Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajo- VI -

Poesía española



ArribaAbajoÉpoca neoclásica

Hemos visto que, durante la época neoclásica, la comedia de moros y cristianos conservó su popularidad, y, simultáneamente, el tema granadino inspiró tragedias de corte clásico. También en el campo de la lírica siguió cultivándose asiduamente el romance morisco y al mismo tiempo se cantó la conquista de Granada en composiciones de corte académico. Pero si las comedias tradicionales se mantenían en las tablas por imposición de aficiones populares, completamente reñidas con el gusto que imperaba en los círculos literarios, el romance morisco floreció en pleno vergel neoclásico, figurando entre sus más afortunados cultivadores autores que representan a su siglo tan cabalmente como don Nicolás Fernández de Moratín y el poeta satírico Iglesias de la Casa. Entretanto, compusieron en competencia cantos en endecasílabos a la conquista de Granada José María Vaca de Guzmán y Moratín hijo; es decir, el tema del moro de Granada inspiró poesías de corte popular y de tipo culto, todas ellas destinadas a un mismo grupo de lectores y compuestas por poetas que comulgaban en idéntico credo estético, aunque fluyeran ambas corrientes poéticas con entera independencia. Fiel la primera a su tradición, acentúa la nota castiza; adscrita la segunda al más severo academicismo, se nutre principalmente de modelos clásicos e italianos. No hemos encontrado en el siglo XVIII ninguna poesía de tema granadino que no encaje perfectamente en la ortodoxia de una de estas dos corrientes, hasta que en 1794 aparecen las versiones de Cienfuegos a las poesías contenidas en el Gonzalve de Cordoue, de Florian. Se inicia entonces una era de tanteos, de adaptación de nuevas formas y asuntos al ciclo granadino, que merece ser estudiada aparte, sin que se la confunda con la puramente neoclásica.


ArribaAbajoRomances y quintillas

ArribaAbajo

Autores varios.- El primer romance morisco que hallamos en el siglo XVIII entronca directamente con los del Siglo de Oro, y acaso fuera escrito a fines del XVII. Se titula «Historia de Medoro y Zelima», y lo compuso en sus mocedades Eugenio Gerardo Lobo (1679-1750)203. El galán moro de este poemita -afortunado en amores, como el Medoro de Góngora- ha huido ante el capitán castellano que lleva presa a su amada, pero el cristiano, cautivado por la belleza de la mora y compadecido de sus lágrimas, la deja en libertad y ella vuelve a los brazos de Medoro, reprochándole su abandono, pero admitiendo sus disculpas. En lo puramente anecdótico, este romance enlaza un asunto que aparece en el Romancero general con otro que no hemos hallado en la poesía morisca del siglo XVII, pero que el romanticismo adaptará a las luchas de moros y cristianos, repitiéndolo hasta la saciedad. El primer tema es el de la mora cautiva que dirige amargas quejas al amante que no ha sabido defender su libertad, y lo encontramos en el «Romance de Homar lusitano»204 del Romancero general, donde tiene un desenlace trágico, pues el galán, despechado, ataca temerariamente al grupo de cristianos y muere, suicidándose a continuación la mora. El tópico romántico preludiado por el romance de Lobo es el del capitán victorioso que se enamora de una prisionera y, vencido por sus lágrimas, la deja marchar en libertad. La versión más bella y famosa de este tipo de anécdota es la Oriental de Zorrilla, llamada «de los Gomeles», donde el rasgo de generosidad se atribuye a un moro y no a un cristiano, como en la «Historia de Medoro y Zelima». A pesar de su relación anecdótica con el trágico «Romance de Omar» y con el melancólico tema romántico, el tono de la composición de Lobo es ligero, y el poeta utiliza la situación dramática de los personajes como pretexto para engarzar metáforas e ingeniosos juegos de palabras que responden a tópicos comunes en el Siglo de Oro. Sus modelos son los romances moriscos de Góngora, y el poeta capta bastante bien la agilidad y el brío de estas composiciones, dando un ritmo veloz y variado al diálogo y a la narración. Prescinde, en cambio, de la descripción de trajes y atavíos moriscos, tan frecuentes en este género poético.

De filiación también gongorina, según declara el propio autor en el subtítulo, son los dos romances de Vicente García de la Huerta «Por cabo de cien jinetes» y «El africano alarido»205. Este autor compuso una égloga titulada «Los Bereberes» y algunas otras poesías de tema africano, rindiendo tributo a un nuevo tipo de exotismo que empezaba a introducirse por influencia extranjera en las letras de la segunda mitad del siglo XVIII, pero los romances a que nos referimos están localizados en el pueblo castellano de Gumiel y son típicamente moriscos en contenido y estilo. El primero empieza por presentar el cuadro del caudillo cristiano cabalgando al frente de sus tropas, y a continuación describe la despedida del moro Hizán y su dama, inspirada en la de «El español de Orán», de Góngora. El segundo romance relata animadamente la escaramuza en la que al fin perece Hizán, muriendo de dolor su dama, que, como tantas bellas granadinas de Pérez de Hita y del romancero morisco, ha contemplado el combate. García de la Huerta utiliza con habilidad y sin abusar de ellos varios de los motivos más característicos del género morisco, y sus romances podrían figurar dignamente entre los buenos del Siglo de Oro.

Aunque no es propiamente un romance, contiene fragmentos de inspiración morisca la poesía en quintillas de José Iglesias de la Casa (1748-1791) que comienza «En el anchuroso lago»206, y refiere cómo desde lo alto de una atalaya próxima a Cartago la mora Aja -morisca versión de Dido- intenta detener con amantes palabras al valiente Zaide, cuya nave se aleja de la orilla.




ArribaAbajo

Moratín, padre.- Don Nicolás Fernández de Moratín no supo dar a sus romances moriscos tanta gallardía y tan acertada proporción de elementos descriptivos y narrativos como García de la Huerta. No fue, sin embargo, un mero imitador, pues en sus romances se observan dos tendencias que no proceden de la poesía morisca del Siglo de Oro: una es la introducción de las impresiones personales del autor en las descripciones de paisaje; otra, la abundancia de motivos populares.

Estos elementos no aparecen aún en el primer romance morisco de Moratín207, titulado «Amor y honor». Es el único localizado en Granada, y son característicos del género los nombres citados -Zaide, don Rodrigo, maestre de Calatrava- y el tópico de la despedida de un caballero moro, a quien el rey niega las recompensas que su valor merece, y la dama de sus pensamientos. Un gesto de despecho del galán que hace pedazos su lanza contra el muro de la casa de su dama, es también un lugar común de la poesía morisca, y se halla, por ejemplo, en los famosos romances de Gazul. Este poemita no contiene descripciones de armas y trajes, lográndose el color local de la poesía con breves y oportunas alusiones.

Como observa Menéndez Pelayo208, el romance «Abdelcadir y Galiana» no recoge de las leyendas de Galiana de Toledo más que el nombre de la heroína, aunque la circunstancia de que el galán moro sea alcaide de Guadalajara acaso provenga del Bernardo de Valbuena. Moratín presenta a su héroe como: «Galán danzando la zambra diestro en cañas y sortija», lo cual ya le daría carta de naturaleza en la Granada de Pérez de Hita, aunque no halláramos a continuación una detallada descripción de su morisco atuendo y de sus cifras y divisas, sin que falte una alusión a la manga bordada por Galiana, recuerdo directo de un romance incluido en las Guerras civiles209. El vestido y las galas de la mora se describen tan prolijamente como las de su amante, y lo mismo puede decirse del lujoso camarín en que le recibe. Pero lo curioso es que estas enumeraciones de prendas y alhajas moriscas, que responden a una moda literaria tan alejada de la vida real, van unidas a la descripción detallada de la región en que veraneaba el autor. Naturalmente que los romances de tema granadino aluden con frecuencia a lugares concretos del reino y la ciudad de Granada, pero solamente en los fronterizos responden estas alusiones a una visión directa; en los moriscos del siglo XVI y XVII se reducen casi siempre a puro tópico literario. Algunos están localizados en otra parte de Andalucía o incluso en Castilla, pero el cambio de emplazamiento consiste en simple sustitución de nombres, mientras que «Abdelcadir y Galiana» contiene el relato poético de una excursión de Guadalajara a Toledo, con itinerario detallado y vivas impresiones de paisaje, que indudablemente refleja recuerdos del autor, pues su hijo cuenta que disfrutaba vivamente recorriendo los alrededores de la Alcarria210. Este romance muestra, por lo tanto, cómo una forma moderna de sentir la naturaleza deja huella en el más convencional y tradicional de los géneros poéticos.

La despedida de dos amantes moros vuelve a ser el tema de «Consuelo de una ausencia», donde hallamos de nuevo tocados multicolores, divisas, alusiones a zambras y a juegos de sortija. Pero tales motivos moriscos se presentan en tono popular y ligeramente irónico, contribuyendo a imprimir carácter festivo al romance la rima aguda en í y algunos vulgarismos.

La popularización de tópicos finamente convencionales caracteriza también a la «Fiesta de toros en Madrid», y en ambos casos el poeta trasplanta a Madrid el ambiente de la Granada poética.

La composición de Nicolás Fernández de Moratín que ha hecho de él uno de los más famosos poetas españoles, es la «Fiesta de toros en Madrid. Quintillas», cuya filiación morisca ha sido claramente establecida por José María de Cossío211. Parece ser que Moratín compuso este poema en su juventud, aunque no lo publicó nunca, siendo editado por primera vez en sus Obras póstumas212. Tal como allí apareció ha venido reimprimiéndose y no se conocía otra versión hasta que en 1882 don Aureliano Fernández Guerra reprodujo y estudió, comparándola con el texto impreso, una copia manuscrita que había pertenecido a don Fernando José Velasco, a quien se la había entregado el propio autor213. Esta versión consta de 157 estrofas, en tanto que la publicada sólo tiene 72; además, en las quintillas conservadas se observa muy importantes variantes. La explicación que da Fernández Guerra es que, excitado el amor propio del poeta por no haber premiado la Academia en 1777 su canto «Las naves de Cortés destruidas», decidió apelar al fallo de la posteridad publicando todas sus obras poéticas y dedicó los últimos años de su vida a limarlas y corregirlas, siendo el texto enmendado por él mismo el que su hijo hizo imprimir en las Obras póstumas. No oculta Fernández Guerra que don Leandro fue acusado por Quintana de haberse atrevido a retocar la obra de su padre, pero considera infundada esta acusación, y cree que el propio don Nicolás sometió sus «Quintillas» a un proceso de depuración en que se perdieron muchas bellezas, pero del que resultó una poesía mucho más correcta y de más alta calidad artística. Cossío disiente de Fernández Guerra, no sólo en la valoración respectiva de ambas versiones, sino también en la identidad del corrector. En su opinión es indudable que Moratín hijo, con la loable intención de velar por el buen nombre poético de su padre, alteró lo que en la obra de éste se apartaba del gusto académico, llegando sus correcciones tan lejos que aparece «uno de los poetas de más libre y franca técnica y de mayor despreocupación retórica como el más atildado versificador escolástico»214.

En el caso de las «Quintillas» es evidente que el marcado sabor popular de la primera versión se halla muy atenuado en la segunda. Y no se trata de un tinte más o menos vago de popularismo, sino de un efecto logrado conscientemente por la acumulación de elementos que imprimen carácter a la poesía. En primer lugar Moratín empleó una forma métrica que, no sólo había sido utilizada por Lope de Vega y otros poetas del Siglo de Oro en composiciones de cierto tono popular, sino que era propia de la modalidad poética más callejera, las quintillas de ciego. Contribuyen también al efecto deseado el nombre de Elipa -vulgarismo de Felipa- dado a la dama principal, la frecuente referencia a calles y lugares del Madrid moderno y la despreocupación histórica que permite a las moras adornarse con «tocas de cambraya». Alonso Cortés observa que el poeta, remedando el habla vulgar, emplea también giros incorrectos, como el de «muestra cuan furioso esté»215. Las «Quintillas» contienen un apóstrofe a Madrid, que alude al sabio astrólogo Molesma y elogia ingeniosamente la prosperidad y refinamiento de los moros españoles, lo cual, lejos de restar carácter popular a la poesía, le da un toque de graciosa pedantería muy propia de un cantor del pueblo bajo. Muchos de estos elementos, que cumplen una misión en la primera versión, han desaparecido en la segunda, pero se salva la gracia popular de la composición, merced a la forma métrica, al detalle descriptivo ingenuo y a un estilo notable por la frase ágil y la imagen fácil y expresiva.

La parte anecdótica de las «Quintillas» -corrida de toros en una ciudad musulmana con participación brillante de un caballero cristiano- es un asunto típico de la poesía y la novela morisca. En el capítulo X de las Guerras civiles el maestre de Calatrava toma parte en un juego de sortija que se celebra en Granada y corre varias lanzas con el mantenedor, ganándolas todas. Las fiestas descritas por Pérez de Hita y Moratín coinciden en la forma como inesperadamente un heraldo anuncia la llegada de un campeón cristiano y se le concede licencia para tomar parte en la fiesta, en el efecto que causa en el pueblo moro la gallardía de caballo y jinete y en las muestras de cortesía que el héroe cruza con la dama que preside la fiesta, a quien más tarde ofrece su trofeo216. Esta serie de detalles comunes parece indicar que Moratín se inspiró concretamente en este pasaje de Pérez de Hita.

Tópicos frecuentes en la poesía morisca que se hallan en la «Fiesta de toros» son la mención de zambras y juegos, la enumeración de bellezas moras, el cuadro brillante de la plaza engalanada y -en la primera versión- la gala multicolor con que se pormenorizan el traje y tocado de Elipa. Incluso la descripción del atuendo del Cid, la de su caballo y las razones que se cruzan entre el héroe y Aliatar tienen, como observa Cossío, sabor morisco. El mismo crítico señala como fuentes directas de las «Quintillas» el romance de Góngora «Famosos son en las armas los moros de Canastel» y un pasaje de La hermosura de Angélica, de Lope de Vega217.

Una de las características esenciales de las «Quintillas» es la fusión de estos elementos tradicionales con otros de carácter personal. Así Moratín trasplanta el cuadro que hubiera tenido su sede natural en la Granada mora a la villa y corte, donde él habita, sirviendo este cambio de localización para enlazar lo actual y cotidiano con la ficción caballeresca. Por ejemplo, al describir el aspecto de la plaza traza el cuadro poético de la corte mora, tantas veces descrito en la poesía y la novela morisca, pero lo anima con rasgos realistas sugeridos por el espectáculo familiar del público madrileño llenando gradas y tendidos hasta los topes. El mismo sentido de observación caracteriza las estrofas dedicadas a la lidia propiamente dicha.

Ignoramos si las «Quintillas» llegaron a difundirse en círculos literarios antes de ser publicadas en 1821; pero, en todo caso, no influyeron en la poesía de su tiempo, y hemos de llegar a los umbrales del romanticismo para encontrar su huella. Debemos recordar que Moratín consagró su vida a defender un ideal literario propio de su época, y sólo cultivó en sus ratos de ocio, como algo secundario y al margen del programa de reforma de las letras nacionales por él trazado, los géneros tradicionales del romance morisco y las quintillas. Con ello obedecía a una de las tendencias más arraigadas y características del espíritu español, y, como todo gran artista, no dejaba de ser original cuando se entregaba a la sugestión de los viejos temas y de las formas poéticas populares, sino que, por el contrario, les imprimía un sello personal inconfundible. Sirviendo de puente entre la abundante producción de romances moriscos del Siglo de Oro y la no menos abundante de orientales, romances y leyendas del romanticismo, la «Fiesta de toros» cumple la misión de recoger lo mejor de un género literario que sobrevivía en forma puramente imitativa, de devolverle calidades humanas y de hacerlo más asequible al gusto moderno.






ArribaAbajoCantos endecasílabos

ArribaAbajo

Vaca de Guzmán.- El año 1779 la Real Academia seleccionó para su concurso de poesía el tema de la conquista de Granada, asignando como forma métrica el romance endecasílabo. El premio de este certamen fue adjudicado a José M.ª Vaca de Guzmán por su canto Granada rendida218, otorgándose el accésit al joven Leandro Fernández de Moratín. Pese al galardón oficial, la composición de Vaca de Guzmán no mereció la aprobación de los buenos poetas de la época. Sin embargo, Cueto considera que ésta es una de las dos mejores poesías de este autor, cuyo buen nombre poético trata de reivindicar, destacando el vigor de sus versos y su desbordante imaginación, que hubieran hecho de él un romántico en el siglo siguiente219.

Granada rendida comienza con una invocación a las musas y a continuación hablan personajes alegóricos: el Cielo, por ejemplo, persuadido por otras deidades, decide dar un rumbo favorable a los destinos de España; el Consejo se dirige a Sevilla y anima a los Reyes Católicos a emprender la campaña contra el reino de Granada, etc. A lo largo del canto sigue siendo elemento esencial la alegoría: la Fe se presenta en sueños a Fernando el Católico y le ordena levantar una ciudad en su honor; el Valor aconseja a Isabel que vaya al campamento cristiano; el Furor incita en una larga arenga al pueblo de Granada contra Boabdil, quien, obedeciendo al Consejo, ha concertado las capitulaciones, y el Genil, incorporándose en su cauce como los ríos de la epopeya antigua, se dirige al rey cristiano dándole la bienvenida. Al fin entran los vencedores en Granada y, «depuestas ya las túnicas de Palas, Visten de Adonis galas y atavíos». Nada hallamos en este canto, salvo el andamiaje histórico, que se relacione con la poesía morisca, y el poeta excluye el elemento legendario propio del tema. Diríase que el autor se ha propuesto dar una lección práctica de cómo pueden aplicarse a un asunto nacional los procedimientos de la épica clásica. El modelo más utilizado es la Eneida de Virgilio, y Cueto señala algunos versos traducidos directamente. La versificación es desigual, aunque no faltan fragmentos en que se logra el tono majestuoso de la épica.




ArribaAbajo

Moratín, hijo.- Como hemos dicho, el accésit del concurso que ganó Vaca de Guzmán fue concedido a Leandro Fernández de Moratín por su composición La toma de Granada por los Reyes Católicos D. Fernando y D.ª Isabel220. Sólo tenía diecinueve años cuando tomó parte en este certamen, y lo hizo bajo el seudónimo anagramático de Efrén de Lardnaz y Morante. Gómez Hermosilla cuenta la escena familiar en que Moratín, padre, arrancó a su hijo la declaración de que era el autor de la poesía y le animó a leerla en la tertulia, donde fue escuchado con agrado, aunque don Nicolás se limitó a decir: «Chafarrinadas de un principiante que puede ser buen pintor»221.

El novel poeta imitó la épica clásica e introdujo con poco tino un elemento sobrenatural en el canto, concediendo el don de la palabra a una estatua de Mahoma, pero no abusó de la alegoría, como Vaca de Guzmán, y, en cambio, dio amplia cabida a elementos propios del tema de Granada, recordando los bandos de abencerrajes, así como los juegos de cañas y sortijas en Bibarrambla, y describiendo las huestes granadinas con inconfundibles trazos moriscos:


Hacén-Benel Farrax Abencerraje
Lucida escuadra de su gente guía
En tordas yeguas que produce el Betis,
Y a su veloz corriente desafían.
Blancos bonetes con azules plumas,
En las adargas la común divisa,
Corvos alfanjes, largos alquiceles
Robusto aspecto y la color cetrina222.



Del mismo estilo es la prolija descripción del atavío guerrero de Zelim Hamete, al que ni siquiera falta la lujosa manga bordada por su dama.

De hecho, la literatura morisca deriva de la caballeresca, por lo cual el introducir en una poesía épica algunas de sus peculiaridades y temas era fácil y apropiado. Cuando Moratín enumera los caudillos castellanos obedece al patrón clásico y, al mismo tiempo, recuerda la mención de los linajes de moros y cristianos, tan característico de los romances referentes a Santa Fe y de las comedias de moros y cristianos. Los duelos y proezas inmortalizados -o inventados- por la literatura morisca le sirven para calificar con dignidad épica a los guerreros de los Reyes Católicos, sin que falten entre las hazañas conmemoradas la del Ave María, ni la defensa que hicieron cuatro caballeros cristianos de la reina mora calumniada. Esta última alusión procede necesariamente de las Guerras civiles de Pérez de Hita, libro que había hecho las delicias de Moratín, hijo, en su estudiosa niñez223, y que ahora le proporcionaba abundantes rasgos pintorescos con que esmaltar su Toma de Granada. La historia de Albayaldos, narrada en los capítulos X y XI de la obra citada, inspiró seguramente el episodio de Zulemán, guerrero moro que busca al matador de su hermano para vengarle y ofrecer a su dama la cabeza del castellano. Moratín aprovechó también el incidente del incendio de Santa Fe, pero convirtió lo que fue un accidente fortuito en hazaña individual y ardid de guerra, coincidiendo en esta interpretación del hecho histórico con la comedia anónima El triunfo del Ave María. Es evidente que el joven poeta debía conocer también un gran número de romances moriscos, entre ellos los de su padre, a cuya influencia se ha atribuido la gala descriptiva que caracteriza algunos pasajes del canto224.

Nos ha interesado señalar la influencia del género morisco en la Toma de Granada, pero el propósito de Moratín fue componer una poesía épica de corte clásico, lo cual se advierte no sólo en el estilo, sino también en las constantes alusiones a los dioses griegos y a los héroes de la Ilíada. Sin embargo, no imitó tanto la epopeya antigua como los poemas italianos, qué eran un modelo mucho más apropiado para su tema. Hermosilla ha observado que proviene del Tasso el verso «El gran sepulcro liberó de Cristo»225. También se encuentra un recuerdo de los fieros moros de la Jerusalén libertada en los versos que describen a Zelim-Hamete:


Negra la barba y el color tostado,
Sangrientos ojos de espantable vista,
Robustos miembros, corto de razones,
Diestro en el arco, cimitarra y pica226.



Para nuestro estudio, la Toma de Granada tiene el interés de representar un esfuerzo por adaptar a la épica neoclásica elementos tradicionales de la poesía morisca, pero la composición en sí está poco lograda, pues carece de vigor y no sigue un plan coherente. Ello se debe a que el temperamento poético de Moratín no se inclinaba a la épica. Era, además, contrario a la forma métrica -romance heroico o endecasílabo-, que adoptó en esta ocasión por exigirlo los requisitos del concurso227; pero, no obstante, dio a la versificación del canto una suavidad y armonía que anuncian ya la refinada perfección alcanzada más tarde por el gran neoclásico228.








ArribaAbajoÉpoca prerromántica


ArribaAbajoNuevas tendencias poéticas

ArribaAbajo

Cienfuegos.- Cienfuegos se encargó de traducir al español las poesías intercaladas en Gonzalve de Cordoue, de Florian, y sus versiones, que sólo vagamente reflejan el poema original, tienen el interés de introducir nuevos motivos y combinaciones métricas en los temas granadinos229. La única de estas poesías que tiene carácter narrativo refiere la leyenda de la Peña de los Enamorados. Cienfuegos sigue a Florian en una ligera desviación anecdótica de la versión tradicional, pero adopta la forma de romance y amplifica la narración y el diálogo de los amantes. Acentúa también la nota trágica y sentimental, siguiendo un orden de emociones que no suele despertar la poesía morisca, pues la naturaleza se convierte aquí en elemento poético importante, estableciéndose estrecha relación entre la abrupta belleza del lugar y la exaltación de los enamorados.

El sentimiento caballeresco, fundiendo los conceptos de honor, amor y guerra, inspira una supuesta inscripción en el aposento de la reina mora y la canción guerrera de Abenhamet, muy ampliamente desarrollada por Cienfuegos. Esta y otras poesías adoptan la forma métrica de un romance interrumpido cada ocho versos por un estribillo de octosílabos y versos de cinco sílabas con rima aguda. La canción no recoge el sentido decorativo del romancero morisco, pero, en cambio, expresa con soberbio acento el patriotismo del moro, sentimiento en que hará más hincapié la poesía del siglo XIX que la de épocas anteriores:


¿Qué vale que cien provincias
Mueva contra vos España,
Si ocho siglos de heroísmo
Se encierran sólo en Granada?
Doquier os cercan gloriosas
Las paternales hazañas:
Cien triunfos moriscos yacen
Doquier posareis la planta.



De abolengo morisco es el cuadro descrito a continuación de las bellas granadinas contemplando el combate, si bien Cienfuegos, contagiado por la afición de Florian a combinar el ideal caballeresco con el de la Edad de Oro, presenta a sus moras tejiendo guirnaldas y no bordando cifras y divisas.


Si os desalientan los rayos
De las diestras castellanas,
Volved un punto la vista
A las torres de Granada.
Allí del Genil las bellas
Os miran, y enamoradas,
Seguras de la victoria
Os tejen ya las guirnaldas.



Las otras poesías incluidas en Gonzalo de Córdoba, aunque inspiradas por las peripecias de la novela, no tienen relación propia por los temas ni por el estilo con el género morisco.




ArribaAbajo

Meléndez Valdés.- Don Juan Meléndez Valdés no trató en su poesía los temas moriscos tradicionales, pero localizó en la frontera de Granada la serie de romances «Doña Elvira», compuesta al final de su vida, que clarísimamente anuncia la leyenda romántica.

Doña Elvira es una noble castellana, cuyo esposo ha muerto en la toma de Alhama, y cuyo hijo sirve a los Reyes Católicos en el cerco de Granada. El primer romance describe la soledad y tristes presentimientos de la dama, que en una noche de luna, cargada de funestos presagios, siente que su corazón se rebela contra las duras exigencias del honor caballeresco. En la segunda parte de la leyenda el padre de doña Elvira le comunica que el doncel ha caído en un rebato, después de realizar gloriosas hazañas. Estos acontecimientos eran relatados por el escudero en el tercer romance, hoy perdido230.

El elemento histórico de este episodio es insignificante, pero Meléndez Valdés cuida de no faltar gravemente a la verosimilitud cronológica, ya que transcurren diez años entre la muerte del esposo de la heroína, caído en la toma de Alhama -es decir, en febrero de 1482-, y la del hijo, que pudo ocurrir a fines de 1491. Los personajes mencionados de pasada son el maestre de Calatrava y los moros Muza y Aliatar, creación el uno de la literatura morisca y figura histórica muy real el otro. El tema principal de estos romances es el conflicto entre los sentimientos humanos y las exigencias del honor, conflicto que la poesía romántica había de presentar repetidas veces con más intenso dramatismo. Los versos que introducen a las dos figuras representativas del amor maternal y del culto al honor anuncian ya el estilo narrativo de la leyenda romántica española por la ausencia de imágenes, la andadura reposada del romance y el claro-oscuro del retrato de doña Elvira.


   Doña Elvira, que viüda
Del comendador Don Tello,
Señor de Herrera y las Navas,
Castellano de Toledo,
    Bajo un sencillo tocado
Cubierto el rubio cabello,
Sin sus oros la garganta
Y el monjil y saya negros,
      [...]
   Don Sancho, padre de Elvira,
El más respetable anciano
De cuantos de Calatrava
Visten el glorioso manto:
   Terror un tiempo del moro,
Lleno de méritos y años,
Y en su encomienda y retiro
Hoy de míseros amparo.
   Llegó el noble caballero
Silencioso y mesurado,
Del escudero asistido
En sus vacilantes pasos231:
[...]



Otros pasajes del romance conservan el estilo de la poesía neoclásica y contienen alusiones mitológicas. Tampoco falta una evocación de las consabidas fiestas y linajes de Granada, ni un remedo del ritmo movido y de la fraseología típica del romance morisco.


   Zaida, que aun niña en la corte
Que baña el Genil y el Darro,
Con su virginal belleza
Hizo a mil libres esclavos:
   La que a su donaire y gracias
De la Alhambra en los saraos
Despertó tantas envidias
Como dio vueltas danzando:
   Abencerraje y Vanegas,
Nombres cuyo lustre raro
Al sol empaña, y colunas
Son del pueblo y del estado232.



La doncellita Zaida, a quien se refieren estos versos, estaba enamorada del joven castellano, hijo del caballero que la cautivó, y ello la aproxima a las heroínas moras de la literatura romántica más que a las de los romances moriscos.

Gómez Hermosilla, que conoció completa esta serie de romances, debió percibir que en ellos se expresaba una nueva manera de sentir el viejo tema de las luchas de moros y cristianos, pues no encontró término preciso para clasificarlos. Primero opinó que podían reducirse a la clase de los heroico-moriscos, y luego añadió, negando el valor épico del metro del romance, que eran elegiacos por su tono, estilo y argumento233. Menéndez Pelayo afirmó ya específicamente que estas composiciones «constituyen una verdadera leyenda romántica que no parecería mal entre las del Duque de Rivas»234, y Pedro Salinas ratificó y razonó esta opinión: «Cierto que los rasgos carecen de la firmeza que ponía en sus romances el duque de Rivas, y el tono general, del movimiento dramático de las leyendas de Zorrilla; pero, de todos modos, después de tan evidente ejemplo, no es posible considerar al uno ni al otro como los primeros cultivadores de la poesía histórico-legendaria en España, y ese título es debido a Meléndez Valdés»235.




ArribaAbajo

Lista y Rivas.- Volvemos a encontrar la probable influencia del Gonzalo de Córdoba, de Florian, en la poesía de don Alberto Lista, «Zoraida»236, cuya heroína no sólo se halla en la misma situación que la Zoraida de la novela, sino que expresa una melancolía y un sentimentalismo pasivo que no suelen hallarse en la poesía morisca española y que caracterizan, en cambio, a la figura de víctima ideal que presenta el escritor francés en este personaje.

La afición del duque de Rivas por los temas granadinos se manifiesta en el hecho de que no falte alusión a ellos en ninguno de los dos poemas largos que compuso antes de su época romántica. El caballeroso Suero de Quiñones, en el Paso honroso (1812), cuenta que lidió en la guerra de Granada con el brazo diestro desnudo, por mejor servir a su dama.

También en el canto III de Florinda (1826) el poeta, recordando quizá que Pérez de Hita hacía a los abencerrajes «descendientes de aquel valeroso capitán Abenraho que vino con Muga en el tiempo de la rota de España», inventa un origen a la famosa enemistad de zegríes y abencerrajes, suponiendo que su ascendencia se remonta a dos gigantescos guerreros rivales, que compiten y quedan empatados en los juegos bélicos presididos por Muza.


Y allí con harto orgullo y confianza
Tu cuerpo colosal muestras desnudo
¡Oh Zegrí! que desprecias arrogante
De Abencerraj los miembros de gigante.



En tono solemne el poeta anuncia las consecuencias de la bárbara discordia:


Ya los astros os tienen destinada
Generación do se conserve y crezca
Esa rivalidad envenenada,
Tanto que envidia su heredad parezca,
Y un tiempo ha de llegar en que Granada
De vuestros nietos al furor perezca,
Cuando discordia atroz así los ciegue
Que vuestra sangre sus palacios riegue237.






ArribaAbajo

Martínez de la Rosa.- También Martínez de la Rosa proyectó en su juventud un poema histórico largo, del cual sólo llegó a publicar algunos fragmentos238. Había de versar sobre las expediciones africanas del conde Pedro Navarro, y la parte que se conserva trata de los preparativos, que se hicieron en Granada, y de un alarde del ejército musulmán, aprestándose a la defensa. La localización del primer fragmento en Granada es puramente secundaria y los elementos descriptivos escasos. En cambio, es patente la huella del género morisco en el pasaje describiendo las huestes africanas. En ellas milita «la flor de los caballeros de Granada», y volvemos a encontrar los consabidos linajes de Pérez de Hita: alabeces, gomeles, abencerrajes, zegríes, alhamares. Como corresponde a su abolengo literario, todos ellos lucen vistosos y multicolores atavíos; y en tanto que los zegríes alimentan en su corazón los viejos odios y rencores, los abencerrajes llevan aún señales de duelo por sus deudos sacrificados en la Alhambra y ostentan su famosa divisa de un salvaje luchando contra un león.

En sus años de exilio Martínez de la Rosa dedicó varias poesías a su tierra natal, pero en ellas apenas encontramos alusiones históricas. Sin embargo, en la composición en dodecasílabos titulada «La Alhambra» se abre ya paso, entre tópicos pastoriles, la emoción de la naturaleza y de las ruinas, y el poeta, que evoca el recuerdo del esplendor morisco, prorrumpe ante la Alhambra abandonada en interrogaciones, que pueden estar inspiradas por las célebres de Jorge Manrique, o acaso directamente por las del «Decir de las vanidades del mundo» de Ferrán Sánchez de Calavera, con las que tienen en común el tipo del verso.


¿Qué se hizo su gloria, su pompa, su encanto,
Los triunfos y empresas de tanto galán?
¿Las cañas y fiestas, la música y canto,
Jardines y baños y fuentes do están?239



El mismo autor incluyó en su drama Aben Humeya un romance que calificó de morisco, pero que por su estilo no lo es en absoluto. Expresa la nostalgia de un Aben Hamet desterrado, que tanto podría ser el héroe de la novela de Florian como el último abencerraje de Chateaubriand. En todo caso, el poeta, a la sazón exilado, se identificó con el moro del romance y expresó en este poema emociones propias con más verdad y aliento poético que en las composiciones donde directamente expone sus sentimientos de desterrado.


   Una y otra primavera,
Errando triste en la playa,
Las golondrinas veré
Dejar la costa africana,
Cruzar el mar presurosas,
Tender el vuelo a Granada,
Y el nido tal vez labrar
En el techo de mi casa...240
[...]






ArribaAbajo

Estébanez Calderón.- Con mayor intensidad que Martínez de la Rosa sintió Serafín Estébanez Calderón la sugestión de todo lo que en Granada eran huellas del pasado. En su soneto «Al Alhambra»241 invita al pasajero a contemplar el alcázar moro, amenazado de ruina, y a meditar sobre el poder destructor del tiempo, describiendo no la ruina inconcreta de inspiración puramente libresca que aparecía en Martínez de la Rosa, sino los desperfectos que vieron sus ojos. Hallamos la visión de una Alhambra estilizada, pero llena de rasgos específicos, en la poesía en endecasílabos que el Solitario dedicó «Al reverendo padre Artigas»242, su profesor de árabe en Madrid, lamentando las limitaciones que la ignorancia de esta lengua imponía a sus estudios y cavilaciones sobre el pasado de Granada cuando en ella vivía. Aunque se expresa en versos de corte neoclásico, resulta evidente que aquel estudiante malagueño veía Granada con mentalidad plenamente romántica, emocionándose al recordar el poderío islámico, sintiendo sus bellezas artísticas y naturales, y complaciéndose en recrear escenas de una vida caballeresca y voluptuosa.

La nota de orientalismo y sensualidad, tan frecuente en la poesía romántica de tema morisco, se evidencia ya en las «Letrillas moriscas» de este autor, que siguen a las pastoriles en el volumen titulado Poesías del Solitario (1881), y son composiciones de tipo bucólico, pero de un bucolismo lleno de alusiones a escenas de la vida de Oriente. El poeta utiliza como términos de comparación el sol ardiente de Arabia, las arenas del desierto, la gacela herida, el dátil sabroso, etc. Estas letrillas ofrecen algunas semejanzas de estilo con las Poesías asiáticas (1833) del conde de Noroña, que estaban todavía inéditas en 1881. Acaso El Solitario las conociese en manuscrito o hubiese leído la traducción inglesa de Sir William Jones que utilizó Noroña.

Estébanez Calderón combinó reminiscencias de los romances de cautivos y forzados con el tema romántico del barco pirata y rasgos típicos de la poesía morisca en su romance «La galera mora», donde aparece un capitán pirata que desciende de los reyes de la Alhambra243.




ArribaAbajo

Torre Marín.- También entra ampliamente la emoción del pasado en el largo poema descriptivo del conde de Torre Marín244 titulado Los contornos de Granada (1881), motivado en parte por una observación de Chateaubriand lamentando que las musas castellanas no hubieran cantado la Fuente del Avellano. El poeta se sitúa imaginativamente en lo alto de Sierra Nevada y pinta en versos fluidos el vasto panorama que desde allí se domina, sin olvidar la visión lejana del mar y de la costa africana, donde el moro suspira por la patria perdida. A continuación describe más concretamente los alrededores de Granada, enumerando la flora de la región. El segundo canto está dedicado a la Fuente del Avellano, y da cierta cabida a la fantasía y la leyenda. Un anciano venerable, que se identifica como el Genio Árabe, conduce al poeta por la Alhambra, recordando la muerte de los abencerrajes y los amores de Zoraida y Abenhamet. Esto indica que el elemento legendario del poema procede de la novela de Florian y no directamente de fuentes españolas. En la parte descriptiva se observa, en cambio, marcada influencia de los poetas de la escuela granadino-antequerana.






ArribaAbajoPersistencia del romance morisco

ArribaAbajo

Autores varios.- Durante el primer tercio del siglo XIX el romance morisco se cultivó con más asiduidad que en el XVIII, intensificándose la producción alrededor de 1880. Debió contribuir a ello la publicación de la Colección de poesías castellanas (1807), de Quintana, en que estaba muy bien representado el romance morisco, y más adelante el Romancero de romances moriscos (1828), de Durán. Los numerosos estudios, ediciones y traducciones de romances que se hacían fuera de España, en los que casi siempre ocupaban lugar de preferencia los fronterizos y moriscos, contribuyeron a dar carácter de modernidad a un género que había estado siempre vivo en las letras españolas245.

En el romance «Abenzulema» (1806), de Vicente Rodríguez de Arellano, que ostenta la gala descriptiva propia de la poesía morisca, hallamos una variación más sobre el tema, consagrado por El Abencerraje, del cristiano que deja ir libre a un moro vencido, en atención a su condición de enamorado. El héroe castellano de este poemita es un Fajardo, adelantado de Murcia, pero en ello debemos ver, más que un recuerdo del romance fronterizo del juego del ajedrez, el deseo de halagar a los marqueses de Santa Cruz, descendientes de los Fajardo246.

También se pone de relieve la generosidad de un jefe castellano y la cortesía de moros y cristianos en un largo y descolorido romance de Dionisio Solís (seudónimo de Dionisio de Villanueva y Ochoa)247. No son más afortunadas las composiciones «Zaide» y «Amete», de Joaquín Lorenzo de Villanueva248, que versan sobre dos temas tan frecuentes en el Siglo de Oro como el del juego de cañas y el de la muerte y entierro de un noble moro. Rasgo distintivo de estos poemitas es el gran número de términos arcaicos y arabizantes que utiliza el autor, haciendo un verdadero alarde de erudición léxica. Muy superior a los romances nos parece la letrilla «Mi viaje a Granada», en la cual el poeta describe en tono festivo los alrededores de la ciudad y evoca con gracia los temas tradicionales, introduciendo en ellos una nota exótica.


Cuando visitemos
La Reina sultana,
Haránnos zalemas
Sus pajes y damas,
Sus negros gigantes,
Sus blancas enanas249.



Como los poetas del Siglo de Oro, don Alberto Lista usó en su romance «Celima» el disfraz morisco para celebrar a una dama, si bien ensalza gracias y virtudes que corresponden al ideal de su tiempo y no al convencional de sus modelos literarios250. Más encajados dentro de la tradición morisca están algunos romances de juventud del duque de Rivas, que revelan ya sus extraordinarias dotes poéticas. El que comienza «En una yegua tordilla / que atrás deja el pensamiento»251 fue compuesto cuando tenía quince años, y es una imitación de los moriscos de Góngora, dotada de un brío y una gracia rara vez logrados por los modernos cultivadores del género. Esta poesía describe el despecho del moro Atarfe al hallar cerrada la ventana de su dama, cuando viene a ofrecerle cautivos y despojos recién ganados. Es menos afortunado el romance «Al tiempo que en el ocaso / el sol esconde su frente»252, que refiere cómo un moro celoso mata a su rival frente a la casa de su dama.

José Joaquín de Mora incluyó dos romances moriscos en el volumen de 1825 de su miscelánea No me olvides (1824-1827)253, el primero de los cuales, calcado de la poesía morisca del Siglo de Oro, consiste en los lamentos de un moro por el desdén de su dama y la respuesta de ésta. El segundo poemita, «Zulema», empieza con un fragmento brioso y brillantemente coloreado, describiendo el cuadro típico de una serenata, que tampoco desdeciría en un poeta de los siglos XVI o XVII. Hallamos la primera nota discordante del convencionalismo morisco en las coplas del galán, pues expresan temor al porvenir y negros presentimientos, en tanto que el moro de los romances no suele conocer más zozobras imaginativas que las de los celos. La corazonada del enamorado resulta cierta, pues un ataque de los cristianos interrumpe su canción, y en la sangrienta escaramuza que sigue logra la victoria para los suyos, pero a costa de su vida. Cuando Zulema oye los gritos que anuncian la muerte de su prometido, pierde la razón y desde entonces vaga por la comarca, cual morisca Ofelia, buscando el bien perdido. El tema de la mujer enloquecida por amor, tan frecuente en el romanticismo, no tiene precedentes en el género morisco, y cuando Mora lo lleva a este poemita cambia bruscamente de estilo, abandonando el ritmo estructurado del romance morisco para introducir octosílabos más blandos en que con frecuencia las pausas no coinciden con el final del verso:


Los giros de sus amigos
Publican a la redonda
Pena al alma de Zulema,
Pérdida a las huestes moras.
Zulema los oye. Al punto
Sus miradas pavorosas
Fíjanse, y de las mejillas
El carmín se descolora.
Inclina el cuello. Sus pasos
Vacilan. Las tiernas rosas
De los labios desparecen
Entre cárdenas violas254.



Aunque la fusión de ambos estilos no esté felizmente lograda, es digna de consignarse esta tentativa de ampliar el repertorio de los temas moriscos y de darles un nuevo contenido emocional. Continúan la corriente del romance imitativo Vicenta Maturana de Gutiérrez, que recoge el tema del moro injustamente desterrado de Granada, acentuando la nota de amor patrio255, y Manuel Bretón de los Herreros, quien compuso cuando se hallaba bajo la influencia de Lista el poemita «Aliatar»256, donde repite las quejas y arrogancias de rigor en los romances moriscos de celos.

En la revista Cartas Españolas (1881-1832) aparecieron sin firmar tres romances que llevan el subtítulo de «granadinos», y tratan de asuntos que, aunque tienen precedentes en el vasto romancero morisco del Siglo de Oro, habían sido olvidados por los poetas que cultivaron este género en el siglo XVIII y principios del XIX257. Componen uno de estos poemitas las súplicas que una mora dirige a los cristianos de Santa Fe a fin de que no busquen a su Zaide en el campo de batalla. En otro se exhorta a Garcilaso a abandonar el combate antes de encontrarse con los vengativos parientes del moro Tarfe, lo cual alude, evidentemente, al famoso duelo del Ave María. Ambas poesías insisten patéticamente en la juventud del caballero novel, expuesto a una muerte temprana. El tercer romance -«A los moros de Granada»- es un amargo reproche que un musulmán dirige a los moros granadinos por sus liviandades y guerras civiles. Estas tres composiciones tienen poco mérito intrínseco, pero son interesantes porque enfocan los viejos temas con sensibilidad que ya es romántica y presuponen en el lector gran familiaridad con las leyendas granadinas. Por su estilo, pudieran bien deberse a la pluma de Serafín Estébanez Calderón, que fue el principal redactor de Cartas Españolas, y, como hemos visto, renovó con originalidad el género morisco, tanto en la prosa como en la poesía.




ArribaAbajo

Mármol.- Se observa asimismo un deseo consciente de resucitar la moda morisca en el Romancero (1834) del humanista sevillano don Manuel María del Mármol258. Esta colección contiene dos romances de celos -«Cernida Zelosa» y «Daraja Zelosa»-, tres referentes al duelo por la muerte de Aliatar a manos del maestre de Calatrava y otro titulado «Reduán y Gazul», que versa sobre la disputa de dos moros rivales, relatada en el capítulo XI de las Guerras civiles. La muerte de Aliatar se narra también en este libro, pero los romances de Mármol describen respectivamente el duelo que manifiestan por esta desgracia las ninfas de Río Verde, su dama y, finalmente, todo el pueblo granadino. Recordemos que los cuadros vistosos de duelo y luto son tan propios del género morisco como los de cañas y toros, y tampoco faltan en la poesía del Siglo de Oro precedentes de la combinación de elementos pastoriles y moriscos que caracteriza al primer romance de esta serie.

En los citados romances de celos, una dama mora se lamenta porque los colores y emblemas que luce su galán dan indicios de un nuevo amor. En uno de los casos, la rival afortunada es una doncella cristiana, lo cual representa una innovación anecdótica del tema que los románticos repetirán hasta la saciedad. Y así como los autores de épocas anteriores no atribuían a las moras rasgos de belleza árabe, sino que, ajustándose al canon renacentista, las describían blancas y rubias, Mármol apunta el contraste entre los dos tipos de beldad que convencionalmente caracterizan a la cristiana y a la musulmana en la literatura romántica.


¿Yo? ¿Yo por una cristiana
he de sufrir que me trueques?
¿Y por unos ojos garzos
mis ojos negros desprecies?259



Por lo demás, las quejas de Daraja son un pálido reflejo de las de Gazul en el famoso romance de Lope de Vega «Sale la estrella de Venus al tiempo que el sol se pone».

En general, los poetas que imitan los romances moriscos del Siglo de Oro evitan tomar versos enteros de sus modelos, pero Mármol, por el contrario, introduce en el texto de sus poesías algunos conocidísimos, como «Río verde, río verde», «Alá permita, enemiga», «Por quien soy y por quien eres». Estos préstamos son tan evidentes que no puede atribuirse al autor la intención de que pasen desapercibidos, sino, por el contrario, el deseo de realzar por medio de ellos el valor de sus composiciones, haciéndolas participar del prestigio y poder sugestivo que poseían los más famosos romances moriscos. Acaso esto sea una consecuencia de la manera cálida y cordial de admirar la literatura de la Edad Media y del Siglo de Oro que trajo el romanticismo.

Mármol continúa la tradición colorista y emblemática del romance morisco, pero en ocasiones le da un nuevo giro al sustituir la abigarrada mezcla de colores que predominaba en el Siglo de Oro y en la poesía de Moratín por el juego estilizado en un solo color, que parece preludiar procedimientos de la poesía del siglo XX.


No hay cabeza que no lleve
sobre sí negro plumage;
no hay pecho, a quien banda negra
no cruze los almayzares.
Y no hay Mora que no lleve
cubierto el triste semblante
con una atezada toca
presa con negro cintage260.




Blanco vestido le cubre
con todos los cabos verdes,
verde almayçar, verdes plumas,
y verdes los alquizeles.
Verde el pendón de la lanza,
del escudo el campo verde
con una letra en su centro,
que dice, mientras luciere261.



Excepcionalmente, se hallan en los romances moriscos del Siglo de Oro algunos cuadros en un solo color, que suele ser precisamente el verde de la esperanza o el negro del luto y de la desesperación262, pero la repetición de la palabra negro o verde no cobra el valor que le concede Mármol, al cargar sobre ella el acento poético263.












ArribaAbajoTercera parte

Romanticismo y otras tendencias del siglo XIX



ArribaAbajo- VII -

El movimiento romántico fuera de España



ArribaAbajoEntusiasmo por España y difusión del romancero morisco

La importancia relativa del tema de Granada en las obras extranjeras que se refieren a España más bien disminuye durante el romanticismo. En Alemania el interés por la literatura española tiene carácter erudito; en Francia e Inglaterra los poemas y dramas sobre nuestro tema son menos numerosos que los que versan sobre otros momentos y figuras de la historia de España. No obstante, gracias a Chateaubriand y a Washington Irving, los moros y moriscos granadinos conservan su preeminencia en el terreno de la novela.

Influyó en los nuevos enfoques que se dieron a nuestro tema durante el romanticismo, el concepto que se tenía de España en otros países264. En cierto modo tal concepto varía en cada autor, pues frecuentemente lo español aparece como proyección de un ideal, de una forma de vida, o bien de una actitud o conflicto mental que el autor favorecía o combatía apasionadamente. A consecuencia de ello, España se presenta con tal vehemencia de amor u odio que no tarda en figurar como el «país romántico» por excelencia.

Son muchas las causas que por entonces despiertan en el mundo un nuevo interés por todo lo español. La guerra de la Independencia se siguió con profunda simpatía y admiración, a las que no eran del todo ajenos ciertos círculos literarios franceses. Los románticos descubrieron a Lope de Vega y a Calderón; se empezó a calar más hondo en Cervantes; el Romancero fue elogiado a la par que la Ilíada, y, al reaccionar contra el neoclasicismo, la literatura española de la Edad Media y del Siglo de Oro fue revalorizada. Por otra parte, se escribieron libros históricos sobre la Inquisición y Felipe II que invitaban a trazar esas sangrientas y sombrías visiones de España, que fascinaban al lector romántico tanto como sublevan al historiador moderno. Por último, no olvidemos que un viaje a España se consideraba casi como una aventura, y al mismo tiempo era más factible que la expedición a otros países tenidos también por «románticos». Para aquella generación que despertaba a un nuevo sentido de la naturaleza y del arte, y que empezaba a apreciar lo popular, la estancia en España constituía siempre una experiencia inolvidable, aunque rara vez diese lugar a auténtica comprensión del carácter del país.

Uno de los mayores atractivos de España era el carácter oriental que se le atribuía y que precisamente por ser en cierta medida ilusorio se infiltraba fácilmente en la visión personal del romántico extranjero. Muchos rasgos de la cultura española que, en los umbrales del romanticismo, se consideraban auténticamente orientales, eran, a lo sumo, una síntesis de elementos islámicos y occidentales, y en algunos casos se trataba simplemente de creaciones españolas, elaboradas en tiempos pasados con un sentido del exotismo tan europeo en su esencia como el del siglo XIX. Sabemos, por ejemplo, que prácticamente todo traductor o coleccionista de romances pensaba que los fronterizos y moriscos eran versiones de poemas árabes, y dicha creencia contribuyó a que en toda Europa, y especialmente en Inglaterra, se diera marcada preferencia a este grupo de poesías. La teoría de los originales árabes debe su origen y difusión a Pérez de Hita y podía hallarse en libros de gran circulación, como el Gonzalve de Cordoue, de Florian, y De la littérature, de Mme. de Staël. Por cierto que la misma autora se revela como lectora asidua de obras referentes a la Granada mora cuando, al comentar una conferencia de Wilhelm Schlegel sobre la literatura española, manifiesta que sintió honda emoción al oírle citar «les noms retentissants de l'espagnol, ces noms qui ne peuvent être prononcés sans que déjà l'imagination croie voir les orangers du royaume de Grenade et les palais des rois maures»265. Este punto de vista nos interesa, pues muestra que el convencionalismo morisco que floreció en Francia durante los siglos XVII y XVIII entró como un elemento más en el complejo hispanismo del período romántico.

Una de las formas de la literatura española más estimadas durante el romanticismo fue el romance. Contribuyó, como ya hemos indicado, a formar tal afición la popularidad de que gozaba fuera de España la obra de Pérez de Hita, mucho más difundida que cualquier Romancero cuando empezaron a estimarse y coleccionarse las baladas de diversos países. En Gran Bretaña los romances fronterizos y moriscos llamaron muy pronto la atención de los eruditos, pues ya en 1735 el helenista escocés Thomas Blackwell dedicó entusiastas elogios a este género poético; de las Guerras civiles proceden los dos romances españoles insertos por Thomas Percy en sus Reliques of Ancient English Poetry, y el mismo autor proyectó en 1775 una edición de Ancient Songs chiefly on Moorish Subjects que debía incluir cinco de dicha obra y uno de El Quijote. Pocos años después, John Pinkerton observó que los dos romances moriscos traducidos por Percy habían despertado más que satisfecho la curiosidad del público, e incluyó versiones inglesas de otros cuatro, tomados de la misma fuente, en sus Select Scottisch Ballads (1783). En 1801, Thomas Rodd publicó su traducción de las Guerras civiles y dos años después editó también separadamente un volumen de Ancient Ballads from the Civil Wars of Granada. A partir de entonces se multiplican las versiones de romances fronterizos y moriscos, dándose el caso de que entre 1800 y 1830 se tradujera cinco veces «¡Ay de mi Alhama!». Entre los poetas que vertieron al inglés dichas poesías figuran autores importantes, como Mathew Gregory Lewis, Lord Holland, Robert Southey y Lord Byron; dándose el caso de que Southey reconociera el mérito de algunos romances insertos en las Guerras civiles y los tradujera, a pesar de tener cierta prevención contra el romancero. Las modalidades fronteriza y morisca están muy bien representadas en las Ancient Spanish Ballads (1823), de John Gibson Lockhardt, y en Ancient Poetry and Romances of Spain (1824), de Sir John Bowring. En 1824 publicó el Blackwood Magazine dos parodias de romances moriscos, lo cual es prueba contundente de la popularidad alcanzada en Inglaterra por este género poético. También en los Estados Unidos, autores tan destacados como William Cullen Bryant y Henry Wadsworth Longfellow tradujeron y comentaron romances moriscos266.

No floreció en Alemania la moda morisca y, en general, los hispanistas de esta nación dedicaron menos atención a los romances fronterizos y nuevos que a los más antiguos. No obstante, de las Guerras civiles proceden doce de los veinte romances españoles incluidos por Herder en sus Volkslieder (1778), y August Wilhelm Schlegel vertió al alemán, en 1792, «Yo me era mora Moraima». Pérez de Hita fue traducido a esta lengua por primera vez en 1821, y veinte años más tarde G. Graf von Ingenheim parafraseó setenta romances moriscos en Die Zegries und Abencerragen nach den Guerras civiles de Granada... (1841)267.

En Francia, la revalorización romántica de la literatura española tampoco destacó preeminentemente el romancero fronterizo ni el morisco, y cuando, en 1809, Sané tradujo de nuevo las Guerras civiles, vertió los romances en prosa268.

No deja de ser curioso que en Inglaterra misma apenas fueran incorporados a obras originales los temas de los romances que versan sobre las guerras de Granada y que en Europa entera escaseen los libros que tratan específicamente de moros granadinos, aunque casi nunca falte una alusión al moro caballeresco o al morisco oprimido en obras románticas referentes a España. Al mismo tiempo la época se caracteriza por la tendencia a recoger en obras poéticas o de ficción impresiones o recuerdos de una estancia del autor en España, que casi siempre incluía una visita a Granada. Se escribieron también durante el romanticismo muchos libros de viaje que hacían referencia a leyendas tradicionales granadinas y contribuyeron a la difusión de las mismas269. No obstante, hasta bien entrado el siglo XIX la obra de este género más consultada fue la del viajero inglés del siglo XVIII Henry Swinburne, titulada Travels Through Spain in the years 1775 and 1776, que contiene descripciones muy exactas y refiere la leyenda de la sultana, llamada aquí Alfaima. Fue muy utilizado también por escritores románticos, sobre todo a causa de sus magníficas láminas, el Voyage pittoresque et historique en Espagne, de Alexandre de Laborde, cuyas notas referentes a Granada están principalmente basadas en el libro de Florian.




ArribaAbajoObras originales sobre el tema en las literaturas inglesa y norteamericana


ArribaAbajoAutores anteriores a Washington Irving

Desde que Dryden compuso The Conquest of Granada (1670) hasta finales del siglo XVIII el tema del moro granadino se halla prácticamente ausente de las letras inglesas, si bien se localizan arbitrariamente en la Granada mora algunas obras que no tienen ninguna relación con la historia ni con la literatura morisca. Ejemplifica esta tendencia la tragedia The Mourning Bride (1697), por William Congreve, cuyo argumento, ligeramente modificado, vuelve a aparecer en Almeyda, Queen of Granada (1795), de Sophia Lee270. Es más significativo para nuestro estudio que se representase en Drury Lane, en 1793, una adaptación musical de la historia de Ozmín y Daraja271.

Se percibe ya el deseo de lograr cierta verosimilitud histórica en la tragedia Ximenes (1788), de Percival Stockdale272, uno de cuyos principales personajes es un moro zegrí, que poco después de la conquista de Granada se convierte al cristianismo persuadido por la elocuencia del cardenal Cisneros. La fuente de esta obra es un pasaje de la Historia de España del padre Mariana, referente a la conversión, no muy espontánea, de un influyente moro de linaje zegrí. Stockdale atribuyó a este personaje un carácter estudioso y reflexivo, reñido con el tipo del moro galante. Se apartó también de la historia al encarnar en el cardenal Cisneros ideales de tolerancia respecto a los que profesan otra religión propios del siglo XVIII, y presentarle como protector de los moriscos perseguidos por el inquisidor Torquemada.

En su tragedia Osorio (1797), refundida en 1813 con el título de Remorse273, el gran poeta romántico Samuel Taylor Coleridge trató también de la difícil situación de los moriscos granadinos, pero esta vez durante el reinado de Felipe II. El argumento de esta obra procede de un drama y una narración de Schiller -Die Geisterseher y Die Räuber-, que nada tienen que ver con moros y cristianos. El conflicto esencial es el antagonismo entre dos hermanos, uno de los cuales encarna todas las virtudes y es víctima de las maquinaciones del otro. Al localizar tal tema en Granada, poco después de ser vencidos los moriscos rebeldes, el autor atribuye a su héroe principios de tolerancia y le presenta como protector de los vencidos, en tanto que el mal hermano ha participado en la represión de la sublevación y perece al final víctima de la venganza de una viuda morisca. En ambas versiones de la obra se halla un reflejo de la leyenda negra, pero en la refundición el autor suavizó las tintas de su paleta y procuró no faltar gravemente a la exactitud histórica, pues en el tiempo transcurrido entre las dos redacciones la guerra de la Independencia le obligó a elevar el concepto que tenía de los españoles274. Coleridge concedió a sus moriscos el fuego y la impetuosidad que correspondían en el concepto romántico a todo pueblo oriental, e introdujo en su obra algunas alusiones a la religión musulmana, pero nada en ella revela la influencia del género morisco.

Hallamos, en cambio, una nueva dramatización de la historia de la reina de Granada en la tragedia Almahide and Hamet (1804), de Benjamín Heath Malkin275, que tomó su argumento en parte de Pérez de Hita y en parte de Dryden. Esta obra carece de valor intrínseco y sólo merece una breve mención.

Si exceptuamos los escritos del español Trueba y Cossío, el tema de Granada no figura en la novela inglesa antes de ser popularizado por Washington Irving, y parece ser que Walter Scott se lamentó explícitamente en su vejez de no haber leído las Guerras civiles cuando aún podía haber aprovechado el pintoresco material seudohistórico que este libro ofrece276. Hallamos, sin embargo, una inesperada aparición de un moro de Granada en Zofloya or the Moor (1806), de Rosa Matilda (seudónimo de Charlotte Dacre)277, cuyo argumento da cabida a lo sobrenatural, pues el propio Satanás asume la identidad de Zofloya, noble granadino que ha muerto al servicio de un aristócrata italiano después de la derrota de su país.

Algo menos rara es la aparición de tópicos moriscos en la poesía inglesa de esta época. Southey, tan aficionado a los temas españoles, refirió en su poemita «The Lover's Rock»278 la leyenda de la Peña de los Enamorados, documentándose en el padre Mariana y procurando reproducir el ritmo del octosílabo español y el estilo narrativo truncado de los romances viejos. También imitó la manera del romancero Mathew Gregory Lewis en la pequeña balada «Gonzalvo», incluida en sus Tales of Terror (1801)279, que relata la muerte de un caballero de Calatrava, asaltado traidoramente por un moro celoso. Se hallan breves alusiones a los temas tradicionales de Granada en varias obras de Lord Byron, entre ellas Childe Harold's Pilgrimage, «The Age of Bronze» y Don Juan280.

Entre los autores menores que específicamente trataron de nuestro tema destaca Felicia Dorothea Hemans, que compuso un poema en tres cantos titulado «The Abencerraje»281. El héroe es un joven abencerraje que, para vengar la muerte de sus deudos, se alista en el ejército de los Reyes Católicos. El interés que este personaje despierta reside principalmente en sus remordimientos y su desdichado amor por una joven zegrí; la autora narra, de acuerdo con la tradición literaria, la muerte y el exilio de los abencerrajes, la entrada de las huestes castellanas en Granada y la leyenda del Suspiro del Moro. Su fuente principal fue Pérez de Hita, pero conocía también el romancero morisco y los libros de viajes de Swinburne y de Bourgoin, que le suministraron datos precisos para describir la Alhambra y los alrededores de Granada. El poema evidencia también que poseía conocimientos generales sobre historia y literatura española, mas, pese a ello, la interpretación que ofrece de la Granada mora resulta sumamente nebulosa. Entre los pasajes descriptivos de «The Abencerraje» se encuentran, sin embargo, algunos valiosos. De mayor amplitud, aunque de calidad poética inferior, son las descripciones de la Alhambra, evocada en su esplendor morisco, que hallamos en «Sebastian. A Spanish Tale», del reverendo George Croly282; poema que contiene abundantes alusiones a los temas tradicionales granadinos, aunque su acción se desarrolle durante la guerra de Sucesión.

En 1825 se publicó una obra más ambiciosa y que nos interesa no por su valor intrínseco, que es escaso, sino porque el autor introdujo en ella descripciones costumbristas y recuerdos personales, identificándose en cierto modo con su protagonista. Nos referimos a The Moor (1825), poema en seis cantos, compuesto en su juventud por Henry J. G. Herbert, Lord Carnarvon, que había de ser con el tiempo figura muy preeminente de la política inglesa283. El poema versa sobre las hazañas y amores de un noble moro, cuyos afectos están divididos entre una beldad granadina y otra castellana, hija del conde de Cabra. Tiene la desdicha de matar en un encuentro a este último, rindiéndole después honores caballerescos, lo cual encaja perfectamente dentro de la tradición literaria morisca. Abundan, además, en esta obra las descripciones de festejos, y se alude a casi todos los tópicos del tema, introduciéndose además algunos incidentes tomados directamente de la historia. Al mismo tiempo el autor relató, bajo disfraz morisco, sus experiencias y aventuras en tierra española, que comprendían un encuentro con un grupo de guerrilleros, durante las luchas civiles de 1820. Aunque tal fusión de elementos dio a The Moor evidente carácter híbrido, debemos considerar a su autor como el predecesor más inmediato que en este aspecto tuvo Washington Irving. Acaso esta relación se vea más clara en las abundantes y extensas notas que acompañan al poema que en el texto mismo, pues Lord Carnarvon comenta en las llamadas sus viajes por España y Marruecos y cita extensamente a Pérez de Hita y a Florian. Le interesa todo lo español, desde la poesía medieval hasta los acontecimientos políticos más recientes, y muestra una auténtica percepción de las bellezas del país y una viva simpatía por sus habitantes, especialmente por las clases populares.




ArribaAbajoWashington Irving

Para estudiar los libros de Washington Irving sobre Granada es fundamental tener en cuenta las impresiones vividas por él durante su primera visita a España en 1826284. El escritor norteamericano se instaló primero en Madrid, donde permaneció varios meses reuniendo material para una biografía de Cristóbal Colón. Este trabajo le obligó a consultar un buen número de libros de historia y de manuscritos que hacían referencia a la conquista de Granada, los cuales le depararon la grata sorpresa de hallar una verdad histórica que superaba a las ficciones urdidas alrededor de esta campaña, ficciones que conocía perfectamente, pues había leído a Pérez de Hita y a Florian y se había documentado en ellos para ambientar con reminiscencias del esplendor morisco su novelita «The Student of Salamanca», cuya acción ocurre en Granada durante la época de los Austrias. Irving cuenta que fue tan intensa su emoción al trabar conocimiento de primera mano con la contienda caballeresca desarrollada en torno a Granada, que no pudo volver con compostura al trabajo más monótono de su biografía hasta haber hilvanado una historia de la conquista. Su primera intención fue incluir este relato en la vida de Colón, pero pronto comprendió que ocupaba excesivo espacio y se despegaba por su carácter «romántico» del resto del libro. Decidió entonces ampliarla y publicarla separadamente, trabajo que le ofrecía un pretexto ideal para pasar una temporada en Granada, recogiendo impresiones que dieran a su obra auténtico color local285.

Pocos viajeros habrán llegado a Granada tan bien dispuestos para dejarse ganar por su belleza y poder de evocación. Desde su infancia el escritor había soñado despierto, según su propia confesión, con el mundo evocado en un viejo libro español sobre la conquista del reino moro, que no puede ser otro que las Guerras civiles, de Pérez de Hita. Sumose a la familiaridad con las obras literarias sobre el mismo tema el conocimiento detallado de fuentes históricas antiguas, entonces inéditas, y con este bagaje intelectual e imaginativo llegó a la antigua capital del reino moro. Una vez en Granada, Washington Irving no permitió que nociones preconcebidas velaran las realidades que se ofrecían a su observación, y sus impresiones son de una espontaneidad que rara vez se halla en los escritos de otros viajeros, pero conviene recordar que, a sus ojos, la belleza de la región se hallaba siempre realzada por una aureola poética legendaria. Es interesante una carta a Antoinette Bonvillier, escrita a su llegada a Granada, en la que expresa cómo se fundían en su mente paisaje y evocación: «The evening sun shone gloriously upon its red towers as we approached it, and gave a mellow tone to the rich scenery of the vega. It was like the magic glow which poetry and romance have shed over this enchanting place»286.

Al recorrer los rincones de la Alhambra y trabar conocimiento con los pintorescos habitantes que la poblaban, Washington Irving descubrió con regocijado asombro que uno de ellos conocía ciertos detalles referentes a la partida de Boabdil, que le habían impresionado cuando los leyó en el Compendio de Garibay y que otros granadinos ignoraban. El deseo de confrontar tradición oral y datos históricos le llevó a interesarse pronto por los tipos populares como tales. Y si el proyecto de su crónica de la conquista de Granada había nacido como desviación amena de sus estudios sobre Colón, al preparar este segundo libro sintió el deseo de recoger en vena más ligera las experiencias que le deparaba tal trabajo, y anotó algunas leyendas populares antes de continuar viaje a Sevilla.

Permaneció aproximadamente un año entre Sevilla y Cádiz corrigiendo su biografía de Colón y escribiendo la crónica de la conquista de Granada. Empezó también entonces sus Cuentos de la Alhambra, y en mayo de 1829 volvió a Granada, acompañado esta vez por el príncipe Dolgorouki, agregado de la Embajada rusa en Madrid. El gobernador de la Alhambra invitó graciosamente a ambos extranjeros a ocupar sus habitaciones en la fortaleza árabe, y, con la emoción consiguiente, los dos amigos se instalaron en el palacio de Boabdil, donde poco después Irving se quedó solo, o, más bien, en compañía de la familia encargada de custodiar el alcázar, y de la pintoresca población de mendigos que pululaban por los alrededores. Entabló en Granada misma relaciones amistosas con los duques de Gor y otras familias, y le sorprendió agradablemente la llaneza de la aristocracia española, al mismo tiempo que admiraba la digna cortesía de las gentes humildes. En la vida de Washington Irving, su estancia en Granada representa un período felicísimo y de mucha actividad, pues allí completó la Conquista de Granada y escribió una gran parte de La Alhambra. Entretanto seguía escudriñando en libros viejos y manuscritos, y procuraba explorar hasta el último rincón de la ciudad y los alrededores, observando con humor y simpatía las costumbres del pueblo y recogiendo las leyendas populares y románticas de la región.

Esta vida tan grata fue bruscamente interrumpida cuando el escritor recibió el nombramiento de secretario de Embajada en Londres, y Washington Irving no volvió jamás a Granada, aunque residió años más tarde en España como representante de su país.


ArribaAbajo

The Conquest of Granada.- A Chronicle of the Conquest of Granada from the Ms. of Fray Antonio Agapida (1829)287 historia los diez años de la guerra de Granada, presentándose el texto como traducción de un supuesto cronista contemporáneo, lo cual permitió al autor expresarse con un candoroso entusiasmo, no exento de cierta regocijada ironía. El material histórico está organizado en forma clara y es abundantísimo, pues el autor narra los principales episodios de la campaña, vistos desde el campo cristiano, así como los acontecimientos más importantes que agitaron durante esos años la corte mora288. Washington Irving consultó prácticamente todos los libros que hasta entonces se habían publicado sobre la guerra de Granada, a más de un número considerable de manuscritos, y siempre insistió en que su Crónica era auténticamente histórica, pues los rasgos románticos que la coloreaban correspondían al carácter de la época y la región289. Sufrió cierto desencanto al ver que el público no apreciaba el valor documental del libro, pero tuvo la satisfacción de que Prescott y Lafuente Alcántara lo citaran como valiosa fuente informativa, aunque el historiador granadino no dejó de advertir que contenía episodios novelescos, y el autor de A History of the Reign of Ferdinand and Isabella lo definió como obra poética, a la par que histórica290. Efectivamente, Washington Irving, más artista que erudito, no pudo resistir a la tentación de amenizar su material histórico de primera mano con algunos incidentes novelescos urdidos por él que prestan extraordinaria gracia al libro, si bien en estos casos da ciertas indicaciones que permiten al lector avisado discriminar entre lo que el autor consideraba rigurosa historia y los devaneos de su fantasía. En una segunda edición, muy corregida, de The Conquest of Granada, Washington Irving, picado en su amor propio, eliminó varios episodios ficticios, resultando, a nuestro juicio, esta versión inferior literariamente a la primera, sin que por eso llegue a ser una historia fidedigna, pues el autor utilizó como fuente la Historia de la dominación de los árabes en España de Conde, obra que hoy se considera digna de poco crédito.

Washington Irving prescindió de las leyendas más divulgadas sobre la guerra de Granada, advirtiendo explícitamente en el prólogo que nociones completamente falsas sobre este conflicto, e inferiores en valores románticos a la historia misma, habían sido popularizadas por Pérez de Hita y por Florian291. Reaccionando también contra el sentimentalismo que caracterizaba al moro galante en sus múltiples apariciones durante la época pre-romántica, lo despojó del carácter de fiel amador que le había dado la literatura española del Siglo de Oro, pero no de su proverbial caballerosidad. Su obra contiene animadas semblanzas de guerreros musulmanes o cristianos, que pueden ser fieros o galantes, pero siempre nobles. Las relaciones mutuas de moros y cristianos están presentadas, en lo que a los individuos se refiere, como verdaderas lecciones de hidalguía. En conjunto, los moros se caracterizan por su heroísmo individual, por su marcada incapacidad para toda acción colectiva bien coordinada y por la forma a un tiempo patética y pintoresca en que expresan sus emociones. Todos estos rasgos aproximan la visión que nos da Washington Irving de la campaña de Granada a la que ofrecían los romances fronterizos, semejanza explicable por su declarada intención de reflejar el espíritu de las crónicas del siglo XV, que en cierto modo es el mismo que anima esta fase del romance. Otra cualidad que The Conquest of Granada tiene en común con la poesía fronteriza es la sobriedad y eficacia del elemento descriptivo, bien se trate del cuadro pintoresco de las huestes moras, o de las visiones, más bien sugeridas que trazadas, de paisajes abruptos o risueños. El entusiasmo por la Edad Media, propio del romanticismo, impregna todo el libro, pero se halla templado por una posición crítica e irónica frente a ciertas ideas y actitudes de los combatientes, como la de identificar ambiciones de orden espiritual y temporal.

Washington Irving fue el primer autor que divulgó los auténticos motivos de disensión que dividieron a la familia real granadina, rehabilitando la figura de Boabdil frente a la de su padre, Muley Hacén, y sacando partido de la histórica rivalidad entre las dos mujeres de éste, que había de ser plenamente incorporada a la literatura por Martínez de la Rosa en su novela Doña Isabel de Solís. Otro personaje del ciclo granadino que, gracias a Conde y a Irving, recobró la posición preeminente que tenía en la literatura morisca española fue el propio moro Muza, mencionado como Muza Ben Abil Gazán por los escritores románticos, que nuevamente lo convierten en prototipo del moro caballeresco. Pero si en las Guerras civiles su misma generosidad e hidalguía le llevan a comprender y finalmente a aceptar la religión cristiana, para los historiadores extranjeros del siglo XIX la grandeza del héroe granadino reside en una actitud irreconciliable y desesperada frente a los conquistadores.




ArribaAbajo

«The Alhambra».- En el subtítulo a la primera edición de The Alhambra, Washington Irving definió este libro como una serie de cuentos y apuntes sobre los moros y los españoles292. Cuentos fantásticos, conviene entender, sobre los tiempos de esplendor de los moros, y apuntes costumbristas de aspectos pintorescos de la vida contemporánea, todo ello enmarcado en preciosas descripciones de los palacios árabes y del paisaje granadino. Corresponden a ambos aspectos de esta obra los dos libros que el autor tuvo presentes al planearla y que fueron Las mil y una noches y su propio Sketch Book, colección de historietas e impresiones recogidas en su viaje por Inglaterra que rebosan a un tiempo poesía y humor.

La fusión de dos géneros aparentemente tan dispares se halla perfectamente lograda en The Alhambra, acaso porque el autor usó plenamente de la espontaneidad artística que predicaba el romanticismo, dejando correr su pluma con entera libertad, tanto cuando se sentía en vena satírica o se interesaba por la vida diaria de cuantos le rodeaban como cuando soñaba fantásticas aventuras. Prestan unidad a tan variada materia un acento muy personal de entusiasmo finamente matizado de ironía, y sobre todo la localización en la Alhambra, localización acompañada de una sutil ambientación, que envuelve episodios picarescos y aventuras maravillosas en una atmósfera común de bellezas luminosas y vida grata.

Dentro del gracioso desorden con que está organizado el libro, se percibe una marcha progresiva hacia un estado de ensueño, siempre templado por regocijados despertares, en que se producen con naturalidad los relatos más irreales. Los primeros capítulos refieren simplemente el viaje del autor a Granada y reflejan una capacidad de apreciación y una juvenil disposición para gozar de todo que los hace sumamente vitales y atractivos. A Irving le encantan la charla y los cantos del arriero, la calma de las noches andaluzas, los regocijos populares, los tipos picarescos con que tropieza, el vino de Valdepeñas y, sobre todo, el elemento sorpresa que halla en cada nueva jornada. Contiene su animado relato algunas observaciones cuya penetración sorprende, teniendo en cuenta que su conocimiento del país era de corta fecha, y es digno de notarse que apreció plenamente la grandeza del paisaje de Castilla293.

El autor nos lleva a Granada y hace que le acompañemos a dar una primera vuelta por la Alhambra y a instalarse en ella; luego traza una bellísima descripción de la vega, vista desde la Torre de Comares, donde logra transmitir con una eficacia poco común en la prosa descriptiva sensaciones de luz, color y sonido. Seguidamente nos da ciertos datos sobre la dominación árabe en España y nos enseña a mirar la Alhambra con perspectiva poética e histórica.

Prestan encanto a The Alhambra las rápidas transiciones. Como ha observado García Gómez294 este libro atrae particularmente al lector actual porque refleja aspectos de la vida familiar y cotidiana. De una elevada disquisición histórica, el autor pasa a presentarnos con graciosos comentarios la familia que le hospeda en el palacio árabe. El cuadro costumbrista del hogar que comparten la excelente solterona doña Antonia y sus sobrinos Manuel y Dolores es encantador y auténtico. Irving tuvo el tino suficiente para no aplicar la etiqueta pintoresca donde no correspondía y evitó, por ejemplo, el desatino en que hubieran caído muchos viajeros contemporáneos de disfrazar de majo al grave y reposado Manuel, estudiante de Medicina, que por las noches leía en voz alta comedias de Lope y Calderón, deseoso de divertir e instruir a su novia Dolores, la andalucita cuya gracia anima muchas páginas de The Alhambra. Si la Andalucía de Irving ha sobrevivido a la de otros románticos acaso sea porque doña Antonia, Manuel y Dolores son parte tan esencial de ella como el picaresco Mateo Jiménez, que dio ocasión al autor de maravillarse ante la capacidad del pueblo bajo español para sentir las bellezas naturales y de confirmar su opinión de que nadie en el mundo conocía mejor que la gente pobre de España el arte de vivir de nada y sin hacer nada. Cuando el lector está ya familiarizado con la topografía y los habitantes de la Alhambra es iniciado poco a poco a los misterios del lugar. Cada nuevo cuento se presenta como una amplificación desarrollada en el terreno de la fantasía de alguna creencia popular, alguna tradición o algún accidente trivial. Así, el autor insiste con regocijo y humor en la satisfacción que produce a los pobres de la Alhambra el suponer que hay tesoros ocultos cerca de sus miserables viviendas, antes de lanzarse a relatar dos fantásticas historias que refieren cómo inmensas riquezas custodiadas por medios mágicos llegan a manos de pobres gentes honradas. Elementos del folklore granadino, tales como la aparición de los legendarios guardianes de la Torre de las Siete Suelas, quedan entretejidos en el hilo del relato. La descripción de la Torre de las Infantas y una anécdota trivial sobre la desilusión del autor al hallar una explicación prosaica y natural a la aparición de una cabeza femenina en una ventana de dicha Torre, sirven de introducción a la poética leyenda de las tres hermosas princesas, basada, según Irving, en un cuento popular. La historia del gobernador manco y del soldado es también un acabado ejemplo de fusión de elementos realistas con los puramente imaginativos. En cambio, parecen totalmente alejados de la tradición local la leyenda del astrólogo árabe y la del príncipe Abed Al Kamel, «el peregrino de amor». No faltan capítulos de carácter histórico, como los referentes a Alhamar, que fundó la Alhambra, y a Jusef Abul Hagia, que la concluyó, siguiendo Irving en estos dos casos la Historia de la dominación de los árabes, de José Antonio Conde.

Como en su Crónica de la conquista de Granada, el escritor americano reivindica a Boabdil de las atrocidades que le imputa Pérez de Hita, poniendo en claro que fue su padre, Abul Hasan, quien mandó matar a algunos abencerrajes y dio lugar a la leyenda de la calumnia a la reina mora por la crueldad con que trató a su primera mujer y a sus hijos. El autor recorre los alrededores de Granada buscando la huella del último rey moro, y comunica al lector la impresión de que Boabdil va a hacer su aparición a la vuelta de cada página. Le hallamos finalmente en la leyenda del gobernador manco y el malicioso soldado que refiere haber visto la corte mora, encantada en los subterráneos de la Alhambra.

En 1851 Irving publicó una edición muy revisada de The Alhambra, en la que introdujo importantes adiciones. Las principales son un relato histórico sobre la cruzada del maestre de Alcántara, la leyenda del soldado encantado y el relato de la partida del autor de Granada295.




ArribaAbajo

Otros escritos.- Veinte años después de haber estado en Granada, Washington Irving escribía desde Sunnybank, a orillas del Hudson, que tenía en su casa un par de estantes llenos de venerables libros viejos, comprados por él en diversos puntos de la Península y repletos de crónicas, comedias y romances sobre moros y cristianos, a los que solía acudir como a un tónico mental.

De hecho continuó escribiendo sobre la Edad Media española, pero ni su «Leyenda de Pelayo» ni sus crónicas sobre el conde Fernán González y Fernando el Santo pueden compararse con la conquista de Granada. Es, en cambio, deliciosa una narración basada en un episodio relatado en la Historia de los reyes de Castilla y de León, de fray Prudencio de Sandoval, que Irving tituló «Spanish Romance» o «Legend of Don Munio Sancho de Hinojosa»296. Refiere el rasgo caballeresco de este noble que, habiendo apresado a una pareja de recién casados moros con su cortejo, los pone en libertad después de agasajarlos espléndidamente; años más tarde, don Munio muere en un encuentro a manos del joven moro, a quien tal desgracia causa hondo desconsuelo. La elección del asunto está dentro de la mejor tradición del género morisco, y la novelita en sí parece escrita bajo la influencia de El Abencerraje, que Washington Irving tradujo libremente ese mismo año, y con la cual tiene puntos de contacto evidentes297.






ArribaAbajoOtros autores

Hallamos de nuevo el material histórico y anecdótico reunido por Washington Irving en su Crónica de la conquista de Granada, enlazado con la historia de Zoraida y Aben Hamet, según la relata Florian, y con episodios de las Guerras civiles de Pérez de Hita, en The Tourist in Spain. With Granada (1835), de Thomas Roscoe298. En contra de lo que su título indica, este libro, que se leyó mucho y fue traducido al francés y al alemán, constituye no una guía de viaje, sino una novela histórica.

La misma obra de Washington Irving suministró también el fondo histórico de la novela Leila or the Siege of Granada (1889), por lord Lytton299. Uno de los principales personajes de este libro es el famoso defensor de Granada, Muza Ben Abil Gazan, que aquí aparece enamorado de la doncella judía Leila, hija del sabio astrólogo Almadén. Aunque éste disfruta de una posición muy influyente en la corte de Boabdil, decide entregar Granada a los Reyes Católicos a cambio de unas falaces promesas del rey Fernando comprometiéndose a mejorar la situación del pueblo judío. A fin de sellar su pacto con el soberano, envía a su hija como prenda a Santa Fe, donde no tarda en ser objeto de asiduas y excesivas atenciones por parte del príncipe don Juan, teniendo que soportar al mismo tiempo los continuos interrogatorios del inquisidor Torquemada. La Reina Católica, en cambio, toma bajo su protección a la joven judía, que más tarde se convierte de todo corazón al cristianismo, y decide tomar el velo cuando ve claro que entre ella y Muza se alzan barreras infranqueables. Se acumulan hacia el final de la novela sucesos trágicos: Almadén mata a su hija al pie del altar; Muza recoge el último suspiro de Leila y desaparece para siempre; el astrólogo es vendido por otros judíos y muere a manos de las turbas moras. En el último capítulo se refieren la entrega de las llaves de Granada por Boabdil a los Reyes Católicos y la leyenda del suspiro del moro. Leila es un libro ameno, y ello constituye su único mérito, pues no presenta ni un cuadro histórico veraz, ni una acción novelesca bien desarrollada. Los caracteres han sido vaciados en los moldes más comunes de la novela histórica romántica, y el autor echa mano del orientalismo más abigarrado y falso para caracterizar la corte mora.

El trágico fin de Muza, tal como lo relata Washington Irving, sirvió de base anecdótica al poema «Zaida. A Tale» (1848), de Thomas Stuart Trail300. El autor introdujo otros episodios de su invención, tales como la muerte de la amada del héroe a manos de un cristiano fugitivo, y ni siquiera intentó dar a sus caracteres y descripciones el vago barniz orientalista que, en general, justificaba las arbitrarias localizaciones de acciones novelescas en la Granada mora. En cambio, hallamos un verdadero derroche de orientalismo, combinado con toda suerte de reminiscencias históricas, en «The Key. A Moorish Romance» (1844), de Thomas Hood301.

El tema del poemita es contemporáneo, pues describe el júbilo de un moro de Túnez, descendiente de la nobleza granadina, al saber que ensangrientan España luchas civiles, pues ello le hace concebir la esperanza de que los sarracenos puedan conquistar de nuevo el país, debilitado por tanta guerra. El moro se ve ya en posesión de la casa de sus antepasados, cuya llave guarda celosamente. Inspiró este poema, dice el autor, un pasaje de los Travels in Morocco and Algiers, de Scott, donde se hace alusión a las llaves de los palacios granadinos, que conservan familias nobles de Túnez; no obstante, hay que tener en cuenta que también Washington Irving menciona esta circunstancia en The Alhambra302, atribuyendo a los moros marroquíes sentimientos parecidos a los expresados en el poemita de Thomas Hood.

Aunque con poca fortuna, fueron llevados a la escena inglesa los más vistosos episodios de The Alhambra en la ópera Zaida, the Pearl of Granada (1859); en el drama Zaida or the Pride of the Alhambra (1870), y en las dos «extravaganzas»The Alhambra of the Three Beautiful Princesses (1851) de Albert Smith, y Boabdil el Chico or the Moor the Merrier de F. C. Burnand303.

También prende la morofilia romántica en los Estados Unidos, fomentada por la lectura de Washington Irving y por la boga del romancero. Imitación, que no traducción, de los romances que refieren la conversión y muerte de Albayaidos es «The Death of Agrican the Moor. A Spanish Bailad» (1832), de Longfellow, que fue uno de los pioneros del hispanismo norteamericano. En las revistas románticas y en libros de viaje se fantasea sobre la Granada de Boabdil, y Robert Montgomery Bird introduce el tema del morisco rebelde, refiriendo trágicos sucesos acaecidos durante la rebelión de Aben Humeya, en su novela histórica sobre la conquista de México Calavar or the Knight of the Conquest (1834), también titulada en algunas ediciones Abdalla the Moor or the Spanish Knight. Florian se lee todavía y no falta quien componga un poema en diez cantos siguiendo la trama de su novela. Otro escritor norteamericano, Edward Maturin, glosó fragmentos de diversos romances fronterizos en sus poemas cortos «Boabdil's Lament» y «Boabdil's Farewell» que versan sobre la pérdida de Alhama y la leyenda del Suspiro del Moro. Hay noticias de una tragedia inédita -Alhamar (1837)- que lleva a la escena al fundador de la dinastía nazarita; la fuente de esta obra es evidentemente un episodio novelesco relacionado con la conquista de Sevilla que narra Trueba y Cossío en The Romance of History. Spain. Veinte años más tarde alcanzó considerable éxito el drama Calaynos (1848), de George H. Boker, que gira sobre el problema de la limpieza de sangre en la España de los Austrias, siendo el protagonista un noble castellano de ascendencia mora304.