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ArribaAbajo- XXVIII -

Los progresos del esperanto


Varias veces he hablado en estos informes del Esperanto. Ello nada tiene de raro, ya que difícilmente podrá darse asunto que mejor quepa dentro del marco de la misión que esa Secretaría se ha servido conferirme.

El Esperanto tiende a realizar el más viejo ideal de los hombres: entendernos.

Según la Biblia, los humanos nos entendíamos con las bestias en el Paraíso. La famosa manzana... de la discordia, hizo que la fiera y el hombre ya no pudiesen comprenderse (quizá porque el hombre tiene fierezas conscientes, y la bestia, tan calumniada, no).

Sin embargo, si la fiera y el hombre ya no se entendían, los hijos de Adán... tampoco (puesto que por no entenderse Caín mató a Abel); pero podían conversar, cuando menos, entre ellos, hasta la famosa torre de Babel.

Antes de la torre de Babel había, pues, un Esperanto, según la Biblia.

El Esperanto actual se ha hecho esperar muchos siglos; en cambio, pretende destruir el castillo milenario. ¿Pero lo consigue?

Sus apasionados gritan en todos los tonos que sí.

Tristán Bernard le consagraba en días pasados en el Excelsior un ditirambo de lo más entusiástico... ¡No es el primero, ni será el último!

Sin embargo, yo en uno de mis informes ponía a la lengua universal un reparo. Hace siglos, decía yo poco más o menos, el latín era en Europa la lengua universal; en ella escribían sus libros los hombres de todas las razas: lo mismo Calvino su Constitutio, que Servet su Restitutio Christiani; lo mismo Linneo sus clasificaciones admirables, que Kepler sus portentosas afirmaciones. No obstante, cuando dos hombres de diversas nacionalidades se encontraban y pretendían entenderse tendiendo entre sus cerebros un sutil puente de latín... solían separarse sin haberse entendido. ¿Por qué? Pues por un pequeño detalle: por el acento.

Entre el acento latino de un tudesco y el de un francés había una sima infranqueable, y quien lo dude, que haga simplemente pronunciar a un alemán y a un francés el Dominus vobiscum (Fominus popiscum dirá el tudesco, y el francés, tras de introducir en el Dominus su u peculiar, que lo disfraza por completo, dirá vobiscom).

Fresca está la tinta de lo que escribí entonces (no en los términos apuntados, pero sí con el mismo fondo) y ya cuento con un aliado francés para mi opinión.

Cierto que él ignora hasta mi nombre, pero aliado es de todas suertes.

Me refiero a Adrien Vély, quien en carta abierta, dirigida a Tristán Bernard a propósito de su defensa del Esperanto, a la cual hago alusión antes, le dice lo siguiente, que traduzco:

«Mi querido amigo:

He leído con vivo placer su artículo sobre el Esperanto. Pero debo confesarlo que no comparto del todo su entusiasmo.

Reconozco con gusto que el Esperanto puede prestar algunos servicios desde el punto de vista literario, no obstante que hay en Francia y en Inglaterra bastantes gentes que tienen un cordial e inteligente conocimiento de los idiomas de las dos naciones. Pero en lo que se refiere a la conversación, hago algunas reservas.

Yo hablo bastante bien el inglés y creo hablarlo con una pronunciación bastante buena... es decir, que no puedo llegar a hacerme entender ni por la mayor parte de los franceses que saben el inglés, ni por la mayor parte de los ingleses que saben el francés. En uno de mis últimos viajes a Londres, una mañana, después de varias excursiones por la City, quise, a la hora del almuerzo, hacerme conducir al café Royal, al restaurant francés de Londres. Tomé un cab y le dije al cabman:

-Café Royal.

Como esas dos palabras son las mismas en inglés y en francés, era absolutamente como si me expresase en Esperanto. El cabman me las hizo repetir diez veces. No entendía una jota. Al fin tuve que resolverme a escribírselas en un pedazo de papel. Las leyó y exclamó:

-¡Oh! ¡Café Royal! ¡All right!

Hablábamos la misma lengua, pero no nos entendíamos a causa de, nuestras diferentes pronunciaciones.

Tomemos la frase de Esperanto que usted cita:

Kiajn logio ei havas.

Un inglés la pronunciaría así:

Kiedjn leudgien vai heveus.

Y he aquí cómo la pronunciaría un alemán;

Kiach leudgien vai heveuss.

Si usted se esfuerza en hacerse comprender pronunciándola a la francesa hay probabilidades de que su interlocutor, inglés o berlinés, lo lleve a usted a ver al representante local de la Agencia Hayas, para que le sirva de intérprete...

Se verá usted, pues, forzado, sin duda, a hacer lo que el sordomudo, cuya divertida historia cuenta usted: a escribir la frase.

Pero en estas condiciones y dado que en el extranjero las palabras de que se tiene necesidad para los usos corrientes son bastante limitadas, sería más práctico para un francés que permanece en Londres copiar, según las circunstancias, las frases hechas de cierto librito que se intitula:

L'Anglais tel qu'on le parle.

¿Cuándo nos dará usted, mi querido Tristán el Esperanto tal como se pronuncia? Nos lo debe usted y Claretie lo espera.

Truly yours.

Adrien Vély».

Esta desesperante dificultad de que habla Vély, de hacerse entender en Inglaterra, en Francia, en Alemania, aun hablando bien el inglés, el francés y el alemán, es uno de los más terribles obstáculos para el progreso de cualquier lengua universal.

¿Cómo allanarlo?

¿Modificando el acento de cada uno de los respectivos nacionales?

Esto es un sueño.

El acento enraíza firmemente en las honduras mismas de la fisiología, y el inglés ha de hablar siempre cualquier idioma (dado que se resuelva -caso dudoso- a hablar otro que el suyo) con acento inglés.

Cuando uno se hace entender, por ejemplo, en Inglaterra no es porque los ingleses adapten siquiera una miaja su oído a nuestra pronunciación. Es porque nosotros hemos logrado, después de persistentes esfuerzos, pronunciar a la inglesa.

Un amigo mío, que lo es también de Ramiro de Maeztu, me refería las angustias y los trabajos de éste para hacerse entender en Londres durante los primeros tiempos de su permanencia allí. Y, sin embargo, Maeztu, cuya madre es, según creo, inglesa, hablaba correctamente esta lengua.

Al fin, después de formidables esfuerzos, adaptó su pronunciación a la inglesa, hasta identificarla, y un día, un camarada suyo, que le oía hablar corrientemente con un cabman con quien ajustaba el precio de una carrera, decía:

«Maeztu debe hablar muy bien el inglés, porque le entienden hasta los cocheros».

He aquí, en efecto, la piedra de toque: el cochero. Por lo que respecta a los cabman, ensayad que os entiendan la palabra Carlton, nombre de uno de los mejores hoteles londinenses... y veréis lo que significa el acento en una lengua.

Vanamente repetiréis:

-Carlton, Carlton.

Después de insistir cinco o seis veces, puede ser, si no pronunciáis del todo mal, que el cabman exclame:

«¡Oh! Corlton, Corlton (con una o atrozmente cerrada y difícil). Corlton... ¡All right!... «Pero ¡qué más! En Madrid suele suceder que la gente del pueblo no nos entiende a los hispanoamericanos.

En cierta ocasión, una buena mujer se excusaba conmigo de no entender lo que le decía un compatriota amigo mío.

-Como ese caballero me hablaba en francés... -decía.

Y en Burgos, un guarda, queriendo halagarme, exclama:

-El señorito habla bastante bien el castellano.

-Sí -le respondí-, lo he practicado un poco.

-¡Ya lo decía yo! -replicó el guarda, satisfecho de haber acertado.

Pero, en fin, diréis vosotros; sabiendo Esperanto, queda el recurso de escribir lo que uno quiere en un papelito.

¡Y tenéis razón, es un recurso!

Por lo demás, lo que he dicho hasta aquí no pretende nublar en lo más mínimo el brillo de la Lengua Universal. Encuentro, al contrario, que debe fomentarse su enseñanza y aplaudo de veras el buen intento del almanaque, Hachette para 1911, que abre un concurso de Esperanto y apoya su idea con las siguientes palabras:

«Desde que en 1915, en Boulogne-sur-Mer, se abrió para el Esperanto la era de los grandes Congresos internacionales, la nueva lengua no ha cesado de hacer extraordinarios progresos.

»El año 1910 ha visto el Congreso de Washington que ha reunido muchos miles de esperantistas y el Congreso especial de esperantistas católicos de París, que ha reunido a su vez algunos centenares de asistentes.

»Además de esas grandes reuniones mundiales, los esperantistas son bastante numerosos ahora para organizar en todos los países Congresos nacionales y aun regionales. Habrá más de 30 en el curso de este año de 1911.

»En cada ciudad se crean grupos que se federan entre sí. Estas federaciones a su vez forman entre ellas confederaciones.

»Lejos de estar compuesto con elementos nuevos o completamente deformados, como lo estaba el difunto Volapuk, el Esperanto toma para su vocabulario a las lenguas indoeuropeas sus raíces más internacionales. Un pequeño juego de afijos bien escogidos le asegura además una riqueza y una elasticidad extraordinarias. Su gramática es de una simplicidad tan notable, que se pueden traducir con mucha exactitud textos de Esperanto sin ningún estudio previo de la lengua y sacar un mismo de ellos la Gramática».

Los anteriores elogios, que traduzco gustoso, probarán que mis reparos al Esperanto no son apasionados.

Dios siga deparando buena suerte a la lengua internacional y haga que la Humanidad, merced a ella, acabe al fin por entenderse.