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La Revolución de la Independencia (1810-1817)


Las primeras actividades revolucionarias.- Los presbíteros Albano y Cienfuegos.- Elección del Cabildo de 1813.- Defensa de Talca por don Carlos Spano, 4 de mayo de 1814.- La reconquista.- El Gobernador Cruz y Burgos.- Persecución contra los patriotas.- Guerrillas y actividades patrióticas a la llegada de Freire.- Desesperación y huida de Cruz.

El 4 de octubre de 1810 fue citado el vecindario de Talca para celebrar un Cabildo abierto, con el objeto de dar a conocer la formación de una Junta de Gobierno en la capital del Reino. Reunido el vecindario, presidido por el subdelegado don Juan Crisóstomo Zapata, reconoció a la Junta de Gobierno «con voces de mucha alegría y vivas». Al día siguiente se ofició misa de gracias y hubo repique de campanas. Un pregonero hizo saber en alta voz al pueblo reunido en la plaza el reconocimiento de la Junta.

Esto constituyó un acontecimiento importante. Los vecinos principales comenzaron a reunirse de continuo y sus charlas de otros días tomaron caracteres interesantes. Hombres como don José Ignacio Cienfuegos y don Casimiro Albano y Cruz supieron darle impulso a sus generosas ideas, arrastrando tras sí a sus numerosas parentelas y relaciones. Albano «escribió papeles, que circulaban manuscritos en que probaba que la causa de la América no era contraria a los preceptos de la religión».

La primera actividad que tuvo que desarrollar el vecindario fue elegir sus diputados para el primer Congreso Nacional. Uno de los hombres indicados era el Cura, don José Ignacio Cienfuegos, pero rehusó esta designación. Habiéndose procedido a las votaciones, resultaron elegidos los señores Mateo Vergara y Manuel Pérez Cotapos.

Cienfuegos levantó la voz desde su iglesia parroquial principalmente en favor de los pobres, para los cuales pidió que se les exonerara del pago de los derechos parroquiales. Se cobraban éstos en una forma abusiva:

«Desde cerca -dice en un memorial- tocamos estas cosas, podemos formar legítimo concepto de los males que acarrea el arancel. ¿Cuántos miserables se quitan el poncho de los hombros para cristianizar a sus hijos? ¿Cuántos venden la vaquita con cuya leche se alimentan, para enterrar a la mujer, al hijo o al padre? ¿Y cuántos viven por muchos años en concubinato, porque no tienen como pagar los derechos del casamiento?»



Los diputados de Talca presentaron este memorial al Congreso, el cual, por nota de 1.º de octubre de 1811, comunicó a Cienfuegos que el Congreso había aceptado su solicitud:

«Doy por todos ellos las más rendidas gracias y no cesaré de pedir en mis tibios sacrificios al Padre de las luces que derrame copiosamente sobre V. A. todas aquéllas que se desean, a fin de que la justicia, felicidad de este Reino, sean el único móvil de sus benéficas providencias».



Así dice la respuesta del cura de Talca a la primera asamblea legislativa nacional.

A principios de 1812 llegaba a Talca don Ignacio de la Carrera, al mando de la división destinada a derrocar a la Junta de Concepción. Al poco tiempo, en abril, arribó también su hijo don José Miguel Carrera, los cuales fueron muy bien recibidos por el vecindario. En esta ocasión, el opulento vecino don Vicente de la Cruz, los alojó en su casa y dio un gran baile en su honor, al cual asistió toda la sociedad de Talca y la oficialidad del ejército, gastándose en él más de 500 pesos oro.

Carrera y sus amigos entraron en esta oportunidad en relación con Cienfuegos y Albano. Don José Ignacio Cienfuegos, cura de la ciudad, que «por su suma capacidad y virtud se había hecho acreedor del amor y veneración del vecindario»30.

Albano, tenía antiguas vinculaciones con Carrera. Ordenado sacerdote, se entregó con toda el alma al servicio de sus feligreses. Su caridad se manifestó en sus preocupaciones y trabajos en el hospital, que fundaron y mantenían sus tíos en esa ciudad:

«Por más de dos años hizo propagar a su costa la vacuna, llevándola personalmente por varias partes de la provincia, consiguiendo así neutralizar los efectos de las viruelas».



En 1808 fue nombrado capellán del regimiento de milicias del Rey.

Bien pronto Carrera conoció el valor de estos dos patriotas. Cienfuegos pasó a ser su hombre de confianza, como asimismo Albano, al cual lo unían una cariñosa amistad desde los tiempos en que había sido condiscípulo de sus hermanos Juan José y Luis Carrera en el Convictorio de San Carlos en Santiago. El presbítero Albano prestó a Carrera en esta ocasión importantes servicios. Tuvo en sus manos gran parte de las negociaciones entre él y Martínez de Rozas, jefe de la Junta Militar de Concepción, que gracias a su intervención tuvieron un feliz resultado31. El triunfo de Carrera sobre Rozas determinó a aquél volverse a Santiago, donde preocupaciones más graves requerían su presencia.

El vecindario de Talca se encontraba inquieto. La presencia de los Carrera y la propaganda de Albano y de Cienfuegos, había levantado los ánimos e infundido un ardiente patriotismo en la juventud, la que apresuradamente se enroló en las filas del ejército patriota. Albano reunió a su alrededor a un grupo de vecinos que adoptaron desde el primer momento una franca actitud revolucionaria. Entre ellos hay que citar a don Juan de Dios Castro, a don José María de Silva y a don Francisco Vergara Sepúlveda. Sus primeros propósitos fueron constituir un Cabildo que reflejara las nuevas ideas, y para realizarlos se pensó en las elecciones que debían verificarse en enero de 1813.

Los proyectos del grupo de Albano fueron bien pronto descubiertos por los señores del Cabildo y sus partidarios. Eran hombres reposados y temerosos de disturbios; bien veían los graves acontecimientos que traía la política en Santiago y Concepción y querían a toda costa la paz, «que no se les perturbara su sosiego», como públicamente lo declararon.

Para esto se tomaron medidas extremas. Acordó el Cabildo32 «el día 30 de diciembre de 1812, que para las elecciones de enero sólo asistieran aquellas personas que recibieran esquelas de invitación del Cabildo33, para evitar desórdenes y alborotos, que prudentemente se teme, de algunos díscolos perturbadores de nuestro sosiego».

Pero esta medida les pareció poco extrema y acordaron para excluir de una vez a Albano, «que los clérigos seculares del vecindario carecían de sufragio».

Albano reclamó inmediatamente, el mismo día, ante el Cabildo, alegando que la ley llamaba a todos los ciudadanos a votar, y él lo era. Reforzó sus ideas manifestando que había votado en la elección de diputados y en la constitución del Cabildo y que ahora se le cerraban las puertas del sufragio.

El Cabildo, en sesión de 31 de diciembre, no consideró el reclamo de Albano, el que se vio obligado a recurrir a su amigo el General Carrera, en una nota que terminaba diciéndole:

«Todo es arbitrariedad y despotismo pues cada uno de ellos es un dictador».



A pesar de las protestas de Albano, el 19 de enero de 1813, a las nueve de la mañana, se celebró el Cabildo abierto en el que se eligió a los funcionarios que debían regir los destinos de la ciudad durante el año que comenzaba. La tendencia que triunfó fue la moderada, la anhelada por los realistas. Fueron elegidos alcaldes, don Nicolás Cienfuegos y don José Antonio Antúnez; procurador, don José Miguel Opazo y Artigas, alférez real, don Juan Antonio de Armas, decano don Juan Albano, subdecano don Vicente de la Cruz y Burgos, alguacil mayor don José Ignacio Zapata, alcalde mayor provincial don Patricio Letelier, regidores don Luis Rafael de Acevedo, Ramón Vergara, Francisco Urzúa, Vicente Cruz y Polloni, Juan Antonio Guzmán y Antonio Cienfuegos.

El Cabildo saliente había prestado un importante servicio a la ciudad. Recién instalado el 9 de enero de 1812 acordó que los conventos abrieran escuelas, pues la que mantenía el Cabildo era ya insuficiente.

* * *

Los acontecimientos de la política requirieron de nuevo la presencia de don José Miguel Carrera en Talca. A las ocho de la noche del 5 de abril de 1813, llegaba a la ciudad:

«Fui -dice en su Diario- recibido con frialdad y desconfianza y juzgando sus pobladores que sería temeraria e inútil toda tentativa de resistencia. Observé que los principales vecinos, que me recibieron con el mayor cariño en la campaña que emprendí contra Rozas en 1812, estaban muy tibios y prestaban pocos auxilios; los amonesté indirectamente y me mantuve cauteloso de su conducta».



La situación era ahora muy distinta. Había que definirse sinceramente, patriotas o realistas. El núcleo de los Cruz era realista. Carrera, que no era un hombre que se mantuviese ante tropiezos, notificó a los vecinos por su falta de cooperación. El 6 de mayo de 1813 ordenó por oficio a don Vicente de la Cruz entregara a la tesorería del Ejército, en el término de 24 horas, la cantidad de 12.000 pesos34.

Se formó una falange de jóvenes patriotas, guiados por el ejemplo de Cienfuegos y Albano. De la familia Cienfuegos se enrolaron en el ejército, José, Domingo, Pedro, Vicente, Pablo y Antonio Cienfuegos y don Manuel Rencoret Cienfuegos. Además no debemos olvidar a don Matías Silva, a don Vicente Silva y Leal, a don Dionisio Vergara, a don Domingo de Opazo y Artigas, y al único Cruz patriota, don Isidro de la Cruz35.

Talca fue el cuartel general. A las tropas traídas por Carrera se reunieron los pocos milicianos mandados personalmente por don Bernardo O'Higgins. Toda la juventud del Maule, entre ella la talquina, formó los cuadros de los primeros regimientos patriotas. Los de Linares y Cauquenes, principalmente este último, al mando de su Comisario el coronel don Fernando de la Vega, natural y de antigua cepa maulina, fueron los más ardientes sostenedores de la causa revolucionaria.

Los desgraciados acontecimientos militares determinaron a la Junta de Santiago a trasladarse a Talca, a donde llegó el día 21 de octubre de 1813. La componían don José Miguel Infante, don Agustín Eyzaguirre y el ex-cura de Talca, don José Ignacio Cienfuegos. Este, cuya personalidad había adquirido relieve de gran patriota y eminente ciudadano, fue señalado por el Senado para integrar la Junta por indicación de su amigo el Dr. don Casimiro Albano y Cruz.

Cienfuegos desempeñó en estos meses un importante papel. La Junta le envió a Concepción para conciliar los ánimos con don José Miguel Carrera. Al principio quiso el general tratar por la fuerza al embajador de la Junta, más éste con su talento y diplomacia, consiguió arreglar todo satisfactoriamente. Cuatro meses permaneció la Junta de Talca, trabajando en todo lo necesario para la defensa del Reino. Cooperó en sus actividades Albano, el que también salió a campaña en la división de O'Higgins como capellán de sus tropas. A fines de febrero de 1814, salía de Talca para Santiago la Junta, dejando el mando político y militar de la plaza a don Carlos Spano36, con un corto número de tropas, y como segundo jefe al comandante de milicias don Feliciano Letelier.

* * *

Las fuerzas militares de don Mariano Osorio, avanzaban rápidamente hacia el norte. La división mandada por el Comandante Alfonso Elorreaga tenía por objeto apoderarse de la ciudad de Talca. Al acercarse los realistas a esta ciudad, tenía el coronel Spano bajo su mando, un reducido número de soldados, pues no alcanzaban a ciento veinte, y un grupo de valientes oficiales37.

Los hermanos Matías y Vicente Silva, José Cienfuegos, Lázaro Castro, Marcos Gamero y Toro y Diego Guzmán38, constituían la oficialidad con que contaba el coronel Spano. El jefe de la plaza recibió noticias de que iba a ser atacado por fuerzas muy superiores. No pensó por ningún momento retirarse sin antes hacer un reconocimiento de la efectividad del enemigo, para saber si era o no víctima de un engaño de parte del numeroso vecindario realista de la ciudad.

Spano resolvió esperar.

A las 7 de la mañana del día 4 de marzo se presentó un parlamentario del Comandante Elorreaga, pidiendo la rendición de la plaza. Al ver la superioridad numérica, Spano pidió una honrosa capitulación, la que le fue denegada. En vista de esto resolvió morir en la demanda. Veía clara la intención del jefe español que no le perdonaría el ser partidario de los chilenos.

El coronel Spano se aprestó para la defensa. El mismo ayudó a movilizar la artillería y construir tres barricadas en las bocas calles de la Plaza, quedando ésta abierta por el norte. Veinte fusileros, setenta artilleros, con tres cañones y treinta lanceros, iban a ser los héroes de la jornada.

Elorreaga, ante la negativa de rendición incondicional, hizo avanzar sus tropas. Eran seiscientos hombres, que atacaban a ciento veinte; la lucha fue desde el primer momento encarnizada. Una a una las calles fueron defendidas palmo a palmo, resistencia que desesperó a los realistas, al ver que lo que ellos creían fácil les iba ya costando dos horas de lucha. La batalla se habría prolongado más, si no es por la ayuda que les prestó a los realistas el vecino don Vicente de la Cruz y Burgos. Éste indicó a las tropas de Elorreaga que entraran a su casa por una de las puertas que daban a una de las calles adyacentes a la Plaza, y que desde los tejados podrían dominar a los patriotas. Hubo una gran carnicería en las filas patriotas, dejándolas reducidas a un grupo sin mayor valor defensivo. Los que quedaron con vida se arrinconaron en un extremo de la plaza, dispuestos a morir. Don Marcos Gamero y Toro, no quiso replegarse y se mantuvo hasta el último momento al pie de su cañón, donde quedó tendido, atravesado por las balas que salían de los balcones de la casa de Cruz.

La bandera tricolor flameaba en medio de la Plaza. Spano, espada en mano, sólo esperaba la muerte. Un oficial se le acercó y le dijo: «Ya hemos hecho cuanto pide el honor, retirémonos ahora, aun hay una calle descubierta». Spano respondió: «Aún no es bastante, yo no debo sobrevivir a las desgracias de la patria».

En este instante observó Spano que un grupo de soldados españoles penetraban al recinto mismo de la Plaza y corrían a tomarse la bandera. Al ver esto corrió también Spano y se colocó al pie de ella, dispuesto a defenderla con su vida. Los soldados del Rey levantaron sus fusiles, corazón y pliegues de esa bandera fueron atravesadas por las balas. Spano cayó moribundo, y con voz trémula exclamó: «Muero por mi patria, por el país que me adoptó entre sus hijos»39.

* * *

Posesionados definitivamente de Talca, los realistas designaron por Gobernador político y militar a don Vicente de la Cruz y Burgos, gran realista y cooperador de la toma de la plaza. Era fanático partidario del Rey. Al Gobernador Marcó del Pont le dijo para demostrarle su fidelidad: «Desde el principio de la revolución, junto con toda mi casa, fuimos los primeros en declararnos contra los pérfidos insurgentes».

Su familia ostentaba un título de Castilla, su tío, don Nicolás de la Cruz y Bahamonde había sido creado Conde del Maule.

Desde el momento que se hizo cargo de la plaza, principió una tenaz persecución a los patriotas, librándose sólo aquéllos que pudieron pasar a las Provincias Unidas, como Matías Silva, Diego Guzmán, el presbítero Albano, los Cienfuegos (Domingo, Pedro, Vicente, Antonio, José y Pablo), don Manuel Rencoret, don Isidro Cruz y don Dionisio Vergara.

Las puertas de la cárcel se abrían para los patriotas, llenándose aun con aquéllos que por «indicios de insurgentes» merecían esa pena. Don José Cruzat, don Domingo Opazo y Artigas, don José Campos, don Juan Francisco Prieto y Vargas, don Jerónimo Villalobos, fueron encarcelados durante los meses de octubre y noviembre de 1814.

Todo el poder lo concentró Cruz en sus manos. Eligió un Cabildo, según expresión de un patriota, «a su imagen y semejanza», «de Cruces y Zapatas por afinidad y consanguinidad». Lo integraron don Justo, don Juan N. y don Vicente de la Cruz y Polloni; don Francisco Concha y Cruz; don Juan C., don José Ignacio y don Manuel Zapata, don José Antonio Astaburuaga, don Manuel López Vargas, don Manuel José Moya y don José María Pozo.

No se contentó don Vicente de la Cruz y Burgos con haber formado un Cabildo, con «todas personas fuertes y decididas por la causa del Rey», como decía en el auto de su confirmación el general Osorio, sino que insinuó al Capitán General la necesidad de formar en esa ciudad un «Tribunal de Vigilancia y Seguridad Pública» para perseguir a los patriotas.

Autorizada su formación, Cruz lo formó con personas de su familia. Como presidente nombró a su cuñado don Juan Antonio de Armas40 y en calidad de vocales, a don Juan N. Cruz y al fraile Andrés Encinillas. Mas el alma, el resorte de toda esa máquina realista era Cruz, «tan vengativo como falto de consideración». Sus actos de persecución fueron poco a poco haciendo imposible la vida de los pacíficos habitantes. Aun los miembros de su propia familia llegaron a temerle.

En 1815 el gobierno realista decretó el pago de una contribución extraordinaria. Se citó al Cabildo, al cura, a la Junta de Seguridad Pública y a los principales vecinos para hacer el prorrateo de la contribución impuesta. Allí se encontraron en sesión solemne las dos facciones, realistas y patriotas, silenciosa una, solapada la otra, lista para pegar el primer golpe. Había llegado el momento de ajustar cuentas.

Cruz y Burgos, «que movía a la ciudad como un maniquí, impulsada por sus maquinaciones», no dio cuartel a sus enemigos políticos, aplicándoles las más altas cuotas, sin tomar en consideración el estado de sus haciendas. Se encargó a la Junta de Salud Pública su recaudación41Muchos fueron los vecinos que principiaron a lamentarse de esta arbitrariedad. Levantó la voz valientemente el patriota don José María Silva y Donoso42 ex-regidor, y ampliamente vinculado a la sociedad de esa ciudad. Su esposa doña Carmen Cienfuegos y Arteaga, era hermana del presbítero don José Ignacio, que por esos días pagaba su patriotismo en el presidio de Juan Fernández.

La Junta de Salud Pública encontró entonces oportuno imponerle silencio y ordenó su prisión «por razones de públicas seguridad». El 28 de enero de 1815 llegó a la casa de Silva un piquete de fusileros con la orden de prisión43 expedida por el Tribunal de Salud Pública. Conducido a la cárcel se le principió a instruir un proceso que no alcanzó a tener término por habérsele trasladado a Santiago, donde fue nuevamente encarcelado. Aquí cargado de cadenas, como un feroz delincuente, elevó un memorial a Osorio, pidiendo se le eximiera de la contribución impuesta, pues no tenía para cubrirla».

Se pidieron informes al Cabildo de Talca.

Cruz y Burgos, convocó un Cabildo abierto, al cual asistieron todos sus partidarios, y entre ellos disimuladamente, dos fieles amigos de Silva Donoso, don Mariano Genovés y don Jacinto Gutiérrez.

Trató también el Cabildo en esta ocasión otra reclamación interpuesta por don Manuel Rencoret, «sujeto de bastante ilustración y de mucha integridad», quien también se había quejado a Osorio, por su alta contribución, manifestando que Cruz aplicaba «la Ley del Embudo». La representación de Rencoret fue calificada por Cruz de «ingeniosa y calumniosa», llegando a exclamar, que ¡cómo era posible que una corporación como lo era el Cabildo aplicase la ley del embudo!...

Cruz no hizo caso de estas presentaciones. Rencoret logró salvarse, gracias a su calidad de español, mas no el patriota Silva, que continuó en la cárcel de Santiago. A esta ciudad vinieron para avivar sus procesos Cruz y Zapata44. Vuelto a Talca Cruz, el 13 de septiembre de 1815 junto con el Tribunal de Salud Pública, dio poderes amplios al licenciado don Juan Antonio de Armas para que siguiera la causa contra Silva, y si fuera necesario recurrir al Rey lo sustituyera en la demanda don Nicolás de Cruz, Conde del Maule45 Armas partió para Santiago. Cruz le había dicho antes de partir «que no estaría gustoso mientras no viera a Silva reducido a tal miseria que no tuviese dónde se le parara un piojo».

* * *

Los meses pasaban en la mayor tristeza y desolación. La ciudad de Talca estaba casi despoblad y sus habitantes, atemorizados por Cruz, habían huido hacía los campos u otras ciudades. La desgraciada esposa de Silva, le escribió el día 16 de agosto de 1816. Le decía: «Mi estimado esposo y todo mi querer». En ella le daba cuenta de todo lo pasado en la ciudad en aquellos días, en rasgos firmes, propios de una gran mujer, de carácter y abnegación. Deseaba salir de la ciudad con sus doce hijos para librarse de Cruz, «al cual no le conmueve la situación de sus pequeñuelos, que su presencia causa dolor al corazón más felino».

Debemos imaginar las dificultades que tendría que vencer doña Carmen Cienfuegos para hacer llegar esta correspondencia a sus manos. Pedirle algo a Cruz en favor de la suerte de la familia Silva y Cienfuegos era una tarea imposible. Sólo don José Antonio Antúnez, tenido por sus contemporáneos como «hombre de ingenio», se atrevió en pleno Cabildo a increparle sus procedimientos. Furioso Cruz por esta osadía, nacida de un generoso corazón, trató de aprehenderlo personalmente y entregarlo a la Junta de Salud Pública, mas Antúnez rápido se escabulló en medio del tumulto que provocaron sus palabras y se fue a esconder por largo tiempo en casa de don José Antonio Donoso.

Cruz no perdía tiempo y nada le importaban los clamores del vecindario. Activaba el proceso contra Silva, cada vez con más encono. Se supo en Talca que iba a ser enviado a las cárceles del Callao46. Un movimiento de temor se sintió en todo aquel abnegado vecindario, que veía tantos sufrimientos, injusticias, nacidas sólo de una rivalidad y de un capricho. El propio don Juan Antonio de Armas le pidió a Cruz que Silva no fuera expatriado, mas éste le increpó públicamente su actitud, dejándolo en la mayor confusión.

Todas estas divisiones, que iban haciéndose más y más profundas en el seno de las familias talquinas, hicieron pensar a Marcó del Pont en la conveniencia de retirar del gobierno a don Vicente de la Cruz y Burgos y poner en su lugar a una persona ajena a todas estas rencillas lugareñas. Y como lo pensó lo hizo. El nombramiento recayó en el oficial del temido regimiento Talavera, don Juan Francisco Piedra, el cual fue apodado con el nombre del «Gobernador Talavera». Piedra no fue más que un instrumento de Cruz; vivió en su casa, haciendo y ejecutando todo lo que el ex-gobernador le decía e insinuaba.

* * *

Los patriotas esperaban la llegada de nuevos días. La noticia de la organización del Ejército Libertador, les llenaba de esperanzas. Por su parte ellos no se dejaban estar, ayudando a las guerrillas de Manuel Rodríguez y de Neira con elementos y dineros.

Don Antonio Merino, don Isidro Cruz47, y principalmente don Pablo Ramírez, fueron los principales emisarios de San Martín en la provincia de Talca. Ellos paraban en las casas de otros numerosos patriotas, como don Patricio, don Antonio y don Ramón Letelier, de don Juan Díaz en Curepto y de don Luis José Rojas en Duao. No faltaban reuniones secretas de patriotas en las que se comentaban los hechos y la venida de la expedición de San Martín. En casa de don Jesús Madariaga se reunían don Pedro y don Raimundo Prado, don Julio Letelier, don Feliciano Alvarado; en la de don Tomás Henríquez, don Patricio Castro, don Juan Domingo Mujica, don José Ignacio Fernandois, don Luis Aspureca y don José Ignacio Prado.

La noticia de la proximidad del arribo de la división de Freire, que descendía desde a fines de enero la cordillera por el paso del Planchón, encendió de patriotismo a la juventud talquina, que acudió a ponerse a sus órdenes huyendo de Talca.

Don José Manuel Borgoño, patriota que se encontraba escondido en uno de los fundos de los alrededores de la ciudad, fue el primero que junto con don José Prieto y Vargas se colocó a las órdenes de Freire. Las fuerzas realistas recibieron orden de marchar hacía el norte. El «Gobernador Talavera» dejó el mando a don Vicente de la Cruz y Burgos, por disponerlo así un oficio de Marcó del Pont de 14 de enero de 1817. Cruz comprendió desde el primer momento su crítica situación. Tres días después, el 17 de enero, ofició a Marcó noticiándolo de la imposibilidad en que se hallaba para mantener el orden, por no disponer de tropas veteranas y que no podría cubrir los pasos de la cordillera con milicias, de la cual desconfiaba y no esperaba nada, pues no le era posible encontrar en todo el Partido «veinte fieles».

Cruz veía todo perdido. Su padre, por carta de 8 de Enero, le había comunicado la fuga de José Prieto Vargas y le decía «que cree que estaba en casa de José María Silva y parientes y es un gran revolucionario, el cual no ha perdido la ocasión de verse con su compañero y amigo el clérigo Albano, se ha venido como dicen. El tal Silva tiene hermanos y parientes en Mendoza».

Don Vicente de la Cruz y Burgos se sentía confundido y desesperado con tantas noticias que día a día iban llegando, anunciando cómo se precipitaban los acontecimientos. Se vio obligado a emprender precipitada fuga, pues el pueblo se levantaba en masa al sentir la proximidad de la llegada de la división de Freire.