pesos seis reales y medio los 123 marcos que pesó. No era el único platero que trabajaba para el Sagrario. También habían otros como don Andrés Solano, a quien se le entregó un cáliz con su respectiva patena.

Poco a poco iban adornando la iglesia. A don Mariano Fonseca le compraron en 1919 en 14 pesos, un calvario completo para la sacristía y a don Mariano Bustamante, cuatro espejos grandes   —166→   grabados, con sus molduras de vidrio, en 90 pesos y en 35 dos arañas pequeñas de cristal.

Y en mayo de 1823 se compran dos tibores de la China blancos y dos azules con sus tapas y llaves de metal unos espejos al cura rector doctor Pedro José Encinas en 135 pesos y en noviembre de ese mismo año se compran a la Marquesa de Solanda dos arañas grandes de cristal en 230 pesos122.

En febrero de 1824 pagan al maestro Samaniego por la hechura de una imagen de Mercedes que se colocó en dicho sitial y que costó 80 pesos. Era de damasco con fleco, bordadura y borlas de oro. Y seis pesos cinco y medio reales que costó el retrato del señor Pío séptimo puesto en la sacristía. Este retrato todavía existe. Se iban también arreglando y hermoseando los nichos de los retablos. Y así se gastaron en la compra de seis lunas azogadas para el copete del Nicho del Calvario y se gastaban en la pintura y dorado del Tabernáculo del Calvario 26 pesos y cinco reales.

No pocos santos se hallaban despedazados en la iglesia: unos fueron condenados por inservibles, otros vendidos, otros que un día despertaron la devoción de los fieles y otro día fueron olvidados, todos yacían en confusión mutilados, por lo cual la mirada piadosa del Mayordomo de fábrica se compadeció de los santos, que eran su devoción y los mandó a componer. El 8 de octubre de 1820 pagó «19 pesos tres reales al Pintor Antonio Baca por el encarne y composición de San Bruno, San Isidro, S. Simón: estos y otros santos que se hallaban despedazados en la iglesia», y el 3 de Julio de 1834 «ocho pesos 4 reales de haber retocado y encarnado quatro santos que fueron San Francisco Xabier, San Bruno, Sn. Gerónimo, Sn. Juan de la Cruz»123.

Los preciosos escaños que luce el templo fueron hechos en 1822 por el carpintero José Erazo a quien se le pagó el 1.º de octubre catorce pesos a buena cuenta y al pintor Lorenzo Mora, seis pesos por la pintura de las puertas de las dos sacristías. Éstas correspondían a las dos capillas absidiales, pues en ese tiempo estaba unido el Sagrario a la Catedral, la entrada era por la capilla, hoy consagrada a San José.

Los altares eran arreglados y decorados lujosamente. Los antipendium eran bastidores forrados de baqueta decorados con flores de seda carmesí y tachuelas doradas124 y con sobrepuestos de plata y los frontales de plata decorados con grabados realzados   —167→   con oro125 y aun los ángeles eran encarnados y vestidos con todo encanto y con buen gusto126. Algunas cofradías eran ricas, como la cofradía de los tejedores que tenía su patrona, la Virgen de la Presentación y era poseedora de una lámpara de plata que pesaba 33 marcos. Esa lámpara estaba colgada en su altar y se hizo con la presencia del Cura Rector y su coadjutor. Hoy han desaparecido la lámpara, cofradía y altar. Sic transit gloria mundi.

La iglesia ha sido restaurada varias veces, principalmente después de los terribles terremotos que le han dañado en su aspecto material o por un incendio, como el que causó la ruina del retablo grande del crucero. La última restauración fue en los años 1882 y 1883, en que se votaron unos cuantos cientos de pesos que ella costó. Durante esa época se entabló el Bautisterio. Para la restauración una de las primeras cosas que preparaban era el albayalde y el yeso para coger las fallas y poder repintar127.

Pero no todas las refacciones que se hacían eran buenas. Las que se ejecutaron en el año de 1901 y que causaron la pérdida completa del pretil se llevó la protesta del Cabildo eclesiástico. La Capilla no ha ganado nada con esa eliminación128, como tampoco el hermoso sagrario que tanta plata costó, para ser repuesto con el baldaquino tan miserable y mezquino que hoy se ve.