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Los relatos breves de Valera

Enrique Rubio Cremades


Universidad de Alicante



La obra literaria y crítica de Juan Valera discurre con singular proyección a lo largo de su vida. Frente a sus estudios de crítica literaria o producción poética encontramos sus inigualables relatos novelescos y las sabrosas e ingeniosas cartas que nos permitirán conocer a la perfección su formación intelectual e ideario estético. Valera, al igual que otros escritores de su generación, escribirá una serie de relatos breves que, por desgracia, no han sido suficientemente valorados en su justa medida. Razón tenía Montesinos al apuntar que «los cuentos de Valera, salvo contadas excepciones, se han leído mucho menos de lo que podría pensarse, y menos de lo que ellos merecen»1, circunstancia idéntica a la de otros escritores coetáneos, pues salvo raras excepciones -recordemos a Alarcón, E. Pardo Bazán o Clarín-, el resto de escritores carece de un detenido estudio monográfico que nos permita conocer en su justo valor la producción cuentística de escritores como Valera, Galdós2 o el mismo Blasco Ibáñez.3

Valera no sólo se limitará a publicar relatos o cuentos de corte legendario, fantástico, histórico, religioso, humorístico o satírico, sino que también prestará gran atención al análisis y estudio del género cuento, pues expuso a menudo sus ideas sobre dicho género. El trabajo más temprano al respecto lo encontrará el lector en Florilegio de cuentos, leyendas y tradiciones vulgares4, publicado en el año 1860, referencias que más tarde aparecerán tanto en su epistolario como en prólogos o artículos dados a la prensa. Dichos trabajos, como tendremos ocasión de ver, tratan de definir el cuento desde sus orígenes y formación hasta los elementos integrantes que forman parte de él. Terreno resbaladizo pues sabido es que en ocasiones es muy difícil precisar y delimitar determinados géneros literarios que guardan un gran parecido entre sí, como son, de hecho, el cuento, el artículo de costumbres, la leyenda, la novela corta y el poema en prosa. Valera escribirá, precisamente, un prólogo al corpus cuentístico de Narciso Campillo en el que afirma que es «aventurado juzgar este género de narraciones breves»5. Lacónica aportación pero harto elocuente y que expresa el sentir del propio Valera en lo que respecta a sus reiteradas definiciones del cuento, ya que todos sus análisis al respecto nos conducirán a la misma conclusión. Valera, igualmente, se quejará de la desidia de los escritores españoles por no recopilar en colecciones escritas el rico y copioso material cuentístico de tradición oral. Dejadez que nos diferencia del resto de países preocupados en la conservación y colección de sus cuentos tradicionales, ya que a diferencia de ellos no poseemos aún «no ya una colección rica, sino ni siquiera un mediano florilegio que sirva de muestra y como de indicio de la abundantísima cosecha que se pudiera recoger y conservar para pasto del público y mayor gloria del ingenio español o, en general, de la espontánea inventiva del vulgo».6

Años más tarde expondrá de nuevo sus ideas sobre el cuento, coincidiendo prácticamente en sus planteamientos con Narciso Campillo, autor que en su Retórica7 consideraba al cuento como embrión de la novela. Valera en su artículo Cuento del Diccionario enciclopédico hispano-americano8 recogerá una vez más opiniones que ya había vertido en escritos anteriores9, aunque en esta ocasión sea más explícito y ahonde en ciertos aspectos que con anterioridad había analizado veladamente. Para Valera el cuento «es la narración de lo sucedido o de lo que se supone sucedido. De ahí que en las edades primitivas fuese cuento o pudiera llamarse cuento cuanto se contaba. Vocablos de diversos idiomas dan testimonio de esta verdad. Hablar es lo mismo que fabular o que contar fábulas o cuentos»10. Según Valera el origen del universo y de la vida de los héroes deificados fueron los más antiguos cuentos, relatos que dejaron de ser cuentos cuando los hombres les dieron crédito y fe y los aceptaron como dogmas de su religión. De igual forma afirmará que «el cuento fue ficción involuntaria en un principio. No es probable que en un principio nadie se pusiese adrede a imaginar cuentos para divertirse [...] Lo más verosímil es que la invención de cuentos, con plena conciencia de que se inventaban, tuvo origen más tarde en el deseo de dar una lección moral o de inculcar, por estilo animado, reglas juiciosas de conducta en la vida. Así, pues, si el cuento primitivo fue el mítico y heroico, el que siguió inmediatamente, ya con plena conciencia de que el inventor lo inventaba, es el cuento moral, la fábula, el apólogo, la parábola y la conseja».11

Si bien es verdad que Valera elude una posible definición del cuento, por el contrario analizará las peculiaridades propias del género a lo largo de la historia. Afirmará una vez más -recordemos el ya citado Prólogo que precede a los cuentos de N. Campillo- que las novelas y cuentos serán los géneros literarios menos sujetos a las reglas y preceptos. Valera se muestra incapaz de establecer los límites fronterizos de ambos géneros. La única diferencia que él aprecia estriba en que la novela estaría más cerca de los hechos de la realidad natural de las personas. La extensión y el reposo, propios de la novela, serán también los caracteres diferenciadores del cuento. Por lo demás, según el propio Valera, la novela se parecerá al cuento hasta confundirse con él. Aseveración que se puede constatar a lo largo de su vida, pues apenas diferenciará ambos géneros. Indistintamente llamará, por ejemplo, a su relato Garuda o la cigüeña blanca novela, o novelita (como sinónimo de novela corta) y cuento12. Su tendencia a llamar cuento a toda narración escrita tanto en prosa como en verso es un rasgo harto repetitivo en Valera, circunstancia que se podría explicar por su peculiar y personal concepto al establecer los límites de los géneros literarios, de ahí que el verso y la prosa, la narración y el diálogo se confundan en Valera. Lo cierto es que el autor se convirtió desde temprana edad en teorizador de la literatura13, analizando no sólo los distintos géneros literarios sino también publicando sutiles y agudos ensayos sobre literatura nacional y extranjera. Sus artículos de crítica literaria y las continuas referencias a publicaciones insertas en sus cartas demuestran un interés poco común por el hecho literario. En él convergerá una doble modalidad: la del teorizador de la literatura y la del creador. Ambas modalidades darán, precisamente, el verdadero sentido y alcance del corpus cuentístico de Valera.

La relación de los cuentos de Valera se enmarca en un contexto en donde lo fantástico, lo imaginario e histórico juegan un papel primordial. Por el contrario notamos ausencia de relatos de contenido social o crítico-literario. Se podría afirmar que Valera prescindió de los conflictos humanos y sociales de la época, conflictos que rebasaban la frontera de lo individual y afectaban a una clase entera. El cuento social fue el medio ideal para la exposición de determinados postulados ideológicos. Raro es el escritor adscrito al realismo-naturalismo que no escriba cuentos sociales para plantear y solucionar los conflictos sociales desde su peculiar óptica. Recordemos el cuento clariniano El Torso, relato en el que se analizan magistralmente las relaciones entre amos y criados, o el cuento, del mismo autor, El rey Baltasar, diatriba social con un argumento sencillo humano. A Palacios Valdés -El pájaro en la nieve-, E. Pardo Bazán -Durante el entreacto, El trueque, Doradores, En tranvía, Aventuras, Juan Trigo, El mundo, El disfraz, Cuatro socialistas, etc.-, Blasco Ibáñez con sus relatos La Condenada, La corrección, cuentos en los que se manifiestan la vanidad y corrupción de las autoridades judiciales. El tema de los ricos y pobres, persecuciones, injusticias sociales, calamidades y denuncia de la corrupción y tiranía de los representantes de la justicia son motivos que aparecerán con frecuencia en este corpus cuentístico, embadurnados en su mayoría con la peculiar ideología del autor en cuestión.

La sátira literaria suele aparecer también en numerosos cuentos de la época, aunque el vehículo más idóneo para ello sea el artículo de costumbres, género que en ocasiones suele confundirse con el cuento. Valera prescindirá de la sátira literaria en sus cuentos, reservando este objetivo para sus artículos de crítica literaria. Rasgo éste que le diferencia de la casi totalidad de sus coetáneos, incluido el propio Galdós que escribió cuentos satírico-literarios en los que se censura con no poco humor a escritores, editores y público de la época. Sus cuentos La conjuración de las palabras, El artículo de fondo o Un tribunal literario son, tal vez, los ejemplos más representativos.

Si estas ausencias temáticas diferencian a Valera de los autores mencionados, por el contrario utilizará unos motivos y tópicos que le adscribirán en la corriente de cuentos fantásticos, legendarios o religiosos. El primer cuento14 publicado de Valera fue Parsondes15 (1859), relato que al igual que El Pájaro Verde o El bermejino prehistórico se enmarca en un contexto fantástico que nos traslada a la mítica antigüedad clásica. Valera siente una especial predisposición por el lejano Oriente16, actitud que la crítica de finales de siglo y actual la identificó con los relatos de Voltaire, tal como se constata a partir de la Historia de la Literatura Española de F. Blanco García17 y en estudios posteriores, deuda que el propio Valera desmintió en numerosas ocasiones, aunque reconociera una cierta inclinación por el autor francés. El carácter oriental18 presente en relatos como Parsondes o El pájaro verde haría posible que la crítica exagerara el influjo de Voltaire sobre Valera. Su relato será volteriano en la medida en que pueda serlo cualquier narración irónica, ideado para inculcar una lección moral no dogmática, fruto de un desengaño que se nos presenta con una sonrisa escéptica, como en los cuentos Parsondes o El bermejino prehistórico.19

Los cuentos de Valera son de por sí difícilmente clasificables, pues en ocasiones determinados relatos presentan los rasgos propios del cuento legendario o fantástico, como de hecho sucede con El bermejino prehistórico. El conocido cuento El pájaro verde ha figurado siempre en el apartado de cuentos fantásticos, aunque también se podría situar entre los cuentos dedicados a los niños20. Sin embargo la amoralidad aticista típicamente valeresca hará posible que dicho cuento esté tratado de forma escabrosa y frívola, desgajándose por ello del relato infantil. Su sensualidad y frivolidad embadurnadas con su peculiar técnica humorística propiciarán, precisamente, este distanciamiento. Tanto El espejo de Matsuyana como El pescadorcito Urashima, La muñequita, La buena fama, El duende beso y El hechicero son relatos que pueden figurar en el apartado de cuentos fantásticos aunque la combinación de elementos sea de lo más heterogénea. De todos modos estos cuentos el que más pareció interesar al propio autor fue La buena fama, tal como confiesa en las sucesivas cartas enviadas a Menéndez Pelayo, Campillo o al propio Tamayo.

No menos interesantes, aunque no tan conocidos como El pájaro verde o La buena fama, son los cuentos que se aproximan a los de corte legendario, relatos que tuvieron un auge inusitado en la época romántica y que con la aparición del naturalismo desaparecieron prácticamente, aunque no del todo como suele afirmarse, pues no debemos olvidar, por ejemplo, las Leyendas y tradiciones de V. Blasco Ibáñez, o los cuentos legendarios de E. Pardo Bazán21 y ciertos relatos de Clarín, como La rosa de oro, cuento específicamente legendario y uno de los más bellos del autor. Se puede afirmar que Valera no escribió cuentos fantásticos a la manera de los autores citados anteriormente, ya que sus relatos podrán adscribirse a otras modalidades temáticas. Por ejemplo, El bermejino prehistórico o el mismo Pájaro verde reunirán tonalidades propias de los relatos humorísticos y satíricos, como ocurre también en Parsondes.

El cuento histórico es otra de las modalidades realizadas por Valera. De hecho, y una vez más, sus cuentos, como El bermejino prehistórico, podrán figurar en sucesivos apartados, aunque lo realmente importante, lo más interesante, como sucede en el citado cuento, no es la verdad histórica, sino el interés moral. Tanto Los cordobeses en Creta como El cautivo de doña Mencía pueden considerarse como narraciones seudohistóricas, embadurnadas con no poca dosis de humor y de fantasía. De hecho Los cordobeses en Creta participa de todos estos ingredientes.

No faltan en el buen hacer de Valera los cuentos religiosos y de amor. El último pecado y San Vicente Ferrer de talla pueden figurar bajo el epígrafe de religiosos, aunque lo cierto es que Valera no prestó gran atención a este tipo de relatos, tal como hicieran, por el contrario, los escritores de su generación. Recordemos, por ejemplo, los cuentos religiosos de Emilia Pardo Bazán y Clarín. Garuda o la cigüeña blanca22 será, una vez más, un relato de amor en el que se entremezclan lo fantástico con lo poético y real.

En lo que respecta a los cuentos morales y psicológicos Valera es consciente de que sus relatos El doble sacrificio y El maestro Raimundico son flojos y confusos. En el primero de ellos intentará repetir el recurso utilizado en Pepita Jiménez, aplicando para ello la forma narrativa epistolar. Valera no consigue su propósito inicial, de ahí que el análisis psicológico quede en mera tentativa. El maestro Raimundico, boceto de novela, no sólo será un relato confuso y deslabazado, sino también carente de unidad y acción, defectos que el propio Valera reconoció al final del relato, al afirmar que «no acierto a decidir que lección moral pueda sacarse ni que tesis pueda probarse en vista de los sucesos que he referido. Diré, pues, sencillamente que cada cual saque la lección moral ni prueba tesis alguna, con tal que no se fastidie demasiado leyéndome».23

Los cuentos de Valera suscitan múltiples cuestiones de difícil solución por el peculiar talante e ideario estético del autor. Lo realmente interesante es destacar su preocupación por el cuento, no sólo desde el punto de vista teórico, sino también práctico, pues dicho género, será, precisamente, el primer eslabón de su andadura en el género de la narrativa.





 
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