Escena II
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El REY.
El CONDE DE LERMA.
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LERMA.-
(Sorprendido al ver al REY.)
¿V. M. se siente malo? |
REY.-
Se ha pegado fuego al pabellón
del ala izquierda. ¿No oísteis el ruido? |
LERMA.-
No, señor. |
REY.-
¡No! ¿Cómo? ¿Habré
soñado? Y no puede ser esto casual. ¿La Reina no duerme
en esta parte del palacio? |
LERMA.-
Sí, señor.
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REY.-
Este sueño me ha asustado. Desde hoy se doblará
la guardia de aquel punto al caer la tarde, pero... secretamente,
muy secretamente. No quiero que... ¡Parece que me observáis!
|
LERMA.-
Observo vuestros ojos enrojecidos que piden descanso
y me atrevo a recordar a S. M. el cuidado de su preciosa
salud, y el de sus pueblos que verían con dolorosa
sorpresa las huellas del insomnio en su rostro... Con que
durmierais tan sólo un par de horas... |
REY.-
(Turbado.)
El sueño... el sueño, ya dormiré en
el Escorial. Cuando el Rey duerme, adiós corona; cuando
el esposo duerme, adiós amor de su esposa. Pero no,
no; es una calumnia. ¿No es por ventura una mujer quien me
lo ha contado, y el mismo nombre de la mujer no es calumnia?
El crimen no será verdad para mí hasta que
lo haya confirmado un hombre. (A los PAJES que acaban de
despertar.) Llamad al Duque de Alba. (Los PAJES se van.)
Acercaos, Conde. ¿Es verdad? (Clava en él una mirada
penetrante.) ¡Ay!... ¡Poder conocerlo todo, aunque este poder
durara sólo el tiempo que dura una pulsación!
¿Es verdad? Jurádmelo. ¿Soy engañado? ¿Lo soy?
¿Es verdad? |
LERMA.-
Grande, excelente Rey... |
REY.-
(Retrocediendo.)
¡Rey todavía, y siempre rey! Ninguna otra respuesta
que el eco de este vano sonido. Golpeo la roca en busca de
agua, de agua para apagar mi sed ardiente, y brota tan sólo
oro derretido. |
LERMA.-
Pero ¿qué preguntáis
si es verdad, señor? |
REY.-
Nada, nada, dejadme; idos.
(El CONDE va a salir, y el REY le llama.) ¿Estáis
casado, sois padre, verdad? |
LERMA.-
Sí, señor.
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REY.-
Casado, ¿y os atrevéis a velar una sola noche,
junto a vuestro señor? Encanecisteis, ¿y creéis
todavía sin rubor en la virtud de vuestra esposa?
¡Oh! regresad a casa, y la sorprenderéis entregada
a los abrazos incestuosos de vuestro hijo; creed a vuestro
Rey... Idos... Me escucháis atónito; y claváis
en mí penetrante mirada, porque también yo
encanecí... |
¡Desdichado!... Reparad en lo que hacéis;
la virtud de las reinas es intachable, y sois muerto si dudáis.
|
LERMA.-
(Con calor.) ¡Y quién podría dudar!...
¿Quién, en todo el reino, osaría lanzarla envenenada
sospecha sobre esta virtud angelical, sobre la mejor Reina
que ha habido? |
REY.-
¿La mejor?... ¿Para vos es también
la mejor?... Veo que cuenta con entusiastas amigos junto
a mí, y esto le costará sin duda mucho, tal
vez más de lo que ella pueda dar en recompensa, me
parece. Podéis retiraros; llamad al Duque. |
LERMA.-
Le oigo ya en el salón. (Va a salir.) |
REY.-
(Con acento
más blando.) Conde, verdad es cuanto habéis
observado hace poco. Esta noche de insomnio ha enardecido
mi cabeza; olvidad por lo tanto lo que he dicho soñando
despierto... Oís... Olvidadlo... Soy vuestro bondadoso
rey. (Le tiende a besar la mano. LERMA sale y abre la puerta
al DUQUE DE ALBA.) |
Escena III
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El REY. El DUQUE DE ALBA.
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ALBA.-
(Se acerca manifestando cierta perplejidad.) Tan
imprevista órden en desusada hora... (Se turba observando
al REY de más cerca.) Y esta mirada... |
REY.-
(Sentado
y tomando el medallón de encima la mesa. Mira largo
rato al DUQUE en silencio.) ¿Es cierto, pues, que no me
queda ni un solo servidor que me sea fiel? |
ALBA.-
(Turbado.)
¿Cómo? |
REY.-
Saben que soy ofendido mortalmente,
y nadie me lo advierte, sin embargo. |
|
ALBA.-
(Mirándole
atónito.) ¿Mi Rey ha sido ofendido, y la ofensa escapó
a mi mirada? |
REY.-
(Mostrándole las cartas.) ¿Conocéis
esta letra? |
ALBA.-
Letra del Príncipe. |
REY.-
(Con
mirada penetrante.) ¿Nada sospecháis todavía?...
Me advertisteis su ambición, ¿y era sólo su
ambición lo que debía temer? |
ALBA.-
La ambición
es una grande y extensa palabra que puede expresar un pensamiento
infinito. |
REY.-
¿Y no tenéis algo particular qué
revelarme? |
ALBA.-
(Después de breve silencio y con
encogimiento.) V. M. ha confiado el reino a mi cuidado y
debo velar por él, y dedicar a esta tarea mis más
íntimos pensamientos; pero lo que fuera de ella sospecho
o pienso es patrimonio mío, sagrado patrimonio que
así el esclavo como el vasallo tienen derecho a rehusar
a los reyes de la tierra. Lo que yo veo claro, no está
sin embargo en sazón para confiarlo a mi Rey; si desea
que le satisfaga, suplico que no me interrogue como señor.
|
REY.-
(Dándole las cartas.) Leed. |
ALBA.-
(Lee, y
se vuelve con terror hacia el REY.) ¿Quién fue el
insensato que entregó estas cartas a mi Rey? |
REY.-
¡Cómo! ¿Sabéis a quién van dirigidas?...
Su nombre, según creo, no se halla en la carta. |
ALBA.-
(Retrocediendo sobrecogido.) ¡Me he precipitado! |
REY.-
¿Vos sabéis?.. |
ALBA.-
(Después de un momento
de reflexión.) Pues bien; esto es hecho; puesto que
mi Rey lo ordena, no puedo retroceder... No lo niego...;
conozco la persona a quien van dirigidas. |
REY.-
(Levantándose,
profundamente inmutado.) Dios terrible de la venganza, ayudadme
a descubrir un nuevo modo de matar... Sus relaciones son
tan patentes, tan públicas, que sin darse la pena
de examinar, cualquiera adivina que de ella son las cartas
a la primer ojeada. Esto es demasiado... ¡Y yo no lo he sabido;
no lo he sabido, y soy el último que lo descubro,
el último en todo mi reino! |
ALBA.-
(Arrodillándose.)
Sí; confieso mi falta, ¡oh, Rey bondadoso! Me avergüenzo
de mi cobarde prudencia que me impuso silencio, cuando me
obligaba a hablar el honor de mi Rey, la verdad, la justicia.
Mas ya que todo calla, y que el hechizo de la belleza amordaza
los labios de los hombres, me arriesgo a hablar... No olvido,
no obstante, que las insinuantes protestas de un hijo, los
seductores atractivos, las lágrimas de una esposa...
|
REY.-
(Con viveza y prontitud.) Levantaos; os doy mi palabra
real; levantaos y hablad sin temor. |
ALBA.-
(Levantándose.)
V. M. recuerda tal vez todavía la escena del jardín
de Aranjuez, cuando encontrasteis a la Reina, lejos de sus
damas, turbada, sola, en retirado sitio. |
REY.-
¡Ah! Qué
oigo... Continuad. |
ALBA.-
La Marquesa de Mondéjar
fue desterrada porque tuvo la generosidad de sacrificarse
por la Reina... Ahora lo sabemos... La Marquesa se había
limitado a obedecer la orden de la Reina, el Príncipe
había acudido a aquel sitio. |
REY.-
(Colérico.) -¿Había estado allí?... Entonces pues... |
ALBA.-
Sugirieron esta sospecha las huellas de un hombre en la arena,
que partiendo del lado izquierdo de la avenida, conducían
a una gruta donde se halló un pañuelo olvidado
allí por el Príncipe. Un jardinero, además,
le había sorprendido en el mismo instante en que V.
M. pareció en el bosquecillo. |
REY.-
(Volviendo en
sí, después de sombría reflexión.)
Y ella lloraba cuando le di a comprender mi sorpresa, y me
abochornó delante de toda la corte, me sonrojó
a mis propios ojos, como si, ante su virtud, fuese yo el
culpable. ¡Por el cielo! (Largo y profundo silencio. Se sienta,
y oculta el rostro entre sus manos.) Sí, Duque de
Alba... tenéis razón... Todo esto podría
arrastrarme a terrible extremo... Dejadme solo un momento...
|
ALBA.-
No es suficiente lo dicho para decidir plenamente...
|
REY.-
(Tomando los papeles.) ¿Ni esto tampoco, ni eso, ni,
en fin, ese concurso de convincentes pruebas? ¡Oh! Si es
más claro que el día... Si debía saberlo
mucho tiempo ha... El crimen empezó cuando la recibí
de vuestras manos en Madrid... Parece que veo todavía
su pálido rostro, su mirada atónita fija en
mis canas... Entonces empezó esta hipócrita
farsa. |
ALBA.-
Perdía el Príncipe en su madre
a su prometida, y ambos se habían mecido en brazos
de una común esperanza, y se habían inspirado
mútuamente ardiente pasión que la nueva situación
creada les prohibía. Vencida la timidez, aquella timidez
que acompaña a la primera declaración amorosa,
la seducción, fundándose en los recuerdos de
una intimidad lícita en otro tiempo, fue más
osada en su lenguaje. Unidos por la edad y sus mútuos
sentimientos, irritados, por la sujeción a un mismo
yugo, obedecieron con doble audacia a los impulsos de su
amor. La política había atentado a sus derechos;
pero ¿era creíble que su amor reconociera la omnipotencia
de la razón de Estado, y no cediera al antojo de juzgar
a su modo la elección de vuestro gabinete? El amor
se reservó sus derechos, y aceptó la corona.
|
REY.-
(Ofendido y con amargura.) Discurrís perfectamente,
Duque, y con sagacidad; admiro vuestra elocuencia, y os doy
las gracias. (Se levanta y continúa con altivez y
frialdad.) Tenéis razón; la Reina ha cometido
una falta grave, ocultándome el contenido de estas
cartas, y haciendo un misterio de la aparición culpable
del Príncipe en el jardín. Ha cometido esta
falta por una falsa generosidad, por lo cual sabré
castigarla. (Toca la campanilla.) ¿Quién hay en el
salón?... No tengo más necesidad de vos, Duque
de Alba; retiraos. |
ALBA.-
¡Mi celo ha sido causa tal vez
de que haya disgustado a V. M.! |
REY.-
(A un paje que entra.)
Haced entrar a Domingo. (El paje se va.) Os perdono que durante
dos minutos me hayáis inspirado el temor de un crimen
que podría volverse contra vos. |
Escena IV
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El REY.
DOMINGO.
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(El REY se pasea a lo largo, durante algunos
instantes, y luego se para y se ensimisma.)
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DOMINGO.-
(Entra
algunos minutos después de haber salido el DUQUE,
se acerca al REY, y le contempla en silencio y con respeto.)
¡Qué grata sorpresa para mí, señor,
la de hallaros tranquilo y sereno! |
REY.-
¿Esto os sorprende?
|
DOMINGO.-
Demos gracias a la Providencia de que hayan sido
infundados mis temores, con lo que mayor es mi esperanza
de la que fuera. |
REY.-
¿Vuestros temores?... ¿Qué
temíais? |
DOMINGO.-
No puedo ocultar a V. M. que conozco
ya un misterio... |
REY.-
(Con sombrío ademán.)
¿Os he manifestado acaso el deseo de compartir con vos este
secreto? ¿Quién, sin ser llamado, me previene? Por
mi honor que es osadía. |
DOMINGO.-
Señor; el
lugar, el medio por el cual lo he sabido, el sello bajo el
cual me ha sido confiado, disculpan al menos mi falta. Se
me ha confiado en el santo tribunal de la penitencia... como
un crimen que pesaba gravemente sobre la perturbada conciencia
de la penitente, que pedía perdón de él
al cielo. La Princesa deplora, bien que demasiado tarde,
su acción, y teme que sus consecuencias sean funestas
para la Reina. |
REY.-
Verdad: ¡Oh, bondadoso corazón!
Habéis adivinado perfectamente por qué os he
llamado, y es fuerza que me saquéis del oscuro laberinto
en que me ha metido inconsiderado celo. Espero saber la verdad
de vos, y os conjuro a que habléis con absoluta franqueza.
¿Qué debo creer y qué debo resolver? Exijo
la verdad de vuestro ministerio. |
DOMINGO.-
Señor,
cuando mi misión de paz no me impusiera el grato deber
de persuadir a la moderación, todavía os conjuraría
a usarla en nombre de vuestra tranquilidad; suplicaría
a V. M. que abandonara el hilo de sus pesquisas, y el examen
de un misterio que no puede tener solución feliz.
¡Cuánto hasta ahora se sabe, puede perdonarse! Una
sola palabra del Rey puede devolver la inocencia a la Reina;
pues la voluntad del Rey concede la virtud como la dicha,
y sólo su serenidad puede sofocar los rumores que
se ha permitido la calumnia. |
REY.-
¡Rumores que atañen
a mi persona, entre mi pueblo! |
DOMINGO.-
Embustes condenables
embustes; lo aseguro... En algunos casos, sin embargo, la
creencia del vulgo, aunque desprovista de pruebas, tiene
tanta importancia como la verdad. |
REY.-
¡Por el cielo! ¡Y
éste sería uno de estos casos! |
DOMINGO.-
Una
buena reputación es un precioso bien; el único
que una reina se ve en el caso de disputar a la villana.
|
REY.-
Por este lado, creo que no hay que temer. (Lanza una
mirada de duda a DOMINGO; después de breve silencio.)
Algo triste he de oír todavía de vuestros labios;
no me lo retardéis... Hace tiempo que vuestro semblante
me anuncia una desgracia; cualquiera que sea, hablad, y no
me dejéis por más tiempo en semejante tortura.
¿Qué dice el pueblo? |
DOMINGO.-
Repito, señor,
que el pueblo puede engañarse y que se engaña,
sin duda. Sus dichos no deben perturbar a V. M... pero osan
decir tales cosas... |
REY.-
¿Qué? ¿Me será
necesario implorar tanto una gota de veneno? |
DOMINGO.-
El
pueblo recuerda todavía la época en que V.
M. estuvo a punto de morir... y como treinta semanas después,
el feliz alumbramiento... (El REY se levanta y llama; el
DUQUE DE ALBA entra; DOMINGO se turba.) Me sorprende, señor...
|
REY.-
(Yendo al encuentro del DUQUE.) Toledo, vos sois un
hombre; libradme de ese cura... |
DOMINGO.-
(El DUQUE y él
se miran cortados, confusos. Después de breve pausa.)
Si hubiésemos podido prever que la nueva había
de perjudicar a quien la trajera... |
REY.-
¿Bastardo, decís?
Porque apenas había escapado a la muerte, cuando la
Reina se sintió embarazada... ¡Cómo! En esta
época, si no me engaño, celebrabais en todas
las iglesias acciones de gracias a santo Domingo, por el
milagro que había obrado en mí... Lo que entonces
fue un milagro, ¿ha cesado de serlo?... Una de dos: o mentíais
entonces, o mentís ahora... ¿Qué podré
creer desde este momento? Pero os comprendo; si entonces
la trama hubiese estado en sazón, dierais de lado
a la gloria del santo. |
ALBA.-
¡La trama! |
REY.-
¡Cómo
se comprendería, si no existiera entre ambos secreta
inteligencia, que concordarais hoy en la misma opinión,
con una conformidad sin ejemplo! ¿Pretenderéis persuadirme
de lo contrario? Sería preciso para ello que no hubiese
observado la avidez y encarnizamiento con que os arrojáis
sobre la presa; el placer que os causan mi dolor y los arrebatos
de mi cólera! Sería preciso que desconociera
como el Duque arde en deseos de arrebatar el favor destinado
al Príncipe, y este piadoso varón pretende
poner mi brazo poderoso al servicio de su pasión mezquina!
¿Os figuráis por ventura que soy un arco que puede
tenderse a voluntad? Tengo también la mía,
y si debo abrigar dudas, dejad que empiece dudando de vosotros.
|
ALBA.-
Esperábamos que nuestra fidelidad nos ponía
al abrigo de esta interpretación. |
REY.-
¡Vuestra
fidelidad!... La fidelidad previene contra el crimen que
amaga: la venganza delata el crimen una vez ejecutado...
¿Qué gano, vamos a ver, con vuestro celo si lo que
decís es cierto? Sólo me queda el dolor del
divorcio o el triste triunfo de la venganza... Pero, no...
no abrigáis más que temores... Sólo
me insinuáis inciertas sospechas... y me dejáis
al borde del infierno, y echáis a correr... |
DOMINGO.-
¿Serán posibles otras pruebas cuando no se puede obtener
el testimonio de los ojos? |
REY.-
(Con grave acento, y dirigiéndose
a DOMINGO, después de breve pausa.) Congregaré
los grandes de mi reino, y presidiré yo mismo su tribunal.
Compareced ante él, si tenéis valor para ello,
y acusad públicamente a la Reina de adulterio. Morirá
sin misericordia, y el Príncipe con ella; pero advertid
que si ella puede justificarse, moriréis vosotros
en su lugar. ¿Querréis con tal sacrificio rendir tributo
a la verdad? Decidíos... ¿No lo queréis? Enmudecéis...
¡Ah!... No lo queréis! Vuestro celo es el celo de
la mentira. |
ALBA.-
(Que se había retirado a un lado;
con calma y frialdad.) Yo lo quiero... |
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REY.-
(Se vuelve
hacia él, sorprendido, y le mira fijamente.) He aquí
una acción atrevida; pero pienso, sin embargo, que
habéis expuesto muchas veces la vida en los campos
de batalla, y por motivos menos importantes que éste...
por la nada de la gloria, con la ligereza de un jugador de
dados... ¿Qué es la vida para vos?... Ah, no! No entregaré
la sangre real a un insensato, a quien nada le cabe esperar
si no es su propio engrandecimiento. Desprecio vuestro sacrificio...
Salid, y aguardad mis órdenes en el sal de audiencia.
|
Escena
VII
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El REY, con manto real. Dichos. Todos se descubren
y se ponen en fila a ambos lados, formando en torno suyo
un semicírculo. Profundo silencio.
|
REY.-
(Recorriendo
rápidamente el grupo con la mirada.) Cubríos.
(D. CARLOS y el PRÍNCIPE DE PARMA se adelantan y besan
la mano al REY, que se dirige afectuosamente al último,
evitando mirar a su hijo.) Vuestra madre, querido sobrino,
desea saber si en Madrid están contentos de vos.
|
PARMA.-
Lo cual no debiera preguntar antes de volver de mi
primera batalla. |
REY.-
Estad tranquilo; ya os llegará
el turno cuando estos troncos caerán. (Al DUQUE DE
FERIA.) ¿Qué me traéis, Duque? |
FERIA.-
(Doblando
la rodilla delante del REY.) El gran Comendador de la orden
de Calatrava ha muerto esta mañana, y os traigo su
cruz. |
REY.-
(La toma y mira en torno suyo.) ¿Quién
es ahora el más digno de llevarla? (Hace una señal
al DUQUE DE ALBA que dobla la rodilla, y le cuelga el collar.)
Duque, sois mi primer capitán, limitaos a ello, y
mi favor no os faltará nunca. (Advierte la presencia
de MEDINASIDONIA.) |
MEDINA.-
(Se acerca temblando, y se arrodilla
delante del REY, con la cabeza baja.) He aquí, señor,
todo lo que traigo de la Invencible armada, y de la juventud
española. |
REY.-
(Pausa.) - Dios sobre todo. Yo la
envié a luchar contra los hombres, no contra los elementos.
Sed bien venido a Madrid. (Le tiende a besar la mano.) Os
doy las gracias por haberme conservado en vos un digno servidor.
Le tengo por tal, señores, y quiero que por tal sea
tenido. (Le hace seña de que se levante y se cubra,
y después se dirige a los demás.) ¿Hay algo
más? (A D. CARLOS y al PRÍNCIPE DE PARMA.)
Os saludo, Príncipes. (Se van. Los otros grandes se
acercan, doblan la rodilla y le entregan sus memoriales.
Los hojea, y los da al de ALBA.) Me los devolveréis
en mi gabinete. ¿Hemos concluido? (Nadie responde.) ¿Cómo
es que el marqués de Posa no se presenta nunca entre
mis grandes? Sé bien que este marqués de Posa
me ha servido con honor... ¿Ha muerto tal vez?... ¿Por qué
no parece por aquí? |
LERMA.-
El marqués ha
regresado nuevamente de un viaje a través de Europa,
se halla en este instante en Madrid, y aguarda sólo
un día de audiencia pública para ponerse a
los pies de su Rey. |
ALBA.-
El marqués de Posa, señor,
es aquel osado caballero de Malta, de quien cuenta la fama
una brillante acción. Cuando, bajo las órdenes
del gran maestre, los caballeros se rindieron en su isla
sitiada por Solimán, este jóven, que tendría
entonces diez y ocho años, escapó de la Universidad
de Alcalá y se presentó ante La-Valette, sin
haber sido convocado.- Quiero que me compren una cruz, y
quiero ganármela, dijo.- Y fue uno de los cuarenta
que, en pleno día, en el fuerte de San Telmo sostuvieron
tres asaltos contra Psali, Ulucciali, Hussem y Mustaphá.
El fuerte fue tomado, y muertos todos los caballeros en torno
suyo; arrojose al mar y volvió solo a La-Valette.
Dos meses después, el enemigo abandonó la isla
y el caballero volvió a acabar sus estudios. |
FERIA.-
Es el mismo que más tarde descubrió la famosa
conspiración de Cataluña, y con su actividad
únicamente, conservó para la corona esta importante
parte del reino. |
REY.-
Me sorprende. ¿Qué hombre
es este, que ha hecho tales cosas, y no cuenta un solo envidioso
entre tres personas a quienes pregunto por él? En
verdad que este hombre tiene un carácter muy raro,
o no tiene ninguno. Llevado de la curiosidad que excita lo
maravilloso, quiero hablarle. (Al DUQUE DE ALBA.) Después
de la misa, llevadle a mi gabinete. (El DUQUE sale; el REY
llama a FERIA.) Ocuparéis mi puesto en el consejo
privado. (Vase.) |
FERIA.-
El Rey se muestra hoy muy bondadoso.
|
MEDINA.-
Como un dios... Tal ha sido para mí. |
LERMA.-
Merecéis este favor, Almirante, y tomo parte en vuestra
alegría. |
UNO DE LOS GRANDES.-
¡Y yo también!
|
OTRO.-
También yo, en verdad. |
OTRO.-
El corazón
me palpitaba. ¡Tan digno capitán! |
EL PRIMERO.-
El
Rey no ha usado con vos de su favor, sino que ha hecho justicia.
|
LERMA.-
(Yéndose. A MEDINASIDONIA.) ¡Cuán
rico sois ahora, gracias a una sola frase! (Se van.) |
Escena X
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El REY. El MARQUÉS DE
POSA.
|
|
(Apenas éste advierte la presencia del REY,
se dirige a él se arrodilla y se levanta sin embarazo.)
|
REY.-
(Mirándole con ademán de sorpresa.)
Me habéis hablado, alguna vez, por lo visto. |
MARQUÉS.-
No. |
REY.-
Habéis prestado algunos servicios a mi
corona; ¿por qué os ocultáis a mi gratitud?
Tengo tantos nombres en la memoria... ¡Sólo Dios lo
sabe todo! A vos os tocaba buscar la mirada de vuestro Rey:
¿por qué no lo habéis hecho? |
|
MARQUÉS.-
No hace más de dos días, señor, que
he regresado a este reino. |
REY.-
No quiero seguir siendo
el deudor de los que me sirven; pedidme una gracia. |
MARQUÉS.-
No me es necesaria; gozo del beneficio de las leyes. |
REY.-
También goza de ellas el asesino. |
MARQUÉS.-
Pero mayormente un buen ciudadano...; vivo satisfecho, señor.
|
REY.-
(Aparte.) Mucho es su orgullo y mucha su osadía;
debía esperarlo, vive Dios. Me gusta que el español
sea altivo, y lo llevo en paciencia hasta cuando se desborda
el vaso. (Al MARQUÉS.) Me han dicho que habíais
abandonado mi servicio. |
MARQUÉS.-
Me he retirado
para ceder el puesto a otro más digno. |
REY.-
Esto
me disgusta ciertamente. ¡Qué gran pérdida
para mis Estados, si los hombres de valía se retiran
a la ociosidad! ¿Tal vez habéis temido faltar a vuestra
particular vocación? |
MARQUÉS.-
Oh, no; tengo
la seguridad de que un hábil conocedor del alma humana,
que supiera utilizar sus materiales, hubiera distinguido
en mí, a la primera ojeada, mi particular vocación.
Me siento altamente reconocido a V. M. por la opinión
que le merezco. Sin embargo... (Se detiene.) |
REY.-
¿Reflexionáis?
|
MARQUÉS.-
Francamente, señor; no me hallo
dispuesto a revestir con el lenguaje de vuestros palaciegos
lo que he pensado como ciudadano del mundo; porque, desde
el día en que rompí mis relaciones con el poder,
me creí también exento de la necesidad de explicarle
los motivos de mi determinación. |
REY.-
¿Acaso estos
motivos son frívolos, puesto que teméis manifestarlos?
|
MARQUÉS.-
Si dispusiera del tiempo necesario para
explicarlos extensamente, arriesgaría por ello mi
vida; mas yo os confesaré la verdad, si no me negáis
este favor. Puesto que me hallo en el caso de escoger entre
vuestro desdén y vuestro odio, prefiero pareceros
antes un criminal que un loco. |
REY.-
(Con curiosidad.) Veamos.
|
MARQUÉS.-
Señor, yo no puedo ser el servidor
de los príncipes. (El REY le mira con sorpresa.) No
quiero engañar al comprador; si os dignáis
emplearme en vuestro servicio, querréis sin duda de
mi actos meditados y pesados anticipadamente; querréis
mi brazo y mi valor para el campo de batalla, mi cabeza para
los consejos. El fin de mis acciones no deberá hallarse
en ellas, sino en la acogida que encuentren al pie del trono.
Mas para mí, señor, la virtud lleva su precio
en sí misma, y me place derramar por mi propia cuenta
los beneficios que el Rey derramaría por mis manos;
quiero que este trabajo sea para mí la obra de la
inclinación, un gozo; no la obra del deber. ¿Es este
vuestro pensamiento? ¿Podréis soportar un acto extraño
a vos, en vuestra creación? ¿Y yo debo descender a
ser el cincel, cuando puedo ser el artista?... ¡Ah! Señor;
yo amo a la humanidad, y en las monarquías sólo
puedo amarme a mí propio. |
REY.-
Me parece muy digno
de elogio vuestro entusiasmo. Queréis hacer el bien.
Al hombre cuerdo y amante de su patria, poco le importa cómo
realizará este deseo. Buscad en todo mi reino un puesto,
que os permita entregaros a tan nobles inclinaciones. |
MARQUÉS.-
No veo ninguno. |
REY.-
¡Cómo! |
MARQUÉS.-
V.
M. quiere sembrar por mis manos la felicidad de los hombres,
¿pero ésta es la misma que yo les deseo en la pureza
de mi amor? Ante ella temblaría la majestad de los
reyes. No; la política de los tronos ha creado una
felicidad especial que puede distribuir todavía con
largueza ha sembrado en el corazón de los hombres
nuevas inclinaciones que se contentan con aquélla;
ha marcado con su sello la verdad que puede soportar, y cuantas
no llevan esta marca son rechazadas. ¿Pero lo que place a
la corona me place a mí? ¿El amor fraternal que siento
por el hombre, puede prestarse a la tarea de rebajar al hombre?
¡Cómo puedo creerle feliz, despojado del derecho de
pensar! No me elijáis, pues, para distribuir una dicha
vaciada en vuestros troqueles; rehúso ser un repartidor
de vuestra moneda. |
REY.-
(Con viveza.) Vos sois protestante.
|
MARQUÉS.-
Vuestras creencias son las mías,
señor. (Pausa.) No he sido comprendido; lo temí.
Me habéis visto levantar el velo que cubre los misterios
de la monarquía, y pensáis que es difícil
que mire como sagrado lo que ya no perturba mi mirada. Parezco
temible porque he osado reflexionar sobre mí mismo,
pero os aseguro que no lo soy, porque mis deseos se hallan
encerrados aquí. (Pone la mano sobre el corazón.)
El ridículo furor de innovaciones que aumenta el peso
de las cadenas que no puede romper, no inflamará nunca
mi sangre. Mi siglo no está aún en sazón
para mi ideal: yo soy un ciudadano de los siglos por venir.
Si una simple pintura puede turbar vuestro reposo, basta
un soplo para desvanecerla. |
REY.-
¿Soy el primero a quien
os habéis mostrado bajo este aspecto? |
MARQUÉS.-
Bajo este aspecto, sí. |
REY.-
(Se levanta, da algunos
pasos, y se detiene delante del MARQUÉS.) Este lenguaje
tiene al menos el atractivo de la novedad. La lisonja fatiga,
la imitación rebaja al hombre de mérito, y
éste ensaya, siquiera una vez, lo contrario. ¿Por
qué no? Lo que sorprende hace fortuna. Si lo habéis
comprendido así, perfectamente. Desde hoy estableceré
un nuevo cargo en la corte, el de despreocupado. |
MARQUÉS.-
Veo, señor, qué mezquina, qué humillante
idea tenéis de la dignidad del alma humana. Hasta
en el lenguaje del hombre libre descubrís el artificio
de la adulación, y en verdad que me parece conocer
la causa de vuestra opinión tristísima. Los
hombres os han impelido a ella, los hombres que han abdicado
ante vos su nobleza y descendido voluntariamente a un lugar
subalterno; huyen con espanto de la sombra de su dignidad
interior, se complacen en sus miserias, adornan con infame
habilidad sus propias cadenas y llaman virtud al talento
de llevarlas con decoro. En tal estado habéis recibido
el mundo, en tal estado os fue trasmitido por vuestro glorioso
padre. ¡Cómo era posible que después de tan
dolorosa mutilación honrarais al hombre! |
REY.-
Algo
hay de cierto en vuestras palabras. |
MARQUÉS.-
Pero
el error está en haber convertido al hombre, obra
del Creador, en obra de vuestras manos y haberos después
presentado como un dios a esta criatura de nuevo cuño.
Una sola cosa olvidasteis; habéis seguido siendo hombre,
hombre salido de las manos del Creador, sujeto a los padecimientos
y deseos de los demás mortales, y como ellos, sediento
de amor y simpatía y... ¿qué puede ofrecerse
a un dios, si no es el temor o el ruego? ¡Oh deplorable transformación!
¡Fatal inversión de la naturaleza! Habéis hecho
del hombre una cuerda de vuestra lira, ¿quién partirá
con vos el sentimiento de la armonía? |
REY.-
¡Por
el cielo... me arroba! |
MARQUÉS.-
¡A vos poco importa
este sacrificio, porque gracias a él, sois el único
de nuestra especie, sois un dios! Nada sería tan terrible
como que no fuera así; si con la pérdida de
la dicha de tantos ciudadanos no hubieseis ganado nada, y
la libertad que anonadasteis fuese ahora lo único
que pudiera satisfacer vuestras aspiraciones. Pero os ruego,
señor, que me permitáis retirarme, pues mi
asunto me exalta y arrebata. Mi henchido corazón desborda,
porque tiene demasiado encanto para mí hallarme delante
del único hombre al cual puedo abrirlo de par en par.
|
|
(En este momento entra el CONDE DE LERMA y dice algunas palabras
al REY, quien le hace una seña para que se retire,
y recobra su actitud.)
|
REY.-
Acabad. |
MARQUÉS.-
(Pausa.)
Comprendo todo el precio... |
REY.-
Acabad; tenéis
algo que decirme todavía. |
MARQUÉS.-
Acabo
de llegar, señor, de Flandes y Brabante. ¡Qué
rica y floreciente provincia! ¡Qué grande, qué
poderoso, y al propio tiempo qué honrado pueblo! Ser
el padre de este pueblo -pensaba yo- debe ser un gozo celestial...
Cuando de repente mis pies tropiezan con algunos huesos calcinados!
(Pausa. El MARQUÉS mira fijamente al REY, que intenta
contestar a su mirada, pero conmovido y turbado, baja los
ojos.) Tenéis razón; debéis de tenerla;
pero precisamente me aterra y admira al par, que os haya
sido posible cumplir tamaño deber. ¡Es ciertamente
triste que la víctima que rueda bañada en su
propia sangre, no pueda entonar un canto de alabanza a la
intención del sacrificador; es ciertamente triste
que la historia del mundo sea escrita por hombres, y no por
seres de superior naturaleza! Una más suave civilización
ha de sustituir a la de Felipe, más sabia, más
humanitaria, se acordará la libertad de los ciudadanos
con la grandeza de los príncipes; el Estado se mostrará
avaro de sus hijos y la misma necesidad se humanizará.
|
REY.-
¿Y cuándo creéis que llegarían
estos felices tiempos, si yo hubiese temblado ante la maldicion
de los presentes?... Mirad en torno de vos a mi España.
Bajo el reinado de una paz sin nubes florece la dicha, y
yo quiero dar este reposo a Flandes. |
MARQUÉS.-
(Con
viveza.) El reposo de un cementerio... ¡Y aún esperáis
acabar la obra comenzada! ¡Y aún esperáis detener
la transformación necesaria a la cristiandad, la primavera
universal que rejuvenece al mundo! ¡Solo, aislado en toda
Europa, os queréis arrojar delante de la rueda de
los destinos humanos, que prosigue sin cesar su curso! ¡Queréis
que el brazo de un hombre la encamine! Oh! No, no lo haréis!
Veo a millares de hombres que han huido de vuestros Estados,
pobres pero gozosos. Los ciudadanos que perdisteis a causa
de sus creencias, eran precisamente los más nobles.
Isabel tiende sus maternales brazos a los fugitivos, y la
terrible Inglaterra prospera con la industria de los hijos
de nuestras comarcas. Privada del activo trabajo de los nuevos
cristianos, Granada ha quedado desierta; Europa entera triunfa
al ver a su enemigo ensangrentado con las heridas que se
ha abierto en su propio cuerpo. (El REY se conmueve; el MARQUÉS
lo advierte y se le acerca.) Queréis trabajar para
la humanidad y sembráis la muerte. Esta obra de opresión
no ha de sobrevivir al obrero que la ha inaugurado, y construís
vuestro edificio para la ingratitud. En vano habréis
librado rudo combate con la naturaleza; en vano habréis
sacrificado a vuestros destructores proyectos una vida de
príncipe y vuestras virtudes de rey; el hombre es
algo más de lo que creísteis; romperá
el yugo de su letargo, y reclamando un día sus sagrados
derechos, unirá vuestro nombre a los de Nerón
y Busiris; por vos lo siento, porque vos sois bueno. |
REY.-
¿Dónde habéis adquirido esta certeza? |
MARQUÉS.-
(Con fuego.) ¡Sí, por el cielo! Sí, sí;
lo repito. Devolvednos lo que nos habéis arrebatado.
Sed generoso como suelen los fuertes, y dejad que nuestra
dicha se deslice de vuestras manos. Permitid que el alma
del hombre madure en vuestro vasto edificio. Devolvednos
lo que nos habéis arrebatado. Entre mil, sed un Rey.
(Se acerca osadamente a él, y clava en él firme
y ardiente mirada.) ¡Oh! ¡Quién tuviera ahora la elocuencia
de los millares de seres, cuya suerte se decide en tan solemne
momento! ¡Quién pudiera convertir en visible llama,
el pasajero rayo que brilla en vuestros ojos! ¡Abdicad la
apoteosis contraria a la naturaleza que nos anonada, y sed
para nosotros un trasunto de lo que es eterno y verdadero!
¡Jamás mortal alguno hallose en estado de usar más
bellamente de su poder! Todos los reyes de la tierra rinden
homenaje al nombre español; ¡marchad a la cabeza de
los reyes de Europa! Con un rasgo de pluma de vuestra mano,
la tierra aparecerá como de nuevo creada. ¡Concedednos
la libertad de pensar! (Se arrodilla a los pies del REY.)
|
REY.-
¡Extraño entusiasta!... ¡Levantaos... por Dios!...
Yo... |
MARQUÉS.-
¡Mirad a vuestro alrededor, cómo
la naturaleza se muestra esplendorosa fundada en la libertad
y rica por la libertad! El Omnipotente arroja el insecto
en una gota de rocío, y deja que allí se agite
libremente entre la muerte y la vida. ¡Cuán pequeña
y miserable vuestra creación, comparada con aquélla!
El rumor de una hoja asusta al señor de todo el orbe
cristiano, que tiembla ante la sombra de una virtud, mientras
que el Señor de señores, antes que turbe de
la libertad el encantador espectáculo, deja que se
desencadene sobre el universo toda suerte de males. Ocúltase
discretamente bajo leyes eternas, y al que todo lo ha creado,
no se le ve en parte alguna. El impío ve a aquéllas,
y no ve a éste, y dice: ¿Por qué un Dios?...
¡El mundo se basta a sí mismo! Y esta blasfemia es
un homenaje rendido al Creador, superior a los que la devoción
le rinde. |
REY.-
¡Qué!... ¿Oraríais imitar
en mis Estados tan sublime modelo? |
MARQUÉS.-
Vos
lo podéis; ¿quién lo puede sino vos? ¿Por qué
no consagrar a la felicidad de los pueblos el poder que habéis
empleado hasta ahora en pro de la grandeza del trono? ¿Por
qué no devolver a la humanidad la dignidad perdida?
Sea nuevamente el ciudadano lo que había sido hasta
ahora, el objeto y fin del gobierno, y no se le encadene
con otros deberes que los nacidos de los sagrados derechos
de sus hermanos. Cuando entregado a sí mismo, el hombre
recobrará el sentimiento de su dignidad, cuando las
elevadas virtudes de los hombres libres se desenvuelvan en
él, y sea vuestro reino el más feliz de todos,
entonces, sólo entonces tendréis el deber de
subyugar al mundo. |
REY.-
(Después de largo silencio.)
He permitido que hablarais hasta el fin. Harto comprendo
que vuestra imaginación os pinta el mundo de un modo
distinto que la suya a los demás hombres; no quiero,
por tanto, sujetaros a un ordinario juicio. Creo, y lo creo
porque lo sé, que yo soy el primero a quien habéis
revelado vuestros pensamientos más íntimos,
y en gracia a la reserva que os obligó a ocultarlos
en lo más hondo del corazón, en gracia a esta
modesta reserva, quiero borrarlos de mi memoria y olvidar
el modo que me ha llevado a conocerlos. Levantaos; deseo
corresponder a vuestro entusiasmo con la indulgencia del
anciano, no como rey. Lo quiero, porque lo quiero. Hasta
el veneno puede convertirse en saludable sustancia en un
organismo privilegiado, pero guardaos de la Inquisición...
Vería con dolor... |
MARQUÉS.-
Es cierto...
¿Con dolor? |
REY.-
No había encontrado hasta ahora
un hombre como vos. No, no, marqués; me juzgáis
con demasiada rudeza. Creed que nunca he pensado en ser un
Nerón; no quiero serlo, no quiero serlo por vos. No
perecerá toda dicha en mi reino, y bajo mi dominación
podréis continuar siendo un hombre. |
MARQUÉS.-
¿Y mis conciudadanos, señor? Aquí no se trataba
de mí; no venía a defender mi propia causa;
se trataba de ellos... Decid... ¿Y vuestros vasallos? |
REY.-
Puesto que conocéis el juicio que formulará
sobre mis actos la posteridad, sepa también cómo
he tratado a los hombres cuando he hallado uno... |
MARQUÉS.-
Ruégoos, señor, que siendo tan justo como sois,
no cometáis al propio tiempo tal injusticia. En Flandes
viven millares de ciudadanos, sin disputa mejores que yo.
Sólo vos -me atrevo a afirmarlo- sólo vos
veis por vez primera, bajo más grato aspecto, la idea
de la libertad. |
REY.-
No añadáis una palabra
más sobre esta cuestión, noble joven. Tengo
la seguridad de que modificaréis vuestras opiniones,
cuando conozcáis mejor a los hombres. Sentiría,
sin embargo, que esta entrevista fuese la última.
Decidme, ¿qué debo hacer para aliaros a mi poder?
|
MARQUÉS.-
Dejadme tal como soy. ¿Qué sería
para vos, si me dejara seducir por vuestras promesas? |
REY.-
No sufro este rasgo de orgullo; desde hoy os considero a
mi servicio, y sin admitir excusa de ningun género.
(Pausa.) Pero... cómo... ¿No iba en busca de la verdad
y no hallo más todavía?... Me habéis
visto sentado en mi trono, pero no en mi casa, marqués.
(El MARQUÉS parece meditar.) Os comprendo. Pero, aunque
sea el padre más desgraciado de la tierra ¿no puedo
ser feliz esposo? |
MARQUÉS.-
Si un hijo sobre el cual
cabe fundar halagüeñas esperanzas, si la posesión
de una esposa, digna de amor, dan a un mortal el derecho
de llamarse feliz, vos, más que otro alguno, señor,
vos gozáis sin duda de esta noble dicha. |
REY.-
(Con
ademán sombrío.) No gozo de ella, no gozo
de ella; nunca lo había comprendido como ahora. |
MARQUÉS.-
El alma del Príncipe, señor, es noble y pura;
jamás dudé de ello. |
REY.-
Pero yo... Ni una
corona puede compensar lo que me ha arrebatado... ¡Una Reina
tan virtuosa! |
MARQUÉS.-
¿Quién osaría,
señor?... |
REY.-
El mundo, la calumnia; yo mismo...
Ved los irrecusables testimonios que la condenan, sin otros
que existen, y que me hacen temer la más terrible
noticia. Pero no puedo, marqués, no puedo resignarme
a creer a un solo testigo acusador... ¡Ella, ser capaz de
tal delito...! Más natural me parece creer que una
Éboli la calumnia; y en cuanto al fraile y al Duque
de Alba, aquel la odia tanto como a mi hijo, y éste
fomenta la venganza. Mi esposa vale más que todos
ellos juntos. |
MARQUÉS.-
Hay algo en el alma de la
mujer, señor, que está por encima de todas
las apariencias y calumnias... la virtud de la mujer! |
REY.-
Lo mismo digo yo; cuesta mucho descender al punto a que suponen
ha descendido la Reina; que los lazos sagrados del honor
no se rompen tan fácilmente como pretenden persuadirme.
Vos conocéis a los hombres, marqués; un hombre
como vos me falta mucho tiempo ha. Sois bueno, confiado;
y sin embargo conocéis a los hombres... He aquí
por qué os he elegido... |
MARQUÉS.-
(Sorprendido
y asustado.) ¿A mí, señor? |
REY.-
Llegado
a mi presencia, nada habéis pedido para vos, espectáculo
nuevo ciertamente a mis ojos... Seréis juez, porque
sé que la pasión no ha de conturbaros. Acercaos
a mi hijo y sondead el corazón de la Reina, y para
que podáis conversar con ella en secreto, os confiaré
plenos poderes. Entre tanto retiraos. (Llama.) |
MARQUÉS.-
Si puedo lograr una esperanza fundada, este es el día
más bello de mi vida. |
REY.-
(Le da a besar la mano.)
No lo considero perdido para mí. (El MARQUÉS
se levanta y se retira. Entra el CONDE DE LERMA.) Este caballero
entrará de hoy más, sin necesidad de ser anunciado.
|