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ArribaAbajoActo IV


Escena I

 

PELAYO, SUERO y algunos ciudadanos de Gijón. Noche.

 
PELAYO
Suero, ¿qué me decís?
SUERO
Que he registrado
el palacio, y en él todos descansan.
Acmeth se ha retirado en este instante
del cuarto de Munuza con la guardia;
Hormesinda también queda en el suyo.5
Yo la vi. que medrosa y asustada
se acercó a preguntarme por su hermano.
Ella está inconsolable, y recelaba
de la misma quietud de su enemigo
alguna infiel resulta; pero, gracias10
al cielo, por ahora no hay sospecha
que nos pueda asustar.
PELAYO
¡Oh, dulce patria!
¡Oh, amable libertad! En favor tuyo
buscan la oscuridad las nobles almas.
Ilustres caballeros, resto heroico15
de la temible y oprimida España,
altivos corazones y briosos,
que agobiados del peso de las armas,
vecinos siempre al jabalí y al oso,
conserváis vuestra hacienda y vuestras casas20
en la inculta aspereza de estos montes;
vosotros, que debéis a vuestra espada
la posesión de los paternos lares,
la libertad, las leyes y las aras,
y vosotros, en fin, cuyos abuelos25
jamás sintieron su cerviz doblada
a un extranjero y usurpado yugo,
vais a ver en un punto sepultadas
vuestras glorias, a ser esclavos viles
y a venerar las lunas africanas.30
El destino que hoy lloran las provincias
que están al sur de Asturias retiradas
va a ser el nuestro, y dentro de estos muros
veréis que de repente se levanta
un trono infiel a quien el asturiano35
inclina la rodilla. Con las armas
del bárbaro agareno, a nuestros ojos
un traidor a los cielos y a la patria,
el perverso Munuza, va a mostrarse
en Gijón como único monarca40
y a imponernos la ley, ensangrentando
en nuestros cuellos su cobarde espada.
La sangre ilustre de los reyes godos,
que aún conservan las venas de mi hermana,
los restos de una estirpe casi extinta,45
ya es un objeto a la ambición tirana
del malvado opresor, y esta infelice,
después de haberse visto atropellada
por los viles ministros de un impío,
se destina a ser víctima en las aras50
de su indecente amor, en menosprecio
del legítimo esposo: oscura mancha,
que no podrá borrarse en ningún tiempo.
Pero pluguiera a Dios que esta desgracia
formase únicamente nuestro susto.55
Yo temo otras más graves, que mi alma,
llena de un justo horror, presiente y llora.
¿Quién de vosotros puede tolerarlas?
La descendencia de Ismael precita
vendrá a reinar en la nación más santa,60
y a la torpeza vil de los sultanes
las ilustres doncellas destinadas
poblarán la clausura de un serrallo.
Los jóvenes, honor de nuestra España,
consumidos del llanto y las fatigas,65
fallecerán cautivos en su patria.
Gemirá el tierno niño en las mazmorras,
y en el común desorden aun las canas
no podrán eximirnos del oprobio.
¡Oh, inefable dolor! La augusta casa70
de Dios, do resonaban nuestros votos,
será en mezquita impura transformada.
Al sacerdote santo del Dios vivo
el musulmán remplazará en las aras;
y en fin, el Alcorán será bien presto75
fea sustitución de la ley santa.
¡Oh, Dios, sólo este colmo de desdichas
podrá fijar vuestra adorable saña!
Tal es, bravos amigos, el destino
que el pérfido Munuza nos prepara,80
y muy luego, sin un heroico esfuerzo,
la tempestad horrible que amenaza
va a descargar sobre vosotros mismos.
Pero, ¿qué, en tan funestas circunstancias
no habrá un noble recurso a las proezas85
del valor español? ¿Qué, vuestra fama
se dejará manchar tranquilamente?
Leed en sus anales que la espada
de nuestros padres supo en otro tiempo
asustar a las águilas romanas...90
Codiciosa, Cartago vuelve a Asturias,
rompe este suelo y mira en sus entrañas
el oro, por que en vano combatía...
Sí, amigos valerosos, nuestra patria
se debe restaurar a cualquier precio,95
y esta noble provincia, que en España
fue la postrera en tolerar el yugo,
la primera será que con las armas
de sus fieros patricios le sacuda.
El tiempo de una empresa tan bizarra100
es el último instante del peligro;
ya nos vemos en él, está cerrada
la puerta a otros recursos. Uno solo
tenemos, que es lidiar por nuestra patria,
comprando con la vida que nos resta105
la muerte o la victoria.
SUERO
¿Qué desgracias
podrían entibiar el amor santo
que abriga nuestro pecho? Augusta España,
¿quién podrá consentir en tu desdoro?
Señor, creed que nuestra ardiente espada110
os seguirá hasta el borde del sepulcro;
y pues cada uno de nosotros trata
de conservar su honor y sus hogares,
no habrá quien no derrame por la causa
común toda la sangre de sus venas.115
Sin embargo, al presente es arriesgada
cualquiera acción. Munuza a su albedrío
dispone de las tropas. Esta plaza,
por parte del poniente defendida
de un gran fuerte, por otras rodeada120
del ancho mar, no tiene más salida
que una muy peligrosa, y será vana
cualquiera tentativa, si el auxilio
de los vecinos pueblos no separa
este estorbo fatal. Quizá sería125
nuestra empresa, señor, más acertada
si, tomando algún tiempo, se avisase
a los nobles dispersos que se hallan
en lo interior de la provincia.
PELAYO
Amigo,
cuando el riesgo es urgente, la tardanza130
y lentitud destruyen las empresas.
A la nuestra, movida por la causa
del cielo y del honor, ningún peligro
debe servir de estorbo; nuestras armas,
aunque son hoy en número inferiores,135
crecerán por momentos. Las quebradas
rocas de esta provincia son asilo
de muchos combatientes que la saña
del vencedor evitan en sus grutas
y al más leve rumor de las espadas140
correrán a engrosar nuestras legiones.
¡Cuántos también en lo interior de España
gimen en un preciso cautiverio,
que vendrán a alistarse a esta comarca
bajo nuestro estandarte tremolado!145
Y ¿qué tropas, en fin, qué heroicas armas
opondrán a las nuestras los traidores?
El ejército infiel se ocupa en Francia
en derribar los tronos que los godos
tienen allí erigidos; y las plazas150
de Asturias, de León y de Galicia,
se rinden hoy a una porción escasa
de soldados alarbes que las cercan.
Ánimo, pues, amigos; nuestra patria
va a deber al valor de vuestro brazo155
su libertad. ¡Qué gloria tan hidalga
para un patriota fiel!
SUERO
Señor, tus voces
nuestra razón y nuestro pecho inflaman:
la inquietud que advertís es una seña
del asenso común, y nuestra espada160
estará pronta a herir en el momento
que vos habléis; pero esta acción bizarra
necesita un caudillo. Y pues el cielo
conserva en vos la esclarecida rama
de nuestros reyes, sedlo desde ahora;165
y entretanto que Asturias, ayudada
de sus nobles, sobre un luciente escudo
levanta en vos a su primer monarca,
dignaos de aprobar nuestros deseos.
PELAYO
Mi amistad los acepta.
SUERO
Ya está echada
170
la suerte; hablad, señor.
PELAYO
Vamos al punto
a disponer el modo, y pues la saña
del opresor encierra en el castillo
a muchos de los nuestros, cuya espada
lidiará a nuestro lado, en socorrerlos175
pensemos desde luego.

 (A SUERO.) 

Tú repara
en tanto las ideas de Munuza,
y pues no le eres sospechoso, guarda
con él una discreta indiferencia;
quizá esta precaución es necesaria, 180
y en cualquier contratiempo nos conviene
penetrar sus ardides y sus trazas.
Idos. Al punto os sigo. Quiera el cielo
volver por nuestro honor y el de su causa.
 

(Se van todos menos PELAYO.)

 


Escena II

PELAYO
Grandes e ilustres manes de los héroes185
que oprimieron las furias africanas,
triste sombra del mísero Rodrigo,
augusta religión, promesas santas,
ya ha llegado por fin aquel momento
en que deben los filos de esta espada190
castigar tanto ultraje padecido.
Con la sangre de Agar, que nuestras lanzas
van a extraer de los traidores pechos,
se lavará tu afrenta, oh dulce patria.
Y tú, noble inquietud de los mortales,195
tú, amable pundonor, ven y embriaga
nuestro fiel corazón con tus dulzuras,
infunde un santo ardor en nuestras almas.
Pero, ¿quién a esta hora? ¡Oh Dios! Munuza.
 

(Se va.)

 


Escena III

 

MUNUZA, ACMETH, GUARDIAS con hachas a lo lejos.

 
ACMETH
Ya está la ceremonia preparada200
con el mayor secreto. El sacerdote
mismo ignora el motivo, y de esta rara
resolución ninguno se ha instruido.
Sin embargo, la creo algo arriesgada:
pocas horas habrá que vi a Pelayo205
profundamente triste. Si le ultrajas,
se ofenden sus amigos; de una afrenta
nace una sedición, y ésta quebranta
los nudos de la paz. También se ha dicho
que Pelayo esta tarde convocaba210
los nobles de Gijón... En fin... Yo dudo...
MUNUZA
Nada dudes, Acmeth, ni temas nada:
yo voy a acelerar este himeneo,
y una vez concluido con su hermana,
será en él necesario el sufrimiento;215
tal hay que corre ciego a la venganza
de un agravio, y al fin no la consuma;
el tiempo, el ruego y la razón le aplacan.
Pero acaso Pelayo o sus amigos,
¿osarán oponer su fuerza flaca 220
contra el único dueño de sus vidas?
Acmeth, todo promete a mi esperanza
un suceso feliz; aun el tamaño
de esta acción peligrosa y temeraria
basta para asustar a los cobardes.225
Ve en busca de Hormesinda, haz que se traiga
a mi vista, yo quiero prevenirla.
ACMETH
Ella viene hacia aquí, señor.
MUNUZA
Pues marcha
y haz que todo esté pronto.


Escena IV

 

MUNUZA, HORMESINDA, INGUNDA, GUARDIAS con hachas a lo lejos.

 
HORMESINDA
Perdonadme,
señor, si vengo en hora tan extraña 230
a interrumpir vuestra atención; dignaos
de decirme si acaso mi desgracia
o vuestra ira alejan de mis brazos
a un hermano infeliz. Yo, desdichada,
podría consolarme en su presencia;235
pero vos retiráis de cuanto ama
a un corazón que en nada os ha ofendido.
MUNUZA
Otra inquietud más grave y más infausta
ocupa el de Munuza en este instante,
y él os va a dar la última y más clara240
prueba de su pasión y sus bondades.
Cuando intento mostraros de mi saña
todo el resentimiento, me detiene
no sé qué oculta voz que por vos habla;
vos ignoráis sin duda todo el riesgo245
a que os expuso la cruel constancia
con que habéis resistido mis deseos.
Yo debiera odiar a una alma ingrata
que desaíra mi amor, y este amor mismo
me inclina sin arbitrio a perdonarla.250
HORMESINDA
Pues, señor, castigadme. Yo consagro
mi vida a vuestro enojo, y pues no bastan
a separaros de un horrible intento
los más santos derechos, vuestra saña
acabe de oprimir el triste resto255
de mis amargos días.
MUNUZA
Pero, ingrata,
cuando olvidando mis ardientes celos
a perdonaros el amor me arrastra,
¿no oís en vuestro seno inexorable
alguna voz que apruebe de esta llama260
el invencible ardor? ¡Cruel! ¿Vos misma
os obstináis en irritar mi saña?
¿Y sólo mis crueldades son objeto
de vuestro injusto ruego? ¡Quién pensara
hallaros insensible a los halagos265
del trono y a la gloria soberana
de dar la ley sobre el paterno solio
y de enjugar los llantos de la patria,
reinando en el afecto de Munuza!
Pero, ¿qué, os lisonjeáis que más templada270
mi violenta pasión...? No, yo no puedo
resolverme a perderos... Ni mi alma
podrá sufrir tan vergonzosa idea.
En este caso, el odio y la venganza
armarían mi brazo poderoso275
contra un rival que logra vuestras ansias
y contra un falso amigo, cuya sangre,
de Munuza hasta ahora idolatrada,
la verterá Munuza a vuestros ojos,
si le creéis indigno de lograrla.280
El amor la hizo objeto de mis ruegos,
el odio la hará el blanco de mi rabia:
sobre las ruinas del augusto trono
a que quise elevaros, la venganza
irá hacinando estragos y trofeos;285
y en el torrente inmenso de mi saña
los restos infelices de una estirpe
que hoy respeta mi brazo serán gradas
por donde suba al soberano solio.
Pero, ¡ay, de qué me sirve esta esperanza,290
si yo os pierdo, cruel! Entre mis glorias,
si vos no las hacéis dulces y gratas,
¿hallaré más que horror y desconsuelo?
No. Vos me ayudaréis a disfrutarlas
con vuestra mano. En fin, yo estoy resuelto,295
el altar está pronto, preparada
la nupcial pompa y el ministro espera.
Sea, pues, vuestra mano ilustre paga
de mi pasión; venid conmigo al templo,
y lo que está en arbitrio de mi saña300
concededlo al amor y a la ternura.
HORMESINDA
¡Cuán en vano esperáis que mi constancia
ceda a vuestro furor, y cuán en vano
pretendéis que, cobarde y asustada,
deje la senda en que el honor me puso!305
El cielo, enternecido a mis instancias,
me va a hacer superior a vuestra furia;
vos ponéis a mis ojos la venganza,
su horror y sus ultrajes. Yo estoy viendo
muerto a Rogundo, y que en su pecho rasga310
una mano cruel mi triste imagen;
sepultado mi hermano entre las altas
ruinas del imperio de sus padres,
me hace estremecer. Miro en las aras
arder cobarde el religioso fuego.315
Desde el altar con mano ensangrentada
me ofrece una corona la injusticia...
¡Qué de engaños, oh Dios! ¡Qué de asechanzas
contra el honor de una infeliz doncella!
Pero este mismo honor, que es la más santa320
de las obligaciones, el recuerdo
de mi cuna, la fe de mi palabra,
el amor, la virtud y el cielo, todo
sostiene y fortalece mi constancia
contra un amor cruel y artificioso.325
Cuando vos completéis vuestra venganza
no estaré menos firme en mis intentos
por mantener la fe de mi palabra
y no violar un vínculo tan santo.
Vos veréis que, llorosa y resignada, 330
pierdo un hermano, pierdo un tierno esposo
y pierdo ¡ay Dios! la siempre dulce patria.
Después que esté desamparada y sola
me arrastraréis con mano temeraria
hasta el pie del altar; pero allí mismo335
renovaré mi amor y mi palabra
al infeliz Rogundo, y pondré al cielo
por testigo de vuestra injusta, osada
y sacrílega acción. Sí, yo os lo juro,
y no esperéis, cruel, que vuestra llama,340
el tálamo nupcial, ni los altares
le puedan arrancar a mi constancia
la más leve caricia. No. Munuza
será un verdugo eterno de mi alma.
MUNUZA
¡Oh Dios! Todos me insultan. ¡Yo no puedo345
vencer esta pasión! Mujer ingrata,
yo os haré conocer... ¡Hola!, soldados.


Escena V

 

MUNUZA, HORMESINDA, KERIM, INGUNDA.

 
KERIM
Señor.
MUNUZA
Kerim, al punto con mi guardia
lleva a Hormesinda al templo. Yo te sigo.
HORMESINDA
Pero, cruel, no oís.
MUNUZA
Kerim, llevadla.
350
Yo pretendo agotar, fiera enemiga,
todo vuestro rigor.
HORMESINDA
¡Oh cielo!, ampara
mi inocente virtud en este trance.


Escena VI

 

MUNUZA.

 
MUNUZA

 (Solo.) 

No sé cómo es capaz la débil alma
de una mujer de tanta resistencia.355
¡Algún genio infernal en sus entrañas
ha derramado el odio desabrido!
Todo el mundo me ofende. Todos tratan
de abatir mi altivez... Un brazo oculto
mi amor y mis proyectos desbarata.360
¿Acaso el cielo injusto está de acuerdo
con los que me abandonan? ¿Qué, su saña
querría trastornar...? ¡Ah, qué martirio
para un pecho amoroso ver frustradas
tantas ideas dulces y halagüeñas!365
Pero, ¿qué dudo? Amor, tu voz me llama
a poseer las gracias de Hormesinda;
tú mismo en los altares me preparas
una dulce coyunda, que ella misma
no podrá desatar. ¡Unión sagrada!370
Tú no serás inútil. Son eternos
los santos nudos hechos en las aras;
no los puede romper un pecho indócil;
pero, aunque lo pretendas, alma ingrata,
¿qué me podrá importar, si te poseo,375
tu odio pertinaz? Fortuna, acaba
de coronar mis dichas. Yo desprecio
un escrúpulo insano, que a mis ansias
se pretende oponer. Turbe otros pechos
el vil remordimiento, y el que afana380
por ascender al trono, que no escuche,
importuna virtud, tus voces flacas.
Mas, ¿qué rumor se escucha tan extraño?
¡Oh Dios! ¿Qué puede ser?


Escena VII

 

MUNUZA, KERIM, SOLDADOS.

 
KERIM
Señor.
MUNUZA
¿Quién causa
este rumor, Kerim?
KERIM
Somos perdidos,
385
si no envías socorro a nuestra guardia;
en Gijón se conspira...
MUNUZA
¿Se conspira?
¿Y contra quién?
KERIM
Señor, casi se hallan
todos sus moradores conmovidos.
Apenas de nosotros escoltada390
salía para el templo la princesa,
cuando el mismo Pelayo, puesto en arma,
y algunos de los suyos nos salieron
al encuentro. La vista de su hermana
le sorprendió al principio; pero viendo395
que vuestra tropa al templo la llevaba
se arrojó hacia nosotros impetuoso,
se detiene, nos mira y con la lanza
en ristre y lleno de ira: «Moros, dice,
viles moros, no así con mano osada400
profanéis el decoro de mi sangre».
Se vuelve hacia los suyos, les encarga
defiendan a Hormesinda, y nos embisten.
Todos siguen su ejemplo; vuestra guardia
les hace frente; el bravo Acmeth arriba,405
todos se mezclan y la lid se traba.
Y yo viendo, señor, que este accidente
puede tener resultas bien infaustas,
me adelanto a avisaros.
MUNUZA
Entretanto
que voy a socorrerlos con mi espada,410
parte, amigo, apresúrate. En el puerto
y en el castillo se hallan redobladas
las centinelas; llévalas al choque,
infúndelas aliento y haz que caiga
su rabioso furor sobre los viles.415
Amor, haz tú sangrienta mi venganza.
 

(MUNUZA se retira por el fondo del teatro y KERIM entra al castillo por la puerta que sale a la escena, dejando en ella alguno de sus soldados, y vuelve a entrar a darle aviso luego que SUERO y los demás parecen en el teatro con HORMESINDA e INGUNDA.)

 


Escena VIII

 

HORMESINDA, INGUNDA, SUERO y algunos españoles.

 
SUERO
Señora, huid, buscad algún asilo.
Perdonad si no puede nuestra espada
daros otro socorro. Nuestro jefe
peligra, y en su vida soberana420
tiene la patria su mayor apoyo.
Retiraos.
HORMESINDA
¡Oh, Suero! ¿qué, me encargas
que me retire? ¿Quieres que Hormesinda
sobreviva a la ruina de su patria?
SUERO
¿Y os queréis quedar sola? ¿Estar expuesta425
a la furia...?
 

(KERIM vuelve a salir por la puerta del castillo.)

 


Escena IX

 

KERIM, los centinelas y los dichos.

 
KERIM
¡Ah, traidores!
SUERO
¡Qué desgracia!
Señora, huid.
KERIM
Dejad a la princesa,
alevosos.
SUERO
Primero, vil canalla
perderemos la vida en su defensa.
 

(SUERO y los suyos entran por el centro del teatro acuchillando a los moros.)

 


Escena X

 

HORMESINDA, INGUNDA.

 
INGUNDA
Venid, señora, huyamos; mis pisadas430
os guiarán a algún asilo oculto.
No expongáis vuestra vida desdichada
al furor de unas tropas que nos buscan.
El hondo mar, las cóncavas montañas
resuenan con los gritos de los nuestros.435
Lejos de este terreno, do las armas
van sembrando la muerte y los horrores,
la paz y los consuelos nos aguardan.
Corramos a implorarla.
HORMESINDA
¡Oh, cielo! ¿Dónde
podrán huir dos vidas desdichadas,440
que vos abandonáis? ¡Ah!, vuestro ceño,
vuestro ceño descarga hoy sobre España
los últimos y más violentos golpes.
Munuza triunfa y su funesta rabia...
¿Munuza triunfa? ¡Oh, Dios! ¿Y qué destino445
será el tuyo, mujer desventurada?
Tú vas a estar sobre el sangriento trono,
hecha el objeto de una torpe llama,
cercada de enemigos y de angustias.
Cuando lloren tus ojos la desgracia450
de tu familia, el odio insacïable
traerá a tu presencia sepultadas
en horror y ceniza las ruïnas,
las tristes ruinas de la augusta España.
El esposo... el hermano... tus apoyos,455
víctimas de la furia sanguinaria
del opresor..., sobre sus tristes cuellos
pronta a herir la funesta cimitarra...
Llévame a su presencia, tierna Ingunda,
que nos una el tirano en la desgracia.460
Y vos, gran Dios, que desde el alto trono
miráis tranquilo la aflicción de España
y la desolación de vuestro pueblo;
vos, cuya voz decide las batallas,
forma, ensalza y arruina los imperios,465
¿queréis que el desenfreno y la ignorancia
profanen vuestra herencia y vuestro nombre?
Enviad, Señor, sobre la vil canalla
un ángel destructor que la extermine;
enviad un vengador de vuestra causa;470
ved que sin este auxilio perecemos.
Que venga, que socorra nuestras armas,
que arranque la victoria a los infieles,
que los confunda, y triunfe la Ley santa.