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ArribaAbajo- IV -

¡Oh, religión consoladora y bella,
feliz mil veces quien a ti se acoge
y el norte sigue de tu fija estrella,
y tu divina luz constante adora!
Que en la fiera borrasca asoladora
de esta vida de llanto y de pesares,
nunca extraviado perderá la huella
del más allá que empieza en los altares.
¡Sí, misteriosa religión, tú tienes
consuelos para el triste, y alegrías
para quien cuenta sus tranquilos días
por venturas y bienes!
Tú tienes el azote del malvado,
la corona del justo,
la palma de la virgen inocente;
y esperanza del náufrago postrado,
y ánimo del soberbio delincuente;
siempre se ve brillar allá en la altura
el vivo lampo de tu lumbre pura.
   Si Jehová soberano
indignado recorre el mundo inicuo
y aparta dél su poderosa mano,
y las razas maldice,
torpemente mezcladas,
de su Dios y su origen olvidadas;
si agita sus caballos iracundos
y su carro de fuego airado lanza
por medio de los mundos,
y encima de las turbas insensatas
revientan las henchidas cataratas,
al justo salva, y luego,
tornando compasivo a la bonanza,
de su ira celestial matando el fuego,
en prenda de salud y de sosiego
tiende el iris de paz y de esperanza.
   Si elevado en el Gólgota pendiente,
tinto en su sangre con horror expira,
a la precita gente
con tiernos ojos expirando mira;
y conociendo que quien tal le puso
no merece perdón por parte suya,
a su Madre infeliz les encomienda.
«Vuestra Madre -dijo muriendo-;
esa de mi bondad última prenda,
si algún día vertéis sincero llanto,
por vosotros pidiendo,
para salvaros del azar tremendo,
real protectora os tenderá su manto.»
   Y a Ti, Madre amorosa,
los tristes ojos con afán volvemos
en la airada tormenta procelosa,
en Ti esperamos y en tu amor creemos,
y a Ti tornados a tus pies caemos.
Porque del Hijo santo
quien ha escupido en la divina cara,
arrepentido al cabo, ¿a quién mostrara
más que a la Madre el doloroso llanto?
¡Ah! ¿Quién le comprendiera,
ni quién capaz para enjugarle fuera,
sino quien puede de su dulce boca
con la dulce sonrisa
calmar la ira que el baldón provoca,
como disipa la apiñada niebla
el lento soplo de la blanda brisa?
¡Oh, dulce Madre celestial y bella,
feliz mil veces quien a Ti se acoge
y el norte sigue de tu fija estrella
y tu divina luz constante adora!
¡Feliz mil veces, inmortal Señora!
   Feliz Margarita bella,
cuya infantil confianza
de la luz de tu esperanza
no perdió nunca la huella.