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T

«Demás, que del paso honroso hay libro escrito por un fraile que se llama tal de Pineda».



En Salamanca, año de 1588, se publicó el Libro del paso honroso, defendido por el excelente caballero Suero de Quiñones, copilado de un libro antiguo de mano, por fray Juan de Pineda, religioso de la Orden de San Francisco.

La petición que hizo al Rey don Juan II Suero de Quiñones dice así:

Deseo justo e razonable es, los que en prisiones, o fuera de su libre poder son, desear libertad; e como yo, vasallo e natural vuestro, sea en prisión de una señora de gran tiempo acá, en señal de la cual todos los jueves traigo a mi cuello este fierro, segund notorio sea en vuestra magnífica Corte e reinos, e fuera dellos por los farautes que la semejante prisión con mis armas han llevado. Agora, pues, poderoso señor, en nombre del Apóstol Santiago, yo he concertado mi rescate, el cual es trescientas lanzas rompidas por el asta con fierros de Milán, de mí e destos caballeros que aquí son en estos arneses, segund más complidamente en estos capítulos se contienen, rompiendo con cada caballero o gentil-ome que allí verná, tres, contando la que fisciere sangre por rompida, en este año, del cual hoy es el primero día. Conviene saber: quince días antes del Apóstol Santiago, abogado e guiador de vuestros súbditos, e quince días después, salvo si antes deste plazo mi rescate fuere complido. Esto será en el derecho camino por donde las más gentes suelen passar para la cibdad, donde su sancta sepultura está, certificando a todos los caballeros e gentiles-omes extranjeros que allí se fallaren, que allí fallarán arneses e caballos e armas e lanzas tales, que cualquier caballero ose dar con ellas sin temor de las quebrar con pequeño golpe. E notorio sea a todas las señoras de honor, que cualquiera que fuere por aquel lugar, do yo seré, que si non llevare caballero o gentil-ome que faga armas por ella, que perderá el guante de la mano derecha. Mas lo dicho se entienda salvando dos cosas: que Vuestra Magestad Real non ha de entrar en estas pruebas, ni el muy magnífico señor condestable D. Álvaro de Luna.



Después de haber conseguido el permiso solicitado del Rey, partió Suero de Quiñones con nueve caballeros más a defender el honroso paso de la puente de Órbigo. Sesenta y ocho aventureros, y no más de setenta, como dice Cervantes en el Buscapié, acudieron a conquistar el honroso paso. Y habiendo quedado vencedor Suero, hizo a los jueces del campo una petición que fue respondida de esta suerte:

Virtuoso caballero e señor, como ayamos oído vuestra proposición e arenga e nos parezca justa, descimos, segund que de la justicia refoir non podemos, que damos vuestras armas por complidas e vuestro rescate por bien pagado. E notificamos, assí a vos como a los demás presentes, que de todas las trescientas lanzas en vuestra razón limitadas quedan bien pocas por romper; e que aun esas non quedaran, si non fuera por aquellos días en que non fecisteis armas por falta de caballeros conquistadores. E acerca de vos mandar quitar el fierro, descimos e mandamos luego al rey de armas e al faraute, que vos le quiten, porque nosotros vos damos de aquí por libre de vuestra empresa e rescate.



Y en cumplimiento de lo ordenado por los jueces, bajaron del cadalso el rey de armas y el faraute, y delante de los escribanos quitaron a Suero de Quiñones la argolla que llevaba puesta en el cuello en señal de esclavitud.

A más de Suero de Quiñones y de los demás caballeros que defendieron o intentaron la conquista del paso honroso, no faltaban en aquel siglo otros que estuviesen locos también por las cosas de caballerías.

Hernán Pérez del Pulgar, en sus Claros varones de Castilla, dice lo siguiente:

Yo por cierto no vi en mis tiempos ni leí que en los pasados viniesen tantos caballeros de otros reinos e tierras extrañas a estos vuestros reinos de Castilla e de León por facer armas a todo trance, como vi que fueron caballeros de Castilla a las buscar por otras partes de la Cristiandad. Conoscí al conde D. Gonzalo de Guzmán e a Juan de Merlo; conoscí a Juan de Torres e a Juan de Polanco, Alfarán de Vivero e a Mosén Pero Vázquez de Sayavedra, a Gutierre Quijada e a Mosén Diego de Valera, y oí decir de otros castellanos que con ánimo de caballeros fueron por los reinos extraños a facer armas con qualquier caballero que quisiese facerlas con ellos e por ellas ganaron honra para sí e fama de valientes y esforzados caballeros para los fijosdalgo de Castilla.



En la preciosísima librería de mi amigo el señor don Joaquín Rubio, existe un ms. de principios del siglo XV, el cual contiene un tratado de la Orden de caballería, compuesto por Mestre Ramón Lull en lengua provenzal o lemosina. De esta suerte comienza:

Per sig[ni]ficança de les VII planetes qui son corsos celestials e goñnen e ordenên los corssos terrenals. Departim aquest libre de cauaylaria en VII parts, a demostrar que los cauaylers han honor e seyoria sobre lo poble a hordonar e a deffendre. ¶ La primera part es del començament de cauaylaria. ¶ La segona es del offici de cauaylaria. ¶ La tercera es de la examinacio qui coue esser feta al escuder con uol entrar en lorde de cauaylaria. ¶ La quarta es de la manera segons la qual deue ess' fet cauayler. ¶ La quinta deço qe sigfiqñ les armes de cauayler. ¶ La sizena es de les costumes que ytañen a cauayler. ¶ La setena es de la honor que coue esser feta a cauayler.



Después de este breve tratado del orden de caballería, sigue la Ystoria de Valter e de Griselda, composta per Bernat Metge, la qual racita Patrarcha poheta laureat en les obres del qual io he singlar afeccio; y va dirigida a la molt honorable e honesta seyora madona Isabel de Guimera.

I termina el ms. con una obrita bastante larga intitulada Tractat e doctrina compendiosa de viure iustament e de regir qual se uol offici publich leyalment e diligent, composta per un frare religios.




U

«Y aun bien que no se os habrá ido del entendimiento la aventura del canónigo Almela... el cual llevaba colgada del cinto una espada que decía ser del Cid Ruy Díaz, por ciertas letras que en ella estaban escritas, aunque no se podían leer ni menos desentrañar de ellas el sentido».



El arcipreste Diego Rodríguez de Almela fue natural de la ciudad de Murcia. Entre otras obras compuso el Valerio de las estorias escolásticas e de España. La primera edición es sumamente rara y remata con la nota siguiente:

A gloria y alabanza de Nuestro Salvador y Redentor Jesucristo fue este libro, que es llamado Valerio de las estorias escolásticas e de España, fue acabado en la muy noble leal ciudad de Murcia, por manos de maestre Lope de la Roca Alemán, impresor de libros, jueves a VI días de diciembre, año de mil y cuatrocientos y ochenta y siete años.



Por la certificación del rey de armas que acompaña a la cédula declaratoria de la nobleza de don Francisco Xavier Almela y Peñafiel, expedida en 1775 e impresa en Valencia por los hermanos de Orga, en 1776, y por el párrafo del linaje Almela se sabe que «Diego Rodríguez de Almela, canónigo de la Santa iglesia catedral de Cartagena, capellán de la Reina Católica y su cronista, sirviendo personalmente con dos escuderos y seis hombres de a pie en la dicha conquista (de Granada), presentó al Rey Católico una espada que fue del Cid Ruy Díaz».

Lo que dice Cervantes acerca de las letras que apenas se entendían y que declaraban quién había sido el dueño de la espada, me hace recordar a Luis de Belmonte Bermúdez, cuando en su comedia intitulada La Renegada de Valladolid, pone el siguiente cuento:


    Pleiteaban ciertos curas
de San Miguel y Santa Ana,
probando el uno y el otro
la antigüedad de su casa.
Y el de San Miguel un día
que acaso se paseaba
por el corral de su iglesia,
descubrió mohosa y parda
una losa y ciertas letras
que gastó tiempo en limpiarlas.
Dicen: POR AQUÍ SE LIM...
Partió como un rayo a casa
del obispo, y dijo a voces:
«Mi justicia está muy llana,
ilustrísimo señor:
esta piedra era la entrada
de alguna cueva por donde
el moro Selim entraba
para guardar los despojos
en la pérdida de España».
Quedó confuso el obispo,
pero el cura de Santa Ana
que estaba presente, dijo:
«Vamos a ver donde estaba
esa piedra tan morisca,
que tan castellana habla».
Fuéronse los dos, y entrando
a la misma parte, hallan
rompida otra media losa,
y que juntándolas ambas
dicen: «POR AQUÍ SE LIMPIAN
LAS LETRINAS DE ESTA CASA».






V

«El gran Emperador, viéndose desafiar con toda la solemnidad de las leyes del duelo, pidió consejo en lo que debería de hacer al duque del Infantado don Diego, su primo».



De la carta escrita por el Emperador al duque del Infantado, y de la respuesta de éste, hace memoria don Fray Prudencio de Sandoval en la Historia de Carlos V, pero no las copia. Francisco Núñez de Velasco, natural de la villa de Portillo, en sus Diálogos de contención entre la milicia y la ciencia (Valladolid, 1614), obra sumamente rara, pone estas dos cartas. De la del duque del Infantado traslado aquí este pasaje por convenir al propósito de que trata Cervantes:

Bueno sería, señor, que deuda tan grande y tan nombrada en el mundo, y tan sabida, que el Rey de Francia os la pague en desafiar vuestra imperial persona. Desta manera, sí esto así pasase, haría ley Vuestra Magestad en vuestros reinos que todas las deudas conocidas pasen por el rigor de las armas, lo cual sería sacrificio de sangre, más que ley de misericordia ni de justicia. Todo esto escribo a V. M., porque ayuda a mi propósito, a la qual suplico que crea de mí, que si yo otra cosa alcanzase más cercana a la verdad, avisara a V. M. con la fidelidad que os debo, porque esto en parte de lealtad a todos los grandes de vuestro reino nos toca, etc.






X

«En los de Lope de Rueda y Gil Vicente y Alonso de Cisneros aun no habían osado de parecer en los teatros».



«El gran LOPE DE RUEDA, varón insigne en la representación y en el entendimiento, fue natural de Sevilla y de oficio batihoja, que quiere decir de los que hacen panes de oro. Fue admirable en la poesía pastoril, y de este modo ni entonces, ni después acá ninguno le ha llevado ventaja». Esto decía Cervantes en el prólogo a sus Ocho comedias y ocho entremeses nunca representados. Quien quisiere saber más noticias de la vida de aquel ingenio, acuda a los Orígenes del teatro español escritos por Moratín, o al Teatro español anterior a Lope de Vega, que ordenó el doctísimo alemán don Juan Nicolás Böhl de Faber.

Estos dos literatos, sin embargo de su mucha erudición, nos dieron muy pocas noticias del célebre ingenio y comediante hispano-portugués GIL VICENTE, de cuya vida poco se sabe de cierto. Quién dice que nació en Guimarâes, quién que en Barcellos, quién que en Lisboa. Pero todos los escritores, así españoles como portugueses que han querido investigar la patria de Gil Vicente, no han observado que él mismo la declara, juntamente con la calidad y ejercicios de sus padres, en el Auto chamado da Lusitania, cuando pone en boca de una de las figuras que habían de representar, las siguientes palabras:


   Gil Vicente o autor
me fez seu embaixador;
mas eu tenho na memoria
que pera tâo alta historia
nasceo muy baixo doutor.
Creo que he da PEDERNEIRA,
NETO de un TAMBORILEIRO,
e SEU PAI ALABARDEIRO:
SUA MAI era PARTEIRA;
e per rezâo
elle foi já tecelâo
destas mantas de Alemtejo,
e sempre o vi e o vejo,
sem ter arte nem feyzâo.



Estuvo Gil Vicente casado con Blanca Becerra, en la cual tuvo varios hijos. Amóla entrañablemente, y cuando ella pasó a mejor vida, y fue enterrada en el monasterio de San Francisco de Évora, le puso el siguiente epitafio:


   Aqui jaz a muy prudente
senhora Branca Becerra,
mulher de Gil Vicente,
      feita terra.



En el mismo monasterio fue sepulto Gil Vicente cuando murió en 1577, y en su sepultura le fue puesto el siguiente epitafio:


   O grâo juizo esperando
jazo aqui nesta morada,
desta vida tâo cançada
      descançando.



El cual fue compuesto por el mismo Gil Vicente, y lo he visto impreso en una antigua colección de sus obras con la adición siguiente:


   Perguntasme quem fui eu?
Atenta bem pera ti,
porque tal fui com'a ti
e tal has de ser com'eu.
E pois tudo a isto vem,
o lector de meu conselho,
tómame por ten espelho:
olhame e olhate bem.



Estas son las noticias de la vida de Gil Vicente que hasta ahora mi mucha diligencia ha podido hallar, las cuales no tuvieron presentes Moratín y Böhl ni otros escritores que trataron de aquel ingenio y comediante lusitano.

ALONSO DE CISNEROS, célebre representante toledano del siglo XVI, y conocido no por su nombre, sino solamente por su apellido, solía llamar a los espectadores a la comedia con el son de un tamboril, el cual despertaba todas las siestas al cardenal Espinosa, presidente a la sazón de Castilla, y muy valido del Rey Felipe II. Para librarse, pues, Espinosa de tan importuno y fatigoso despertador, ordenó a Cisneros que saliese de Madrid, encubriendo la causa de tal orden con falsos y mal fingidos pretextos.

Mitigaba con graciosos dichos el representante Cisneros las tristezas del príncipe don Carlos, ocasionadas tanto por envidia del valimiento que con su padre tenían Ruy Gómez de Silva y el cardenal Espinosa, cuanto por el rigor de una cuartana que incesantemente le afligía.

Supo don Carlos el destierro de Alonso de Cisneros, y también la causa; y así, para vengarse, ordenó al capitán de su guarda que desde las doce del día hasta las cinco de la tarde tocasen sus soldados cuatro cajas delante de la casa del cardenal Espinosa. Vino el presidente por su desdicha a palacio, y no bien fue visto del príncipe, cuando asiéndole con fuerza del roquete, le dijo: Curilla, ¿vos os atrevéis a mí, no dejando venir a servirme a Cisneros? ¡Por vida de mi padre, que os tengo de matar! Y mal lo hubiera pasado Espinosa, a no llegar en aquella sazón Felipe II.

Fue Cisneros hombre de muy buen humor y de mucha gracia. Mateo Alemán cuenta en la segunda parte del Guzmán de Alfarache este suceso:

Aconteció a Cisneros, un famosísimo representante, hablando con Manzanos, que también lo era, y ambos de Toledo, los dos más graciosos que se conocieron en su tiempo, que le dijo:

-Veis aquí, Manzanos, que todo el mundo nos estima por los dos hombres más graciosos que hoy se conocen. Considerad que con esta fama nos manda llamar el Rey nuestro señor. Entramos vos y yo; y hecho el acatamiento debido (si de turbados acertáremos con ello) nos pregunta: «¿Sois Manzanos y Cisneros?». Responderéisle vos que sí; porque yo no tengo de hablar palabra. Luego nos vuelve a decir: «Pues decidme gracias». Agora quiero yo saber ¿qué le diremos?

Manzanos le respondió:

-Pues, hermano Cisneros, cuando en eso nos veamos, lo que Dios no quiera, no habrá más que responder sino que no están fritas.



En una comedia escrita en el año de 1626, impresa como de un ingenio de esta Corte, atribuida sin fundamento a Calderón e intitulada La respuesta está en la mano, se cuenta este otro suceso de la vida de Cisneros, que no es muy conocido:


    Cisneros, gran socarrón,
proto farsante excelente,
se vistió de penitente
un Viernes de la Pasión.
   Otro que tal lo vestía,
y más falso que Iscariote,
le pegó en el capirote
un rótulo que decía:
   «Este es Cisneros»; y así
cuantos con la cruz le vían:
«Este es Cisneros», decían.
Él, alzando el bocací,
   le preguntó a un gentilhombre:
«¿Cómo quien soy acertáis?».
Y él le dijo: «En que lleváis
sobre la túnica el nombre».



Don Casiano Pellicer, en la historia que escribió del histrionismo en España, atribuye a Cisneros la comedia intitulada Callar hasta la ocasión.

Cervantes al decir en el Buscapié que las comedias sacadas de los libros de caballerías aún no habían osado parecer en los teatros, cuando andaban por el mundo Lope de Rueda, Gil Vicente y Alonso de Cisneros, no tuvo en la memoria que el segundo compuso un auto sobre los muy altos y muy dulces amores de Amadís de Gaula con la princesa Oriana, hija del rey Lisuarte, obra que fue prohibida en 1559 por la Inquisición. También está tomada de libros caballerescos la comedia que en 1553 publicó un escritor anónimo, intitulada Comedia de Peregrino y de Ginebra, cuya lectura y representación fueron vedadas por el Santo Oficio.

Cervantes, que tanto censuró en el Buscapié las comedias sacadas de los libros de caballerías, escribió y publicó luego La casa de los celos y selvas de Ardenia, cuyos interlocutores eran Carlo Magno, Roldán, Reinaldos, Galalón y Malgesí. Lope compuso muchas comedias de caballeros andantes, tales como Amadís de Gaula y otros. Calderón en La puente de Mantible siguió las corrientes del gusto de su siglo. Lo mismo hicieron Matos Fragoso, Moreto, Rojas, Montalbán, y algunos poetas dramáticos sus contemporáneos en El mejor par de los doce, en La Reina Sevilla y en el Palmerín de Oliva. Aun en tiempos de Carlos II andaban por el teatro las comedias de caballerías. Don Francisco de Bances Candamo escribió una zarzuela en tres jornadas, cuyo título era Cómo se curan los celos, y Orlando furioso, fiesta que se representó en el coliseo del Retiro.

Don Gerónimo Cáncer y Velasco, censurando las comedias de caballeros andantes, compuso algunas burlescas, tales como La muerte de Valdovinos, Las mocedades del Cid y otras, cuyos títulos no tengo presentes.

Véase cómo pinta Cáncer el encuentro del marqués de Mantua con el ermitaño que le ayuda a sacar de la floresta el cuerpo de Valdovinos:

VALDOVINOS
Ya yo estoy muerto de cierto.
MARQUÉS
Eso es hacerme rabiar.
ERMITAÑO
Bien nos deja que envidiar:
como un apóstol ha muerto.
MARQUÉS
Ya, padre, ni habla ni pabla.
ERMITAÑO
Por cierto que era prudente,
y que habló divinamente
después de quitada el habla.
MARQUÉS
Llevémosle, si os agrada,
donde vos le responséis.
ERMITAÑO
Señor, no os desconsoléis
que esto no puede ser nada.
MARQUÉS
Pues a llevarle esta noche
trabajemos por mitad:
llevadle hasta la ciudad,
que desde allí irá en un coche.
ERMITAÑO
¡Cómo pesa el mal logrado!
MARQUÉS
Pues bien adamado era
el pobre antes que muriera.
ERMITAÑO
Debe de haber engordado.
MARQUÉS
Yo vengaré esta traición
y de matar hago voto
por esto sólo a Carloto.
En dándome otra ocasión.
En la cama y en la mesa
mi rabia jura y perjura
de no facer travesura
con mi prima la marquesa.
Y al cielo jura mi enojo
la barba no me pelar,
hasta que yo vea echar
la del vecino en remojo.
[...]


Así termina Cáncer su comedia de Las Mocedades del Cid:

LAÍN
Victoria fue con exceso.
CID
Cuatro mil moros maté.
REY
¿Cuatro mil?
CID
Sí, en buena fe.
REY
Este mozo es muy travieso.
CID
Y ahora, señor y dueño,
çen paga de acción tan buena
os pido sólo a Jimena.
REY
¿A Jimena? ¡Grave empeño!
Ved que es mujer, y se siembra
gran daño si con vos casa.
CID
Señor, todos en mi casa
hemos casado con hembra.
REY
No debo más que avisaros:
después no os quejéis de mí.
Jimena, salid aquí.
JIMENA
Aquí están mis ojos claros.
CID
Bella está como mil rosas.
REY
Atended a lo que os digo.
Decid ¿queréis con Rodrigo
casaros, entre otras cosas?
JIMENA
Digo que el cura de Astorga
venga a casarnos aquí.
Digo que sí y que resí.
REY
Bien está, quien calla otorga.
[...]


No faltaron, además de Cáncer, otros poetas que escribiesen comedias burlescas de andantes caballerías. Monsieur Guillén Pierres fue autor de la intitulada Durandarte y Belerma.




Y

«Y no faltaría tampoco algún honrado encantador que para que ese poema fuese puesto en lengua castellana resucitaría para sólo ello al licenciado Joan Arjona».



El licenciado Juan Arjona, natural de Granada y beneficiado de la Puente de Pinos, puso en lengua castellana y en octava rima el poema latino de Publio Estacio, intitulado La Tebaida. Don Diego de Saavedra Fajardo escribe en loor de Arjona y de su obra las siguientes palabras, que he tomado de su República literaria: «Este mismo tiempo alcanzó Juan de Arjona, y con mucha facilidad intentó la traducción de Estacio, encendiéndose en aquel espíritu; pero prevenido de la muerte, la dejó comenzada: en la cual muestra gran viveza y natural, siguiendo la ley de la traducción, sin bajarse a menudencias y niñeras».

Esta obra está inédita, y una antigua copia que pudiera ser tenida por original, existe en Cádiz en la librería de mi amigo el señor don Joaquín Rubio, gran anticuario y poseedor de muchos libros y manuscritos rarísimos, todos españoles.

En el prólogo se lee lo siguiente: «Y así, por constar la poesía castellana de número y armonía como la latina y tener más la precisa obligación de consonantes, no se puede encarecer lo que se debe al trabajo que el licenciado Juan de Arjona ha tenido en traducir la Tebaida de Estacio; pues en él guardando las leyes de intérprete fiel, ha mejorado en muchas partes las sentencias, añadido ornato a las palabras, ilustrado lugares obscuros, facilitado los dificultosos y suplido en muchos los conceptos necesarios para su buen sentido, mostrándose en todo tan señor deste argumento, que pudiera llamarse, no intérprete, sino autor de la historia de Tebas, en que descubre bien la erudición que tuvo en la lengua latina, y la propriedad que guardaba en la castellana, adornándola con la hermosura de sus versos, como se podrá ver confiriéndolos con los de Estacio. El más insigne poeta de nuestros tiempos, Lope de Vega Carpio, cuyo abundante ingenio, que agora experimentamos, ha de ser memorable en los venideros, y para mayor alabanza suya en los unos y los otros increíble, correspondiéndose en muchas ocasiones con el licenciado Juan de Arjona, en una entre otras le llama alma de Estacio latino, significando la fidelidad que guardó en traducirle, que consta de esta carta:




Carta (inédita) de Lope de Vega


    Nuevo Apolo granadino,
pluma heroica soberana,
alma de Estacio latino,
que con tu voz castellana
haces su canto divino.
   Luz y gloria del Parnaso,
que con ser difícil caso
que antiguas hazañas loes,
has de exceder al Camoes,
y poner silencio al Taso.
   A tanta gloria me llama
el verme por ti subir
a la verde ingrata rama,
que inmortal pienso vivir
a la sombra de tu fama.
   Pues para que al mundo asombre
ver que en el tuyo mi nombre
cobra el ser que no ha tenido,
mi Decaulión has sido,
que de piedra me haces hombre.
   Mas ya que tus plumas bellas
con que a mí, fénix, te igualas,
me suben a las estrellas,
no me pongas tantas alas
que me perderé con ellas.
   El Dédalo de esta gloria
al cielo de tu memoria
hecho un Ícaro me sube,
donde en la primera nube
me cuenta el viento su historia.
   Miro las esferas altas
de tus virtudes y sciencias
con que su máquina esmaltas,
y al sol de tus excelencias
voy descubriendo mis faltas.
   De tus letras el crisol
hoy hace, Ovidio español,
las mías puntos y tildes;
que mis átomos humildes
hacen más puro tu sol.
   Fue tu discurso elegante
(cuando quién soy considero)
benignidad de elefante,
que has apartado el cordero
para pasar adelante.
   Cuando pisarme pudiste,
en tus hombros me subiste,
¡gran acto de fortaleza!
pues tu profunda grandeza
con mi bajeza creciste.
   De tal suerte me aficiona
con sus ingenios Granada,
eruditísimo Arjona,
viendo en cumbre tan nevada
tan excelente Helicona;
   que por lo que me aventajo,
mas quisiera, aunque soy bajo
para vuelo tan sutil,
ser un jaspe del Genil,
que el mejor cisne del Tajo.
   Al cual para vuestro lauro,
si el alto cielo me torna,
cuando torne el Sol al Tauro,
diré de qué suerte adorna
su verde ribera el Dauro.
   Y llegando al monte nuestro,
vos veréis cómo les muestro
qué ingenios está criando,
mas ¿qué mejor que mostrando
aqueste discurso vuestro?
   Tajo, en oyendo que os nombro,
de tal suerte crecerá,
que dando en su monte asombro,
para rompelle pondrá
en sus peñascos el hombro.
   Dirán "Arjona" las aves
entre sus picos süaves;
las ruedas os harán salva,
dando de la noche al alba
en sus aguas vueltas graves.
   Las ninfas entre las faldas
de su vega, que serán
un tapete de esmeraldas,
pardas algas teñirán
de azules, granas y gualdas.
   Y subiendo de quilates
su valor a las que Eufrates
tiene en sus indias alcobas,
harán seda de las ovas
y de la arena granates.
   De sus cumbres envidiosas
Guadarrama, por la sierra
que brota yelos y rosas,
hechas de nieve, a la tierra,
esparcirá mariposas.
   Y en fin, el verde distrito
de oro y de cristal escrito,
los arroyos dejarán:
de jaspes no, que serán
como los sabios de Egito.
   Vivid, pastor de Vandalia,
mil lustros para dar lustre
a España, a Apolo, a Castalia;
pues es por vos más ilustre
que fue por Virgilio Italia.
   Que por vuestro voto solo
alzaré mi fama al polo;
que es más justo que lo sea
a quien Arjona laurea
que a quien califica Apolo.



»No acabó de traducir el licenciado Arjona toda la Tebaida por su temprana muerte, aunque trabajó en ella más de seis años, con ser en componer facilísimo, y en el decir tan agudo, que por antonomasia le llamaban sus contemporáneos el fácil y el subtil; y en este modo, sin declarar su nombre propio, se le hizo a su muerte este epigrama:


   Aquel ingenio subtil
que a Estacio latino asombra,
a quien ofreció Genil
de sus márgenes alfombra
y coronas de su Abril,
   ya por la vía lactea,
del Eridano pasea
la ribera sacrosanta,
y goza su frente y planta
de Arïadna y de Amaltea.



»Y quien suplió la falta de lo que dejó por traducir, que son los tres últimos libros, ha tenido por buena suerte imitarle en algunas cosas. Y porque en muchas no le puede igualar, oculta su nombre en este suplemento por ser la menor parte la en que ha trabajado; y porque sólo fue su intento que esta historia no quedase cortada, aunque hubiese de parecer lo zurcido de mano ajena».

Esto dice el continuador en el prólogo, y aunque quiso callar su nombre, en el mismo ms. se lee que fue el licenciado Gregorio Morillo.

Como muestra de lo bien que sabía traducir a Estacio Juan de Arjona, voy a trasladar a este lugar varios pasajes de la Tebaida. Véase cómo describe el campo de Adrasto:


    Cuál al arco y la aljaba más se aplica,
cuál la espada y rodela va empuñando,
y cuál sin hierro una nudosa pica
con la punta tostada en fuego blando;
y cuál desnudo de armadura rica,
la honda a la cabeza rodeando,
al que más del peligro se desvía
la muerte en piedra voladora envía.
   Delante el venerable Adrasto viene
con su cetro temido y respetado,
cual toro antiguo a quien el campo tiene
respeto y reverencia su ganado;
que aunque el furor nativo le refrene
su mucha edad, y tenga ya arrugado
el viejo cuello y la cerviz cansada,
va al fin por capitán de su manada.
   No hay novillo en el campo que se atreva,
viendo tantas heridas en su pecho,
y cicatrices que en la frente lleva,
y en cada cuerno inútil ya y deshecho,
de entrar con él en peligrosa prueba.
Y él con aquesto ufano y satisfecho
con la cerviz enhiesta y arrogante,
seguido de sus vacas, va adelante.



De esta suerte pinta los estragos que causó la sed en el campo de Adrasto:


    Buscando, pues, el agua deseada,
rendido ya de sed el campo Argivo,
no hay quien sufra el escudo o la celada;
que de las armas sale un fuego vivo.
La lengua sin humor y fatigada,
éntrase al pecho el fuego vengativo,
y bate apriesa en él con nueva pena,
secándole la sangre en cada vena.
   Cerrado el cuello ya, seca la boca,
acobardado el corazón suspira;
que como el fresco humor el sol le apoca
no con el aire del pulmón respira.
Hirviendo al gran calor la sangre poca,
a las secas entrañas se retira,
y de el vapor que exhala cada pecho
nubes de polvo de la tierra ha hecho.
   Al freno y a la espuela no obediente,
fatigado el caballo generoso,
inclina la cerviz y altiva frente
hasta besar el suelo caluroso.
Ya por peso excesivo al dueño siente;
y sin que el seco freno riguroso
tiña de blanca espuma, sin aliento
la lengua saca a su pesar al viento.



Y no es menos viva y elegante la pintura que hace del ejército Argivo cuando, estando más fatigado de la sed, encuentra con un caudaloso río:


    Llegó un alférez abrasado en fuego,
adelantando su caballo al agua,
y mojando el pendón en ella luego,
lo levantó diciendo a voces: ¡agua!
Oye la alegre voz el campo griego
y luego todos respondieron: «¡Agua!».
«¡Agua!», repiten; «¡agua!», hasta tanto
que todo el campo corre el nombre santo.
   Así, cuando en la orilla alguna ermita
descubre la galera que navega,
la gente, saludando el nombre, grita
con alegre clamor que a tierra llega.
El cómitre primero los incita;
y luego la obediente chusma ciega,
el nombre repitiendo, al son responde
y alegres voces en el cielo esconde.
   Llega al agua la gente presurosa,
mezclada sin alguna diferencia;
que a todos igualmente rigurosa
la sed no guarda a nadie preeminencia.
La humilde entre la gente poderosa
se arroja sin respeto y reverencia,
y tal puso en alguno osada mano,
que luego echó de ver que era su hermano.
   A echarse al agua van precipitados
caballos ya furiosos y atrevidos
con los dueños encima, y enfrenados
o tirando del carro al yugo unidos;
y esotros animales ocupados
no bien con tanta confusión regidos,
con las pesadas cargas ya ligeros,
quieren llegar al agua los primeros.
   Cuál desde una alta peña osadamente
no duda, viendo el agua, de arrojarse,
y cuál atropellado de la gente,
se ve en ella a peligro de ahogarse;
y aun temen en mitad de la corriente
que el agua y no la sed ha de acabarse;
y así ni al capitán el mochillero,
ni respeta a su rey el escudero.
   Gimen las ondas al estrago duro
que ven en su cristal hermoso y frío,
en vano defendido limpio y puro
del gran rigor del caluroso estío.
Ya es turbio y pobre arroyo aún no seguro
el que era rico y cristalino río;
y no las aguas solamente pierde,
que no queda en su orilla cosa verde.
   Y aunque en cieno trocada el agua bella,
su curso alegra y su rumor regala
y mil veces alguno bebe de ella
que para tanta sed no hay agua mala.
Cuál riñe con aquél que lo atropella,
cuál se ase de una peña, cuál resbala,
cuál guarda el agua turbia en la celada,
cuál el escudo pierde, y cuál la espada,



No es menos lindo el siguiente trozo en que cuenta una dama de Lennos, burlada por Teseo, la huida de éste y de sus capitanes:


   Apenas se mostraba algún lucero
ya retirado el sol de nuestro mundo,
cuando en la nave mi enemigo fiero
su gente llama y rompe el mar profundo.
Asiendo un remo, el mar hirió el primero,
y nosotras a aquel dolor segundo,
ya sin remedio en desconsuelo tanto
hicimos otro mar con nuestro llanto.
   Unas a un alto monte nos subimos,
otras a los peñascos levantados,
y desde allí volar el leño vimos
con dos montes de espuma en ambos lados,
hasta que al fin de vista lo perdimos,
ya de mirar los ojos fatigados,
cuando faltó la luz y parecía
que la nave en el cielo se escondía.



¿Con qué se pueden comparar estas quejas de una madre que encuentra a su infante muerto en el campo?


   ¿Eres tú aquél que sobre el seco prado
alegre y retozando dejé agora?
¿Qué es de tu rostro como el sol rosado
y las mejillas que envidió la Aurora?
¿Qué es del hablar risueño mal formado?
¿Adónde está la voz dulce y sonora,
que muda mil palabras me decía
que nadie, ¡ay triste!, sino yo entendía?



Hay que advertir aquí que Juan de Arjona en la traducción de la Tebaida, no sólo enmendó lo hinchado del estilo del original y otros defectos, sino también que le agregó nuevas bellezas. ¡Lástima es en verdad que esta preciosísima obra permanezca inédita!




Z

«El cual libro quiso intitular El caballero determinado, que luego puso de lengua francesa en castellana con muy gentil aliño, el caballero don Hernando de Acuña».


El Caballero determinado, traducido de lengua francesa en castellana, por don Hernando de Acuña y dirigido al Emperador D. Carlos Quinto Máximo, Rey de España nuestro señor. -En Anvers, en casa de Juan Steelsio. -Año de MDLIII. Es libro muy ingenioso. Fue compuesto por Oliver de la March, y su argumento está recopilado en las siguientes palabras:

Finge que Átropos, la cual se entiende por la Muerte, es señora de una floresta que es el paso universal de todos los humanos, el cual guardan por su mandado dos caballeros suyos, llamado el uno Accidente, y el otro Debilidad, a cuyas manos vienen a parar todas las vidas de los mortales.

Sale el autor de su casa acompañado de sólo su Pensamiento, el cual, trayéndole a la Memoria todo su Tiempo pasado, le amonesta que no se olvide, sino que tenga cuenta consigo, y que se acuerde que ha de ir al combate de la floresta de Átropos; y que esto no puede excusarse, porque, desde que nació, tocó el gaje de esta batalla. Él conosciendo que su Pensamiento y Memoria le dicen verdad, se arma y sigue su camino; y en el discurso de él pasa por las edades, donde combate con los Accidentes de cada una. Y primeramente por la Juventud, la cual figura por un prado verde que llama Placer mundano. Aquí combate con el Desconcierto, que es con quien en tal parte combaten generalmente los mozos. Y hallándose en esta batalla cuasi vencido, le socorre una dama que es Reliquia de juventud, la cual nos es fuerte escudo en los desórdenes y desconciertos de la Mocedad. Pasando adelante y llegando a más maduro conocimiento de las cosas, viene a una ermita que es la casa de la Razón, donde es ermitaño el Entendimiento; en la cual es bien rescibido como lo será siempre quien llegare a tal posada. Y después de haberle el ermitaño conoscido y mostrádole grandes hazañas de Accidente y dicho las armas de Debilidad, le da una lanza con hierro de Regimiento, con que siga su camino y resista a los Accidentes. De aquí llega al llano d'el Tiempo, donde combate con la Edad, contra la cual no pudiendo durar en la batalla, al fin se rinde. Ella le acepta por prisionero y al fin le deja ir libre, obligándole primero a lo que todo hombre de edad está obligado, siendo discreto. Pasa luego una montaña, que es el Medio tiempo, la cual baja muy más presto que la subió, como naturalmente acaesce a cuantos la pasan. Y encaminado por la Edad, se endereza a su aventura por el desierto de la Vejez, que es su derecho camino, pero a poco trecho (guiado del Engaño) entra por un sendero, el cual vee lleno de verdura, siendo ya (como él dice) la Sazón pasada, donde se le renuevan todos los pasatiempos y gustos de su Juventud, y se le olvida lo que a sí mesmo debe y lo que a la Edad prometió. Corre con él sin rienda su caballo, el cual es Querer, hasta que llega al palacio de Amores, donde el Deseo procura detenelle; pero entonces su Memoria le da voces acordándole su promesa, y lo que más le cumple, con tal instancia que le aparta del engañoso sendero, y le vuelve al primero y mejor camino por donde llega a la Vejez. La cual nos muestra describiendo un país muy estéril tan lleno de dolencias y miserias, como él es, cerca de el cual pone una isla mucho más miserable, que es la Decrepitud. Dice que no hallando salida de Vejez sino a la Decrepitud, se conorta y está quedo, conformándose con el tiempo, como hacen los que más no pueden. Y mirando aquella estéril comarca, halla una parte de tierra extrañamente agradable, y en ella una casa muy rica y bien labrada que él llama Buena Ventura. Ésta es el estudio, donde reina una gran princesa que es la Memoria, la cual dice ser gran alivio y alegría a los hombres que han estudiado para acabar los pocos días que concede Vejez. Da cuenta a esta princesa de la aventura que sigue; y ella, después de mostralle (para mayor aviso) la sepultura universal de todos los humanos, le guía al paso de la floresta de Átropos, donde hallan que acaba de llegar el buen Duque Filipo de Borgoña, armado de muchas virtudes y valerosas partes que tuvo, el cual combate con Debilidad, y muere. Síguense luego los combates de el animoso duque Charles, su hijo, y el de madama María, su nieta; y a entrambos da fin la cruda mano de Accidente. Vistas por el Auctor las muertes de estos tres príncipes, cuyo criado él era, cansado de la vida, se determina de acometer a los dos caballeros juntos, o al que d'ellos primero saliere. En esto le viene un rey de armas de parte de Átropos, que es un hombre muy chico, y se llama El Plazo; el cual no puede figurarse tan pequeño cuanto es el que a todos se nos da. Éste detiene al Auctor, diciéndole de parte de su señora, que aún no es llegado su punto, y que aguarde a ser llamado; porque Átropos está ocupada en otras cosas de mayor importancia, mayormente en cuatro batallas, que aunque se han de tardar algo, son de tales personas, que conviene que ella y sus dos caballeros se preparen desde entonces para esperallas; y a instancia del Auctor, le da el Plazo cuenta d'estos cuatro combates, mostrándole por profecía lo que ha de suceder tan particularmente, como lo sucedido.

El primer combate es el de la Reina Católica doña Isabel, el segundo d'el buen Rey don Filipe, el tercero d'el Rey Católico don Fernando; el cuarto d'el valeroso Emperador Maximiliano. Dicho esto y lo demás que cuenta la profecía, se parte el Plazo, exhortando al Auctor que no procure la batalla, sino que esté aparejado para ella; porque no puede tardarse. En esto la Memoria, que a todo ha estado presente, le vuelve consigo a su mesma casa, y allí llama al ermitaño Entendimiento. El cual, hallando al Auctor muy cercano al día de su combate, le arma y le prepara para él con armas que quitan todo temor, y aseguran la victoria al que con ellas siguiere la primer guerra de la Vida, y combatiere en la última batalla de la Muerte.


Este es el argumento del libro, explicado por Hernando de Acuña en el prólogo que puso a su traducción, la cual, según dice él, «se hizo en coplas castellanas antes que en otro género de verso: lo uno por ser éste más usado y conoscido en nuestra España, para quien principalmente se traduce este libro. Y lo otro, porque la rima francesa en que él fue compuesto es tan corta, que no pudiera traducirse en otra mejor, sin confundirse en parte la traducción, comprendiendo dos y tres coplas en una, o poniendo de nuevo tanto subjeto que fuera en perjuicio de la obra; y así lo traducido va una copla por otra; y lo que en ellas se añade es en partes donde no daña. Y allende de la parte que de nuevo se ha puesto, se dejan de poner tres o cuatro coplas por ser fabulosas y no convenibles a la gravedad d'esta escritura. En lugar de los cuales se añaden algunas donde la materia lo sufre».

Así comienza el Caballero determinado, traducido de francés en español por don Hernando de Acuña:


    En la postrera sazón
del año y aun de mi vida,
una súbita ocasión
fue causa de mi partida
de mi casa y mi nación.
   Yendo solo mi jornada,
a mi Memoria olvidada
despertó mi Pensamiento,
renovando el tiempo y cuento
de la mi niñez pasada.
   Y despierta mi Memoria
del olvido en que dormía,
d'el bien y mal, pena y gloria
que por mí pasado había,
recogió en ella la historia.
   Y como quien deseaba
mi bien y lo procuraba,
determinó de hablarme
cuerdamente, y avisarme
de lo que más me importaba.
   Así, por bien de mi vida
tomó intento verdadero
y me dijo: «El que se olvida,
huye de honra lo primero,
y verla ha disminuyda.
   Y si dura en tal olvido
júzgole por despedido
de haber salud y consuelo;
y aun de esperar el d'el cielo,
que es de pocos merecido.
   Vees por la Sazón pasada
cual se nos muestra la tierra
de olor, hoja y flor privada;
la llanura con la sierra
de verdura despojada.
   Los árboles que han tenido
fruta y sombra lo han perdido;
el frío con su rigor
les tiene el vital humor
del todo ya consumido.
   Así tú d'esta manera
has gastado claramente
de Niñez tu primavera,
y Juventud juntamente
hasta su parte postrera.
   Y no tienes la esperanza
que cualquier árbol alcanza
de poder reverdecer;
que atrás no puede volver
quien de edad hace mudanza.
   Cumple que en tu mente esté,
sin ser jamás olvidado,
aquel precioso tratado
de Ame de mont ie soye,
paso de muerte llamado.
   Y saber es necesario,
cuál es más fuerte contrario
Debilidad o Accidente;
pues cualquiera en matar gente
se muestra crudo adversario.
   En estos dos caballeros
toda dureza está puesta,
y guardan como guerreros
de Átropos la gran floresta
contra los aventureros.
   El paso es tan peligroso,
como horrible y espantoso:
no cesan de combatir
hasta matar, sin morir
ni tomar jamás reposo.
    Accidente, el muy terrible,
acaba los mozos fuertes,
y Debilidad horrible
a los débiles da muerte
con el su golpe invisible.
   Jamás cesan de poner
todo su esfuerzo y saber
para vencer y matar.
Ninguno puede escapar,
¡mira si son de temer!
   Ya ha mucho que te ha avisado
su rey de armas el Exceso,
los capítulos mostrado,
y que Accidente tras eso
batalla te ha declarado.
   Ya tú sus cartas oíste;
y pues no te apercibiste,
enmienda lo que faltaste;
porque la empresa tocaste
desde que al mundo veniste.
   ¿Eres tú más que Sansón
fuerte o que Hércules temido?
¿Más sabio que Salomón?,
¿que Diomedes entendido?,
¿hermoso más que Absalón?
   ¿No tienes temor, pensando
que éstos que te voy contando
no pudieron resistir
los que para combatir
te están agora esperando?
   Quanto más vees alargar
tu vida, está más cercana
la hora que en campo has de entrar;
por trompeta, la campana
comienza el mal a tocar.
   El son te avisa y requiere
que estés a lo que viniere
armado y apercibido
por defender tu partido
cuando la batalla fuere».
   Así a lo que me cumplía
Pensamiento me exhortaba;
lo cual yo le agradecía,
y le dije que yo estaba
dispuesto a lo que debía.
   Viendo que esto era forzado,
con mi arnés de guerra armado
como caballero andante,
propuse de ir adelante,
y cabalgué apresurado.
   Mi caballo era Querer
y mi arnés hice templar
de una agua que era Poder,
mi escudo fue de Esperar,
por firme Permanecer.
   Era mi lanza labrada
de Aventura y fabricada
de una obra maravillosa;
y por no faltarme cosa
de Coraje era mi espada.
   Así en la conquista entré
de mis contrarios nombrados,
en que imitar procuré
los valerosos pasados
que por las historias sé.
   Dos días a la ventura
por montes y por llanuras
no dejé de caminar,
sin aventura hallar
de ponerse en escritura.
   No cumple que aquí recuente
mis descansos y reposos;
pero razón es que cuente
los pasos maravillosos
d'el cuento a que fui presente.
   Cuando ya por monte y llano
no más a una que a otra mano
dos jornadas acabé,
un verde prado hallé
que llaman Placer mundano.


Y termina el libro con estas coplas:


    Y así hice este tratado
de la materia presente,
el cual por ir bien fundado
más espero que contente
que no por ser bien trovado.
   Ofrézcole a los que son
de sana y buena intención,
y por señal se reciba
de amistad caritativa
que engrandece el chico don.
   En cuidoso Pensamiento
fue esta aventura fundada;
Dios nos dé según mi intento,
con ella, que es ya acabada,
provecho y contentamiento.
   Quise que fuese adornado
de título este tratado,
y porque (según espero)
fuese acepto: El caballero
le llamé determinado.
   Y los que le leeréis
notad bien sus aventuras,
que este paso pasaréis,
cual le pintan las figuras
que en este espejo veréis.
   Que en pudrición se convierte
toda belleza, y la Muerte
guerrera de la natura,
iguala (como procura)
la más alta y baja suerte.
   Hízose el año de mil
y cuatrocientos y ochenta
y tres, cuando como vil
huye el invierno y se ausenta,
llegando ya el fin de abril.
   Y este libro, a luz salido,
debe ser bien recibido,
como su intención merece,
de aquéllos a quien se ofrece
por el que Tanto ha sufrido.


Tanto ha sufrido la Marcha                


Don Gerónimo de Urrea también puso en lengua castellana la presente obra, y la publicó con este título:

Discurso de la vida humana y aventuras del caballero determinado, de Micer Oliver de la Marca, caballero borgoñón, en tercetos. Anvers, año de 1555.

Cervantes, al hacer mención en el Buscapié de Oliver de la March, afirma que este caballero aún vivía cuando acaeció el desafío del Emperador con el Rey Francisco. Pero en esto cometió un grandísimo error.

Oliver de la March, que escribió El caballero determinado siendo muy viejo, en 1483, ¿cómo es creíble que pudiese vivir cuarenta y tantos años más?

Aquí Cervantes confunde sin duda a aquel autor, contemporáneo de los Reyes Católicos, con el traductor de su libro, Hernando de Acuña, contemporáneo del César Carlos V. Pero de estos errores están llenas las obras de Cervantes que han logrado los honores de la estampa, y aun muchos hay también en el presente Buscapié.




AA

«Pues en letras de emprenta corre escrito por Joan Calvete de Estrella».



La obra que cita aquí Cervantes lleva este título:

El felicísimo viaje del muy alto y muy poderoso Príncipe don Felipe, hijo del Emperador don Carlos Quinto, Máximo, desde España a sus tierras de la baja Alemaña, con la descripción de todos los estados de Bravante y Flandes, escripto en cuatro libros por Juan Cristóbal Calvete de Estrella. En Anvers, en casa de Martín Nucio. 1552.




BB

«Las cuales no suelen caminar siempre con los historiadores, de que se sigue el acreditarse mentiras y sucesos que jamás pasaron».



En prueba de cuán cierto es esto, voy a dar noticias de un hecho falsísimo, en el cual, por estar referido en muchas historias, nadie ha puesto duda. Sabido es que, en 24 de agosto de 1702, la armada de la Liga entre el Rey de Inglaterra y el Emperador de Austria dio vista a la ciudad de Cádiz. Extendiéronse sus naves por la costa, unas aferrando en la arena las áncoras, otras bordeando lentamente. Desembarcó en Rota con quinientos ingleses el príncipe de Armstad; y el gobernador de esta villa, después de rendirla sin oponer resistencia, tomó partido por los enemigos y recibió en premio y a nombre del Emperador el título de marqués. Luego que fue recobrada Rota, húbose a las manos al gobernador, y en pago de su traición ordenó el marqués de Villadarias que recibiese la muerte en una horca. Así refirió este suceso el marqués de San Felipe en los Comentarios de la guerra de España, e historia de su rey Felipe V el Animoso.

Fray Nicolás de Jesús Belando en la historia que escribió y publicó de aquella guerra civil copia lo que dijo el marqués de San Felipe sobre la toma de Rota por los ingleses.

Don Tomás de Iriarte, en sus Lecciones instructivas de la Historia de España refiere este suceso del mismo modo que los citados escritores, añadiendo que fue ahorcado el gobernador más como traidor que como cobarde.

Don Antonio Alcalá Galiano, en la Historia de España que acaba de publicar, no se aparta, al narrar la toma de Rota, de cuanto han dicho aquellos historiadores.

Y por último, yo en la Historia de mi patria Cádiz, que escribí y di a la imprenta en el año de 1845, seguí esta opinión teniéndola por verdadera. Pero todos nos hemos engañado con la autoridad del marqués de San Felipe. El suceso es enteramente falso.

El gobernador y capitán a guerra de Rota llamábase don Francisco Díaz Cano Carrillo de los Ríos y desempeñó dicho cargo desde el año de 1698 hasta el de 1708, en que pasó a ser corregidor y capitán a guerra de la ciudad de Arcos. Los ingleses no desembarcaron en Rota, sino entre Rota y los Cañuelos. El gobernador, en vez de tomar partido por los enemigos, intentó poner en defensa la villa, para lo cual pidió armas y municiones a la ciudad de Cádiz y al marqués de Villadarias, capitán general de Andalucía; pero, como no le fueron dadas, representó a éste que no podía defender a Rota. Entonces el marqués ordenó que él con las pocas tropas que allí estaban, saliesen de la villa y pasasen a Sanlúcar. Así se hizo con buen orden; y luego que los enemigos dejaron estas costas, volvió a Rota, y siguió desempeñando en ella el cargo de gobernador hasta el año de 1708, en que pasó a ejercer el corregimiento de Arcos. Todo esto consta de multitud de papeles sacados de los archivos de Rota y Chipiona, y de los que dejó D. Francisco Díaz Cano, cuando pasó a mejor vida en la ciudad de Sanlúcar de Barrameda el año de 1709; los cuales se leen todos en una obrita rarísima, impresa en Madrid e intitulada Díaz Cano vindicado. Apología en favor de la notoria lealtad de D. Francisco Díaz Cano Carrillo de los Ríos, etc. contra la calumnia que corre impresa en un libro, cuyo título es Comentarios de la guerra de España. Esta defensa del gobernador de Rota fue hecha por su hijo fray Pedro Cano, del Orden de Predicadores.

En ella también se lee que el ahorcado no fue el gobernador, como se dice, sino un alcalde de Puerto Real que tomó partido por los aliados. Dejáronlo éstos en tierra, y preso por los españoles fue ahorcado en Jerez por orden del marqués de Villadarias.

Don Francisco Díaz Cano solicitó por un memorial que dio a Felipe V la merced de dos hábitos de Calatrava para dos de sus hijos. El marqués de Bedmar, primer ministro de la guerra, en el informe que dio al rey, dijo:

Hallándose el año de 1702 por gobernador de Rota, no tan solamente excitó su celo y amor al servicio de S. M. en lo que dependía de su arbitrio, sino que previno anticipadamente, según las noticias que había adquirido en las armadas de los enemigos, la máxima de hacer desembarco (como lo ejecutaron en aquella cercanía) y que le propuso el general inglés grandes promesas, si se ajustaba a su devoción; las cuales despreció con constancia, y viendo la indignación que de esto concitó contra sí, y que no podía resistirse a la vecindad, por ser aquel pueblo abierto... abandonó con su familia cuanto tenía en él, de que hicieron presa los enemigos... Y hallándome yo, demás de lo que justifican los instrumentos citados, con otros informes que he adquirido, por donde me consta que este sujeto se distinguió con gran particularidad en la ocasión del desembarco que los enemigos hicieron en la costa de Andalucía, lo que ha continuado y continúa con la misma fidelidad dando ejemplo en toda aquella tierra, etc.



El Rey, en premio de la lealtad de Díaz Cano, le concedió, en 8 de Octubre de 1709, la merced de hábito de una de las órdenes militares.

Por esto se vendrá en conocimiento de cuán fácil cosa es engañarse los que escriben historias; y de que estar un suceso referido en iguales términos por todos los que de él han tratado, no se sigue necesariamente que sea cierto. ¡Cuántos historiadores no han hecho traidor al pobre gobernador de Rota! ¡Cuántos no lo han ahorcado en muerte! Felizmente, fray Pedro Cano, celoso de la buena fama de su padre, dio a la estampa el libro citado, el cual es sobremanera raro; puesto que ni aun don Tomás de Iriarte, que escribió veinte y tantos años depués de haberse publicado, no tuvo noticias de tal defensa. Es indudable que si las hubiera tenido, no estampara en su historia aquellas palabras en que, hablando del gobernador de Rota, dice que fue ahorcado más como traidor que como cobarde.

De la obra intitulada Díaz Cano vindicado, no existen en Cádiz más que dos ejemplares: uno en la librería del señor don Joaquín Rubio y otro en la mía.

El gaditano don Salvador José de Mañer, contemporáneo de fray Pedro Cano, publicó en su Mercurio histórico algunos documentos de este suceso, e intentó destruir la injuria hecha por el marqués de San Felipe en la memoria del que fue gobernador y capitán a guerra de las villas de Rota y Chipiona, cuando la venida de la armada inglesa a estas costas en 1702. Pero estas diligencias fueron vanas para acreditar la verdad. La memoria de Díaz Cano está infamada por todos los historiadores que han escrito de aquel suceso, y ya ha de ser difícil cosa poder desarraigar de los ánimos de los hombres una noticia que aunque es tan mentirosa, trae consigo la común opinión de los hombres de letras.




CC

«Donde en el camino le sucedieron muchas más aventuras que al monstruo de fortuna Antonio Pérez».



Por ser tan sabidas las desdichas del famoso Antonio Pérez, secretario del Rey Felipe II, dejo aquí de referirlas.

Así como fue infeliz este gran político en vida, después de su muerte lo ha sido también con sus escritos. Sus relaciones y cartas impresas en naciones extranjeras están llenas de mil errores: muchos de los cuales podrían ser enmendados con un códice de 434 fojas, escrito en principios del siglo XVII, y que para en mi biblioteca.

También existen en ella mss. las siguientes obras de Antonio Pérez.

Monstruosa vida del rey don Pedro de Castilla, llamado comúnmente el Cruel. Ninguna noticia dan de esta historia el sabio don Nicolás Antonio y los autores, así españoles como extranjeros, que han tratado algo de la vida de Antonio Pérez.

El conocimiento de las naciones de Antonio Pérez, secretario de estado que fue del señor Rey D. Felipe II: discurso político fundado en materia y razón de estado y gobierno al Rey N. S. D. Felipe III, de el estado que tenían sus reinos y señoríos y los de sus amigos y enemigos, con algunas advertencias sobre el modo de proceder y gobernarse con los unos y con los otros. Dado por D. Baltasar Álamos de Barrientos, un grande historiador, agente de negocios que fue de dicho Antonio Pérez, hallándose en la cárcel, para servicio de S. M. y conocimiento suyo.

Esta obra fue escrita en el mes de Octubre de 1598 y dirigida a Felipe III para captarse su benevolencia y alcanzar permiso de volver a España. Es una de las mejores obras políticas que se han escrito en nuestra patria, y es lástima que exista inédita.

Máximas de Antonio Pérez, secretario del Rey D. Felipe II, al Rey Enrique IV de Francia. Tampoco dan noticia de esta obra don Nicolás Antonio y los demás autores que han escrito alguna cosa de la vida de aquel celebre político. En estas máximas de estado, escritas en Mayo de 1600, descubre Pérez el despecho que tenía de ver cuán desviado estaba Felipe III de permitirle la vuelta a España. Y así como en el Conocimiento de las naciones, daba a Felipe noticias de los intentos del Rey de Francia y el modo más oportuno de desbaratarlos, en las máximas aconsejaba a Enrique IV varias empresas contra el Rey de España.

Breve compendio y elogio de la vida del señor Rey D. Felipe II. Esta obra se atribuye por Nicolás Antonio y otros escritores, así españoles como extranjeros, a Antonio Pérez. Pero en realidad no es más que una traducción hecha por este célebre político de la cuarta narración del libro primero de la historia del Rey Enrique IV de Francia, llamado El Grande, que escribió en lengua francesa Pedro Mateo «ayudado de relaciones falsas que la pasión de cierto español, retirado en aquel reino por causas graves y ocultas, inventó para descargo de sus delitos o venganza de lo que había padecido». Esto cuenta don Lorenzo Vander-Hamen, en su obra intitulada D. Felipe el Prudente. -Madrid, 1632.

Este escritor dice también, hablando del Elogio de la vida del Rey D. Felipe: «Mas como cierto curioso (otro título le iba a dar) tradujo este papel del francés en lengua castellana sin prohijarle (¡peregrina malicia!) más autor ni dueño que el que cada uno quisiese darle, titulándole Breve compendio y elogio de la vida de D. Felipe II, muchos no conociendo el acíbar que dentro de él estaba, comenzaron a estimarle y acreditarle».

Don Lorenzo Vander-Hamen, dice también que no era muy común en su tiempo esta traducción de Pedro Mateo. Lo extraño en Nicolás Antonio es que no hubiese visto impresa esta obra de Antonio Pérez, de la cual se hizo luego otra edición en el año de 1788 por Valladares, editor del Semanario Erudito.




DD

«¿Y no os acordáis, respuso el bachiller, del nombre ele ese encantador?»



En los tiempos presentes se suele usar de la voz repuso, tomada del verbo reponer, en significación de replicar.

Pero en los pasados no era así. Varios escritores del siglo XV y XVI usaban de esta voz respuso (responsui), como síncope de respondió. Esta noticia debo a la mucha erudición de mi amigo el señor don Juan Bautista Cavaleri-Pazos.

En la partida 1ª, título 5º, ley 53, se lee lo siguiente: «Los fariseos fueron escandalizados por esta palabra y el Señor, diciéndoselo sus discípulos, respúsoles: dejadlos ir, ca ciegos son y guiadores de ciegos».

El ingenioso poeta Juan de Mena en muchas de sus Trescientas se sirvió de esta palabra, como puede verse en sus obras y también en esta copla:


   Yo que veía ser oficiosos
los ya memorados en virtud diversa,
viendo la rueda que en uno los versa,
los mis pensamientos no eran ociosos;
miró Providencia mis actos dubdosos.
No te maravilles á tanto respuso,
sabida la orden que Dios les impuso,
ni se te hagan tan maravillosos.



Cervantes, amigo de poner en sus obras arcaísmos, usó dos veces de la voz respuso en el Buscapié.




EE

«Este tan malicioso encantador tenía su morada y perpetuo asiento en un palacio de tal forma encantado, etc.».



En uno de los libros de caballerías que se publicaron antes de escribir Cervantes el D. Quijote, y cuyo título era Genealogía de la toledana discreta (Primera parte, compuesta por Eugenio Martínez, natural de la ciudad de Toledo, año de 1604. -Impreso en Alcalá de Henares, en casa de Juan Gracián) se lee esta descripción de un palacio encantado:


    Sobre gruesas columnas levantadas
de cristal más que el vidrio transparente,
basas y capiteles de apurada
plata, que siempre está resplandeciente;
sobre todos los arcos fabricada
estaba una alta puerta y eminente,
por donde ningún hombre entrar podía
sino quien los secretos entendía.
   Eran los bellos arcos levantados:
escalera ni paso no se hallaba
sino para varones señalados
de los que la gran dueña allí ayuntaba;
mas luego que los postes son tocados
con un precioso anillo que llevaba,
las columnas en tierra se sumieron,
y al poderoso anillo obedecieron.
   Bajando, pues, los arcos, la portada
quedó igual con la tierra y verde suelo,
dándoles franco paso y libre entrada
sin que hubiese al pasar ningún recelo.
En las soberbias puertas, entallada
estaba la gran máquina del cielo,
sol, luna, estrellas, fuego, tierra y vientos,
y sus propios y raptos movimientos.



Todo este libro caballeresco está escrito en octava rima, y es una suma en el argumento y los lances de las extravagancias comunes a todas las obras de su linaje. No se llegó a publicar la segunda parte; y aun puede ser que su autor no la escribiese, vista la censura que de tales libros se leía en D. Quijote.

Los franceses dedicáronse luego a componer las novelas que hoy se llaman históricas, porque en ellas anda revuelta la verdad con la mentira. D. Antonio de Solís y Ribadeneyra en la aprobación que dio a El Artamenes o el Gran Cyro, escrito en francés por el señor Scudery, traducido en toscano por el Conde Mayolino Bisaccini, y ahora en castellano por don Nicolás Carnero, caballero de la orden de Calatrava (Madrid, 1682), dice: «No se puede negar a los franceses que han escrito con facilidad este género de historias fabulizadas que a manera de poema se fundan sobre acción verdadera con episodios inventados, a cuyo género se reducen este Artamenes, la Casandra, el Faramondo, la Cleopatra, el Polexandro y otros que verdaderamente merecen estimación por su enseñanza, y por aquella mezcla de lo dulce que deseaba Horacio en los poetas, y celebramos todos hasta en los más serios escritores. Procuraron los franceses imitar, o según ellos dicen, exceder y enmendar nuestros libros de caballería; y en mi sentir se les debe conceder que han sabido hermanar con mayor diligencia lo admirable con lo verosímil».

Casi todos los comentadores del Quijote de Cervantes, y entre ellos Clemencín, afirman que el último libro de caballerías publicado en España fue la Crónica del príncipe don Policisne de Boecia (año de 1602). Pero en esto se engañaron grandemente, puesto que en 1603 salió a luz la primera parte de la Genealogía de la Toledana discreta, desatinadísimo libro de caballerías, compuesto en octava rima por Eugenio Martínez.



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