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Doloras

Ramón de Campoamor




ArribaAbajoCarta-prólogo

Sr. D. Ramón de Campoamor.

Mi querido amigo: Han transcurrido dieciocho años desde que lancé al mundo de los envidiosos la noticia de que había usted intercalado en sus versos algunos pensamientos de Víctor Hugo.

La noticia era cierta; sobre esto no cabía discusión. Rotschild robaba; ¡qué patente de honradez para los que nada poseían! El sol tenía manchas; ¡qué descubrimiento tan halagüeño para los topos! Así es que mi artículo produjo gran efecto entre los literatos más o menos eunucos.

Lo ataqué a usted con furia, con saña... No podía ser de otro modo. Aparte de que los pequeños somos implacables, ¡usted monárquico, yo republicano! ¡usted famoso, yo desconocido! ¡usted un gran poeta, yo un gran don Nadie! ¡Cualquiera resistía a la tentación! No resistí, y cada día me alegro más. Sin esto, quizás nadie me conocería aún.

Tiempos de odios terribles eran aquéllos. La República muerta, el trono restaurado por un golpe de mano, las conquistas revolucionarias perdidas, la prensa amordazada, todo lo derribado irguiéndose, por tierra todo lo edificado, y, por lo que a mí tocaba, vivos deseos de adquirir un nombre para luchar por lo caído... ¿Qué más quise sino enterarme de que usted, uno de los partidarios de lo que yo odiaba, y que además había combatido mucho a la democracia, y en forma ruda, tenía un flaco por donde atacarle? Aquélla era mi ocasión... Me olvidé de todo y de todos, para pensar en lo mío y en mí. El poeta que admiraba desapareció ante el partidario de la restauración; comprendí además que podía sacar mi nombre de la oscuridad atacándolo a usted, y no vacilé un momento. El hambre de notoriedad es muy punzante.

Lanzado el artículo, aguardé... Pasaban los días, y nadie rechistaba. En los círculos y teatros donde se reunían literatos o aspirantes a literatos, se discutía con calor, aplaudiendo unos y condenando otros mi atrevimiento, pero nada más.

Al ver la clase de gentes que se alegraba, comencé a estar descontento de lo que había hecho. Mis móviles, ya los he expuesto: odio político y ansia por ser conocido; pero los de aquellas gentes. ¿cuáles podían ser sino los de la envidia rastrera, sin valor para manifestarse, e impotente para convertirse en emulación noble y fecunda? La alegría de los imbéciles produce tristeza.

Pero, a todo esto, nada; ni cuatro líneas en favor de usted. Era para desesperarse. Sus amigos, todos los literatos de renombre, callaban prudentemente; acaso los detenía el justo temor a que la piedra diese de rebote en su tejado; la conciencia no es una palabra vana, y todos sabemos las cuentas que puede ajustarnos la nuestra; quizás saboreaban modestamente la alegría que nos produce siempre el mal ajeno, aun sin tomar parte nuestra voluntad. Por fin, ¡oh dicha! un escritor renombrado, Fernández Bremón, publicó un artículo defendiéndolo a usted. No era lo que yo había soñado, pero ya era mucho. Le repliqué en un estilo que buscaba escándalo.

Por una debilidad que aún no me explico, descendió usted al terreno de la defensa. Mi sueño se realizaba por completo. Como pleiteaba por pobre, es decir, como no tenía bagaje literario que pudieran decomisarme en la aduana de la crítica, fui inflexible, duro en la contestación. Los ratones literarios tuvieron bien donde roer.

Aunque apartado de los grandes centros, no por esto dejaba de llegar a mí algo de lo que en ellos se decía. Como no se me conocía y mi apellido era extraño, muchos lo creyeron un seudónimo, y hubo necios que achacaron mis escritos a Valera, Núñez de Arce, Fernández de los Ríos otros de bastante talla literaria. Ceguedades de la maledicencia, que, sin embargo, me halagaban. No hay hombre insensible en absoluto a la vanidad.

Aquello pasó, como pasa todo, y cada cual quedó en el lugar que merecía; usted arriba, y sus envidiosos abajo: sólo yo varié de puesto; desde entonces no fui enteramente desconocido.Si no, resultase cursi por lo repetida, aquí sí que encajaba la frase del sándalo que perfuma el hacha que lo hiere. Al atacar a usted, salí de la oscuridad.

Cuando más tarde hablé con usted y me convencí de lo que era público, esto es, que el hombre resultaba superior al poeta, con valer tanto éste, me prometí darme algún día la satisfacción de decir en alta voz que sigo admirando a usted como siempre, que lo considero el mejor poeta de este siglo en España, por ser el más humano, el más original, el único que ha reflejado con valentía nuestras dudas, nuestras luchas, nuestras pasiones, nuestros desmayos...

Pero a pesar de haberme prometido darme la satisfacción que le he dicho, el tiempo, duro siempre para mí; la exigencia de la labor diaria; los empeños políticos y revolucionarios; la tristeza de las injusticias que también me han alcanzado; el cansancio que produce la lucha por el ideal en estos tiempos de indiferencia cuando esa lucha no se entabla en un terreno práctico; todo esto me ha hecho ir demorando la realización de mi buen propósito, sin dejar de pensar en él un solo día. Cuando estuvo usted enfermo hace dos años, tuve un gran pesar; podía usted haber desaparecido materialmente del planeta sin que yo hubiera cumplido este propósito, que ya consideraba como un deber, y esto me habría dejado algún remordimiento. Claro es que hubiera dicho todo esto después, pero no era lo mismo: siempre he querido decirlo por usted y para usted. El trasladarlo al público únicamente es por mí.

Aun cuando transcurren las medias docenas de años sin vernos, nada de lo que usted hace pasa inadvertido para mí, ni dejo de leer una línea de lo que escribe, ni de lo que otros escriben acerca de usted; y cada vez estoy más envanecido de haberle obligado a confundir por un momento su nombre con el mío.

Una de las cosas que me han encantado más en estos últimos tiempos, ha sido su negativa a que le honren en vida, como a tantos otros. Por una sola razón me habría alegrado de que usted se ablandase ante los ruegos de sus admiradores: la de que el hombre superior debe de hacer alguna que otra tontería para no estar humillando constantemente a los demás; fuera de esto, aplaudo de todas veras su resolución, máxime cuando me explico perfectísimamente que no tenga usted para la gloria las atenciones y miramientos que tendría con cualquiera otra hembra: al fin se trata de su mujer propia

Y no sólo estoy ahora conforme con usted en eso, sino en otras muchas cosas. Algunas de las ideas vertidas por usted en su defensa me escandalizaron entonces, por la soberbia que, según mi leal saber y entender, revelaban; hoy me parece usted el prototipo de la modestia, dado lo mucho que vale, al recordar las arrogancias que otros se permiten, y las que yo mismo me he permitido sin valer nada: verdad es que ahora tengo la soberbia por una cualidad hermosa.

También me indignaban sus ideas sobre la propiedad literaria; mas hoy, al ver al extremo que se llevan, y que muchos escritores parecen tenderos con vistas a la usura, y que se disputa ante los tribunales el derecho a explotar una obra que se ha robado, o que se ha comprado con el producto de robos anteriores, hoy me siento inclinado al anarquismo en literatura, y a exclamar como cualquier compañero: «todo es de todos». Y creo que no andaría descaminado el que aplicara esa frase a la propiedad literaria; porque ¿quién es el guapo que se atreve a decir, en el cambio mutuo de pensamientos que la imprenta ha establecido, que éste o aquél ha brotado exclusivamente en su cerebro? A la ley de propiedad literaria, dictada con espíritu asaz estrecho, débese la nueva raza de literatos de mostrador, que han convertido en oficio lo que fue siempre la primera y la más noble de las profesiones. Una cosa es que viva de sus obras el que las produzca, y otra bien distinta el que se ponga hasta al pie de un artículo de media columna esta frase mercantil: Prohibida la reproducción.

Mas ¿por qué hablo de esto? ¡Ah! sí. Por patentizar que estoy conforme con muchas de las ideas de usted que en 1876 combatí. ¡Qué terrible cosa es el tiempo! Nos hace envejecer y tener razón, como ha dicho no recuerdo quién.

Resumiendo, don Ramón, que me voy poniendo pesado, contra mi deseo y costumbre.

Repito que lo considero el mejor poeta español de este siglo, porque ha dicho más cosas originales que ninguno, y en forma más sencilla, y por lo tanto más bella, sin que esto le haya impedido ser tierno y delicado, epigramático e irónico, robusto y varonil como el que más, y demostrado a la vez que no es preciso apelar al tono solemne y aparatoso para decir sublimidades. Su musa, si a veces retozona y en ocasiones cáustica, ha sido siempre elegante, pudorosa; por eso conserva aún el vello del melocotón, signo de frescura, en el rostro: sus últimas composiciones en nada se diferencian de las primeras; es usted el de siempre: hombre en el pensar; niño en el sentir. En su cuerpo únicamente la corteza ha envejecido: el corazón y el cerebro, no.

Se ha hablado mucho de su escepticismo, y aun creo que yo también he incurrido en esa vulgaridad. ¿Escéptico el hombre que ha creído en todo lo elevado y todo lo bello? Más bien pudiera decirse que ha sido usted un gran creyente. Ha visto los lunares de sus ídolos pero los ha seguido adorando. La contradicción entre algunas de sus ideas, resulta más aparente que real.

Como no se ha fabricado usted un mundo a su capricho para sacar de él los seres que pinta y las pasiones que describe, sino que ha aceptado usted el que existe tal cual es, sólo ha cantado lo que ha visto y sentido; y como ha sentido mucho y hondo, y visto muy claro, de ahí la verdad y el encanto de sus obras. Ha hecho brotar agua de la peña informe, pero agua fresca y cristalina, mejor que la llovida del cielo. Sus mujeres, sobre todo, son encantadoras, adorables, porque son humanas; de carne y hueso. Se inmolan y engañan; rezan y pecan; mueren de amor y por amor matan; palpitan, respiran, besan, muerden y ahogan; tienen nervios, sangre y músculos para la pasión, y a la vez perfumes para el corazón, rocío para el alma, ilusiones, ansia de lo ideal...

Pero me salgo del programa que me tracé al tomar la pluma, que no fue el de juzgar sus obras, porque dejo tan hermosa tarea a los que saben hacerlo. Además, esta carta es sólo un desahogo de mi corazón. Sila coloco al frente de esta nueva edición de las Doloras, es por el orgulloso deseo de que alguien sepa que he existido, lo que sucederá mientras un ejemplar de esta edición quede. ¡Contrastes que abundan! Usted desprecia la gloria, que irá siempre unida a su nombre; yo, que no puedo aspirar ni a ver su rostro de lejos, busco el medio de unir mi nombre al de usted, para tener la remota probabilidad de que algún Menéndez Pelayo del porvenir diga al tropezar con un tomo de esta edición; «a falta de inteligencia, este señor Nakens tenía un gran instinto para practicar el adagio de 'el que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.'»

¿Qué por qué publico esta edición de las Doloras? Por la razón ya expuesta, y también por contribuir cuanto pueda a que se difundan, convencido cada vez más de la verdad de aquello que dijo usted al contestarme: «Las Doloras son una obra de misericordia literaria, que enseña a pensar al que no sabe», concepto que entonces rechacé brutalmente; y digo brutalmente, porque, aun cuando no me arrepiento de lo que hice, borraría de buen grado algunas palabras que empleé; todas las que no eran absolutamente necesarias para expresar mi pensamiento, y las que se distinguían por su dureza.

Y aquí si que voy a terminar, repitiendo que cada día me alegro más de haberme atrevido con usted, porque todos hemos salido ganando en ello; usted, porque pudo convencerse de que su fama y su gloria estaban ya templadas para recibir sin peligro todos los ataques; yo, porque desde aquel día fui conocido de alguien más que de mi familia; y el público, porque escribió usted mucho a raíz de aquel suceso en demostración de que no necesitaba, como así era, copiar pensamientos de nadie para hacer obras imperecederas. Los únicos que perdieron aquel día fueron sus detractores, porque se convencieron de que no había manera de oscurecer la gloria del que, por lo mismo que la tiene segura, se permite el lujo de despreciarla.

Un abrazo, mi querido don Ramón, y excuso encarecerle lo mucho que he gozado al escribir estos mal pergeñados renglones. Me complacería el saber que no le había desagradado nada de lo que le digo.

De usted siempre amigo y admirador

q. b. s. m.

José Nakens.

Madrid 8 de septiembre de 1894.






ArribaAbajoDoloras




ArribaAbajo- I -


Cosas de la edad



- I -
      Sé que corriendo, Lucía,
tras criminales antojos,
has escrito el otro día
una carta que decía:
«Al espejo de mis ojos».
   Y aunque mis gustos añejos
marchiten tus ilusiones,
te han de hacer ver mis consejos
que contra tales espejos
se rompen los corazones.
   ¡Ay! ¡no rindiera en verdad
el corazón lastimado
a dura cautividad,
si yo volviera a tu edad,
y lo pasado pasado!
   Por tus locas vanidades,
que son ¡oh niña!, no miras
más amargas las verdades
cuanto allá en las mocedades
son más dulces las mentiras!
   y que es la vez seductora
con que el semblante se aliña,
luz que la edad descolora!...
Mas ¿no me escuchas, traidora?
(¡Pero, señor, si es tan niña!...)


- II -

   -Conozco, abuela, en lo helado
de vuestra estéril razón,
que en el tiempo que ha pasado,
o habéis perdido o gastado
las llaves del corazón.
   Si amor con fuerzas extrañas
a un tiempo mata y consuela,
justo es detestar sus sañas;
mas no amar, teniendo entrañas,
eso es imposible, abuela.
   ¿Nunca soléis maldecir
con desesperado empeño
al sol que empieza a lucir,
cuando os viene a interrumpir
la felicidad de un sueño?
   ¿Jamás en vuestros desvelos
cerráis los ojos con calma
para ver solas, sin celos,
imágenes de los cielos
allá en el fondo del alma?
   ¡Y nunca veis, en mal hora
miradas que la pasión
lance tan desgarradora,
que os hagan llevar, señora,
las manos al corazón?
   ¿Y no adoráis las ficciones
que, pasando, al alma deja
cierta ilusión de ilusiones?
Mas ¿no escucháis mis razones?
(¡Pero, señor, si es tan vieja!...)


- III -

   -No entiendo tu amor, Lucía,
-Ni yo vuestros desengaños.
-Y es porque la suerte impía
puso entre tu alma y la mía
el yerto mar de los años.
   Mas la vejez destructora
pronto templará tu afán.
-Mas siempre entonces, señora,
buenos recuerdos serán
las buenas dichas de ahora.
   -¡Triste es el placer gozado!
-Más triste es el no sentido;
pues yo decir he escuchado
que siempre el gusto pasado
suele deleitar perdido.
   -Oye a quien bien te aconseja.
-Inútil es vuestra riña.
-Siento tu mal. -No me aqueja.
-(¡Pero, señor, si es tan niña!...)
-(¡Pero, señor, si es tan vieja!...)






ArribaAbajo- II -


Glorias de la vida


      ¡Al fuego, cartas de adorados seres,
por quien la sangre derramé viviendo!
¡Arded a impulsos de esa luz, y ardiendo,
con vos se extinga mi fatal pasión!
   se lleva el aire en fútiles despojos!
¡No su partida lamentéis, mis ojos,
que humo las glorias de la vida son!

   ¡Al fuego, signos que sin fe trazaron
falsas mujeres que adoraba ciego!
Victoria, Octavia, Inés... ¡al fuego! ¡al fuego!
¡Maldita sea mi fatal pasión!
   -«¡Nadie en el mundo como yo te adora!».
¡Arda a su vez la que tan bien mentía!
¡Ay! ¡quién, tal gloria al poseer, diría
que humo las glorias de la vida son!

¡Al fuego, enigmas de infernal sentido!
¡digno sepulcro el desengaño os presta!
¡Cuán bien mi madre me alejaba en ésta
del torpe error de mi fatal pasión!
   «¡Huye -dice- el amor, porque su gloria,
es pacto vil de la ilusión de un día,
y al fin verás, alma del alma mía,
que humo las glorias de la, vida son!».






ArribaAbajo- III -


Ventajas de la inconstancia


   Después de amarla, olvídala; que el cielo
la inconstancia al amor le dio en consuelo.

(Patricio M. de Rayon)                



   ¡Ay! anoche te escuché,
(el que escucha oye su mal),
cuando a otro hombre, por tu fe,
le jurabas fe eternal.
      ¡Imprudente!
nadie quiere eternamente;
que pase un mes y otro mes,
y me lo dirás después.
Aunque nuestro amor fue extraño,
      ya no lloro
ni mi engaño ni tu engaño,
      pues no ignoro
que la inconstancia es el cielo
       que el Señor
abre al fin para consuelo
a los mártires de amor.

   Después, ¡ingrata!, ¿qué hiciste?
¿fue el ruido de un beso aquél?
Bien te oí cuando dijiste:
-«No hice otro tanto con él».-
      ¡Ay, Victoria,
cuán frágil es tu memoria!
Ruega a Dios que siempre calle
aquella fuente del valle...
Si me engañas, ya antes, ducho
      te engañé:
porque, aunque me amabas mucho,
      yo bien sé
que la inconstancia es el cielo
       que el Señor
abre al fin para consuelo
a los mártires de amor.

   Por último, ¡horrible paso!
dijiste, al partir, de mí:
-«Es un...». -¡Ah! Mas, por si acaso,
lo dije yo antes de ti.
      Sí, gacela;
aquí, el que no corre, vuela.
Lo que tú hoy de mí, yo ayer
dije de ti a otra mujer.
Que los seres en amores
      adiestrados,
todos son engañadores,
      y engañados;
pues la inconstancia es el cielo
       que el Señor
abre al fin para consuelo
a los mártires de amor.

   Adiós. Te juro leal,
por el que nació en Belén,
que nunca te querré mal,
si no te quise muy bien.
      Conque, adiós.
Navia y Julio a veintidós.
Hoy por mí, y por ti mañana.
¡Tal es la doblez humana!
Si te ama algún importuno,
      o imprudente
llegases tú a amar alguno,
      ten presente
que la inconstancia es el cielo

que el Señor
abre al fin para consuelo
a los mártires de amor.






ArribaAbajo- IV -


Los sollozos


       Si a mis sollozos les pregunto dónde
la dura causa está de su aflicción
de un ¡ay! que ya pasó, la voz responde:
-«De mi antiguo dolor recuerdos son».-

   Y alguna vez, cual otras infelice,
que sollozo postrado en la inacción,
de otro ¡ay! que aún no llegó, la voz me dice:
-«De mí dolor presentimientos son».-

   ¡Ruda inquietud de la existencia impía!
¿Dónde calma ha de hallar el corazón
si hasta sollozos que la inercia cría,
presentimientos o memorias son?






ArribaAbajo- V -


Quien vive, olvida


      Que la dicha, si es colmada,
si nada turba el contento
suele trocarse en tormento;
porque cansa al corazón
siempre una misma pasión,
siempre un mismo sentimiento.

(El conde de Revillagigedo)                




ÉL

¡Cuánto amor, Adela mía,
   aquí un día
me juraste y te juré!


ADELA

Por cierto que fue en Noviembre,
   y en Diciembre
me olvidaste y te olvidé.


ÉL

Allí grabé con pasión
   la expresión
de que vivir es amar.


ADELA

Bajo expresión tan traidora
   graba ahora
que vivir es olvidar.


ÉL

Aún por ti mi amor se inflama,
   por que el que ama,
nunca olvida, si ama bien.


ADELA

No hagas de tu amor alarde,
   que, aunque tarde,
a gran amor gran desdén.


ÉL

Entre estas ramas, ¡ay triste!
   me dijiste:
«No te olvidaré jamás».


ADELA

No acerté, en mi error profundo,
   que en el mundo
quien más vive, olvida más.


ÉL

¿Cuándo con locos extremos
   volveremos
a amar con tan ciego ardor?


ADELA

Nunca, pues ya hemos sabido
   que el olvido
sigue, cual sombra, al amor.


ÉL

¡Tiempos felices aquéllos
   en que, bellos,
vivir era idolatrar!


ADELA

¡Quién entonces (¡pena fiera!)
   nos dijera
que vivir es olvidar!






ArribaAbajo- VI -


Las dos almas

       -¿A dónde vas, alma mí,
hacia ese mundo perdido?
-A ser alma de un nacido
la Omnipotencia me envía.
   Y tú, alma mía ¿qué vuelo
sigues ganando la altura?
-Dejo a uno en la sepultura
y voy caminando al cielo.
   -Puesto que subes, hermana,
y te hallo al bajar al mundo,
dime si es...-Un caos profundo,
que llaman cárcel humana.
   Prosigue, y no tan altiva,
hermana, bajes ahora;
porque vas, siendo señora,
a ser del hombre cautiva.
   Que en él, con rumbo perdido,
sigue en loco devaneo
cada potencia un deseo
y un gusto cada sentido.
   Pues de ansia de goces lleno,
busca el oído armonía,
el paladar ambrosía,
e impúdico el tacto, cieno.
   Así sus gustos sin calma
van los sentidos gozando,
mientras que a merced, flotando,
va de los suyos el alma.
   Y en rumbos tan desiguales
y tan contrarios vaivenes,
si el alma delira bienes,
acosan al cuerpo males.
   Y amando el cuerpo la tierra,
y el alma adorando al cielo,
siempre están en su desvelo,
carne y espíritu en guerra.
   -Pues si ya, el cielo ganando,
dejaste cárcel tan fiera,
¿por qué al aire, compañera,
vas esas lágrimas dando?
   -Porque hay, hermana, en el suelo
seres que también se adoran,
y que, al dejarlos, se lloran
como al dejar los del cielo.
   -Si el cielo que dejo escalas,
y al mundo voy que tú dejas,
levemos, pues, tú mis quejas
y yo tu llanto, en las alas.
   Y al mundo adonde me alejo,
cuando le muestre tu llanto,
muestra mis ayes en tanto
al cielo hermoso que dejo.
   Y ya que fatídico arde
de mi cautiverio el día,
con Dios queda, hermana mía.
-Hermana mía, Él te guarde.-






ArribaAbajo- VII -


No hay dicha en la tierra


      De niño, en el vano aliño
de la juventud soñando
pasé la niñez llorando
con todo el pesar de un niño.
   Si empieza el hombre penando,
cuando ni un mal le desvela,
      ¡Ah!
la dicha que el hombre anhela,
      ¿dónde está?

   Ya joven, falto de calma
busco el placer de la vida
y cada ilusión perdida
me arranca, al partir, el alma.
   Si en la estación más florida
no hay mal que al alma no duela,
      ¡Ah!
la dicha que el hombre anhela,
      ¿dónde está?

   La paz con ansia importuna,
busco en la vejez inerte,
y buscaré en mal tan fuerte
junto al sepulcro la cuna.
   Temo a la muerte, y la muerte
todos los males consuela.
      ¡Ah!
la dicha que el hombre anhela,
      ¿dónde está?






ArribaAbajo- VIII -


La virtud del egoísmo


       Si anoche no estuve, Flora,
a adorar tu talle hermoso,
es porque soy virtuoso
y me da sueño a deshora.
      ¡Pecadora!
   Ya le contaré a tu madre
que, porque amo
mi quietud
      y salud,
dijiste hoy a mi compadre:
«¡Qué egoísta es la virtud!».

   ¿Cómo he de ir con fe no escasa
a ver tus ojos serenos,
si hay cien pasos por lo menos
desde mi casa a tu casa?
      Y ¿qué pasa
al hallarnos frente a frente?...
¿Qué?... tú mientes sin guarismo;
      yo lo mismo.
El no ir, por consiguiente,
¿es virtud, o es egoísmo?

Verbi gratia, el otro día,
al verte de mi amor harta,
puse un bostezo de a cuarta
entre un «paloma» y un «mía».
      Es falsía
la de bostezar amando;
mas si hoy, con más pulcritud
      y quietud,
no he ido a amar bostezando,
¿fue egoísmo o fue virtud?

   Desde hoy no vuelvo a tu edén
a tomar, Flora, el sereno:
si es por egoísmo, bueno,
y si es por virtud, también.
      Sí, mi bien;
esto haré por mi salud,
aunque diga tu cinismo
      que es lo mismo
la gloria de la virtud
que el triunfo del egoísmo.






ArribaAbajo- IX -


Propósitos vanos

Nunca te tengas por seguro en esta vida.


(Kempis, lib. I, cap. XX.)                



   -Padre, pequé, y perdonad
si en mi amorosa contienda
se lleva el viento a mi edad
propósitos de la enmienda.


EL CONFESOR

   ¡Siempre es viento
a esa edad un juramento!
¿Qué pecado es, hija mía?


LA PENITENTE

-El mismo del otro día.
Y, aunque es el mismo, id templando
      vuestro gesto,
pues dijo ayer predicando
fray Modesto,
que es inútil la más pura
      contrición,
si abona nuestra ternura
flaquezas del corazón.

   Ayer, padre, por ejemplo,
tocó a misa el sacristán,
y en vez de correr al templo
corrí a la huerta con Juan.


EL CONFESOR

      -¡Triste don,
correr tras su perdición!


LA PENITENTE

   -Sí señor; mas don tan vil,
de mil, lo tenemos mil.
No hay niña que a amor no acuda
      más que a misa;
que el diantre a todas sin duda
      nos avisa
que es inútil la más pura
      contrición
si abona nuestra ternura
flaquezas del corazón.

   La verdad, tan poco ingrata
con Juan estuve en la huerta,
que, como él mirando mata,
huí de él... como una muerta.


EL CONFESOR

      -¡Dulcemente
fascina así la serpiente!


LA PENITENTE

   -¡No lo extrañéis, siendo el pecho
de masa tan frágil hecho!
Si voy, cuando muera, al cielo,
      (que lo dudo),
ya contaré que en el suelo
      nunca pudo
sernos útil la más pura
      contrición,
si abona nuestra ternura
flaquezas del corazón..

   Y mañana, ¿qué he de hacer,
padre, al sonarla campana,
si él me dice hoy, como ayer:
«vuelve a la huerta mañana?».


EL CONFESOR

      -¡Ay de vos!
¡Antes Dios y siempre Dios!


LA PENITENTE

   -Es cierto, mas entre amantes
no siempre suele ser antes.
Y, en fin, si de ser cautiva
      me arrepiento,
o me absolvéis mientras viva,
      o presiento
que es inútil la más pura
   contrición,
si abona nuestra ternura
flaquezas del corazón.






ArribaAbajo- X -


La ciencia de la vida


       Amargando tu existencia
de tu corazón en daño,
ya te enseñaré esta ciencia
el libro de la Experiencia,
página del Desengaño.

(E. Florentino Sanz)                



    Seguid; veremos a qué luz impura
del porvenir el caos se ilumina.


EL AGORERO

   -Mas ¿quién, desengañado, no adivina
de la vida el horóscopo fatal?
   Siempre en mi ciencia se predicen bienes.
¡Dios los da al hombre por amor profundo!
Después se augura un mal, porque en el mundo,
tarde o temprano es infalible el mal.
-Seguid.


EL AGORERO

   -Si a un triste le auguráis su estrella,
algún placer le auguraréis mintiendo;
que, aunque nuestro hado es esperar sufriendo,
la esperanza, aun sufriendo, es celestial.
   Y si su suerte predecís acaso
a los que mira compasivo el cielo,
hacedles ver que, en la orfandad del suelo,
tarde o temprano es infalible el mal.
-Seguid.


EL AGORERO

      -Sabréis mi dolorosa ciencia
si grabáis en la mente con empeño
que es el bien, por ser bien, sueño de un sueño
que el mal, sólo por serlo, es inmortal.
   Que nunca falta una ilusión gloriosa
que alegre una existencia maldecida,
y que en la paz de la más dulce vida,
tarde o temprano es infalible el mal.






ArribaAbajo- XI -


Vanidad de la hermosura

A Octavia.




    Ni amor canto, ni hermosura,
porque ésta es un vano aliño,
      y además,
aquél una sombra obscura.


OCTAVIA

-¿No es más que sombra el cariño?
      -Nada más.

Esas flores con que ufana
tu frente se diviniza,
   ya verás
cuál son ceniza mañana.


OCTAVIA

   -¿Nada más son que ceniza?
      -Nada, más.

   Y en tu contento no escaso,
¿qué dirás que es el contento,
      qué dirás?


OCTAVIA

   -¿Nada más que viento acaso?
-Nada más, niña, que viento;
      nada más.

   En la edad de las pasiones,
a vueltas de mil enojos,
      hallarás
aire, sombras e ilusiones:
¡nada más, luz de mis ojos,
      nada más!...-






ArribaAbajo- XII -


Vivir es dudar

    Si vivir no es dudar, prenda querida,
      decidme, en mal tan fuerte:
¿es el fin de esta vida nuestra muerte,
o es la muerte el principio de otra vida?
      Porque es nuestra existencia
turbio fanal de inescrutable esencia,
      pues cual luz mortecina
sólo bordes de sombras ilumina.
      Siguiendo la esperanza,
quien la alcanza una vez, frágil la alcanza;
      si el aire sombra hiciera,
como la sombra de los aires fuera.
      Lloramos la partida
de ésta que vuela inconsolable vida,
       y es en la humana suerte
la vida el pensamiento de la muerte.
      Nuestros pérfidos cantos
preludios son de venideros llantos;
      Que es del dolor la puerta
la que el gozo al pasar nos deja abierta.
      El mayor bien gozado
jamás es grande, hasta que ya es pasado,
      pues sólo en la memoria
es grande, al parecer, la humana gloria.
   Y en tan vil confusión, prenda querida,
nadie sabe inquirir, en mal tan fuerte,
si es el fin de esta vida nuestra muerte,
o es la muerte el principio de otra vida.






ArribaAbajo- XIII -


Poder de la belleza


   ¡Me caso! Yo, que odio eterno
siempre profesé a este paso,
como a un paso del infierno,
ya cándidamente tierno...
¿podréis creerlo? ¡me caso!
   Y pues ya amo a una mujer
(siento decir que no miento),
justo es que cante, y lo siento,
de la belleza el poder.

   Yo, que amante meritorio
llevé en España mi ardor
de un jolgorio a otro jolgorio
haciendo el don Juan Tenorio
con doncellas de labor,
   hoy mi indómita cabeza
a un yugo al fin se somete:
aquí dio fin el sainete...
¡Oh poder de la belleza!

   Yo, que canté a cualquier hora:
«No me da pena maldita
si tu pecho no me adora,
pues la mancha de una mora,
con otra blanca se quita,
peno, por una mujer,
y (aparte) rabio de celos.
¡A tanto se extiende, cielos,
de la belleza el poder!

   Yo, que amé en la edad florida
cada cien días a ciento,
¡ya hace un mes que mi querida
es aliento de mi vida,
es la esencia de mi aliento!
Un mes en mí de terneza,
es de treinta años emblema;
es la vida... es el poema
del poder de la belleza.

   Con mi triste casamiento,
(mis ex-amadas, mi ex gloria),
¡ya nos arrebata el viento
tanto amor que ha sido historia,
tanta historia que fue cuento!
   Mas todo es sueño, a mi ver,
en esta vida traidora;
sólo es real, a cuartos de hora,
de la belleza el poder.

   ¡Ya no os daré cantilenas,
jugando al toma y al daca,
pelo, anillos, ni cadenas,
ni tantas cosas, tan buenas
para hacer nidos de urraca!
   Y a fe que es necia flaqueza
que, ganando mil ventajas,
sólo estribe en zarandajas
el poder de la belleza.

   Pues me caso, Satanás
haga a mi esposa, o Dios la haga
no pedir cuentas de atrás;
pues si el que la hace la paga,
¡Santo Cristo de Candás!
   Si expiación llega a haber,
siendo, cual la muerte, fuerte,
es horrible, cual la muerte,
de la belleza el poder.

   ¡Dios! a quien ofendo impío,
dad a tanto error disculpa;
perdonad mi desvarío:
¡por mi culpa, padre mío;
por mi grandísima culpa!
   No os venguéis de quien, si empieza
cantando la palinodia,
loa en tono de salmodia
el poder de la belleza.

   Desde hoy mis glorias de amante
se concretarán, Dios mío,
a tener en adelante,
una mujer que me espante
las moscas en el estío.
   No extrañéis que cual placer
el no ver moscas os nombre,
que a tal punto humilla al hombre,
de la belleza el poder.

   Hoy mi pecho, en conclusión,
pide perdón y perdona
a cuantas fueron y son...
desde Lisboa a Pamplona,
desde Sevilla a Gijón.
   Y hoy, en fin, mi bien empieza,
o empieza mi mal acaso:
de cualquier modo, ¡me caso!
¡VICTORIA POR LA BELLEZA!






ArribaAbajo- XIV -


Todo se pierde


   Rosa, ¿con que perdiste
   la flor encantadora
que la noche te di de tu partida?
   Aunque la cosa es triste...
   la flor vaya en buen hora,
si fue sólo la flor; Rosa, perdida;
   mas esto me convida
   (perdona) a que recuerde
que en el mundo, mi bien, todo se pierde,

   Todo se pierde, ¡ay triste!
   De tu frente, antes pura,
baja, y verás con lágrimas tus ojos;
   ya indócil se resiste
   al corsé tu cintura;
sube al cuello después, y... ¡ay, qué despojos!
   El ver seco da enojos,
   árbol que fue ten verde.
   ¡Todo se pierde, sí, todo se pierde!

   De este pecho, tuyo antes,
   perdí un día la llave,
y cuanto en él guardé perdí con ella.
   Ilusiones amantes,
   toda la villa sabe
   que para ti guardaba Rosa bella.
   Mas, ¡cuán tarde mi estrella
   hizo que al fin recuerde
que todo (¿no es verdad?), ¡todo se pierde!

   ¿Qué fue de tu hermosura?
   ¿qué fue de mi terneza?
De la flor que te di dime ¿qué ha sido?
   Perdiose la flor pura,
   lo mismo que (¡oh tristeza!)
mi amor y tu hermosura se han perdido.
   En el mundo es sabido
   que, sin que uno se acuerde,
todo se pierde; ¡oh Dios! ¡todo se pierde!






ArribaAbajo- XV -


La compasión

    -Niña; ¿por qué desvelada
suspiras con tal empeño?
-El por qué, madre, no es nada;
sólo me siento hostigada
por las quimeras de un sueño.
   -El rostro, niña, sepulta
en la holanda, que el espanto,
viendo las sombras, se abulta.
-Así derramaré oculta
entre sus pliegues mi llanto.
   -Pronto, la noche ahuyentando,
llamará el alba a la puerta.
-Pues vendrá en vano llamando,
que si ahora duermo soñando,
después soñaré despierta.
   -¡A que si el mundo ve ya
de una niña el mal profundo,
que es amor en decir da?
-Pues sus razones el mundo
para decirlo tendrá.
   ¿Y en qué livianas razones
estriba el mal que te aqueja?
-En unas tristes canciones
que, de una lira a los sones,
alzaba un hombre a mi reja.
   Entré afligida en el lecho,
quedó traspuesta, y entonces
sonó un ruido a poco trecho,
que ¡cuál llagaría el pecho,
cuando ablandaba los bronces!
   Desperté a oírle; y la lira
no alegró la soledad;
y ahora mi pecho suspira
no sé si porque es mentira,
o porque no fue verdad.
   -Mas ¿quién alzó las querellas?
que era un peregrino.
¡Ay de las tristes doncellas,
si al proseguir su camino
puso los ojos en ellas!
   -¿Un peregrino, alma mía,
cantaba en llanto deshecho?
-Y soñé que era el que un día
buscó albergue en nuestro techo
por la tormenta que hacía.
   Nieves y cierzo arrostrando,
húmedos ya sus despojos,
vino a la puerta llamando,
y yo se la abrí, mostrando
mostrando la compasión en los ojos.
   -¿De cuándo acá se te alcanza
recordar tal desacuerdo?
-Dejadme en mi bienandanza.
¡Bella será una esperanza,
pero es muy dulce un recuerdo!
   Aun me ocupa la memoria
cuando, la lumbre cercando,
entre ilusiones de gloria,
una historia y otra histeria,
me fue, amorosas, contando.
   Siempre en ellas se moría
uno que a su ingrato bien
como a sus ojos quería,
mas no me contó que había
hombres ingratos también.
   Diome, con chistes discretos,
conchas, cruces y regalos,
y mágicos amuletos
que por instintos secretos
daban pavor a los malos.
   Y los gustos de la vida
me ponderaba halagüeño
en plática tan sentida,
que, cual si fuese beleño,
me iba dejando adormida.
   Y mi amante pesadumbre
prosiguió astuto aumentando,
hasta que el postrer vislumbre
débil lanzando la lumbre,
se fue la sombra espesando...
   -¿Por que entonces de su fuego
rémora no fue tu calma?
-Creí sus perfidias luego,
porque acompañó su ruego
con un suspiro del alma.
   -¿Y fuiste al rayar el día,
su ruta, niña, a inquirir?
-En vano fui, madre mía;
ya el sol derretido había
la nieve que holló al partir.
   Corriendo desalentada
fui de lugar en lugar...
-¿Y qué hallaste, desgraciada?
-Al cabo de la jornada
hallé el placer de llorar.
   ¿Cuál genio, en tan triste día,
a escuchar su frenesí,
más ciega que él, te impelía?
La compasión, madre mía...
-Y... ¿quien la tendrá de ti?






ArribaAbajo- XVI -


Corta es la vida

    Parose, una voz sentida
cierto viajero escuchando,
y vio un ave que, rendida
al pie de un árbol, piando
triste exhalaba la vida.
   Y al ver que, al árbol querido
mirando desde la grama,
alzaba el postrer gemido
hacia la flexible rama,
que era el sostén de su nido,
   -He aquí -dijo en su sorpresa-
la imagen de la fortuna;
vagando sin ley alguna
al fin hallamos la huesa
al mismo pie de la cuna.
   Y alejándose al momento,
por templar su mal no escaso,
añadió en su pensamiento:
-¿Cuánto las separa? -¡Un paso!
-¿Y qué media entre ambas? -¡Viento!






ArribaAbajo- XVII -


Virtud de la hipocresía

No eres más santo porque te alaben, ni más vil porque te desprecien. Lo que eres, eso eres.


(Kempis, lib. II, cap. VI.)                


   Ya he visto con harta pena
que ayer, alma de mi alma,
mandaste colgar, Elena,
de tu balcón una palma.
   Y, o la palma no es el título
de una candidez notoria,
o no es cierto aquel capítulo
en que habla de ti la historia.
   Pues dicen que hoy, imprudente,
después que la palma vio,
riéndose maldiciente,
cierto galán exclamó:
   -«Mal nuestra honradez se abona
si nuestras virtudes son
cual la virtud que pregona
la palma de ese balcón».-
   Bien te hará entender, Elena,
esta indirecta cruel,
que ya es pública la escena
que pasó entre Dios, tú y él.
   Pues, al mirarte, embebido,
dice entre sí el vulgo ruín:
-Ya hay alientos que han mecido
las flores de ese jardín.-
   Mal tú niega el hecho, Elena,
porque en materias de honor,
antes, el Código ordena,
ser mártir que confesar.
   Aunque a hablar de ti se atrevan,
siempre será necio intento
dudar de honras que se llevan
palabras que lleva el viento.
   Da al misterio la verdad,
que la virtud, en su esencia,
es opinión la mitad
y otra mitad apariencia.
   Palma ostenta, pues es uso;
que aunque mentir no es prudente,
por algo Dios no nos puso,
el corazón en la frente.
   Nada a confesar te venza;
que engañar por el honor
es en los hombres vergüenza
y en las mujeres pudor.
   Y si tu honor duda implica,
no dudes que hay mil que son
cual la virtud que publica
la palma de tu balcón.






ArribaAbajo- XVIII -


El concierto de las campanas
(Para música)


   Por un nacido allíimploran,
y aquí por un muerto lloran.
Cuando allí tocando están
      ¡din don, din dan!
tocan aquí en tronco son:
      ¡din dan, din don!

   Allí un vivo, y aquí un muerto.
A tan monstruoso concierto,
labrando mis goces van,
      ¡din don, din dan!
su tumba en mi corazón:
      ¡din dan, din don!

   ¡Ay, cuán falsamente unida
va con la muerte la vida!
¡Qué inútil es nuestro afán!
      ¡Din don, din dan!
¡Qué breves las dichas son!
      ¡Din dan, din don!






ArribaAbajo- XIX -


Glorias póstumas

A don Nicomedes Pastor Díaz,
con motivo de la falsa muerte de una amiga.




   Aún el pesar me asesina
de cuando aquí por muy cierto
se dijo de Carolina
que (¡Dios nos libre!) había muerto.
      El que menos,
con ojos de espanto llenos,
«¡cuánto lo siento!» -exclamaba...
Pero ninguno lloraba.
El que se muere, Pastor,
      o se ausenta,
es cero que olvida amor
      en su cuenta.
Los que esperan fe en muriendo,
      ¡cuánto yerran!
Bueno o malo, alo que entiendo,
al que se muere lo entierran.

   No hay ser que al «¡Dios le perdone!»
con que hace al muerto un regalo,
si es su enemigo, no entone
el Libera nos a malo.
      Cantan esto
los que no aman, por supuesto;
porque los que aman muy bien,
dicen: Resquiescat... Amén.
Al que ama y no ama, igual pena
      le acomete,
exceptuando alguna escena
      de sainete.
Premio igual dan y reciben
      los que quieren,
ya olvidando a los que viven,
ya enterrando a los que mueren.

   Cuando más, los muy leales
nos recomiendan a Dios
con dos misas de a seis reales;
total, cuartos ciento dos.
      Y aun dos misas
no son del todo precisas,
pues con una solamente
cubre un hombre el expediente...
¿Para qué, ansiando, vivimos
      entre lloro,
y adquirimos y adquirimos
      oro y oro,
si al fin un deudo allegado,
      sin gemir,
entre un mal lienzo hilvanado
nos enterrará al morir?

   «Con tu ausencia y veinte reales,
un duro mi pecho gana».
Así calcula sus males
nuestra condición humana.
      ¡Maldición
sobre tan vil condición!
¿No hay más deudos ni parientes
que las muelas y los dientes?
¡Ay! di a tu amiga, Pastor,
      que, si muere,
de nadie gloria ni amor
      nunca espere
pues llenando el ataúd
      do le encierran
con amor, gloria y virtud,
¡al que se muere lo entierran!






ArribaAbajo- XX -


Vivir muriendo


Vivit, et est vitos uescius ipsae suae.

(Ovidio)                


    Al nacer me recibieron
la vida y la muerte en brazos,
y al ver tan opuestos lazos,
con torva faz prorrumpieron:
   -¿Qué buscas aquí, perdida?-
dijo a la vida la muerte.
-¿Nació para ti por suerte?-
dijo a la muerte la vida.
   -Dios a mi eterna morada,
responde aquélla, le envía.
-Soy, para entrarle en la mía
dice ésta, de Dios enviada.
   -Pues vuelva al seno de Dios
y su justicia decida
si es de la muerte o la vida,-
claman a un tiempo las dos.
   Y haciendo audaz cada una
presa en el mísero infante,
lleno de llanto el semblante
me levanté de la cuna.
   Entre ambas camino incierto,
dudando mi fantasía
si antes de nacer vivía,
o si es que, al nacer, he muerto.
   Los que en la vida fui dando
desde mis pasos primeros,
cual dados en sus linderos,
los fue la muerte contando.
   Camino, y en mal tan fuerte,
la mente desvanecida,
nombra desvelo a la vida
y llama sueño a la muerte.
   Ponen, con locos empeños,
mis sufrimientos a prueba,
desvelos, si el sol se eleva,
si se alzan las sombras, sueños.
   Y así van al alma mía
sueño y desvelo asediando,
uno tras otro pasando
como la noche y el día.
   Si de la vida, por suerte
el breve término dejo,
conmigo doy sin consejo
en el confín de la muerte.
   Y a veces tan dulces lazos
forman la muerte y la vida
que una en otra confundida,
van una de otra en los brazos.
   ¿Si en mi ataúd, por fortuna,
daré mi primer vagido,
o por fortuna habrá sido
lecho de muerte mi cuna?
   Si he muerto al nacer, por suerte,
¿a qué me asedia la vida?
Y si ésta aún no está cumplida,
¿por que me asedia la muerte?
    -¿A dónde, en tan ciego abismo,
voy tras de ensueños que adoro,
tanto, que entre ellos ignoro,
si sombra soy de mí mismo?
   ¡Sacadme ya, Dios clemente,
de un abismo tan horrendo,
o eternamente muriendo,
o viviendo eternamente!






ArribaAbajo- XXI -


Nada de nada. -Nada por nada


    Por cosas de este mundo,
      nunca te apures,
que no hay mal que no acabe,
      ni bien que dure.

(Cantar)                



   -Nada me importa. -Al sentimiento extraño,
ni en el bien gozo, ni en los males peno;
si ahogo en el «no importa» el propio daño,
sepulto en un «¡paciencia!» el daño ajeno.
Esperando mi mal, mi bien engaño;
paso lo malo en aguardar lo bueno;
y así, el alma en sí misma sepultada,
da a habido por haber -nada de nada.

   -Me es todo igual. -Nada el placer me importa,
ni al hosco aspecto del dolor me irrito;
si el mal la senda de mi vida acorta,
prorrumpo sin rencor: -Estaba escrito.
Cuando sus iras mi destino aborta,
-buen semblante a mal tiempo- me repito;
y así, cerrando a la pasión la entrada,
grabé en mi corazón: -Nada por nada

   -Nada me importa.- Que daré no ignoro
sepulcro al bien y al mal en mi indolencia.
Sé que mi amor han de curar, si adoro,
el tiempo, el gusto, otro placer, la ausencia.
La presunta ilusión templa mi lloro,
amarga mis delirios la experiencia,
y de afectos en lid tan encontrada,
es lema de mi fe: -Nada de nada.

   -Me es todo igual.- Como insaciable hiena
me hiere el desengaño carnicero,
pero en mi herida, sin placer ni pena,
sepulcro doy al universo entero.
¡Oh vida inútil, de pesares llena!
¡Oh estéril mundo, donde el bien no espero!
Pues os debo esta fe desesperada,
-nada de nada- os doy; -nada por nada.






ArribaAbajo- XXII -


Vaguedad del placer



- I -

      -«Al que antes cumpla, su anhelo
logrando la dicha extrema
de dar a su sien diadema
hecha de luces del cielo.»
   Así una turba ligera
de niños baja diciendo,
tocadas del Iris viendo
las aguas de una pradera.
   Siguen el monte esquivando,
y crece su empeño loco,
en tanto que, poco a poco
va el Iris su luz menguando.
   Y cuando de su ornamento
creían la sien orlada,
vieron su luz disipada
como fantasma en el viento.

   -¿Cómo es?- desde el monte erguido
preguntan cuantos los miran;
y alzan los ojos; suspiran,
y les responden: -¡Ya es ido!
   -¡Mentira!- bajan diciendo
los que ven clara su lumbre,
y en tanto ganan la cumbre
mustios los otros subiendo.


- II -

   Porque sus lindos reflejos
son, al tocarlos, ficciones,
cual son de cerca ilusiones
las que venturas de lejos.
   El Iris, siempre inconstante,
se va mostrando inseguro,
a los que bajan, obscuro,
y a los que suben, brillante.
   -¿Cómo es?- en ronco alarido
gritan los antes burlados;
y los de ahora, extasiados,
tristes responden: -¡Ya es ido!
   -¡Mentira!- dicen bajando
los que poco antes mintieron,
y a los de abajo se unieron
prestos el monte esquivando.


- III -

   Juntos con pueril anhelo
se agitan con ansia ardiente,
corriendo de fuente en fuente
tras los matices del cielo.
   Y todos, dando a cual más
gusto a su pecho anhelante,
unos gritan: -¡Adelante!
y los de adelante: -¡Atrás!
   Y así, sin orden ni guía,
aquí y allí discurrieron,
y ni allí ni aquí le vieron,
y en todas partes lucía.
   Y al verle desvanecido,
con más vergüenza que enojos,
vueltos al cielo los ojos,
exclaman todos: -¡Ya es ido!

   Así en eterno cuidado,
aquí y allí, nuestro intento
corre fugaz por el viento
tras un placer nunca hallado.
   Que el hombre, en su desacuerdo,
llama, al verle en lontananza,
si es delante, una esperanza,
y si es detrás, un recuerdo.
   Y aún no marcó en su sentido
el gusto una vana huella,
cuando, imprecando su estrella,
suspira y dice: -¡YA ES IDO!






ArribaAbajo- XXIII -


Últimas abjuraciones


   ¡Voy a morir! Prenda del alma mía,
este el centón de mis quimeras es;
leed, leed, y de la gloria impía
de tanto error abjuraré después.


EL HIJO (leyendo.)

-«Cuna de rosas al nacer hallamos».


EL PADRE

¡Mentira! Abrojos al nacer nos dan.


EL HIJO

-«Rosas, la vida al comenzar, hollamos».


EL PADRE

¡Falso! Los pies por entre abrojos van!

   ¡Voy a morir! Las bárbaras memorias
que el fin amargan de mis horas ved.
¡Cúmulo abyecto de entrañables glorias!
Leed, por Dios, y escarmentad; leed.


EL HIJO

-«Su vida el hombre de ilusiones puebla».


EL PADRE

-¡Ay! Necio error a la ilusión llamad.


EL HIJO

-«Huye la edad de la razón cual niebla».


EL PADRE

¡Horror! ¡Pasad, horas sin fin, pasad!

   ¡Voy a morir! De nuestra vida escasa,
pasa en engaños la primer mitad;
la otra mitad en desengaños pasa:
¡nunca olvidéis esta cruel verdad!


EL HIJO

-«¡Triste es dejar del mundo la presencia!».


EL PADRE

¡Mundo, os doy ledo mi postrer adiós!


EL HIJO

-«Perece el bienestar con la existencia».


EL PADRE

-¡Muerte, del hombre el bienestar sois vos!






ArribaAbajo- XXIV -


Quien más pone, pierde más


      Es la constancia una estrella
que a otra luz más densa muere,
pues quien más con ella quiere,
menos le quieren con ella.

   Este refrán que te canto,
tiene, amor mío, tal arte,
que su verdad a probarte
con una conseja voy.
   Fue una niña de quince años
el duende de esta conseja,
y aunque la niña ya es vieja,
aun dice entre angustias hoy:
   Que es la constancia, una estrella
que a otra luz más densa muere,
pues quien más con ella quiere,
menos le quieren con ella.

   Tuvo la niña un amante
a quien, idólatra, un día,
-te he de querer -le decía
hasta después de morir.
   Y si con Dios avenida,
corta mi aliento la muerte,
dejaré el cielo por verte.-
Tal dijo, sin advertir
   que es la constancia una estrella
que a otra luz más densa muere,
pues quien mas con ella quiere,
menos le quieren con ella.

   Murió la niña, y cumpliendo
de su antiguo amor los gustos,
dejó el país de los justos
y al mundo el vuelo tendió;
   y cuando alegre a su amante
con alas de ángel cubría,
-¿Ves cuál dejé? -le decía-
el cielo por ti?- Mas, ¡oh!
   que es la constancia una estrella
que a otra luz más densa muere,
pues quien mas con ella quiere,
menos le quieren con ella.

   Durmió el ángel a su lado,
y, de otra esfera anhelante,
sus alas cortó el amante
y en ellas al cielo huyó.
   Y al encontrarse la niña
víctima de un falso trato,
llorando vio que el ingrato
subiendo al cielo cantó:
   Es la constancia una estrella
que a otra luz más densa muere,
pues quien más con ella quiere,
menos le quieren con ella.



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