Carta a favor
para que ahorquen a un amigo. El que esta lleva es persona de mi
obligación. Holgareme que lo ahorquen como si fuera un hijo
mío. El mozo es agradecido y no lo perderéis con
él. Lo que os suplico es que le ahorquen pronto, porque me
dicen que está falto de salud.
Tomó don Álvaro Tarfe en esto un melón que
estaba en la mesa, y lo dio a Sancho, diciendo: «Probad,
Sancho, este melón, y si sale bueno, yo os daré su
peso de carne de la de este plato». Dábale con
él un cuchillo para que le hiciese la cala156;
y él dijo que no le había ido bien en el melonar de
Ateca en partir con cuchillo los melones, y que así lo
partiría, con su licencia, como lo partía en su
tierra; y diciendo esto lo dejó caer de golpe en el suelo, y
luego lo levantó hecho cuatro piezas diciendo: «Helo
aquí partido de una vez a vuesa merced, sin andar haciendo
rebanadicas con el cuchillo». «A fe157,
Sancho -dijo don Carlos-, que sois curioso, y me
huelgo158
de vuestra discreción, pues hacéis de una vez lo que
otros no hicieran de ocho. Tomad, que por mí os
habéis de comer este capón (esto dijo dándole
uno famoso que había en un plato), que me dicen que para
hacerlo os ha dado Dios particular gracia». «La Santa
Trinidad se lo pague a vuestra merced -replicó Sancho-,
cuando de este mundo vaya». Tomó el capón, el
cual estaba ya partido por sus junturas, y
espetóselo159
casi invisiblemente. Viendo la sutileza de sus dientes, los pajes
dieron en vaciarle en la caperuza cuantos platos alcanzaban de la
mesa, con lo cual se puso en breve rato Sancho hecho una trompa
-95- de
París160;
pero don Carlos, tomando un gran plato de albondiguillas, dijo:
«¿Os atreveréis, Sancho, a comer dos docenas de
albondiguillas si estuviesen bien guisadas?». «No
sé -respondió Sancho- qué cosas son
albondiguillas; alhóndigas161
sí, que las hay en mi pueblo; pero no son esas de comer,
sino el trigo que está dentro, después de
amasado». «No son sino estas pelotillas de
carne», dijo don Carlos dándole el plato, el cual
tomó Sancho, y, una a una, como quien come un racimo de
uvas, se las metió entre pecho y espalda, con harta
maravilla de los que su buena disposición veían; y en
acabando de comerlas dijo: «¡Oh, hi de puta, traidores,
y qué bien me han sabido! Pardiez, que pueden ser pelotillas
con que jueguen los niños del Limbo162;
a fe que si torno a mi lugar, que en un huerto que tengo junto a mi
casa he de sembrar por lo menos un celemín163
de ellas, porque sé que no se siembran en todo el
Argamasilla164;
y aun podrá ser, si el año se acierta, que los
regidores165
me las pongan a ocho maravedís la libra; y si es así,
no serán oídas ni vistas». Decía esto
Sancho tan sencillamente, como si en realidad de verdad fuera cosa
que se pudiera sembrar; y viendo que todos se reían, dijo:
«Sólo un desconveniente hallo yo en sembrar estas, y
es que, como soy de mi naturaleza aficionado a ellas, me las
comería antes que llegasen a madurar, si no es que mi mujer
me pusiese algún espantajo para que no llegase a ellas, y
aun Dios y ayuda que bastase». «¿Casado sois,
Sancho -replicó don Carlos-, según eso?».
«Para servir a vuesa merced, con mi mujer lo soy
-replicó Sancho-, la cual le besa muchas veces las manos por
la merced que me hace». Rieron todos de la respuesta, y
preguntole de nuevo don Carlos si era hermosa; a lo cual
respondió: «¡Y cómo, cuerpo de San
Ciruelo, si es hermosa! Ello es verdad que, si bien me acuerdo,
hará por estas yerbas que vienen cincuenta y tres
años, y está un poco la cara prieta166
de andar al sol, con tres dientes que le faltan arriba y dos muelas
abajo; mas con todo eso no hay Aristóteles que le llegue al
zapato; sólo tiene que en llegando a su poder los dos o tres
cuartos, luego los deposita en casa de Juan Pérez, tabernero
de mi lugar, para llevarlos después de agua de
cepas167
en un jarro grande que tenemos, desbocado de puro boquearlo ella
con la boca». «Vuestra mujer buena bebedora -dijo don
Carlos-, y vos siempre con buena disposición
-96- de
comer, haréis muy buenos casados». Y alargando la mano
tras esto a un plato grande que tenía seis
pellas168
de manjar blanco, le dijo: «¿Habéis dejado,
Sancho, algún rincón desembarazado para comer estas
seis pellas?, que según habéis comido, no
tendréis apetito de ellas». «Beso a vuesa merced
las manos -dijo Sancho alargando las suyas y tomándolas-,
por la que me hace; y fíe de mí que me las
comeré; siendo Dios servido y su bendita Madre». Y
apartándose a un lado, se comió las cuatro con tanta
prisa y gusto, como dieron señales de ellos las barbas que
quedaron no poco enjalbegadas169
del manjar blanco; las otras dos que de él le quedaban se
las metió en el seno con intención de guardarlas para
la mañana.
-97-
Francisco de Quevedo
Historia de la vida del
Buscón, llamado don Pablos...170
Sucedió, pues, uno de los primeros que hubo escuela por
Navidad, que viniendo por la calle un hombre que se llamaba Poncio
de Aguirre, el cual tenía fama de confeso171,
que el don Dieguito172
me dijo: «Hola173,
llámale Poncio Pilato y echa a correr». Yo, por darle
gusto a mi amigo, llamele Poncio Pilato. Corriose tanto el hombre,
que dio en correr tras mí con un cuchillo desnudo para
matarme, de suerte que fue forzoso meterme huyendo en casa de mi
maestro, dando gritos. Entró el hombre tras mí, y
defendiome el maestro de que no me matase, asegurándole de
castigarme. Y así pronto -aunque señora174
le rogó por mí, movida de lo que yo la servía,
no aprovechó-, mandome desatacar175,
y, azotándome, decía tras cada azote:
«¿Diréis más Poncio Pilato?». Yo
respondía: «No, señor»; y respondilo
veinte veces, a otros tantos azotes que me dio. Quedé tan
escarmentado de decir Poncio Pilato, y con tal miedo, que
mandándome el día siguiente decir, como solía,
las oraciones a los otros, llegando al Credo -advierta vuestra
merced la inocente malicia-, al tiempo de decir
«padeció so176
el poder de Poncio Pilato», acordándome de que no
había de decir más Pilatos, dije:
«padeció so el poder de Poncio de Aguirre».
Diole al maestro tanta risa de oír mi simplicidad y de ver
el miedo que le había tenido, que me abrazó y dio una
firma177
en que me perdonaba de azotes las dos primeras veces que los
mereciese. Con esto fui yo muy contento.
...
No se espantarán de que el culo sea tan desgraciado los que
supieren que todas las cosas aventajadas en nobleza y virtud corren
esta fortuna de ser despreciadas de ella, y él en particular
por tener más imperio y veneración que los
demás miembros del cuerpo; pues, bien mirado, es el
más perfecto y bien colocado de él, y más
favorecido de la Naturaleza, pues su forma es circular, como la
esfera, y dividido en un diámetro o zodíaco como
ella. Su sitio es en medio, como el de sol; su tacto es blando;
tiene un solo ojo, por lo cual algunos le han querido llamar
tuerto, y, si bien miramos, por esto debe ser alabado, pues se
parece a los cíclopes, que tenían un solo ojo y
descendían de los dioses [...] además de que
hablaremos que es más necesario el ojo del culo que los de
la cara, por cuanto uno sin ojos en ella puede vivir, pero sin ojo
del culo ni pasar ni vivir [...] veremos que en los ojos de la cara
suele haber, por mil leves accidentes, telillas,
cataratas184,
nubes y otros muchos males; mas en el del culo nunca hubo nubes,
que siempre está raso y sereno; que, cuando mucho, suele
atronar, y eso es cosa de risa y pasatiempo. [...] Lo que dicen del
culo (los que tienen ojeriza con él) es que pee y caga, cosa
que no hacen los ojos de la cara; y no advierten los cuitados que
más y peor cagan los ojos de la cara y peen que no los del
culo, pues en ellos no hay sueño que no lo caguen en
cantidad de legañas, ni pesadilla o sustos que no meen con
abundancia de lágrimas, y esto sin ser de provecho, como lo
que echa el culo, como ya queda probado. Lo del pedo es verdad que
no lo sueltan los ojos; pero se ha de advertir que el pedo antes
hace al trasero -100- digno
de laudatoria que indigno de ella. Y, para prueba de esta verdad,
digo que de suyo es cosa alegre, pues donde quiera que suelta anda
la risa y la chacota y se hunde la casa, poniendo los inocentes sus
manos en figura de arrancarse las narices, o mirándose unos
a otros, como matachines185.
Es tan importante su expresión para la salud, que en
soltarle está el tenerla. [...] Llega a tanto el valor de un
pedo, que es prueba de amor; pues hasta que dos se han peído
en la cama no tengo por acertado el amancebamiento; también
declara amistad, pues los señores no cagan ni peen sino
delante de los de casa o muy amigos. Los nombres del pedo son
varios: cuál le llama «soltó el preso»,
haciendo al culo alcalde; otros dicen: «fuésele una
pluma», como si el culo estuviera pelando perdices; otros
dicen: «tómate este tostón186»,
como si el culo fuera garbanzal. Otros dicen algo críptico:
«cuesco», derivado del enigma; y otros han dicho:
«Entre peña y peña el alba, río que
suena». Y finalmente, dijo el otro: «El señor
Argamasilla, cuando sale chilla».
Baste ya de probanzas de la nobleza del señor don Pedo y
pase por ahora plaza de don Caballero que porque no digan me
revuelco demasiado no le acoto con otros mucho lugares y
autoridades.
Pues siendo todo lo que escriben los cultos tales, no los
finos188,
anocheceres y amaneceres, con irse a la ropería189
de los soles se hallan auroras hechas que les vienen como nacidas a
cualquier mañanita, con sus nácares y
ostros190,
leche y grana, y empañado el día en mantillas de oro,
cunas rosadas y llorares de perlas y aljófar191.
En
la platería de los cultos hay cristales fugitivos para
arroyos, y montes de cristal para las espumas, y campos de zafir
para los mares, y margen de esmeraldas para los praditos. Para las
facciones de las mujeres hay gargantas de plata bruñida, y
trenzas de oro para cabellos, y labios de coral y rubíes,
para jetas y hocicos, y alientos de ámbar (como
pomos192)
para resuellos, y manos de marfil para garras, pechos de diamante
para pechos, y estrellas -101-
coruscantes193
para ojos, e infinito nácar para mejillas. Aunque los poetas
hortelanos todo esto lo hacen de verduras, atestando los labios de
claveles, las mejillas de rosas y azucenas, el aliento de jazmines.
Otros poetas hay Charquías194
que todo lo hacen de nieves y de hielo, y están nevando de
día y de noche, y escriben una mujer puerto, que no se puede
pasar sin trineo y sin gabán y bota. Manos, frente, cuello y
pecho y brazos, todo es perpetua ventisca y un Moncayo. Con esto, y
con gastar mucho Calepino195
sin qué ni para qué serás culto y lo que
escribieres oculto, y lo que hablares lo hablarás a bulto. Y
Dios tenga en el cielo el castellano, y le perdone. Y Lope de Vega
a los clarísimos nos tenga en su verso196.
A
las rebanadas llamará planicies [...] La
riña llamará palestra, al espanto
estupor, supinidades las ignorancias;
«Estoy dubia», dirá; no «estoy
dudosa». Al arrope203
llamará «crepúsculo de dulce o abrigue
sabroso»; que arrope y abrigue todo es uno,
y dígalo en invierno.
«Dame vino», no lo dirá; sino cultivando la
embriaguez, dirá «Dame -102-
llegó», que llegó y
vino todo es uno [...] A la olla llamará «la
madre meridiana»; y para decir «No como olla»,
dirá «Estoy desollada», y podrá
acertar con dos verdades. Al ruido llamará
estrépito; a la hoguera pira. [...] A los
chapines204
llamará «posteridades de corcho, adiciones de
alcornoque, tara de la persona, ceros de la estatura». [...]
«Soy poco fausta», por «soy poco
dichosa». [...] Por no decir «Tengo ventosidades»
dirá: «Tengo eolos205
o céfiros infectos». [...] Para decir
«Tráeme dos huevos, quita las claras y prepara las
yemas», dirá: «Tráeme dos globos de la
mujer del gallo, quita las no cultas, y adereza el remanente
pajizo».
Fuimos prosiguiendo nuestra jornada hacia la vuelta de la villa de
Norlinguen237,
juntándose en el camino nuestro ejército con el del
rey de Hungría238,
con lo cual se doblaron las fuerzas y nos determinamos a ir a ganar
la dicha villa.
Y
al tiempo que la teníamos volqueando239
y esperando cura, cruz y sacristán, el ejército
sueco, opuesto al nuestro, pensando darnos un pan como unas nueces,
vino por lana, y volvió trasquilado.
Yo,
si va a decir verdad, aunque no es de mi profesión, cuando
lo vi venir me acoquiné y acobardé de tal manera, que
diera cuanto tenía por volverme ícaro alado o por
poder ver la batalla desde una ventana. Cerró240
el enemigo con un bosque sin necesitar de leña ni
carbón, y ganándolo a pesar de nuestra gente, se hizo
señor absoluto.
Llegó la nueva a nuestro ejército, y exagerando
algunos de los nuestros la pérdida, pronosticaban la ruina;
que hay soldados de tanto valor, que antes de llegar la
ocasión, publican contentarse con cien palos.
Yo,
desmayado del suceso y atemorizado de oír los truenos del
riguroso bronce y de ver los relámpagos de la pólvora
y de sentir los rayos de las balas, pensando que toda Suecia
venía contra mí, y que la menor tajada sería
la oreja, por ignorar los caminos y haberse puesto
capuz241
la señora doña Luna, -111-
me retiré a un derrotado242
foso, cercano a nuestro ejército, pequeño albergue de
un esqueleto rocín, que patiabierto y boca arriba se
debía de entretener en contar estrellas. Y viendo que
avivaban las cargas de la mosquetería, que rimbombaban las
cajas y resonaban las trompetas, me uní de tal forma con
él, habiéndome tendido en tierra, aunque
vuéltole la cara por el mal olor, que parecíamos los
dos águilas imperiales sin pluma. Y pareciéndome no
tener la seguridad que yo deseaba, y que ya el contrario era
señor de la campaña, me eché por colcha el
descarnado Babieca; y aun no atreviéndome a soltar el
aliento, lo tuve más de dos horas a cuestas, contento de
que, pasando plaza de caballo, se salvaría el rey de los
marmitones243.
Llegó a esta ocasión al referido sitio un soldado de
mi compañía, poco menos valiente que yo, pero con
más opinión de saber guardar su pellejo (que presumo
que venía a lo mismo que yo vine), y viendo que el
rocín se bamboleaba por el movimiento que yo hacía, y
que atroné todo el foso con un suspiro que se me
soltó del molimiento de la carga, se llegó temblando
al centauro al revés, preguntando a bulto:
-¿Quién va allá?
Yo,
conociéndolo en la voz, lo llamé por su nombre, y le
supliqué me quitara aquel hipogrifo244
de encima, que por haberse desbocado había dado conmigo en
aquel foso y cogídome debajo. Hizo lo que le rogué;
mas reconociendo que el rocín era una antigua armadura de
huesos, no pudiendo detener la risa, me dijo:
-Señor Estebanillo, venturosa ha sido la caída, pues
el caballo se ha hecho pedazos, y vuesa merced ha quedado
libre.
Respondile:
-Señor mío, cosas son que acontecen, y aun se suelen
premiar. Calle y callemos, que sendas nos tenemos245,
y velemos lo que queda de la noche, porque Dios le depare quien
haga otro tanto por su cuerpo cuando de este mundo vaya.