PREGUNTA. -¿Es Campoamor un filósofo profundo,
o es más bien un poeta delicioso?
RESPUESTA. -Y ¿por
qué no ha de ser las dos cosas?
Si no temiera dar
a este prólogo la intolerable entonación que
los prólogos tenían en edades no remotas, había
de entrar ahora en la famosa tesis de lo especulativo y de
lo práctico, con cuya ocasión trazaría
el mapa del mundo espiritual donde constaran los confines
de la imaginación, los linderos del raciocinio, las
vertientes de la fantasía, y los mares, en fin, del
pensamiento.
Probablemente nada entenderían los lectores
de mi gongorismo filosófico; y como los lectores de
este prólogo no son de aquellos que declaran sabio
lo que no entienden, por el hecho de no entenderlo, tengo
por más llano hablar como Dios quiere y manda, llamando
las cosas por su nombre y huyendo de imitar a los sabios
doublé que, en fuerza de términos, hacen pasar
por oro de ley el doublé de su sabiduría.
Campoamor ha escrito esta frase: «En literatura no hay nada
digno más que lo sincero.» Hablemos, pues, y escribamos
siempre con sinceridad, si no ha de convertirse la vida en
un Carnaval continuo.
Yo bien sé que aquí
vendría de molde una disertación sobre la naturaleza
del talento, y de cómo éste es capaz de manifestarse
en diferentes esferas, y de cómo se puede a la vez
rendir culto al austero numen de la Filosofía y a
las Musas juguetonas; me valdría primero de argumentos
de razón, probando que es una la verdad, una la bondad
y una la belleza, y que todas tres perfecciones, irradiando
de un mismo centro, de Dios, perfección infinita,
se comunican al hombre por maravillosos medios, y desarrollan
en su espíritu facultades y afectos en que descansan
las ciencias y las artes; acudiría a las pruebas históricas,
y desde Salomón, autor de la gran filosofía
de los Proverbios, y autor del dulcísimo Cantar de
los cantares, pasando por multitud de filósofos griegos
y romanos, que a la vez fueron poetas, me detendría
ante Fr. Luis de León y el de Granada, en quienes
compitieron la ciencia y la poesía; y dirigiendo luego
a mis lectores un apóstrofe propio de cualquier alumno
de retórica, fingiría que me cargaba de razón,
exclamando: Ahí tenéis al sesudo autor de la
Política de Dios y de La cuna y la sepultura: ése
mismo es el chispeante autor de la Historia de las calaveras y de El alguacil alguacilado; y si mis lectores no quedaban
aterrados con la cita, les fulminaría este otro rayo
de erudición en forma de interrogante: ¿Veis si eran
filósofos Balmes y Donoso Cortés?
Pues también
hicieron versos.
Es una desventura que cada autor no pueda
oír las respuestas que da el público a las
preguntas que en sus libros se permite hacerle: a todo el
párrafo precedente, con sus pruebas de razón
y sus pruebas históricas y sus nombres propios, que
a tener algún texto latino haría llorar a las
piedras, estoy seguro de que contestan mis lectores: -Bien,
¿y qué?
Nada, lectores míos: yo no pienso
hacer esas demostraciones ni ir por cotufas al golfo: para
saber que hay filósofos poetas y poetas filósofos,
nos basta por hoy conocer a Campoamor.
Si me preguntáis
cuál condición resalta más en este escritor,
si la de filósofo o la de poeta, os responderé
que lo ignoro; y prefiero daros esta respuesta franca y categórica
a enredaros, para ocultar mi ignorancia, en un laberinto
de palabras sobre las fuentes del conocimiento y el principio
generador: sólo puedo deciros que Campoamor no es
de aquellos autores que, estando dotados, por su dicha, de
talento vario, cuando escriben en un tono prescinden de todos
los demás, y parece que sólo para aquél
hayan nacido. En esto hay positivamente algo de violencia,
porque equivale a cerrar todas las ventanas del espíritu,
excepto aquélla por donde se asoma el individuo. Campoamor,
dotado como ellos de un talento vario y recto, no es de esos
autores: escribe y habla en plena luz, con todas las ventanas
del espíritu abiertas de par en par; jamás
se disfraza para asomarse por ellas a la vista pública;
dice que los hechos deben irradiar todo lo expansivo, todo
lo personal, todo lo espiritual del autor; afirma que un
libro, que se tarda meses en escribirlo, es menester que
revele lealmente todas las oscilaciones de nuestra alma,
la gravedad y la ligereza, la sencillez y la ironía,
la flojedad y la inspiración; y negando, por último,
que el estilo sea el hombre, como ha dicho un autor, concluye
con esta humorística sentencia: «El estilo es un comediante.»
Definidas así las condiciones científico literarias
de Campoamor, no causará extrañeza la proposición
en que, a mi juicio, se sintetiza su genio: Campoamor trata
en poeta los asuntos filosóficos, y trata en filósofo
los asuntos poéticos. Esto exige un talento especial,
y es, en verdad, especial el talento de Campoamor.
Dos libros
principales sirven de prueba a la proposición asentada:
El personalismo, y el tomo de las Doloras: en El personalismo
habla el filósofo, que es además poeta; en
las Doloras canta el poeta, que es además filósofo.
En uno y en otro están perfectamente determinadas
las dos entidades del autor; pero hay un tercer libro en
que esas dos entidades aparecen tan perfectamente confundidas,
que no es posible decidir si en él se muestra Campoamor
más filósofo que poeta, o si, por el contrario,
se muestra más poeta que filósofo.
Por eso,
a la pregunta con que comienza este prólogo, he respondido
con otra pregunta, inocente recurso de los que no saben o
no quieren responder.
-¿Que cuál es ese tercer libro?
-Lo tienes sobre tu mano derecha, lector: es un poema titulado
COLÓN.
Su historia creo yo que puede contarse en
estas cuatro palabras: nació y murió en Valencia
en 1854. Su cuna fue magnífica: la casa del gobierno,
que el autor ocupaba como jefe de aquella provincia: viose
envuelto desde luego en delicados pañales, pues la
edición hecha por Ferrer y Orga es lujosa y esmerada;
tuvo excelentes padrinos, pues a su elogio se consagraron
escritores de justo crédito; desapareció,
—484→
por último, a los pocos meses, pues de las librerías
públicas pasó a las de los particulares sin
que un solo ejemplar quedase a la venta. Los graves acontecimientos
que por aquella época se iniciaron en España,
cayeron como una inmensa lápida sobre multitud de
cosas; y entre esas cosas enterradas puede contarse el poema
de Campoamor: hoy sale de nuevo a luz, vestido más
modestamente, como que se trata de una segunda visita a un
público por demás benévolo y enemigo
de mentirosos cumplimientos; y al presentarse por segunda
vez, usando ya de la confianza que da el trato, se toma la
libertad de venir acompañado de un prólogo,
porque ya va siendo moda en nuestra España que no
viaje libro alguno sin su correspondiente avan propos.
Bajo
este punto de vista no ha podido caber al COLÓN mayor
desgracia: porque es el caso, que alcanzándoseme algo
de lo que debiera ser el prólogo de este libro, me
abruma una pereza intelectual tan caliginosa, y me siento
tan débil para realizar la obra, que habré
de limitarme a delinear, o a lo más a consignar alguna
frase gráfica, como ahora dicen los eruditos, acerca
de la bellísima obra de Campoamor.
Yo podría
demostrar que he leído los preceptistas del arte,
exponiendo las doctrinas relativas a la epopeya desde Aristóteles
hasta Hermosilla; hablaría del plan del poema, del
fondo, de la forma, del estilo, del tono, de la versificación;
sé que vendrían de molde algunas nociones acerca
de los episodios y de la máquina, y con un párrafo
docto terciando en la polémica de si el verso es o
no indispensable a la poesía, convertiría mi
prólogo en un pequeño manual ilustrado con
textos de Eurípides y de Virgilio, de Dante y de Fenelón.
Tampoco sería inoportuna, para asentar mi baza de
prologuista, una pequeña parada en que apareciesen,
rigorosamente formados en línea, Balbuena con su Bernardo, Ercilla con su Araucana y Villaviciosa con su Mosquea: alguna
que otra remisión a la Ilíada, cuatro dísticos
de la Eneida, y la primera octava de la Gierusalemme, producirían
quizá brillante efecto; pero he aquí un bien
a que es preciso renunciar a sabiendas. De nada me servirían
las respetabilísimas autoridades enunciadas; inútil
fuera la excursión a mis amados estudios clásicos:
yo estoy seguro de que cuando Campoamor empezó su
poema no tuvo la atención de consultar con Aristóteles,
ni de hojear tal vez el Arte poética de Horacio: en
su mente de filósofo y en su fantasía de poeta
se agitaban los elementos de una obra que él no sabía
si caminaba a clásica; de una obra que había
de constar de pensamientos magníficos engarzados en
hermosas octavas y consagradas a cantar una de las mayores
hazañas y uno de los héroes mayores que la
historia registra y la humanidad venera.
«Ése es Palos. -Callad. -No oigan
que aprisa
tres buques zarpan que la noche vela.
-Es viernes.
-Dan las tres. -Sopla la brisa,
y la más torpe de
las naves vuela.
Ya más allá
de Saltes se divisa
una... dos... la tercera carabela.
-¿Que quiénes son? -Dejad que hasta más tarde
Yo, cual las sombras, el secreto guarde.»
Así comienza
el poeta. ¿No tiene invocación este poema? Calma,
señores críticos; la invocación viene
después: seguimos con las carabelas:
«-¿Que a dónde van? -Dejad que el
sol lo cuente
cuando os muestre su luz por el Oriente.»
Todavía continuará con dudas el lector acerca
de los navegantes:
«-¿Que quiénes son? -Nadie su nombre
ha oído.
-¿Que a dónde van? -Adonde nadie
ha ido.»
Entre los navegantes hay uno que sirve de guía
y jefe a la tripulación.
En esa octava aparece por primera vez el nombre
de Colón, nauta atrevido, cuyo pensamiento esculpe
Campoamor en estos versos:
«-¿Os espantáis? Yo en vuestro espanto
abundo:
marcha a borrar los límites del mundo.»
Que pruebe otro ingenio a sintetizar el colosal proyecto
de Colón en frase más feliz y más exacta:
¿queréis conocer al héroe? Oíd:
«Dulce es su faz, ¿no es cierto? aunque
es severa,
majestuosa actitud, ropa sencilla,
tez blanca.
Entre su rubia cabellera
ya la corona de los años
brilla.
La vista clara, viva y altanera,
largo el rostro,
saliente la mejilla,
convence o encanta cuando mueve el
labio:
tal es el loco, o, si queréis, el sabio.»
Magnífica es la empresa, arriesgado el proyecto;
nadie ha surcado los mares a donde se lanza Colón;
el terror se apodera de los pechos más serenos, y
el poeta les dice:
«Casi tenéis razón: es necesario
ser muy audaz para mirar sin miedo
el sepulcro a los pies,
encima ambiente,
pena en el corazón y nada enfrente.»
Va a comenzar la invocación y a concluir el primer
canto:
«¿Qué hace en tanto Colón?
Un libro abriendo,
-EN EL NOMBRE DE DIOS... traza su mano.
¡Buen principio!
A ese nombre ya comprendo
que doblegue su furia el Oceano.
Y yo, que el curso proseguir pretendo
de un varón
tan valiente y tan cristiano,
cantando audaz mi musa su
grandeza,
de Dios en nombre, cual Colón, empieza.
»¡EN EL NOMBRE DE DIOS! Canto
la gloria
de un nauta osado, inteligente y pío,
que de los sabios nubla la memoria,
que de los héroes
oscurece el brío.
¡Nauta feliz, que eclipsará
en la historia
todo el valor, la ciencia y poderío
que en seis mil años, con jactancia vana,
fastuosa
acumuló la especie humana!
»¡EN
EL NOMBRE DE DIOS! Canto al que osado
aventó con
su soplo omnipotente
el palacio de sombras encantado
donde
dormía el sol en Occidente.
Canto al que el ansia
hidrópica ha saciado
del codicioso y viejo continente,
dando a su afán en perennal tesoro
sobre islas de
coral montañas de oro.»
Así termina la invocación
y con ella el canto primero.
Prometo la enmienda; ya no
copiaré trozo alguno, ni aun octavas del poema, porque
casi todas son copiables, y no hay motivo para hacer mención
especial de unas con abstracción de otras. Cuentan
de un apasionado de Homero que se propuso subrayar todas
las expresiones bellas que contiene la Ilíada,y así
lo hizo: al acabar el último canto había subrayado
todo el libro: ¿iré yo a hacer lo mismo con el COLÓN?
Estamos en el mar; ¡bendito sea Dios! ¡Tres carabelas para
conquistar un mundo, y se arman hoy escuadras formidables
y ejércitos numerosos para conquistar un palmo de
terreno!
—485→
Por dónde comenzaría un clásico
rigorista después de la invocación? Probablemente
por la narración. Campoamor comienza por un episodio
interesante, por una historia de amor: la historia de Zaida,
y como él mismo dice con admirable exactitud:
«¿Cuándo no fue, para nuestra alma,
amena
una historia de amor, aun siendo ajena?»
¡Qué
bella, qué tierna y qué elevada es la carta
de Marchena! Colón, al embarcarse, ha mirado hacia
adelante; Marchena le da noticia de lo que dejaba detrás;
le describe la escena de su despedida, y así resume
el juicio que el vulgo formaba del inmortal navegante:
«Si la tierra no halláis, loco profundo:
si halláis la tierra, redentor de un mundo.»
Adviértase
que Campoamor no canta el descubrimiento de la América;
canta el viaje de Colón a través de ignotos
mares: la escena pasa en el Océano; está, pues,
asegurada la unidad de lugar; pero Colón y sus marinos,
bogando día y noche, no prestan los elementos varios
que ha menester un poema; y ya pasaron los tiempos en que
pueda el poeta surtirse de personajes en el Olimpo o llamar
en su auxilio algunas ninfas para departir con ellos y con
ellas, o hacer que ellas y ellos departan amistosamente ínterin
se prepara la máquina y se arregla todo a gusto del
autor. ¿Pecará el COLÓN de monotonía?
No, porque el autor es poeta, y poeta vale tanto como creador;
él creará, en efecto, recursos; personificará,
no genios mitológicos, sino virtudes cristianas: la
FE, la CARIDAD y la ESPERANZA intervienen: descríbese
el cielo, del cual dice el autor:
«Como nada en sí el alma allí
sepulta,
no hay secreto placer ni gloria oculta.»
Bellísimos
cantos han consagrado al cielo los poetas cristianos; pero
dudo que se haya dicho nada más conceptuoso ni más
expresivo que los siguientes versos:
«Hermano», a todo cuanto adoran llaman:
allí los seres se aman porque se aman.»
Encareciendo
la felicidad de las almas que
»En perspicua mudez se hablan
mirando»,
dice el autor:
«Con un beso mental en sí encarnando
cuanto ha criado Dios de alegre y bueno,
las horas son
de su existencia pura
horas de fiesta en días de
ventura.»
La idea que el poeta forma de las tres virtudes
teologales consta en estas felicísimas expresiones:
A la FE:
«Feliz mil veces tú, feliz la gente
que tras tu pie inerrable va marchando,
ciega que ves sin
que te alumbre el día,
que tanto ves, como que Dios
te guía.»
A la CARIDAD:
«Modesta emperatriz del orbe entero
que
al orbe entero sirve como esclava,
reina que el fausto del
dosel no goza
y que espía el dolor de choza en choza.»
A la ESPERANZA:
«Fiera que matas sin fruncir el ceño,
y a quien perdona la bondad humana
el que nos des infiel
mil amarguras
por ser tan fiel en prometer venturas.»
Las
tres virtudes, acercándose con cariño a Colón,
«Tocaron con la boca dulcemente
su corazón, sus labios
y su frente.»
El intrépido almirante, fortalecido
con tan poderoso auxilio, exclama:
¡Al remo, al remo! Estamos ya frente al
Pico de Tenerife.
He reincidido en el desliz de copiar versos:
de nuevo prometo la enmienda.
Después de haber animado
el Pico de Teide y haber lanzado fantasmas por el cráter
del volcán, y haber descrito el Infierno, maldito
lugar donde no se ama, lugar donde
«No sabe qué querer la fantasía;
sólo
sabe lo que odia y lo que hastía»;
después
de haber destruido por fin el Pico y hecho desaparecer a
Satanás, el viaje continúa: pero aquellos marinos
que saben de dónde vienen y no saben a dónde
van, aquellos seres vivientes, átomos de la creación
suspendidos entre el cielo y el agua, hablan: y hablan a
voces; el poeta los oye. Colón lleva la palabra y
está contando su propia historia; mas la historia
de Colón no se limita a la dolorosa serie de desaires
que recibió en Portugal, y en Génova, y en
Venecia, y a la repulsa de Salamanca, y al afecto de Marchena:
si los estudios profundos han coronado de nieve la cabeza
del nauta genovés, los rigores de un amor infortunado
hirieron su corazón; y de esa herida brota sangre
todavía. No sé por qué secreta simpatía,
pero tengo a Beatriz Enríquez por una de las figuras
más interesantes del poema. ¡Qué ternura hay
en aquella carta que
«A dos leguas de Córdoba traída,
y en un castillo con rigor guardada,
amando más
la muerte que la vida,
hoy te escribe, Colón, tu
prenda amada.»
La historia lacerante de Beatriz es, según
Colón,
«la
oculta historia
Que a la historia de España unió
mi suerte.»
Beatriz, casada secretamente con Colón,
es madre; y le han arrancado el hijo de sus entrañas:
¡cuánta poesía hay en estas palabras que el
autor pone en labios de la infortunada esposa y madre!
«¡Sólo un beso le di, tan sólo
un beso!
¡Adiós, vida de amor, sueño de gloria!
Solamente en fantástico embeleso
desde hoy lo besaré
con mi memoria;
pues para dos que se aman es sabido
que
los recuerdos son besos sin ruido.»
Prosigue Colón
su historia: traza un magnífico retrato de D.ª Isabel
I y un bosquejo no tan bello de D. Fernando V, de quien dice
con serena desenvoltura y franqueza:
«Será mucha su fe, grande su maña;
pero aunque algunos me apelliden loco,
Su Alteza nuestro
Rey me gusta poco.»
La historia de Colón, narrada
en preciosas octavas, alcanza hasta la salida de la Gomera.
¡Adelante! de nuevo al mar: tras los días de calma
comienzan las tribulaciones: el infierno brama y los huracanes
se desencadenan: la Caridad suspira, y una brisa dulce viene
a acariciar las naves. ¡Magnífico espectáculo!
la inmensidad del Océano; la inmensidad del firmamento:
sobre la primera inmensidad flota una pobre embarcación
que va a realizar un pensamiento que vale un mundo: sobre
la segunda
—486→
inmensidad flota en piélagos de azul el
astro de la noche.
«Campo de cita adonde en manso vuelo
a
verse van los que en ausencia lloran,
anillo universal que
en paz amiga
los vagos cuerpos de las almas liga.»
La soledad
es imponente: reina un silencio sepulcral, interrumpido sólo
por el murmullo que a veces se percibe de una escena de amor:
¡felices los que se aman!
El silencio se prolonga, y el
terror se acrecienta a vista de los destrozados restos de
un buque: quien había osado surcar aquellas aguas,
en ellas encontró la sepultura. Colón necesita
distraer a sus marineros de esta tristísima consideración,
y en vez de convocarlos para narrarles un cuento de gigantes
y de endriagos, de dueñas y de disfraces, les lee
las glorias de España desde los Celtas hasta el suspiro
del Moro: he aquí un episodio verdaderamente útil,
instructivo e interesante: ni un solo hecho notable se omite;
ni de un solo rey se deja de consignar el juicio crítico:
el canto IX es todo un compendio histórico galanamente
formado. A otro orden pertenece el que le sigue. La Atlántida es el canto quizá más trascendental del poema:
éste es su defecto, en mi juicio; ser demasiado trascendental:
en él se descubre plenamente un filósofo razonando
en octavas reales. Me declaro sin talla para alcanzar a esas
regiones del éter filosófico desde las cuales
deben descubrirse maravillas, según el tono y la manera
en que hablan los que tienen esa dicha: tratándose
de la creación, no admito más sistema que el
relato de Moisés, verdad inspirada por el mismo Dios:
tratándose de la filosofía, no quiero conocer
otra que la que parta del principio católico, único
principio fundamental de la sana filosofía, tal como
ésta debe entenderse hoy, a la esplendorosa luz del
siglo XIX, del siglo de Chateaubriand, de Balmes, de Lacordaire,
de Ozanam y de Valdegamas. Probablemente Campoamor, para
sensibilizar más y más las grandes evoluciones
que consigna en ese vigoroso canto, adopta, como elemento
poético, la doctrina alemana: no hemos de cuestionar
ahora sobre este punto, que nos llevaría a inoportunos
e interminables debates: después del canto en que
brilla el erudito y del canto en que brilla el filósofo,
resuena, tras un ligero episodio, el canto en que brilla
el poeta; el canto de las nubes.
¿Quién no ha soñado
despierto alguna vez contemplando el panorama de la naturaleza?
El gorjeo de las aves, el aroma de las flores, el murmurio
de la fuente traen a nuestro espíritu no sé
qué misteriosa conmoción, no sé qué
encanto secreto o secreta pena: los poetas que pasan por
adivinos, no han podido adivinar ese fenómeno, y se
limitan a continuar soñando. En tarde serena de otoño
o en apacible noche de estío se ve flotar, perdida
por el espacio, una blanca nube cual tenue gasa agitada por
una mano invisible; y aquella nube produce no sé qué
efecto en el alma del que ama, o del que espera o del que
padece; pero es lo cierto que los ojos siguen el curso de
la vaporosa viajera del espacio, ora con pesar, ora con gozo,
ora, en fin, con esa dulce mezcla de gozo y de pesar que
llaman melancolía. Colón y sus compañeros
están sobre cubierta; debajo de ellos y en derredor
de ellos no hay ni un solo objeto que altere la monotonía
del Océano: en cambio, sobre ellos se mueven las nubes;
pero en tan variado giro y extrañas formas, que ellas
van a ser el tema de su erudito e interesante delirio:
«Haciendo aplicaciones a la historia,
leían en las nubes lo pasado,
como si fuesen sus
flotantes velos
alfabetos movibles de los cielos.»
Nada
en verdad más poético y más original
que descubrir en dos bellas sombras a los amantes de Teruel,
en una negra nube a Nabucodonosor; allí a Semíramis;
más lejos Platón, a Augusto, a Juana de Arco,
a Sócrates y a Mahoma: hay en este entretenimiento
histórico-fantástico rasgos de primer orden
y un sintetismo admirable.
Las naves siguen bogando, bogando;
las alternativas de esperanza y de temor se suceden rápidamente;
el vuelo de algún pajarillo errante trae tesoros de
alegría; la hierba aparece y desaparece; las aves
se acercan y se alejan; el mar se levanta, y los marineros
murmuran, y nace el motín. ¡Qué magníficamente
está representada en estas circunstancias críticas
la persona de Colón! ¡Con qué oportunidad se
desenlaza el episodio amoroso! ¡Qué belleza en la
descripción de la lucha del bien y el mal hasta que
suena como sublime exclamación la palabra TIERRA!
La devoción, la gratitud, la alegría dominan
aquellos corazones y aquellas inteligencias: es preciso leer
estas octavas para comprender la poesía que encierran.
El último canto, JUICIO DEL MUNDO, pertenece al género
científico poético: comienza en la China, y
pasando por la India, la Grecia, Italia, Francia, España
y todas las demás naciones del globo, y después
de precipitarse en el infierno la Ignorancia, la Envidia
y la Idolatría, y de volar al cielo la Fe, la Caridad
y la Esperanza, se despide con el siguiente epitafio del
sistema solar de Ptolomeo:
«Fue entonces cuando el orbe vio espantado
rodear el globo al cetro de Castilla,
como un grano de
arena abandonado
que en lo infinito del espacio brilla.
Y entonces fue cuando observó admirado
Copérnico,
del Báltico a la orilla,
que un inmóvil poder
al sol aferra
y que en torno del sol gira la tierra.»
Así
termina el poema: comenzó arrojando al agua las naves
de Castilla, y concluye fijando el sol en medio de los espacios,
COLÓN ha hecho felizmente su travesía por el
Océano; ha abierto las puertas de un nuevo mundo.
También Campoamor ha hecho una difícil travesía:
su poema representa un viaje venturoso para el mundo de las
letras. De todos era conocido el COLÓN de la historia;
pero a Campoamor se deberá el COLÓN de la epopeya.
Su obra no es perfecta, como que jamás lo son las
obras de los hombres; pero es una obra verdaderamente notable:
el fondo aparece siempre digno del asunto, y la forma no
deja nunca de ser digna del fondo. Aun bajo el punto de vista
de las reglas, debe reconocerse que Campoamor se ha mostrado
esta vez dócil a la voz de los preceptistas, por más
que siga yo creyendo que no los consultó al comenzar,
ni le hubiera causado vivo remordimiento el apartarse de
su magistral autoridad.
El poema COLÓN no contiene
solamente la maravillosa historia, las varias vicisitudes
del viaje más arriesgado que se ha emprendido en la
serie de los siglos; en el COLÓN del poema puede verse
la humanidad, ilustre navegante del océano de la vida,
contrariada por el huracán de las pasiones, protegida
por el influjo feliz de las virtudes.
¡TIERRA! es el grito
del COLÓN poema: ¡CIELO! es el grito del COLÓN
humanidad.
SEVERO CATALINA.
Madrid I.º de agosto de 1859.
—487→
Canto I
Salida de Palos
RESUMEN
Parten el 3 de agosto
de 1492 de la barra de Saltes, en el puerto de Palos de Moguer,
media hora antes de la salida del sol. -Nombres de los buques.
-Quién es Colón. -Nombres de los que le acompañan.
-Retrato de Colón. -Terror de los marineros. -Cómo
empieza Colón su diario. -Invocación.
Ése es Palos. -Callad. -No oigan
que aprisa
tres
buques zarpan que la noche vela.
-Es viernes. -Dan las
tres. -Sopla la brisa,
y la más torpe de las naves
vuela.
Ya más alla de Saltes se divisa
5
una...
dos... la tercera carabela.
¿Que quiénes son? -Dejad
que hasta más tarde
yo, cual las sombras, el secreto
guarde.
Año noventa
y dos. -¡Arrecia el viento!-
Tres de agosto. -Es de noche
todavía.-
10
Siglo quince. -¡La brisa va en aumento!
¡Gran siglo! ¡año feliz! ¡glorioso día!
Sigue la flota en blando movimiento
del mar de Atlante
la ignorada vía.
¿Que adónde van? Dejad
que el sol lo cuente
15
cuando os muestre su luz por el
Oriente.
¡Tal marcha, vive
Dios, parece huida!
Menos llanto, mejor, menos estruendo.
Como en Palos ignoran su partida,
¡cuánta lágrima
el sol verá en saliendo!
20
¡Buen navegar! De la
primer corrida
ya la zona visual van trasponiendo...
-¿Que quiénes son? -Nadie su nombre ha oído,
-¿Que adónde van? -A donde nadie ha ido.
Canta un ave. -Se extinguen los luceros.
25
¡Bien! ya los buques ilumina el día:
Pinta y Viña se llaman los primeros,
y el que marcha
detrás Santa María.
Ya los veis quiénes
son: aventureros:
un tal Colón se llama el que
los guía.
30
-¿Que adónde va? No sé.
-¿Quién es? Tampoco.
Unos dicen que un sabio, otros
que un loco.
¡Loco! También
cuando una inmensa idea
lanza a Alejandro al Asia victorioso,
por loco el orbe su proyecto afea,
35
y al orbe todo
sometió glorioso.
Tal vez Colón, como Alejandro,
sea
más que Hannón y Nearco valeroso.
¿Os espantáis? Yo en vuestro espanto abundo:
marcha
a borrar los límites del mundo.
40
—488→
¿Vamos
con ellos? -Sí; dejad el puerto:
aquel que ame
la gloria, que me siga.
Que es largo el viaje? Un poco
largo, es cierto;
¡pero sopla la brisa tan amiga!...
¡Ved cuál corren con ellos de concierto,
45
sin
vaivén, sin esfuerzo, sin fatiga,
el sol que luce,
el mar que se desplega,
el viento que anda, el buque que
navega!
Vamos, pues. ¡Son
valientes compañeros!
junto a Rodrigo Sánchez,
que está enfrente,
50
los tres prácticos
lucen más certeros,
el buen Niño, Roldán,
Ruiz el valiente.
Van soldados, grumetes, marineros;
Pedro Gutiérrez... ¡toda brava gente!
Son ciento
y veinte entre almirante y tropa.
55
¡Ay! ¿cuántos
de ellos volverán a Europa?...
Van
los Pinzones,gente veterana.
Que uno la Niña, otro la Pinta guía;
Rodrigo de Escobedo, Alonso,
Arana.
¿No os lo dije? ¡Excelente compañía!
60
Va allí también Rodrigo de Triana,
cuya historia de amor sabréis un día.
¿Cuándo
no fue, para nuestra alma, amena
una historia de amor,
aun siendo ajena?
Con un Jiménez
de fatal agüero
65
los Porras ved, que casi los maldigo;
el día diez de octubre venidero
conocerá
el lector por qué lo digo.
-Continuamos del sol
el derrotero
con una dicha sin igual... -Prosigo.
70
-¿Sabéis ése quién es? -No. -Yo tampoco.
Ése es el sabio; esto es, ése es el loco.
Dulce es su faz, ¿no es cierto?
aunque es severa.
Majestuosa actitud; ropa sencilla.
Tez blanca. Entre su rubia cabellera
75
ya la corona
de los años brilla.
La vista clara viva y altanera;
largo el rostro, saliente la mejilla.
Convence o encanta
cuando mueve el labio.
Tal es el loco, o, si queréis,
el sabio.
80
¡Santo Dios! ¡Ya
en el aire se evapora
la amada España, de recuerdos
llena!
La patria, siempre ingrata, ¡cómo ahora
parece, cual ninguna, hermosa y buena!
¡Ya no se ve!
-¿Y hay quien por eso llora?
85
¡Voto al llanto sin fe!
No os cause pena
el que uno u otro con dolor profundo
diga en su corazón: «¡Ay, adiós, mundo!»
¡Muy justo adiós! Un
mar tan solitario
en cuantos pechos hay hiela el denuedo;
90
¡parece que en su fondo, tumultuario,
retumba el
huracán, quedo... muy quedo!
Casi tenéis
razón; es necesario
ser muy audaz para mirar sin
miedo
el sepulcro a los pies, encima ambiente,
95
pena
en el corazón y nada enfrente!
¿Qué
hace en tanto Colón? Un libro abriendo
-¡EN EL
NOMBRE DE DIOS!... traza su mano.
¡Buen principio! A ese
nombre, ya comprendo
que doblegue su furia el Oceano.
100
Y yo, que el curso proseguir pretendo
de un varón
tan valiente y tan cristiano,
cantando audaz mi musa su
grandeza,
DE DIOS EN NOMBRE, cual Colón, empieza.
¡EN EL NOMBRE DE DIOS! canto
la gloria
105
de un nauta osado, inteligente y pío,
que de los sabios nubla la memoria,
que de los héroes
oscurece el brío.
¡Nauta feliz que eclipsará
en la historia
todo el valor, la ciencia y poderío
110
que en seis mil años, con jactancia vana,
fastuosa acumuló la especie humana!
¡EN EL NOMBRE DE DIOS! canto al que osado
aventó con su soplo omnipotente
el palacio de
sombras encantado
115
donde dormía el sol en Occidente.
¡Canto al que el ansia hidrópica ha saciado
del codicioso y viejo continente,
dando a su afán
en perennal tesoro
sobre islas de coral montañas
de oro!
120
—489→
Canto II
Zaida y Marchena
RESUMEN
Llegada de Zaida
a la flota. -Historia de Zaida. -Nuño. -Primer amor
de Zaida. -Muerte de D. Mendo. -Zaida sigue hasta Palos a
Rodrigo de Triana. -Carta del P. Marchena a Cristóbal
Colón.
Y sucedió
que, al declinar el día,
navegando un esquife a
remo y vela,
a la flota siguiendo con porfía,
abordó la postrera carabela.
Llegó el
esquife al buque. -¿Qué quería?
5
Nadie lo
sabe. Luego con cautela,
dos pasajeros por babor dejando,
volvió otra vez al puerto orzando... orzando...
¿Quiénes eran los tardos
pasajeros?
En la flota su nombre se ignoraba.
10
Mostraban
ser apuestos caballeros,
si bien faz más gentil
uno ostentaba.
Que fuesen, entre varios marineros,
dos espías del Rey se susurraba.
-¿Quiénes
eran por fin? -Al Almirante
15
le habla así aparte
el de gentil semblante:
Yo
soy Zaida. Ése es Nuño. Mi apellido,
con
el origen de mi ser, se ignora.
En mi niñez no
sé qué historia he oído
de un gran
señor y una princesa mora.
20
De madre la de Nuño
me ha servido;
mas el secreto que mi pecho llora,
con
celo lo guardó tan indiscreto,
que murió
la infeliz con el secreto.
»Quedé
huérfana y rica. Tiernamente
25
a su hijo Nuño
encarga me dé ayuda
mi nodriza al morir. ¡Cumple
fielmente!
No siento pena que a templar no acuda.
Por
esto que una vez, estando ausente,
me escribió
Nuño, inferiréis, sin duda,
30
con qué
respeto ven, con qué cariño,
sus ojos por
mis ojos desde niño.
-Sin
ser amor mi amor, le miró inquieto:
te hablo de
mi respeto, y te enamoro:
causa de admiración,
de amor objeto,
35
tu pasión quiero y tu virtud
adoro.
Siendo igual mi cariño a mi respeto,
si es amor o amistad mi afecto, ignoro:
amante real, amigo
en la apariencia,
es el culto amistad y amor la esencia.-
40
»Niña, a un Don Mendo,
a quien amar creía
fría mi lengua le juró
constancia:
mi pobre corazón nada sabía,
dormido aún en brazos de la infancia.
Fue Don
Mendo a la guerra en que servía.
45
Quedé
yo expuesta al tiempo y la distancia.
Yo, sin amor; él,
según fama, amando,
marchó Don Mendo y me
quedé esperando.
»Crecí.
Lo que sentí en mi edad temprana
mis ojos os dirán,
que nunca mienten;
50
¡se ama tanto en la tierra sevillana,
que allí, señor, hasta las piedras sienten!
Me amó y amé a Rodrigo de Triana
tanto...
que no hallo voces que lo cuenten.
Pero ¿y Don Mendo,
me diréis, qué hacía?
55
Don Mendo
se marchó, mas no volvía.
—490→
»Pero,
aunque mucho amé, siempre conmigo
llevaba de mi
fe la confianza,
pues nunca el nuevo amor, creed lo que
os digo,
en mi antigua palabra hizo mudanza.
60
Fiel
a Don Mendo, nunca di a Rodrigo,
muriéndome por
él, ni una esperanza.
¿Don Mendo, en tanto, me
diréis, qué hacía?
Don Mendo se marchó,
mas no volvía.
»Voló
Nuño en su busca al fin, queriendo
65
de mi lazo
infantil verme librada.
Va, inquiere, viene... y me contó,
volviendo,
la triste suerte que sufrió en Granada.
¡En un rebato pereció don Mendo!
¡Siempre fiel,
aunque nunca enamorada,
70
a no saberse de él, día
tras día
de mi vida hasta el fin le esperaría!
»Mas, dueña ya de mí,
busqué a Rodrigo.
¡Ah! ¡No hay placer, para el
amor, entero!
Sin esperanza y sin contar conmigo,
75
que os acompaña sé de aventurero.
En traje
varonil sus huellas sigo
con Nuño, de mis males
compañero.
Quiero morir si halla él por
mí la muerte:
¡que quepa a un mismo amor la misma
suerte!
80
»Le seguí.
Vine a Palos. Vi a Marchena,
me contó vuestra marcha,
y a mi ruego
fletó un buque, dolido de mi pena,
y al partir, para vos me dio este pliego.
Llegué
aquí al fin. De confianza llena,
85
en vuestras
manos mi destino entrego.
-¡Bien! -la dice Colón,
-¡Bien, hija mía!-
El pliego de Marchena así
decía:
-«¡Salud, Colón!
Llevando a la dadora,
a la que arrastra del amor el fuego,
90
sale un esquife tras la flota ahora:
que con bondad
la recibáis os ruego.
Seis horas hace que rayo
la aurora;
y en esta carta, que con llanto riego,
os
envío otra vez, por si os alcanza,
95
mi bendición,
mi afecto y mi esperanza.
»Salió
hoy el sol... ¡qué confusión... qué
ruido!
Al ver la flota huyendo a toda vela,
se alzó
en el puerto un general quejido
que aun su recuerdo el
corazón me hiela.
100
¡Que se van! ¡que se marchan!
¡que se han ido!
grita la gente, que corriendo vuela.
¡Cuán bien la flota sin oír seguía
El ¡que se van! que el viento repetía!...
»¡Cuanto más pienso en lo arduo
de este caso,
105
más la duda cruel mi alma lacera!
¿Se unirán el Oriente y el Ocaso?...
¿Será
circunvalable nuestra esfera?...
¡Oh! ¡Cuánta gloria
nos espera acaso!
¡Cuánto dolor tal vez ¡ay! nos
espera!
110
¡Si lo grande del hecho me entusiasma,
lo
aventurado el corazón me pasma!
»¡Pobre
pueblo!... ¡os estaba contemplando
en el mar con terror
los ojos fijos,
todos, cuál más, cuál
menos, exhalando
115
en lúgubre tropel ayes prolijos!
¡Y yo también lloraba al ver llorando
las pobres
madres de los pobres hijos
que burla pueden ser del mar
y el viento!
¡Dios nos perdone el mal por el intento!
120
»Conforme os alejabais,
los cuitados,
sin ver que más sus ansias encendían,
subiéndose a las cimas y collados,
los pañizuelos
con dolor movían.
¡Adiós!... ¡adiós!...
Y hasta los más osados
125
-¡Todo para ellos acabó!
-decían,
por sus ojos lanzando en ancha vena
cristalizada en lágrimas la pena...
»Ya de ira se arrastraban por el lodo
los hijos, las esposas, los hermanos;
130
ya adioses
daban de diverso modo,
con ojos, lengua, corazón
y manos.
¿Y las madres? Las madres sobre todo
me desgarraban
con sus ayes vanos,
al recordar la pena que tendría,
135
por tal dolor y en caso igual, la mía.
-¡Fraile maldito! -con amargo acento
una gritó en mi rostro el rostro fijo:
¡era
esposa!... perdono su ardimiento,
¡aunque hasta el día
en que nací maldijo!
140
Y a algunas que con lúgubre
lamento
me gritaron: -¡piedad! -otra les dijo:
-¡No
esperéis compasión de esa alma odiosa
que
nunca el nombre oyó de hijos y esposa!-
»Mas no importa: ¡valor! ¡Cruzad los
mares
145
compadeciendo al infeliz Marchena!
¡Pronto
volved a vuestros patrios lares,
o pronto ¡ay Dios! me
matará la pena!
Si morís... bien: ¡he aquí
vuestros pesares!
¡Ay del que a duelo eterno se condena!
150
¡Quién pudiera, cambiando nuestra suerte,
mi impaciencia trocar por vuestra muerte!
»¡No
puedo más!... suplid lo que no os digo:
os encomiendo
a Dios, y el que os guarde.
Parte el esquife... ¡Con el
alma os sigo!
155
¡Ánimo, pues!... Para temer ya
es tarde.
¿Sabéis qué os llamará,
querido amigo,
la ruin posteridad, fiera o cobarde?
SI LA TIERRA NO HALLÁIS, LOCO PROFUNDO:
SI HALLÁIS
LA TIERRA, REDENTOR DE UN MUNDO.»
160
—491→
Canto III
El cielo
RESUMEN
Día 4 de agosto de
1492. -Invocación de Colón. -Descripción
del cielo. -Aparición de las virtudes teologales.
-La Fe. -La Caridad. -La Esperanza. -Se funden en la luz
las virtudes teologales. -Continuación del viaje.
Del mar, Colón, las olas
contemplando
muy de mañana, en el segundo día,
dice, en su empresa colosal pensando:
-¡La voluntad
de Dios sera la mía!-
Luego, al cielo los ojos
levantando
5
no sé si con más pena que alegría,
en la ilusión que su cerebro inflama,
con alma,
vida y corazón exclama:
-Ayudadme
en mi empresa sobrehumana,
peregrinas virtudes teologales!
10
¡Guiadme, FE, lumbrera soberana
que oscurecéis
las luces eternales!
¡Valedme, CARIDAD, graciable hermana
del más mísero y vil de los mortales!
¡Alentadme, ESPERANZA bendecida,
15
último aliento
de la humana vida!-
¡Cuán
bueno es Dios! A esta oración tan pura
abrió
el cielo sus puertas de repente,
viendo al punto Colón
tanta hermosura
con los ojos del alma claramente.
20
¡Muy bueno es Dios! Por eso, con ternura,
se hace la
gloria a la virtud patente,
y si del cielo es el candor
modelo,
eco es también de la inocencia el cielo.
Todo reina allí en
paz, aunque es activo.
25
Nunca allí la embriaguez
raya en demente.
Como es de cuanto hay santo ejemplo vivo,
es de lo bello inagotable fuente.
Todo cuanto allí
nace es expansivo;
todo cuanto allí existe es inocente.
30
Como nada en sí el alma allí sepulta,
no hay secreto placer ni gloria oculta.
Amorosas
las almas en el cielo,
todo, unas de otras al través,
lo miran;
y unas de otras en pos, con fiel desvelo,
35
cual mutuas sombras cariñosas giran
el amor de
los niños en el suelo
las almas trasladar al cielo
aspiran:
«hermano» a todo cuanto adoran llaman:
allí
los seres se aman porque se aman.
40
Las
almas su presente van pasando
como un recuerdo de delicias
lleno.
En perspicua mudez se hablan mirando.
Siente
en voz alta su patente seno.
Con un beso mental en sí
encarnando
45
cuanto ha criado Dios de alegre y bueno,
las horas son de su existencia pura
horas de fiesta
en días de ventura.
Sienten
las almas el placer del llanto
cuando atraviesa el pecho
enternecido
50
la santa pena del recuerdo santo,
del
lícito placer por siempre huido;
mas aunque deja
con lloroso encanto
algún dulce recuerdo el pecho
herido,
son del cielo las lúgubres endechas
55
piedras que aguzan del placer las flechas.
Las almas entristece dulcemente
el
miedo de perder el bien que adoran.
Porque no es su virtud
más inocente,
su faz las tintas del pudor coloran:
60
¡ah! no sintáis por la que dulce siente;
¡ah!
no lloréis por las que tiernas lloran:
como el
dolor que con placer se canta,
allí el dolor, aunque
enternece, encanta.
—492→
Feliz
mansión donde se está gozando
65
con la fe,
la razón y el sentimiento.
El tiempo, que a momentos
va pasando,
eterno se acumula en un momento.
Grande
la voluntad, va ejecutando
cuanto apetece grande el pensamiento.
70
Siempre el deseo sobre el gusto flota;
nunca al placer
la saciedad embota.
De improviso,
en equívoca apariencia,
las tres virtudes por Colón
llamadas
descienden, cual si en vaga transparencia
75
de una explosión de luz fuesen brotadas.
La atmósfera
embalsama su presencia:
clarifican el sol con sus miradas.
-Sí del mundo faltaseis algún día-,
dijo al verlas Colón, -¿qué quedaría?
80
Ved a la FE con venda transparente,
siempre durmiendo y en el bien soñando;
como
Colón, intuitivamente
con los ojos del alma va
mirando.
¡Feliz mil veces tú, feliz la gente
85
que tras tu pie inerrable va marchando,
ciega que ves
sin que te alumbre el día,
que tanto ves, como
que Dios te guía!
Ven,
CARIDAD, de la virtud lucero;
aun vives tú si la
justicia acaba.
90
No piensa el mal tu corazón sincero.
Puro tu labio, cuanto nombra alaba.
Modesta emperatriz
del orbe entero,
que al orbe entero sirve como esclava.
Reina que el fausto del dosel no goza,
95
y que espía
el dolor de choza en choza.
Ven,
ESPERANZA, manantial risueño
que la promesa y el
deseo mana.
Instigadora y cómplice del sueño.
Encarnación de un ideal mañana.
100
Fiera
que matas sin fruncir el ceño,
y a quien perdona
la bondad humana
el que nos des, infiel, mil amarguras
por ser tan fiel en prometer venturas.
Más
eterna que el tiempo la ESPERANZA,
105
y mucho más
que la desgracia fuerte,
tan fuertemente por el tiempo
avanza,
que cual dios-ilusión mata a la muerte.
Perpetuo mal y eterna bienandanza:
luz de la buena
y de la mala suerte:
110
tan grande es tu poder, tu hechizo
es tanto,
que tu hermosura es tu menor encanto.
Apenas de Colón la voz fue oída
volaron las virtudes hacia el suelo:
de todos los caminos
de la vida
115
el más corto y mejor es el del cielo.
La esencia de ellas en la luz fundida
vuela, pero es
inútil que su vuelo
ojos humanos penetrar intenten:
nadie las ve, mas todos las presienten.
120
Fresca es la brisa. El mar está
en bonanza
Atrás los ojos húmedos tornando,
triste la gente por el mar avanza,
madres, hijos y
esposas recordando.
La FE, la CARIDAD y la ESPERANZA,
125
todo el ser de Colón electrizando,
tocaron
con la boca dulcemente
su corazón, sus labios y
su frente.
Y exaltado Colón,
así murmura:
-¡Vamos, pues! Los misterios de Occidente
130
no los creerá, como hoy, la edad futura
fantásticos
prodigios de un demente.
Dijo, y brillo en sus ojos la
ventura.
Y después, anublándose su frente,
añadió: -Y si la suerte me es impía...
135
¡la voluntad de Dios será la mía!
—493→
Canto IV
El infierno
RESUMEN
El día 24 de agosto avistaron
el volcán del pico de Tenerife. -Espanto de los marineros
y discurso de Colón. -Animación del pico de
Teide. -El cráter del volcán arroja fantasmas.
-Descripción del Infierno. -Discurso de Satanás.
-Más fantasmas. -Satanás se asoma al cráter
del volcán. -Discurso de Satanás. -Desaparición
de Satanás y hundimiento del pico de Teide. -Continuación
del viaje.
Y otros veinte pasaron
desde el día
en que zarpó Colón,
cuando al siguiente
la chusma, que de miedo se moría,
miró el volcán de Tenerife enfrente.
Triste augurio! El que menos, se creía
5
que era
desde él de donde eternamente
la negra mano del
demonio mismo
las naves sepultaba en el abismo.
Apelando Colón a su experiencia,
les probó, con cien textos por lo menos,
10
que
los volcanes eran en su esencia
hechos sencillos de malicia
ajenos.
¡Discurso ineficaz! ¡Inútil ciencia!
Mientras habla Colón, de espanto llenos
creen
ver los tristes, de la negra mano
15
la sombra proyectar
al Oceano.
Y ¡oh! ¡cuánto
más la tropa desfallece
cuando el pico de Teide
se reanima...
se agranda por su base... y crece... y crece...
hasta pasar las nubes con su cima!
20
¿Es verdad que
se agranda, o lo parece?
La chusma cree que en realidad
se anima;
aunque, si falta al corazón denuedo,
para animar los montes basta el miedo.
Cierto
es que Satanás el Teide anima,
25
porque apoyado
en su ancha cordillera,
se alza más... y hasta
el cielo se sublima,
de nieve y fuego orlada su cimera.
Y el monstruo alzado así, desde su cima,
su
lava, como negra cabellera,
30
con majestad horrible hasta
su falda
suelta gentil por la marmórea espalda.
Y aquí y allí,
cerniéndose, se avanza,
y ora la mar, ora los cielos
toca;
y mil sombras que azuza a la venganza
35
vomita
atroz por su sulfúrea boca.
Y a los fantasmas que
del cráter lanza,
con voz les dice que el furor
sofoca:
-¡Esos son, esos son! ¡Soltad los vientos!
¡Desatad, desatad los elementos!-
40
Y
vomitando el Teide apariciones,
ruge así removido
en sus cimientos:
-¡Esos son! ¡Guerra, guerra en sus pasiones!
¡Agitad, agitad los elementos!-
Y su ignívoma
boca las visiones
45
arrojando en tropel sobre los vientos,
del claro sol a las variadas tintas
formas adquieren
cada cual distintas,
¿Las
veis? -Por donde el cráter corresponde
resurgen
los fantasmas a porfía,
50
que el viento los enseña
y los esconde,
que los alumbra y los eclipsa el día.
¿Queréis saber por qué, quién, y
de dónde,
esa legión de espíritus
envía?
Entrad sin miedo en el volcán que
escalo:
55
da más horror el corazón de un
malo.
—494→
Ved un lugar que lejos
se columbra,
que allá hacia el fin del pensamiento
toca:
la luz allí se ve, mas nada alumbra:
cálido
el aire, sin matar, sofoca.
60
¡Cuando la vista al cielo
allí se encumbra,
sólo ve de un abismo el
ancha boca!
El suelo se hunde con blandura tanta,
que
nunca en firme se asentó una planta.
Indiferente a todos nuestra vida,
65
nuestro nombre es de todos olvidado.
La palabra virtud nunca fue oída.
Nunca allí la esperanza se ha mentado.
Con nuestros nombres el por qué se olvida
de las alegres culpas que han pasado;
70
pues
si el recuerdo de ellas fuese eterno
aun nos diera placer
el mismo infierno.
No se oye
allí más voz que los latidos
del corazón
en su clausura estrecho.
Sólo hastío perciben
los sentidos
75
Solamente rencor brota del pecho.
Los
objetos más ciertos son fingidos.
Cuanto se toca
allí vuela deshecho.
No sabe qué querer
la fantasía,
sólo sabe lo que odia y lo
que hastía.
80
Ni un
bello pensamiento allí enardece;
ni un noble sentimiento
el pecho inflama;
todo el que piensa o siente es que aborrece...
¡Oh! ¡maldito lugar donde no se ama!
Náufrago
que se ahoga y no perece,
85
el hombre, eternamente ansiando,
exclama:
-Dadme las dichas del dolor, ¡Dios mío!
y no hastío y rencor, rencor y hastío.
Rodeado allí de espíritus
sin cuento,
celoso Satanás en su ansia loca,
90
de esta manera habló con fiero acento
a la grey
maldecida a quien evoca:
(y antes de hablar hondo lanzó
un lamento,
que repetido fue de boca en boca,
cual
si el número inmenso de nacidos
95
gimiesen de una
vez de un golpe heridos.)
-«¡Ay!
contra mí otra vez sus rayos vibra
el gran poder
que mi poder aterra:
si da un paso Colón, de mí
se libra
entre yo y Dios la compartida tierra.
100
Mi
poder y el de Dios desequilibra;
¿y aún no empezáis,
hijos del mal, la guerra?
Su flota sea a vuestro soplo
aleve
arista vil que el vendaval se lleve.
»Tú, IDOLATRÍA, a la infernal
ralea
105
inspírale el rencor que arde en tu seno;
por ti el culto del sol sangriento humea,
y asuela
Djaggernat de horrores lleno.
Que el mundo, como es hoy,
por siempre sea,
revuelto en sangre, lágrimas y
cieno,
110
de ídolos falsos insondable abismo.
¡QUE TODO SEA DIOS, MENOS DIOS MISMO!
»Tus
lenguas mil, por el honor malditas,
mueve también,
ENVIDIA infamatoria,
que el brusco sol de la verdad evitas
115
tras la sombra del árbol de la gloria.
Si
en sorda guerra lenguaraz te agitas,
no hay sabio en la
opinión ni héroe en la historia
que a tus
dardos, ni oídos, ni sentidos,
muertos no caigan
por la espalda heridos.
120
»Y
tú, IGNORANCIA, cuyo brazo fuerte
del humano progreso
el curso estanca,
que escarneciste con tan buena suerte
el numen de Colón en Salamanca,
su intento colosal
condena a muerte.
125
La ciencia, como Omar, del mundo
arranca.
Luzca precoz con vivo centelleo
el puñal
que le aguarda a Galileo.
»Del
semidiós Colón, vuestras legiones
confundan
los titánicos intentos,
130
ya enardeciendo bajas
las pasiones,
ya agitando en tropel los elementos.»-
Dijo así; y del infierno las visiones
por el
cráter lanzadas a los vientos,
del claro sol a
las variadas tintas
135
formas adquieren cada cual distintas.
Y estos son los fantasmas
que a porfía
resurgen por el cráter esplendente
cuando la chusma, que de horror moría,
mira
el volcán de Tenerife enfrente.
140
Sombra que eclipsa
y que esclarece el día,
que esconde y muestra a
medias el ambiente...
No en vano el mundo con baldón
eterno
a Tenerife le llamó el Infierno.
¡Triste recuerda a su país la
gente,
145
al ver que aumenta del volcán la llama!...
¡Cariñoso acudiendo a nuestra mente,
más
nos hiere al morir lo que más se ama!
El Teide
en tanto inexorablemente,
brotando sombras sin cesar,
exclama:
150
-¡Esos son, esos son! ¡Soltad los vientos!
¡Desatad, desatad los elementos!
—495→
Y
Satanás el cráter asaltando,
hasta sacar
el pecho a alzarse prueba,
cual el humano corazón
rasgando
155
remordimiento aterrador se eleva.
El mundo
en torno con rencor mirando,
en el espanto general se
ceba,
como heraldo fatal que anuncia luego
algún
diluvio general de fuego
160
Y
dijo así, las naves circundando
con su ardiente
y negruzca cabellera:
«¿Adónde vais, ilusos, traspasando
esta de muertes perennal barrera?
¡Atrás! volved
las proas. ¡Yo os lo mando!
165
¡Yo, de naufragios eternal
lumbrera!
¡Yo, que altivo guardián de un mar ignoto,
a la humana ambición sirvo de coto!
»¡Atrás! ¡No hay más allá!
¡Los huracanes
ecos son nada más de mi fiereza!
170
¡Como veis, mis alientos son volcanes!
¡Sacude las
borrascas mi cabeza!
¡En un día de enconos y de
afanes
me engendró y puso aquí naturaleza,
para que abisme con mis negras manos
175
cuanto a inquirir
se atreva sus arcanos!
»¡No
hay más allá! La mar que veis enfrente,
cuya sola extensión al mundo aterra,
con sus llaves
de fuego eternamente
mi negra mano inexorable cierra.
180
Ya vuestro ardor, desatentada gente,
desagradando
a Dios, pasma a la tierra:
¡y al ver tanto valor, hasta
yo mismo
lleno de ira y pavor torno al abismo!»
Dijo, y se hundió. Y el Teide,
el gran bajío
185
del mar de éter que el
globo circunvala,
se encorva... baja más... se
hunde sombrío...
y a su primer nivelación
se iguala.
La flota de Colón, cual por un río,
tranquila en tanto por la mar resbala,
190
mientras
la gente aun ve en los horizontes
lo que ve el miedo que
reanima montes.
¡Adiós!...
¡Todo pasó!... La isla dejando,
vira la flota hacia
la Gran Canaria.
¿Y el monstruo? -No se ve. -Ya van pensando
195
si sería su mano imaginaria.
¡Bravo! a su
faz, conforme van virando,
se asoma una sonrisa involuntaria...
No parece sino que, más serenos,
temen al diablo
por la espalda menos.
200
Corren
los buques... La distancia crece...
El antiguo valor la
fe reintegra.
Poco a poco el volcán morir parece...
¡Cuánto a la chusma su extinción alegra!
Mengua el pico... se abisma... desparece...
205
¡Y las
visiones... y la mano negra!...
¡Todo se disipó,
del mismo modo
que se disipa en la existencia todo!...
Canto V
Historia de Colón
RESUMEN
Historia
de la islas Canarias. -Historia de Colón. -Su patria.
-Combate naval. -Llega a Lisboa. -Su casamiento y vida. -Su
proyecto desechado por el Rey de Portugal. -Ídem por
Génova y Venecia. -Llegada a Palos. -Marchena. -Garci
Fernández. -Llegada a Córdoba. -Talavera. -Alonso
Quintanilla. -El cardenal Mendoza. -Examen en Salamanca.
-Tomás de Baza, Loja y Málaga. -Sus amores
en Córdoba con doña Beatriz Enríquez.
-Retorno a Palos. -Vuelta a la corte. -Santángel y
Beatriz de Bobadilla, marquesa de Moya. -Isabel la Católica.
-Fernando V. -Pactos con el Rey. -Parte a Francia. -Vuelta
a la corte. -Arranque de la Reina. -Se firma el pacto. -Los
Pinzones. -Salen de Palos. -Primera avería. -Se dirige
a las Canarias a reparar su avería. -Salida de la
Gomera. -Conclusión.