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Ateneo iberoamericano. -Conferencias autocríticas. -La crónica general de Alfonso el Sabio


A la sombra de la Unión Iberoamericana está organizándose un nuevo Ateneo, que, naturalmente, se llamará también el Ateneo Iberoamericano, aunque esto no significa, en modo alguno, dependencia de la Unión.

Se compondrá el Ateneo Iberoamericano de varias secciones, científicas y artísticas, y de una sección literaria. Esta última, que es de la que me corresponde hablar, dada la índole de mis Informes, está constituida por el siguiente personal:

Presidente, el que suscribe.

Primer vicepresidente, don Andrés Ovejero, catedrático de la facultad de letras de la Universidad Central.

Segundo vicepresidente, don Felipe Trigo, novelista muy original y muy leído en España.

Primer secretario, don José Pérez Bojart.

Segundo secretario, don Manuel Núñez Arenas.

Primer vocal, don José Rodríguez Villamil, Segundo vocal, don Leopoldo Alas, hijo del eminente novelista y crítico, muerto.

Todas las secciones y comisiones son autónomas, pudiendo tomar cuantas iniciativas les plazca, y en caminar su esfuerzo por no importa qué rumbo, con tal de que se tienda al mismo fin.

¿Qué fin es éste? Solidarizar más y más cada día a las naciones hispanoamericanas.

La Sección literaria ha creído que el primer trabajo que debe intentar es el de aproximar a los pensadores de España y de América, a los pensadores jóvenes sobre todo, porque éstos tienen ideales más amalgamables, más identificables.

No se dirigirá, por tanto, a los literatos solamente. Se dirigirá a todos los mentales de América.

Cree esta Comisión que no hay forma alguna, que no debe haber, cuando menos en estos tiempos, forma alguna del pensamiento que no sea literaria. Sería hacer una injuria a la cultura de los jóvenes pensadores de España y América creer que son incapaces de verter sus ideas, filosóficas o artísticas, sus especulaciones científicas, poéticas, en un molde literario, que tenga un estilo, una índole, una fisonomía. Así, pues cuantos dicen algo a los demás desde cualquier tribuna moderna sea la de un diario o la de una revista o la de una cátedra, caen bajo la influencia de la literatura en lo que ella tiene de más noble y universal: la personalidad del estilo, la aptitud de la expresión, la inteligibilidad de los giros y de las construcciones.

Y aun cuando así no fuera, aun cuando hubiese, por absurda condescendencia unánime, un estilo antiliterario para escribir de ciencias o de arte, ¿qué intento mejor para solidarizar el pensamiento hispanoamericano que el de enriquecer, el de hermosear el idioma por medio de un activo cambio de libros y el de procurar que cuantos escriban, así en España como en la vastísima porción del nuevo continente que es latina, escriban bien?

España se regocija de la aparición de no importa qué libro en América, decía el señor Ovejero en sesión pasada, porque todo libro escrito en castellano prolonga la cultura española en el mundo.

La Sección literaria del Ateneo Iberoamericano, por su parte, se regocijará de todo nuevo libro aparecido en España o América, sean cuales fueren sus tendencias, porque es una contribución más a la vida mental de nuestra raza.

Pero hay algo que debemos intentar antes que todo, y es conocernos mutuamente, ya que conocernos es estimarnos.

El escritor americano ha encontrado hasta ahora poca acogida en España; ni se nos conocía ni se nos tenía en cuenta. Por su parte los jóvenes escritores españoles han sido poco leídos del otro lado del mar y han encontrado sólo un mercado bastante raquítico para sus libros.

En América sólo correspondían hasta hace poco con la España literaria los académicos de las diversas emanaciones de la docta Corporación que hay en el Continente; pero tal correspondencia era baldía, porque estos señores, por lo general acostumbrados a vaciar ideas en moldes antiquísimos, siempre los mismos, han acabado por combinar sólo los moldes, los giros, las frases hechas, los modismos seculares, quedándose sin las ideas mismas, dejándolas evaporarse.

Se refiere que a Laplace le dijo Napoleón que por qué en su mecánica celeste no nombraba jamás a Dios.

-Porque no he necesitado de esta hipótesis -respondió el sabio.

Los académicos conservadores, los que han hecho algo sagrado e intangible del idioma, es decir, un idioma muerto, tampoco han necesitado de ideas para escribir. Como el niño combina cubos de madera con letras o figuras, ellos han combinado clisés, logrando una ortodoxia de sintaxis que constituye sus delicias, que no inquieta ni su estómago ni su sueño, y prescindiendo de la onerosa tarea de pensar lo que no pensaron sus abuelos.

El intercambio de ideas entre la España mental y la América pensadora, ha sido, pues, nulo, hasta hace muy poco tiempo, en que los ojos de algunos poetas y pensadores jóvenes se han vuelto hacia nosotros desde la madre Patria, buscando en las audacias coronadas de éxito de nuestra nueva literatura un estímulo y un apoyo para sus futuras orientaciones. Y así han venido a significar algo en la literatura española novísima un Rubén Darío, un Leopoldo Lugones, un Salvador Díaz Mirón, un Manuel Gutiérrez Nájera, etc, etc.

Pero el comercio mental está muy lejos de ser tan vigoroso y estrecho, tan benéfico y cordial como puede y debe serlo, y a intensificarlo tenderán como primer arbitrio los propósitos del Ateneo Iberoamericano. Para ello van a constituirnos los que forman la Comisión literaria en intermediarios oficiosos entre los de acá y los de allá.

Recibirán cuanto libro se pretenda enviar por su conducto a América, y distribuirán concienzudamente en España cuanto libro de América se les remita.

Más aún: todo libro que se envíe a la Sección, será leído con la detención y el juicio que merezca, y según su importancia, logrará una nota bibliográfica más o menos nutrida y extensa, procurándose que ésta se publique, no sólo en la Revista de la Unión Iberoamericana que ya es de suyo muy leída, sino en diarios de gran circulación de España. El propósito de la Comisión es que tales notas formen a fin de año un volumen en el cual esté reflejado todo el movimiento mental de España y América y que este volumen se imprima a costa de todos los que a su difusión quieran contribuir, para lo cual bastará que tomen uno o dos ejemplares.

Entiende la Sección literaria que del conocimiento mayor de unos y otros, de los que en España escriben y de los que escriben en América, resultarán además de las ventajas apuntadas, algunas de índole puramente práctica, a saber: la formación de un público cada vez mayor de lectores españoles para los que escriben allá, de lectores americanos para los que escriben acá; la facilidad de encontrar en cada país corresponsales amistosos y seguros que ayuden a la difusión de los libros, sin pasar por las horcas caudinas de cierta laya de libreros.

Estos corresponsales harán irradiar, por decirlo así, las obras que reciban en todas direcciones y lograrán una simpática propaganda de ideas.

He aquí hasta ahora los propósitos de la Sección literaria del Ateneo Iberoamericano, de los cuales he creído conveniente hablar a esa superioridad, porque constituyen una información nueva, de las que entran en el programa que ella ha tenido a bien trazarme. Por lo demás, las ideas que antes que a nadie he expuesto a esa Secretaría, se expresarán, aunque con mucha más brevedad, y sólo en sus grandes lineamientos, en una circular que será profusamente difundida entre todos los hombres de estudio y de pensamiento de América y España.

Paso ahora a ocuparme de otra novedad literaria de estos días.

Doña Emilia Pardo Bazán, elegida el año último presidenta de la Sección literaria del Ateneo de Madrid, como todos sabéis, ha procurado imprimir algún movimiento a esta Sección, y entre las novedades que ha inaugurado, se cuentan las llamadas conferencias autocríticas. En éstas, el autor invitado a hablar refiere su vida literaria, el por qué de sus orientaciones, sus lecturas preferentes, sus fuentes mejores de inspiración; nos dice cómo escribe, qué medios le son más propicios, qué concepto tiene formado de su propia obra, etc.

Cuando la señora Pardo Bazán pensó en organizar estas conferencias, nos decía frecuentemente en el Ateneo las esperanzas que alimentaba de que fuesen interesantes, curiosas y originales. -«¡Qué mejor que cada uno de nosotros puede decir lo que es, lo que sabe, lo que piensa!» -exclamaba.

-Cierto -respondí yo-; pero todo el interés de una conversación de este género está en que el conversador sea sincero. Si no lo es, se tratará de un discurso más, tan vano como todos los discursos.

La famosa inscripción del templo de Delcos: Nosce te ipsum, nos muestra la importancia que se daba desde la antigüedad más remota a la introinspección, y lo esencial que es para todos asomarnos a nuestro propio espíritu antes que juzgar a los demás, pero esta operación refleja que conocernos y examinarnos es muy difícil. No sé qué brumas de misterio y de falacia envuelven a nuestras almas; no sé qué perspectivas engañosas alteran nuestras concepciones personales. El caso es que con sumo trabajo logramos saber lo que somos, y el que acierta a juzgarse sin pasión, obtiene un señaladísimo triunfo sobre sí mismo.

Hay algo, empero, todavía más difícil que el nosce te ipsum, y es, supuesto el logro de este precioso conocimiento, la sinceridad para decir a los demás lo que de nosotros pensamos. Todos gustamos de hablar de nuestra propia persona, pero en lo general para exaltarla, con más o menos habilidad, más o menos directa o embozadamente, pero para exaltarla siempre.

Y si esto es en las conversaciones privadas, imaginad lo que será en las conversaciones públicas. Una vez que el hombre, y especialísimamente el literato, se siente escuchado, se ve expuesto a la expectación intelectual de los demás, se acuerda de que la palabra sirve para disfrazar el pensamiento y habla ya sólo para la galería, procurando dibujar en la imaginación de ésta una figura artificial, adornada de todas las cualidades por él amadas. Tal labor es, a las veces, hasta inconsciente. Quizá el autor habla con sinceridad. Mas su autorretrato es falso.

Cuatro son hasta ahora los conferencistas que han hablado de sí mismos en el Ateneo: Dicenta, Martínez Sierra, Felipe Trigo y Valle Inclán.

Dicenta, ya lo sabemos todos, tiene ideales revolucionarios, y está lleno, además, de un sentimentalismo social sui generis. El creo que un obrero, por ejemplo, y así lo expresa en su drama Daniel, es, pongo por caso, infeliz porque el patrón come pavo trufado mientras él come salchicha. Esto es absolutamente cándido. Yo conozco de cerca a los obreros, y podría asegurar al señor Dicenta que si les diésemos langouste pochée au canapé y huevos á la grand duc, probablemente no les proporcionaríamos placer alguno. Es preferible darles carne con patatas y salchicha: lo que ellos saben gustar. Como conocemos las ideas del señor Dicenta, y como sabemos que con un espíritu de secta no se puede ser sincero ni aun en literatura, no insistiremos sobre su conferencia.

Martínez Sierra es un escritor delicadísimo: en su conferencia nos dijo bellas cosas, divagando alrededor de su personalidad y de sus obras.

Felipe Trigo es sincero, y por tanto, hablando de su persona, cautiva.

-Yo -dice- gusto de lo que escribo, más que de lo que escriben los otros. Todas mis obras me complacen, pero la que a todas prefiero es Alma en los labios.

A la bonne heure! Así, sí nos entendemos! Cuando un hombre nos habla con una ingenuidad tal, se nos vuelve un precioso documento humano.

Valle Inclán, el último que ha ocupado la cátedra del Ateneo para hablarnos de sí mismo, es sin duda uno de los temperamentos más cultos y raros de España. Su conferencia fue una deliciosa ironía. No habló sólo de sí mismo, sino de los demás, y luego, un poco de su vida, harto fantaseada por cierto; de su manera de ver el paisaje, de sus personales procedimientos y, sobre todo, de su sistema para usar el léxico.

Encuentra, por ejemplo, que no deben usarse ciertas palabras de dura o difícil pronunciación, como aquellas que tienen dos consonantes después de una vocal: objeto, septiembre, etc, porque dice, con una semiburla peregrina, la cantidad de esfuerzo que su pronunciación requiere no se gasta sino a expensas del entusiasmo o de la comprensión del lector. Aun sostiene -si no en su última conferencia, sí en tal o cual conversación amistosa- que determinados vocablos no deben usarse en su significado, sino en otros completamente distintos. Seguramente -digo yo- en aquellos que sugiera su estructura y su sonido... Así se volvería a la onomatopeya... pero en cambio no nos entenderíamos ni para remedio... ¿Es esto un inconveniente? Chi lo sa!...

De todas suertes las conferencias autocríticas del Ateneo han sido muy dignas de oírse, y valía la pena de que yo informase de ellas a esa Superioridad.

Para concluir este Informe, hablaré a usted de otro suceso literario: el último de que me ocuparé ahora. La publicación hecha por don Ramón Menéndez Pidal, en la Nueva biblioteca de autores españoles, de la «Primera Crónica general o Estoria de España», que mandó componer don Alfonso el Sabio.

Hasta hoy todas las ediciones hechas de esta obra admirable, la primera verdaderamente literaria de nuestro idioma, adolecían de innumerables defectos, de mutilaciones y obscuridades lamentables.

La publicación actual, hecha con excesivo cuidado y con gran pericia, expurgada y reconstituida, es lo que debía ser: el monumento valioso de nuestro idioma, en el cual ya la lengua aparece formada, gallarda, noble, expresiva y colorida, el libro sin paralelo en las literaturas europeas, considerado por Dozy, en palabras que cita un académico, «como el creador de la prosa castellana del buen tiempo viejo, que tan fielmente expresa el carácter español; a la vez vigorosa, amplia, rica, grave, noble, sencilla, y todo ello cuando los demás pueblos de Europa, sin exceptuar a Italia, distaban todavía mucho de producir una obra en prosa que fuera recomendable por su estilo».

Como más amplia noticia de esta publicación tan importante, envío a usted el adjunto artículo de Jacinto Octavio Picón, que es el académico a quien me refiero, y que analiza la obra de Pidal con mucho acierto.

Reitero a usted las seguridades de mi más distinguida consideración.