NOTA.- Accediendo a los deseos de la
empresa y del autor, la primera actriz Doña Consuelo Badillo ha
desempeñado un papel inferior a su categoría
artística.
Escena I
|
|
El
MARQUÉS;
JOSÉ por el foro.
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JOSÉ.-
Están en el jardín.
Pasaré recado.
|
MARQUÉS.-
Aguarda. Quiero dar un vistazo a esta
sala. No he visitado a los señores de García Yuste desde que
habitan su nuevo palacio... ¡Qué lujo!... Hacen bien. Dios les da
para todo, y esto no es nada en comparación de lo que consagran a obras
benéficas. ¡Siempre tan generosos...!
|
—6→
|
JOSÉ.-
¡Oh, sí,
señor!
|
MARQUÉS.-
Y siempre tan retraídos...
aunque hay en la familia, según creo, una novedad muy interesante...
|
JOSÉ.-
¿Novedad? ¡Ah!
sí... ¿lo dice por...?
|
MARQUÉS.-
Oye, José:
¿harás lo que yo te diga?
|
JOSÉ.-
Ya sabe el señor
Marqués que nunca olvido los catorce años que le serví...
Mande Vuecencia.
|
MARQUÉS.-
Pues bien: hoy vengo exclusivamente
por conocer a esa señorita que tus amos han traído poco ha de un
colegio de Francia.
|
JOSÉ.-
La señorita Electra.
|
—7→
|
MARQUÉS.-
¿Podrás decirme si sus
tíos están contentos de ella, si la niña se muestra
cariñosa, agradecida?
|
JOSÉ.-
¡Oh! sí... Los
señores la quieren... Sólo que...
|
MARQUÉS.-
¿Qué?
|
JOSÉ.-
Que la niña es algo
traviesa.
|
MARQUÉS.-
La edad...
|
JOSÉ.-
Juguetona, muy juguetona,
señor.
|
MARQUÉS.-
Es monísima; según
dicen, un ángel...
|
JOSÉ.-
Un ángel, si es que hay
ángeles parecidos a los diablos. A todos nos trae locos.
|
MARQUÉS.-
¡Cuánto deseo
conocerla!
|
—8→
|
JOSÉ.-
En el jardín la tiene
Vuecencia. Allí se pasa toda la mañana enredando y haciendo
travesuras.
|
MARQUÉS.-
(Mirando al jardín.)
Hermoso jardín, parque más bien: arbolado viejo, del antiguo
palacio de Gravelinas...
|
JOSÉ.-
Sí, señor.
|
MARQUÉS.-
La magnífica casa de vecindad
que veo allá ¿no es también de tus amos?
|
JOSÉ.-
Con entrada por el jardín y
por la calle. En el piso bajo tiene su laboratorio el sobrino de los
señores: el señorito Máximo, primer punto de España
en las matemáticas y en la... en la...
|
MARQUÉS.-
Sí: el que llaman el
Mágico prodigioso... Le
conocí en Londres... no recuerdo la fecha... Aún vivía su
mujer.
|
—9→
|
JOSÉ.-
El pobrecito quedó viudo en
Febrero del año pasado... Tiene dos niños lindísimos.
|
MARQUÉS.-
No hace mucho he renovado con
Máximo mi antiguo conocimiento, y aunque no frecuento su casa, por
razones que yo me sé, somos grandes amigos, los mejores amigos del
mundo.
|
JOSÉ.-
Yo también le quiero ¡Es
tan bueno...!
|
MARQUÉS.-
Y dime ahora: ¿no se
arrepienten los señores de haber traído ese diablillo?
|
JOSÉ.-
(Recelando que venga alguien.)
Diré a Vuecencia... Yo he notado...
(Ve venir a
DON URBANO por el jardín.) El
señor viene.
|
MARQUÉS.-
Retírate...
|
|
|
El
MARQUÉS,
DON URBANO.
|
MARQUÉS.-
(Dándole los brazos.) Mi
querido Urbano...
|
DON URBANO.-
¡Marqués!
¡Dichosos los ojos...!
|
MARQUÉS.-
¿Y Evarista?
|
DON URBANO.-
Bien. Extrañando mucho las
ausencias del ilustre Marqués de Ronda.
|
MARQUÉS.-
¡Ay, no sabe usted qué
invierno hemos pasado!
|
DON URBANO.-
¿Y Virginia?
|
MARQUÉS.-
No está mal. La pobre, siempre
luchando con sus achaques. Vive por el vigor tenaz, testarudo digo yo, de su
grande espíritu.
|
—11→
|
DON URBANO.-
Vaya, Vaya... ¿Con que...?
(Señalando al
jardín.) ¿Quiere usted que bajemos?
|
MARQUÉS.-
Luego. Descansaré un instante.
(Se sienta.) Hábleme
usted, querido Urbano, de esa niña encantadora, de esa Electra, a quien
han sacado, ustedes del colegio.
|
DON URBANO.-
No estaba ya en el colegio.
Vivía en Hendaya con unos parientes de su madre. Yo nunca fui partidario
de traerla a vivir con nosotros; pero Evarista se encariñó hace
tiempo con esa idea; su objeto no es otro que tantear el carácter de la
chiquilla, ver si podremos obtener de ella una buena mujer, o si nos reserva
Dios el oprobio de que herede las mañas de su madre. Ya sabe usted que
era prima hermana de mi esposa, y no necesito recordarle los escándalos
de Eleuteria, del 80 al 85.
|
MARQUÉS.-
Ya, ya.
|
—12→
|
DON URBANO.-
Fueron tales, que la familia,
dolorida y avergonzada, rompió con ella toda relación. Esta
niña, cuyo padre se ignora, se crió junto a su madre hasta los
cinco años. Después la llevaron a las Ursulinas de Bayona.
Allí, ya fuese por abreviar, ya por embellecer el nombre, dieron en
llamarla
Electra, que es grande novedad.
|
MARQUÉS.-
Perdone usted, novedad no es; a su
desdichada madre, Eleuteria Díaz, los íntimos la
llamábamos también
Electra, no sólo por abreviar, sino
porque a su padre, militar muy valiente, desgraciadísimo en su vida
conyugal, le pusieron
Agamenón.
|
DON URBANO.-
No sabía... Yo jamás me
traté con esa gente. Eleuteria, por la fama de sus desórdenes, se
me representaba como un ser repugnante...
|
MARQUÉS.-
Por Dios, mi querido Urbano, no
extreme usted su severidad. Recuerde que Eleuteria, a quien llamaremos
Electra I, cambió de vida... Ello
debió de ser hacia el 88.
|
—13→
|
DON URBANO.-
Por ahí... Su arrepentimiento
dio mucho que hablar. En San José de la Penitencia murió el 95
regenerada, abominando de su libertinaje horrible, monstruoso...
|
MARQUÉS.-
(Como reprendiéndole por su
severidad.) Dios la perdonó...
|
DON URBANO.-
Sí, sí...
perdón, olvido...
|
MARQUÉS.-
Y ustedes, ahora, tantean a Electra
II para saber si sale derecha o torcida. ¿Y qué resultado van
dando las pruebas?
|
DON URBANO.-
Resultados obscuros, contradictorios,
variables cada día, cada hora. Momentos hay en que la chiquilla nos
revela excelsas cualidades, mal escondidas en su inocencia; momentos en que nos
parece la criatura más loca que Dios ha echado al mundo. Tan pronto le
encanta a usted por su candor angelical, tomo le asusta por
—14→
las
agudezas diabólicas que saca de su propia ignorancia.
|
MARQUÉS.-
Exceso de imaginación
quizás, desequilibrio. ¿Es viva?
|
DON URBANO.-
Tan viva como la misma electricidad,
misteriosa, repentina, de mucho cuidado. Destruye, trastorna, ilumina.
|
MARQUÉS.-
(Levantándose.) La
curiosidad me abrasa ya. Vamos a verla.
|
Escena V
|
|
CUESTA;
PANTOJA, enteramente vestido de negro. Entra en escena
meditabundo, abstraído.
|
CUESTA.-
Amigo Pantoja, Dios la guarde.
¿Vamos bien?
|
PANTOJA.-
(Suspira.) Viviendo, amigo, que
es como decir: esperando.
|
—20→
|
CUESTA.-
Esperando mejor vida...
|
PANTOJA.-
Padeciendo en ésta todo lo que
el Señor disponga para hacernos dignos de la otra.
|
CUESTA.-
¿Y de salud?
|
PANTOJA.-
Mal y bien. Mal, porque me afligen
desazones y achaques; bien, porque me agrada el dolor, y el sufrimiento me
regocija.
(Inquieto y como dominado de una idea
fija, mira hacia el jardín.)
|
CUESTA.-
Ascético estáis.
|
PANTOJA.-
¡Pero esa loquilla...!
Véala usted correteando con los chicos del portero, con los niños
de Máximo y con otros de la vecindad. Cuando la dejan explayarse en las
travesuras infantiles, está Electra en sus glorias.
|
CUESTA.-
¡Adorable muñeca! Quiera
Dios hacer de ella una mujer de mérito.
|
—21→
|
PANTOJA.-
De la muñeca graciosa, de la
niña voluble, podrá salir un ángel más
fácilmente que saldría de la mujer.
|
CUESTA.-
No le entiendo a usted, amigo
Pantoja.
|
PANTOJA.-
Me entiendo yo... Mire, mire
cómo juegan.
(Alarmado.) ¡Jesús
me valga! ¿A quién veo allí? ¿Es el Marqués
de Ronda?
|
CUESTA.-
El mismo.
|
PANTOJA.-
Ese corrompido corruptor, Tenorio de
la generación pasada, no se decido a jubilarse Por no dar un disgusto a
Satanás...
|
CUESTA.-
Para que pueda decirse una vez
más que no hay paraíso sin serpiente.
|
PANTOJA.-
¡Oh, no! ¡Serpiente ya
teníamos!
(Nervioso y displicente, se pasea por la
escena.)
|
—22→
|
CUESTA.-
Otra cosa: ¿no se ha enterado
usted de la millonada que los traigo?
|
PANTOJA.-
(Sin prestar gran atención al
asunto, fijándose en otra idea que no manifiesta.) Sí, ya
sé... ya... Hemos ganado una enormidad...
|
CUESTA.-
Evarista completará su magna
obra de piedad...
|
PANTOJA.-
(Maquinalmente.) Sí.
|
CUESTA.-
Y usted dedicará mayores
recursos a San José de la Penitencia.
|
PANTOJA.-
Sí...
(Repitiendo una idea fija.)
Serpiente ya teníamos.
(Alto.) ¿Qué me
decía usted, amigo Cuesta?
|
CUESTA.-
Que...
|
—23→
|
PANTOJA.-
Perdone usted... ¿Es cierto
que el vecino de enfrente, nuestro maravilloso sabio, inventor y casi
taumaturgo, piensa mudar de residencia?
|
CUESTA.-
¿Quién?
¿Máximo? Creo que sí. Parece que en Bilbao y en Barcelona
acogen con entusiasmo sus admirables estudios para nuevas aplicaciones de la
electricidad; y le ofrecen cuantos capitales necesite para plantear estas
novedades.
|
PANTOJA.-
(Meditabundo.) ¡Oh!...
Capital, dentro de mis medios, yo se lo daría, con tal que...
|
Escena VI
|
|
PANTOJA,
CUESTA;
EVARISTA,
DON URBANO, el
MARQUÉS, que vienen del jardín.
|
EVARISTA.-
(Soltando el brazo del
MARQUÉS.) Felices, Cuesta. Pantoja,
¡cuánto me alegro de verla hoy!...
(CUESTA y
PANTOJA se inclinan y le besan la mano
respetuosamente.
—24→
Siéntase la señora a la derecha; el
MARQUÉS, en pie, a su lado. Los otros tres
forman grupo a la izquierda hablando de negocios.)
|
MARQUÉS.-
(Reanudando con
EVARISTA una conversación
interrumpida.) Por ese camino, no sólo pasará usted a la
Historia, sino al Año Cristiano.
|
EVARISTA.-
No alabe usted, Marqués, lo
que en absoluto carece de mérito... No tenemos hijos: Dios arroja sobre
nosotros caudales y más caudales. Cada año nos cae una herencia.
Sin molestarnos en lo más mínimo ni discurrir cosa alguna, el
exceso de nuestras rentas, manejado en operaciones muy hábiles por el
amigo Cuesta, nos crea sin sentirlo nuevos capitales. Compramos una finca, y al
año la subida de los productos triplica su valor; adquirimos un erial, y
resulta que el subsuelo es un inmenso almacén de carbón, de
hierro, de plomo... ¿Qué quiere decir esto, Marqués?
|
MARQUÉS.-
Quiere decir, mi venerable amiga, que
cuando Dios acumula tantas riquezas sobre quien no las desea ni las estima,
indica muy claramente
—25→
que las concede para que sean destinadas a
su servicio.
|
EVARISTA.-
Exactamente. Interpretándolo
yo del mismo modo, me apresuro a cumplir la divina voluntad. Lo que hoy me trae
Cuesta, no hará más que pasar por mis manos, y con esto
habré consagrado al Patrocinio siete millones largos, y aún
haré más, para que la casa y colegio de Madrid tengan todo el
decoro y la magnificencia que corresponden a tan grande instituto...
Impulsaremos las obras de los colegios de Valencia y Cádiz...
|
PANTOJA.-
(Pasando al grupo de la derecha.)
Sin olvidar, amiga mía, la casa de enseñanzas superiores, que ha
de ser santuario de la verdadera ciencia...
|
EVARISTA.-
Bien sabe el amigo Pantoja que no
ceso de pensar en ello.
|
DON URBANO.-
(Pasando también a la
derecha.) En ello pensamos noche y día.
|
—26→
|
MARQUÉS.-
Admirable, admirable.
(Se levanta.)
|
EVARISTA.-
(A
CUESTA, que también pasa a la
derecha.) Y ahora, Leonardo, ¿qué hacemos?
|
CUESTA.-
(Sentándose al lado de
EVARISTA, propone a la señora nuevas
operaciones.) Nos limitaremos por hoy a emplear alguna cantidad en
dobles...
|
PANTOJA.-
(El pie a la izquierda de
EVARISTA.) O prima...
|
MARQUÉS.-
(Paseando por la escena con
DON URBANO.) Me permitirá usted,
querido Urbano, que proclamando a gritos los méritos de su esposa, no
eche en saco roto los míos, los nuestros: hablo por mí. Virginia
ya lleva dado a Las Esclavas un tercio de nuestra fortuna.
|
DON URBANO.-
De las más saneadas de
Andalucía.
|
—27→
|
MARQUÉS.-
Y en nuestro testamento se lo dejamos
todo, menos la parte que destinamos a ciertas obligaciones y a la parentela
pobre...
|
DON URBANO.-
Muy bien... Pero, según mis
noticias, no estuvo usted muy conforme, años ha, con que Virginia
tuviera piedad tan dispendiosa.
|
MARQUÉS.-
Es cierto. Pero al fin me
catequizó. Suyo soy en cuerpo y alma. Me ha convertido, me ha
regenerado.
|
DON URBANO.-
Como a mí, mi Evarista.
|
MARQUÉS.-
Por conservar la paz del matrimonio,
empecé a contemporizar, a ceder, y cediendo y contemporizando, he
llegado a esta situación. No me pesa, no. Hoy vivo en una placidez
beatífica, curado de mis antiguas mañas. He llegado a convencerme
de que Virginia no sólo salvará su alma, sino también la
mía.
|
—28→
|
DON URBANO.-
Como yo... Que me salve.
|
MARQUÉS.-
Cierto que no tenemos iniciativa para
nada.
|
DON URBANO.-
Para nada, querido
Marqués.
|
MARQUÉS.-
Que a las veces, hasta el respirar
nos está vedado.
|
URBANO.-
Vedada la respiración...
|
MARQUÉS.-
Pero vivimos tranquilamente.
|
DON URBANO.-
Servimos a Dios sin ningún
esfuerzo...
|
MARQUÉS.-
Nuestras benditas esposas van delante
de nosotros por el camino de la gloriosa eternidad y... Descuide usted, que no
nos dejarán atrás.
|
—29→
|
DON URBANO.-
Cierto.
|
EVARISTA.-
¿Urbano?
|
DON URBANO.-
(Acudiendo presuroso.)
¿Qué?
|
EVARISTA.-
Ponte a las órdenes de Cuesta
para la liquidación, y para la entrega a los Padres...
|
DON URBANO.-
Hoy mismo.
(Se levanta
CUESTA.)
|
EVARISTA.-
Otra cosa: bajos un momento y lo
dices a Electra que ya van tres horas de juego...
|
PANTOJA.-
(Imperioso.) Que suba. Ya es
demasiado retozar.
|
DON URBANO.-
Voy.
(Viendo venir a
ELECTRA.) Ya está aquí.
|
Escena VII
|
|
Los mismos;
ELECTRA, tras ella
MÁXIMO.
|
ELECTRA.-
(Entra corriendo y riendo, perseguida por
MÁXIMO, a quien lleva ventaja en la
carrera. Su risa es de miedo infantil.) Que no me coges... Bruto,
fastídiate.
|
MÁXIMO.-
(Trae en una mano varios objetos que
indicará, y en la otra una ramita larga de chopo, que esgrime como un
azote.) ¡Pícara, si te cojo...!
|
ELECTRA.-
(Sin hacer caso de los que están
en escena recorre ésta con infantil ligereza, y va a refugiarse en las
faldas de
DOÑA EVARISTA, arrodillándose a sus
pies y echándole los brazos a la cintura.) Estoy en salvo...
tía; mándele usted que se vaya.
|
MÁXIMO.-
¿Dónde está esa
loca?
(Con amenaza jocosa.) ¡Ah!
Ya sabe dónde se pone.
|
—31→
|
EVARISTA.-
¿Pero, hija, cuándo
tendrás formalidad? Máximo, eres tú tan chiquillo como
ella.
|
MÁXIMO.-
(Mostrando lo que trae.) Miren lo
que me ha hecho. Me rompió estos dos tubos de ensayo... Y luego... vean
estos papeles en que yo tenía cálculos que representan un trabajo
enorme.
(Muestra los papeles
suspendiéndolos en alto.) Éste lo convirtió en
pajarita; éste lo entregó a los chiquillos para que pintaran
burros, elefantes... y un acorazado disparando contra un castillo.
|
PANTOJA.-
¿Pero se metió en el
laboratorio?
|
MÁXIMO.-
Y me indisciplinó a los
niños, y todo me lo han revuelto.
|
PANTOJA.-
(Con severidad.) Pero,
señorita...
|
EVARISTA.-
¡Electra!
|
—32→
|
MARQUÉS.-
¡Deliciosa infancia!
(Entusiasmada.) Electra,
niña grande, benditas sean sus travesuras. Conserve usted mientras pueda
su preciosa alegría.
|
ELECTRA.-
Yo no rompí los cilindros. Fue
Pepito... Los papeles llenos de garabatos, sí los cogí yo,
creyendo que no servían para nada.
|
CUESTA.-
Vamos, haya paces.
|
MÁXIMO.-
Paces-
(A
ELECTRA.) Vaya te perdono la vida, te
concedo el indulto por esta vez... Toma.
(Le da la vara
ELECTRA la coge pegándole
suavemente.)
|
ELECTRA.-
Esto por lo que me has dicho.
(Pegándole con fuerza.)
Esto por lo que callas.
|
MÁXIMO.-
¡Si no he callado nada!
|
PANTOJA.-
Formalidad, juicio.
|
—33→
|
EVARISTA.-
¿Qué te ha dicho?
|
MÁXIMO.-
Verdades que han de serle muy
útiles... Que aprenda por sí misma lo mucho que aún
ignora; que abra bien sus ojitos y los extienda por la vida humana, para que
vea que no es todo alegrías, que hay también deberes, tristezas,
sacrificios...
|
ELECTRA.-
¡Jesús, qué
miedo!
(En el centro de la escena la rodean
todos, menos
PANTOJA, que acude al lado de
EVARISTA.)
|
CUESTA.-
Conviene no estimular con el aplauso
sus travesuras.
|
DON URBANO.-
Y mostrarle un poquito de
severidad.
|
MÁXIMO.-
A severidad nadie me gana...
¿Verdad, niña, que soy muy severo y que tú me lo
agradeces? Di que me lo agradeces.
|
—34→
|
ELECTRA.-
(Azotándole ligeramente.)
¡Sabio cargante! Si esto fuera un azote de verdad, con más ganas
te pegaría.
|
MARQUÉS.-
(Risueño y embobado.)
¡Adorable! Pégueme usted a mí, Electra.
|
ELECTRA.-
(Pegándole con mucha
suavidad.) A usted no, porque no tengo confianza... Un poquito no
más... así...
(Pegando a los demás.) Y a
usted... a usted... un poquito.
|
EVARISTA.-
¿Por qué no vas a tocar
el piano para que te oigan estos señores?
|
MÁXIMO.-
¡Si no estudia una nota! Su
desidia, es tan grande como su disposición para todas las artes.
|
CUESTA.-
Que nos enseñe sus acuarelas y
dibujos. Verá usted, Marqués.
(Se agrupan todos junto a la mesa, menos
EVARISTA y
PANTOJA que hablan aparte.)
|
—35→
|
ELECTRA.-
¡Ay, sí!
(Buscando su cartera de dibujos entre los
libros y revistas que hay en la mesa.) Verán ustedes. Soy una
gran artista.
|
MÁXIMO.-
Alábate, pandero.
|
ELECTRA.-
(Desatando las cintas de la
cartera.) Tú a deprimirme, yo a darme bombo, veremos
quién puede más... Ea,
(Mostrando dibujos.)
quédense pasmados. ¿Qué tienen que decir de estos
magníficos apuntes de paisajes, de animales que parecen personas, de
personas que parecen animales?
(Todos se embelesan examinando los
dibujos, que pasan de mano en mano.)
|
EVARISTA.-
(Que apartando su atención del
grupo del centro, entabla una conversación íntima con
PANTOJA.) Tiene usted razón,
Salvador. Siempre la tiene, y ahora, en el caso de Electra, en razón es
como un astro de luz tan espléndida, que a todos nos obscurece.
|
—36→
|
PANTOJA.-
Esa luz que usted cree inteligencia,
no lo es. Es tan sólo el resplandor de un fuego intensísimo que
está dentro: la voluntad. Con esta fuerza, que debo a Dios, he sabido
enmendar mis errores.
|
EVARISTA.-
Después de la confidencia que
me hizo usted anoche, veo muy claro su derecho a intervenir en la
educación de esta loquilla...
|
PANTOJA.-
A marcarle sus caminos, a
señalarle fines elevados...
|
EVARISTA.-
Derecho que implica deberes
inexcusables...
|
PANTOJA.-
¡Oh!, ¡Cuánto
agradezco a usted que así lo reconozca, amiga del alma! ¡Yo
temía que mi confidencia de anoche, historia funesta, que ennegrece los
mejores años de mi vida, no haría perder su
estimación!
|
EVARISTA.-
No, amigo mío. Como hombre, ha
estado usted sujeto a las debilidades humanas. Pero el pecador
—37→
se
ha regenerado, castigando su vida con las mortificaciones que trae el
arrepentimiento, y enderezándola con la práctica de la
virtud.
|
PANTOJA.-
La tristeza, el amor a la soledad, el
desprecio de las vanidades, fueron mi salvación. Pues bien: no
sería completa mi enmienda si ahora no cuidara yo de dirigir a esta
niña, para apartarla del peligro. Si nos descuidamos, fácilmente
se nos irá por los caminos de su madre.
|
EVARISTA.-
Mi parecer es que hable usted con
ella...
|
PANTOJA.-
A solas.
|
EVARISTA.-
Eso pensaba yo: a solas.
Hágale comprender de una manera delicada la autoridad que tiene usted
sobre ella...
|
PANTOJA.-
Sí, sí... No es otro mi
deseo.
(Siguen en voz baja.)
|
ELECTRA.-
(En el grupo del centro, disputando con
MÁXIMO.) Quita, quita.
¿Tú qué sabes?
(Mostrando un dibujo.)
—38→
Dice este bruto que el pájaro parece un viejo pensativo, y la
mujer una langosta desmayada.
|
MARQUÉS.-
¡Oh! no... que está muy
bien.
|
MÁXIMO.-
A veces, cuando menos cuidado pone,
tiene aciertos prodigiosos.
|
CUESTA.-
La verdad es que este paisajito, con
el mar lejano, y estos troncos...
|
ELECTRA.-
Mi especialidad ¿no saben
ustedes cuál es? Pues los troncos viejos, las paredes en ruinas. Pinto
bien lo que desconozco: la tristeza, lo pasado, lo muerto. La alegría
presente, la juventud, no me salen.
(Con pena y asombro.) Soy una
gran artista para todo lo que no se parece a mí.
|
DON URBANO.-
¡Qué gracia!
|
CUESTA.-
¡Deliciosa!
|
—39→
|
MARQUÉS.-
¡Cómo chispea! Me
encanta oírla.
|
MÁXIMO.-
Ya vendrá la reflexión,
las responsabilidades...
|
ELECTRA.-
(Burlándose de
MÁXIMO.) ¡La razón, la
seriedad! Miren el sabio... fúnebre. Yo tengo todo eso el día que
me dé la gana... y más que tú.
|
MÁXIMO.-
Ya lo veremos, ya lo veremos.
|
PANTOJA.-
(Que ha prestado atención a lo que
hablan en el grupo del centro.) No puedo ocultar a usted que me
desagrada la familiaridad de la niña con el sobrino de Urbano.
|
EVARISTA.-
Ya la corregiremos. Pero tenga usted
presente que Máximo es un hombre honradísimo, juicioso...
|
—40→
|
PANTOJA.-
Sí, sí; pero... Amiga
mía, en los senderos de la confianza tropiezan y resbalan los más
fuertes; me lo ha enseñado una triste experiencia.
|
ELECTRA.-
(En el grupo del centro.) Yo
sentaré la cabeza cuando me acomode. Nadie se pone serio hasta que Dios
lo manda. Nadie dice ¡ay! ¡ay! hasta que le duele algo.
|
MARQUÉS.-
Justo.
|
CUESTA.-
Y ya, ya aprenderá cosas
prácticas.
|
ELECTRA.-
Cierto: cuando venga Dios y me diga:
«niña ahí tienes el dolor, los deberes, la
duda...».
|
MÁXIMO.-
Que lo dirá... y pronto.
|
EVARISTA.-
Electra, hija mía, no
tontees...
|
—41→
|
ELECTRA.-
Tía, es Máximo que...
(Pasa al lado de su
tía.)
|
DON URBANO.-
Máximo tiene
razón...
|
CUESTA.-
Seguramente.
(CUESTA y
DON URBANO pasan también al lado de
EVARISTA, quedando solos a la izquierda
MÁXIMO y el
MARQUÉS.)
|
MÁXIMO.-
¿Puedo saber ya, señor
Marqués, el resultado de su primera observación?
|
MARQUÉS.-
Me ha encantado la chiquilla. Ya veo
que no había exageración en lo que usted me contaba.
|
MÁXIMO.-
¿Y la penetración de
usted no descubre bajo esos donaires algo que...?
|
MARQUÉS.-
Ya entiendo... belleza moral, sentido
común... No hay tiempo aún para tales descubrimientos.
Seguiré observando.
|
—42→
|
MÁXIMO.-
Porque yo, la verdad, consagrado a la
ciencia desde edad muy temprana, conozco poco el mundo, y los caracteres
humanos son para mí una escritura que apenas puedo deletrear.
|
MARQUÉS.-
Pues en esa escritura y en otras
sé yo leer de corrido.
|
MÁXIMO.-
¿Viene usted a mi casa?
|
MARQUÉS.-
Iremos un rato. Es posible que mi
mujer me riña si sabe que visito el taller de Electrotecnia y la
fábrica de luz. Pero Virginia no ha de ser muy severa. Puedo
aventurarme... Después volveré aquí, y con el pretexto de
admirar a la niña en el piano, hablaré con ella y
continuaré mis estudios.
|
MÁXIMO.-
(Alto.) ¿Viene usted,
Marqués?
|
DON URBANO.-
¿Pero nos dejan?
|
—43→
|
MARQUÉS.-
Me voy un rato con este amigo.
|
EVARISTA.-
Marqués, estoy muy enojada por
sus largas ausencias, pero muy enojada. No podrá usted desagraviarme
más que almorzando hoy con nosotros. Es castigo, Don Juan; es
penitencia.
|
MARQUÉS.-
Yo la acepto en descargo de mi culpa,
bendiciendo la mano que me castiga.
|
EVARISTA.-
Tú, Máximo,
vendrás también.
|
MÁXIMO.-
Si me dejan libre a esa hora,
vendré.
|
ELECTRA.-
No vengas, hombre... por Dios, no
vengas.
(Con alegría que no puede
disimular.) ¿Vas a venir? Di que sí.
(Corrigiéndose.) No, no:
di qué no.
|
MÁXIMO.-
¡Ah! No te libras de mí.
Chiquilla loca, tú tendrás juicio.
|
—44→
|
ELECTRA.-
Y tú lo perderás, sabio
tonto, viejo...
(Le sigue con la mirada hasta que sale.
Salen
MÁXIMO y el
MARQUÉS por el jardín.
JOSÉ entra por el foro.)
|
Escena IX
|
|
ELECTRA; al poco rato
CUESTA.
|
ELECTRA.-
(Entonando una salmodia de Iglesia,
recoge los dibujos y los ordena.) Bach... para que me asimile...
¡qué gracia! el estilo religioso.
(Canta.)
|
CUESTA.-
(Entra por el foro
recatándose.) ¡Sola...!
|
—46→
|
ELECTRA.-
(Canta algunas notas litúrgicas.
Ve avanzar a
CUESTA.) ¿Pero no se había
marchado usted, Don Leonardo?
|
CUESTA.-
(Con timidez.) Sí; pero ha
vuelto, hija mía. Tengo que hablar con usted.
|
ELECTRA.-
(Un poquito asustada.)
¡Conmigo!
|
CUESTA.-
El asunto es delicado, muy delicado
(Con fatiga y dificultad de
respiración.) Perdone usted... padezco del corazón... no
puedo estar en pie.
(ELECTRA le aproxima una
silla. Se sienta.) Sí: tan delicado es el asunto que no
sé por dónde empezar.
|
ELECTRA.-
Por Dios, ¿qué es?
|
CUESTA.-
(Animándose.) Electra, yo
conocí a su madre de usted.
|
—47→
|
ELECTRA.-
¡Ah! Mi madre fue muy
desgraciada.
|
CUESTA.-
¿Qué entiende usted por
desgraciada?
|
ELECTRA.-
Pues... que vivió entre
personas malas que no la permitían ser tan buena como ella
quería.
|
CUESTA.-
¡Oh! Sin saberlo ha dicho usted
una gran verdad... ¿Recuerda usted a su madre?... ¿Piensa usted
en ella?
|
ELECTRA.-
Mi madre es para mí un
recuerdo vago, dulcísimo; una imagen que nunca me abandona... Viva la
guardo en mi corazón, que no es todavía más que una gran
memoria, y en esta gran memoria la están buscando siempre mis ojos
ansiosos de verla. ¡Pobre madre mía!
(Se lleva el pañuelo a los ojos.
CUESTA suspira.) Dígame, Don
Leonardo: cuando trataba usted a mi madre ¿era yo muy chiquitita?
|
—48→
|
CUESTA.-
Era usted una monada. Le
hacíamos a usted cosquillas para verla reír; su risa me
parecía el encanto, la alegría de la Naturaleza.
|
ELECTRA.-
Vea Usted por qué he salido
tan loca, tan traviesa y destornillada... y alguna vez me cogería usted
en brazos.
|
CUESTA.-
Muchísimas.
|
ELECTRA.-
(Sonriendo sin acabar de secar sus
lágrimas.) ¿Y no le tiraba yo de los bigotes?
|
CUESTA.-
A veces con tanta fuerza, que me
hacía usted daño.
|
ELECTRA.-
Me pegaría usted en las
manos.
|
CUESTA.-
¡Vaya!
|
—49→
|
ELECTRA.-
¿Pues sabe usted que crea que
todavía me duelen...?
|
CUESTA.-
(Impaciente por entrar en
materia.) Pero vamos al caso. Advierto a usted, Electra, que esto es
reservadísimo. Queda entre los dos.
|
ELECTRA.-
¡Oh! me da usted miedo, Don
Leonardo.
|
CUESTA.-
No es para asustarse. Vea usted en
mí un amigo, el mejor de los amigos; vea en este acto el interés
más puro, el sentimiento más elevado...
|
ELECTRA.-
(Confusa.) Sí, Sí:
no dudo... pero...
|
CUESTA.-
Vea usted por qué doy este
paso... Aunque no soy muy viejo, no me siento con cuerda vital para mucho
tiempo. Viudo hace veinte años, no tengo más familia que mi hija
Pilar, ya casada, y ausente. Casi estoy solo en el mundo, con el pie en el
estribo para marchará otro...
—50→
y mi soledad ¡ay!
parece como que quiere echarme, más pronto...
(Con gran dificultad de
expresión.) Pero antes de partir...
(Pausa.) Electra, he pensado
mucho en usted antes que la trajeran a Madrid, y al verla ¡Dios
mío! he pensado, he sentido... qué sé yo... un dulce
afecto, el más puro de los afectos, mezclado con alaridos de mi
conciencia.
|
ELECTRA.-
(Aturdida.) ¡La conciencia!
¡Qué cosa tan grave debe ser! La mía es como un niño
que está todavía en la cuna.
|
CUESTA.-
(Con tristeza.) La mía es
vieja, memoriosa. Me repite, me señala sin cesar los errores graves de
mi vida.
|
ELECTRA.-
¡Usted... errores graves usted
tan bueno!
|
CUESTA.-
Sí, sí: bueno, bueno...
y pecador... En fin, dejemos los errores y vamos a sus consecuencias. Yo no
quiero, no, que usted viva desamparada. Usted no posee bienes de fortuna. Es
dudoso que la protección de Urbano y Evarista
—51→
sea
constante. ¿Cómo ha de consentir yo que se encuentra usted pobre
y desvalida el día de mañana?
|
ELECTRA.-
(Con penosa lucha entre su conocimiento y
su inocencia.) No sé si lo entiendo... no sé si debo
entenderlo.
|
CUESTA.-
Lo más delicado será
que lo entienda sin decírmelo, y que acepte mi protección
¡sin darme las gracias! Juntos van el deber mío y el derecho de
usted. Gracias a mí, Electra, no se verá roto el hilo que une a
cada criatura con las criaturas que fueron, y con las que aún viven... Y
si hoy me determino a plantear esta cuestión, es porque... porque hace
tiempo que me asedia el temor de las muertes repentinas. Mi padre y mi hermano
murieron como heridos del rayo. La lección cardiaca, destructora de la
familia, ya la tengo aquí:
(Señalando al
corazón.) es un triste reloj que me cuenta las horas, los
días... No puedo aplazar esto. No, me sorprenda la muerte dejando a esta
preciosa existencia sin amparo. No puedo, no debo esperar... Concluyo, hija
mía, manifestando a usted que tenga por asegurado un bienestar
modesto...
|
—52→
|
ELECTRA.-
¡Un bienestar modesto...
yo...!
|
CUESTA.-
Lo suficiente para vivir con
independencia decorosa...
|
ELECTRA.-
(Confusa.) ¿Y yo...
qué méritos tengo para...? Perdone usted... No acabo de
convencerme... de...
|
CUESTA.-
Ya vendrá, ya vendrá el
convencimiento...
|
ELECTRA.-
¿Y por qué no habla
usted de ese asunto a mis tíos...
|
CUESTA.-
(Preocupado.) Porque... A su
tiempo se les dirá. Por de pronto, sólo usted debe saber mi
resolución.
|
ELECTRA.-
Pero...
|
—53→
|
CUESTA.-
(Con emoción,
levantándose.) Y ahora, Electra, ¿querrá usted a
este pobre enfermo, que tiene los días contados?
|
ELECTRA.-
Sí... ¡Es tan
fácil para mí querer! Pero no hable usted de morirse, Don
Leonardo.
|
CUESTA.-
Me consuela mucho saber que usted me
llorará.
|
ELECTRA.-
No me haca usted llorar desde
ahora...
|
CUESTA.-
(Apresurando su partida para vencer su
emoción.) Adiós, hija mía.
|
ELECTRA.-
Adiós...
(Reteniéndole.) ¿Y
qué nombre debo darle?
|
CUESTA.-
El de amigo no más.
Adiós.
(Arrancándose a partir. Sale por
el foro.
ELECTRA le sigue con la mirada hasta que
desaparece.)
|
Escena X
|
|
ELECTRA, el
MARQUÉS.
|
ELECTRA.-
(Meditabunda.) Dios mío,
¿qué debo pensar? Sus medias palabras dicen más que si
fuesen enteras. ¡Madre del alma!
(El
MARQUÉS, que entra por el jardín,
avanza despacio.) ¡Ah!... Señor Marqués.
|
MARQUÉS.-
¿Se asusta usted?
|
ELECTRA.-
Nada de eso: me sorprendo no
más. Si viene usted a oírme tocar, ha perdido el viaje. Hoy no
estudio.
|
MARQUÉS.-
Me alegro. Así podremos
hablar... Apenas presentado a usted, entro de lleno en la admiración de
sus gracias, y conocida una parte de su carácter, deseo conocer algo
más... Usted extrañará quizás esta curiosidad
mía y la creerá impertinente.
|
—55→
|
ELECTRA.-
¡Oh! No, señor.
También yo soy curiosilla, señor Marqués, y me permito
preguntarle: ¿es usted amigo de Máximo?
|
MARQUÉS.-
Le quiero y admiro grandemente...
Cosa rara, ¿verdad?
|
ELECTRA.-
A mí me parece muy
natural.
|
MARQUÉS.-
Es usted muy niña, y
quizás no pueda hacerse cargo de las causas de mi amistad con el
Mágico prodigioso... A ver si me
entiende.
|
ELECTRA.-
Explíquemelo bien.
|
MARQUÉS.-
La sociedad que frecuento, el
círculo de mi propia familia y los hábitos de mi casa, producen
en mí un efecto asfixiante. Casi sin darme cuenta de ello, por puro
instinto de conservación me lanzo a veces en busca del aire respirable.
—56→
Mis ojos se van tras de la ciencia, tras de la Naturaleza... y
Máximo es eso.
|
ELECTRA.-
El aire respirable, la vida, la...
¿Pues sabe usted, Marqués, que me parece que lo voy
entendiendo?
|
MARQUÉS.-
No es tonta la niña, no.
También ha de saber usted que siento por ese hombre un interés
inmenso.
|
ELECTRA.-
Le quiere usted, le admira por sus
grandes cualidades...
|
MARQUÉS.-
Y le compadezco por su desgracia.
|
ELECTRA.-
(Sorprendida.) ¡Desgraciado
Máximo?
|
MARQUÉS.-
¿Qué mayor desgracia
que la soledad en que vive? Su viudez prematura le ha sumergido en los estudios
más hondos, y temo por su salud.
|
—57→
|
ELECTRA.-
Sus hijos le consuelan, la
acompañan. Hoy les ha visto usted. ¡Qué lindas criaturas!
El mayor, que ahora cumple cinco años, es un prodigio de inteligencia.
En el pequeñito, de dos años, veo yo toda la gracia del mundo. Yo
les adoro; sueño con ellos, y me gustaría mucho ser su
niñera.
|
MARQUÉS.-
El pobre Máximo, aferrado a
sus estudios, no puede atenderlos como debiera.
|
ELECTRA.-
Claro: eso digo yo.
|
MARQUÉS.-
Es de toda evidencia: Máximo
necesita una mujer. Pero... aquí entran mis dificultades y mis dudas.
Por más que miro y busco, no encuentro, no encuentro la mujer digna de
compartir su vida con la del grande hombre.
|
ELECTRA.-
No la encuentra usted. Es que no la
hay, no la hay. Como que para Máximo debe buscarse una mujer de mucho
juicio.
|
—58→
|
MARQUÉS.-
Eso es: de mucho juicio.
|
ELECTRA.-
Todo lo contrario de mí, que
no tengo ninguno, ninguno, ninguno.
|
MARQUÉS.-
No diría yo tanto.
|
ELECTRA.-
Otra cosa: cuando usted me oye
decirle tonterías y llamarle bruto, viejo, sabio tonto, no vaya a creer
que lo digo en serio. Todo eso es broma señor Marqués.
|
MARQUÉS.-
Sí, sí: ya lo he
comprendido.
|
ELECTRA.-
Bromas impertinentes quizás,
porque Máximo es muy serio... ¿Cree usted, señor
mío, que debo yo volverme muy grave?
|
MARQUÉS.-
¡Oh! no. Cada criatura es como
Dios ha querido formarla. No hay que violentarse, señorita. No
necesitamos ser graves para ser buenos.
|
—59→
|
ELECTRA.-
Pues mire usted, Marqués yo
que no sé nada, había pensado eso mismo.
(Aparece
PANTOJA por el foro.)
|
PANTOJA.-
(Aparte en la puerta.) Este
libertino incorregible... este veterano del vicio se atreva a poner su mirada
venenosa en esta flor.
(Avanza lentamente.)
|
MARQUÉS.-
(Aparte.) ¡Vaya! Sé
nos ha interpuesto la pantalla obscura, y ya no podemos seguir hablando.
|
ELECTRA.-
El señor Marqués ha
venido a oírme tocar; pero estoy muy torpe. Lo dejamos para otro
día.
|
MARQUÉS.-
Ya sabe usted que el gran Beethoven
es mi pasión. Me habían dicho que Electra le interpreta bien, y
esperaba oírle la
Sonata Práctica, la
Clair de Lune... pero nos hemos entretenido
charlando, y pues ya no es ocasión...
|
—60→
|
PANTOJA.-
(Con desabrimiento.) Sí:
ha pasado la hora de estudio.
|
MARQUÉS.-
(Recobrando su papel social.)
Otro día será. Amigo mío, Virginia y yo tendremos mucho
gusto en que usted nos honre con sus consejos para cuanto se refiera al
Beaterio de Las Esclavas.
|
PANTOJA.-
Sí, sí: esta tarde
iré a ver a Virginia y hablaremos.
|
MARQUÉS.-
En el Beaterio la tiene usted toda la
tarde. Y pues estoy de más aquí...
(En ademán de
retirarse.)
|
ELECTRA.-
No. Usted no estorba, señor
Marqués.
|
MARQUÉS.-
Me voy con la música... al
taller de Máximo.
|
PANTOJA.-
Sí, sí: allí se
distraerá usted mucho.
|
—61→
|
MARQUÉS.-
Hasta luego, mi reverendo amigo.
|
PANTOJA.-
Dios le guarde.
(Vase el
MARQUÉS hacia el jardín.)
|
Escena XI
|
|
ELECTRA,
PANTOJA.
|
PANTOJA.-
(Vivamente.) ¿Qué
decía? ¿Qué contaba ese corruptor de la inocencia?
|
ELECTRA.-
Nada: historias, anécdotas
para reír...
|
PANTOJA.-
¡Ay, historias!
Desconfíe usted de las anécdotas jocosas y de los narradores
amenos, que esconden entre jazmines el aguijón ponzoñoso... La
noto a usted suspensa, turbada, como cuando se ha sentido el roce de un reptil
entre los arbustos.
|
ELECTRA.-
¡Oh, no!
|
—62→
|
PANTOJA.-
La inquietud que producen las
conversaciones inconvenientes, se calmará con los conceptos míos,
bienhechores, saludables.
|
ELECTRA.-
Es usted poeta, señor de
Pantoja, y me gusta oírle.
|
PANTOJA.-
(Le señala una silla: se sientan
los dos.) Hija mía, voy a dar a usted la explicación del
cariño intenso que habrá notado en mí. ¿Lo ha
notado?
|
ELECTRA.-
Sí, señor.
|
PANTOJA.-
Explicación que equivale a
revelar un secreto.
|
ELECTRA.-
(Muy asustada.) ¡Ay, Dios
mío, ya estoy temblando!...
|
PANTOJA.-
Calma, hija mía. Oiga usted
primero lo que es para mí más doloroso. Electra, yo he sido muy
malo.
|
—63→
|
ELECTRA.-
¡Pero si tiene usted
opinión de santo!
|
PANTOJA.-
Fui malo, digo, en una ocasión
de mi vida
(Suspirando fuerte.) Han pasado
algunos años.
|
ELECTRA.-
(Vivamente.)
¿Cuántos? ¿Puedo yo acordarme de cuando usted fue malo,
Don Salvador?
|
PANTOJA.-
No. Cuando yo me envilecí,
cuando me encenagué en el pecado, no había usted nacido.
|
ELECTRA.-
Pero nací...
|
PANTOJA.-
(Después de una pausa.)
Cierto...
|
ELECTRA.-
Nací... Por Dios, señor
de Pantoja, acabe usted pronto...
|
PANTOJA.-
Su turbación me indica que
debemos apartar los ojos de lo pasado. El presente es para usted muy
satisfactorio.
|
—64→
|
ELECTRA.-
¿Por qué?
|
PANTOJA.-
Porque en mí tendrá
usted un amparo, un sostén para toda la vida. Inefable dicha es para
mí cuidar de un ser tan noble y hermoso defender a usted de todo
daño, guardarla, custodiarla, dirigirla, para que se conserve siempre
incólume y pura; para que jamás la toque ni la sombra ni el
aliento del mal. Es usted una niña que parece un ángel. No me
conformo con que usted lo parezca: quiero que lo sea.
|
ELECTRA.-
(Fríamente.) Un
ángel que pertenece a usted... ¿Y en esto debo ver un acto de
caridad extraordinaria, sublime?
|
PANTOJA.-
No es caridad: es obligación.
A mi deber de ampararte, corresponde en ti el derecho a ser amparada.
|
ELECTRA.-
Esa confianza, esa autoridad...
|
—65→
|
PANTOJA.-
Nace de mi cariño
intensísimo, como la fuerza nace del calor. Y mi protección, obra
es de mi conciencia.
|
ELECTRA.-
(Se levanta con grande agitación.
Alejándose de
PANTOJA, exclama aparte:) ¡Dos,
Señor, dos protecciones! Y ésta quiere oprimirme. ¡Horrible
confusión!
(Alto.) Señor de Pantoja,
yo le respeto a usted, admiro sus virtudes. Pero su autoridad, sobre mí
no la veo clara, y perdone mi atrevimiento. Obediencia, sumisión, no
debo más que a mi tía.
|
PANTOJA.-
Es lo mismo. Evarista me hace el
honor de consultarme todos sus asuntos. Obedeciéndola, me obedeces a
mí.
|
ELECTRA.-
¿Y mi tía quiere
también que yo sea ángel de ella, de usted...?
|
PANTOJA.-
Ángel de todos, de Dios
principalmente. Convéncete de que has caído en buenas manos, y
—66→
déjate, hija de mi alma, déjate criar en la virtud,
en la pureza.
|
ELECTRA.-
(Con displicencia.) Bueno,
señor: purifíquenme. ¿Pero soy yo mala?
|
PANTOJA.-
Podrías llegar a serlo.
Prevenirse contra la enfermedad es más cuerdo y más fácil
que curarla después que invade el organismo.
|
ELECTRA.-
¡Ay de mí!
(Elevando los ojos y quedando como en
éxtasis, da un gran suspiro. Pausa.)
|
PANTOJA.-
¿Por qué suspiras
así?
|
ELECTRA.-
Deje usted que aligere mi
corazón. Pesan horriblemente sobre él las conciencias ajenas.
|
Escena XIII
|
|
ELECTRA,
EVARISTA, el
MARQUÉS,
MÁXIMO.
|
MARQUÉS.-
He tardado un poquitín.
|
EVARISTA.-
No por cierto. ¿Estuvo usted
en el estudio de Máximo?
(Se forman dos grupos:
ELECTRA y
MÁXIMO a la izquierda;
EVARISTA y el
MARQUÉS a la derecha.)
|
—68→
|
MARQUÉS.-
Sí, se flora. Es un prodigio
este hombre.
(Sigue ponderando lo que ha visto en el
laboratorio.)
|
ELECTRA.-
(Suspirando.) Sí,
Máximo: tengo que consultar contigo un caso grave.
|
MÁXIMO.-
(Con vivo interés.)
Dímelo pronto.
|
ELECTRA.-
(Recelosa mirando al otro grupo.)
Ahora no puede ser.
|
MÁXIMO.-
¿Cuándo?
|
ELECTRA.-
No sé... no sé
cuándo podré decírtelo... No es cosa que se dice en dos
palabras.
|
MÁXIMO.-
¡Ah, pobre chiquilla! Lo que te
anuncié... ¿Apuntan ya las seriedades de la vida, las amarguras,
los deberes?
|
ELECTRA.-
Quizás.
|
—69→
|
MÁXIMO.-
(Mirándola fijamente con vivo
interés.) Noto en tu rostro una nube de tristeza, de miedo...
gran novedad en ti.
|
ELECTRA.-
Quieren anularme, esclavizarme,
reducirme a una cosa... angelical... No lo entiendo.
|
MÁXIMO.-
(Con mucha viveza.) No consientas
eso, por Dios... Electra, defiéndete.
|
ELECTRA.-
¿Qué me recomiendas
para evitarlo?
|
MÁXIMO.-
(Sin vacilar.) La
independencia.
|
ELECTRA.-
¡La independencia!
|
MÁXIMO.-
La emancipación... más
claro, la insubordinación.
|
—70→
|
ELECTRA.-
Quieres decir que podré hacer
cuanto me dé la gana, jugar todo lo que se me antoje, entrar en tu casa
como en país conquistado, enredar con tus hijos, y llevármelos al
jardín o a donde quiera.
|
MÁXIMO.-
Todo eso, y más.
|
ELECTRA.-
¡Mira lo que dices...!
|
MÁXIMO.-
Sé lo que digo.
|
ELECTRA.-
¡Pero si me has recomendado
todo lo contrario!
|
MÁXIMO.-
(Mirándola fijamente.) En
tu rostro, en tus ojos, veo cambiadas radicalmente las condiciones de tu vida.
Tú temes, Electra.
|
—71→
|
ELECTRA.-
Sí.
(Medrosa.)
|
MÁXIMO.-
Tú...
(Dudando qué verbo emplear. Va a
decir amar y no se atreve.) deseas algo con vehemencia.
|
ELECTRA.-
(Con efusión.) Sí.
(Pausa.) Y tú me dices que
contra temores y anhelos... insubordinación.
|
MÁXIMO.-
Sí: corran libres tus
impulsos, para que cuanto hay en ti se manifieste, y sepamos lo que eres.
|
ELECTRA.-
¡Lo que soy! ¿Quieres
conocer...?
|
MÁXIMO.-
Tu alma...
|
ELECTRA.-
Mis secretos...
|
—72→
|
MÁXIMO.-
Tu alma... En ella está
todo.
|
ELECTRA.-
(Advirtiendo que
EVARISTA la vigila.) Chitón... Nos
miran.
|
Escena II
|
|
Los mismos;
MÁXIMO por el foro, presuroso, con planos y
papeles.
|
MÁXIMO.-
¿Estorbo?
|
EVARISTA.-
No, hijo. Pasa.
|
MÁXIMO.-
Dos minutos, tía.
|
DON URBANO.-
¿Vienes de Fomento?
|
MÁXIMO.-
Vengo de conferenciar con los
bilbaínos. Hoy es para mí un día de prueba. Trabajo
excesivo, diligencias mil, y por añadidura la casa revuelta.
|
EVARISTA.-
¿Pero qué te pasa? He
ha dicho Balbina que ayer despediste a tus criadas.
|
—78→
|
MÁXIMO.-
Me servían detestablemente, me
robaban... -Estoy solo con el ordenanza y la niñera.
|
EVARISTA.-
Vente a comer aquí.
|
MÁXIMO.-
¿Y dejo a los chicos
allá? Si les traigo, molestan a usted y le trastornan toda la casa.
|
EVARISTA.-
No me los traigas, no. Adoro a las
criaturas; pero a mi lado no las quiero. Todo me lo revuelven, todo me lo
ensucian. El alboroto de sus pataditas, de sus risotadas, de sus berrinches, me
enloquece. Luego, el temor de que se caigan, de que les arañen los
gatos, de que se mojen, de que se descalabren...
|
MÁXIMO.-
Yo prefiero que rae mande usted una
cocinera...
|
EVARISTA.-
Irá la Enriquetilla.
Encárgate, Urbano; no se nos olvide.
|
—79→
|
MÁXIMO.-
Bueno.
(Disponiéndose a
partir.)
|
EVARISTA.-
Aguarda. -Según parece, tus
asuntos marchan. Ya sabes lo que te he dicho: si el
Mágico prodigioso necesita
más capital para la implantación de sus inventos, no tiene
más que decírnoslo...
|
MÁXIMO.-
Gracias, tía. Tengo a mi
disposición cuanto dinero pueda necesitar...
|
DON URBANO.-
Dentro de pocos años el
Mágico será más rico
que nosotros.
|
MÁXIMO.-
Bien podría suceder.
|
DON URBANO.-
Fruto de su inteligencia
privilegiada...
|
MÁXIMO.-
(Con modestia.) No: de la
perseverancia, de la paciencia laboriosa...
|
—80→
|
EVARISTA.-
¡Ay, no me digas! Trabajas
brutalmente.
|
MÁXIMO.-
Lo necesario, tía, por
obligación, y un poco más por goce, por recreo, por entusiasmo
científico.
|
DON URBANO.-
Es ya una monomanía, una
borrachera.
|
EVARISTA.-
(Con tonillo sermonario.)
¡Ah! No: es la ambición, la maldita ambición, que a tantos
trastorna y acaba por perderlos.
|
MÁXIMO.-
Ambición muy legítima,
tía. Fíjese usted en que...
|
EVARISTA.-
(Quitándole la palabra de la
boca.) El afán, la sed de riquezas para saciar con ellas el
apetito de goces. Gozar, gozar, gozar: esto queréis y por esto
vivís en continuo ajetreo, comprometiendo en la lucha vuestra
naturaleza: estómago, cerebro, corazón. No pensáis en la
brevedad de
—81→
la vida, ni en la vanidad de los afanes por cosa
temporal; no acabáis de convenceros de que todo se queda
aquí.
|
MÁXIMO.-
(Con gracia, impaciente por
retirarse.) Todo se queda aquí, menos yo, que me voy ahora
mismo.
|
JOSÉ.-
(Anunciando.) El señor
Marqués de Ronda.
|
MÁXIMO.-
(Deteniéndose.) ¡Ah!
Pues no me voy sin saludarle.
|
EVARISTA.-
(Recogiendo papeles.) No quiere
Dios que trabajemos hoy.
|
DON URBANO.-
Me figuro a qué viene.
|
EVARISTA.-
Que pase, José, que, pase.
(Vase
JOSÉ.)
|
MÁXIMO.-
Viene a invitar a ustedes para la
inauguración
—82→
del nuevo Beaterio de
La Esclavitud, fundado por Virginia. Anoche
me lo dijo.
|
EVARISTA.-
¡Ah! sí... ¿Pero
es hoy?...
|
Escena III
|
|
EVARISTA,
DON URBANO,
MÁXIMO, el
MARQUÉS.
|
MARQUÉS.-
(Saludando con rendimiento.)
Ilustre amiga... Urbano.
(A
MÁXIMO.) ¿Qué tal? No
creía yo encontrar aquí al
mágico.
|
MÁXIMO.-
El
mágico saluda a usted y
desaparece.
|
MARQUÉS.-
Un momento, amigo.
(Reteniéndole.)
|
EVARISTA.-
Pues sí, Marqués:
iremos.
|
MARQUÉS.-
¿Ya sabía usted...?
|
—83→
|
DON URBANO.-
¿A qué hora?
|
MARQUÉS.-
A las cinco en punto.
(A
MÁXIMO.) A usted no le invito: ya
sé que no le sobra tiempo para la vida social.
|
MÁXIMO.-
Así es, por desgracia. Hoy no
le espero a usted.
|
MARQUÉS.-
¿Cómo, si estamos de
fiesta religiosa y mundana? Pero esta noche no se libra usted de mí.
|
EVARISTA.-
(Ligeramente burlona.) Ya hemos
notado... celebrándolo, qué duda tiene... la frecuencia de las
visitas del señor Marqués a los talleres del gran
nigromántico.
|
MÁXIMO.-
El Marqués me honra con su
amistad y con el interés que pone en mis estudios.
|
MARQUÉS.-
Me ha entrado súbitamente el
delirio por la
—84→
maquinaria y por los fenómenos
eléctricos... Chifladuras de la ancianidad.
|
DON URBANO.-
(A
MÁXIMO.) Vaya, que sacarás
un buen discípulo.
|
EVARISTA.-
Sabe Dios...
(Maliciosa.) sabe Dios
quién será el maestro y quién el alumno.
|
MARQUÉS.-
A propósito del maestro:
siento que por estar presente, me vea yo privado de decir de él todas
las perrerías que se me ocurren.
|
EVARISTA.-
Vete, Máximo; vete para que
podamos hablar mal de ti.
|
MÁXIMO.-
Me voy. Despáchense a su gusto
las malas lenguas.
(Al
MARQUÉS.) Abur. Siempre suyo.
(A
EVARISTA.) Adiós, tía.
|
EVARISTA.-
Anda con Dios, hijo.
|
—85→
|
MARQUÉS.-
(A
MÁXIMO, que sale.) Hasta la
noche... si me dejan.
(A
EVARISTA.) ¡Hombre extraordinario!
De fama le admiré; tratándole ahora y apreciando por mí
mismo sus altas prendas, sostengo que no ha nacido quien pueda
igualársele.
|
EVARISTA.-
En el terreno científico.
|
MARQUÉS.-
Y en todos los terrenos,
señora. ¿Pues quién hay más noble, más
sincero...?
|
EVARISTA.-
Cierto que como inteligencia...
|
MARQUÉS.-
(Con entusiasmo.) Y como
corazón. ¿Pues quién hay más noble, más
sincero...?
|
EVARISTA.-
(No queriendo empeñarse en una
discusión delicada.) Bueno, Marqués, bueno...
(Variando de
conversación.) ¿Con que... decía usted... que
hemos de estar allí a las cinco?
|
MARQUÉS.-
En punto. Cuento con ustedes y con
Electra.
|
—86→
|
EVARISTA.-
No sé si debemos
llevarla...
|
MARQUÉS.-
¡Oh! Traigo el encargo
especialísimo de gestionar la presencia de la niña en esta
solemnidad. Y ya me di tono de buen diplomático asegurando que lo
conseguiría. Virginia desea conocerla.
|
DON URBANO.-
En ese caso...
|
MARQUÉS.-
¿Me prometen ustedes no
dejarme mal?
|
EVARISTA.-
¡Oh! Cuente usted con
Electra.
|
MARQUÉS.-
Tendremos mucha y buena gente.
(Se levanta para retirarse.)
|
DON URBANO.-
El acto resultará
brillantísimo.
|
—87→
|
MARQUÉS.-
Hasta luego, pues. Yo tengo que venir
a casa de Otumba. Pasaré por aquí.
(Óyese la voz de
ELECTRA por la izquierda con alegre charla y risa.
Detiénese el
MARQUÉS al oírla.)
|
Escena IV
|
|
Los mismos;
ELECTRA.
|
ELECTRA.-
(Dentro.) Ja, ja... Rica, otro
beso... Tonta tú, tonta yo; pero ya nos entendemos.
(Aparece por la izquierda con una
preciosa muñeca grande, a la que besa y zarandea. Detiénese como
avergonzada.)
|
EVARISTA.-
Niña, ¿qué
haces?
|
MARQUÉS.-
No la riña usted.
|
ELECTRA.-
Mademoiselle Lulú y yo
pasamos el rato contándonos cositas.
|
—88→
|
DON URBANO.-
(Al
MARQUÉS.) Hoy está
desatinada.
|
ELECTRA.-
(Alejándose, habla con la
muñeca sigilosamente. Los demás la observan.)
Lulú, ¡qué linda eres! Pero él es más bonito.
¡Qué feliz será mi amor contigo, y yo con los dos!
|
MARQUÉS.-
¿Sigue tan juguetona,
tan...?
|
EVARISTA.-
Desde ayer notamos en ella una
tristeza que nos pone en cuidado.
|
MARQUÉS.-
Tristeza, idealidad...
|
EVARISTA.-
Y ahora, ya ve usted...
|
MARQUÉS.-
(Cariñoso, acudiendo a
ella.) Electra, niña preciosa...
|
—89→
|
ELECTRA.-
(Aproximando la cara de la muñeca
a la del
MARQUÉS.) Vaya,
Mademoiselle, no seas huraña:
da un besito a este caballero.
(Antes que el
MARQUÉS bese a la muñeca,
ELECTRA le da un ligero coscorrón con la
cabeza de la misma.)
|
MARQUÉS.-
¡Ah, pícara! Me pega.
(Acariciando la barbilla de
ELECTRA.) Lulú no se
enfadará si digo que su amiguita me gusta más.
|
EVARISTA.-
Una y otra tienen el mismo seso.
|
DON URBANO.-
¿Y qué hablas con tu
muñeca?
|
ELECTRA.-
A ratos le cuento mis penas.
|
EVARISTA.-
¡Penas tú!
|
ELECTRA.-
Sí, penas yo. Y cuando nos ve
usted tan calladitas, es que pensamos en cosas pasadas...
|
—90→
|
MARQUÉS.-
Le interesa lo pasado. Señal
de reflexión.
|
EVARISTA.-
¿Pero qué dices?
¿Cosas pasadas?
|
ELECTRA.-
Del tiempo en que nací.
(Con gravedad.) El día en
que yo vine al mundo fue un día muy triste, ¿verdad?
¿Alguno de ustedes se acuerda?
|
EVARISTA.-
¡Pero cuánto disparatas,
hija! ¿No te avergüenzas de que el señor Marqués te
vea tan destornillada...?
|
ELECTRA.-
Crea usted que los tontos más
tontos, y los niños más niños, no hacen sus simplezas sin
alguna razón.
|
MARQUÉS.-
Muy bien.
|
EVARISTA.-
¿Y qué razón hay
de este juego impropio de tu edad?
|
—91→
|
ELECTRA.-
(Mirando al
MARQUÉS que sonríe a su
lado.) Ahora no puedo decirlo.
|
MARQUÉS.-
Eso es decir que me vaya.
|
EVARISTA.-
¡Niña!
|
MARQUÉS.-
Si ya me iba. Siento que una
ocupaciones no me dejen tiempo para recrearme en los donaires de esta criatura.
Adiós, Electra; vuelvo a las cinco para llevármela a usted.
|
ELECTRA.-
¡A mí!
|
DON URBANO.-
Sí, hija. vamos a la
inauguración de Las Esclavas.
|
ELECTRA.-
¿Yo también?
|
EVARISTA.-
Ya puedes irte arreglando.
|
—92→
|
ELECTRA.-
(Asustada.) Habrá mucha
gente. ¡Ay! la gente me causa miedo. Me gusta la soledad.
|
MARQUÉS.-
¡Si estaremos como en
familia...! Vaya, no me detengo más.
|
EVARISTA.-
Hasta luego, Marqués.
|
MARQUÉS.-
(A
ELECTRA.) A las cinco, niña; y que
aprendamos la puntualidad.
(Se va por el fondo con
DON URBANO.)
|
Escena V
|
|
EVARISTA,
ELECTRA.
|
EVARISTA.-
Explícame ahora por qué
estás tan juguetona y tan dislocada.
|
ELECTRA.-
Verá usted, tía: Yo
tengo una duda, ¿cómo diré? un problema...
|
—93→
|
EVARISTA.-
¡Problemas tú!
|
ELECTRA.-
Eso; en plural: problemas... porque
no es uno solo.
|
EVARISTA.-
¡Anda con Dios!
|
ELECTRA.-
Y trato de que me los resuelva, con
una o con pocas palabras...
|
EVARISTA.-
¿Quién?
|
ELECTRA.-
(Suspirando.) Una persona que no
está en este mundo.
|
EVARISTA.-
¡Niña!
|
ELECTRA.-
Mi madre... No se asombre usted... Mi
madre puede decirme... y luego aconsejarme... ¿No cree usted que las
personas que están en el otro mundo pueden venir al nuestro?
(Gesto de incredulidad
—94→
de
EVARISTA.) ¿Usted no lo cree? Yo
sí, creo porque lo he visto. Yo he visto a mi madre.
|
EVARISTA.-
¡Virgen del Carmen, cómo
está esa pobre cabeza!
|
ELECTRA.-
Cuando yo era una chiquilla de este
tamaño...
|
EVARISTA.-
¿En las Ursulinas de
Bayona?
|
ELECTRA.-
Sí... mi madre se me
aparecía.
|
EVARISTA.-
En sueños, naturalmente.
|
ELECTRA.-
No, no: estando yo tan despierta como
estoy ahora
(Deja la muñeca sobre una
silla.)
|
EVARISTA.-
Electra, mira lo que dices...
|
—95→
|
ELECTRA.-
Cuando estaba yo muy triste, muy
solita o enferma; cuando alguien me lastimaba dándome a entender mi
desairada situación en el mundo, venía mi madre a consolarme.
Primero la veía borrosa, desvanecida, confundiéndose con los
objetos lejanos, con los próximos. Avanzaba como una claridad...
temblando... así... Luego no temblaba, tía... era una, forma
quieta, quieta, una imagen triste; era mi madre: no podía yo dudarlo. Al
principio la veía vestida de gran señora, elegantísima.
Llegó un día en que la vi con el traje monjil. Su rostro entre
las tocas blancas; su cuerpo, cubierto de las estameñas obscuras,
tenían una majestad, una belleza que no puede imaginar quien no la
vio...
|
EVARISTA.-
¡Pobre niña, no
delires!...
|
ELECTRA.-
Al llegar cerca de mí,
alargaba sus brazos como si quisiera cogerme. Me hablaba con una voz muy dulce,
lejana, escondida... no sé cómo explicarlo. Yo la preguntaba
cosas, y ella me respondía...
(Mayor incredulidad de
EVARISTA.) ¿Pero usted no lo cree?
|
—96→
|
EVARISTA.-
Sigue, hija, sigue.
|
ELECTRA.-
En las Ursulinas tenía yo una
muñeca preciosa a quien llamaba también Lulú; y mire usted
qué misterio, tía, siempre que andaba yo por la huerta, al caer
la tarde, solita, con mi muñeca en brazos, tan melancólica yo
como ella, mirando mucho al cielo, era segura, infalible, la visión de
mi madre... primero entre los árboles, como figura que formaban los
grupitos de hojas; después... dibujándose con claridad y
avanzando hacia mí por entre los troncos obscuros...
|
EVARISTA.-
¿Y ya mayorcita, cuando
vivías en Hendaya... también...?
|
ELECTRA.-
Los primeros años nada
más. Jugaba yo entonces con muñecas vivas: los pequeñuelos
de mi prima Rosaura, niño y niña, que no se separaban de
mí: me adoraban, y yo a ellos. De noche, en la soledad de mi alcoba, los
niños dormiditos, aquí ellos... yo aquí.
(Señala el sitio de
—97→
las dos camas.) Por entre las dos camas pasaba mi madre, y
llegándose a mí...
|
EVARISTA.-
¡Oh! no sigas, por Dios. Me da
miedo... Pero esas visiones, hija, se concluyeron cuando fuiste entrando en
edad...
|
ELECTRA.-
Cuando dejé de tener a mi lado
muñecas y niños. Por eso quiero yo volverme ahora chiquilla, y me
empeño en retroceder a la edad de la inocencia, con la esperanza de que
siendo lo que entonces era, vuelva mi madre a mí, y hablemos, y me
responda a lo que deseo preguntarle... y me dé consejo...
|
EVARISTA.-
¿Y qué dudas tienes
tú para...?
|
ELECTRA.-
(Mirando al suelo.) Dudas...
cosas que una no sabe y quiere saber...
|
EVARISTA.-
¡Qué tontería!
¿Y qué asunto tan grave es ese sobre el cual necesitas consulta,
consejo...
|
—98→
|
ELECTRA.-
¡Ah! una cosa...
(Vacila: casi está a punto de
decirlo.)
|
EVARISTA.-
¿Qué?
dímelo.
|
ELECTRA.-
Una cosa...
(Con timidez infantil, manoseando la
muñeca y sin atreverse a declarar su secreto.) Una cosa...
|
EVARISTA.-
(Severa y afectuosa.) Ea, ya es
intolerable tanta puerilidad.
(Le quita la muñeca.)
¡Ay! Electra, niña boba y discreta, eres un prodigio de
inteligencia y gracia, cuando no el modelo de la necedad; tu alma se la
disputan ángeles y demonios. Hay que intervenir, hija; hay que mediar en
esa lucha, dando muchos palos a los demonios, sin reparar en que puedan caer
sobre ti y causarte algún dolor...
(La besa.) Vaya, formalidad.
Necesitas ocuparte en algo, distraer tu imaginación... No olvides que a
las cinco... Vete arreglando ya...
|
ELECTRA.-
Sí, tía.
|
—99→
|
EVARISTA.-
Tiempo de sobra tienes: tres cuartos
de hora.
|
ELECTRA.-
No faltaré.
|
EVARISTA.-
Y pocas bromas, Electra...
¡Cuidado!...
(Vase por el foro; lleva la muñeca
cogida de un brazo, colgando.)
|
Escena VIII
|
|
DON URBANO;
CUESTA con papeles y cartas.
|
DON URBANO.-
Leonardo, gracias a Dios.
|
CUESTA.-
Ya te dije que no venaría por
la mañana.
(A
JOSÉ dándole una carta.) Que
certifiquen esto... Pronto. Luego llevaréis más cartas.
(Vase
JOSÉ.)
|
DON URBANO.-
(Tomando un papel que le da
CUESTA.) ¿Qué es esto?
|
CUESTA.-
El resguardo de las cien mil y
pico... Fírmame ahora un talón de sesenta y siete mil...
|
—104→
|
DON URBANO.-
Ya: para el envío a Roma.
|
CUESTA.-
¿Y Evarista?
|
DON URBANO.-
Vistiéndose.
|
CUESTA.-
Vistiéndose, que vais a la
inauguración de
La Esclavitud que lleváis a
Electra.
|
DON URBANO.-
Por cierto que de esta niña no
debemos esperar nada bueno. Cada día nos va manifestando nuevas
extravagancias, nuevas ligerezas...
|
CUESTA.-
(Con viveza.) Que no significan
maldad.
|
DON URBANO.-
Lo son como síntoma,
fíjate, como síntoma. Por esto Evarista, que es la misma
previsión, ha pensado en someterla a un régimen sanitario en
San José de la penitencia.
|
—105→
|
CUESTA.-
Permíteme, querido Urbano, que
disienta de vuestras opiniones. Dirás tú que quién me mete
a mí...
|
DON URBANO.-
Al contrario... Como buen amigo de la
casa, puedes darnos tu parecer, aconsejarnos...
|
CUESTA.-
Eso de arrastrar a la vida claustral
a las jovencitas que no han demostrado una vocación decidida, es muy
grave... Y no debéis extrañar que alguien se oponga...
|
DON URBANO.-
¿Quién?
|
CUESTA.-
¡Qué sé yo!
-Alguien. Hay en la vida de esa joven un factor desconocido... El mejor
día... podrá suceder... no aseguro yo que suceda... el mejor
día, cuando vosotros tiréis de la cuerda para encerrar a la
niña contra, su voluntad, saldrá una voz diciendo: «Alto,
señores de Yuste, alto...».
|
DON URBANO.-
Y nosotros responderemos:
«Bueno, señor
—106→
incógnito factor... Ahí
la tiene usted. Nos libra de una tutela enojosa, molestísima».
|
CUESTA.-
(Sintiendo gran fatiga, se
sienta.) Esto es un decir, Urbano, un suponer...
|
DON URBANO.-
¿Te sientes mal?
¿Necesitas algo?
|
CUESTA.-
No... Este maldito corazón no
se lleva bien con la voluntad.
|
URBANO.-
Descansa, hombre. ¿Por
qué no te echas un rato?...
|
CUESTA.-
¿Pero tú sabes lo que
tengo que hacer?
(Sacando papeles.) Por de pronto,
dos cartas urgentísimas, que han de salir hoy.
|
DON URBANO.-
Escríbelas aquí.
(Escogiendo un sitio en la mesa, y
retirando libros y papeles.)
|
CUESTA.-
Sí... Aquí me instalo.
|
—107→
|
DON URBANO.-
Yo también estoy
atareadísimo. Tengo mil menudencias...
|
CUESTA.-
No te ocupes de mí.
(Escribiendo.)
|
DON URBANO.-
Perdona, Leonardo. Evarista no
tardará en salir.
|
CUESTA.-
(Sin mirarle.) Hasta luego.
(Vase
DON URBANO por el foro.)
|
Escena IX
|
|
CUESTA;
ELECTRA,
PATROS, que asoman por la puerta de la izquierda, como
reconociendo el terreno.
|
ELECTRA.-
Cuidado, Patros... Por aquí es
difícil que, podamos pasarlo.
|
PATROS.-
(Reconociendo a
CUESTA, a quien ven de espalda
escribiendo.) ¡Don Leonardo!
|
—108→
|
ELECTRA.-
Chist... Lo más seguro es
dejarla en tu cuarto hasta la noche. ¡Vaya, que tener yo que ir a esa
maldita inauguración!
|
CUESTA.-
(Sintiendo las voces, se vuelve.)
¡Ah! Electra...
|
ELECTRA.-
¿Estorbamos, Don
Leonardo?...
|
CUESTA.-
No, hija mía- Me hará
usted el favor de esperar un poquito... hasta que yo termine esta carta. Tengo
que hablar con usted...
|
ELECTRA.-
Aquí estaré,
señor.
(Aparte
PATROS.) ¡Qué fastidio!
(Alto.) No veníamos
más que a buscar un papel y un lápiz para que Patros apuntara...
(Coge de la mesa lápiz y papel.
Aparte a
PATROS.) ¡Cuídamele bien, por
Dios! ¡Ay, qué monísimo está durmiendo! ¡El
hociquito, y aquellas manos sucias, y aquellas uñitas tan negras, de
andar escarbando la tierra...! ¡Ay, me lo comería!
|
—109→
|
PATROS.-
¡Y el pelito rizado, y las
patitas...!
|
ELECTRA.-
(Con evasión de
cariño.) Me vuelvo loca. Que le cuides, Patros; mira que...
|
PATROS.-
Ahora le llevaré dos
bollitos.
|
ELECTRA.-
No, no: que eso ensucia el
estómago... Le llevarás una sopita...
|
PATROS.-
¿Y cómo llevo eso?
|
ELECTRA.-
Es verdad. ¡Ah! Pides para
mí una taza de leche.
|
PATROS.-
Eso. Y se la doy en cuanto
despierte.
|
ELECTRA.-
Aquí tienes el papel y el
lápiz para que haga sus garabatitos... Es lo que más le
entretiene...
—110→
Luego, esta noche, aprovechando una ocasión,
le traeremos a mi cuarto y dormirá conmigo.
|
CUESTA.-
(Cerrando la carta.) Ya he
concluido.
|
ELECTRA.-
Perdone un momento, Don Leonardo.
(Aparte a
PATROS.) No te separes de él...
Mucho cuidado. Si Don Leonardo no me entretiene mucho, antes de vestirme
iré a darle un besito.
|
CUESTA.-
Patros.
|
PATROS.-
Señor...
|
CUESTA.-
Que lleven esta carta al correo.
|
PATROS.-
Ahora mismo.
(Vase.)
|
Escena XI
|
|
CUESTA,
DON URBANO,
EVARISTA; después
ELECTRA.
|
CUESTA.-
(Recorriendo sus papeles.)
¡Qué felicidad la mía si pudiese quererla
públicamente!
|
EVARISTA.-
(Vestida para salir.) Perdone
usted el plantón, Leonardo. Ya me ha dicho éste que preparamos
una operación extensa.
|
DON URBANO.-
(Dando a
CUESTA un talón.) Toma.
|
EVARISTA.-
No me asombrará de verle a
usted entrar con otra carga de dinero... Dios lo manda,
—115→
Dios lo
recibe...
(Asoma
ELECTRA por la puerta de la izquierda. Al ver a su
tía, vacila, no se atreve a pasar. Arráncase al fin, tratando de
escabullirse.
EVARISTA la ve y la detiene.) ¡Ah,
pícara! ¿Pero no te has vestido? ¿Dónde
estabas?
|
ELECTRA.-
En el cuarto de la plancha. Fui a que
Patros me planchara un peto...
|
EVARISTA.-
¡Y te estás con esa
calma!
(Observando que en uno de los bolsillos
del delantal de
ELECTRA asoma una carta.)
¿Qué tienes aquí?
(La coge.)
|
ELECTRA.-
Una carta.
|
CUESTA.-
¡Cosas de chicos!
|
EVARISTA.-
No puede usted figurarse, amigo
Cuesta, lo incomodada que me tiene esta niña con sus chiquilladas, que
no son tan inocentes, no.
(Da la carta a su marido.) Lee
tú.
|
CUESTA.-
Veamos.
|
—116→
|
DON URBANO.-
(Lee.) «Señorita:
Tengo para mí que en su rostro hechicero...»
|
EVARISTA.-
(Burlándose.)
¡Qué bonito!
(ELECTRA contiene
difícilmente la risa.)
|
DON URBANO.-
«Que en su rostro hechicero ha
escrito el Supremo Artífice el problema del... del...».
(Sin entender la palabra
siguiente.)
|
ELECTRA.-
(Apuntando.) «Del
cosmos».
|
DON URBANO.-
Eso es: «del cosmos,
simbolizando en su luminosa mirada, en su boca divina, el poderoso agente
físico que...».
|
EVARISTA.-
(Arrebatando la carta.)
¡Qué indecorosas necedades!
|
DON URBANO.-
(Descubriendo otra carta en el otro
bolsillo.) Pues aquí hay otra.
(La coge.)
|
—117→
|
CUESTA.-
¡A ver, a ver ésa?
|
EVARISTA.-
Hija, tu cuerpo es un
buzón
|
CUESTA.-
(Leyendo.) «Despiadada
Electra, ¿con qué palabras expresaré mi
desesperación, mi locura, mi frenesí...?»
|
EVARISTA.-
Basta... Eso ya no es inocente.
(Incomodada, registrándole los
bolsillos.) Apostaría que hay más.
|
CUESTA.-
Evarista, indulgencia.
|
ELECTRA.-
Tía, no se enfade usted...
|
EVARISTA.-
¡Que no me enfade, ya te
arreglaré, ya! Corre a vestirte.
|
DON URBANO.-
(Mirando su reloj.) Casi es la
hora.
|
—118→
|
ELECTRA.-
En un instante estoy...
|
EVARISTA.-
Anda, anda.
(Gozosa de verse libre, corre
ELECTRA a su habitación.)
|
Escena XII
|
|
CUESTA,
DON URBANO,
EVARISTA,
PANTOJA.
|
EVARISTA.-
(Con tristeza y desaliento.) Ya
ve usted, Leonardo...
|
CUESTA.-
La tranquilidad con que se ha dejado
sorprender sus secretos revela que hay en todo, ello poca o ninguna
malicia.
|
EVARISTA.-
¡Ay! no opino lo mismo, no,
no...
|
PANTOJA.-
(Por el foro algo sofocado.)
Aquí están... y también Cuesta, para que no pueda uno
hablar con libertad...
|
—119→
|
EVARISTA.-
(Gozosa de verle.) Al fin parece
usted...
(Se forman dos grupos: a la izquierda
CUESTA sentado,
DON URBANO en pie; a la derecha,
PANTOJA y
EVARISTA sentados.)
|
PANTOJA.-
Vengo a contar a usted cosas de la
mayor gravedad.
|
EVARISTA.-
(Asustada.) ¡Ay de
mí! Sea lo que Dios quiera.
|
PANTOJA.-
(Repitiendo la frase con
reservas.) Sea lo que Dios quiera... sí... Pero queramos lo que
quiere Dios, y apliquemos nuestra voluntad a producir el bien, cueste lo que
cueste.
|
EVARISTA.-
La energía de usted fortifica
mi ánimo... Bueno... ¿y qué...?
|
PANTOJA.-
Hoy en casa de Requesens, han hablado
de la chiquilla en los términos más desvergonzados. Contaban que
acosada indecorosamente del enjambre de novios, se deleita recibiendo y
mandando cartitas a todas horas del día.
|
—120→
|
EVARISTA.-
Desgraciadamente, Salvador, las
frivolidades de la niña son tales, que aun queriéndola tanto, no
puedo salir a su defensa.
|
PANTOJA.-
(Angustiado.) Pues oiga usted
más, y entérese de que la malicia humana no tiene límites.
Anoche el Marqués de Ronda, en la tertulia de su casa, delante de
Virginia, su santa esposa, y de otras personas de grandísimo respeto, no
cesaba de encomiar las gracias de Electra en términos harto mundanos,
repugnantes.
|
EVARISTA.-
Tengamos paciencia, amigo
mío...
|
PANTOJA.-
Paciencia... sí, paciencia;
virtud que vale muy poco si no se avalora con la resolución.
Determinémonos, amiga del alma, a poner a Electra donde no vea ejemplos
de liviandad, ni oiga ninguna palabra con dejos maliciosos...
|
EVARISTA.-
Donde respire el ambiente de la
virtud austera...
|
—121→
|
PANTOJA.-
Donde no la trastorne el zumbido de
los venenosos pretendientes sin pudor... En la crítica edad de la
formación del carácter, debemos preservarla del mayor peligro,
señora, del inmenso peligro...
|
EVARISTA.-
¿Cuál es?
|
PANTOJA.-
El hombre. No hay nada más
malo que el hombre, el hombre... cuando no es bueno. Lo sé por mí
mismo: he sido mi propio maestro. Mi desvarío, de que curé con la
gracia de Dios, y después mi triste convalecencia, me enseñaron
la medicina de las almas... Déjeme, déjeme usted... Yo
salvaré a la niña...
(Le interrumpe
DON URBANO, que pasa al grupo de la
derecha.)
|
DON URBANO.-
(Dando interés a sus
palabras.) ¿Saben lo que me dice Cuesta? Pues que entra la
cáfila los novios hay un preferido. Electra misma se lo ha
confesado.
|
EVARISTA.-
¿Y quién es?
(Pasa de la derecha a la izquierda,
quedando a la derecha
PANTOJA y
URBANO.)
|
—122→
|
DON URBANO.-
(A
PANTOJA.) Esto podría cambiar los
términos el problema.
|
PANTOJA.-
(Malhumorado.) ¿Pero esa
preferencia qué significa? ¿Es un afecto puro, o una pasioncilla
inmoderada, febril, de éstas que es el síntoma más grave
de la locura del siglo?
(Muy excitado, alzando el tono.)
Porque hay que saberlo, Urbino, hay que saberlo.
|
DON URBANO.-
Lo sabremos...
|
PANTOJA.-
(Pasando junto a
CUESTA.) Y usted, amigo Cuesta, ¿no
la interrogó?...
|
EVARISTA.-
(En el centro a
DON URBANO.) Tú procura
enterarte...
|
CUESTA.-
(Algo molesto ya, contestando a
PANTOJA.) Paréceme que despliegan
ustedes un celo extremado y contraproducente.
|
—123→
|
PANTOJA.-
(Con suavidad que no oculta su
altanería.) El celo mío, queridísimo Leonardo, es
lo que debe ser.
|
CUESTA.-
(Un poco herido.) Yo, como amigo
de la familia, creí...
|
PANTOJA.-
(Llevándose a
DON URBANO hacia la derecha.) Cuesta se
mete demasiado en lo que no le importa.
|
CUESTA.-
(A
EVARISTA, sin cuidarse de que le oiga
PANTOJA.) Nuestro buen Pantoja se
introduce con demasiada libertad en el cercado ajeno.
|
EVARISTA.-
(Sin saber qué explicación
darle.) Es que... como amigo nuestro muy antiguo y leal...
|
CUESTA.-
Yo también lo soy.
|
DON URBANO.-
(Mirando al foro.) Ya está
aquí el Marqués.
|
Escena XV
|
|
Los mismos;
BALBINA, que interrumpe bruscamente la escena,
entrando por la izquierda presurosa y sofocada.
|
BALBINA.-
(Alarma general.)
¿Qué?
|
TODOS.-
(Menos
ELECTRA.) ¿Qué?
|
BALBINA.-
¡Ay, lo que ha hecho la
señorita!
|
ELECTRA.-
(Aparte, dando una patadita.) Me
han descubierto.
|
BALBINA.-
¡Jesús, Jesús...!
¡Qué diabluras se le ocurren...!
(Riendo.) ¡Vaya que...! En
el nombre del Padre...
|
EVARISTA.-
(Impaciente.) Acaba...
|
ELECTRA.-
Confesaré si me dejan. Ha sido
que...
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BALBINA.-
Fue a casa de Don Máximo, y le
robó... porque ha sido como un robo... muy salado, eso sí.
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DON URBANO.-
¿Pero qué...?
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BALBINA.-
El niño chiquitín.
(Miran todos a
ELECTRA, que pronto se repone del susto, y adopta
una actitud serena y grave.)
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EVARISTA.-
¡Pero, hija...!
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PANTOJA.-
¡Niña, niña!
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BALBINA.-
Estaba en su casa dormidito. Entraron
de puntillas la señorita y esa loca de Patros... cargaron con él,
y acá nos le han traído.
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EVARISTA.-
Es absurdo.
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PANTOJA.-
(Disimulando su
irritación.) Además, poco decente.
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ELECTRA.-
(Con evasión.) Tía,
¡le quiero tanto...! ¡y él a mí!
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MARQUÉS.-
(Entusiasmado.) ¡Qué
chiquilla!
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CUESTA.-
Merece indulgencia.
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EVARISTA.-
Máximo estará
furioso...
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BALBINA.-
José corrió a
enterarse. Pronto sabremos...
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DON URBANO.-
¿Y el crío,
dónde está?
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BALBINA.-
En el cuarto de Patros le
escondió la señorita con el propósito de llevárselo
por la noche a su cuarto, y tenerlo allí consigo.
(Risas de los caballeros, menos
PANTOJA, que frunce el ceño.)
Despertó el chiquillo hace poco, y Patros le dio un bizcocho para que se
entretuviera... Yo que
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lo oigo... acudo allá, y me le
veo... ¡Virgen...! Quiero cogerle, él no se deja... tengo que
darle azotes...
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ELECTRA.-
(Corriendo hacia la izquierda con
instintivo impulso.) ¡Alma mía!
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PANTOJA.-
(Quiere detenerla.) No.
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EVARISTA.-
(La coge por un brazo.)
Aguarda.
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BALBINA.-
(En la puerta de la izquierda.)
Desde aquí se oyen sus chillidos.
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ELECTRA.-
¡Pobrecito mío!
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EVARISTA.-
Que lo lleven a su casa.
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ELECTRA.-
Nadie lo toque... Es mío.
(Forcejeando se desprende de
EVARISTA y
PANTOJA, que quieren sujetarla, y con veloz
carrera se va por la izquierda.)
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Escena XVII
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Los mismos;
ELECTRA, por la izquierda
con el niño en brazos.
El niño es de dos
años, poco más o menos.
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ELECTRA.-
¡Hijo de mi alma!
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EVARISTA.-
Niña, por Dios, déjale
y vámonos.
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DON URBANO.-
(Dando prisa.) Que llegamos
tarde...
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CUESTA.-
(Al
MARQUÉS.) Es un rasgo de
maternidad. Yo lo aplaudo.
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MARQUÉS.-
Y yo lo tengo por divino.
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EVARISTA.-
(Queriendo quitarle el
niño.) Vamos, mujer.
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ELECTRA.-
(Con paso muy ligero se aparta de los que
quieren quitarle el chiquillo. Éste se agarra al cuello de
ELECTRA.) No: ahora no puedo dejarlo, no,
no.
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EVARISTA.-
Cógelo, Balbina.
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ELECTRA.-
No... que no.
(Pasa de un lado a otro, buscando
refugio.)
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DON URBANO.-
Dámele a mí.
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ELECTRA.-
No.
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PANTOJA.-
(Imperioso, a
JOSÉ.) Usted, recójale.
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ELECTRA.-
Que no... Es mío.
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EVARISTA.-
¡Pero, hija, que tenemos que
irnos...!
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ELECTRA.-
Váyanse.
(Le molesta el sombrero, que tropieza en
la frente del niño, al besarle; con rápido movimiento se lo quita
y lo arroja lejos. Sigue paseando al nido, huyendo de los que quieren
quitárselo.)
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—133→
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EVARISTA.-
Basta ya. ¿Vienes o no?
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ELECTRA.-
(Sin hacer caso, hablando con el
pequeñuelo, que le echa los brazos al cuello y la besa.) Amor
mío, duérmete. No temas, hijo... No te suelto.
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EVARISTA.-
¿Pero vamos o no?
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ELECTRA.-
Yo no voy... ¿Tienes hambre,
sol mío? ¿tienes sed? Ved cómo a mí se agarra el
pobrecito pidiéndome que no lo abandone. ¡Egoísta!
¿No sabéis que no tiene madre?
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PANTOJA.-
Pero alguien tendrá que le
cuide...
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EVARISTA.-
(Imperiosa, a los criados.) Ea,
basta. Llevadle pronto a su casa.
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ELECTRA.-
(Con resolución, sin dejarse
quitar el chiquillo.) ¡A casa, a casa!
(Con paso decidido y sin mirar a
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nadie, corre hacia el jardín, y sale. Todos la miran
suspensos, sin atreverse a dar un paso hacia ella.)
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PANTOJA.-
¡Qué
escándalo!
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EVARISTA.-
¡Qué falta de
sentido!
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MARQUÉS.-
(Aparte.) Sentido le sobra. Ha
encontrado sa camino.
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