¡Oh, religión consoladora y
bella, | |
feliz mil veces quien a ti se acoge | |
y el norte
sigue de tu fija estrella, | |
y tu divina luz constante adora! | |
Que en la fiera borrasca asoladora | |
de esta vida de llanto
y de pesares, | |
nunca extraviado perderá la huella | |
del más allá que empieza en los altares. | |
¡Sí, misteriosa religión,
tú tienes | |
consuelos para el triste, y alegrías | |
para quien cuenta sus tranquilos días | |
por venturas
y bienes! | |
Tú tienes el azote del malvado, | |
la corona
del justo, | |
la palma de la virgen inocente; | |
y esperanza
del náufrago postrado, | |
y ánimo del soberbio
delincuente; | |
siempre se ve brillar allá en la altura | |
el vivo lampo de tu lumbre pura. | |
Si Jehová
soberano | |
indignado recorre el mundo inicuo | |
y aparta dél
su poderosa mano, | |
y las razas maldice, | |
torpemente mezcladas, | |
de su Dios y su origen olvidadas; | |
si agita sus caballos
iracundos | |
y su carro de fuego airado lanza | |
por medio de
los mundos, | |
y encima de las turbas insensatas | |
revientan
las henchidas cataratas, | |
al justo salva, y luego, | |
tornando
compasivo a la bonanza, | |
de su ira celestial matando el fuego, | |
en prenda de salud y de sosiego | |
tiende el iris de paz y
de esperanza. | |
Si elevado en el Gólgota
pendiente, | |
tinto en su sangre con horror expira, | |
a la precita
gente | |
con tiernos ojos expirando mira; | |
y conociendo que
quien tal le puso | |
no merece perdón por parte suya, | |
a su Madre infeliz les encomienda. | |
«Vuestra Madre -dijo
muriendo-; | |
esa de mi bondad última prenda, | |
si algún
día vertéis sincero llanto, | |
por vosotros pidiendo, | |
para salvaros del azar tremendo, | |
real protectora os tenderá
su manto.» | |
Y a Ti, Madre amorosa, | |
los
tristes ojos con afán volvemos | |
en la airada tormenta
procelosa, | |
en Ti esperamos y en tu amor creemos, | |
y a Ti
tornados a tus pies caemos. | |
Porque del Hijo santo | |
quien
ha escupido en la divina cara, | |
arrepentido al cabo, ¿a quién
mostrara | |
más que a la Madre el doloroso llanto? | |
¡Ah! ¿Quién le comprendiera, | |
ni quién capaz
para enjugarle fuera, | |
sino quien puede de su dulce boca | |
con la dulce sonrisa | |
calmar la ira que el baldón
provoca, | |
como disipa la apiñada niebla | |
el lento
soplo de la blanda brisa? | |
¡Oh, dulce Madre celestial y bella, | |
feliz mil veces quien a Ti se acoge | |
y el norte sigue de
tu fija estrella | |
y tu divina luz constante adora! | |
¡Feliz
mil veces, inmortal Señora! | |
Feliz
Margarita bella, | |
cuya infantil confianza | |
de la luz de tu
esperanza | |
no perdió nunca la huella. | |