Aún no cuenta Margarita, | |
diecisiete primaveras. | |
Y aún virgen a las primeras | |
impresiones del amor, | |
nunca la dicha supuso | |
fuera de su
pobre estancia, | |
tratada desde la infancia | |
con cauteloso
rigor. | |
Hija de padres, si nobles, | |
desconocidos
y avaros, | |
compró la infeliz muy caros | |
los gustos
de su niñez, | |
y al cabo tornóse en humo | |
y
en soledad para ella | |
la vida futura y bella | |
que se imaginó
tal vez. | |
Siempre encerrada y oculta | |
cuando
en el mundo vivía, | |
sólo del mundo veía | |
la calle tras un cancel; | |
y no alcanzó, de su casa, | |
fuera del triste recinto, | |
el mágico laberinto | |
que
se extendía tras él. | |
Jamás
pensó que las flores | |
que sus jardines criaran, | |
los
salones perfumaran | |
preparados al festín; | |
jamás
pensó que las noches | |
que ella pasaba en su lecho, | |
tuvieran bajo otro techo | |
más delicioso, otro fin. | |
Que las danzas bulliciosas, | |
las alegres
serenatas, | |
las mil quimeras dichosas | |
de la alegre sociedad, | |
aún no hablan en tumulto, | |
ido a tender en sus sueños | |
los dos lazos halagüeños | |
de amor y de vanidad. | |
¡Amor! Esa fantasía, | |
vaporosa
y encantada, | |
selva escondida, empapada | |
de armonía
y de placer; | |
santuario de la ventura, | |
magnífico
paraíso | |
donde ir vagando es preciso | |
tras un fantástico
ser. | |
Un ser que huye y se engalana | |
con
los colores del viento, | |
y se nos muestra un momento | |
en
fugitiva ilusión, | |
y un ser que a pocos contenta, | |
cuando por fin alcanzado | |
deja el oropel prestado | |
y descubre
el corazón. | |
¡Feliz quien halla
en su centro | |
fresco pabellón tranquilo | |
de reposo,
y no da asilo | |
en él a la vanidad! | |
La vanidad, luz
fosfórica | |
que ilumina los espejos | |
y causa con sus
reflejos | |
del alma la ceguedad. | |
¡Inocente
Margarita! | |
¡Fugitiva mariposa, | |
que de esa luz engañosa | |
en torno girando vas! | |
¡Plega tus alas errantes, | |
y en tu
inocencia dormida | |
no pienses en otra vida | |
que te doraron
quizás! | |
Mas, ¡ay!, que dulces palabras | |
sonaron en tus oídos, | |
y los deseos dormidos | |
se
revelaron en pos. | |
¡Ay! ¿Por qué en el mundo vano | |
a quien le da la inocencia | |
no le da la resistencia | |
para
defendernos, Dios? | |
La vida hermosa se
finge, | |
y aunque en ilusión escasa, | |
ya en impaciencia
se abrasa | |
de sentir y de gozar. | |
Y no es temor a los males | |
que don Juan la profetiza; | |
es que el placer diviniza, | |
y le adora a su pesar. | |
¡Pobre niña!
Allá a sus solas, | |
ciega por un mal consejo, | |
por
vez primera un espejo | |
eligió para su juez, | |
y recordó
las palabras | |
de un seductor insolente, | |
y recordó
la inocente | |
los días de su niñez. | |
Cuando
su madre a deshora | |
de los festines volvía, | |
y entre
sueños la veía | |
sus adornos deponer; | |
cuando
acaso desvelada | |
al son de los instrumentos, | |
sentía
los aposentos | |
vecinos estremecer. | |
Y cuando
acaso a escondidas, | |
asomada a una ventana, | |
vía la
turba profana | |
voluptuosa pasar; | |
y al brazo de los mancebos, | |
con el deleite más bellas, | |
asidas muchas doncellas | |
sonreír y platicar. | |
¡Oh! Qué
seis años monótonos | |
de soledad y convento, | |
habían su pensamiento | |
reducido a un punto ruin, | |
a espacio tan miserable, | |
a círculo tan mezquino, | |
que era el claustro su destino | |
y el altar era su fin. | |
«Aquí está Dios», la dijeron, | |
y ella dijo: «Yo le adoro.» | |
«Aquí está el
torno y el coro.» | |
Y pensó: «¡No hay más allá!» | |
Y sin otras ilusiones | |
que sus sueños infantiles, | |
pasaron sus seis abriles | |
sin conocerlos quizá. | |
Pobre tórtola enjaulada | |
dentro
de la jaula nacida, | |
¿qué sabe ella si hay más
vida | |
ni más aire en que volar? | |
Si no vio nunca sus
plumas | |
del sol a los resplandores, | |
¿qué sabe de
los colores | |
con que se puede ufanar? | |
Mas
¡guay que alcance a lo lejos | |
del día la lumbre pura, | |
de la selva la frescura | |
y el arrullo de su amor!... | |
¡Su
nido será su cárcel, | |
su potro serán
las rejas, | |
sus arrullos serán quejas | |
y su silencio
dolor! | |
Mas es tarde; Margarita | |
en la
noche solitaria | |
oyó amorosa plegaria, | |
y se despertó
su afán, | |
su corazón revelóse | |
con incógnitos
afectos, | |
y odió los santos preceptos | |
al recordar
a don Juan. | |
Y confundiendo en su mente | |
sus amagos y alabanzas, | |
ya en risueñas esperanzas, | |
ya en inocente pavor, | |
contemplándose al espejo | |
con la luz de la bujía, | |
así pensaba y decía | |
Margarita en su interior: | |
«¿Conque hay
fiestas y banquetes, | |
y nocturnos galanteos, | |
y deliciosos
paseos, | |
de esta pared más allá? | |
¿Conque esta
toca de lana, | |
cambiada en perlas y flores, | |
hará
mis gracias mayores | |
y más hermosa me hará? | |
¿Conque aquellas relaciones | |
de encantos
que yo leía | |
y que apenas comprendía, | |
ni comprendo,
ciertas son? | |
¿De aquellas magas fantásticas, | |
de
aquellos bravos guerreros | |
y gentiles caballeros, | |
la historia
no es ilusión? | |
¿Y se encuentran
y combaten | |
por bizarras hermosuras, | |
y corren mil aventuras | |
por agradarlas mejor? | |
¿Y ellas viven en palacios, | |
y vagan
por sus jardines, | |
y celebran con festines | |
la ventura de
su amor? | |
¡Oh! ¡Que ese hombre me lo ha
dicho! | |
Sí, sí, negros son mis ojos... | |
¡Y
esta toca me da enojos | |
y me hace fea tal vez!... | |
Si me
lo dijo, ¡lisonja!, | |
mas probemos; me la arranco: | |
¡Oh, como
el armiño blanco | |
mi pecho!... ¡Blanca mi tez! | |
Blancos
mis brazos redondos; | |
mis mutilados cabellos | |
son de azabache...,
y en ellos | |
puesta, aunque mal, esta flor, | |
¡cuán
bien me va!... ¡Oh, soy hermosa! | |
Y encerrada me consumo, | |
y se pierden como el humo | |
mis días de más
valor.» | |
Así, desnuda al espejo | |
presentando su hermosura | |
Margarita, en su locura, | |
deseó
la libertad. | |
Y acosada por tan varios | |
pensamientos tentadores, | |
deleites seductores | |
amó de su vanidad. | |
Y
desde esa triste noche, | |
cabizbaja y distraída, | |
sintió
su fe decaída, | |
estéril su religión; | |
y allá muy lejos del claustro | |
perdido su pensamiento, | |
para huir no tuvo aliento | |
la terrible tentación. | |
Y pasaron muchas noches, | |
y don Juan siguió
viniendo | |
a la reja y siguió oyendo | |
Margarita al
seductor, | |
y con las dulces promesas | |
del galán adormecida, | |
suspiró por otra vida | |
de deleites y de amor. | |
Que
era el mozo muy astuto, | |
y era muy cándida ella, | |
y era la monja muy bella, | |
y el rondador muy audaz; | |
las
noches eran oscuras, | |
las citas muchas y en calma, | |
y el
amor prende en el alma | |
con la chispa más fugaz. | |
¿Y quién explica, aun queriendo, | |
el efecto poderoso | |
con que un coloquio amoroso | |
cambia
al fin un corazón? | |
¿Y quién los medios explica | |
con que nos sale al encuentro | |
un amor que enciende dentro | |
el volcán de una pasión? | |
¿Qué
puede hacer Margarita | |
si lo ignora, aunque lo siente? | |
Como
víctima inocente | |
ir, dejarse arrebatar, | |
hacer dentro
de su pecho | |
sus creencias mil pedazos, | |
y de don Juan en
los brazos | |
caer, al pie del altar. | |
Y
cayó; que en una noche | |
por don Juan determinada | |
debía la desdichada | |
con él la fuga emprender. | |
Y oyóseles en la sombra | |
darse la cita postrera, | |
y acabar de esta manera, | |
ya cerca de amanecer: | |