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ArribaAbajoEl amor o la muerte


Dedicado al Sr. Marqués de Vallejo, cuya discreción y trato ameno son el encanto de su amigo.- Campoamor.




Poema en un canto


Monólogo representable

 

Sala con dos puertas laterales. -Una mesa en medio. -A la derecha del espectador un balcón que da a un parque. -Sale MARTA por la izquierda y llega hasta la puerta de la derecha siguiendo con ansiedad los pasos de alguno que se aleja.

 


I

    Se matarán. Todo hombre enamorado
es un loco de atar, que no está atado.
Y serán, al batirse sin padrinos,
más bien que caballeros, asesinos.
 

(Leyendo un papel que está sobre la mesa.)

 
   He aquí el papel copiado. De esta suerte  5
dejarán la justicia escarnecida:
«Que no se culpe a nadie de mi muerte:
me mato por cansancio de la vida».


II

   Entre Iván y mi esposo
que uno muera es forzoso.  10
Si yo evitar pudiera...
Ya está echada la suerte.
Se batirán los dos, aunque yo muera:
sólo hay para los celos guerra a muerte.
No, no hay remedio; esperaré con calma  15
el término del duelo.
¿Por qué escogió para vaciar mi alma
el molde de los mártires el cielo?
Con calma aguardaré. Pero, ¡Dios mío!
mi sangre asaetea cruelmente  20
un intenso y eterno escalofrío;
y este sudor que salta de mi frente
lo voy sintiendo alternativamente
aquí tibio, aquí ardiente y aquí frío.


III

   ¡Mi marido! ¡Con qué arte, el fementido,  25
sus cartas verdaderas me ocultaba,
y luego en otras falsas me contaba
que estaba Iván a otra mujer unido!
¿Podre, después de infamias semejantes,
admitir en mi hogar a tal marido?  30
¡Pegaría fuego antes
a esta casa paterna en que he nacido!
Al ver cómo mis celos inocentes
explotó con el dolo y la mentira,
desgarro las palabras con los dientes  35
y trituro los dientes con la ira.


IV

   ¡Pobre Iván! ¡pobre Iván! ¡Con qué contento
no creyendo leal mi casamiento
con el alma rendida
me venía a cumplir su juramento!  40
Si le vuelvo a ver más estoy perdida.
Ya no es posible para mí la vida
sin respirar un poco de su aliento.


V

 

(Mirando al parque.)

 
   No llegaron al parque todavía.
Si durase esto más me moriría.  45
Bien, Marta; y ¿qué es primero?
¿El amor o el deber? ¿Qué es lo que quiero?
—462→
¿Qué quiero yo? Quiero engañarme en vano.
Tú sabes, corazón, lo que deseas...
¡Me duelen aquí tanto las ideas  50
que quisiera arrancarlas con la mano!
Sí, desolado corazón, te engañas.
Mientras odio por pérfido al marido
que me perdió con sus innobles mañas,
del amante vendido  55
no me cabe el amor en las entrañas.


VI

   ¡Ay! ¡desde el triste día
en que un hombre falaz y enamorado
me juró que sabía
que estaba Iván casado,  60
siendo imposible para mí el olvido,
con cuerpo frío y con el alma yerta
viví con mi marido
dejándome querer como una muerta:
y a mi deber atada,  65
siempre he aspirado a disfrutar en vano
el placer soberano
de la mujer amada
que apura enamora
la hez divina del amor humano!  70


VII

 

(Mirando desde cerca del balcón.)

 
   He allí a mi esposo. El vil tiene en su abono
que su amor, más que loco, le hace necio.
Por caridad, si muere... le perdono.
Si vive, le honraré con mi desprecio.
¡Con qué febril encanto  75
al duelo se prepara!
Su vista me da espanto,
y eso que me ama tanto,
que hasta encuentra sabrosas en mi cara
las sales nauseabundas de mi llanto.  80
Como duelista experto,
después que a su rival ha calumniado,
va a matar o a ser muerto.
Me tiene ese malvado
una pasión de fiera del desierto.  85


VIII

    Ya llega Iván, el único deseo
de mis días felices;
sin poderlo evitar, cuando le veo,
mis ojos en su cara echan raíces.
¡Iván! si me casé, saben los cielos  90
que lo hice por celosa y no por tierna.
¡Con un día de celos
no puede competir la vida eterna!
Tal vez no me creería
si hoy mismo le dijera  95
que le amé y le amo tanto, que podría
refrescarse mi amor en una hoguera.
¡Con qué ánimo tan fuerte,
mirando a su contrario, desafía,
cruzándose de brazos, a la muerte!  100
Parece que va al duelo
a despreciar las iras
del vil que con mentiras
ha puesto entre los dos un mar de hielo.


IX

   Huele a incendio la tierra en el verano.  105
Dejo este sitio porque el aire quema.
Hoy se respira un no sé qué malsano.
No quiero ver ni oír. ¡Empeño vano!
¿Cómo alejarme en la ocasión suprema?
Pues no puedo impedirlo, que se batan.  110
Sólo mueren los celos cuando matan.
O el amor, o la muerte: he aquí el problema.


X

 

(Suena un tiro en el parque.)

 
   ¡Horror! ¿qué es lo que ha hecho
con Iván indefenso aquel malvado?
Al verle desarmado,  115
con los brazos cruzados sobre el pecho,
el cobarde a traición, lo ha asesinado.
¡Yo quisiera gritar enfurecida!
Pero mi rabia es tanta,
que por ella agrandada y comprimida  120
no me cabe la voz en la garganta!
Nada iguala a mi cólera y mi pena.
¡Oh Dios! ¿quién pensaría
que aquel que el alma fue del alma mía,
hoy vendría a caer sobre la arena  125
que mi madre pisó cuando vivía?
¡No puedo respirar de sentimiento!
¡Ya para mí no hay esperanza alguna!
Después de conquistarlas una a una,
perdí mis ilusiones ciento a ciento.  130
¡Cuántas veces soñó mi pensamiento
ver su amor hecho carne en una cuna!
—463→
Mas ¿qué escucho? Es su voz. Oigo en el viento
los tétricos gemidos
de su postrer momento...  135
¡Aun son para su acento
todos los poros de mi cuerpo oídos!
Fue su voz, fue su voz la que escuchaba,
porque llega hasta mí, como esperaba,
un céfiro cargado de un «te adoro».  140
¡Gracias a Dios que lloro,
de llorar hacia dentro me abrasaba!
¿Qué luz se alza del suelo
ante la cual con misterioso anhelo
mi espíritu encantado se prosterna?  145
 

(Arrodillándose.)

 
¡Es la estela de su alma que va al cielo!
¡Adiós! ¡adiós! ¡hasta la vida eterna!


XI

   ¿No es el otro el que sube? ¡Ay de mí triste!
Me vendrá a recordar que aun soy su esposa.
No; que venga, y verá cómo resiste  150
a un hombre audaz, una mujer furiosa,
¿Cómo, al ver mi ternura
ese ciego, no advierte
que el amor cuando raya en la locura
no tiene más salida que la muerte?  155
¿Tendrá en estos momentos la vileza
de insultar mi tristeza?
¡Oh! ¡de pensar en tan atroz injuria
se me enrosca el cabello en la cabeza
lo mismo que en el cráneo de una furia!  160
¡Qué obscuridad! Mi turbación es tanta
que ve entre sombras mi mirada incierta
en el aire flotar algo que espanta.
¡Jesús! '¡cuánta visión! Mi pie no acierta
a salir al encuentro a ese villano.  165
¡Valor! ¡valor! ¡veré si hallo la puerta
apartando fantasmas con la mano!


XII

 

(Llega a la puerta de la derecha, y después de cerrarla, arroja la llave.)

 
   ¡Atrás! ¡atrás! digo que ¡atrás, perjuro!
No quiero ser mujer de un homicida
que quita a otro la vida  170
además de a traición, sobre seguro.
No pudiendo matarte a puñaladas,
antes que todo acabe,
al menos por el hueco de esta llave
te podré apuñalar con las miradas.  175
 

(Empujan la puerta desde fuera.)

 
   El destino te ciega, y ten presente
que mi amor es más ciego que el destino,
y decididamente
como abras esta puerta te asesino.
No llames, imprudente,  180
pues si eres como Iván asesinado
puede saber la gente
que tu sangre es un cieno colorado.
¿Que abra y calle? Comprendo.
No quieres que te llame  185
el traidor de este drama, en que estás siendo
vil a la entrada, a la salida infame.
No callaré ni ocultaré, maldito,
la rabia que me anima.
Ahora que la muerte se aproxima,  190
ya sólo necesito
seis pies de tierra y tu desprecio encima.
En medio de mi bárbara tortura
al verte padecer siento un consuelo.
¿Que si no abro me matas? ¡Oh, ventura!  195
¡Estar muerta con él! ¡Frase del cielo!
Cuando caiga a pedazos esta puerta
ya no hallarás a la mujer vendida.
¿Que a dónde voy? ¡Infame! Y ¿no lo acierta
tu alma envilecida?  200
¡Voy a estar con Iván o viva o muerta!
¡Voy a unirme con él a la otra vida!
 

(Al ver caer la puerta, MARTA se arroja por el balcón.)

 

 

(Cae el telón.)

 

  —464→  

ArribaAbajoCómo rezan las solteras

Monólogo representable



 

Vestíbulo de un templo. -A la izquierda del espectador la escalera de salida. -A la derecha, la puerta que da entrada a la iglesia. -Personas de diferentes sexos y edades se agrupan a esta puerta para oír misa. -Durante el oficio divino se estará oyendo un armonio.

 


I

 

(PETRA cogiendo una silla.)

 
   Voy a rezar sentada, porque creo
que de no usar, bien cómoda, las sillas,
se me ha formado un callo en las rodillas,
que será bueno y santo, pero es feo.
Y así despacio, porque estoy deprisa,  5
veré si llega Pablo;
y en esta posición, oyendo misa,
tendré un oído en Dios y otro en el diablo.


II

   Petra, comienza tu oración del día:
Padre nuestro que estás...

 (Distraída.) 

estoy furiosa
 10
de no ser pronto esposa...
¡Si en vez de madre acabaré yo en tía!
No, no soy fea; y para el mundo entero
no tienen más que este uso las hermosas.
Me casaré, ¿no he de casarme? Pero...  15
¡Dios tarda tanto en arreglar las cosas!...
Estaba... ¿dónde estaba?...
Creo que ya llegaba
a los cielos, esto es, a mi elemento;
porque dicen las viejas  20
que, como es sacramento,
cae siempre del cielo el casamiento...,
Todo cae del cielo... ¡hasta las tejas!


III

   Santificá... Santificá... ¡Dios mío!
oigo un rumor extraño...  25
¿Será él? Voy a ver...
 

(Dirigiéndose a la salida y dejando caer al descuido el abanico, el rosario, etc.)

 
¡Qué desengaño!
No es mi Pablo, es su tío.
Un tío que es un hombre atrabiliario,
que llama estar muy malo a ser muy viejo,
que al que le pide un real le da un consejo.  30
¡Qué inmortal es un tío millonario!
No viene, y yo deseo hacer alarde
de lo mucho que sufro con su ausencia,
y darle rienda suelta en su presencia
a un gran suspiro que empecé ayer tarde.  35
¡Nadie! No llega. Mi esperanza es vana.
¡Ni un pájaro interrumpe con su vuelo
esa línea lejana
en que se une la tierra con el cielo!


IV

 

(Se vuelve a su asiento.)

 
   Volvamos a la mística tarea:  40
santificado sea...
Pero antes de seguir mis oraciones,
quisiera yo saber ¿por qué razones
de su casa a la mía, escalonadas,
el Dios de las alturas  45
de viudas, solteras y casadas,
tendió una vía láctea de hermosuras?
O tiene hoy pies de plomo,
o Pablo está de broma.
En viendo una paloma  50
se vuelve un gavilán, siendo un palomo.
¿Habrá visto a Paulina,
la púdica sobrina
del deán de Sigüenza?
Quiso ser monja ayer, y hoy, por lo visto,  55
ya a preferir comienza
la milicia del rey a la de Cristo.
Tiene, además de un rostro peregrino,
un pelo de oro fino;
y cuando Dios reparte  60
a una mujer ese color divino,
le hace un ser doblemente femenino.
¡Ay del que va en el mundo a alguna parte
y se encuentra una rubia en el camino!...
Se me está figurando  65
que estoy rezando mal, como cualquiera.
¿Estaré yo pecando?
De ninguna manera.
Mis tiernas distracciones no son raras.
Y, en materia de amores,  70
saben los confesores
que la moral suele tener dos caras.
—465→


V

   A Pablo con el aire de la ausencia
se le constipa el alma con frecuencia,
y me causan cuidados  75
mujeres tan expertas,
porque entre ellas, mejor que entre las puertas,
suele haber en amor aires colados.
¿Estará con Vicenta, esa viuda
que él dice ¡el embustero! que desprecia?  80
Pero ¿podrá engañarle? ¿Quién lo duda?
No hay sabio a quien no engañe cualquier necia.
Mas ¿cómo ha de engañar esa Vicenta
de tan pérfidos tratos
a un hombre tan sutil, que, según cuenta,  85
estudia a las mujeres en los gatos?
Venga a nos... ¡Qué sospecha impertinente!
Quisiera continuar mis oraciones,
mas no puede apartarse de mi mente
la viuda que aspira a reincidente  90
con más hambre de amor que diez leones.
¿Y él? ¿y él? Con los del cielo equiparados
las mujeres son ángeles menores.
En cambio, con nosotras comparados,
los hombres no son malos, son peores.  95


VI

   Venga a nos... ¿Si estará con Nicolasa
que llama amor a amar a su manera?...
¿Que no la ama ni el perro de su casa,
pues tiene peor sombra que la higuera?
¡Horror! esa casada arrepentida  100
que hunde el globo terráqueo con su peso
y que está ya en sazón para comida,
pues tiene mucha carne y poco hueso,
dice que en su inocencia
se equivocó de esposo;  105
y añade, como ley de su experiencia,
que todo el que se casa se equivoca.
Y, aunque aun existe, su difunto esposo,
con cara de canónigo dichoso,
todo cuanto sostiene  110
lo jura por el alma de su esposa...
Sin duda no le importa una gran cosa
que el alma de su esposa se condene.
¡Amar a una casada! cree mi tía
que eso es común hoy día.  115
¡Esos hombres traidores
nunca quieren tener en sus amores
ni registro civil ni vicaría!
¡Amar a una casada! Vamos, vamos,
si a mí me diera San Miguel su espada,  120
ya estaría a estas horas traspasada...
 

(Rezando.)

 
Así como nosotros perdonamos...


VII

   Ese hombre se ha dormido,
y yo tengo entretanto
la sangre hecha un vinagre enrojecido.  125
¡Cuán maldita es mi suerte!...
 

(Suena dentro la campanilla.)

 

 (Dándose golpes de pecho.) 

¡Santo! ¡Santo!
Como estoy tan deprisa
sigo haciendo del rezo un embolismo.
¿Quién podría creer que estoy en misa  130
rezando y maldiciendo a un tiempo mismo?
Mas ¿no he de maldecirlas? Abomino
a las viudas, casadas y solteras
que salen a un camino
haciendo eses de amor con las caderas,  135
y luego dan posada al peregrino
metidas por bondad a posaderas.
 

(Se oye la marcha Real en la iglesia y el trote de un caballo en la calle.)

 
   ¡Qué rumor! ¡qué rumor! Se me figura...
No parece sino que lo hace el diablo.
No hay duda, pasa Pablo  140
ahora que va a alzar el señor cura.
Me voy; si ofendo al cielo
le pediré mañana mil perdones.
¿Dónde están mi abanico y mi pañuelo,
mi rosario y mi libro de oraciones?...  145
¡Están, como la tropa en las acciones,
cubriendo de cadáveres el suelo!
Diré que los recoja al monaguillo
que todas las mañanas,
más bien que por demócrata por pillo,  150
toca el himno de Riego en las campanas.
 

(Habla con un monaguillo que, haciéndose cruces, va recogiendo los objetos nombrados.)

 
Voy, voy. Con estas idas y venidas
me expongo a no llegar antes que pase...
 

(Arrodillándose frente a la puerta de la iglesia.)

 
¡Señor! ¡Señor! después que yo me case,
¡qué misas he de oír tan bien oídas!...  155
 

(Vase PETRA por la izquierda.)

 
 

(El telón cae al son de la marcha Real tocada en el armonio.)

 



  —466→  

ArribaAbajoLa orgía de la inocencia

Poema en un canto





I

   La buena Ana María
llevó a rezar al cementerio un día
a dos niños cogidos de las manos.
Como estaba alto el sol, la tierra ardía;
y a causa de unos céfiros malsanos,  5
con el calor que hacía,
en aquel cementerio se sentía
el narcótico olor de los pantanos.


II

   Mientras los tres marchaban,
las nubes, por el cielo divididas,  10
como sombras huidas,
sin pie en la tierra ni en el mar, volaban.
Y cuando Ana María
entró en el cementerio, en compañía
de un niño de seis años no cumplidos,  15
que a la edad que tenía
ya era un Colón, descubridor de nidos,
y otra niña menor, y más querida,
con su timbre de voz sin consonante,
que aunque se halle dormida  20
jamás duerme la risa en su semblante,
de su marido al contemplar la huesa
crecieron sus ojeras amarillas;
y poniendo a los niños de rodillas
«rezad -les dice- aquí.» La tumba besa,  25
y de sus hijos escondiendo el duelo,
sepulto entre los pliegues de un pañuelo
sus mejillas de lágrimas bañadas,
y hacia un rincón marchó, con sus pisadas
hollando el césped que acolchaba el suelo;  30
y allí apartada, con la fe invencible
de todo el que ve a Dios en lo invisible,
rezaba con angustia verdadera,
fijándose en un punto de esa esfera
a donde no hay orientación posible.  35


III

   Ya alejada la madre,
los niños no pensaron ni un momento
en el nombre del santo de su padre,
sobre todo al mirar con gran contento
que por cierta hendidura  40
brotaban de la santa sepultura
dos zarzas que, cual plantas trepadoras,
tendiéndose de un lado al otro lado,
teman el sepulcro coronado
de rositas, de ramas y de moras.  45


IV

   Y como es tan corriente
que hasta en el trance del vivir más triste
en toda sangre juvenil existe
cierto calor de sedición latente,
los niños piensan al mirar las moras  50
en imitar de Lúculo la suerte.
¡Qué tremendas doloras
va haciendo a todas horas
la vida en sus batallas con la muerte!


V

   A la vista del fruto  55
venció la tentación a la tristeza,
como un justo tributo
pagado a la brutal naturaleza,
y sirviéndole al niño en su ardimiento
el busto de su padre de escalera,  60
se sube a comer moras, tan hambriento,
que el infiel las reparte de manera
que echando una a su hermana, come él ciento,
mientras la niña ansiosa
para coger el fruto, cuidadosa  65
el faldellín levanta,
mostrando desnudeces seductoras,
y así cogiendo y devorando moras
se unta a un tiempo la cara, come y canta.


VI

   ¡Perdonad la ignorancia  70
de dos niños alegres que comían
frutos sabrosos que tal vez tendrían
del cuerpo de su padre la sustancia!
¡Esta es la ley impura que sufrieron
cuantos seres nacieron y murieron!  75
En los huertos romanos
los pájaros se comen los gusanos
que a los dueños del mundo se comieron.
Y esta fuerza, ora muerta y ora viva,
logrará eternizar nuestra miseria  80
con la fuerza atractiva y repulsiva
que agrupa y desagrupa la materia,
—467→
pues por nadie ni nada interrumpida,
en misteriosa evolución convierte
la ley de nuestra vida en ley de muerte,  85
y la ley de la muerte en ley de vida!


VII

   Cuando el niño atrevido,
haciendo la mayor de las locuras,
realiza, sobre el busto sostenido,
una de esas diabluras  90
que le soplan las brujas al oído,
y la niña menor, de gozo loca,
que, en vez de hablar, gorjea,
abre a un tiempo los ojos y la boca,
salta, corre, se ríe y palmotea,  95
se acerca Ana María,
y viendo en los hermanos
aquella borrachera de alegría,
frotándose los ojos con las manos,
no quería creer lo que veía;  100
y sintiendo la madre
la angustia que anonada la existencia,
al ver a aquellos monstruos de inocencia
bailar sobre los huesos de su padre,
ya perdida la calma,  105
suprimiendo rodeos y cariños,
«vamos», grita a los niños,
sintiendo un frío que le llega al alma;
y para verlos, aunque malos, bellos,
arregló seis mechones de cabellos,  110
cuatro de ella y dos de él, les dio la mano,
y arrastrando a la hermana y al hermano,
transida de dolor, huyó con ellos.


VIII

   Y andando, y recordando aquella orgía,
ya siente con horror Ana María  115
las acres ironías del destino,
y cree ver por la tierra y por los cielos
las cenizas volar de sus abuelos
mezcladas con el polvo del camino;
y perdiendo la magia  120
de todas sus primeras ilusiones,
su corazón ya herido le presagia
que es el mundo una selva de leones
y la vida un festín de antropofagia.


IX

   Y camina y camina,  125
y al entrar en su albergue sin aliento
aun ve en su pensamiento
la creación amenazando ruina.
Mas, vuelta en sí después, halla consuelo,
pensando en que el espíritu no muere,  130
y que el Dios de bondad, que tanto quiere,
lo que separa aquí, lo une en el cielo.
Y volviendo a su alma una por una
la fe sus perspectivas celestiales,
cuando cree, entre otras cosas inmortales,  135
que es el sepulcro una segunda cuna,
cayendo en Occidente el sol rendido
puso fin por fortuna,
tras un día de horror sin parecido,
a una tarde siniestra cual ninguna;  140
y después, sobre el mundo adormecido,
derramando la calma y el olvido,
su nevada de luz echó la luna.



  —468→  

ArribaAbajoEl anillo de boda

Poema en un canto




Monólogo representable

 

Lugar de la escena: una plaza. A la izquierda del espectador, hacia el fondo, una tienda de bisutería. -Aparecen hablando, de pie, María y el mozo de la tienda.

 


I

   ¿Dar mi anillo de boda
por tan poco dinero?
¡Ah! no, este emblema de mi vida toda
vale más, mucho más, que el mundo entero.
 

(El mozo se retira y sigue MARÍA adelantándose hacia el proscenio.)

 
   Mas sin razón me inquieto.  5
Este hombre ignorará sin duda alguna
que, al pasear por el mundo mi esqueleto,
para hacer menos mala mi fortuna
me ha servido este anillo de amuleto.


II

 

(Mirando con éxtasis al cielo.)

 
   ¡Perdón! ¡perdón! idolatrado esposo,  10
si no puede tu amor mirar con calma
la venta de este anillo tan precioso!
¡No ha comido hoy tu hijo, y es forzoso
por un poco de pan vender el alma!
Ya ves desde ese trono inaccesible,  15
que tu esposa María
podrá ser desgraciada todavía,
pero más desgraciada es imposible.
Soy una miserable
al vender tu recuerdo; mas ¿qué quieres?  20
en materia de leyes y deberes
la vil naturaleza es implacable.
¿Recuerdas aquel día
en que diste este anillo a tu María?
¡Oh, indeleble memoria!  25
te contaré la historia
con tenue voz, porque no me oiga alguno:
aquel día, tú loco y yo más loca,
nos dimos en la boca
un doble beso, que sonó como uno,  30
y de él quiso el destino
que brotase aquel sol, llamado Ernesto,
un sol que, por supuesto,
como es igual a ti, nació divino.
¿Que si es bello? Es tan bello,  35
que, no igualando a su hermosura nada,
parece en su cabeza iluminada
una raya de luz cada cabello.
Es, por lo reflexivo,
un hombre enteramente,  40
aunque por ser tan vivo
aun toma el chocolate por la frente.
El oirle charlar me vuelve loca,
pues cuando quiere con esfuerzos vanos
contarme lo que mira y lo que toca,  45
además de los ojos y la boca,
dialoga con los pies y con las manos.
Para él soy lavandera,
madre, sastra, nodriza y pordiosera,
y si pasa mucha hambre algunas horas,  50
tanto en su bien me afano,
que le llevo, en verano,
al campo a comer gratis zarzamoras.
Y aunque hay días enteros
en que su hambre con pan no satisfago,  55
contándole unos cuentos hechiceros
le entretengo con sueños venideros,
y con pedazos de papeles le hago
mesas, pájaros, flores y sombreros.


III

 

(Queriendo dirigirse de nuevo hacia la tienda.)

 
   Mas ¡qué memoria! Voy, voy al momento.  60
Se me había olvidado
que hoy me han contado un cuento
de un niño por los cerdos devorado.
—469→
¡Justo Dios! de pensar que mi tardanza
puede causar la muerte al hijo mío,  65
me dan todas las clases de ese frío
que media entre el terror y la esperanza.
Pronto ha empezado a declinar el día.
Ya hay más sombra que luz en mi mirada,
y al circular tardía  70
en mis venas la sangre congelada
parece que me enfría
la niebla de una noche anticipada.
¡Qué desdichada soy! ¡Qué desdichada!
Tal vez cansado de mi eterno duelo,  75
y sordo a mis querellas,
va echando sobre el mundo un denso velo
por creerme ya el cielo
capaz de hacer mal de ojo a las estrellas.
¡Maldita suerte mía!  80
Mas sufre aún, sin maldecir, María,
porque lleno de celo
te dijo el señor cura el otro día
que es mal hecho el que un pobre acuse al cielo.


IV

 

(Apoyándose en la esquina de una casa.)

 
   Voy. Llegaré como la hiedra, asida,  85
a darle el postrer beso de mi vida.
No sé lo que me pasa...
En ella sostenida,
tal vez compadecida
esta pared me llevará a mi casa.  90
¿Si llorará esperando el hijo mío?
¡No! como es tan pequeño,
aunque se halle muy triste de hambre y frío,
ya pondrá fin a su tristeza el sueño.


V

 

(Cayendo al suelo desvanecida.)

 
   Mas pretendo seguir inútilmente.  95
No hay para mí consuelo.
Se me van las ideas de la frente,
y me caigo hacia el suelo
con ganas de dormir eternamente.
¡Qué confusión! Entre las sienes siento  100
cierto vago rumor que crece... y crece...
tanto que me parece
un diálogo de espíritus el viento.
¡Con qué implacable saña
me zumba algo siniestro en los oídos!...  105
¿Si serán los sonidos
de la muerte que afila su guadaña?...


VI

 

(Con voz desfallecida.)

 
Llamaré. -¿Mozo? -Aquí. -Pero estoy loca.
¿Como han de oír los ecos de mi duelo,
si ya tengo en la boca  110
la lengua como un témpano de hielo?
 

(Besando el anillo.)

 
   Ve tú, querida prenda
del único amor mío,
y al mozo de esa tienda,
a quien no puedo ver sin sentir frío,  115
le dirás que, por Dios, presto, muy presto,
le lleve pan a Ernesto,
que él en cuanto oiga ruido,
con la boca entreabierta,
se acercará a la puerta  120
como se asoma un pájaro a su nido.
¡Corre! ¡corre! Que él viva aunque yo muera.
¡Cuán débil estoy ya!... ¡Si yo comiera
algún poco de pan me aliviaría!
¡Pan! ¡pan! ¡Pobre María,  125
para el hijo de mi alma lo quisiera!
Pero, Señor, ¿qué es esto?
Esto es que muero de hambre aquí entre el lodo,
¡Ernesto!... ¡Anillo mío!... ¡Ernesto!... ¡Ernesto!
¡Adiós!... ¡Os dejo a entrambos!... ¡Adiós todo!...  130
 

(Muere.)

 



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ArribaAbajoLos amores de una Santa




Carta primera

El autor a Florentina

El Autor escribe a Florentina, a quien sacó de un convento por encargo de su familia, para que le dé noticias de una monja misteriosa, llamada Carmela del Castillo, la cual entre la comunidad gozaba de opinión de santa.




I

   Por ésta que te escribo, Florentina,
verás que, fiel a mi galante historia,
no es tu nombre, como otros, una ruina
que en el polvo enterré de mi memoria.


II

   ¿Te acuerdas? Soy aquel que, si no miente  5
el cronicón de las memorias mías,
te amó, más bien ausente que presente,
uno... dos... justamente...
te amó un año, dos meses y tres días.
¡Yo amar! ¡yo amar! No sé cómo te diga  10
que aquel joven de ayer ya es un anciano
que para ir a buscar a alguna amiga
se apoya en la pared con una mano!
Y aunque echo mal la cuenta
de los años que escondo,  15
y después que he cumplido los sesenta
di una vuelta en redondo
volviéndome otra vez a los cuarenta,
es lo cierto que hoy día,
si he de hablarte en conciencia,  20
soy un viejo, muy viejo en la apariencia,
y en realidad más vicio todavía;
y del mundo aburrido,
al marcharme a morir en el olvido,
renuncié a los placeres,  25
del todo arrepentido
de haber siempre querido
con algo de mal fin a las mujeres.


III

   Aún recuerdo la insólita ventura
del día en que, al sacarte de clausura,  30
dejando mi virtud acrisolada,
te entregué a tus parientes bella y pura,
es decir, sana, salva y perdonada.
¡Con qué honradez y natural sosiego
te acompañé aquel día,  35
aunque era en julio, y de emociones ciego
al marchar junto a ti, me parecía
un rescoldo la tierra, el aire fuego!
Hoy de seguro causara tu espanto
el que un galán que te admiraba tanto  40
no te hablase de amor, ni mucho menos,
y eso que, al verte, pecaría un santo,
a no ser algún santo de los buenos.


IV

   Ya sé que te han contado
que, en mis vicios constante,  45
como eterno estudiante,
continúo obstinado
en buscar a la gloria un consonante,
procurando en mis versos, como Dante,
gustar a las mujeres del mercado;  50
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y que, mal rimador y vil prosista,
por la bondad de mi feliz estrella,
aunque indocto humanista,
siempre es el arte mi pasión más bella,
y eso que soy, como moderno artista,  55
un soldado de honor racionalista
que muere por la gloria y no cree en ella.
¡Sí! mientras voy con el mayor cuidado,
entre burlas y veras,
de mi antiguo tejado  60
tapando las goteras
con trozos de papel en que he trazado
las más santas quimeras,
de mis días risueños
va cortando las alas de los sueños  65
la maldita razón con sus tijeras.
Y por eso, ya incrédulo o cansado,
para no ser o preso o excomulgado,
voy sorteando a la iglesia y al gobierno,
poniendo con cuidado  70
un pie en lo temporal y otro en lo eterno.


V

   Mas, suponiéndote harta
de oír tanta miseria,
para acortar mi carta,
dejando todo exordio, entró en materia:  75
después de tu salud, saber deseo
la historia de una Sor que, según creo,
a un joven militar rico y honrado
le dejó tan plantado
como yo, cuando vuelvo de paseo,  80
me dejo las acacias en el Prado.
¿Cuál era el nombre de la monja aquella?
¿Era fea? ¿Era bella?
Quiero hacer un poema de su historia,
ya que hoy tope con el recuerdo de ella  85
en un viejo rincón de mi memoria.
En el solemne día
en que fui a romper con honra mía
por orden de tus padres tu clausura,
cuando acaso envidiando tu ventura  90
todo un corro de monjas me veía
con esa candorosa bobería
con que contempla un aldeano a un cura,
-¿Quién me daría un libro? -de repente
grité al corro embobado y reverente.  95
Y una monja, cubierta con un velo,
solicita a mi anhelo,
-¿De qué clase? -me dijo cortésmente
con el aire triunfal de una romana,
-La clase me es del todo indiferente-,  100
me atreví a replicar; -pues solamente
suelo leer para dormirme, hermana.-
Y al volver con dos tomos en la mano,
me dijo, hecha una sabia, de este modo:
-¿Queréis un libro místico o profano?  105
-Me es igual, contesté, todo está en todo.
-Pues si todo está en todo, ahí va cualquiera,
me replicó, arrojándome una Guía
con la acre mansedumbre de una fiera.
Y al irme yo a quedar, mientras leía,  110
dormido como un santo de madera,
oí que te decía:
-A ese ilustre jumento
que ha venido a sacarte del convento,
le son indiferentes, por lo visto,  115
el Ángel sin igual de las escuelas,
la Imitación de Cristo,
o el Arte de tocar las castañuelas.


VI

   ¡Jumento! Fue muy justa su sentencia
pues aunque yo, sin lágrimas, lo lloro,  120
de moral y de ciencia
en la humana experiencia
hallé tan gran tesoro,
que será un pozo de virtud y ciencia
el que llegue a saber lo que yo ignoro.  125
Mas, respondiendo al juicio
que hizo de mí la Sor ultra-dengosa
con sus aires de reina en ejercicio,
hoy en verso y en prosa
le probaré que ella es, más que otra cosa,  130
una monja cansada de su oficio.
¡Ah, no! No es de un jumento la existencia
del que en larga, aunque estéril enseñanza,
bebió el opio del arte y de la ciencia;
y que, al fin, cada grano de experiencia  135
le ha costado cien onzas de esperanza,
y además mil arrobas de paciencia!


VII

   ¡Adiós! ¡adiós! y espero que me pruebes
que aún cuentas como amigo
a aquel bribón que cometió contigo  140
el cuerdo error de unas locuras breves;
el que tanto te quiere y te ha querido,
que soñó una mañana
que se echaba por ti de una ventana
quedando, si no muerto, mal herido;  145
que a Dios le pide y conseguir espera
que convierta tu invierno en primavera,
mientras él, moribundo,
combate con paciencia verdadera
la gota, esa constante compañera  150
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de todos los felices de este mundo.


VIII

    Oye esto bien: de todas mis amantes,
sólo de ti me acuerdo;
y es que ya, como el héroe de Cervantes,
después de vivir loco, muero cuerdo.  155
Pero antes de ser cuerdo, locamente
con el candor de un niño
hoy beso con cariño
el pedazo de cielo de tu frente;
pues créelo, vida mía,  160
desde que te idolatro
de las horas del día
duerme doce, y te quiere veinticuatro,
tu amigo y algo más, Ramón María.


Carta segunda

Florentina al autor

Florentina, la ex-novicia, le remite al autor las cartas de Carmela, la monja protagonista del poema.




I

   ¿Recuerdas la persona
de la gran Catalina?
Pues eso es hoy tu amiga Florentina:
fea, adulta, pequeña y gordinflona.
Soy ya la más vulgar de las mujeres,  5
e indigna de tus frases ardorosas.
¡Tú amar! ¡tú amar! Hasta creeré, si quieres,
que, aunque no un genio en tus ficciones, eres
un poeta de acciones generosas;
pero siempre diré que son mentira  10
tus viejas ilusiones amorosas.
¡Amar cuando la vida se retira!...
¿No he de dudar un poco de estas cosas
yo que leí las Ruinas de Palmira?


II

   ¡Infiel! aunque lo dudes,  15
nunca he sido a tu amor indiferente;
y como sólo soy por mis virtudes
una mujer de hielo exteriormente;
hoy mismo, al comentar tus desatinos,
turbada y con más fuerza que donaire,  20
agito el abanico, haciendo un aire
que podría mover cuatro molinos.
¿Tú amarme? ¿Será cierto?
De escucharlo, mi frente soñadora,
que vive aún sobre mi cuerpo muerto,  25
con su espíritu árabe está ahora
en lo más abrasado del desierto;
y aunque soy virtuosa
como una actriz que hace el papel de santa,
no extrañaré que, extática y nerviosa,  30
me dé una amigdalitis amorosa
que me extinga la voz en la garganta,
al ver cuán cariñoso y cuán risueño
me recuerda mis tiernas alegrías
aquel que, siendo el dueño  35
de las entrañas mías,
fue de mis noches el constante sueño
y la ambición eterna de mis días.


III

   ¿Con qué por burla singular del hado
ya es la cara del hombre que me escribe  40
un espejo empañado
que no vuelve la imagen que recibe?
El tiempo a nuestra edad no pasa en vano;
tu vejez a la mía sobrepuja;
mas yo en mal genio y fealdad te gano.  45
Si todo hombre, ya viejo, es un anciano,
toda mujer puede acabar en bruja.
No me causa extrañeza
que un cuerpo tan traído y tan llevado
parezca en lo averiado  50
que ha servido a otras almas de corteza.
Pero ¿y yo? pero ¿y yo? Si tú eres viejo,
a mí me desconsuela
el mirar que mi cara en el espejo
ya parece el reflejo  55
del rostro octogenario de mi abuela.


IV

   Como te iba diciendo,
recuerdo con tristeza
la tarde aquella en que te estaba viendo
recostado en un poyo, y cometiendo  60
el pecado mortal de la pereza.
El dormirse leyendo
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será muy natural; pero ¿qué quieres?
es uno de los casos más extraños
ver a todo un Prefecto, de treinta años,  65
roncando en un convento de mujeres.
Mas, haciendo a tus méritos justicia,
declaro que, en la tarde de que te hablo,
probaste a la malicia
que puede vigilar a una ex-novicia  70
el ángel de la Guarda, en vez del diablo.
¡Honor a ti, que, ardiente y en verano,
en la ocasión suprema,
ni intentaste besar mi blanca mano,
aunque en las luchas del amor humano  75
encontráis natural, dado el sistema,
que se coma a una tórtola un milano!


V

   Pensé en ti muchos meses. Pero un día
me amó un primo artillero;
y como soy una mujer que fría  80
pongo en mis ojos el amor que quiero,
con mezcla de cristiana y de judía
me casé con el primo y su dinero,
porque aprendí de una mujer astuta,
que, aunque sea del todo verdadero,  85
nunca es muy duradero
el amor que bebe agua y come fruta.
Pero ¡ay! muerto mi esposo, me contaron
que alguna vez, para aliviar sus penas,
sus ojos ¡ah traidor! se equivocaron,  90
y a menudo miraron,
en vez de su mujer, a las ajenas.
Mas ¿qué ley autoriza estos horrores?
A todos tus lectores
les gustan las enormes pecadoras;  95
y, en cambio, tus lectoras
se prendan de los grandes pecadores;
lo que prueba que somos en amores
número igual traidores y traidoras.
Por esto, escarmentada, no he podido  100
caer en la torpeza
de volver al altar, pues ya he sabido
que la mayor belleza
se casa para ver a su marido
hecho un tronco y dormido  105
con gorro de algodón en la cabeza.
¿Quién comete el estúpido heroísmo
de exponerse a un segundo desencanto
después que ha descubierto con espanto
que sois todos los hombres uno mismo,  110
y que, por ser tan santo,
es el rezo nupcial un exorcismo
que hace huir al diablillo del encanto?


VI

   En fin, a tus deseos obediente,
va adjunto el expediente  115
de dos ángeles tiernos,
que han hecho en su cabeza santamente
unos viajes de amor a los infiernos.
En las cartas que envío
hallarás las razones  120
de por qué tan hermosos corazones
vivieron con amor y en el vacío;
y notarás también con qué cuidado
por motivos de honor particulares
he omitido o alterado  125
nombres, fechas, sucesos y lugares;
y en cuanto a aquella Sor del velo obscuro
a quien tanto calumnias, te aseguro
que tenía el encanto inexplicable,
de que, viendo lo real abominable,  130
nunca halló lo ideal bastante puro.
Dejó a un novio, es verdad, mas se adivina
que al faltar por ser monja a un juramento,
no fue por inconstancia femenina.
La causa la sabrás al fin del cuento.  135
Como a todas nosotras nos fascina,
o la toca monjil o el casamiento,
cuando Dios no nos lleva al Sacramento
del viejo matrimonio,
como hizo a Ofelia Hamlet, un demonio  140
nos manda a las mujeres al convento.
Sólo yo, como escéptica viuda
que en cuestiones de amor de todo duda,
para fijar mi suerte
ni me quiero casar ni gastar toca,  145
y pues soy, por desprecio al sexo fuerte,
una mujer más dura que una roca,
voy a ver si me toca
ser la excepción de un juicio sin segundo,
hoy que un inglés va recorriendo el mundo  150
buscando una mujer que no esté loca.


VII

   ¿Con que estás, según veo,
atacado de reuma y otros males?
Pues ten paciencia, hermano, porque creo
que quien, cual tú, todo lo dio al deseo,  155
de todas sus fatigas corporales
no debe echar la culpa al jubileo.
El reuma y el hastío que maldices,
son las plagas felices
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con que el cielo irritado  160
castiga a ciertos seres;
Salomón, circundado
de seiscientas mujeres,
todas alegres, dóciles y hermosas,
se retiró del mundo y sus placeres  165
proclamando la nada de las cosas.


VIII

    Y doy punto final, pues no hallo justo
que turbe yo con las tristezas mías
la salud y las viejas alegrías
de un hombre como tú, que está robusto,  170
y come, y come bien todos los días.
Se me acaba la luz y me despido,
haciéndote saber que a Dios le pido
que le dé, si es posible, más reposo
al hombre que, dichoso,  175
de pasarlo tan bien, vive aburrido;
mientras yo aquí olvidada,
quedo muy ocupada
en el quehacer plebeyo
de arreglar una funda  180
a unos muebles del tiempo de Pompeyo
que los perdió con la batalla en Munda.


IX

   No olvides que tu letra es un remedio
para este esplín que a ratos me entristece,
y que, a pesar del tedio  185
que con mis años crece,
cuando veo tus cartas, me parece
que me quito de encima siglo y medio.
Por Dios que al escribir a tu ex futura,
si no me quieres ya, no me lo digas;  190
pues aunque sea mi mayor locura,
prefiere a tu desdén la sepultura
la más boba y mejor de tus amigas,
Florentina Segura de Segura.