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Épica, soldadesca y autobiografía en el «Viaje del mundo» (1614), de Pedro Ordóñez de Ceballos

Miguel Zugasti


Universidad de Navarra


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El objetivo de estas páginas es muy simple: partiendo de una nueva lectura del Viaje del mundo (1614) de Pedro Ordóñez de Ceballos, trato de reivindicar este fascinante texto como un testimonio más -siquiera parcial- de la vida de un soldado español que, durante el último cuarto del siglo XVI, viajó y peleó por todo el orbe conocido. Esta obra, que a decir verdad no parece gozar de excesivo predicamento entre lectores y críticos modernos, no supone ninguna novedad para los estudiosos del género autobiográfico, que la conocen y editan con desigual esmero1. Ordóñez de Ceballos la escribió, en su retiro de Jaén, una década después de concluir sus correrías, cuando ya era clérigo y había arrinconado las armas. Con plena conciencia de estar ejerciendo un acto autobiográfico, repasa en primera persona sus treinta años deambulando por el mundo. El Viaje se divide en tres libros: en el primero nos habla de su época como soldado, en el segundo ya le vemos vistiendo los hábitos clericales y, en el tercero, nos brinda un resumen del itinerario y caminos que siguió en sus dilatadas andanzas.

Prestaré ahora atención exclusiva al libro I, ceñido a sus actividades soldadescas, que puede muy bien parangonarse con textos canónicos de vidas de soldados como los de Jerónimo de Pasamonte, Miguel de Castro, Alonso de Contreras o Diego Duque de Estrada. La crítica, a lo largo de todo el siglo XX, ha leído e interpretado con tino a estos autores, llegando al extremo de adscribirlos al subgénero denominado autobiografías de soldados2; con todo, llama la atención que ninguno de estos críticos repare en Ordóñez de Ceballos, debido seguramente a que era un sacerdote y no un militar cuando publica su Viaje. Creo que, a las puertas de este nuevo milenio, cabe reconsiderar el corpus de vidas de soldados españoles del Siglo de Oro y flexibilizar un poco más sus márgenes, de modo que puedan ingresar en la nómina otros autores que, al menos de manera tangencial, nos hablan también de su paso por la milicia. Gracias a la apertura de este nuevo espacio tendría cabida aquí el libro I del Viaje del mundo. Serían, además, merecedores de reexamen otros nombres como Juan Valladares y Valdelomar, que redacta sus «extrañas aventuras» de seglar cuando ya es presbítero en Córdoba; o Diego Galán, que con apenas catorce años de edad fue embaucado para hacerse soldado, lo cual derivó en un largo cautiverio en Argel y Constantinopla; otros autores a considerar, en fin, son Catalina de Erauso (la monja alférez), Alonso Enríquez de Guzmán o Juan de Persia, por citar solo a los más asequibles.






ArribaAbajo El Viaje del mundo: nota bibliográfica. Otras obras de Ordóñez de Ceballos

En 1614 la imprenta madrileña de Luis Sánchez saca a luz un curioso libro, en tamaño cuarto, titulado Viaje del mundo. Hecho y compuesto por el licenciado Pedro Ordóñez de Ceballos, natural de la insigne ciudad de Jaén. Nuestro autor dirige su obra a «Don Antonio Dávila y Toledo, marqués de San Román, sucesor y mayorazgo en la casa de Velada». Como suele ser normal en la época, algún tipo de patronazgo derivaba de estas dedicatorias: así, Ordóñez, tras alabar la «grande discreción y demás virtudes» del marqués, nombra a la marquesa, Dª. Constanza Osorio: «de la ilustrísima prosapia de Astorga»; por último, él mismo se retrata como «capellán y criado» de tan excelsos señores. Pues bien, seguramente por intercesión suya, en 1616 Ordóñez ya es canónigo de la catedral de Astorga, dignidad que, por cierto, nunca llegó a desempeñar en persona. A pesar de esto, mucho le debió satisfacer tal nombramiento, pues a partir de 1616 aparecen ejemplares del Viaje del mundo en cuya portada se añade la información de que el autor es «canónigo de la Santa Iglesia de Astorga»; en el pie de imprenta, además, consta el año de 1616, manteniendo inalterables la ciudad (Madrid) y el impresor (Luis Sánchez). En la Biblioteca Nacional de Madrid (en adelante BNM) existen ejemplares de los dos tipos: uno de 1614 (signatura R 5.829) y otro de 1616 (signatura R 421). Los bibliógrafos, hasta ahora, apuntan que se trata de dos ediciones distintas, como todo parece indicar, pero esto no es exacto. Tras cotejar los citados volúmenes observamos que ambos ofrecen el mismo colofón, de 1614, y que coinciden en la disposición de titulillos, planas... incluso en las erratas textuales y de paginación. Salvo por la portada, los ejemplares R 5.829 y R 421 de la BNM son idénticos, por lo que ya no cabe seguir hablando de dos ediciones sino de una; eso sí, edición príncipe de 1614 que tuvo dos emisiones, pues cuando en 1616 Ordóñez fue nombrado canónigo de la catedral de Astorga, Luis Sánchez modificó la portada de los ejemplares que todavía conservaba en su taller y los siguió comercializando con ese ligero cambio. En puridad, no estamos ante dos ediciones distintas, sino ante una sola que, tras emitirse por primera vez en 1614, se volverá a emitir (el tiraje sobrante) en 1616 con el leve cambio de la portada3.

Las noticias de estos dilatados viajes de Ordóñez de Ceballos llamaron la atención de los europeos y en la imprenta de Michel Colin, en Amberes, se publican traducciones parciales al holandés (1621), al latín (1622) y al francés (1622), siempre a modo de opúsculo de la Descriptio Indiae Occidentalis de Antonio de Herrera. Otro extracto se tradujo al inglés junto a la obra Pilgrimes de Samuel Purchas (Londres, W. Stansley, 1625). En el ámbito hispánico parece que el eco fue menor, debiendo llegar a finales del siglo XVII para dar con la segunda edición del Viaje del mundo, en Madrid, por Juan García Infanzón, 16914. No se reeditó el libro durante los siglos XVIII y XIX, mientras que en el XX goza ya de una mayor difusión por España y América, con seis ediciones diferentes5.

El resto de la producción literaria de Ordóñez de Ceballos, muy poco conocida, puede resumirse así:

-Cuarenta triunfos de la santísima Cruz de Cristo N. S. y Maestro, Madrid, Luis Sánchez, 16146.

-Tratado de las relaciones verdaderas de los reinos de la China, Cochinchina y Champáa, y otras cosas notables y varios sucesos, sacadas de sus originales, Jaén, Pedro de la Cuesta, 16287.

-Historia de la antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén, Jaén, Pedro de la Cuesta, 16288. En realidad el libro aparece bajo la autoría de Bartolomé Jiménez Patón, quien declara abiertamente que la primera redacción la hizo su amigo Pedro Ordóñez de Ceballos.

-Tratado de los reinos orientales y hechos de la reina María y de sus antecesores, y tres comedias famosas, una de «La mejor legisladora y triunfo de la santísima Cruz», y dos del «Español entre todas las naciones». Compuestas por dos aficionados religiosos, Jaén, Pedro de la Cuesta, 1629. Libro misceláneo que recoge obras propias y ajenas, siempre con la figura de Ordóñez -y sus viajes y observaciones geográficas- como eje central.

Bibliográficamente es un libro difícil de catalogar, pues por su naturaleza heterogénea está sujeto a variaciones (agregados u omisiones) de contenido. El ejemplar más completo es el de la Hispanic Society of America (101 Or 2), el cual contiene los tratados, los entremeses y un total de cinco comedias inspiradas en las hazañas de Ordóñez: dos del P. Alonso Remón (Primera parte de la famosa comedia del español entre todas las naciones y clérigo agradecido, con su continuación en la Segunda parte), una del P. Francisco de Guadarrama (La nueva legisladora y triunfo de la Cruz), y otras dos piezas, anónimas, intituladas Tercera parte de la famosa comedia del español entre todas las naciones y clérigo agradecido y su culminación con la Cuarta parte. En la British Library hay un volumen (11728 e 79) que aglutina cuatro comedias: las partes Primera y Segunda de Alonso Remón y las anónimas partes Tercera y Cuarta. En la BNM hay un ejemplar (R 6.219) que tan solo reúne tres comedias: las de Alonso Remón y la de Francisco de Guadarrama9.

-Tres entremeses famosos a modo de comedia de entretenimiento [a saber: Entremés del rufián, Entremés del astrólogo médico y Entremés del emperador y damas], Baeza, Pedro de la Cuesta, 163410.

-Cartas y escritos varios: carta a Jiménez Patón del 30 de septiembre de 1616 donde le pide que continúe su tratado sobre Jaén (incluida en el prólogo «Al lector» de la Historia de Jaén); un elogio de D. Luis Merlo de la Fuente y familia (en los preliminares del libro de Jiménez Patón, Decente colocación de la santa Cruz, Cuenca, Julián de la Iglesia, 163511); cinco dedicatorias diferentes a otras tantas comedias inspiradas en sus peregrinaciones alrededor del mundo12.




ArribaAbajoEstructura del Viaje del mundo (libro I)

Y porque en mi vida las cosas y sucesos prodigiosos que me han pasado han sido mientras seglar y, después, de clérigo, me pareció (discreto lector) referirlo en dos libros; y, así, trata el primero de los sucesos mientras seglar y el segundo de lo que me pasó después de clérigo. Y por no interrumpir la historia y para dar noticia y conocimiento de las tierras, reinos y provincias, hice por tercer libro un itinerario o viaje por dónde se camina y sus descubridores, y por dónde yo lo caminé y cosas famosas de los reinos en general y particular


(Viaje, I, Prólogo, p. 11)13.                


Este aviso del prólogo ya previene al lector sobre la estructura externa del Viaje. Como ya hemos anticipado, Ordóñez escinde su relato en tres libros: los dos primeros son netamente autobiográficos, ubicando la frontera entre ellos en el momento que fue ordenado sacerdote; el tercero es un compendio de las tierras, mares y cosas notables del mundo, según él las vio o según eran interpretadas en la época14. A lo largo de sus tres décadas de viajes y navegaciones él calcula que anduvo más de treinta mil leguas -unas cuatro veces el perímetro ecuatorial terrestre- recorriendo casi toda Europa, norte y sur de África, Oriente Medio, América, Filipinas, Japón, China, Cochinchina, India, Persia, etc.15 No disponemos de una cronología exacta que nos permita datar el grueso de sus andanzas, pero estas debieron realizarse entre 1573 y 1603 aproximadamente. Del mismo modo, carecemos de datos fiables sobre su fecha de nacimiento; las noticias de que disponemos proceden casi siempre de sus propios escritos: nació en Jaén hacia 1555, donde estudió hasta los nueve años en las escuelas de la Santa Capilla de San Andrés, como discípulo del afamado pedagogo y calígrafo Juan de Icíar; prosiguió sus estudios en Sevilla, en la Compañía de Jesús y colegio de maese Rodrigo, donde permaneció hasta los diecisiete años y obtuvo el grado de bachiller16. De acuerdo con esto, el grueso de sus correrías hay que enmarcarlo entre sus diecisiete y sus treinta y siete o treinta y ocho años, aunque en algún otro texto suyo afirma que ya empezó a viajar a los quince años de edad17. Estas ligeras variaciones evidencian uno de los mayores problemas con que se va a enfrentar el lector del Viaje del mundo: la enorme vaguedad cronológica en la que se suceden los episodios, fruto seguramente de que es una autobiografía basada en la ejercitación de la memoria, a varias décadas de distancia de los acontecimientos que se narran. Repárese además en que si el autor resume aquí treinta años de viajes y se retiró a Jaén hacia 1603-1604, su texto no se publicará hasta 1614, lo cual aleja todavía más el proceso de escritura del momento en que se produjeron los hechos. Por otra parte, dada la mentalidad de la época y las vagas referencias geográficas de que se disponía, Ordóñez se muestra muy reiterativo a la hora de indicar el número de leguas que recorrió en cada tramo, lo cual contrasta con la ausencia casi total de hitos cronológicos que jalonen su vida.

Por lo que al libro I respecta, el que resume su periplo como soldado, hay que apresurarse a decir que no se ofrece ni una sola fecha o apunte que facilite la tarea de datar sus aventuras. Para ubicar sus lances en el tiempo es preciso recurrir al método indirecto de ir deduciendo fechas a partir de las informaciones ofrecidas sobre otros personajes relevantes (todos ellos históricos) con los que el autor se cruza en el camino; pero esto, que tanto se parece a un rompecabezas, no siempre resulta operativo, dada a su vez la carencia de datos puntuales y fechables de estos segundos personajes que discurren por el Viaje del mundo. Valga como botón de muestra el que todavía ignoramos cuándo vistió Ordóñez los hábitos clericales y dejó de ser soldado, hito principal de su vida que lo utiliza como frontera entre los libros I y II. En el Viaje solo se dice que la ceremonia tuvo lugar en Santa Fe de Bogotá, si bien en el prólogo a otra obra suya, los Cuarenta triunfos de la santísima Cruz, aclara que «me ordenó de sacerdote el cristianísimo arzobispo don Luis Zapata de Cárdenas», el cual fue obispo de Bogotá entre 1573 y 1590. Cabe deducir de esto que Ordóñez pasó de soldado a religioso antes de 1590, pero sin que hoy por hoy nos sea posible fijar el momento exacto, si bien no pudo andar muy lejos de los años 1587-1588 (ver infra, apartado IV).

El libro I del Viaje del mundo lo forman treinta capítulos, cuyo contenido puede estructurarse del siguiente modo:

I, 1-4 Alguacil real en las galeras de Juan de Cardona, a través del Mediterráneo. Entrada en corso contra los turcos en dos galeras comandadas por Francisco de Benavides (pariente de Álvaro Bazán, marqués de Santa Cruz), tocando en Creta, Mar Egeo, Mar Negro, península de Crimea... y al regreso pasando por Creta, Venecia y Mesina hasta parar en Túnez. Se detallan incidentes varios con la flota turca, hundimientos de barcos, toma de riquezas, tormentas, rescate de cautivos cristianos, etc. Se citan los nombres de Marcos Ortiz (de Jerez) y Pedro de Lomelín, compañeros casi inseparables de Ordóñez en los años siguientes. La estadía en Túnez fue en son de paz, pues el bajá (Muley Mahomet) tenía una deuda de amistad con Juan de Cardona y fueron tratados como amigos.

I, 4-7 Viaje a Tierra Santa (dos meses, con salida y llegada en Túnez), junto al capitán Felipe de Andrade y en compañía de nuevos amigos como el gobernador Cáceres, el capitán Francisco Redondo y el bachiller Francisco Galavis. Estos tres últimos vivían cautivos en Túnez y fueron rescatados por Ordóñez, el cual les costeó asimismo los gastos del viaje a Jerusalén. Los tres reaparecerán en capítulos posteriores, cuando Ordóñez pasa a Indias y sufre dificultades, donde le devuelven su apoyo y amistad. El viaje lo hicieron con la compañía y protección del bajá de Siria, Alí Erbago.

I, 7-8 Viaje a Marruecos, con el capitán Felipe de Andrade, para rescatar más cautivos. Regreso a Sevilla y disensiones con el capitán que le obligan a dejar la flota.

I, 9 Breve actividad como proveedor general del ejército que se aprestaba para la guerra de África, bajo el mando del rey Don Sebastián de Portugal.

I, 10-11 Primer viaje a Indias, tocando en Santo Domingo y Cartagena. Inmediato regreso por La Habana y naufragio en Bahamas, donde roban cinco piraguas a unos indios y regresan a La Habana. Allí se retoma la navegación hasta llegar a España sin más incidentes. Viaje a Madrid. Dos viajes a Francia por trigo.

I, 12 Viaje a Europa con el Marqués de Peñafiel, pisando en Ginebra, La Rochela, Calais y Flandes, con regreso a Sevilla.

I, 13-14 Travesía al norte de Europa (Dover, Londres, Dinamarca, Alemania, Letonia, Finlandia, Suecia, Noruega, Irlanda, Escocia) para mercar con perros y halcones. Viaje a Guinea para comprar esclavos y venderlos después en Sevilla. Alférez en la jornada de Portugal, en las luchas entre Felipe II y el Prior de Crato por acceder al trono lusitano, de nuevo a las órdenes del Marqués de Peñafiel.

I, 14 Segundo viaje a Indias, arribando a Cartagena con el oficio de veedor.

I, 15-16 Jornada contra el alzamiento de los negros cimarrones, los cuales fueron reducidos y vendidos públicamente en Cartagena18.

I, 17 Jornada en busca de El Dorado comandada por D. García de Serpa, en la cual Ordóñez, a última hora, no pudo participar. Problemas con Lope de Orozco, gobernador de Santa Marta; Ordóñez tiene que huir por el Río Grande de la Magdalena en una balsa hecha de palos.

I, 18 Excurso sobre la vida y hechos de fray Luis Beltrán durante su estancia en Indias.

I, 19-23 Jornadas de Urabá y Caribana contra el alzamiento de los indios taironas. Ordóñez cree haber descubierto la mítica Casa del Sol, con tres ídolos de oro que desvalijó en parte.

I, 24 Población de las ciudades de Altagracia de Suma Paz y Santiago de los Caballeros. Visitador de las gobernaciones de Antioquia (a cargo de Juan de Rodas) y Popayán. En esta última tiene graves conflictos con el gobernador Jerónimo Tuesta de Salazar, quien le hace prisionero y le remite al puerto de Buenaventura.

I, 25 Se soluciona el conflicto y navega a la isla de Cocos, donde, tras una pendencia entre marineros, es abandonado solo en la isla. Sus compañeros se arrepienten del hecho y vuelven a por él. Retorno a Popayán y nombramiento de gobernador interino de dicha ciudad.

I, 26-30 Exitosa jornada contra los indios pijaos y paeces. Regreso de Tuesta de Salazar, gobernador titular de Popayán, y consiguiente salida de allí de Ordóñez. Va a Santa Fe de Bogotá y decide hacerse sacerdote.

El libro II empieza refiriendo sus primeros pasos como clérigo en Indias (caps. 1-4), pero pronto se interna en el Pacífico y llega hasta Asia (caps. 5-28), tocando en Japón, Camboya, India19... si bien el episodio central es su estancia en Cochinchina y la conversión al catolicismo de la reina María. Tras esto, circunnavega el Índico, pasando por el estrecho de Ormuz y costas de Arabia hasta el Cabo de Buena Esperanza, y de allí por el Atlántico de nuevo a América (cap. 28), con lo cual da completa la vuelta al mundo. Pasa unos años más como cura en Indias (caps. 29-38) y hacia 1602-1603 regresa definitivamente a España.




ArribaAbajoOrdóñez soldado, una aproximación cronológica

En ayuda de estos apuntes autobiográficos que nos ofrece Ordóñez, tan extensos como imprecisos y -en parte- desordenados, cabe aducir el resumen de su vida que él mismo aporta en el prólogo «Al letor» de los Cuarenta triunfos de la santísima Cruz (también de 1614), texto que por su brevedad contribuye a clarificar o reordenar un poco mejor las fases más destacadas de su existencia. He aquí algún pasaje:

Comencé a peregrinar por mandado del jurado Buen Cristiano, que así lo llamaban al que me crió, que su nombre era Alonso de Andrade de Avendaño, que fue el que dejó su casa y hacienda al convento de frailes vitorianos en Sevilla, en la calle Las Palmas. Mandome ir algunos viajes a Granada, Madrid, Lisboa y otras partes de España, donde en idas y vueltas fueron más de trecientas leguas; dos veces a Francia por trigo, de idas y vueltas más de mil leguas. Fui a las galeras y en dos años que estuve en ellas siendo alguacil real, fuimos a Génova, Hostia, Roma, Nápoles, Sicilia, Malta y, en corso con don Francisco de Benavides, hasta el Mar Mayor y laguna Meotis; de vuelta por el arcipiélago de islas, Candía y otras, y a Venecia, y vuelta a Candía, y de allí a Mesina y hasta Túnez en África. Y de allí el viaje a Palestina, a vista de Chipre, y a la santa ciudad de Jerusalem, y Belén; y visitados los lugares santos donde se obró nuestra redención, vuelta hasta Túnez, que serán más de tres mil leguas. De Túnez a Ceuta, Tetuán, Marruecos y Fez y otros pueblos de la Berbería a rescatar unos cautivos, y de allí vuelta a Sevilla, que fueron más de trecientas leguas. De Sevilla primer viaje a las Indias, y de vuelta perdido en la Bermuda, de donde salimos por milagro de la santísima Cruz en unas piraguas de indios derrotados hasta La Habana, y vuelta a Sevilla, más de tres mil y quinientas leguas.



Como se observará, los hechos comprimidos en este párrafo se corresponden con lo narrado en los once primeros capítulos del Viaje del mundo, si bien hay un par de matices que concitan nuestra atención: a) aquí vemos cómo sus andanzas fueron al inicio de índole mercantil, al servicio de Alonso de Andrade de Avendaño, tocando en Granada, Madrid, Lisboa y Francia (a por trigo), para enrolarse después en las galeras como alguacil real; en el Viaje del mundo se altera el orden, ubicando primero su paso por las galeras y después algunas actividades comerciales: en concreto es al final del capítulo 11 cuando leemos que «de Sevilla hice dos viajes a Francia por trigo, en los cuales gané gran cantidad» (I, 11, p. 59); b) se dice que pasó dos años en las galeras, cifra que no se menciona en el Viaje.

Esta discordancia en la concatenación de los hechos nos pone sobre aviso ante la falta de linealidad cronológica del libro. En contra de lo que tantos comentaristas han dicho, Ordóñez no se inventa los episodios mayores (otra cosa es la perspectiva personal que adopta ante ellos, tendente a presentarse siempre en el ojo del huracán), pero al escribirlos treinta o cuarenta años después de haberlos vivido termina por entrecruzarlos, de modo que antepone unos lances o pospone otros según los va rescatando de su memoria.

Si nos centramos un poco en su ingreso en las galeras (caps. 1-4), vemos que a la hora de buscar un puesto fue favorecido por el factor y proveedor general Francisco Duarte (Viaje, I, 1, p. 19): en efecto, hubo un factor de ese nombre en la Casa de Contratación de Sevilla, del cual existe cumplida documentación que abarca desde 1552 hasta 158820. Este Francisco Duarte y un alguacil mayor de Sevilla llamado D. Jerónimo de Montalvo fueron quienes recomendaron a Ordóñez como alférez de las galeras a D. Juan de Cardona. Se trata ahora de Juan de Cardona y Requesens (h. 1519-1609), capitán general de las galeras de Sicilia a partir de 1565, héroe de Lepanto en 1571 y general de las galeras de Nápoles desde finales de 1576, a cuyo mando seguía en 157921. Cardona considera que Ordóñez es demasiado joven para optar a alférez y lo nombra alguacil real; zarpan las galeras hacia Italia y en Mesina se juntan con las del Marqués de Santa Cruz (D. Álvaro de Bazán) y D. Francisco de Benavides22; escogen infantería y gente de la mar y salen al encuentro del turco: «con grandes promesas de libertad y muchos pertrechos de guerra nos despacharon en lo público a tomar lengua23, y en lo secreto en corso» (Viaje, I, 1, p. 21). La campaña fue muy exitosa para los españoles y Ordóñez explica cómo atraparon, saquearon y hundieron numerosos barcos y caramuzales otomanos; las autoridades venecianas, que tenían rigurosamente prohibido el andar en corso por sus dominios, recelaron de los españoles y hubo un agrio incidente diplomático que se solventó con la intervención del Marqués de Santa Cruz. De resultas de esta actividad corsaria se obtuvo «gran cantidad de oro, que todo se repartió entre todo género de gente, quedando todos contentos [...]. Hubo soldado de tres mil cequíes y otros dos mil. A su excelencia le cupo una gran suma, y así de este viaje fue su mayor riqueza» (Viaje, I, 3, pp. 28-29).

Ordóñez de Ceballos no apunta ninguna fecha para estos sucesos, pero un oportuno manuscrito editado por Fernández Duro los ubica en la primavera de 1576:

El año de 1576 empezó a sacar el Marqués de Santa Cruz sus 40 galeras [...], y empezando a navegar desde los 15 de marzo que envió a Don Francisco de Benavides con cuatro galeras en Levante, el que tomó dos bajeles de remo de turcos, y en el golfo de Satalias y sobre la isla de Rodas tomó y echó a fondo ocho navíos turquescos, siete caramuzales y un galeón [...]. Tomó vivos en estos bajeles 200 esclavos, y llegados a la isla de Candía, en puerto Suda, los venecianos convidaron al dicho Don Francisco a cenar y le prendieron y retuvieron su galera [...]. Las tres galeras [restantes] hallaron al Marqués de Santa Cruz [a 20 de mayo] y le dieron cuenta de lo que hicieron los venecianos, que como malos cristianos procuraban no se hiciese guerra a los turcos [...]. Sabido esto por el dicho Marqués, dio luego aviso de tal insolencia a su majestad y al señor Don Juan [de Austria], qu'estaba en Milán, y a los demás ministros de Italia, y cómo pensaba ir en busca de galeras venecianas y castigarles conforme a lo que merecían y insolencia que habían cometido en Candía24.



Estos hechos, sin duda, se corresponden con los referidos en los capítulos 1-4 del Viaje del mundo, pero no comparece bien la fecha de 1576 con la que barajamos como posible inicio de las andanzas de Ordóñez en torno a 1573. La solución a este desajuste puede hallarse en la cita del prólogo de los Cuarenta triunfos, donde afirma haberse dedicado primero a los negocios mercantiles (viajes a Granada, Madrid, Lisboa y Francia), para enrolarse después en las galeras. Si le concedemos el beneplácito de enfrascarse durante dos o tres años en el comercio, entonces sí nos encaja la fecha de 1576 como la de su incursión en la armada.

La siguiente aventura que se relata es la entrada en son de paz de las galeras de D. Juan de Cardona a Túnez, donde fueron recibidos y agasajados por el bajá Mahomad, quien había contraído una deuda de amistad con Cardona y ahora le ofrecía su hospitalidad25. Estaba por entonces también en Túnez el bajá de Siria, Alí Erbago, que tenía pensado regresar en breve a Siria. Ordóñez refiere el trato familiar que mantuvo con dichas autoridades y cómo le permitieron rescatar a unos veinte cautivos, citando los nombres de tres de ellos: Francisco de Cáceres, que había sido gobernador y capitán general en Indias26, el capitán Francisco Redondo (de Cali) y el bachiller Francisco Galavis, que luego fue arcediano y deán de la catedral de Quito. Todos ellos, más el capitán Felipe de Andrade, deciden ir a Tierra Santa, para lo cual juntan su galera a las del bajá de Siria y zarpan hacia el puerto de Jaifa. Durante los capítulos 4-7 se explican los pormenores del viaje, con descripciones de Jerusalén, Belén y demás lugares santos. El regreso, de nuevo a Túnez, se hizo en apenas dos meses, sin incidentes dignos de reseñar. Como siempre, carecemos de fechas para esta travesía, la cual bien pudo hacerse en lo que restaba de 1576 o quizás al principio de 1577.

El siguiente viaje es una incursión a Marruecos -con el capitán Felipe de Andrade- para rescatar cautivos, entrando por Ceuta y pasando por Tetuán, Marraquech y Fez; la jornada de regreso se hace de nuevo por Ceuta y concluye en Sevilla. Estamos ya en el cap. 8 y es aquí donde Ordóñez se siente envidiado y amenazado de muerte por otros soldados, entre ellos su amigo y medio pariente Felipe de Andrade, así que toma la decisión de dejar las galeras y devuelve a D. Juan de Cardona su vara de alguacil real (Viaje, I, 8, p. 48). Habida cuenta de que en el prólogo de los Cuarenta triunfos dice que estuvo dos años en las galeras, cabe deducir que su salida fue a principios de 1578.

Es así que en 1578 ejecuta varios encargos o comisiones del proveedor general de la armada, yendo a Écija, Sanlúcar, el Condado de Niebla, los Algarbes, Ayamonte, Faro, Tavira y otros lugares: «por todos aquellos puertos hice el oficio de mi comisión, despachando la gente y municiones con gran presteza» (Viaje, I, 9, p. 51). Ordóñez sí informa ahora que tales preparativos eran para la guerra de África que ese año acometería el rey de Portugal Don Sebastián, el cual contó con apoyo español. Menciona además la presencia de Don Sebastián en Cádiz, donde él le vio ejecutar algunas proezas con su caballo en festejos públicos. La estadía gaditana del rey luso está bien documentada: arribó al puerto de Cádiz el 28 de junio de 1578 y salió hacia Marruecos el 7 de julio; las fiestas públicas en su honor, donde hubo toros y cañas, acontecieron el 5 de julio27. Sabida es la imprevisión con que Don Sebastián planteó esta campaña y su desastrado final en Alcazarquivir, en agosto de ese mismo año. Ordóñez estuvo cerca, pero no llegó a participar en la batalla: «como los portugueses decían que el ganar a África lo tenían por jornada muy segura y cierta, de los castellanos se despidieron más de tres mil hombres, y entre ellos mi compañía» (Viaje, I, 9, p. 51).

En los capítulos 10-11 asistimos a su primer viaje a Indias, con destino a Cartagena; lo hizo en la flota de Tierra Firme del general Diego Maldonado, en una travesía muy tranquila que apenas demoró 50 días. En efecto, consta que la flota de Maldonado zarpó de Sanlúcar el 3 de abril de 1579 y llegó a Cartagena el 19 de junio28. Con todo, Ordóñez se equivoca al nombrar a Martín de las Alas como gobernador de Cartagena, pues este había muerto en 1570 y a la altura de 1579 la máxima autoridad allí era D. Pedro Fernández del Busto (cuyo nombre sí aparecerá después). Parece que se confunde también Ordóñez a la hora de explicar las graves diferencias surgidas entre Diego Maldonado y Cristóbal de Eraso, que era otro general de la flota española que estaba en Indias desde septiembre de 1578; no es verosímil la rocambolesca historia que nos cuenta de que Eraso dejó en tierra a Maldonado para regresar a España sin él. Aquí le traiciona la memoria o las ganas de novelizar un poco. Lo que sí sabemos hoy, gracias a las investigaciones de Huguette y Pierre Chaunu, es que Eraso estaba en Nombre de Dios el 24 de abril de 1579 y necesitaba la escolta de la armada de Maldonado para hacer la travesía del Atlántico sin temor a los piratas, con lo que a finales de junio decide ir él también a Cartagena. Pero Maldonado no le espera y las dos flotas se cruzan entre Nombre de Dios y Cartagena, sin que haya entendimiento entre los generales. Eraso se queja al rey de la actitud de Maldonado (carta del 27 de agosto de 1579 escrita en La Habana), mas al final impera el sentido común y ambos vuelven juntos a España; salieron de La Habana el 31 de agosto y entraron por la barra de Sanlúcar a mediados de noviembre de 1579, en lo que fue un viaje marcado por tormentas de todo tipo29.

En medio de estas desavenencias Ordóñez mete su cuarto a espadas y nos cuenta cómo le pide Maldonado que torne a España por su cuenta y llegue primero a la corte para abrir pleito contra Eraso; pero la mala suerte se ceba con la nao de Ordóñez y los suyos y naufragan en una isla de las Bermudas, quedando retenidos durante 57 largos días. El insospechado remedio a su aislamiento les llega con la entrada en la isla de un grupo de indios en cinco piraguas, las cuales se las arrebatan los españoles y consiguen remar hasta La Habana. Al decir de Ordóñez, allí reciben el apoyo de su gobernador, D. Gabriel de Montalvo, y logran adquirir otro navío para regresar a Sevilla, haciéndolo con apenas diez días de retraso respecto de Eraso, lo que nos situaría en diciembre de 1579. Hay un dato que no encaja en todo esto, y es que si la acción se localiza en 1579, D. Gabriel de Montalvo dejó de ser gobernador de La Habana en 157730, con lo que estaríamos ante otro error de memoria del autor, semejante al citado más arriba con Martín de las Alas.

Lo siguiente que nos cuenta Ordóñez en su Viaje (final del cap. 11 y caps. 12-13) es que hizo dos trayectos a Francia a por trigo (detalle que solventa en un par de líneas), pasando sin solución de continuidad a ocuparse por extenso de su relación con el Marqués de Peñafiel31, con quien va al norte de Europa: Oporto, Saint-Jean-D'Angèly, Ginebra, La Rochela, Calais, Flandes (donde estuvieron tres meses) y retorno a Sevilla. Después de este viaje es cuando Ordóñez nos habla de otras navegaciones suyas con fines mercantiles: compra un navío y hace una larga travesía de más de diez meses por Calais, Dover, Londres, Dinamarca, Alemania, Letonia, Rusia, Finlandia, Noruega (el mar helado detuvo la embarcación durante un mes) y Escocia, regresando a España por Bayona (en Galicia) y Sevilla. En esta ocasión traficó con perros, halcones y otras mercaderías, ganando unos 4000 ducados. A continuación, sin ningún tipo de reparos éticos, narra un viaje a África para comprar esclavos en la zona de Cabo Verde y Río Negro (el Níger), los cuales trae a Sevilla para su venta. Atribuye la prosperidad de tales negocios a que disfruta de un especial amparo de la Santa Cruz.

Tras este paréntesis, en los caps. 13-14 lo vemos de nuevo como soldado en la campaña de Felipe II contra el Prior de Crato por anexionarse la corona de Portugal: «Partí a la jornada del reino de Portugal y llegado a Lisboa me hallé hasta la entrada de esta ciudad como alférez» (Viaje, I, 13, p. 66). Las tropas españolas comandadas por el Duque de Alba tomaron Lisboa el 24 de agosto de 1580, y parece que allí estuvo Ordóñez, al lado de otros compañeros de armas como el Marqués de Peñafiel, el capitán Gonzalo de Sotomayor, Gabriel de Montalvo y su hijo Francisco, el capitán Bolea, etc. La fijación de este dato (agosto de 1580), combinado con el de su regreso de América en diciembre de 1579, nos fuerza a que todos los viajes citados en los caps. 12-13 hayan de comprimirse en la primera mitad de 1580, lo cual es imposible de todo punto. Creo que nos hallamos otra vez ante una interpolación entre hechos militares y otros de índole mercantil, de modo que sus visitas a Francia (a por trigo), al norte de Europa (a por perros y halcones) y al África (trata de esclavos) habría que situarlas quizás en el trienio que se dedicó a los negocios (1573-1575). Por contra, sí nos permite la cronología ubicar su viaje a Flandes con el Marqués de Peñafiel en los meses iniciales de 1580, para luego seguir juntos en agosto de ese mismo año en la jornada de Lisboa. De ser así las cosas, habría una mayor unidad en las secuencias, sin el corte que señala el texto de haber estado primero con el Marqués de Peñafiel en Flandes, marchar luego solo a mercadear por Europa y África, y el posterior reencuentro con el Marqués en la guerra de Portugal. Es posible incluso que en el momento de escritura, al tratar de su viaje a Flandes con el Marqués, Ordóñez evocara los distintos lugares de Europa que ya conocía y optara por transcribirlos en ese mismo capítulo, anteponiendo la contigüidad geográfica a la unidad cronológica. Estas conjeturas, por supuesto, chocan tanto con la linealidad del Viaje del mundo como con lo resumido en el prólogo de los Cuarenta triunfos32, pero insisto en que es imposible realizar todos estos viajes en la primera mitad de 1580, más aún cuando él va marcando tiempos y dice que pasó tres meses en Flandes, diez en el Báltico, etc. No hay duda de que en estos capítulos asistimos a otro fallo de memoria por parte de Ordóñez, siendo la solución más viable retrotraer los viajes de negocios al periodo 1573-1575 y fijar los hechos de armas con el Marqués de Peñafiel entre enero-agosto de 1580.

Prosiguiendo el hilo de nuestra lectura, al final del cap. 14 vemos a Ordóñez embarcado por segunda vez hacia Cartagena de Indias, gracias a la ayuda prestada por el Marqués de Peñafiel y el factor Francisco Duarte (que ya fue nombrado en el cap. 1); durante la travesía muere el veedor Alonso de Cabrera33, quien cederá sus poderes a Ordóñez. Durante los caps. 15-16 se trata del alzamiento de los negros cimarrones en la zona de Cartagena y Santa Marta; el gobernador de aquella ciudad, Pedro Fernández del Busto (1574-1586), pide a nuestro autor que sofoque la rebelión, lo cual hace con éxito, terminando el caso con la venta pública de esclavos en Cartagena. En opinión de Guillot, se trataría aquí del palenque de Malambo, que fue debelado por Ordóñez en 1580, realizándose la venta de 400 esclavos en 158134. Una vez más los límites cronológicos son muy estrechos, quizás demasiado, pero el lector del Viaje del mundo ya se va acostumbrando a que Ordóñez acumule gran cantidad de episodios en muy corto lapso de tiempo; en todo caso, de ser cierto que el palenque de Malambo lo redujo Ordóñez en 1580, eso debió ser hacia noviembre o diciembre, ya que a finales de agosto estaba en Lisboa.

El cap. 17 es uno de los más difíciles de ubicar, pues trata sobre una nueva expedición para descubrir El Dorado y la mítica ciudad de Manoa, encabezada por García de Serpa (hijo de Diego Fernández de Serpa, que dirigió otra incursión doradista en 1568). Los historiadores modernos no prestan atención a esta tentativa de García de Serpa35, aunque Ordóñez abunda en noticias sobre los preparativos y ofrece el nombre de su amigo Pedro de Lomelín como uno de sus seguros participantes. La jornada fue un completo fracaso (como no podía ser de otra manera, ya que se trataba de localizar un mito y no una realidad), pero Ordóñez advierte que él no la hizo entera por ciertos problemas con unos acreedores, acudiendo tan solo a las etapas iniciales: Cartagena, Santa Marta, Salamanca de la Ramada y laguna de Maracaibo. Tras separarse de los expedicionarios pasa por Valledúpar y Tenerife; aquí tiene serios problemas con el gobernador Mateo Rodríguez36 y decide huir en una balsa de palos por el Río Grande de la Magdalena. Carecemos del más mínimo dato que permita fijar estos hechos en el tiempo.

El siguiente capítulo también es especial, pues Ordóñez deja aquí de hablar de sí mismo y hace un excurso sobre el paso de fray Luis Beltrán por las Indias; lo tilda repetidas veces de santo (fue beatificado en 1608 y canonizado en 1671) y refiere dos profecías suyas que se cumplieron a raja tabla: una es el fracaso de esta enésima búsqueda de El Dorado y otra la toma de Cartagena por el inglés Francis Drake.

Sobreviene ahora una demorada descripción del alzamiento de los indios taironas37y caribes en Urabá y Caribana (caps. 19-23), en cuya reducción cobrará Ordóñez papel preponderante, esta vez en calidad de maese de campo. Son muchas las hazañas guerreras que se narran, de nuevo sin aportar fecha alguna; no obstante, en un momento dado se dice que los indios incendiaron Santa Marta (Viaje, I, 21, p. 104) aprovechando que su gobernador había salido a la defensa de Cartagena, tomada entonces por Drake38. Este dato permite situar la acción en la primavera de 1586, pues el pirata inglés se mantuvo en Cartagena desde el 9 de febrero (miércoles de ceniza) hasta el 2 de abril de ese año (octava de la Pascua de Resurrección). Superados los altercados con los taironas39, hubo reparto de encomiendas que provocó alguna disputa entre los gobernadores de Santa Marta (Lope de Orozco) y Cartagena (Fernández del Busto), lo cual ratifica la fecha de 1586, ya que ese mismo verano este último dejó la gobernación de Cartagena en manos de su sucesor, Pedro de Lodeña40.

El cap. 24 está vinculado de algún modo a estos levantamientos indios, pues se habla de cómo se poblaron entre las tribus de los sutagaos las ciudades de Altagracia de Suma Paz y Santiago de los Caballeros, si bien páginas atrás ya nos anticipa Ordóñez que los nativos tardaron poco en incendiarlas y matar a todos los españoles (Viaje, I, 23, p. 115). En este momento se abre un paréntesis en los hechos de armas y vemos a Ordóñez ocupando cargos administrativos, pues la Audiencia de Santa Fe lo reviste con la autoridad de visitador y lo manda a las gobernaciones de Antioquia (a cargo de Juan de Rodas) y Popayán. Será en esta última ciudad donde colisione con el gobernador Tuesta de Salazar41, que no duda en sustanciarle proceso y remitirlo preso al puerto de Buenaventura. Por fortuna, su amigo el capitán Francisco Redondo (ya en el cap. 25) le ayuda en trance tan duro y consigue su libertad, gracias a que él era precisamente juez de Buenaventura. Pasado el apuro, le hallamos de nuevo dedicado al comercio, como capitán de un navío que va a la isla de Cocos para cargarlo de dicha fruta. Tiene un serio incidente con la tripulación y lo dejan abandonado en la isla, a merced de los aborígenes, pero los del barco se arrepienten de lo hecho y vuelven a por él. Regresan a Buenaventura y allí las cosas han cambiado mucho, para bien suyo: la Audiencia requiere la presencia de Tuesta Salazar en Santa Fe (para examinar si cometió abuso de autoridad con Ordóñez) y mientras se aclara todo dispone que éste sea el gobernador interino de Popayán42.

Los cinco últimos capítulos del libro I (26-30) muestran el regreso de Ordóñez a la actividad propia de la milicia, pues la zona de Popayán donde ahora se encuentra es objeto de un nuevo alzamiento de los indios pijaos y paeces. En esta ocasión vemos a Ordóñez como a un estratega en la guerra contra los aborígenes, dirigiendo a avezados capitanes españoles (Hernán Álvarez de Saavedra, Bocanegra, Juan Rosero, Pedro de Lerena, Alejandro de Alejandre, Pedro de Lomelín...) y derrotando a los indios tras sangrienta batalla. Como siempre, nuestro autor omite la fecha del suceso, pero sí repite varias veces que el alboroto se produjo tras la muerte del obispo de Popayán fray Agustín de la Coruña (OSA)43, el cual falleció el 25 de noviembre de 1589. Si cruzamos ahora este dato con la noticia anterior de que Ordóñez fue ordenado sacerdote por el arzobispo Zapata de Cárdenas en Bogotá, y sabemos además que este último murió el 24 de enero de 1590 en un accidente de caza44, resultará entonces que todo el episodio de los pijaos y paeces habría que circunscribirlo a diciembre de 1589 y enero de 1590, lo que parece un periodo demasiado estrecho para tal cúmulo de sucesos. Una posible explicación es que Ordóñez esté confundiendo (desde la lejanía temporal y espacial en que escribe) la ausencia de Popayán de fray Agustín de la Coruña por razón de exilio (estuvo en Quito durante 1582-158745) con su muerte: de ser así, el último año de exilio (1587) se avendría mejor con los hechos narrados. Además, si saltamos por un momento al libro II, cap. 5, el autor nos sorprende por primera vez con una fecha concreta y declara que en diciembre de 1589 estaba surcando el Pacífico, en alguna isla próxima a las Marianas: «Tuve allí la Navidad del año de 1589, habiendo poco más de un año que había salido de Quito, y más de dos meses del puerto de Acapulco» (Viaje, II, 5, p. 170). Si el dato no es erróneo, Ordóñez bien pudo estar sofocando a los pijaos en la zona de Popayán y retirándose después a Santafé para hacerse sacerdote durante 1587 y los primeros meses de 1588.

Sobre la belicosidad y valentía de los pijaos hay abundantes testimonios; Rodríguez Freile apunta lo siguiente en El carnero:

Las armas de toda esta gente eran lanzas de treinta palmos, dardos arrojadizos, que tiraban con mucha destreza, macanas, y también usaban de la honda y piedra, porque pijaos y paeces traían guerra; y siempre la trajeron con coyaimas y natagaimas, aunque para ir contra españoles o a robarlos y saltearlos, todos se aunaban.

Pues estas gentes, por más tiempo de cuarenta y cinco años, infestaban, robaban y salteaban estos dos caminos, matando a los pasajeros, hombres, mujeres, niños, sacerdotes, con todos los criados y gente que los acompañaban. Muchas veces salieron capitanes a guerrearlos, entrándoseles a sus propias tierras; pero como tenían las dos fuertes guaridas del Río Grande y de las montañas, hacíase poco efecto. Pues llegó a tanta desvergüenza el atrevimiento de esta gente, que quemaron y robaron tres ciudades: la de Neiva, el año de 1570; la ciudad de Páez, el año de 1572; la ciudad de San Sebastián de la Plata, el de 1577; y últimamente acometieron a la ciudad de Ibagué.46



En línea con esto, fray Pedro Simón, en sus Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme, informa de diversos levantamientos pijaos en la última mitad del siglo XVI y principios del XVII, nombrando a distintos capitanes españoles que los combatieron (entre ellos no aparece Ordóñez de Ceballos47); otro historiador como Pedro de Aguado refiere por extenso la revuelta pijao de 1562, debelada por el capitán Domingo Lozano48; hay referencias también de que incendiaron la ciudad de la Plata el 17 de junio de 157749; José Manuel Groot estudia el asalto a Ibagué en 1603, sofocado por Bocanegra50. A pesar de estas pesquisas, no he tenido la fortuna de hallar información veraz que ubique a Ordóñez de Ceballos peleando contra los pijaos y paeces hacia el final de la década de 1580.




ArribaAbajoDimensión épica de Ordóñez de Ceballos

Tras haber repasado los episodios mayores que Ordóñez nos cuenta de su vida como soldado durante doce años aproximadamente, la sensación que extrae el lector es de un cierto vértigo, derivado del cúmulo de lances, aventuras, sucesos, navegaciones, azares, peligros de muerte, naufragios, combates, abordajes, duelos a espada, heridas, emboscadas, amarguras, triunfos, prisiones, sufrimientos... que padece el protagonista. ¿Estamos ante el relato de una vida real, con los tintes épicos propios de su época y condición (soldado de Felipe II, esto es, en el punto álgido del imperio español), o por el contrario asistimos a un proceso de magnificación del yo narrativo donde el autor inventa, miente o noveliza sin empacho alguno? Ordóñez de Ceballos es consciente de que hay varios factores (el punto de vista adoptado, rasgos de estilo... pero sobre todo lo desmesurado de los hechos que narra) que pueden sugerir la idea de que su autobiografía incurre en exageración, prolongación fantasiosa o falta de veracidad. Y eso es precisamente lo que ocurrió -y ocurre- con los lectores de ayer y hoy, ante lo que él hace insistente protesta de que su relato se atiene a la verdad histórica. Desde la mentalidad de la época aduce, como prueba irrefutable de autenticidad, una certificación del Real Consejo de Indias que resume los servicios que él prestó a la corona, la cual reproduce íntegra:

Y para que no te parezcan cosas fabulosas las que leyeres en este libro, ni imposible haberle acaecido a una persona tanto y haber andado tantas tierras, lee la certificación del Real Consejo de las Indias, que vio y le constó todo lo susodicho, por informaciones auténticas secretas que contra mí hicieron la Real Audiencia y obispo de Quito, y pareceres que sobre ello dieron, que es como sigue:

[Se transcribe la certificación, firmada por el secretario Pedro de Ledesma].

Lo cual he puesto para que de ello te conste, prudente lector, que lo que en el libro pongo es cosa averiguada, cierta y aprobada por tan grande tribunal, que sobre todo hizo informaciones auténticas. En lo que hallares faltas, recibe mi buen deseo, que siempre fue acertar. Vale.


(Viaje, I, Prólogo, pp. 12-13).                


El objetivo de Ordóñez al transcribir este tipo de información es evitar que el lector piense que fantaseó y exageró su vida, autoelogiándose más de lo que permite el decoro y el servicio a la verdad. Jiménez Patón, gran amigo suyo, no duda en creerlo todo a pies juntillas, y en el prólogo «Al lector» de la Historia de Jaén dice: «Hallé cosas tan notables en historia verdadera y de nuestro tiempo [...] que [...] me dio que admirar», para añadir: «Su poca salud no le daba lugar a hacerle rostro a la envidia que en algunos pechos había causado su admirable historia». Y la impresión que uno extrae al leer el Viaje del mundo es precisamente esa, la de estar ante un ser excepcional y asombroso, como en efecto lo fue. No escasean en el libro las expresiones de humildad, aunque también es cierto que nos cuenta su vida partiendo de un alto concepto de sí mismo (en el polo opuesto, en teoría, del «desengañado» Diego Duque de Estrada). Desde los preliminares se autodenomina «clérigo agradecido», lo que reiterará en el capítulo primero: «Donde se da noticia de la patria y crianza del clérigo agradecido». Considera que la gratitud es su principal cualidad51. Asimismo, pinta la liberalidad como otra de sus virtudes: su protector Alonso de Andrade le aconsejó ser dadivoso («Gasta y tendrás amigos, pues la mayor riqueza es el corazón de los tales», I, 14, p. 72) y él lo tuvo siempre en cuenta: rescata cautivos en Túnez por su cuenta, costea el viaje a Jerusalén de todos sus compañeros, las pingües ganancias obtenidas durante los dos años de corso las reparte entre sus amigos, etc. A menudo insiste en su habilidad como restaurador o pacificador, ya sea en disputas entre particulares (se reconcilia con sus enemigos, los perdona y acaba entablando amistad con ellos52), ya sea en alzamientos de negros o indios: jornadas de los cimarrones (I, 15-16), de Urabá y Caribana (I, 19-23), de los pijaos y paeces (I, 26-30)53, etc.

No faltan jugosos detalles sobre la vida de la soldadesca: afición a dados y naipes, rencillas, pendencias, duelos a punta de espada o situaciones desesperadas como las de algún naufragio en una isla donde había muchos hombres y pocas mujeres, con los consiguientes problemas de orden público y moral que ello acarreaba:

Por nuestros pecados nos ha castigado Dios en echarnos a la isla de la Bermuda, a do no hay esperanza de salir para siempre jamás, sino perecer, y lo peor será de sed, que estaremos rodeados de agua para más tormento, y rabiando nuestras entrañas no hallaremos una gota de agua [...]. Yo, enderezando mi plática al contador, que era un hombre muy venerable, le procuré consolar en tan gran pérdida [...] y le ofrecí el cargo que yo tenía y le puse en las manos un bastón que yo tenía en las mías. Todos lo tuvieron por bien y juraron obedecerle [...]. La gente de la mar sintió en alguna manera que hubiese cargo perpetuo, y como ellos eran más y tenían las armas (que eran tres espadas, dos dagas y dos cuchillos), se juntaron y dijeron que pues no habían de salir de allí, que se repartiesen las mujeres, y ellos querían que fuese entre ellos y luego por suertes o que cada tantos tuviesen una. Acudí a ellos y, entendiendo su locura, les dije tantas razones que callaron [...]. En lo de las mujeres les prometí la mayor parte cuando fuese tiempo, y les pedí las armas, las cuales me dieron luego.


(Viaje, I, 10, pp. 53-54)                


No obstante, no abusa Ordóñez de estos episodios buscando un heroísmo fácil54, ni tampoco se olvida de encarecer el valor de otros compañeros suyos como Pedro de Lomelín, Marcos Ortiz y tantos otros. Fernández Duro ya advirtió con tino cómo Ordóñez, al contrario que otros panegiristas de sí mismos, habla de los demás con honestidad y consideración, elogiando sus hechos cuando la situación lo requiere55. Antes que desbordar o fatigar al lector con descripciones bélicas, que no faltan, opta por algo más sutil como es detallar ardides de guerra que, gracias a su ingenio, les salvaron de graves peligros: en la represión de los pijaos se pinta a sí mismo como un gran estratega que fue capaz de adivinar las intenciones ocultas de los indios para después vencerlos (Viaje, I, 28, pp. 137-39 y I, 29, p. 143). No es de extrañar, pues, la presencia de algunas frases de complacencia o impúdico autoelogio que no sabe (o no quiere) refrenar:

Fue necesario lo primero el favor del Altísimo y mi gran corazón para no desfallecer.


(Viaje, I, 10, p. 54)                


Hice mi visita, confederando los que no lo estaban y acabando negocios, haciendo amistades y ganando amigos y buena fama.


(Viaje, I, 24, p. 117)                


Fue escarmiento para que de allí adelante me dejasen y aprobasen todo lo que mandaba.


(Viaje, I, 28, p. 139)                


Con estar acabada la guerra, nos fuimos a Popayán, donde fui recibido con grandes demostraciones de alegría por la victoria adquirida.


(Viaje, I, 30, pp. 148-49)                


Ordóñez expresa su convencimiento de contar con el favor divino, beneficiándose de hechos milagrosos que le salvaron la vida en múltiples ocasiones: rescate del naufragio sufrido cerca de Bahamas gracias a la aparición de cinco piraguas que arrebataron a los indios (I, 11), elección correcta del camino a Tolú en el socorro de Urabá eludiendo emboscadas (I, 20), salida indemne de un gran diluvio (II, 4), etc. Es un gran devoto de la Santa Cruz, pero llega al extremo de considerarse bajo su protección ¡cuando se estaba dedicando a la trata de esclavos!: «En los Ríos compramos y con brevedad tornamos hasta Sevilla con tiempo próspero, viento en popa, que parecía que una promesa que hicimos en Sevilla a Santa Cruz de una cruz de plata y misas para las ánimas era la perfecta aseguración» (Viaje, I, 13, p. 66). En este sentido Ordóñez es un hombre de su tiempo, con la peculiar mentalidad de los españoles de entonces, partícipes todos ellos de un cierto providencialismo que les facultaba para recorrer y conquistar el mundo difundiendo la fe católica y la cultura española, sin perjuicio de dedicarse también a negocios lucrativos como la compra venta de esclavos o la búsqueda del oro de Indias. No podemos juzgar sus actos desde nuestra mentalidad actual, del siglo XXI, sino que debemos contextualizarlo en su época y circunstancias: así entenderemos por ejemplo que cuando dé el parte de bajas de alguna batalla distinga entre hombres (blancos), negros e indios: «debieron de matar más de dos mil [enemigos], sin que [ellos] matasen ni hiriesen hombres, solo tres negros y un indio [de los nuestros]» (Viaje, I, 29, p. 145); «nos mataron un hombre y nueve negros» (Viaje, I, 29, p. 146); «costó la acometida cuatro hombres y siete negros y dos indios, y de ellos [los enemigos] más de mil» (Viaje, I, 30, p. 147); «de nosotros faltaron, con uno que se murió aquel día, cincuenta y dos hombres, casi otros tantos negros y aun no cien indios. Sentilo mucho» (Viaje, I, 30, p. 147).

Cabe retomar, para concluir, el interrogante planteado más arriba: ¿Ordóñez se inventa las cosas, se atribuye triunfos y méritos indebidos, o por el contrario se ajusta a la verdad más de lo que cabe imaginar en una primera impresión lectora? Fernández Duro habla de «autobiografía maravillosa» y duda de su veracidad56; en línea con él, otros estudiosos suelen encarecer lo «inverosímil» y «disparatado» de su vida, «que apenas si es creíble»57. En nuestra opinión hay que atemperar bastante estas opiniones, pues a la luz del seguimiento cronológico de sus pasos que hemos realizado en el apartado IV, documentando los hechos mayores que él narra, ya no cabe seguir hablando de autobiografía fabulosa. Sí han operado en contra de Ordóñez ciertos fallos de memoria que no permiten casar bien la sucesión de los episodios, así como su carencia absoluta de fechas orientativas (en el libro I), pero por encima de todo está esa sensación de que en el Viaje del mundo hay una suerte de magnificación épica del yo narrativo que tiende a alejarlo de la verdad histórica. No obstante, hablamos de sensaciones o impresiones lectoras, y de ahí a la falta total de veracidad resta todavía un largo trecho. Además, un lector moderno bien podría extraer similar idea de exageración al recorrer las autobiografías de otros soldados y aventureros del Siglo de Oro como Alonso de Contreras, Miguel de Castro, Jerónimo de Pasamonte o Diego Duque de Estrada. El de Ordóñez es un caso de vida desbordante, desmesurada, exagerada..., en efecto, pero exagerada por sí misma, por la propia naturaleza de los tiempos, no necesariamente reñida siempre con la verdad. A su favor cabe aducir de nuevo la autorizada opinión de Jiménez Patón (el cual era su amigo, en efecto, pero también fue secretario del Santo Oficio de la Inquisición, de quien no cabe esperar un falso testimonio), quien certifica la existencia de documentos probatorios de su vida y hechos:

Todo lo cual consta y parece por cuatro informaciones de oficio y parte, y cuatro pareceres de la Real Audiencia, Obispo y Provisor de Quito, Gobernador y Capitán General de los Quijos, y los Consejos Reales de Castilla y de las Indias, que han visto sus papeles y le han mandado poner en el memorial con partes y servicios.58


El hallazgo de estos papeles es reto abierto a los investigadores de hoy, con pistas a seguir como las del Archivo General de Indias, el Museo Naval de Madrid o Archivos de la Inquisición. Debemos ser muy cautos a la hora de leer a Ordóñez en clave histórica, pero estamos en condiciones de asegurar que no falta a la verdad en las líneas maestras de su relato, aunque en detalles se equivoque. El Viaje del mundo es una autobiografía real que da cuenta de hechos históricos vividos por su autor, solo que al aplicar en exceso el foco de la acción sobre su persona produce el efecto de cierta deformación o magnificación de lo narrado, hasta el punto de parecernos en ocasiones inverosímil. Pero no es así del todo, muchos de sus datos son verificables hoy en día y los historiadores del siglo XVI deben recuperar el Viaje del mundo como una fuente más de estudio, en la seguridad de que cuanto mejor conozcamos la época, mayor peso específico irá adquiriendo la figura de Pedro Ordóñez de Ceballos.






ArribaBibliografía

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