¡Oh,
dulce patria! | |
¡Oh, amable libertad! En favor tuyo | |
buscan
la oscuridad las nobles almas. | |
Ilustres caballeros, resto
heroico | 15 |
de la temible y oprimida España, | |
altivos
corazones y briosos, | |
que agobiados del peso de las armas,
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vecinos siempre al jabalí y al oso, | |
conserváis
vuestra hacienda y vuestras casas | 20 |
en la inculta aspereza
de estos montes; | |
vosotros, que debéis a vuestra
espada | |
la posesión de los paternos lares, | |
la
libertad, las leyes y las aras, | |
y vosotros, en fin, cuyos
abuelos | 25 |
jamás sintieron su cerviz doblada | |
a un extranjero y usurpado yugo, | |
vais a ver en un punto
sepultadas | |
vuestras glorias, a ser esclavos viles | |
y
a venerar las lunas africanas. | 30 |
El destino que hoy lloran
las provincias | |
que están al sur de Asturias retiradas
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va a ser el nuestro, y dentro de estos muros | |
veréis
que de repente se levanta | |
un trono infiel a quien el asturiano | 35 |
inclina la rodilla. Con las armas | |
del bárbaro
agareno, a nuestros ojos | |
un traidor a los cielos y a la
patria, | |
el perverso Munuza, va a mostrarse | |
en Gijón
como único monarca | 40 |
y a imponernos la ley, ensangrentando
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en nuestros cuellos su cobarde espada. | |
La sangre ilustre
de los reyes godos, | |
que aún conservan las venas
de mi hermana, | |
los restos de una estirpe casi extinta, | 45 |
ya es un objeto a la ambición tirana | |
del malvado
opresor, y esta infelice, | |
después de haberse visto
atropellada | |
por los viles ministros de un impío,
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se destina a ser víctima en las aras | 50 |
de su
indecente amor, en menosprecio | |
del legítimo esposo:
oscura mancha, | |
que no podrá borrarse en ningún
tiempo. | |
Pero pluguiera a Dios que esta desgracia | |
formase
únicamente nuestro susto. | 55 |
Yo temo otras más
graves, que mi alma, | |
llena de un justo horror, presiente
y llora. | |
¿Quién de vosotros puede tolerarlas?
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La descendencia de Ismael precita | |
vendrá a reinar
en la nación más santa, | 60 |
y a la torpeza
vil de los sultanes | |
las ilustres doncellas destinadas
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poblarán la clausura de un serrallo. | |
Los jóvenes,
honor de nuestra España, | |
consumidos del llanto
y las fatigas, | 65 |
fallecerán cautivos en su patria.
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Gemirá el tierno niño en las mazmorras,
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y en el común desorden aun las canas | |
no podrán
eximirnos del oprobio. | |
¡Oh, inefable dolor! La augusta
casa | 70 |
de Dios, do resonaban nuestros votos, | |
será
en mezquita impura transformada. | |
Al sacerdote santo del
Dios vivo | |
el musulmán remplazará en las
aras; | |
y en fin, el Alcorán será bien presto | 75 |
fea sustitución de la ley santa. | |
¡Oh, Dios,
sólo este colmo de desdichas | |
podrá fijar
vuestra adorable saña! | |
Tal es, bravos amigos, el
destino | |
que el pérfido Munuza nos prepara, | 80 |
y muy luego, sin un heroico esfuerzo, | |
la tempestad horrible
que amenaza | |
va a descargar sobre vosotros mismos. | |
Pero,
¿qué, en tan funestas circunstancias | |
no habrá
un noble recurso a las proezas | 85 |
del valor español?
¿Qué, vuestra fama | |
se dejará manchar tranquilamente?
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Leed en sus anales que la espada | |
de nuestros padres
supo en otro tiempo | |
asustar a las águilas romanas... | 90 |
Codiciosa, Cartago vuelve a Asturias, | |
rompe este
suelo y mira en sus entrañas | |
el oro, por que en
vano combatía... | |
Sí, amigos valerosos, nuestra
patria | |
se debe restaurar a cualquier precio, | 95 |
y esta
noble provincia, que en España | |
fue la postrera
en tolerar el yugo, | |
la primera será que con las
armas | |
de sus fieros patricios le sacuda. | |
El tiempo
de una empresa tan bizarra | 100 |
es el último instante
del peligro; | |
ya nos vemos en él, está cerrada
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la puerta a otros recursos. Uno solo | |
tenemos, que es
lidiar por nuestra patria, | |
comprando con la vida que nos
resta | 105 |
la muerte o la victoria. |