La oda de fray Luis «A la Ascensión»
Ricardo Senabre
La oda
«¿Y dejas, Pastor santo...?» participa de
algunos de los problemas textuales que afectan a toda la obra
poética de fray Luis. El cotejo entre las dos versiones
conservadas proporciona, además de pequeñas variantes
muy significativas, la desconcertante comprobación de que
una de ellas añade al final cuatro nuevas estrofas que
modifican sustancialmente el sentido global de la
composición. No hay datos externos que permitan asegurar
cuál de las dos versiones es posterior; ni siquiera puede
aceptarse como absolutamente indudable que las cuatro estrofas del
texto más extenso procedan de la mano de fray Luis. En 1919,
Adolphe Coster escribía cautelosamente, a propósito
de la oda: «Elle fut
retouchée sans doute plus tard, et accrue da quatre strophes
qui ne font que la gâter»1
.
Al estimar que las adiciones pertenecen a una versión
posterior y estropean la composición, Coster insinuaba una
duda plausible acerca de la paternidad de las estrofas. Más
abiertamente, O. Macrì resume de este modo la
cuestión: «En el ms. Fuentelsol hay cuatro estrofas
añadidas en las que algún discípulo, si no el
propio poeta, intentó templar la desolación, y
aguijonear el alma, de nuevo esperanzada, a seguir a su Amante,
Parece un remedio a las perplejidades expresadas por un
teólogo, a quien dejaba estupefacto que la Ascensión
infundiese en el hombre cristiano tales impulsos de dolor, tanta
desesperación y añoranza
inconsolada»2
.
La posibilidad apuntada por Macrì de que las estrofas puedan
ser de un discípulo y no del propio fray Luis es algo que ni
siquiera se plantea el P. Vega, para
quien las cuatro liras no sólo son «legítimas»
del poeta, sino
también «lo más sentido,
más ardoroso y traspasado que salió de su
pluma»3
,
todo lo cual no le impide afirmar que corresponden a una
redacción primitiva y que fueron luego suprimidas por el
poeta «con acierto
indiscutible»4
.
A este parecer se adhiere Dámaso Alonso, siguiendo al
P. Vega, al señalar que las
estrofas «puedan muy bien ser de fray
Luis. Según esta hipótesis, el poeta las
habría suprimido más tarde (no hay ni que decir que
con acierto)»5
.
Explícita o implícitamente, quienes se han ocupado de
la composición coinciden en señalar la indudable
primacía estética de la versión más
breve. Aun a riesgo de simplificar un tanto el problema,
podría establecerse esta disyuntiva: o las estrofas son de
fray Luis -en cuyo caso la versión extensa
correspondería, en efecto, a una redacción primitiva-
o no lo son, y ni siquiera existe tal redacción primitiva,
sino la diligente mano de un discípulo aplicado que
pretendió enmendar la plana al maestro. Con todo, cualquier
consideración acerca del posible valor poético de
esas cuatro liras deberá tener presente su inserción
en el conjunto y su carácter de parte de una totalidad; en
suma, el grado de coherencia de esos veinte versos en
relación con la oda. Es evidente que, con los datos que
poseemos, no hay más remedio que acudir al examen interno
del texto para llegar a conjeturas mínimamente fundadas.
Aunque no es objetivo primordial de estas páginas dilucidar
tan arduo problema textual, sí convenía recordarlo
porque acaso el análisis de la oda pueda aportar
hipótesis válidas.
Comenzaremos tomando como base la versión más breve, ya que, cualquiera que sea la postura adoptada -considerarla como exponente de la única redacción luisiana o como redacción última y definitiva-, tal versión debe constituir el obligado punto de partida. He aquí el texto de la oda6:
A primera vista
parece, en efecto, insólito que la ascensión de
Cristo genere sentimientos y expresiones de tan desoladora e
inequívoca pesadumbre. Pero, como advierte muy justamente
Macrì7,
los textos evangélicos son más bien parcos y no
denotan con claridad júbilo alguno por parte de los
discípulos. Habría que añadir que el
carácter jubiloso aparece en los escritos de los Padres de
la Iglesia que sientan las bases para el establecimiento de
festividades litúrgicas. La Ascensión se convierte en
una conmemoración alegre a posteriori, al serle asignada una
determinada significación simbólica en el calendario
cristiano. Así, por ejemplo, se lee en San Agustín:
«Glorificado
Domini nostri Iesu Christi resurgendo et ascendendo completa est.
Resurrectionem ipsius Paschae Dominico celebravimus: ascensionem
hodie celebramus. Festus nobis dies uterque. Ideo enim resurrexit,
ut nobis exemplum resurrectionis ostenderet: et ideo ascendit, ut
nos desuper protegeret»8
.
No obstante, hay otra corriente, constituida sobre todo por textos
de carácter sermonario, cuyo objetivo esencial es menos
teológico que divulgador y suasorio y que, por esta
razón, se tiñen fácilmente con tonos
sentimentales que tratan de reproducir la aflicción de las
criaturas al verse privadas de la presencia del Padre. En esta
línea se halla el siguiente texto de San Bernardo:
Pero si bien lo pensáis, hermanos, ¡cuánto dolor y temor ocuparía los apostólicos pechos cuando le vieron desviarse de ellos y levantarse sobre los aires! [...] Bendiciéndoles, caminaba al cielo, estremeciéndose acaso aquellas entrañas de singular misericordia al dejar a los suyos afligidos [...]. ¿Cómo me dejaste sin despedirte de mí, cuando hermoso en tu gala, Rey de la gloria, te retiraste a las alturas de los cielos?9 |
Es en esta vertiente más afectiva y dramática -y de ningún modo ajena a la tradición- donde se sitúa la oda de fray Luis. Lo que el poeta canta no es una fiesta conmemorativa y gloriosa; por el contrario, evoca un desposeimiento, una pérdida especialmente significativa que vuelve a poner de relieve la existencia de los dos polos entre los que se debate el cristiano -el cielo y la tierra, lo sobrenatural y lo natural- y que delimitan la tensión permanente que sirve de sustento a la literatura mística.
En consonancia con
el tema anunciado ya por el título, la oda ofrece sus cinco
estrofas organizadas en función de la necesidad de plasmar
un movimiento progresivo de ascenso. La composición se
inserta, así, entre un punto de partida, representado por el
«valle hondo, escuro»
de la
lira inicial, y el punto de máximo alejamiento que supone la
«nube»
distante de la
última estrofa. De este modo, la trayectoria de la oda
adquiere un dinamismo ascendente -desde el «valle hondo»
hasta la «nube»
- y crea un espacio en cuyo
interior se ordenan los sentimientos del sujeto lírico. A la
imagen terrena se asocia la noción «dejar»
del verso primero (con el valor
semántico de «abandonar»), mientras que la
imagen correlativa de la «nube»
desarrolla predicados contiguos: vuelas, te alejas. Los
paralelismos semánticos delatan una voluntad constructiva
indudable, reforzada por la cuidadosa similitud parcial de los
versos primero y último de la oda, gobernados por la misma
forma verbal (dejas), que abre y cierra significativamente
la composición. El poeta mantiene a lo largo de la oda el
mismo punto de vista, que es el del primer lugar mencionado
(este valle). Obsérvese, en este sentido, el uso de
la noción «alejarse»
en
el verso 24 -sólo comprensible si se tiene en cuenta que el
contemplador permanece en el «valle
hondo»
- y la presencia en el verso postrero del predicado
nos dejas, cuyo núcleo reitera, como ya se ha
dicho, el del verso inicial, pero incluye ahora, además, al
contemplador («nos
dejas»)
, encubierto al principio en el colectivo
grey. También aquí hay una
progresión: el «yo»
lírico, oculto en las cuatro primeras estrofas por sujetos
colectivos o genéricos (grey, los antes bienhadados, los
ojos, quien, etc.),
aflora explícitamente al final de la composición,
diríase que acuciado y hasta exigido por las reflexiones
cada vez más apremiantes y angustiosas que van invadiendo
los versos. Asistimos casi insensiblemente a un abandono progresivo
de la serenidad -paralelo al creciente desasosiego de la
expresión- que desemboca en la irrupción
súbita, ya en el último segmento, de la forma
personal delatora: nos dejas.
El dinamismo de la
construcción se manifiesta igualmente en otros artificios
formales. La primera estrofa está constituida por una larga
y pausada interrogación; en la segunda, la
interrogación es también única y alcanza
estrictamente al último verso. A partir de aquí, los
esquemas interrogativos aumentan su frecuencia: la tercera lira
ofrece ya dos; la cuarta, tres, y en la última estrofa se
acumulan exclamaciones, interrogaciones y formas interjectivas para
traducir un grado máximo de turbación. Claro
está que no nos hallamos ante una mera muestra
retórica; se trata, muy al contrario, de una
sapientísima adecuación entre expresiones y
contenido. Al recrear imaginativamente la escena -no la festividad-
de la ascensión de Cristo, la aflicción del sujeto
crece a medida que la figura del Salvador va alejándose del
«valle hondo»
terrenal en el
que permanecen los desolados fieles. El movimiento ascendente y la
distancia que paulatinamente va estableciéndose entre Cristo
y su «grey»
, se reflejan
asimismo en el cambio que sufre la mención del destinatario
del mensaje. Si durante casi toda la composición el poeta se
dirige exclusivamente a Cristo (Pastor
santo, tú, tus pechos, de Ti, tu rostro, tu
dulzura)
, en la estrofa final el destinatario es la
«nube»
(te aquejas, vuelas, te alejas, etc.)
y sobre ella recaen las
invocaciones. La razón es obvia: al principio, la figura de
Cristo es aún visible y cercana; en cambio, al final del
proceso únicamente se distingue ya la nube que lo envuelve,
de acuerdo con la escueta narración contenida en los
Hechos de los Apóstoles (1, 9): «Et cum haec
dixisset, videntibus illis, elevatus est: et nubes suscepit eum ab
oculis eorum»
. La transformación de
la segunda persona ayuda, pues, a traducir el movimiento, y, como
recurso expresivo, se halla en el mismo plano que los otros
artificios constructivos ya señalados.
Entre los dos
puntos extremos -el «valle»
y
la «nube»
-, que coinciden, y no
por azar, con la apertura y el cierre de la oda, se
inscribirá el soliloquio del poeta. La dualidad es
aquí un factor estructural de extraordinaria importancia que
repercute decisivamente en la contextura de la composición,
marcada por la presencia continua de oposiciones binarias:
valle hondo / puro aire, antes bienhadados / agora tristes,
rica / pobres y otras duplicaciones en las que habrá
que insistir más adelante. Por el momento convendrá
descender a ciertos pormenores en el análisis.
|
Como corresponde a
su posición inicial, la lira plantea ya todo el proceso, a
manera de esquemática obertura, y sienta las bases del plan
constructivo general: la oposición Pastor / grey -y
su correlato inmortal seguro («cielo») /
valle hondo («tierra»)- y la noción de
«abandono» (dejas, te vas). La imagen del
Pastor es de origen bíblico10,
y reaparece con cierta frecuencia en fray Luis, que le dedica,
además, un prolongado comentario en el libro II de los
Nombres de Cristo, donde recuerda que «los que han de ser apascentados por Dios, han de
desechar los sustentos del mundo, y salir de sus tinieblas y lazos
a la libertad clara de la verdad»11
.
Y concluye:
Nascido ya hombre, con su spíritu y con su carne apascienta a los hombres; y luego que subió al cielo, llovió sobre el suelo su cevo; y luego y agora y después, y en todos los tiempos y horas, secreta y maravillosamente y por mil maneras los ceva; en el suelo los apascienta, y en el cielo será también su pastor quando allá los llevare, y en quanto se rebolvieren los siglos y en quanto bivieren sus ovejas, que bivirán eternamente con él, bivirá en ellas, comunicándoles su misma vida, hecho su pastor y su pasto12. |
Conviene recordar
que estas reflexiones siguen de cerca la doctrina de los Padres de
la Iglesia, los cuales suelen presentar la ascensión de
Cristo como anuncio o promesa de la bienaventuranza eterna: Cristo
sube a los cielos a fin de preparar allí la acogida de los
justos13.
En la oda, sin embargo, se ha omitido toda alusión
tranquilizadora. El cuadro queda reducido a la más absoluta
desnudez; de la teología se pasa a la lírica, y lo
que destaca es la queja de un huérfano angustiado. La
historia se presupone, queda fuera del texto. Éste recoge
únicamente el soliloquio. El nexo entre los datos
extratextuales y el espacio poético está marcado por
la conjunción que inicia la oda -«¿Y
dejas...?»-, signo de una conexión y, a la vez, de una
distinción tajante entre los hechos de la historia «oficial»
y los sentimientos personales
derivados de un acercamiento puramente afectivo al suceso
evocado.
Los demás
elementos de la estrofa inicial poseen también
filiación conocida. La asociación entre
valle y llanto remite al consabido lacrimarum vallis con que
se designa la vida terrena14,
si bien fray Luis ha deshecho el lugar común separando sus
componentes en dos versos distintos y asignando a cada uno sus
propias expansiones: el valle es «hondo,
escuro»
y el llanto va unido a la soledad, lo que
modifica esencialmente el sentido de las «lágrimas»
originarias; el
llanto no es aquí circunstancia constitutiva de la
vida, sino consecuencia de la soledad producida por el alejamiento
físico del Salvador. En cuanto al valle, la
calificación «hondo»
contribuye a destacar la situación de quienes se ven
desposeídos de la presencia divina, y, a la vez, recalca la
distancia entre ellos y la «nube»
que se aleja. Por otra parte, la
mención de la oscuridad establece una contraposición
con el término implícito luz, anejo a la
persona de Cristo («Ego
sum lumen mundi»
, Juan, 8, 12), y,
por consiguiente, a la «nube»
que lo representa15.
Como se ve, la red de estructuras binarias, con sus paralelismos y
contrastes, se tiende ya desde el comienzo de la
composición. A la vista de ello cabe preguntarse acerca del
sentido atribuible al sintagma «inmortal seguro» que
cierra la estrofa. Podría entenderse un significado de
seguro deducible de la caracterización que ofrece
el Diccionario de Autoridades al consignar la
locución en seguro: «Modo
adverbial que significa en parte donde no hai que temer ni rezelar
daño»
. Seguro equivaldría, por
tanto, a «lugar libre de todo peligro», acepción
que ya recogen algunos léxicos modernos. No obstante,
ciertos indicios parecen apuntar en otra dirección. En
primer lugar, el hecho de que el término seguro,
asociado a la noción «cielo, salvación»,
aparece habitualmente en el sintagma puerto seguro, tanto
en fray Luis como en otros muchos escritores
religiosos16;
en segundo lugar, la hipótesis seguro =
«puerto» (con valor metafórico, claro
está) permitiría establecer una conexión entre
esta primera estrofa y la cuarta, construida a base de
imágenes náuticas; de este modo, Cristo ha llegado al
«puerto» eterno, pero la «nave» de los
fieles no logrará, sin la asistencia divina, arribar al
mismo sitio. Por último, no es arriesgado postular que nos
hallamos ante un cultismo semántico17:
el sustantivo seguro traduce el latín tutum, que ocasionalmente
puede adquirir la significación de «puerto»,
como en el texto de Nepote (Chabrias, 4): «Id ceteri facere
noluerunt, qui nando in tutum
pervenerunt»
.
Las tres liras centrales presentan una organización coherente -apoyada, como se verá, en el principio de la dualidad- y con un designio claro: expresar la trayectoria de los hombres hacia el infortunio. Tres planos temporales alternan en el discurso: el pasado feliz, el presente desdichado y el futuro incierto. Un examen atento revela que, más que de alternancia, se trata de un encadenamiento. La reflexión se inicia con la contraposición entre pasado y presente, que ocupa casi toda la segunda estrofa de la oda:
|
Los elementos de los versos primero y tercero se refieren al estado anterior (bienhadados, criados), mientras que los otros dos versos reflejan circunstancias actuales (tristes, afligidos, desposeídos). Las correspondencias se refuerzan gracias a la trabazón de la rima, cuya forzosa distribución alternante ha sido hábilmente aprovechada por el poeta para hacerla coincidir con los contrastes semánticos. Pero la serie no se encuentra aún completa; en el último verso brota el preludio de los futuros posteriores:
|
A partir de
aquí desaparece la oposición pasado / presente. La
tercera lira contrapone tan sólo pasado / futuro:
vieron, oyó / mirarán, sea, tendrá.
Pero las referencias al pasado acaban por esfumarse también,
a medida que crece la incertidumbre de los hombres ante un porvenir
que temen de su exclusiva responsabilidad; en consecuencia, la
estrofa cuarta posee ya únicamente formas temporales
prospectivas: pondrá, guiará. Hay, pues, una
ordenación de los sentimientos que afecta a los rasgos
expresivos más visibles. La conciencia del pasado feliz va
perdiéndose y es progresivamente desplazada por la inquietud
angustiosa que inspira un futuro alejado de la divinidad. Y este
movimiento del ánimo es rigurosamente paralelo
-adviértase la solidez constructiva- a la paulatina
desaparición del «Pastor» del ámbito
visual, proceso que, según quedó indicado, comportaba
asimismo una palpable aceleración de los módulos
retóricos. Con un notable sentido de la economía
expresiva, fray Luis pone en funcionamiento todos los recursos
imaginables. La articulación entre la estrofa primera y la
segunda se logra mediante la conexión semántica y
rítmica entre «soledad y
llanto»
del verso 3 y «tristes
y afligidos»
del 7. El paso de la estrofa segunda a la
tercera se apoya en el gozne del último verso, con su tiempo
futuro, que anuncia el comienzo de la lira siguiente
(convertirán / mirarán), y gracias a las
relaciones semánticas y sintácticas de
contigüidad que contraen los versos entre sí:
convertirán
(«dirigirán»)18
sus sentidos / mirarán los ojos. Por otra parte, si
ya se vio cómo la rima entraba en juego con los contrastes
temporales, su utilización en las estrofas segunda y tercera
es aún más compleja. Dejando aparte el último
verso de ambas, cuya función predominante es de
índole conectiva, los otros distribuyen sus elementos de
modo que la rima sea también un signo de equivalencia
referencial. Así, en la estrofa segunda los
bienhadados son los mismos que fueron «a tus pechos criados»
, y los
afligidos lo están por verse
desposeídos. En la tercera estrofa la
técnica de composición opera en el mismo sentido: los
ojos de los fieles sólo verán
enojos, y la hermosura del verso segundo
pertenece a Dios, lo mismo que la dulzura del cuarto. La
estrofa siguiente, que no mantiene ya oposiciones temporales, se
somete al mismo canon:
|
Es evidente que el
mar está turbado por el viento airado, y
que el único ser capaz de poner al viento concierto
es el mismo que puede conducir «la nave
al puerto»
, es decir, Dios. De nuevo, la rima
sustenta relaciones que no son meramente fónicas, sino
también significativas19.
El mantenimiento férreo de las dualidades corrobora que nos
hallamos ante un recurso estructural cuya necesidad es
fácilmente comprensible si se tiene en cuenta cómo ha
enfocado fray Luis el tema de la oda.
La
transición entre la estrofa segunda y la tercera no descansa
únicamente en el portentoso hallazgo formal ya
señalado, esto es, la semejanza estructural y
semántica entre los dos versos contiguos
(convertirán [...] sus sentidos / mirarán los
ojos), sino que también se produce en virtud de un
sutil desarrollo temático. La mención de los
sentidos que los fieles no sabrán ya a qué
aplicar, desencadena la aparición de los versos que ocupan
la estrofa siguiente, dedicados exclusivamente al tema de la
percepción sensorial, simbolizada por la vista y el
oído. Al margen de la función conectiva que
desempeñan estos elementos, el hecho de que se hayan
seleccionado tan sólo dos sentidos, así como el orden
en que se presentan, son factores que invitan a pensar en la
obediencia a fuentes ajenas. Y, en efecto, fray Luis está
una vez más utilizando ideas consabidas y arraigadas en la
tradición patrística. Ya San Bernardo había
advertido: «En los sentidos del cuerpo,
la vista es más digna que todos los demás, y el
oído, que los otros tres»20
.
Una vez establecida la primacía, el Santo añade:
«El sentido de la vista parece apropiarse
la semejanza del amor divino, porque es más excelente que
todos los demás, de una naturaleza singular, más
perspicaz que todos ellos y discierne cosas mucho más
lejanas»21
.
En cuanto al oído, es un sentido que, por sus especiales
características, «parece convenir
a aquel amor cuyo motivo total es la obediencia»22
.
San Bernardo no es una excepción. El influyente San
Agustín afirma tajantemente: «Oculorum est in quinque sensibus
principatus»23
.
Es indudable que ideas, como éstas tienen peso en las
creaciones de fray Luis, y que la poesía del agustino no
puede ser explicada sin tener en cuenta su estirpe. La
hermosura de Cristo va aquí unida a la
dulzura de su voz, hermana del «dulce son»
que produce el «Pastor»
en la oda, sin duda muy
cercana, «Alma región luciente»:
|
Claro está
que todos estos elementos, en la oda que nos ocupa, se inscriben en
el mismo entorno pastoril que el verso «a
tus pechos criados»
, de acuerdo con la imagen polar
Pastor / grey que define en las tres primeras estrofas al
destinatario y al emisor del discurso. Pero esta metáfora
básica desaparece con la tercera lira para ser sustituida
por otra más dramática: la del «mar»
de la existencia, por el que la
«nave»
de la vida humana navega
zarandeada por un «viento»
amenazador24.
Si la primera parte de la oda giraba en torno al motivo central de
la orfandad y el desposeimiento, esta segunda introduce el tema del
peligro y la incertidumbre. Hay que repetirlo de nuevo: tal
disposición no es casual; responde a la progresión
desde la consideración del pasado y del presente hasta la
visión temerosa de un futuro oscurecido por el abandono de
Dios. La súbita dramatización de las imágenes
corrobora, así, lo que ya hemos visto expresado mediante
diversos artificios compositivos. El acortamiento, la ruptura de
los enunciados provocada por la sucesión de tonemas
interrogativos que se precipitan uno tras otro para transmitir la
sensación de angustia, no merman la cohesión de la
estrofa, mantenida gracias a la reiteración de estructuras
similares, asonancias internas e isotopías fónicas
(quién, pondrá,
quién, concierto, viento,
estando, encubierto; mar,
turbado, concierto, encubierto,
norte, puerto) que delatan una cuidadosa
construcción.
La lira que cierra
la oda, cuyo significado en el conjunto de la misma quedó ya
indicado, se basa en la apelación a la nube, que «envidiosa»
del «breve gozo»
de la
contemplación, envuelve y oculta la figura de Cristo,
haciéndose por ello acreedora a la queja del contemplador.
El carácter de cierre que posee la estrofa se materializa en
la serie de contrastes que establecen sus componentes frente a todo
lo anterior. Los elementos connotadores de felicidad
(bienhadados, criados, hermosura, dulzura) se resumen
ahora en el «breve gozo»
de la
Ascensión; el sema «abandono»
, que había presidido
las cuatro estrofas anteriores, adquiere en esta última su
máxima densidad expresiva, con la acumulación de las
formas verbales vuelas, te alejas y dejas. La
perdida «riqueza»
de los
desposeídos se transfiere a la «nube»
fugitiva; quienes antes «vieron de tu rostro la hermosura»
quedan ahora «ciegos»25
.
El cierre se completa reconstruyendo en los dos últimos
versos la misma relación entre sujetos que encabezaba los
dos primeros: (tú) dejas / tu
grey
(«nosotros») al comienzo de la oda;
tú te alejas, dejas / nos (otros) al final. La
simetría es, sin duda, rasgo característico de la
composición.
Después de estas consideraciones podemos ya examinar, siquiera brevemente, las estrofas añadidas en la versión que se considera primitiva o apócrifa, según los comentaristas. Su texto es el siguiente:
|
Sin negar que el
tono y el vocabulario resultan familiares a cualquier lector de
fray Luis, lo cierto es que la adición desdramatiza el texto
y rompe el proceso cuidadosamente escalonado que culminaba en las
exclamaciones finales de la oda. El enlace con aquella parte se
produce de un modo que podría calificarse de
mecánico: se reitera la apelación a la nube y al
«tesoro» que ésta oculta, en conexión con
el verso «¡Cuán rica tú te
alejas!». Ahora bien: la mera repetición de nociones o
términos no garantiza por sí sola que nos hallemos
ante un texto coherentemente articulado. La imagen de la riqueza de
la nube parecía haber agotado ya sus posibilidades de
funcionar en el contexto sin riesgo de redundancia, puesto que se
había producido como conclusión, rodeada de elementos
enfáticos -el tonema exclamativo, la forma
cuán- e incluida en el juego antitético
(nube) rica / (fieles) pobres. Su artificial y
forzada reaparición está en contradicción con
el designio constructivo que parece presidir la oda. Los continuos
cambios de destinatario en estas cuatro estrofas -la nube en la
primera; el alma en las dos siguientes, y Cristo en la
última- están habilidosamente realizados, pero
introducen una movilidad meramente externa, basada en los cambios
de enfoque y no, como en las estrofas de la versión
auténtica, en la progresión de ideas e
imágenes. Hay fórmulas que, a pesar de reunir
vocablos característicamente luisianos, delatan cierta
inseguridad lingüística y producen sintagmas muy
distintos de los habituales en fray Luis: «Salir de pena»
, «colocarse en luz serena»
; en otras
ocasiones aparecen elementos claramente desconectados del conjunto
-así, el «lazo de
diamante»
, motivado sin duda por exigencias de la rima- o
cargados de imprecisión, como sucede en el verso segundo o
en los dos últimos, que, desde un punto de vista
estrictamente lingüístico, podrían afectar a
cualquiera de las dos personas gramaticales presentes en el verso
anterior. Por otra parte, la concentración expresiva de la
imagen inicial del Pastor, desarrollada luego sobriamente en otros
elementos de la oda, se diluye aquí con la
acumulación de apelaciones convencionales y hasta
heterogéneas -Señor, Amigo, Padre, hermano,
Esposo- sin función clara en el contexto. Todos estos
hechos, unidos a la desmaña evidente que muestran las
variantes26,
inducen a rechazar la hipótesis de que la versión
amplia pueda ser de fray Luis. El agustino no se propuso en esta
ocasión expresar afán alguno de «ascensus», al
contrario que en muchas otras composiciones. Le preocupó
sobre todo -tal vez acuciado por la experiencia real e inmediata
del encarcelamiento- transmitir la sensación de desamparo
personal, enmascarada tras el velo de una conmemoración
litúrgica.