Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.




ArribaAbajoCuitas juveniles

1817-1821


imagen


ArribaAbajoEnsueños

imagen


ArribaAbajo- 1 -



   Soñé un tiempo feliz mirtos y rosas,
tiernos halagos y febril pasión,
dulces labios, palabras engañosas,
y cantares de notas temblorosas
llenos de melancólica emoción.

   Disipáronse -¡ay Dios!- aquellos sueños,
y la imagen triunfal, de ojos risueños,
que en ellos siempre, como reina, vi:
sólo quedan -¡recuerdos halagüeños!-
los que en mis rimas encerré y fundí.

   Vosotras ¡oh mis huérfanas canciones!
como aquellas soñadas ilusiones,
disipaos también, raudas volad;
y a las que tanto amé, dulces visiones,
este suspiro abrasador llevad.




ArribaAbajo- 2 -

imagen



   Tuve un sueño -¡extraño sueño!-
aterrador y halagüeño,
pavoroso y dulce al par:
en desecharlo me empeño,
y aún me está haciendo temblar.

   Era un jardín: más primores
en ninguno jamás vi;
sin afanes ni temores,
contemplaba yo las flores:
mirábanme ellas a mí.

   Las aves, en dulce coro,
cantaban himnos de amor;
rojo sol, de rayos de oro,
daba con triunfal decoro
un matiz a cada flor.

   Prestábale su ambrosía
al aire el fresco vergel;
todo brillaba y sonreía,
todo en él resplandecía,
todo enamoraba en él.

   En taza de mármol bella
brotaba allí un manantial;
hermosísima doncella
lavaba afanosa en ella
un blanco y luengo cendal.

   Llena su mirada amante
de luz estaba y candor;
trenzas de oro su semblante
coronaban, semejante
al de un ángel del Señor.

   La contemplaba y crecía
la grata ilusión en mí;
con interior alegría
reconocerla quería,
aun cuando nunca la vi.

   Cantaba con voz doliente,
con acento angelical:
«Lava, lava, clara fuente,
lava, límpida corriente,
lava este blanco cendal».

   Acerquéme conmovido,
y con ansioso interés,
le dije, casi al oído:
-«Ese lienzo, ángel querido,
¿me dirás para quién es?»

   -«Prepara el ánimo fuerte:
lo que estoy lavando yo,
es tu sudario de muerte».
Y cuando habló de esa suerte,
al punto despareció.

   Por arte de hechicería
halléme en selva sombría
de arboleda secular;
asombrado, no sabía
ni qué hacer, ni qué pensar.

   Escuché lejanos ecos,
como golpes de hacha secos:
rompiendo breñas corrí,
y de la selva en los huecos
un claro espacioso vi.

   Encina altiva y pomposa
alzábase en medio de él;
y allí mi virgen hermosa
aquella encina frondosa
hería con hacha cruel.

   La hería con vivo empeño,
cantando extraño cantar:
-«Hacha, de brillo risueño,
hiere, hiere el duro leño:
él las tablas me ha de dar».

   Acerquéme sorprendido,
y con secreta emoción
le dije, casi al oído:
«Las tablas, ángel querido,
¿me dirás para quién son?»

   -«Aproxímase la hora:
tu propio féretro ves».
Tal, con voz aterradora,
contestó la encantadora;
y despareció después.

   Llanura desierta y fría
sin límites se extendía:
al verme en aquel lugar,
asombrado, no sabía
ni qué hacer, ni qué pensar.

   Caminando a la ventura,
una imagen distinguí
de inmaculada blancura;
la doncella hermosa y pura
estaba también allí.

   Afanosa hería el suelo
con un pico brillador;
la miré con vivo anhelo,
y me dio grato consuelo
y a la vez vago estupor.

   Hería el suelo afanosa,
cantando extraño cantar:
-«Cava, buen pico, una fosa;
cava una fosa espaciosa,
cava, cava sin cesar».

   Acerquéme estremecido,
y con creciente interés
le dije, casi al oído:
-«Esa fosa, ángel querido,
¿me dirás para quién es?»

   Contestóme breve y presto:
-«Está ya todo dispuesto:
esta fosa es para ti».
Y a mis pies, al decir esto,
abierta la fosa vi.

   Miré al fondo, y vi la fría
oscuridad con pavor;
me asustaba y me atraía,
y cuando en ella caía,
desperté lleno de horror.

imagen




ArribaAbajo- 3 -


   Vime en sueños a mí mismo,
ceremonioso y formal,
todo vestido de gala,
guante blanco y negro frac.
   Encontrábame delante
de mi adorada beldad,
y haciéndole reverencia,
díjele afable y galán:
   -«Si sois vos, señora mía,
la hermosa que va al altar,
si sois vos, señora mía,
mis plácemes aceptad».
   Sentí, cuando así le hablaba,
escalofrío glacial;
se me anudó la garganta,
y no pude decir más.
   Rompió la hermosa de pronto,
rompió de pronto a llorar,
y sus lágrimas borraron
su imagen angelical.
   ¡Ojos claros y serenos,
astros de amor y de paz,
mil veces en gratos sueños
me habéis engañado ya;
mil veces también, despierto,
me volvisteis a engañar,
y a pesar de tanto engaño,
por mi bien o por mi mal,
he de dar crédito a todo,
a todo cuanto queráis!




ArribaAbajo- 4 -


   Vi en sueños un hombrecillo
chiquitín y petulante,
que alargando bien las zancas,
andaba estirado y grave;
muy planchada la pechera,
muy acicalado el traje.
   Por dentro, tosco y grosero,
insolente y miserable;
por fuera, trazas ilustres,
ribetes de personaje;
en dichos, un Alejandro;
en hechos, un badulaque.
   -«¿Quién es, me preguntas? Mira
y te lo pondré delante».
Así el Dios de los Ensueños
me dijo, y en los cristales
de un espejo, vi moverse
tropel de extrañas imágenes.
   Estaba el buen hombrecillo
al pie del altar; mi amante
también; al que él decía,
con otro contestábale;
y gritaban con gran bulla
todos los demonios: ¡Amen!




ArribaAbajo- 5 -

imagen



   ¿Qué inesperada fiebre me devora?
¿Qué ponzoñosa indignación me inflama?
Hierve en mis venas sangre abrasadora:
arde en mi pecho repentina llama.

   Un sueño -¡triste augurio del destino!-
mi pobre corazón hizo pedazos:
el hijo infausto de la Noche vino
y palpitante me llevó en sus brazos.

   Transportóme en sus brazos voladores
a una mansión magnífica y brillante;
todo eran luces, músicas y flores:
abierto un salón vi; pasé adelante.

   Allí, nupcial festín: mesa fastuosa
estaba ya servida y bien poblada.
A los novios miré: la nueva esposa
-¡qué sorpresa, gran Dios!- era mi amada!

   Era mi amada, como siempre, bella:
y era un desconocido el nuevo esposo.
Acerquéme temblando, y detrás de ella
aguardé conmovido y silencioso.

   La música sonaba, y de amargura
llenaba, aún más, mi corazón herido:
ella estaba radiante de ventura;
él su mano estrechaba embebecido.

   Y llenando la copa transparente,
la probaba, y después se la ofrecía:
ella, al labio llevábala sonriente,
y era mi sangre ¡ay Dios! lo que bebía!

   Una manzana de purpúreo brillo
ella, amorosa, entonces le brindaba;
hincaba él en la fruta su cuchillo;
y era en mi corazón donde lo hincaba!

   Mirábala después con embeleso,
tendía a su cintura el brazo fuerte,
besábala por fin, y el glacial beso
sentía yo de la aterida Muerte!

    Hablar quería, pero el labio mío
mudo estaba al reproche y a la queja;
la música rompió con mayor brío;
lanzóse al baile la feliz pareja.

   Giré en torno de mí vertiginosa
la multitud gentil y alborozada;
el esposo, en voz baja, hablé a la esposa,
que encendida le oyó, mas no enojada.

   Y huyendo la enfadosa compañía,
salieron del salón con pie furtivo;
yo les quise seguir, y no podía:
estaba medio muerto y medio vivo.

   Junté las fuerzas que el dolor nos roba,
y por palpar mi desventura cierta,
llegué arrastrando a la nupcial alcoba,
y dos viejas horribles vi a la puerta.

   Era una la Locura, otra la Muerte,
espectros al umbral acurrucados,
que un dedo seco, tembloroso, inerte,
posaban en los labios descarnados.

   Horror, espanto y duelo, todo junto,
lanzó en un grito el alma desgarrada;
después, eché a reír, y en aquel punto
me despertó mi propia carcajada.




ArribaAbajo- 6 -



   En noche muda y sombría,
cuando yo dulce dormía,
a mi tranquilo aposento
vino la adorada mía
por arte de encantamiento.

   Contemplábala extasiado:
con igual placer y agrado
contemplábame ella a mí;
abrió al fin el labio osado
y de pronto dijo así:

   -«Tuya soy: desde este instante
me entrego a ti sin reproche;
seré tu dócil amante
desque suene medianoche
hasta cuando el gallo cante».

   Llenóme de asombro aquella
súbita proposición:
la hermosísima doncella
prosiguió, amorosa y bella:
-«Por mi amor, tu salvación».

   -«De mi voluntad rendida
dispón, oh prenda querida,
y gózate en la victoria;
te doy mi sangre y mi vida;
mas no el reino de la gloria».

   Oyó la gentil doncella
mi tenaz contestación;
y más amante y más bella,
volvió a su extraña querella:
-«Por mi amor, tu salvación».

   Siniestra y lúgubremente
su voz para mí sonaba;
un volcán era mi frente,
la angustia me sofocaba
y me faltaba el ambiente.

   Entonces vi aparecer
serafines y querubes
ceñidos de rosicler;
y entre borrascosas nubes
ministros de Lucifer.

   Luchaban éstos, armados
contra la grey celestial,
y por ella rechazados,
huían por todos lados
los negros genios del mal.

   Yo, en tanto, a la amada mía
contra mi pecho oprimía,
cual cervatilla amorosa;
y ella en mis brazos gemía,
tan bella cual quejumbrosa.

   Gemía, y yo penetraba
la causa de su dolor;
sus dulces labios besaba,
y al fin, rendido, exclamaba:
-«Ya es tuyo todo mi amor».

   Tal dije, con loco anhelo;
y en aquel momento mismo,
sentí mi sangre hecha un hielo;
tembló a mis plantas el suelo;
se abrió delante un abismo.

   Por ese abismo surgía
la legión triste y sombría;
pálida a mi hermosa vi,
y aunque ansioso la oprimía,
disipóse y la perdí.

   Y giraba alrededor
el tropel aterrador,
cada vez menos distante;
y lanzaba mofador
su carcajada insultante.

   Y estrechando más y más
los hijos de Satanás
su cadena de vestiglos,
gritaban: -«Nuestro serás
por los siglos de los siglos».




ArribaAbajo- 7 -

imagen


   Cobrada tienes la paga,
¿por qué tardar, seor Demonio?
Sentado en mi triste cuarto,
aguardo inquieto y ansioso:
a sonar va medianoche;
falta la novia tan sólo.
   Ráfagas del Campo santo,
leves y callados soplos,
¿habéis visto a mi adorada?
Tal digo, y surgen de pronto
descoloridos fantasmas,
que envolviéndome en su corro,
-«La hemos visto, la hemos visto»-
exclaman a un tiempo todos.
   Tú, el de la roja librea,
¿qué embajada traes, buen mozo?
-«Anuncia Su Señoría
que vendrá dentro de poco:
por los aires va su coche;
dos dragones son su tronco».
   Tú, peliblanco vejete,
¿Qué quieres? ¿Con qué propósitos
vienes, mi difunto dómine,
tan lúgubre y melancólico?
¿Por qué mudo me contemplas
y levantando los hombros,
te vas? Y tú, ¿por qué chillas,
velludo y horrible mono?
¿Por qué así, negro gatazo,
chisporrotean tus ojos?
¿Por qué, brujas desgreñadas,
alborotáis de ese modo?
¿Por qué de nuevo repites
con canturreo monótono
¡oh locuaz ama de leche!
tus cuentos burdos y tontos?
   Vete a casa, ama de leche;
tus romances y coloquios
no son, vieja charlatana,
de las circunstancias propios
hoy mis bodas solemnizo;
y engalanados y orondos
vienen ya los convidados
a honrar el fausto consorcio.
   ¡Salud, caballeros! ¡Eso
es cortesía y buen tono!
la cabeza por sombrero
lleváis en la mano todos.
   ¡Chusma de piernas colgantes!
¡Racimos de horca gloriosos!
¿Por qué, si el viento ha cesado,
venís tan tardos y zompos?
   También, montada en la escoba,
has venido, vejestorio;
tu hijo soy yo, Marizápalo,
y tu bendición imploro.
   Abriendo las secas fauces
en el carcomido rostro,
gruñe la pícara bruja:
-«Per secula seculorum!»
   Dando tumbos vienen luego
doce músicos indómitos,
incansables rascatripas,
regocijo de los sordos;
vestido de colorines,
va el payaso, haciendo el bobo;
y el sepulturero inquieto
corre de un lugar a otro.
Van detrás doce beatas
bailando con doce acólitos;
lleva el compás Celestina,
y entonan a voz en coro,
con música de salmodia
cantares escandalosos.
    Calla tú, ropavejero,
¡no te desgarres los bronquios!
Guarda ese ropón de pieles;
pues, aquí, en el Purgatorio,
fuego tenemos de balde,
en cuyo ardiente rescoldo
huesos de rey y mendigo
calientan del mismo modo.
   Gibosas y patizambas
son las floristas: ¡qué monstruos!
Y vienen cabeza abajo,
dando vueltas en redondo.
¡Pasad, caras de mochuelo!
¡Basta de zambra y holgorio!
¡Descanso dad a los huesos,
que crujen secos y rotos!
   El infierno está de huelga:
sueltos andan los demonios;
la música de los réprobos
toca el rigodón diabólico.
¡Calla, tropa alborotada,
que ya viene el bien que adoro!
¡Lárgate, canalla! Apenas
mis propias palabras oigo.
   ¿No escucháis el traqueteo
de un coche, que pasa próximo?
¿En donde estás, cocinera?
Corre y abre el portal pronto.
   ¡Bien venida, hermosa mía!
¿Cómo estás, dulce tesoro?
También vino el celebrante:
sentaos, señor canónigo,
el de la pata de cabra,
el de las barbas de choto;
vuestra mano humilde beso
y a vuestras plantas me postro.
   ¿Por qué tan pálida y muda,
mi amor? Está el desposorio
dispuesto; caro me cuesta,
pago bien los vidrios rotos;
pero, porque seas mía,
-ya lo ves- me avengo a todo.
Arrodíllate a mi lado,
¡Oh momento venturoso!
En mi seno palpitante
busca tu cabeza apoyo;
y en mis brazos convulsivos
te estrecho anhelante y loco.
Juntos nuestros corazones
palpitan, ebrios de gozo,
y suben al quinto cielo
nuestros audaces propósitos.
Bogan en mar de venturas
nuestras almas, y hasta el trono
llegan de Dios, cuando súbito,
cual nubarrón espantoso,
su negra mano el Infierno
extiende sobre nosotros.
   El hijo triste y sombrío
de la Noche , el matrimonio
bendice; en libro de fuego
el formulario estrambótico
deletrea; sus plegarias
son blasfemias, y a sus votos
los condenados responden
con infernal alborozo.
Silban, graznan, gritan, rugen
con tal fuerza y de tal modo
que atrás dejan huracanes,
borrascas y terremotos.
Tenue vislumbre azulada
rasga el horizonte lóbrego,
y Marizápalos gruñe:
«Per secula seculorum».

imagen




ArribaAbajo- 8 -

imagen



   De la casa yo volvía
donde tengo mis amores,
vagando entre las fantásticas
sombras de la medianoche.
   Pasé junto al Campo santo;
miré adentro, y parecióme
que las tumbas, entreabiertas,
me llamaban sin dar voces.
   Acerquéme hacia el sepulcro
del Juglar, en cuyos bordes
quebraba incierta la luna
sus pálidos resplandores.
   Un espectro vaporoso
surgió a mis ojos entonces,
y me dijo: «¡Bienvenido,
hermano! Acércate y oye».
   Era el Juglar en persona:
sobre el sepulcro sentóse:
pulsó con diestra convulsa
vihuela de ásperos sones,
y así comenzó sus trovas,
con voz agria y desacorde.

   «Cítara, ¿la canción ya no recuerdas
que hizo vibrar tus palpitantes cuerdas
y encendió el alma en fuego abrasador?
la llama el ángel beatitud celeste,
suplicio eterno, la precita hueste;
   La humanidad, amor!»

   Todas las tumbas se abrieron
al pronunciar este nombre;
alzáronse mil espectros;
acercáronse veloces,
y cantaron, dando vueltas,
en espantoso desorden.

   «Tú los ojos nos cerraste;
tú a la huesa nos echaste,
amor, implacable amor!
¿Por qué, ni en la noche oscura
de la misma sepultura,
nos dejas en paz, traidor?»

   Así gruñían y aullaban;
dando alaridos feroces;
y el Juglar, en medio de ellos,
sentado en la tumba, inmóvil,
arañaba la vihuela
con extrañas contorsiones.

   «¡Qué baraúnda! ¡Qué ruido!
¡Qué tropel! ¡Qué confusión!
Gentes sin ley ni sentido,
bien habéis obedecido
mi mágica evocación.
   Cual marmota en su guarida,
en la tumba aborrecida
yacemos sin respirar;
hoy recobramos la vida;
¡a reír, pues, y a gozar!
   Fueron nuestro afán las bellas,
y corrimos tras sus huellas
con rabioso frenesí:
venid; hablaremos de ellas:
no nos oye nadie aquí.
   Cada cual su historia cuente;
cada cual su mal lamente,
y refiera sin temor
cuándo y cómo le hincó el diente
la jauría del amor».

   Una escuálida estantigua
salió del tropel indócil:
avanzó unos cuantos pasos;
habló, y dijo estas razones.

   «Aprendiz era de sastre;
siempre dale que le das,
con el dedal y la aguja,
con la aguja y el dedal.
   Hábil era cual ninguno
en zurcir y en remendar,
con el dedal y la aguja,
con la aguja y el dedal.
   La sobrina del maestro
me pareció una deidad,
con el dedal y la aguja,
con la aguja y el dedal.
   El corazón traspasóme
y aquí he venido a parar,
con el dedal y la aguja,
con la aguja y el dedal».

   Con tremendas carcajadas
acogieron sus razones:
con paso grave y solemne
otro espectro adelantóse.

   «El bandido generoso
era mi noble ideal;
de su gloria estaba ansioso:
turbaba, a más, mi reposo
una mujer celestial.
   Lloré su arrogancia austera,
y turbada la razón,
mi mano -¿quién lo dijera?-
hundióse en la faltriquera
de un vecino ricachón.
   Un sayón de bajo vuelo
atrapóme, sin pensar
que quise, en mi desconsuelo,
los lloros con el pañuelo
de mi vecino enjugar.
   ¡No fue ligero el bromazo!
doblar me hizo el espinazo,
y en la casa negra di,
que abrió el maternal regazo
benéfica para mí.
   Áspero cordel tejiendo,
allí me fui consumiendo,
pensando siempre en mi amor:
tomé un berrinche tremendo,
y reventé a lo mejor».

   Con tremendas carcajadas
acogieron sus razones:
muy pintado y relamido
salió otro fantasma entonces.

   «Yo fui rey de las tablas: cifré todo mi anhelo
en los papeles tiernos de amante y de galán:
los bofes arrojaba, gritando: «¡Santo Cielo!»
y suspiraba flébil después: «¡Mi dulce imán!»
   Era María Stuardo mi amor: ¡oh, cuán hermosa
brilló siempre a mis ojos! Constante Mortimer,
la devoré sediento con mi pupila ansiosa;
mas ella jamás quiso mis guiños comprender.
   Un día, medio loco, grité con voz ahogada:
«¡María! ¡Oh santa! ¡Oh mártir! Contigo también voy».
Saqué el puñal del cinto; me di la puñalada;
se me escapó la mano convulsa, y aquí estoy!»

   Con tremendas carcajadas
acogieron sus razones:
un estudiante afligido
vino después dando voces.

   «En su sitial peroraba
el tétrico profesor;
a su lado yo, en un banco,
dormía como un lirón,
soñando siempre con su hija,
que era más bella que el sol.
   Mil veces en su ventana
cariñosa me miró:
¡Hermosa flor de las flores!
¡Prenda de mi corazón!
Un majadero muy rico
cogió aquella hermosa flor.
   Invoqué a todos los dioses
contra la infiel y el traidor;
eché solimán al vino;
mis ruegos la Muerte oyó;
y cual buenos camaradas
nos abrazamos los dos».

   Con carcajadas tremendas
acogieron sus razones:
y salió al frente otro espectro
arrastrando soga innoble.

   «De dos cosas se alababa
el conde cuando bebía:
de las joyas que guardaba
y de la hija que tenía.
Tus joyas guarda y esconde
no te las roben jamás:
la hija que tienes, buen conde,
es lo que me gusta más.
   Bajo llaves y cerrojos
guardaba sus dos amores;
iban siempre con cien ojos
rondando sus servidores.
Pero, cerrojos y llaves,
¿qué me importaban a mí?
La escala de cuerdas suaves
arrojé al muro, y subí.
   Penetré por la ventana
de la hermosa prenda mía;
y escuché al punto cercana
una voz que así rugía:
«¿Te faltan acompañantes?
Conmigo, infame, vas bien:
si le gustan los diamantes,
a mí me gustan también».
   Era el conde, y al momento
puso en mí sus toscas manos
el enjambre turbulento
de esbirros y de villanos.
«Nadie me toque ni ofenda:
no soy cobarde ladrón;
sólo he robado una prenda,
y es un tierno corazón».
   Nadie escucha mis razones
nadie en mi defensa aboga;
ya sus bárbaros sayones
échanme al cuello la soga.
Y al asomar por Oriente
el astro matutinal,
mi cadáver vio pendiente
del travesaño fatal».

   Con tremendas carcajadas
acogieron sus razones:
con la cabeza en las manos,
otra sombra presentóse.

   «Bajo el brazo la escopeta,
y el alma de amor repleta,
a cazar al monte fui:
¡Qué graznidos en la umbría!
Era el cuervo, que decía:
«¡Ay desdichado de ti!»
   Buscaba de loma en loma
una cándida paloma
para obsequiar a mi amor;
y en los troncos y en las ramas,
y en jarales y en retamas
clavaba el ojo avizor.
   Oí suspiros distantes:
«Serán tórtolas amantes».
pensé, y en su busca fui.
Al llegar a un bosquecillo,
miré y preparé el gatillo:
¡cielos santos, lo que vi!
   Era la tórtola mía;
y en sus brazos la oprimía
un doncel con tierno afán.
«¡Ojo cazador certero!»
sonó el tiro justiciero;
rodó por tierra el galán.
   Entre esbirros inhumanos,
agarrotadas las manos,
pasé después por allí:
¡qué graznidos en la umbría!
Era el cuervo que decía:
«¡Ay desdichado de ti!»

   Con tremendas carcajadas
acogieron sus razones;
y el Juglar con esta copla
dio al concierto fin y postre.

«Hechicera canción cantaba un día:
la hechicera canción acabó ya:
helóse el corazón que ella encendía,
y cuando el nido maternal se enfría,
      el pájaro se va».

   Sonaron las carcajadas
más fuertes y más feroces;
dieron vueltas y más vueltas
fantasmas y fantasmones;
tocó la campana la una
en el reloj de la torre;
y cada espectro en su huesa
aullando precipitóse.

imagen

imagen




ArribaAbajo- 9 -

imagen


   Dulce y tranquilo dormía,
sin zozobras y sin ansias,
y en sueños vi una doncella
de hermosura sobrehumana.
   Era hechicero su rostro:
su tez como el mármol blanca;
luminosas sus pupilas;
luenga su crencha y rizada.
    A mí vino blandamente,
cual vaporoso fantasma,
y en mi pecho reclinóse
la virgen hermosa y pálida.
   Como late conmovido
por temores o esperanzas,
a su contacto latía
mi corazón, hecho un ascua.
   El corazón de la hermosa
no ardía ni palpitaba:
era de nieve su pecho,
y de hielo sus entrañas.
   -«Mi corazón no palpita,
mi sangre está congelada;
mas también conozco y siento
de amor la celeste llama.
   «No arde la vida en mis venas,
ni mis mejillas inflama;
pero como dulce amiga
vengo a ti; no temas nada».
   Dijo, y me estrechó en sus brazos
con tal brío y fuerza tanta,
que en ellos aprisionado
me oprimía y sofocaba.
   Cantó el gallo en aquel punto,
vigía de la mañana,
y despareció al oírlo
la virgen hermosa y pálida.




ArribaAbajo- 10 -



   Muchos cadáveres yertos,
todos a mi voz despiertos,
saqué de la sepultura;
y hoy no quieren esos muertos
volver a la noche oscura.

   Me hizo olvidar el terror
las provechosas lecciones
del experto profesor,
y me asedia espantador
ejército de visiones.

   ¡Déjame, turba sombría!
¡No me acoses sin cesar!
El placer y la alegría,
a la clara luz del día
aún puedo en el mundo hallar.

   Lucharé con insistencia
hasta respirar la esencia
de la ambicionada flor;
¿qué me importa la existencia,
si ha de faltarme el amor?

   ¡En mis brazos estrecharla
una vez, sólo una vez!
¡Ceñirla y acariciarla,
y apasionado besarla
con amorosa embriaguez!

   ¡Oír el palpitante
de su labio celestial!
Eso, espectros, es bastante:
consígalo, y al instante
os sigo al antro infernal.

   Lo sabe la grey impía,
y me llama noche y día
con gestos de Belcebú:
¡Oh dulce enemiga mía!
no me importa: ¿me amas tú?

imagen






ArribaAbajoCantares

imagen


ArribaAbajo- 1 -



Todos los días digo al levantarme:
       ¿Vendrá mi dulce bien?
todas las noches digo al acostarme:
      engañóme hoy también.

Paso insomne la noche, en el quebranto
      de mi tenaz dolor;
paso el día dormido, en el encanto
      de un sueño burlador.




ArribaAbajo- 2 -

imagen


   En la quietud de la noche
mi mal a solas lamento,
de la vana muchedumbre
los regocijos huyendo.
   A solas corren mis lágrimas,
corren sin tregua ni término;
enjugarlas no consigo
con mis suspiros de fuego.
   Un día, niño inocente,
cifré mi dicha en los juegos;
gozaba el don de la vida
sin saber lo que son duelos.
   Jardín alegre era el mundo
de lozanas flores lleno;
rosas, lirios y violetas
mis únicos pasatiempos.
   Soñando, en verde floresta
vi juguetón arroyuelo;
miréme en sus claras linfas;
estaba pálido y tétrico.
   Estaba tétrico y pálido
desque mi ojos la vieron:
trocóse en pena mi júbilo
sin sentirlo ni saberlo.
   De los cielos descendida,
dulce paz llenó mi pecho;
de los cielos descendida,
huyó otra vez a los cielos.
   Tinieblas llenan mis ojos,
sombras me van persiguiendo;
escucho sobresaltado
dentro de mí extraño acento.
   Acométenme furiosos
extraños padecimientos,
y mis entrañas quemando,
me consume extraño incendio.
   Y esta hoguera que me abrasa,
y este dolor, del que muero,
amor, amor soberano,
míralo bien, ¡tú lo has hecho!




ArribaAbajo- 3 -



   Sobre mi pecho pon tu manecita;
lo sentirás latir con inquietud:
un traidor carpintero en él habita,
y esta claveteando mi ataúd.
   Golpea sin descanso el día entero,
y mi sueño robó su golpear:
acaba pronto, infame carpintero,
y déjame dormir y descansar.




ArribaAbajo- 4 -

imagen


   Cada cual con su pareja
pasea bajo los tilos;
yo, abandonado de todos,
solo voy conmigo mismo.
   El corazón me da un vuelco
cuando esas parejas miro:
pareja también yo tengo;
pero lejos de estos sitios.
   Mucho tiempo estoy sufriendo
y más tiempo no resisto:
cierro la breve maleta;
tomo el bastón de camino.
   Andaré leguas y leguas,
y a la boca de un gran río
la ciudad veré que encumbra
tres torres por obeliscos.
   Allí serán mis angustias
trocadas en regocijos,
y mi dulce parejita
llevaré bajo los tilos.




ArribaAbajo- 5 -

imagen



   Cuna de mi pena ansiosa,
sepulcro donde reposa
mi tranquilo bienestar,
ciudad querida y hermosa,
¡adiós! te voy a dejar.

   ¡Adiós, umbral consagrado
por la huella de su pie!
¡Adiós, sitio afortunado,
donde primero, extasiado,
su hermosura contemplé!

   ¡Ojala nunca te viera,
reina de mi corazón!
No, atribulado, sufriera
esta suerte lastimera
que ha de ser mi perdición!

   Perturbar no quise tu alma,
ni la victoriosa palma
de tu ansiado amor ceñir;
a tu lado, en dulce calma,
soñé tan sólo vivir.

   Pero tú no lo has querido:
con tus palabrasde hiel
me arrojas; pierdo el sentido,
y el corazón malherido
sucumbe a la prueba cruel.

    Iré, incierto caminante,
llevando a cuestas mi mal;
hasta que en tierra distante
pose la sien delirante
sobre la tumba glacial.




ArribaAbajo- 6 -

imagen



   El esquife detén, rudo barquero;
aún vuela al puerto el alma acongojada;
de dos hermosas despedirme quiero:
      de Europa y de mi amada.

   Sangre brotan mis ojos escaldados,
sangre también mi corazón herido;
con sangre escribiré los prolongados
      tormentos que he sufrido.

   ¡Ahora, cuando la sangre ves que vierto,
¿ahora tiemblas, mi bien, y palideces?
Tú, que convulso, agonizante, yerto,
      me viste tantas veces!

   ¿La historia sabes del Edén perdido,
de Eva y la sierpe que a la estirpe humana
tentó con falso halago? ¡Siempre ha sido
      don fatal la manzana!

   Muerte, en las manos de Eva cariñosas;
incendio, en las de Paris, de Ilión fuerte;
en las tuyas, mi amor, entrambas cosas:
      incendio, y después, muerte!




ArribaAbajo- 7 -



   Los montes y castillos de su orilla
copia el Rhin en sus móviles espejos,
y avanza jubilosa mi barquilla
que inunda el sol de luces y reflejos.

   Contemplo los cristales brilladores
en blandas olas de oro convertidos,
y renacen de nuevo los dolores
dentro del corazón adormecidos.

   Me halaga, me enamora y me seduce
el brillante raudal; mas no me engaña:
la tersa linfa, que falaz reluce,
sombra y muerte en su fondo sólo entraña.

   ¡Perfidia oculta y aparente halago!
Eres, oh Rhin, imagen de mi hermosa:
escondiendo, cual tú, su horrible estrago,
dulce también sonríe y cariñosa.




ArribaAbajo- 8 -


   Al pronto, desesperado,
dije, al verme en tal estado:
soportarlo no podré.
Pero, al fin, lo he soportado:
el cómo, yo me lo sé.




ArribaAbajo- 9 -

imagen



   En el vergel paterno
vivió lánguida vida
durante el crudo invierno
la flor descolorida.
Sopló el alegre Mayo
sus ráfagas de amor:
siguió en triste desmayo
la moribunda flor.

   La flor descolorida
habló y me dijo así:
«Del vástago cogida
quisiera ser por ti.
-No atenderé tu ruego,
pues voy, loco de amor,
buscando sin sosiego
la purpurina flor».

   -«La flor que de esa suerte
tú buscas, no hallarás;
tras ella hasta la muerte
desconsolado irás.
No cogerá tu mano
la purpurina flor:
lo mismo que yo, hermano,
enfermo estás de amor».

   La flor descolorida
habló, temblando, así:
con mano conmovida
del tallo la cogí.
Calmó al instante el alma
su afán devorador,
y gozo en dulce calma
angelical amor.




ArribaAbajo- 10 -



   Cual ataúd que mano lastimera
orna de rosas y hojas de ciprés,
aqueste libro engalanar quisiera,
y en él mis versos sepultar después.

   ¡Ojalá mis fantásticos amores
pudiese con mis versos sepultar!
en el sepulcro del amor, las flores
del sosiego feliz suelen brotar.

   Abriendo allí su cáliz, nos envían
sus aromas de mágica virtud:
para mí, sólo florecer podrían
ocupando yo mismo el ataúd!

   ¡Ved aquí mis cantares, encendidos
cual roja lava del Vesubio ayer,
que en el volcán del corazón fundidos,
fueron brillante ráfaga al nacer!

   Mudos y tristes hoy, mustias sus galas,
yacen yertos, sin vida y sin calor;
mas revivir aún pueden, si sus alas
sobre ellos bate el genio del amor.

   Aunque lejos estás, amada mía,
este libro a tus manos llegará;
y la pasión que lo dictaba un día,
melancólica en él renacerá.

   Y perdiendo las letras su sentido,
te mirarán con plácida avidez;
y de olvidado amor blando gemido
suspirarán mis versos otra vez.

imagen






ArribaAbajoRomances

imagen


ArribaAbajo- 1 -

El Triste



   A compasión mueve a todos
triste y pálido mancebo,
que en el rostro lleva escritos
sus callados sufrimientos.
   Sus sienes calenturientas
refresca piadoso el viento;
doncellas bien desdeñosas
le ven con ojos benévolos.
   Huyendo de todos, corre
al bosque, donde risueños
los pájaros y las hojas
forman alegre concierto.
   Pero enmudecen las aves
y ruje el bosque siniestro
apenas ven que se acerca
el afligido mancebo.




ArribaAbajo- 2 -

Dos Hermanos


imagen



   Allá, en el monte, el castillo
envuelto en la noche oscura;
espadas acá, en el valle,
que chocan y que fulguran.
   Embístense dos hermanos
con igual cólera y furia;
¿por qué, manos fraternales
con tan fiero enojo luchan?
   Laura, la linda condesa,
es la que tiene la culpa:
ambos en amor se abrasan,
sedientos de su hermosura.
   ¿A quién la dama prefiere?
Nadie resolvió esa duda;
decididla, pues, vosotras;
fallad, espadas desnudas.
   Los tenaces combatientes
sin piedad ni tregua pugnan;
apenas suena un mandoble,
otro mandoble retumba.
   Id con tiento en las tinieblas,
aceros que el odio empuña;
sombras, visiones y ardides
la traidora noche oculta.
   ¡Oh fratricidas hermanos!
¡Valle infausto! ¡Negra tumba!
El uno al otro en el pecho
la espada a la vez sepultan.

   Muchos siglos han pasado
y generaciones muchas;
y aún el desierto castillo
mira hacia la honda llanura.
   Por ella, de noche, vagan
dos sombras, leves y mudas,
y apenas suenan las doce,
otra vez la espada cruzan.




ArribaAbajo- 3 -

El pobre Pedro


imagen




   Con placer que el baile excita,
danzan Juan y Margarita;
Pedro, inmóvil, cejijunto,
de ellos los ojos no quita,
más pálido que un difunto.

   Margarita es ya de Juan,
y en traje de bodas van
orondos y relucientes;
Pedro, con rabioso afán,
hinca en los puños los dientes.

   Contemplando a la pareja
habla en voz baja, y se queja,
y prorrumpe al cabo así:
«Como Dios no me proteja,
no sé qué será de mí!»


II

   «Siento una pena aquí dentro
que me oprime el corazón;
do quiera vaya, me encuentro
siempre fuera de mi centro,
siempre en la misma aflicción.

   »A mi amada busco loco,
cual si pudiera calmar
la angustia en que me sofoco;
y -¡ay Dios!- no puedo tampoco
su presencia soportar.

   »Trepo al monte que hasta el cielo
se encumbra, y hallo el consuelo
de que nadie me ha de ver:
allí, al menos, sin recelo
podéis, lágrimas, correr!»


III

   El pobre Pedro va errante,
macilento, vacilante,
más muerto que vivo: al verle
sorprendido el caminante
se para a compadecerle.

   Dice la doncella hermosa:
«De la fosa éste vendrá».
Doncella de faz de rosa,
no es que viene de la fosa;
es -¡ay!- que a la fosa va.

   Le llama la tumba pía,
porque ha perdido a su amor
allí en paz y sin porfía,
aguardará el postrer día:
¿Dónde estuviera mejor?




ArribaAbajo- 4 -

Los Granaderos


imagen



   A Francia dos granaderos,
allá en Rusia prisioneros,
vuelven ya: ¡suerte feliz!
Al llegar una mañana
a la frontera alemana
doblan ambos la cerviz.

   Nueva oyeron lastimera:
está ya la Francia entera
en poder del invasor;
deshecho y roto el altivo
Gran Ejército; cautivo,
cautivo el Emperador!

   Escuchan, mudos de espanto,
la nueva fatal: el llanto
baña su curtida tez;
y con ansias reprimidas
uno dice: «Mis heridas
se abren todas otra vez».

   Dice el otro: «¡Acabó todo!
¡Morir! fuera el mejor modo
de dar término a este afán.
Mas, los pobres pequeñuelos!...
¡La mujer!... ¡Oh Santos cielos!
si les falto yo, ¿qué harán?»

-«¿La mujer?... ¿Y qué me importa?
¿Los hijos?... El alma absorta
llora desdicha mayor.
¿Pan les falta?... ¡Por Dios vivo!
¡Que lo mendiguen!... ¡Cautivo!
¡Cautivo el Emperador!»

   «Una súplica sagrada
he de hacerte ¡oh camarada!
¡Compadécete de mí!
Para abrir mi humilde huesa,
llévame a tierra francesa,
dormiré mejor allí.

   »Esta cruz resplandeciente,
de roja cinta pendiente,
ponla sobre el corazón;
en su sitio, al diestro lado,
el fusil bien colocado;
la espada en el cinturón.

   »Así, a punto, y siempre en vela,
estaré, cual centinela
fijo siempre en su lugar;
hasta que oiga en feliz día
rechinar la artillería
y los caballos trotar.

»Y el Emperador, al frente
de su ejército impaciente
cabalgará, y al clamor,
armado saldré de tierra,
y otra vez iré a la guerra,
detrás del Emperador».




ArribaAbajo- 5 -

Don Ramiro



   -«¡Doña Clara! ¡Doña Clara!
¡Tras tantos años de amor!
tu propia mano traidora
la puñalada me dio.
   ¡Doña Clara! ¡Doña Clara!
es la vida alegre don;
y el sepulcro oscuro y frío
me inspira miedo y horror!
   A Fernando das mañana
la mano y el corazón:
¿Me convidas a la boda?
¿Quieres que a ella asista yo?
   -¡Don Ramiro! ¡Don Ramiro!
amargos tus dichos son,
como la ley de los astros
que mis designios burló.
   ¡Don Ramiro! ¡Don Ramiro!
desecha ese negro humor;
piensa que hay muchas mujeres,
y que nos separa Dios.
   Vencedor eres del moro;
sé tu propio vencedor:
ven a mi boda mañana
sin recelo ni aprensión.
   -Iré a tu boda mañana;
te lo juro por quien soy:
iré, y bailaré: contigo:
¡Adiós, Doña Clara!-¡Adiós!»
   Crujió la ventana al punto,
petrificado él quedó;
luego, hundióse en las tinieblas,
cual lúgubre aparición.
   Cuando las nocturnas sombras
rasgó el matutino albor,
cual jardín lleno de flores,
Toledo resplandeció.
   Alcázares y palacios
brillan a la luz del sol;
las cúpulas de los templos
parece que de oro son.
   De las campanas al vuelo
suena el confuso clamor;
se elevan de los altares
el cántico y la oración.
   ¡Mirad, allá, en la capilla!
¡Allá, en la Plaza Mayor!
¡Mirad, mirad, qué gentio!
¡Qué tropel! ¡Qué confusión!
   Nobles damas, cortesanos,
hidalgos, hombres de pro;
y al clamor de las campanas
une el órgano su voz.
   La multitud abre paso:
ya la pareja salió:
Doña Clara y Don Fernando
los felices novios son.
   Hasta el palacio del novio
corren las gentes en pos;
celébrase allí la boda
con señorial esplendor.
   Tras el festín, el torneo;
todo es fiesta y diversión:
rápidas pasan las horas;
pronto la noche llegó.
   Congréganse para el baile
en la cámara de honor:
cien lámparas resplandecen
en el dorado artesón.
   El novio y la novia ocupan
altos sitiales los dos;
se están diciendo en voz baja
dulces palabras de amor.
   Muchedumbre engalanada
puebla el soberbio salón:
vibra aguda la trompeta
sordo redobla el tambor.
   -«¿Por qué, bellísima dama,
el esposo preguntó,
por qué la mirada fija
clavas en aquel rincón?
   -¿No ves allí un hombre envuelto
en su negra capa? -No;
es, replicóle sonriendo,
sombra, quimera, ilusión».
   Y la sombra se acercaba,
y era un embozado ¡ay Dios!
y Clara, toda encendida,
a Ramiro saludó.
   Ha comenzado ya el baile;
vuelan, al acorde son,
los galanes y las damas
en vértigo embriagador.
   -«De buen grado, Don Ramiro,
bailaré contigo yo;
pero venir no debiste
con tan negro capotón».
   Él, los ojos penetrantes
fija en la que fue su amor;
ciñe su cintura, y dice:
«Me llamaste, y aquí estoy».
   En los giros de la danza
abrazados van los dos;
vibra aguda la trompeta,
sordo redobla el tambor.
   -«Pálido estás cual la nieve»
dice con trémula voz
la bella, y él le responde
«Me llamaste y aquí estoy».
   Chisporrotean las luces;
brilla el soberbio salón:
¡Cómo vibra la trompeta!
¡Cómo redobla el tambor!
   -«Fría, cual hielo, es tu mano»:
Clara, espantada, exclamó:
y él, con voz más tenebrosa,
-«Me llamaste, y aquí estoy».
   -«¡Suelta, suelta, don Ramiro!
¡Suéltame, por compasión!»
siempre la misma respuesta:
»Me llamaste, y aquí estoy».
   Alegre suena la música,
y en torbellino veloz
gira y se revuelve todo
cual fantástica visión.
   -«¡Suéltame! ¡suéltame!» exclama
la novia, llena de horror;
y él replica: «Me llamaste,
me llamaste, y aquí estoy».
   Ella, al fin, airada grita:
-«¡Suéltame en nombre de Dios!»
y al pronunciar ese nombre,
Ramiro despareció.
   Quedó Clara inmóvil, yerta,
sin sentidos y sin voz;
bajó la siniestra imagen
a su lúgubre mansión.
   Ya retorna en sí la dama,
ya las pupilas abrió;
mas al punto se las cierra
espanto nuevo y mayor.
   Desque el baile comenzara,
estuvo - no hay duda, no-
sentada junto a su esposo,
sin moverse del sillón.
   -«¿Por qué, pregunta Fernando,
te se ha quebrado el color?
¿Por qué, de tus bellos ojos,
se ha nublado el claro sol?»
   Clara, dudosa, espantada,
-«¿Y Ramiro? -preguntó;
y no pudo más su lengua,
que paraliza el horror.
   Hondas, tempranas arrugas,
fruncen con ceño feroz
la frente del caballero,
y con gesto aterrador,
   -Saberlo no quieras, dice;
¡Historias trágicas son!
-Pero, Ramiro?... -Ramiro,
esta mañana murió!

imagen




ArribaAbajo- 6 -

El Mensaje



   -Paje, ensilla tu alazán,
y sin tregua ni reposo,
cabalga con vivo afán
hacia el soberbio y famoso
castillo del rey Duncán.
   Albérgate en un rincón
de cualquier camaranchón,
y di a un mozo, de pasada:
«Dos las hijas del rey son:
de ellas ¿cuál la desposada?»
   Si te responde -¡ojalá!-
«La morena», vuelve acá,
vuelve pronto, en son de fiesta;
si «la rubia» te contesta,
entonces... no hay prisa ya.
   Vuelve; mas compra primero
una soga al cordelero,
y después -¡la pena me ahoga!-
mudo y fatal mensajero,
ven y dame aquella soga.




ArribaAbajo- 7 -

Vuelta a casa



   -No quiero volver solo, amada mía;
conmigo ven al lúgubre aposento
de la triste mansión, oscura y fría,
do mi madre al umbral acurrucada,
espera con ansioso pensamiento
del hijo la llegada.
-¡Suelta, déjame en paz, hombre sombrío!
¿Quién jamás te llamó? fuego es tu aliento:
tu diestra, hielo frío.
Ardiente llama en tus pupilas brilla;
mortal amarillez en tu mejilla.
Gozar quiero, con ansias amorosas,
la luz del sol, la esencia de las rosas.
-Deja los resplandores
del sol y los perfumes de las flores:
arroja el velo que tu sien cubría,
pulsa las cuerdas de la lira de oro,
canta el himno nupcial, amada mía,
y el viento de la noche te hará coro.




ArribaAbajo- 8 -

Baltasar




Aproxímase ya la media noche;
      duerme en paz Babilonia.
En las alturas del augusto alcázar
      chispean las antorchas.

Va y viene de la regia servidumbre
      la innumerable tropa;
preside Baltasar regio banquete
      en su cámara propia.

Los palaciegos, de su dueño en torno,
      siéntanse a la redonda;
apuran el licor que centellea
      en las fúlgidas copas.

Gritan los bulliciosos comensales;
      los vasos entrechocan;
al monarca aburrido la algazara
      deleita y alboroza.

Sus marchitadas, pálidas mejillas
      el júbilo arrebola;
el vino, de su ingénita fiereza
      los ímpetus provoca.

Crece su audacia; la blasfemia horrible
      al labio infame brota;
la cortesana turba la blasfemia
      repite, aplaude y loa.

Llama altivo el monarca: un siervo acude;
      parte, y al punto torna;
y trae, del templo del Señor robados,
      los vasos y las joyas.

Con sacrílega diestra un cáliz de oro
      el impío rey toma;
lleno está ya del vino del banquete,
      tan lleno que rebosa.

Hasta el fondo lo apura, y luego exclama
      con palabras de mofa:
«Mira, Dios de Judá, cuál te saluda
      el rey de Babilonia».

Dice, y al punto en sus entrañas siente
      fatídica zozobra;
silencio sepulcral súbito apaga
      las carcajadas locas.

¡Mirad! ¡Mirad! Sobre el brillante muro
      aparece una sombra;
es una mano que con fuego escribe
      palabras misteriosas.

Baltasar en las letras encendidas
      clava la vista atónita;
tétrica palidez cubre su rostro;
      sus rodillas se doblan.

La cortesana grey, despavorida,
      queda inmóvil y absorta;
vienen los Magos, y las letras miran:
      descifrarlas no logran.

Aquella misma noche, antes que el alba
      aclarase las sombras,
a manos de los suyos cayó muerto
el rey de Babilonia.

imagen




ArribaAbajo- 9 -

Los Trovadores




   A disputar su valía
en la excelsa poesía
hoy los trovadores van:
¡grave será la porfía!
¡arduas las justas serán!

   La imaginación alada
les da fogoso corcel;
la palabra bien templada
les sirve de noble espada,
y es el arte su broquel.

   Hermosísimas doncellas
les miran desde el balcón;
lauros brindan todas ellas;
pero no está entre esas bellas
la que anhela el corazón.

   Llenos de salud y vida
van otros a combatir;
ellos, a la lid reñida,
van ya con mortal herida,
sin temblar y sin gemir.

   Y el que más doliente lanza
el canto desgarrador,
aquel la victoria alcanza,
y la más dulce alabanza
del labio más seductor.

imagen




ArribaAbajo- 10 -

En el balcón


imagen


   Pasaba, pálido y triste,
pálido y triste un mancebo:
la hermosa doncella estaba
en el balcón entreabierto.
La hermosa doncella, al verle,
decía: «¡Válgame el cielo!
Está ese desventurado
más pálido que un espectro».
   Alzó aquel desventurado
los ojos, grandes y negros,
y de la doncella hermosa
miró el balcón entreabierto.
Sintió la hermosa doncella
extraño desasosiego,
y se puso de repente
más pálida que un espectro.
   Sintió la doncella hermosa
arder amorosos fuegos,
y estaba días y días
en el balcón entreabierto;
y tras los días ansiosos,
en los brazos del mancebo
caía todas las noches
a la hora de los espectros.




ArribaAbajo- 11 -

El Caballero herido


imagen


   Muchas historias he oído;
ninguna, como ésta, cruel:
un hidalgo bien nacido
está de amor malherido,
y su dama le es infiel.
   Por infiel y por traidora,
a la que insensato adora
debiera menospreciar;
cual flaqueza infamadora
su propio dolor mirar.
   Quisiera mover querella
gritando en la justa así:
«Amo a una hermosa doncella;
quien encuentre falta en ella,
salga y cierre contra mí».
   Quizás todos callarían;
pero no su desazón:
y al fin sus armas tendrían
que herir, si luchar querían,
su mísero corazón.




ArribaAbajo- 12 -

Al zarpar


imagen



   En el inquieto mástil apoyado,
las olas cuento y sigo hasta la orilla.
¡Adiós, tierra natal, hogar sagrado!
      ¡Qué aprisa vas, barquilla!

   Ante la casa paso de mi amante:
en su alegre ventana el sol destella;
casi me miro en su cristal brillante;
      mas ¡ay! no hay nadie en ella!

   Reprimiré este lloro lastimero
que a mis pupilas da velo sombrío;
el mal que te amenaza, arrostra entero;
      ¡valor! corazón mío.




ArribaAbajo- 13 -

El cantar del arrepentimiento


imagen


   Galopa Ulrico en la selva:
susurra plácido el viento;
ve el hidalgo entre las ramas
bella imagen en acecho.
   «Te conozco, bella imagen,
dice, y lo dice gimiendo;
eres mi perseguidora
en la ciudad y en el yermo.
   »Dos rositas son tus labios,
tan amorosos y frescos;
mas las palabras que lanzan
llenas están de veneno.
   »Por eso yo los comparo
al rosal hermoso y pérfido,
que entre sus hojas oscuras
oculta el áspid horrendo.
   »Esos son, de tus mejillas
los seductores hoyuelos,
la fosa a la cual me arrastran
mis insensatos deseos.
   »Esos son los blandos rizos
que se enroscan a tu cuello,
red del Enemigo malo,
que me aprisionó con ellos.
   »Esos tus ojos, azules
como el estanque sereno,
que del cielo juzgué puertas,
y son puertas del infierno».


   Galopa Ulrico en la selva;
zumba pavoroso el viento;
otra imagen ve el hidalgo,
tan pálida que da miedo.
   «¡Madre mía! grita al punto;
¡Madre de mi amor primero!
¡Cuánto amargué yo tu vida
con mis dichos y mis hechos!
   »¡Secar quisiera tus lágrimas
con la llama de mis duelos!
¡Quisiera animar tu rostro
con la sangre de mi pecho!»
   Galopa y galopa Ulrico;
se oscurecen tierra y cielo;
sopla el viento del ocaso;
suenan extraños acentos.
   Sus palabras repetidas
oye el lloroso mancebo:
pájaros son de la selva
que están cantando y diciendo:
   «Hermoso cantar tú cantas,
el del arrepentimiento;
cuando lo hayas terminado,
vuelve a cantarlo de nuevo».




ArribaAbajo- 14 -

La canción de los florines




   ¿Qué te has hecho, mi tesoro,
que perdido busco y lloro?
¿Dónde estáis, florines de oro?

   ¿Estáis entre los dorados
pececillos esmaltados,
que surcan tranquilamente
los senos aljofarados
de la cristalina fuente?

   ¿Estáis entre las doradas
florecillas perfumadas,
que abren en vergel umbrío
sus corolas empapadas
en las perlas del rocío?

   ¿Estáis entre los dorados
pajarillos matizados,
que, robando al sol sus galas,
visos atornasolados
dan a sus abiertas alas?

   ¿Estáis entre las doradas
estrellas, siempre inflamadas,
que, para darnos consuelo,
tiernas y dulces miradas
nos dirigen desde el cielo?

   No estáis, dorados florines,
en las cristalinas fuentes,
ni en los umbrosos jardines,
ni del aire en los confines,
ni en los cielos transparentes.

    Para buscaros, en vano
registrara el orbe entero;
pues estáis -¡oh trance fiero!-
en las garras de milano,
de un implacable usurero.




ArribaAbajo- 15 -

A una cantante después de haberle oído un antigua canción romancesca



   Aquel poderoso hechizo
olvidar no podré nunca:
la oía por vez primera,
y era su voz suave música
que el pecho oprime, y los ojos
con dulces lloros enturbia,
sin que el alma se dé cuenta
del bienestar que la inunda.
   Un sueño llenó de pronto
mi imaginación confusa:
en la cámara materna,
que débil lámpara alumbra,
leía, crédulo niño,
fabulosas aventuras,
mientras silbaban los vientos
entre las pálidas brumas.
   Cuerpo las fábulas toman:
levántanse de su tumba
los héroes; en Roncesvalles
estalla tremenda lucha;
allá cabalga Rolando;
allá van las huestes suyas;
allá va también con ellas
Ganelón, que Dios confunda!
    Por él, a traición herido,
Rolando cae, y aún empuña
y al labio lleva la trompa,
que con tal clamor retumba,
que, allá lejos, al gran Carlos,
lleva su grito de angustia.
Rolando muere, y su muerte
mi sangriento sueño trunca.
   Clamorosa me despierta
tempestad de aplausos súbita:
cesó el poderoso hechizo;
dio fin la extraña aventura;
todos, batiendo las palmas,
exclamaban «¡bravo!» y «¡hurra!»
Y la artista saludaba
con reverencias profundas.




ArribaAbajo- 16 -

Ciertamente




Cuando aviva la alegre primavera
      del sol los resplandores,
abren en el jardín y en la pradera
      sus cálices las flores.

Cuando la luna, de la noche oscura
      rasga el opaco velo,
brillan en torno de ella con luz pura
       las estrellas del cielo.

Cuando vislumbra el soñador poeta
      dos pupilas radiantes,
brotan con más calor de su alma inquieta
      los versos palpitantes.

¡Lástima grande, sí, que ese tesoro
      de estrellas, versos, flores,
pálida luna, sol de fuego y oro,
      ojos deslumbradores;

Toda esa fantasía deliciosa
      que tanto nos agrada,
en este mundo de mezquina prosa
      no sirva para nada!








ArribaAbajoIntermezzo

1822 - 1823


imagen


   De mis ansias, tormentos y querellas
es este libro humilde panteón:
al hojear sus páginas, en ellas
aún sentiréis latir mi corazón.


ArribaAbajoPrólogo

imagen


   Era un hidalgo sombrío,
de faz adusta y siniestra,
que pálido y silencioso
vagaba con planta incierta,
lleno el pecho de suspiros,
llena el alma de quimeras.
Era tan arisco y fosco
que al verlo pasar, malévolas,
mirábanse y sonreían
las flores y las doncellas.
   En el rincón más oscuro
de su lóbrega vivienda,
recatándose de todos,
pasaba la noche entera.
Ambos los brazos al cielo
levantaba con frecuencia,
sin decir una palabra,
sin murmurar una queja.
Pero, al tocar medianoche,
escuchábanse allá fuera
acordados instrumentos,
coros de voces angélicas,
y al poco rato llamaban
blandos golpes a la puerta.
   Y cual sombra que resbala,
hermosa, ideal, aérea,
entraba su dulce amante,
en gasas de espuma envuelta.
Era el velo de su frente
de hilos de escarchadas perlas;
sus mejillas, cual la rosa
que la aurora colorea.
Caían sobre sus hombros
olas de doradas crenchas;
derramaban sus pupilas
apasionadas ternezas,
y -¡ay Dios!- ¡cómo se abrazaban
el caballero y la bella!
   Estrechábala el hidalgo,
y el mismo entonces ya no era:
el timido se aventura,
el soñoliento despierta,
el arisco se enternece,
late el insensible y tiembla.
Y ella, le hostiga mimosa
y le provoca risueña,
y con el fúlgido velo,
envuélvele la cabeza.
   En alcázar diamantino
el caballero se encuentra;
tanta hermosura le asombra,
tanto resplandor le ciega.
Y aún en sus ansiosos brazos
a la encantadora estrecha,
y es su afortunado esposo,
y su dulce esposa es ella,
y en torno tañe la cítara
coro de sílfides bellas.
Tañe la cítara, canta
y el pie a las danzas apresta...
El amante desfallece,
y aún abraza a la hechicera:
pero, de pronto, las luces
se apagan, y en las tinieblas,
en el rincón más oscuro
de su lóbrega vivienda,
otra vez solo y sombrío
está el hidalgo, ¡el poeta!




ArribaAbajo- 1 -



   En Mayo, cuando las flores
abren todas el botón,
sentí nacer los amores
dentro de mi corazón.

   En Mayo, cuando las aves
rompen todas a cantar
le dije mis ansias graves
y mi oculto malestar.

imagen




ArribaAbajo- 2 -



   Vierto una lágrima, y miro
brotar al punto una flor;
y cuando exhalo un suspiro
se trueca en un ruiseñor.

   Si me quieres, esas flores
todas para ti serán;
y todos los ruiseñores
en tu reja cantarán.




ArribaAbajo- 3 -


    La paloma y la rosa, el sol y el lirio,
amaba en otro tiempo con delirio:
hoy, te amo solamente
a ti; mi niña hermosa,
a ti; de todo amor única fuente
a ti; paloma y lirio, sol y rosa.




ArribaAbajo- 4 -



   Cuando dulces y tranquilas
me contemplan tus pupilas,
se disipa mi aflicción;
cuando, sin miedos ni agravios,
tus labios das a mis labios,
curado está el corazón.

   Cuando la cabeza inclino
en tu seno alabastrino,
el cielo siento bajar;
cuando tu labio sincero
exclama: «¡Cuánto te quiero!»
rompo entonces a llorar.




ArribaAbajo- 5 -



   Te vi hermosa, purísima, radiante,
en sueño halagador; hoy vuelvo a verte:
aún es tan bello y dulce tu semblante;
pero pálido está como la muerte.

   Sólo tus labios el carmín inflama,
y borra el beso sus matices rojos:
de aquella que admiré, celeste llama,
   nada queda en tus ojos!




ArribaAbajo- 6 -



   La frente inclina tú sobre mi frente,
y corran juntos nuestros lloros luego:
el pecho pon sobre mi pecho ardiente,
y los dos ardan en el mismo fuego.

   Caiga sobre esa hoguera devorante
nuestro copioso llanto en largo río;
oprímate en mis brazos, loco amante,
y moriré dichoso, dueño mío!




ArribaAbajo- 7 -



   Depositar quisiera el alma mía
en el cáliz gentil de un lirio en flor,
y que cantara el lirio noche y día
      canciones a mi amor.

   Y que se estremecieran palpitantes
esas canciones, como el beso aquel
que recibí en dulcísimos instantes
      de tus labios de miel.




ArribaAbajo- 8 -



   Están en el firmamento
inmóviles las estrellas,
y con dulce arrobamiento
se miran y hablan entre ellas.

   Se hablan con amor profundo
en lengua tan singular,
que ningún sabio del mundo
la ha podido descifrar

   Yo la tengo descifrada
y jamás la olvidaré;
en el rostro de mi amada
el vocabulario hallé.




ArribaAbajo- 9 -



   Te llevaré en las alas de mi canto,
te llevaré muy lejos, dueño mío;
a la orilla feliz del Ganges santo
tengo un albergue espléndido y umbrío.

   A la luz de la luna, en valle ignoto,
floresta yace allí, fresca y lozana,
do la flor pura del sagrado loto
espera fiel a su amorosa hermana.

   Allí charlan las pálidas violetas
y a los astros sonríen cariñosas;
allí dicen, en pláticas discretas,
sus cuentos aromáticos las rosas.

   Allí, vagos rumores escuchando,
se para la gacela diligente;
allí, a lo lejos, con murmurio blando
fluye del Santo Río la corriente.

   Reclinados allí, mi dulce dueño,
a la trémula sombra de las palmas,
de paz y dicha celestial ensueño
disfrutarán unidas nuestras almas.




ArribaAbajo- 10 -



   A la lumbre del sol abrasadora
cierra la flor del loto el tierno broche;
      y aguarda, soñadora,
      la apetecida noche.

   La luna, que es su amante,
con sus pálidos rayos la despierta;
y la flor los recibe palpitante,
      la faz ya descubierta.

Arde, fulgura, exhala su perfume,
      contempla ansiosa el cielo,
tiembla, suspira, llora y se consume
      en amoroso anhelo.




ArribaAbajo- 11 -



   El Rhin sagrado desata
su caudaloso raudal,
y en sus espejos de plata
Colonia copia y retrata
su famosa Catedral.

   En la catedral aquella
hay, sobre cuero dorado,
pintada una imagen bella,
que en mi cielo encapotado
siempre fue benigna estrella.

   Es la Virgen, que triunfante
está de ángeles cercada;
sus ojos, su labio amante,
todo en ella es semejante
al rostro de mi adorada.




ArribaAbajo- 12 -



   ¿Por qué jurar y ofrecer?
Bésame con frenesí,
pues nunca, hermosa, creí
en palabras de mujer;
si tu voz me da placer,
más dulce tu beso siento;
que eres mía experimento,
y así mi ventura labras;
que lo demás son palabras,
palabras que lleva el viento.

    Pero, no; promete y jura!
Una palabra, mi vida,
de tu boca bendecida
toda mi dicha asegura.
Alcanzo tanta ventura
cuando en tus brazos me ves,
que sueño yo -¡soñar es!-
que has de amarme, en puridad
por toda la eternidad,
y aún mucho tiempo después.




ArribaAbajo- 13 -

imagen


   No me quieres, no me quieres,
y soporto tu desdén;
tu rostro de cielo miro,
y soy más feliz que un rey.
   Me odias; de tus propios labios
lo escucho: ¡cómo ha de ser!
Deja que tus labios bese:
y así me consolaré!




ArribaAbajo- 14 -



¡Cuántas canciones dediqué a los rojos
      labios de mi adorada!
¡Cuántos tercetos a sus bellos ojos
      y a su dulce mirada!

Y si mi hermosa corazón tuviera,
      también, fino y discreto,
a su sensible corazón hiciera
      un bonito soneto!




ArribaAbajo- 15 -



   El mundo está ciego y loco;
¡cuán vanos sus juicios son!
Dice, oh bien a quien invoco,
que tienes mal corazón.

   ¡El mundo está loco y ciego!
No te conoció jamás.
No sabe cómo arde el fuego
en los besos que me das.




ArribaAbajo- 16 -



   Dímelo tú, dueño mío:
¿Eres sueño halagador
que en una tarde de estio
forjó el dulce desvarío
del vate, loco de amor?

   ¡Oh! no: tus labios de rosa,
tu pupila, que arde inquieta,
tu gracia alegre y donosa,
no pueden ser, niña hermosa,
un ensueño del poeta.

   Basiliscos y dragones,
horripilantes visiones
y monstruosos disparates;
esas son las creaciones
permitidas a los vates.

   Pero tu dulce alegría,
tu travesura discreta,
tu genial coquetería,
no pueden ser, vida mía,
un ensueño del poeta.




ArribaAbajo- 17 -



   Como al nacer del mar Venus gloriosa,
hoy con todo el fulgor de su hermosura,
brilla mi dulce amada: tierna esposa,
      amor a otro hombre jura.

   ¡Paciente corazón, tu enojo apaga!
no acuses su perjurio y su mancilla:
disculpa, pobre corazón, cuánto haga
      la adorable loquilla.




ArribaAbajo- 18 -



   No te acuso, al perderte, dueño mío:
no te acuso, aunque el alma me quebrantes:
¡Bella estás con tu espléndido atavío!
¿Podrá, empero, el fulgor de los diamantes
      iluminar tu corazón sombrío?

   ¡Ah! lo sé todo: en dolorido ensueño
vi tu hondo corazón: ¡era morada
de noche oscura, horrible, encapotada!
y víboras vi en él, oh dulce dueño,
      y vi que eras también desventurada!




ArribaAbajo- 19 -



   Desdichada eres tú, querida mía;
desdichados al par somos los dos;
desdichados seremos hasta el día
que cure nuestro mal la muerte pía,
      hasta que quiera Dios!

   Brilla en tus labios risa de despecho,
y en tu mirar irónica altivez;
      glorioso y satisfecho,
late el orgullo en tu triunfante pecho;
¡y somos desdichados a la vez!

   Al arder más espléndidos tus ojos,
una lágrima en ellos asomó;
mueren las risas en tus labios rojos:
tu pecho esconde míseros enojos,
y eres tan desdichada como yo!




ArribaAbajo- 20 -



   Preludia el violín sonoro;
sigue la música toda;
la dulce niña que adoro
celebra el baile de boda.

   La flauta y el violoncelo
marcan su alegre compás:
los angelitos del cielo
lloran a no poder más.

imagen




ArribaAbajo- 21 -

imagen



   ¿Olvidar pudiste así
que tu corazón fue mío,
tu corazón -¡ay de mí!-
el más dulce, falso y frío,
de cuantos yo conocí?

   ¿Así pudiste olvidar
mi querer y mi penar,
tan grandes ambos -¡ay Dios!
que aún no he podido aclarar
cuál fue mayor de los dos?




ArribaAbajo- 22 -



Si supieran las pobres florecillas
      cuán vivo es mi dolor,
me ofrecieran, piadosas y sencillas,
      su aroma bienhechor.

Si supieran los tiernos ruiseñores
      cuán grande es mi penar,
dieran algún alivio a mis dolores
      cantando sin cesar.

Si supiesen los astros en el cielo
      cuán hondo es mi sufrir,
dejaran, para darme algún consuelo,
      su alcázar de zafir.

Pero no saben ¡ay! la pena mía
      estrella, ave ni flor:
sábela sólo quien desdeña impía
      mi afán y mi dolor.




ArribaAbajo- 23 -



¿Por qué veo tan pálidas las rosas?
      ¡Dímelo, vida mía!
¿Por qué están las violetas pesarosas
      en la floresta umbría?

¿Por qué la alondra fúnebres clamores
      desde los cielos vierte?
¿Por qué aspiro en la esencia de las flores
      un hálito de muerte?

¿Por qué derrama el sol, lánguido y frío,
      lumbre incierta y oscura?
¿Por qué está el mundo tétrico y vacío,
      como una sepultura?

¿Por qué yo propio estoy tan muerto y triste
      ¡Habla! ¡contesta! ¡di!
¿Por qué, mi amor, si un tiempo me quisiste,
      me abandonaste así?




ArribaAbajo- 24 -



   Hablaron mucho de mí
para robarte la calma;
mucho murmuraron, sí:
pero no ha llegado a ti
lo que me destroza el alma.

   Entre mucho «¡Guarda, Pablo!»
soltaban, haciendo el bu,
algún horrible vocablo;
decían que yo era el diablo,
y los escuchabas tú.

   Pero, entre tanto fiscal,
quedó lo más criminal,
lo más grave y de más bulto,
en el abismo fatal
de mi corazón oculto.




ArribaAbajo- 25 -



   El ruiseñor cantaba; florecía
el tilo, y fulguraba el sol radiante.
Entonces me besaste, vida mía,
y trémulo tu brazo me oprimía
contra tu ansioso pecho palpitante.

   La guirnalda cayó, que el tilo viste;
graznaba el cuervo; desmayado y triste
se hundía el sol; con fría indiferencia
nos dijimos «adiós» y tú me hiciste
la más ceremoniosa reverencia.




ArribaAbajo- 26 -


   31Mucho, en verdad, los dos hemos sentido
tú por mí, yo por ti!... y hemos vivido
llevándonos tan bien!... y hemos jugado
a marido y mujer, sin que arañado
nos hayamos jamás, ni sacudido.
   Juntos en risa y regodeo y broma
supimos tiernamente
Jugar a beso-daca y beso-toma.
Y -¡cosas de muchachos!- de repente
jugar al escondite resolvimos;
y tal jugado habemos,
y tal maña nos dimos,
y tan rebién, por fin, nos escondimos,
que ya nunca jamás nos hallaremos.




ArribaAbajo- 27 -



   Con cariñosa afición
y con obsequios seguros
respondiste a mi pasión;
y en una y otra ocasión
me hiciste salir de apuros.

   Me diste -¡cómo ha de ser!-
de comer y de beber;
me arreglaste el equipaje,
y hasta te hube de deber
el pasaporte del viaje.

    El cielo te guarde pío
en invierno y en estío;
el cielo te guarde... Mas
lo que hiciste en favor mío,
no te lo pague jamás.




ArribaAbajo- 28 -


    Fue crudo y mucho duró
el triste invierno infecundo;
pero, al fin, Abril llegó:
alegróse todo el mundo,
todo el mundo, menos yo!
   Abriéronse flores suaves;
el cencerro del rebaño
sonó con acentos graves;
y como en tiempo de antaño,
hablaron todas las aves.
   No quise atender, adusto,
su idioma revelador:
tachábalo todo, injusto;
no escuchaba a nadie a gusto,
ni aun al amigo mejor.
   Esto recuerdo que fue
en aquella época en que
comenzó la gente, odiosa,
a llamar «Señora de...»
a mi niña veleidosa.




ArribaAbajo- 29 -



   Mientras yo en tierras extrañas
soñaba mil despropósitos,
el tiempo se le hizo largo
a la niña a quien adoro;
cosió el vestido de bodas,
y abrazó, cual dulce esposo,
de todos sus pretendientes
al pretendiente más tonto.

   Más hermosa cada día
la veo, y admiro absorto
las rosas de sus mejillas,
las violetas de sus ojos;
y esforzarme en olvidarla
ha de ser -bien lo conozco-
de todos mis desatinos
el desatino más tonto.




ArribaAbajo- 30 -


   Las azules violetas ruborosas
de su pupila, que serena brilla;
las delicadas rosas
de su fresca mejilla;
las blancas azucenas de su mano:
todo, para robarme dicha y calma,
todo aún florece espléndido y lozano:
nada hay marchito, en ella, más que el alma.




ArribaAbajo- 31 -


   Es hoy tan bello el mundo; la alta esfera
tan azul; tan sereno el claro río;
tan blando el viento; se abre en la pradera
tanta flor empapada de rocío;
bulle tan jubilosa y placentera
la feliz muchedumbre en torno mío,
que estar quisiera en el sepulcro helado,
a su yerto cadáver abrazado.




ArribaAbajo- 32 -



   Cuando en la tumba yazgas, dueño mío,
en el lecho de sombra y de reposo,
iré a buscarte en su regazo frío,
y allí por fin te abrazaré dichoso.

   Te abrazaré, te besaré incesante,
pálida, inmóvil, silenciosa, muerta;
estremecido, extático, anhelante,
te oprimiré a mi pecho, muda y yerta.

   Tocará medianoche; irán los muertos
a danzar, de sus tumbas evocados;
y por la losa funeral cubiertos,
estaremos los dos bien abrazados.

   La trompeta final sonará un día;
acudirán al juicio los difuntos;
y sordos a sus ecos, vida mía,
seguiremos allí, quietos y juntos.




ArribaAbajo- 33 -



   Envuelto en frío sudario
de hielo, sobre un peñón,
se alza un pino solitario
del árido septentrión.

    Sueña con una palmera
que en el oriental edén,
en abrasada ribera
suspira y sueña también.




ArribaAbajo- 34 -




La cabeza

   ¡Si fuera yo el escabel
de tus plantas, vida mía!
Por más que golpease en él
tu pie caprichoso y cruel,
nunca, amor, me quejaría.


El corazón

   ¡Si el acerico yo fuera
do tu mano clava fiera
la aguja de tu labor!
¡Cuántas más veces me hiriera
fuera mi gozo mayor!


La copla

   ¡Si fuera yo el retorcido
papel, al bucle prendido
que tu sien ha de adornar!
¡Cómo dijera a tu oído
lo que hoy tengo que callar!




ArribaAbajo- 35 -



   Huyó la risa de mis labios tristes,
hermosa infiel, cuando te vi partir;
escucho sin cesar bromas y chistes;
      ¡y no puedo reír!

   El llanto huyó de mis cansados ojos,
hermosa infiel, cuando te vi marchar:
rasgan mi corazón duelos y enojos
      ¡y no puedo llorar!




ArribaAbajo- 36 -



   ¡Ay! de mis penas más graves
compongo breve canción,
y agitando plumas suaves,
va a posarse (tú lo sabes)
en tu ingrato corazón.

    Penetra en su oculto centro,
y volviendo luego atrás
viene llorando a mi encuentro,
sin que me diga jamás
qué es lo que ha visto allá dentro.




ArribaAbajo- 37 -



   Horteras endomingados
triscan por selvas y prados
cual cabrito en la maleza,
admirando alborozados
la feraz naturaleza.

   Los matorrales floridos
contemplan embebecidos;
y el cantar de los gorriones
causa en sus toscos oídos
románticas emociones.

   Cubre mi ventana en tanto
negra cortina, y así,
en las alas del encanto,
los fantasmas que amé tanto
vienen de nuevo hasta mí.

   Viene mi perdido amor,
rompiendo el sepulcro frío;
me abraza consolador
y sucumbe a su dolor
el pobre corazón mío.




ArribaAbajo- 38 -



A veces, una imagen ilusoria
      del bien que ya perdí,
renace, por träer a mi memoria
aquellos tiempos en que fue mi gloria
      estar cerca de ti.

De día, por la calle, a la ventura,
      vagaba soñador;
la gente, sospechando mi locura,
contemplaba mi extrada catadura
      con sorpresa y temor.

De noche, era mejor: lóbrega, fría,
      desierta la ciudad;
yo, con mi sombra, en grata compañía,
silencioso y pausado recorría
      la muda soledad.

Lento cruzaba el extendido puente,
      resonante a mis pies;
y rasgando el nublado transparente
me mandaba la luna complaciente
      salutación cortés.

Delante de tu casa embebecido
      paréme veces mil;
alcé los ojos, agucé el sentido,
contemplé tu ventana estremecido,
      delirante, febril.

Yo sé que te asomaste a la ventana
      en más de una ocasión;
y me viste, triunfante soberana,
inmóvil, en la esquina más cercana,
      como un guardacantón.




ArribaAbajo- 39 -



   Un doncel ama a una bella:
ésta adora a otro galán;
el preferido por ella
enamora a otra doncella,
y al altar felices van.

   La víctima de su amor
al primer pobre señor
que encuentra, le da la mano;
el joven que la amó en vano,
sufre y calla su dolor.

   Este es un antiguo cuento,
que siempre nuevo será;
y aunque es común el evento
¡ay de quien sufre el tormento
que al alma sensible da!




ArribaAbajo- 40 -


   Cuando escucho la canción
que cantaba mi adorada,
me da un vuelco el corazón,
y por la amarga emoción
siento el alma desgarrada.
   Un indefinible anhelo
me conduce; corro, vuelo,
y en el bosque voy a dar
allí encuentro algún consuelo;
pero, a fuerza de llorar!




ArribaAbajo- 41 -

imagen



   Soñé con una princesa:
huella de mortal dolor
llevaba en el rostro impresa:
bajo la enramada espesa
la abracé, loco de amor.

   «¡Ah princesa! No ambiciono
corona, cetro ni trono;
guárdelos tu padre, sí,
todo el resto lo abandono,
si lograrte puedo a ti.

   -No puede ser: ¡triste suerte!
ya es la tumba mi mansión:
sólo de noche, por verte,
vengo, burlando a la Muerte:
¡ve si es grande mi pasión!




ArribaAbajo- 42 -



   El piélago sin ribera
surcábamos, dulce bien,
una noche placentera,
mecidos por el vaivén
de nuestra barca ligera.

   Isla encantada a lo lejos
divisábamos perplejos;
oíamos dulces sones:
y entre pálidos reflejos,
danzaban blancas visiones.

Y cada vez el cantar
era más dulce, y al par
más fantástica la danza:
y por el inmenso mar
íbamos sin esperanza.

imagen




ArribaAbajo- 43 -


   Un añejo y dulce cuento
lleva el alma enamorada,
en las alas del portento,
hacia una tierra encantada.
   Do, al abrirse, cada flor,
del ocaso al blando arrullo
contempla, llena de amor,
a otro entreabierto capullo:
   Donde todo árbol murmura
y habla su lenguaje incierto;
donde toda fuente pura
toma parte en el concierto:
    Y es tan dulce la armonía,
y es tan grata la ilusión,
que rinde su pöesía
al más duro corazón.
   ¡Ah! Si en tan bello lugar
lograse feliz reposo,
y mis penas olvidar,
y ser libre, y ser dichoso!
   Mas, si esa tierra encantada
logro de noche entrever,
borra su imagen soñada
el sol al amanecer.




ArribaAbajo- 44 -


   Te amé, y mi pobre corazón aún te ama;
y aunque se hundiera el universo un día,
de sus escombros la triunfante llama
de mi insensato amor renacería.




ArribaAbajo- 45 -



   Era hermosa y brillante la mañana;
era el jardín espléndido y fecundo;
la flor charlaba con la flor galana:
      yo iba meditabundo.

   La flor charlaba con la flor galana,
y decía, mirándome el semblante:
«no guardes, no, rencor a nuestra hermana,
      hosco y pálido amante!»




ArribaAbajo- 46 -



   Fulgura mi loco amor,
fogoso al par y sombrío,
cual canto conmovedor
que refiere un trovador
en una noche de estío.

   En jardín lleno de flores
gozan, solos, su fortuna
dos rendidos amadores:
¡Cuál cantan los ruiseñores!
¡Cuál resplandece la luna!

   Detiénese la doncella;
póstrase el galán ante ella;
entra, de pronto, en el huerto
el Gigante del desierto;
y huye aterrada la bella.

   Cae el caballero herido,
y a su antro vuelve el gigante;
lo mismo me ha sucedido;
la flosa abridme al instante,
y está ya el cuento concluido.




ArribaAbajo- 47 -


   Me han atormentado el alma,
me han descolorido el rostro,
los unos con sus cariños,
con sus rencores los otros.
   Me han envenenado el agua
que bebo y el pan que como,
con sus cariños los unos,
con sus rencores los otros.
   Pero la que me ha causado
más tormentos, entre todos,
esa, ni jamás me quiso,
ni me odió nunca tampoco.




ArribaAbajo- 48 -



   Brilla el ardoroso estío,
¡adorado dueño mío!
en tu rostro floreciente;
y el invierno, siempre frío,
en tu pecho indiferente.

   Mas no pasa el tiempo en vano:
tu rostro el invierno cano
mustiará sin compasión;
y entonces ¡ay! el verano
arderá en tu corazón.




ArribaAbajo- 49 -

imagen



   Cuando se dan la mano dos amantes,
por siempre separándose quizás,
los sollozos, las quejas delirantes
      no terminan jamás.

    Nosotros, en tan críticos momentos,
ni un ¡ay! tuvimos; pero, ya lo ves,
los suspiros, los lloros, los lamentos
      han venido después.




ArribaAbajo- 50 -


   Tomaban té y platicaban
a la vez sobre el amor,
ellos, con tono dogmático,
ellas, con dulce emoción.
   -«Amor debe ser platónico»
el mustio corregidor
dijo, y exclamó sonriendo
la corregidora: -«¡Ay Dios!»
   -«El amor intemperante
es nocivo» prorrumpió,
el Doctoral, y una joven
-¿Por qué?- dijo a media voz.
    -«Amor», dijo la marquesa
«es invencible pasión»,
miró al conde de soslayo
y una taza le ofreció.
   Aún cabías tú en el corro,
mi bien, y seguro estoy
de que mucho mejor que ellos
dijeras lo que es amor.




ArribaAbajo- 51 -

imagen



¡Están emponzoñadas mis canciones!...
      ¿No lo han de estar, mi amor?
Tú mataste mis dulces ilusiones
      con tósigo traidor.

¡Mis canciones están emponzoñadas!
      ¿No lo han de estar, mi bien?
Llevo en el alma sierpes enroscadas;
      te llevo a ti también!




ArribaAbajo- 52 -


   Soñé: ¡mi sueño de siempre!
estaba a solas contigo;
eterno amor nos jurábamos
a la sombra de los tilos.
   Después de los juramentos,
de largos besos seguidos,
en la mano por memoria,
me clavaste los colmillos.
   Niña, la de ojos azules,
la de los dientes blanquísimos,
bastábame el juramento;
de más estaba el mordisco.




ArribaAbajo- 53 -



   Subí a la cumbre altanera;
estaba sentimental.
«¡Si pajarito yo fuera!...»
dije, pensando en mi mal.

   Si fuera -¿qué más placer?-
golondrina, bien querido,
pronto me vieras tejer
en tu ventana mi nido.

   Si fuera yo ruiseñor,
iría a darte un concierto,
himnos cantando de amor
en los tilos de tu huerto.

   Si fuera canario, a verte
también, y a cantarte, iría,
ya que tanto te divierte
tu canario, vida mía.




ArribaAbajo- 54 -

imagen



   ¡Anda que andarás! Corría
sin detenerse el carruaje:
vivo el sol resplandecía,
y animación y alegría
daba al hermoso paisaje.

   Iba yo triste y mohíno,
recordando de contino
a mi dulce amor ausente:
tres fantasmas, de repente,
me salieron al camino.

   Al pasar, me saludaron,
y horribles muecas hicieron,
y los brazos levantaron,
y gimieron y silbaron,
y a lo lejos se perdieron.




ArribaAbajo- 55 -



Lloraba en sueños: con horrible espanto
soñé que estabas muerta, vida mía;
      disperté, y aún el llanto
      por mi rostro corría.

   Lloraba en sueños: con mortal despecho
soñé que me dejabas, bien que adoro:
      disperté, y largo trecho
      corrió amargo mi lloro.

   Lloraba en sueños: con anhelo suave
soñé, mi dulce amor, que aún eras mía;
      disperté, y -Dios lo sabe-
      hoy lloro todavía!

imagen




ArribaAbajo- 56 -



   Todas las noches, en feliz ensueño,
hermosa y melancólica te miro;
tú me sonríes, y con loco empeño,
me prosterno a tus pies, lloro y suspiro.

   Contemplas dolorida mi quebranto,
doblas después la cabecita rubia;
y las divinas perlas de tu llanto
tus ojos vierten en copiosa lluvia.

   Y me das de ciprés rama siniestra,
y una palabra dejas en mi oído;
y despierto azorado, y en la diestra
falta la rama y la palabra olvido.




ArribaAbajo- 57 -



   ¡Horrible noche! Un torrente
vierten las lluvias sonoras:
silba el ábrego inclemente:
¿qué estará haciendo, a estas horas,
mi pobre niña inocente?

   Viéndola estoy, asomada
al balcón, meditabunda,
la faz en lloros bañada,
y perdida la mirada
en la oscuridad profunda.




ArribaAbajo- 58 -


   El cierzo silba en las ramas;
húmeda y fría es la noche;
envuelto en mi capa negra,
cabalgo a través del bosque.
   Delante de mí cabalgan
mis pensamientos indóciles,
y a la mansión de mi amante
me conducen al galope.
   Ladran los perros; con luces
salen ya los servidores;
van sonando mis espuelas
al subir los escalones.
   En cámara que tapizan
estofas de mil colores,
mi dulce amante me aguarda
y entre sus brazos me acoge.
   Y el viento silba en las ramas:
y me dice el viejo roble:
-«¿A dónde vas, loco hidalgo,
con tus locas ilusiones?»




ArribaAbajo- 59 -



   Una estrella pura y bella
caía, sin dejar huella,
en la inmensidad sombría:
del amor era la estrella
la estrella que así caía.

   En lluvia de hojas y flores
al viento, verde manzano
daba sus galas mejores,
y en sus giros voladores
las llevaba el aire vano.

   Blanco cisne en limpia fuente
bogaba con blandas plumas,
cantando armoniosamente;
y se hundía en las espumas
de su tumba transparente.

   Todo, ¡ay mis tristes amores!
oscuro y mudo quedó:
volaron hojas y flores;
perdió el astro sus fulgores:
el blanco cisne calló.




ArribaAbajo- 60 -

imagen


   A un maravilloso alcázar
transportóme el Dios del sueño,
lleno de mágicas luces
y de vapores siniestros.
   Tropel confuso de gente
iba con pasos inciertos
por el largo laberinto
de cámaras y aposentos.
La puerta buscaban todos,
dudosos, pálidos, trémulos;
gritos angustiosos dando,
manos convulsas tendiendo.
Mezclábanse en el tumulto
señoras y caballeros,
y en el oscuro gentío
encontrábame yo envuelto.
   Hállome de pronto a solas:
miro en torno, y no comprendo
cómo pudo disiparse
la turba en tan breve tiempo.
Solo, enteramente solo,
echo a andar, sin rumbo cierto;
pero plomo son mis plantas,
plomo mi angustiado pecho:
la salida busco en vano,
y de hallarla desespero.
De pronto, llego a la puerta;
más, cuando a la-puerta llego,
encuentro en ella... ¡Dios mío!
¿Cómo decir lo que encuentro?
   Era mi hermosa tirana,
era mi adorado dueño,
con el suspiro en los labios
y en la frente el desconsuelo.
Vuelvo atrás despavorido,
y ella me llama en silencio
con un ademán que ignoro
si es de súplica o imperio;
pero en sus ojos celestes
brilla dulcísimo fuego,
que en la frente y las entrañas
sentí arder al mismo tiempo.
Me miraba y me miraba
con aire amante y severo,
y a lo mejor de mirarme,
me hallé, de pronto, despierto.




ArribaAbajo- 61 -


    La noche es negra y fría:
por la selva sombría
arrastro sollozando mi tristeza;
a los robles despierta la voz mía,
y mueven, compasivos, la cabeza.




ArribaAbajo- 62 -



   En cualquier encrucijada
dan sepultura ignorada
a quien se quita la vida:
nace una flor azulada;
la flor del alma perdida.

    Era de noche, y en una
encrucijada escondida
paréme; ¡negra fortuna!
¿Qué vi? ¡Brillar a la luna
la flor del alma perdida!




ArribaAbajo- 63 -



   ¡Ah! doquiera que voy, triste y sombrío
cíñeme oscuridad llena de enojos,
desde que no me alumbra, vida mía,
       el rayo de tus ojos.

   Apagóse el destello esplendoroso
de la estrella de amor plácida y tierna:
se abre a mis pies abismo pavoroso;
      ¡Trágame, noche eterna!

imagen




ArribaAbajo- 64 -


   Mis ojos todo eran sombra;
mi boca, pesado plomo:
la sien fría, el pecho inmóvil,
yacía en sepulcro lóbrego.
   Cuánto tiempo allí dormía
es un misterio que ignoro;
disperté porque en la tumba
me llamaban, no sé cómo.
-«¿No te levantas, Enrique?
Ya despunta venturoso
el día eterno, y los muertos
se alzan del sepulcro todos».
-Mi bien; no puedo moverme:
aún están ciegos mis ojos;
tanto tu desdén lloraron,
que los cegaron los lloros.
   -«Verás cómo el velo, Enrique,
a fuerza de besos rompo;
y aparecerá a tu vista
todo el celestial emporio».
-Mi bien, moverme no puedo:
el corazón tengo roto;
aún mana sangre la herida
que le hicieron tus antojos.
-«Sobre el corazón, Enrique,
la piadosa mano pongo,
y ya no duele la herida
ni mana sangre tampoco».
-Mi bien, moverme no puedo:
las sienes tengo hechas trozos;
yo mismo las destrozaba
al saber que tú eras de otro.
   «Venda, Enrique, de tus sienes
haré con mis rizos propios,
restañando de tu sangre
los derramados tesoros».
   Resistir más ya no pude
el halagüeño coloquio;
por levantarme y seguirla
hice un esfuerzo espantoso.
   Abriéronse las heridas;
y saltó la sangre a chorros;
al verme anegado en ella,
grité y desperté de pronto.




ArribaAbajo- 65 -


   Quiero enterrar mis cantares,
quiero enterrar mis ensueños;
y un ataúd voy buscando
donde quepan todos ellos.
   ¡Cuántas cosas, cuántas cosas
he de meter allí dentro!
como el tonel de Heidelberga
habrá de ser, por lo menos.
   Para conducirlo a cuestas
necesito dos maderos:
como el puente de Maguncia
han de ser largos y recios.
   Buscaré doce gigantes,
los doce tan corpulentos
como aquel santo Cristóbal
que es de Colonia portento.
   En hombros han de llevarlo
a orillas del mar revuelto;
han de arrojarlo al abismo:
¡tal fosa para tal féretro!
   ¿Preguntáis por qué tan grande
la caja fúnebre quiero?
Porque he de encerrar en ella
mi amor y mis sufrimientos!

imagen