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ArribaAbajoActo IV


Escena primera

 

La costa oriental del lago de los Cuatro -Cantones. Rocas escarpadas y de forma rara, limitan el horizonte al oeste. El lago, borrascoso. Truenos y relámpagos.

 
 

KUNZ DE GERSAU. -Un PESCADOR y su HIJO.

 

KUNZ.-  No queréis creerme, pero yo lo he visto con mis propios ojos; todo ha ocurrido cómo os decía.

PESCADOR.-  ¡Preso Tell y llevado a Kussnacht! ¡El hombre más honrado de la comarca, el más valiente el día en que fuese necesario combatir por la libertad!

KUNZ.-   El mismo gobernador le acompaña por el lago. Iban a embarcarse cuando salí de Fluelen, pero tal vez les ha detenido la borrasca, que ya se acercaba, y que me ha obligado a detenerme aquí.

PESCADOR.-  ¡Preso Tell!... ¡Tell en poder del gobernador!... ¡Oh!... ya podéis suponer que van a sepultarle en el más hondo calabozo para que no vea más la luz del día, porque Geszler temerá la justa venganza del hombre libre que maltrató con tal crueldad.

KUNZ.-  Dicen que está muriéndose nuestro antiguo landammann, el noble señor de Attinghausen.

PESCADOR.-  De modo que va a romperse nuestra última áncora de salvación... Era el único hombre que osaba todavía levantar la voz en defensa de los derechos del pueblo.

KUNZ.-   La tempestad crece... Con Dios...; me voy al lugar en busca de posada, pues hoy no hay que pensar en salir.  (Se va.) 

PESCADOR.-  ¡Tell preso, y el barón muerto! Alza tu frente con descaro, ¡oh tiranía! ; cese todo escrúpulo. La boca de la verdad ha enmudecido, la mirada penetrante se extinguió, el brazo que debía libertarnos está encadenado.

EL HIJO DEL PESCADOR.-   Graniza que es un primor, padre... Vamos a casa... no es tiempo éste para estar al aire libre.

PESCADOR.-  Rujan los vientos, y relumbren los rayos, y revienten las nubes e inunden la tierra las cataratas del cielo. ¡Así perezcan en germen las generaciones por venir, y los elementos desencadenados se agiten con furor, y vengan de nuevo las fieras a apoderarse de la tierra asolada! ¿Quién querrá vivir aquí sin libertad?

EL HIJO DEL PESCADOR.-  ¡Oid!... ¡Qué rumor en los abismos! ¡Cómo muge el viento nunca sopló sobre las olas del lago tan furiosa borrasca.

PESCADOR.-  ¡Derribar una manzana sobre la cabeza de un hijo! ¡Jamás se impuso tal a un padre! ¿No ha de sublevarse con furor la naturaleza entera con semejante acción? ¡Ah! No me sorprendería ver desplomarse estas rocas, confundirse estas agujas y muros de hielo, inmóviles desde la creación, partidas las montañas, hundidas las cavernas, un segundo diluvio inundando la tierra,

 

(Suenan campanas a lo lejos.)

 

EL HIJO DEL PESCADOR.-   ¿Oís sonar las campanas? Habrán divisado una barca en peligro, y tocan a oración.

 

(Se encarama a una altura.)

 

PESCADOR.-  ¡Ay de la barca que navega en este momento, mecida por el terrible oleaje! No han de valerle ni timón ni piloto. La tempestad reina como soberana, y el viento y las olas se mofan de los esfuerzos del hombre. Ni refugio ha de hallar, que no lo ofrecen estas escarpadas rocas... sólo le presentan su rudo pecho.

EL HIJO DEL PESCADOR.-   (Mirando hacia la izquierda.)  Padre, es una barca que viene de Fluelen.

PESCADOR.-  ¡Dios socorra a la pobre gente! Cuando la tempestad ha penetrado en esta sima, se revuelve colérica como bestia feroz contra los hierros de su cárcel; muge y busca en vano salida... porque los altos peñascos tocando al cielo la aprisionan y le cierran el paso.  (Se encarama a la altura) .

EL HIJO DEL PESCADOR.-   Padre, es la barca del gobernador de Uri; la reconozco por su cubierta roja y por su bandera.

PESCADOR.-  ¡Justicia de Dios!... Sí: es él, el gobernador. Viene hacia aquí, su crimen va consigo. Pronto le alcanzó la mano del Vengador omnipotente; ya ve ahora que hay un poder superior al suyo; estas olas no ceden a su voz... no se inclinan estas rocas delante de su sombrero. No ruegues por él, hijo mío; no detengas la mano del juez...

EL HIJO DEL PESCADOR.-   ¡Yo no ruego por el gobernador, sino por Tell, que va con él, en la barca!

PESCADOR.-  ¡Oh! ¡ciego furor de la borrasca!...; Para alcanzar al culpable, has de hundir por ventura la barca y el piloto?

EL HIJO DEL PESCADOR.-  ¿Ves?... ¿ves? han pasado, felizmente el Buggisgrat, pero la violencia de la tormenta rechazada por el Teufelmunster, los arroja hacia el gran peñasco de Axenberg; ya no los veo.

PESCADOR.-  Allí está el Hackmesser, donde se ha estrellado más de una nave; así se estrellarán ellos contra el escollo que sale del fondo del lago, si no la gobiernan con tino... Llevan buen timonero a bordo, y si alguien debe salvarlos ha de ser Tell, pero está atado.

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(TELL, con la ballesta en la mano, llega precipitadamente mira en torno suyo con sorpresa, y parece muy agitado. Llegado en medio de la escena, se arrodilla, toca el suelo con ambas manos, y después las eleva al cielo.)

 

EL HIJO DEL PESCADOR.-   (Repara en él.)  Mira, padre, ¿quién es aquel hombre arrodillado?

PESCADOR.-  Coge el suelo con las manos y parece fuera de sí.

EL HIJO DEL PESCADOR.-   (Se adelanta.)  ¡Qué veo, padre mío!... Ven, mira.

PESCADOR.-   (Se acerca.)  Quién es Dios mío!... ¡Tell!... ¿Cómo os halláis aquí?... Hablad.

EL HIJO DEL PESCADOR.-   ¿No ibais en la barca preso, atado?

PESCADOR.-  ¿No debían conduciros a Kussnacht?

TELL.-   (Levantándose.)  ¡Soy libre!

EL PESCADOR Y SU HIJO.-  ¡Libre...! ¡Milagro de Dios!

EL HIJO DEL PESCADOR.-   ¿De dónde venís?

TELL.-  De la barca.

PESCADOR.-  ¡Cómo!

EL HIJO DEL PESCADOR.-   ¿Dónde está el gobernador?

TELL.-  A merced de las olas.

PESCADOR.-  ¿Es posible? Pero vos ¿cómo os halláis aquí? ¿cómo os habéis libertado de vuestras ligaduras y de la tempestad?

TELL.-  Con el clemente auxilio de Dios; oíd.

EL PESCADOR Y SU HIJO.-  ¡Ah! hablad, hablad.

TELL.-   ¿Sabéis lo ocurrido en Altdorf?

PESCADOR.-  Lo sé todo; hablad.

TELL.-  Sabéis que el gobernador me hizo prender y atar para conducirme a la fortaleza de Kussnacht.

PESCADOR.-  Y que se embarcó con vos en Fluelen ya lo sabemos; contadnos cómo habéis escapado.

TELL.-  Iba en la barca atado fuertemente con cuerdas, indefenso y resignado. Ya no esperaba ver más la riente luz del día, ni el amado rostro de mi mujer y de mis hijos, y extendía la mirada con desesperación sobre la desierta superficie de las aguas.

PESCADOR.-  ¡Oh, infeliz!

TELL.-  Así bogábamos, el gobernador, Rodolfo de Harrás, los criados y yo. Mi carcaj y mi ballesta iban a la popa de la barca cerca del timón. Apenas llegados junto a la roca de Axenberg, de repente, por especial favor del cielo, horrible tempestad se precipita por el desfiladero del San -Gotardo... flaquean los remeros... todos se imaginan que vamos a naufragar. Entonces, oigo que uno de los criados se dirige al gobernador y le dice: -Ya veis, señor, que vuestro peligro es el nuestro, estamos a las puertas de la muerte y los remeros

espantados no saben conducir la barca; pero aquí esta Tell, que es hombre vigoroso y sabe cómo se maneja el timón, ¿qué os parece?... Si en el riesgo que corremos, echáramos mano de él...-Y me dice el gobernador.- Tell, si crees poder salvarnos, mandaré que te desaten. -Sí, señor, -respondo yo,- con ayuda de Dios, espero poder arrancaros de aquí.- Y me desatan; empuño el timón y empiezo a maniobrar con arrojo. Pero yo miraba de reojo mi ballesta, y buscaba atentamente en la costa un paraje, a donde saltar. Veo de pronto una roca plana, que se interna en el lago.

PESCADOR.-  La conozco; se halla al pié del Axengran, pero no creía que fuese posible alcanzarla de un salto, porque es muy escarpada.

TELL.-  Grito a los remeros que maniobren con vigor hasta llegar a aquella roca, porque una vez allí les digo - habremos escapado del riesgo mayor. Llegados a fuerza de remos cerca de la roca, me encomiendo a Dios, atraco la barca con todos mis puños, cojo rápidamente la ballesta, salto a tierra, y con vigoroso esfuerzo empujo la barca hacia fuera donde ya puede seguir flotando hasta el día del juicio. A mí, ahí me tenéis libre de la furia de la tormenta, y de la maldad de los hombres.

PESCADOR.-  Tell, Tell; el Señor obró visiblemente un milagro para salvaros; y apenas puedo creerlo. Pero decidme; ¿adónde pensáis ir ahora? ¡Dónde hallar seguridad, si el gobernador escapa con bien!

TELL.-  Mientras estaba atado, le oí decir que pensaba desembarcar en Brunnen, y de allí, llevarme a su fortaleza pasando por Schwyz.

PESCADOR.-  ¿Quería ir por tierra?

TELL.-  Este era su propósito.

PESCADOR.-  ¡Oh! entonces, escondeos sin tardar... Dios no os libertará dos veces de sus manos.

TELL.-  Indicadme el camino más corto para ir a Arth y a Kussnacht.

PESCADOR.-  El camino principal pasa por Steinen, pero mi hijo, tomando otro mas corto y poco conocido, podrá llevaros por Lowerz.

TELL.-   (Dándole la mano.)  El Cielo os recompense vuestra bondad... Con Dios...  (Hace que se va y vuelve.)  ¿No prestasteis también juramento en Rutli?... me parece haber oído pronunciar vuestro nombre.

PESCADOR.-  Sí; allí estaba y presté el juramento de alianza.

TELL.-  Pues bien; hacedme el favor de ir a Burglen. Mi mujer estará ansiosa; decidle que estoy en libertad y fuera de peligro.

PESCADOR.-   ¿Dónde diré que os habéis retirado?

TELL.-  En casa hallareis a mi suegro y a otros conjurados de Rutli. Decidles que se animen, que Tell está en libertad, y puede hacer uso de su brazo... que pronto sabrán algo de mí.

PESCADOR.-  ¿Qué pensáis hacer? Decidlo francamente.

TELL.-  Cuando estará hecho, dará que hablar.  (Se va.) 

PESCADOR.-  Enséñale el camino, Juan; Dios le acompañe, y que acabe felizmente lo que ha emprendido.  (Se va.) 



Escena II

 

Una sala en el castillo de Attinghausen.

 
 

EL BARÓN, agonizando en un sillón -WALTHER FURST, STAUFFACHER, MELCHTHAL y BAUMGARTEN, rodean solícitos.- WALTHER TELL, arrodillado a sus pies.

 

WALTHER FURST.-  Nada cabe esperar; ha muerto.

STAUFFACHER.-  No ha muerto todavía... Mirad; aún la respiración acaricia su bigote... si parece que duerme tranquilamente... ¡qué sonriente y tranquila su faz!

 

(BAUMGARTEN se dirige a la puerta, y habla con alguien desde dentro.)

 

WALTHER FURST.-  ¿Quién hay?

BAUMGARTEN.-  Vuestra hija Hedwigia que desea hablaros y ver a su hijo.

 

(WALTHER TELL se levanta.)

 

WALTHER FURST.-  ¿Y acaso puedo consolarla?... ¿Dispongo yo mismo de consuelo alguno?... Todas las penas se agolpan sobre mi cabeza.

HEDWIGIA.-   (Entrando.)  ¿Dónde está mi hijo? Dejadme; quiero verle...

STAUFFACHER.-  Serenaos... pensad que os halláis en la casa de un moribundo.

HEDWIGIA.-   (Corriendo precipitada hacia su hijo.)  ¡Walther mío!. ¡Oh... vives para mí!

WALTHER TELL.-    (En brazos de su madre.)  ¡Pobre madre mía!

HEDWIGIA.-  ¿Es cierto?... ¿No estás herido?  (Mirándole con ansiedad.)  ¿Es posible? ¿Y pudo disparar contra ti? ¡Ah... no tiene corazón... lanzar una flecha a la cabeza de su hijo!

WALTHER FURST.-   Lo hizo, víctima de la mayor ansiedad... con el alma partida de dolor... y a la fuerza; iba en ello su vida.

HEDWIGIA.-  ¡Ah! si tuviera corazón verdaderamente paternal, hubiera muerto mil veces antes de resolverse a hacerlo.

STAUFFACHER.-  Debierais dar gracias a Dios que guió con tal acierto su brazo.

HEDWIGIA.-   ¿Pero es posible que olvide lo que podía ocurrir Dios del cielo!... Si cien años viviera, cien años seguidos vería a este niño atado, a su padre disparando contra él, y la flecha atravesándome el corazón.

MELCHTHAL.-  ¡Si supierais cuánto le ha irritado el gobernador!

HEDWIGIA.-  ¡Oh, qué corazón tan empedernido el de los hombres!... Todo lo olvidan en cuanto se hiere su orgullo. En su ciego furor, juegan con la cabeza de un niño y el corazón de una madre.

BAUMGARTEN.-  Harto desgraciado es vuestro marido para que amarguéis su suerte con vuestros reproches. ¿No os duelen sus penas?

HEDWIGIA.-   (Volviéndose hacia él y mirándole fijamente.)  Y tú ¿sólo tienes lágrimas para la desgracia de tu amigo? ¿Dónde estabais cuando cargaron de cadenas al hombre más bueno del mundo? ¿En qué le auxiliasteis? Habéis presenciado tan horrible tiranía con los brazos cruzados, llevando en paciencia que os arrebataran al amigo en vuestras barbas. ¿Así se portó Tell con vos? ¿Se limitó a compadeceros, cuando teníais detrás a los guardias del gobernador, y delante el lago enfurecido? ¿Manifestó su compasión con vanas lágrimas? No; saltó a la barca, y olvidó para salvarte a su mujer y a sus hijos.

WALTHER FURST.-  ¿Pero qué podíamos hacer por libertarle, siendo tan pocos y desarmados?

HEDWIGIA.-   (Arrojándose a los brazos de su padre.)  ¡Oh, padre mío! También tú le perdiste, y el país y todos le perdimos! ¡A todos nos falta, y nosotros le faltamos a él!... ¡Dios preserve su alma de la desesperación! ¡Ni un solo amigo descenderá a consolarle a las profundidades de su calabozo!... Si, enfermará... ¡ay de mí!... enfermará sin duda, en aquella oscuridad, en aquella humedad... La rosa de los Alpes palidece y se marchita en un valle pantanoso... Y él, él sólo puede vivir a la luz del sol y al aire libre. ¿Preso él?... Él, que sólo vivía de libertad... No podrá, no podrá subsistir en la fétida atmósfera de un subterráneo.

STAUFFACHER.-  Serenaos; todos nos esforzaremos en arrancarle de su prisión.

HEDWIGIA.-  ¿Y qué podéis hacer sin él? Mientras Tell era libre, había esperanza; la inocencia tenía un amigo y el oprimido un defensor. Él os hubiera libertado a todos, y todos reunidos no podréis libertarle a él.  (El barón despierta.) 

BAUMGARTEN.-  ¡Se muere, silencio!

ATTINGHAUSEN.-   (Incorporándose.)  ¿Dónde está?

STAUFFACHER.-  ¿Quién?

ATTINGHAUSEN.-  Me falta, me abandona en el postrer instante.

STAUFFACHER.-  Piensa en su sobrino. ¿Han ido por él?

WALTER FURST.-  Han ido. Consolaos; oyó la voz de su corazón y es de los nuestros.

ATTINGHAUSEN.-  ¿Habló por su patria?

STAUFFACHER.-  Con heroico valor.

ATTINGHAUSEN.-  ¿Por qué no viene a recibir mi última bendición?... Siento que mi fin se acerca.

STAUFFACHER.-  No, noble señor; este breve sueño ha reparado vuestras fuerzas... brillan vuestros ojos...

ATTINGHAUSEN.-  Vivir es padecer. Se acabaron ya los padecimientos, y con ellos la esperanza.  (Repara en el niño.)  ¿Quién es este niño?

WALTHER FURST.-   Bendecidle, mi señor; es mi nieto, huérfano para siempre.

 

(HEDWIGIA cae de hinojos, con el niño a los pies del moribundo.)

 

ATTINGHAUSEN.-  Y yo os dejo huérfanos a todos... a todos. ¡Desdichado de mí! Mis postreras miradas han visto la ruina de la patria. ¡Por qué llegar a edad tan avanzada para ver morir conmigo todas mis esperanzas!

STAUFFACHER.-   (A WALTHER FURST.)  ¿Y morirá sumido en tan profundo dolor? ¿No haremos que brille en su postrer momento un rayo de esperanza? Noble barón, reanimaos, que no estamos abandonados del todo, ni perdidos sin recurso.

ATTINGHAUSEN.-  ¿Quién os salvará

WALTHER FURST.-  Nosotros mismos; oid. Los tres cantones se han aliado y prestado juramento, comprometiéndose a expulsar a sus opresores. Antes de año nuevo habremos realizado nuestros designios, y descansarán vuestros despojos en tierra libre.

ATTINGHAUSEN.-  ¡Oh!... decidmelo... ¿habéis jurado aliaros?

MELCHTHAL.-  En un mismo día, los tres cantones se levantarán en armas. Todo está preparado, y hasta ahora se guardó perfectamente el secreto, con ser a centenares los que están en él. El mismo suelo que pisan nuestros opresores está minado... contados sus días... bien pronto no va a quedar ni rastro de ellos.

ATTINGHAUSEN.-  Pero ¿y las fortalezas de la comarca?

MELCHTHAL.-  Caerán todas en un mismo día.

ATTINGHAUSEN.-  ¿Tomaron parte en esta alianza los nobles?

STAUFFACHER.-  Contamos con su socorro en caso necesario, pero hasta ahora sólo los villanos han prestado juramento.

ATTINGHAUSEN.-   (Se levanta con dificultad y con viva sorpresa.)  ¡Cómo! ¿Los villanos han osado tomar tal resolución, por su propia cuenta, sin el apoyo de los nobles? ¿Tanto fían en sus propias fuerzas?... Entonces ya no se tiene necesidad de nosotros, y podemos sin pena descender a la tumba. Nuestro tiempo ha pasado. La dignidad de los hombres será sostenida por otro poder.  (Pone sus manos en la cabeza del niño, de hinojos a sus plantas.)  De aquel instante en que se puso la manzana sobre la cabeza de este niño, data una nueva y mejor libertad. Fue derribado el orden antiguo; cambian los tiempos una nueva era florece entre las ruinas.

STAUFFACHER.-   (A WALTHER FURST.)  Observad cómo se anima su mirada; no brilla en ella el rayo de una naturaleza espirante sino el de una nueva vida.

ATTINGHAUSEN.-  La nobleza desciende de sus antiguos castillos para

acudir a los pueblos a prestar su juramento de ciudadanía. Fueron los primeros Uechtland y Thurgovia; la noble ciudad de Berna alza su frente

  oberana; Friburgo ofrece seguro asilo a los hombres libres; Zurich arma sus cofradías y hace de ellas un ejército, y el poder de los reyes se estrella al pie de estos eternos muros.  (Pronuncia las palabras siguientes con tono profético y exaltado.)  Veo a los principes y a la nobleza, revestidos de su noble armadura, avanzando hacia aquí para combatir a un pobre pueblo de pastores. Se libran tremendas batallas, y más de un desfiladero adquiere celebridad con sangrientas victorias. El aldeano se arroja al encuentro de un haz de lanzas con el pecho desnudo, ofreciéndose como víctima voluntaria; abre paso, cae la flor de la nobleza, y la libertad enarbola su estandarte.  (Toma la mano de WALTHER FURST y de STAUFFACHER.)  Permaneced unidos estrechamente y para siempre. Que ninguna comarca se mantenga indiferente a la libertad de otra comarca; velad desde la cima de estos montes, para que los confederados acudan presurosos a defender a los confederados. Permaneced unidos,... unidos,... unidos...

 

(Cae desplomado en el sillón, pero continua teniendo entre sus manos heladas las de WALTHER FURST y STAUFFACHER, quienes le miran largo tiempo en silencio. Después se retiran, y se entregan a su dolor. En esto salen los criados del barón, y se acercan a él con vivas muestras de pesar; unos se arrodillan junto a él, otros derraman lágrimas sobre sus manos. Durante esta escena muda, suena la campana del castillo.)

 

RUDENZ.-   (Entrando con precipitación.)  ¿Vive todavía?... ¡Oh! decid... ¿podrá oírme?

WALTHER FURST.-   (Le muestra a ATTINGHAUSEN, volviendo el rostro.)  Sois desde ahora nuestro señor y nuestro protector; este castillo ha pasado a otro dueño.

RUDENZ.-    (Contempla el cadáver de su tío, sobrecogido por violento dolor.)  ¡Oh, Dios!... Mi arrepentimiento ha sido tardío. ¿Por qué no vivió algunos instantes más, para enterarse de mi mudanza? Desprecié sus nobles consejos cuando vivía, y ahora ya no existe; nos ha abandonado para siempre, y me deja una deuda sagrada que cumplir. ¡Oh!... decidme, ¿murió enojado contra mí?

STAUFFACHER.-  Poco antes de morir ha sabido lo que habíais hecho, y ha bendecido el valor con que hablasteis.

RUDENZ.-   (De rodillas delante del cadáver.)  Sí, sagrados despojos de quien tan vivamente amé, cuerpo inanimado, juro por estas manos que heló la muerte, que sacudí para siempre el yugo extranjero, y vuelvo a los brazos de mis compatriotas. Soy y quiero ser con toda el alma un verdadero suizo.  (Levantándose..)  Llorad por vuestro amigo, por vuestro padre, mas no desesperéis. No heredo tan sólo sus riquezas; su alma desciende a la mía, y el joven cumplirá las promesas del anciano. Dadme vuestra mano, venerable padre, y vos, Melchthal, vos también. ¡Oh! no vaciléis, no volváis el rostro, recibid mi confesión y mis juramentos.

WALTHER FURST.-  Dadle vuestra mano; vuelve a nosotros, y merece que confiemos en él.

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MELCHTHAL.-  Habéis tratado con desden al villano. Hablad; ¿qué podemos esperar de vos?

RUDENZ.-  ¡Ah! olvidad el yerro de mi juventud.

STAUFFACHER.-   (A MELCHTHAL.)  Permaneced unidos; tal fue la última palabra de nuestro padre. Recordadla.

MELCHTHAL.-  Ahí está mi mano. La promesa de un villano, noble caballero, es también palabra de honor. ¿Qué sería sin nosotros el caballero? Nuestra profesión es más antigua que la vuestra.

RUDENZ.-   La honro, y mi espada la protegerá.

MELCHTHAL.-  Señor barón, el brazo que subyuga y fecunda un suelo ingrato, puede también defendernos.

RUDENZ.-  Vosotros me defenderéis y yo a vosotros y sosteniéndonos mutuamente seremos fuertes. Mas ¿por qué entretenernos en hablar, cuando gime todavía la patria, víctima de extranjero yugo? Cuando la habremos libertado, entonces firmaremos en paz nuestro contrato.  (Pausa.)  ¿Calláis? ¿Nada tenéis que decirme? ¡Cómo! ¿No merecí todavía vuestra confianza? Pues bien; será necesario que entre a formar parte de vuestra conjuración a despecho vuestro. Sé que os habéis reunido en Rutli, y allí habéis prestado juramento: sé cuánto habéis hecho, y aunque no me confiasteis nada de esto, lo guardo como sagrado depósito. Creed que no he sido nunca el enemigo de mi país, ni obré nunca contra vosotros. Pero hicisteis mal en diferir vuestro plan; el tiempo urge, y esfuerza obrar prontamente. Tell ha sido ya víctima de vuestra demora.

STAUFFACHER.-  Hemos jurado aguardar hasta Navidad.

RUDENZ.-  No estaba yo allí; por tanto no he jurado. Vosotros aguardad; yo obraré.

MELCHTHAL.-  ¡Cómo!... ¿querríais?...

RUDENZ.-  Soy uno de los jefes del país y mi primer deber consiste en protegeros.

WALTHER FURST.-   Devolver a la tierra estos despojos, es nuestro primer deber, nuestro más sagrado deber.

RUDENZ.-  Cuando habremos libertado al país, depondremos sobre el féretro la corona de la victoria. ¡Oh! amigos míos; no defiendo vuestra propia causa, sino la mía. Sabed que Berta ha desaparecido, ha sido secretamente robada con infame osadía.

STAUFFACHER.-  ¿Tamaña violencia osó cometer el tirano, con una persona libre y noble?

RUDENZ.-  Os he prometido, amigos míos, mi apoyo, y debo pediros el vuestro. Han cogido, me han robado a mi amada. ¡Quién sabe dónde la oculta el infame! ¡Quién sabe de qué maldad se valió para prenderla en sus lazos odiosos!... ¡No me abandonéis... ayudadme a salvarla!... Os ama, y sus sacrificios por la patria la hacen merecedora a que todos os arméis en su defensa.

WALTHER FURST.-   ¿Qué pensáis hacer?

RUDENZ.-   ¿Lo sé por ventura? ¡Ay de mí! Ignorante de mi suerte, víctima de las horribles ansias de la duda, no puedo determinar mis propósitos. Una sola cosa me parece clara; que yo no podré dar con ella, sino entre las ruinas de la tiranía, y que debemos apoderarnos de todas las fortalezas para penetrar en su calabozo.

MELCHTHAL.-  Venid; guiadnos, y os seguiremos. ¿Por qué aplazar para mañana lo que se puede hacer hoy? Tell era libre cuando prestamos nuestro juramento en Rutli y no se habían cometido estas monstruosas violencias. Las circunstancias nos imponen nuevos deberes. ¿Quién será tan cobarde, que piense todavía en aplazamientos?

RUDENZ.-   (A STAUFFACHER y a WALTHER FURST.)  Armaos, y aprestaos. Aguardad la señal de las fogatas, que anunciarán nuestras victorias con más rapidez que la vela de un batel. En cuanto veáis brillar la alegre llama, caed sobre el enemigo como el rayo, y derribad el edificio de la tiranía.  (Se van.) 



Escena III

 

Hondonada cerca de Kussnacht, a la cual se desciende por entre peñascos y de modo que antes de que los transeúntes lleguen a la escena, se les ve en la altura. Rocas en todos lados; una de ellas, saliente y cubierta de arbustos.

 

TELL.-   (Se adelanta armado de su ballesta) . Le es imprescindible pasar por esta hondonada, pues no hay otro camino para ir a Kussnacht. Aquí ejecutaré mi designio. La ocasión es favorable; escondido detrás de estos árboles, puedo alcanzarle con mi flecha. Lo estrecho del camino no permite a los que le acompañen caminar a su lado. Arregla tus cuentas con Dios, gobernador, que ya todo acabó para ti... sonó tu hora.

  Vivía tranquilo, inocente, sin que nunca dirigiera mis tiros más que a los animales del bosque, ni hubiese manchado mi conciencia con la idea del asesinato, cuando tú, tú viniste a perturbar mi paz, tú has emponzoñado mis pensamientos, antes piadosos, tú me habituaste al crimen. Quien puede disparar a la cabeza del hijo de su alma, puede también herir en el corazón a su enemigo.

  Fuerza es que les defienda de tu cólera, gobernador, a mis pobres, inocentes hijos, a mi fiel esposa. Cuando mi mano trémula tendió la cuerda del arco, y tú me forzaste con astucia infernal a apuntar contra mi hijo; cuando suplicante y exánime, me viste a tus pies, ¡ah! entonces hice en el fondo de mi corazón un juramento horrible, que oyó tan sólo el cielo; jure que tu pecho sería el blanco de mi primer tiro. Lo que prometí en aquel instante de infernal angustia, es una deuda sagrada y quiero pagarla.

Eres mi soberano, y el representante del emperador, pero él no se hubiera permitido lo que tú osaste. Te envió acá para ejercer la justicia, justicia severa porque estaba irritado contra nosotros, mas no para convertir en cruel pasatiempo el asesinato y el crimen. Hay un Dios para vengar y castigar. Ven a mis manos, tú que fuiste el instrumento de amarguísimo dolor, y eres ahora mi bien, mi mas precioso tesoro voy a darte por blanco un corazón que fue hasta ahora insensible a las más tiernas súplicas, mas a ti no te resistirá. Y tú, arco fiel, que tantas veces me has servido en mis gratos pasatiempos, no me abandones en tan terribles circunstancias; sé fuerte, por esta vez tan sólo, tú que lanzas la flecha veloz, que si flojo cayeras de improviso de mis manos, no podría dispararle otra.  (Cruzan la escena algunos viajeros.) 

Voy a sentarme en este banco de piedra que, a falta de habitación alguna, ofrece al viajero un momento, de descanso en estos lugares. Aquí se suceden los que pasan, con mutua indiferencia, sin informarse de sus penas. Aquí vienen el inquieto mercader y el ágil peregrino, el monje piadoso y el sombrío bandolero, el alegre tañedor, y el buhonero con su caballo cargado, que vuelve de lejanos países, porque cada una de estas sendas conduce al último confín del mundo. Toma cada cual el camino que conviene a sus negocios; el mío, conduce al homicidio.  (Se sienta.) 

Otras veces, hijos de mi alma, todo era júbilo en el hogar cuando volvía vuestro padre. Siempre os traía algo; una flor de los Alpes... un ave rara... una concha encontrada en sus correrías. Hoy, hoy... acecha otra presa, sentado en este lugar silvestre y con la idea del homicidio en el alma; la vida de su enemigo que intenta sorprender. Y aun así, hijos de mi alma, sólo en vosotros piensa... Porque sólo para protegeros, para defenderos de la rabia del tirano, tiende su arco y se prepara a dar la muerte.  (Se levanta.)  ¡ Noble presa, la que aguardo! ¡Cuántas veces el cazador pierde sin pena días enteros, en el rigor del invierno, saltando de roca en roca, trepando por el hielo que tiñe con su propia sangre, por matar un pobre pajarillo! Mi caza tiene otro y más importante valor... consiste en el corazón de un enemigo mortal que quisiera perderme.  (Suena a lo lejos alegre música, que va aproximándose.)  Pasé mi vida en el manejo del arco,... en ejercitarme según las reglas del cazador, y muchas veces gané el premio en el tiro. Hoy quiero disparar mi mejor flechazo, y ganar el premio mejor que puedan ofrecerme cien leguas a la redonda.

 

(Parece en la altura un cortejo de bodas. TELL lo contempla apoyado en su ballesta.)

 

STUSSI EL GUARDA.-   (Se le acerca.)  ¡El colono del conconvento de Marlischachen que se casa hoy!... ¡Hombre rico si los hay... tiene diez ganados! La novia es de Imesea... esta noche habrá gran fiesta en Kussnacht... Veníos conmigo... invita a todos los buenos.

TELL.-  El que está triste no acude a una boda.

STUSSI.-  Si algo os aflige olvidadlo alegremente. Dejad que ruede la bola; en estos pícaros tiempos hay que aprovechar los buenos ratos. Aquí una boda, allá un entierro...

TELL.-   Y a veces se pasa de lo uno a lo otro.

STUSSI.-  Así va el mundo en el día; en todos lados desastres. Se ha hundido un trozo del monte Ruiff en el cantón de Glaris, sepultando buena parte de la comarca.

TELL.-  Hasta las montañas se hunden. ¡Entonces no hay ya nada estable en la tierra!

STUSSI.-  Cuentan de otra parte cosas extraordinarias. Acabo de hablar con un hombre llegado de Baden y me decía que un caballero que se puso en camino para visitar al rey, fue detenido por un enjambre de abejones, y de tal modo picaron a su caballo que el animal cayó muerto, y el caballero llegó a pié a palacio.

TELL.-  ¡Oh! ¡los débiles tienen también su aguijón!

 

(Sale HERMENGARDA con algunos niños y se coloca a la entrada del camino.)

 

STUSSI.-  Hay quien teme que esto es presagio de alguna desgracia muy grande para el país.... de algún hecho contrario a la naturaleza.

TELL.-  Cada día ocurren hechos de esta especie, y no los presagia ningún signo maravilloso.

STUSSI.-   Feliz quien cultiva tranquilamente sus tierras, y vive entre los suyos sin cuidados.

TELL.-  Al hombre mejor no le es dado vivir en paz, si esto desagrada a algún vecino de mal corazón.  (TELL mira impaciente hacia el lado del camino.) 

STUSSI.-  ¡Con Dios!... ¿Aguardáis a alguien?

TELL.-  Sí.

STUSSI.-  Os deseo feliz regreso a vuestro país. Sois de Uri. Nuestro bondadoso señor gobernador debe volver de allí hoy mismo.

UN VIAJERO.-   (que llega) . No le aguardéis hoy, porque las aguas han crecido con las grandes lluvias y han derribado todos los puentes.  (TELL se levanta.) 

HERMENGARDA.-   (Adelantándose.)  ¿No vendrá el gobernador?

STUSSI.-  ¿Tenéis algo que decirle?

HERMENGARDA.-  Sí, vaya.

STUSSI.-  ¿Por qué os colocáis en este sitio por donde debe pasar, junto a ese camino hondo?

HERMENGARDA.-  Aquí no podrá escaparme, y habrá de oírme por fuerza.

FRIESHARDT.-   (Saliendo por el camino.)  ¡Paso! ¡paso!... ¡El señor gobernador a caballo! (TELL se retira.) 

HERMENGARDA.-   (Con viveza.)  Ya llega.

 

(Va a colocarse con sus hijos en primer término, GESZLER y RODOLFO salen a caballo por la altura.)

 

STUSSI.-   (A FRIESHARDT.)  ¿Cómo habéis podido atravesar los ríos, si las lluvias se llevaron los puentes?

FRIESHARDT.-  Amigo, cuando se ha bregado en el lago no se temen las aguas de los Alpes.

STUSSI.-  ¿Estabais embarcados durante la tormenta?

FRIESHARDT.-  Sí estábamos; lo recordaré mientras viva.

STUSSI.-  ¡Oh!... quedaos... contad.

FRIESHARDT.-  Dejadme; debo seguir adelante para anunciar la llegada del gobernador al castillo.

STUSSI.-  Si hubiesen ido en la barca algunos hombres de bien hubieran naufragado, pero hay otros que ni el fuego ni el agua pueden con ellos.  (Mirando entorno.)  ¿Dónde se ha metido el cazador que estaba hablando conmigo?  (Se va.) 

GESZLER.-   (A caballo conversando con RODOLFO DE HARRÁS.)  Diréis lo que os plazca, pero soy agente del emperador y debo tratar de complacerle. No me manda aquí para adular al pueblo y tratarlo con blandura. Quiere que le obedezcan, y trátase de averiguar quién debe ser el amo, si el villano o el emperador.

HERMENGARDA.-  Ha llegado el momento. Voy a dirigirme a él.  (Se acerca temerosa.) 

GESZLER.-  No mandé colocar el tal sombrero en Altdorf por chanza y poner a prueba a ese pueblo, porque harto lo conozco mucho tiempo há. Lo que yo quise fue enseñarles a bajar la cabeza que alzan con tanta arrogancia, y puse el sombrero en mitad del camino para que hiriera su vista y les recuerde al soberano, a quien olvidarían sin duda.

RODOLFO.-  El pueblo tiene, sin embargo, ciertos derechos.

GESZLER.-  No es esta, ocasión de pesarlos... Se van realizando grandes combinaciones; la casa imperial quiere extender sus dominios, y lo que el padre gloriosamente emprendió, el hijo piensa llevarlo a feliz término. Este pequeño pueblo es un obstáculo interpuesto en nuestro camino; de este o de otro modo... fuerza es que se someta.  (Intentan pasar. HERMENGARDA se arrodilla delante del gobernador.) 

HERMENGARDA.-  ¡Misericordia! señor... ¡gracia!...

GESZLER.-  ¡Cómo os atrevéis a cerrarme el paso!... Apartad.

HERMENGARDA.-  Mi marido está preso... mis hijos piden pan... Poderoso señor, muévaos a piedad nuestra gran miseria.

RODOLFO.-  ¿Quién sois?... ¿Quién es vuestro marido?

HERMENGARDA.-  ¡Bondadoso señor!... es un pobre jornalero del monte Righi, que va a segar la yerba de los lugares más abruptos, donde ni los ganados se atreven a trepar.

RODOLFO.-   (Al gobernador.)  ¡Por el cielo! ¡Qué vida tan desdichada y miserable! Yo os lo ruego; soltad a ese hombre, sea el que fuere su delito; harto castigo tiene con su oficio.  (A HERMENGARDA.)  Se os hará justicia. Id al castillo y presentad una solicitud. Este no es lugar para eso.

HERMENGARDA.-  No, no, no me iré de aquí, antes que el gobernador me haya devuelto a mi marido. Hace ya seis meses que se halla en la cárcel, aguardando en vano la sentencia.

GESZLER.-  ¡Mujer! ¿queréis emplear conmigo la fuerza?... Vaya... Apartad.

HERMENGARDA.-  Pido justicia. Tú eres juez de este país en nombre de Dios y del emperador; cumple tu deber. Si quieres hallar justicia en el cielo... hazme justicia aquí...

GESZLER.-  Vamos, apartad de mi vista este pueblo insolente.

HERMENGARDA.-   (Cogiendo de la brida el caballo.)  No, no... yo ya no tengo nada qué perder... No pasarás antes de haberme hecho justicia. Puedes fruncir las cejas, puedes amenazarme con la mirada cuanto gustes. Tan inmensa es nuestra desgracia, que ya nada nos importa tu cólera.

GESZLER.-  ¡Paso, mujer!... o pasará mi caballo por encima de tu cuerpo.

HERMENGARDA.-  Oblígale... toma.  (Echa sus hijos al suelo, y se pone con ellos en mitad del camino.)  Héme aquí con mis hijos; aplasta a estos miserables huérfanos bajo los cascos de tu caballo... no ha de ser esta la más espantosa de tus crueldades.

RODOLFO.-  ¡Estáis loca, mujer!

HERMENGARDA.-   (Con doblada energía.)  Harto há que pisoteas la tierra del emperador. No soy más que una débil mujer; si fuera hombre, ya sé lo que debiera hacer en lugar de prosternarme en el polvo.

 

(Suena de nuevo la música, pero lejana.)

 

GESZLER.-  ¿Dónde están mis guardias? Que saquen esta mujer de aquí, o no sabré contenerme mas, y haré lo que no quisiera.

RODOLFO.-   Los guardias no han podido venir todavía. El séquito de una boda obstruye el camino.

GESZLER.-  Gobierno a este pueblo con demasiada blandura; hablan aún con excesiva libertad... no están sojuzgados como debieran; pero juro que esto cambiará pronto. Venceré su ruda obstinación y su insolente afán de libertad... yo impondré otra ley a la comarca... Quiero...  (En este momento hiere su costado una flecha; lleva la mano al corazón y vacila sobre el arzón. Con voz ahogada:)  ¡Dios mío! ¡tened misericordia de mí!

RODOLFO.-   ¡Señor!... ¡Cielos!... ¿Qué es esto? ¿De dónde partió?

HERMENGARDA.-  ¡Asesino!... ¡Asesino! Vacila... cae... es muerto. ¡La flecha le ha atravesado el corazón!

RODOLFO.-   (Saltando del caballo.)  ¡Qué horrible accidente Dios!... invocad la clemencia del cielo, señor... ¡Sois muerto!...

GESZLER.-  La flecha de Tell.  (Cae del caballo en brazos de Rodolfo que lo depone sobre el banco de piedra.) 

TELL.-   (Pareciendo en lo alto de las rocas.)  Conoces la mano que te ha herido; no busques otra. Libres son nuestras cabañas, y la inocencia no tiene ya nada que temer de ti. No afligirás ya esta comarca.  (Desaparece. El pueblo acude) 

STUSSI.-  ¿Qué hay?... ¿Qué pasa?

HERMENGARDA.-  El gobernador ha sido atravesado de una flecha.

EL PUEBLO.-  ¿Quién le ha herido?

 

(Mientras una parte de la comitiva de la boda se adelanta, el resto se halla todavía en lo alto y la música continúa.)

 

RODOLFO.-  Se desangra; id a pedir auxilio: perseguid al matador. ¡Desgraciado!... ¡Morir así!... no, quisiste escuchar mis consejos.

STUSSI.-   Por el cielo... está pálido y exánime.

VARIOS.-  ¿Quién le hirió?

RODOLFO.-   Pero, ¿está loca esta gente? Continuar tocando junto a un muerto!... Mandadles que callen.  (Cesa la música.)  Hablad, señor, si conserváis aún el conocimiento. ¿No tenéis nada que confiarme?  (GESZLER hace un signo con la mano, y observando que no es comprendido lo repite con viveza. )  ¿Dónde debo ir?... ¿A Kussnacht?... No os comprendo... ¡oh! Resignaos... Dejad de pensar en este mundo... y cuidad de reconciliaros con Dios.

 

(La comitiva rodea al moribundo, sin dar muestra alguna de compasión. )

 

STUSSI.-  ¡Mirad cómo palidece!... Ahora la muerte invade el corazón... Se extingue la luz de sus ojos.

HERMENGARDA.-   (Levantando en brazos a uno de sus hijos.)  Mirad, hijos míos, cómo muere un malvado.

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RODOLFO.-  ¡Insensatas mujeres! ¿No tenéis corazón, por ventura?... ¿Así os gozáis en tan horrible espectáculo? Ayudadme; acercaos a él... ¿No habrá nadie que quiera arrancar esta flecha de su pecho?

LAS MUJERES.-   (Retrocediendo) . Tocar nosotras al que Dios ha herido!

RODOLFO.-  ¡Caiga sobre vuestras cabezas la maldición eterna!  (Tira de la espada.) 

STUSSI.-   (Deteniéndole.)  No intentéis, señor... se acabó vuestro poder; ha caído el tirano del país y no sufriremos ninguna violencia. ¡Somos libres!

TODOS.-   (En tumulto.)  ¡La comarca es libre!

RODOLFO.-  ¡En esto hemos venido a parar! ¿Tan pronto cesaron la obediencia y el temor?  (A los soldados que se acercan.)  Ya veis el horrible suceso que acaba de ocurrir; todo socorro es inútil, y en vano perseguiremos al asesino... Otros cuidados nos reclaman... Vamos a Kussnacht, conservemos para el emperador su fortaleza, porque en este momento se rompieron todos los lazos del deber... y todas las leyes, y no podemos contar con la fidelidad de nadie.

 

(Se va seguido de los soldados. Salen seis hermanos de la caridad.)

 

HERMENGARDA.-  Paso, ¡paso a los hermanos de la caridad!

STUSSI.-  Aquí está la víctima; ya bajan los cuervos.

LOS HERMANOS DE LA CARIDAD.-    (Rodean el cadáver y cantan con voz lúgubre.)  La muerte alcanza al hombre en un instante, sin acordar demora. Es derribado en mitad de su carrera; arrebatado en la flor de su vida, y tanto si está pronto, como si no está pronto a partir, le es fuerza comparecer ante su juez.

 

(Mientras se repiten las últimas frases, cae el telón.)