Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Mariano Picón Salas. Tiempo de mentira y conciencia contemporánea. Hacia una ética postimperialista

Óscar Rivera-Rodas



«En la confusión ética y jurídica de nuestro tiempo tenemos que volver a aprender qué es derecho, qué es justicia, qué es delito, porque algunos estados totalitarios lo olvidaron demasiado pronto y una falsa moral de éxito y de poder legitimó los crímenes más atroces».


(Picón Salas, 1962a: 29)                


«Para esta tarea moral que no se mide por pies cúbicos ni toneladas métricas, acaso sean más útiles las pequeñas naciones, más ágiles y universalistas por su propia pequeñez; menos sumidas en su narcisismo económico, bélico o fabril; aisladas de aquel combate por la primacía financiera y política que ofusca a las grandes».


(Picón Salas, 1947: 222)                






El pensamiento de Mariano Picón Salas (Venezuela 1901-1965), desde sus inicios, ha sido una constante reflexión ética sobre los tiempos modernos. Los términos de su vida coincidieron con la apertura de la modernidad contemporánea, la del siglo XX, que, con sus virtudes y sus vicios, superó cualquier otra modernidad anterior. La modernidad del siglo XX ha sido una modernidad surgida de una crisis radical en el ser humano.

La reflexión de Picón Salas emerge de una visión compungida por la violencia de la guerra y el desmoronamiento de los valores morales de la humanidad, que los discursos de la cultura imperial europea decían defender. Desde sus primeros escritos, Picón Salas hace ver cómo el desenfreno de la moral de aquellas sociedades imperialistas más desarrolladas alcanzaba irónicamente niveles primitivos. En 1936 escribía:

«[...] los países del viejo Continente han entrado en estos dos últimos años en un clima de extremas tensiones; y que por su destino [...] está pasando ahora uno de los momentos más enigmáticos y difíciles que se hayan vivido desde aquel trágico mes de julio de 1914».


Se refería al inicio de la Primera Guerra Mundial1, en vísperas del comienzo de la segunda catástrofe, y continuaba: «Entonces empezó un nuevo ciclo de la Historia humana, un tiempo patético que aún nos reserva espectáculos» (1947: 149). El desgarrado espectáculo de ese tiempo patético era el autoengaño del mismo «hombre imperial occidental», cuyo característico orgullo había escalado a la soberbia, adiestrada en una larga historia de violencia, arbitrariedad, invasiones y crímenes. Larga es la lista de los autoproclamados imperios: desde el imperio otomano todavía vigente en ese tiempo, al imperio español, imperio portugués, o imperio británico, al imperio ruso (1721-1917), imperio austríaco (1804), imperio francés o napoleónico (1804-1814), imperio austro-húngaro (1867), imperio alemán o segundo Reich (1871), a los que se suman igualmente sus obras: imperio de armas, imperio de actos contrarios a la justicia, a la razón y a las leyes, imperio de guerras y crímenes, imperio de mitos. Picón Salas continúa su reflexión:

«Autoengañándose, el hombre llegaba -como los nazis de Rosenberg- al culto del mito; no importaba la verdad sino lo que se proponía creer [...]. La Historia pasaba a ser una ficción, y lo que tenía validez era aquella parte de mentira que el partido o la secta adoptó como creencia».


[1947: 19]                


Agregaba que «paradójicamente, ninguna época como la nuestra, y a pesar de su énfasis populista, tuvo mayor desprecio por el hombre [...], de cacerías de hombres en las fronteras, de crímenes políticos» (1947: 20). Todo el esplendor y la gloria que presumió la cultura imperial de Occidente había hallado su precariedad, convirtiéndose en una impostura: el humanismo del que se jactó se mostraba mito en las primeras décadas del siglo XX, y no ha dejado de ratificarse como tal a principios del siglo XXI con el desarrollo brutal de las sombras de aquellos imperios y algunos nuevos en la era globalizada. Acaso no se dieron cuenta aquellos hombres imperiales de que, en el siglo XX, otro derrumbe ocurrió: el de la identidad de los actuales países europeos.

Picón Salas nunca dejó de alentar una actitud constructiva a través de un pensamiento afirmativo que instaba a salvar la humanidad, su libertad e igualdad en un nuevo humanismo:

«Uno de los fundamentos de nuestra Cultura, el Humanismo europeo, se ha debilitado y casi destruido en la cólera de hoy. Las guerras internacionales se complicaron en el interior de los pueblos con feroces guerras civiles. Y si a algún sitio se mira como al último refugio de la esperanza, es a nuestra América. A ella se le pide que salve esta concepción universalista de libertad y humanidad que era el signo más válido de la Cultura de Occidente».


[1947: 167]                


Pero es obvio que si esto sucediera debía ser fuera de la tradición imperialista, en un orden nuevo postimperialista.

Para la perspectiva latinoamericana que en ese mismo tiempo asumía su posición descolonizada y antiimperialista era cada vez más clara su visión de Occidente. El hombre europeo, cegado por la soberbia y la ambición con la que acunaba su altanera civilización a través de los siglos, se mostró el más primitivo y bárbaro de los seres de tierra en pleno siglo XX, en pleno auge de su progreso, tecnología, industrialización y modernidad. Olvidando sus filosofías, religiones, ciencias, progresos, llevó al mundo a matanzas jamás registradas antes en la historia humana. Seguro de haber alcanzado casi todo en sus expansiones colonialistas elegía una vez más el recurso de las guerras en una carrera criminal por imponer sus imperios modernos. Pero sólo logró el fracaso, la ruina, la muerte. Inútiles resultaron los frutos de su misma civilización y cultura, inútiles sus filosofías, inútiles sus religiones, sus ciencias, inventaron armas letales masivas con las que celebraron su progreso, porque habían perdido toda moral racional. Su falsa moral, apoyada en mitos, doctrinas dogmáticas, y armas atómicas, sólo sirvió para mostrar su condición de salvajismo fiero y primitivo.

Escribía Picón Salas, veinte años después (1962a: 9), en un nuevo libro cuyo título resultaba muy apropiado al tema en discusión: Los malos salvajes. Civilización y política contemporáneas:

«Entre las dos guerras mundiales y las tiranías que las acompañan la violencia, la conscripción y cautiverio sufridos por gran parte de la humanidad nos retrotraían a los más crueles momentos del pasado histórico. Hubo los Tamerlames y Senaqueribes de la edad atómica»2.


Este libro también fue escrito durante una nueva permanencia en Europa3. En el prefacio de ese libro, fechado en París, en abril de 1962, explica que la metáfora del título

«[...] [r]evela para un intérprete de la Cultura el extraño disparadero mental y moral por el que se ha precipitado una civilización que pareció más angustiada cuando suponíamos más próspera, y la ruptura de los valores que la configuraban sin que emerjan otros de equiparable fuerza y convicción».


[1962a: 9]                


Varias décadas después de las guerras, observaba «un miasma de odio, de zozobra e incertidumbre de lo que acontecerá mañana, aún no logra borrarse del horizonte histórico después de los últimos tratados de paz», y se preguntaba: «¿Dónde había quedado aquella ciudadanía universal de la Cultura anunciada por Goethe y los profetas del iluminismo europeo?» (1962a: 9). La reflexión de Picón Salas es un discurso que genera nuevos interrogantes que desafían a las mayores filosofías de Occidente, que no podrían responder, ahora más que nunca, porque la conciencia de Occidente ha extraviado su racionalidad y su identidad en la lucha bruta por imponer nuevos imperios. Y añade:

«Especialmente entre la tercera y la quinta décadas del presente siglo, entre la marcha sobre Roma de los camisas negras fascistas y el fin de la Segunda Guerra Mundial, vivieron los contemporáneos en una época de "malos salvajes"».


[1962a: 34]                


Ya no cabía el hablar ingenuo de aquellos «buenos salvajes» de siglos pasados que la imaginación mitológica europea se había empeñado por construir durante la Ilustración en una falsa tolerancia de otras culturas; ahora se debía hablar de otro salvajismo:

«"El salvajismo, no para recuperar la inocencia adánica o edénica que perdimos, sino para entregamos al absurdo y retrogradar a lo infrahumano las normas de la vida"; se habla aquí del salvajismo al que se llega "negando casi todo el legado moral de la historia"».


[1962a: 33]                


Este volumen sobre Los malos salvajes encierra las preocupaciones y temas que embargaban al pensador venezolano en los últimos años de su vida y que lo acompañaron hasta su muerte en 1965. Y hoy mismo, en la primera década del nuevo siglo XXI y casi cincuenta años después de su muerte, adquieren cada vez más fuerza y actualidad: «Pensar a dónde el hombre va, y cómo utiliza mejor la cultura que lleva a sus espaldas y ya parece ahogarlo más que fecundarlo», fueron esos los temas y preocupaciones de sus últimos años; y de modo particular «ver si después de tanta frustración y angustia -como la que vivieron los contemporáneos- puede recobrarse aquella meta de la evolución consciente, dirigida por el hombre» (1962a: 14).

¿No había sido la «evolución» uno de los principios de la civilización moderna? Y esta referencia a la evolución no aludía tanto a la biológica, que junto con los principios teológicos permanecía entre los mitos, sino a la evolución de la racionalidad humana. Las guerras del siglo XX, y la ambición de poder político y económico que las impulsaron en su desquiciada búsqueda de imponer imperios modernos, exhibieron plenamente en su barbarie feroz sólo la manifestación de una racionalidad trastornada y descompuesta: primitiva involución. Para todo pensamiento racional y ético, el estallido de esos afanes de imperialismo bélico, económico y político, sólo descubría la oscura corriente que se fraguaba en la moral y la conciencia del hombre occidental de la primera mitad del siglo XX, oscura corriente que lamentablemente no acaba todavía en la primera década del siglo XXI, pero que esclarece el carácter del tiempo en que vivimos: tiempo de mentira.

El sello de la historia del siglo XX fue también el de la mentira, como lo señala Picón Salas en el ensayo titulado precisamente «Tiempo de mentira»:

«Si hubo y hay en la historia épocas azotadas por la intolerancia y la tiranía y por esa discutible verdad que los fanáticos desde Torquemada a Robespierre pretenden imponer a fuego y sangre y que con frecuencia extermina también a sus autores, sobre ninguna como la nuestra gravitó la mentira como monstruoso negocio público. Nunca se mintió a más desorbitada escala, en dimensión planetaria, como en los años que comenzaron en la Primera Guerra Mundial y se prolongan a través del siglo».


[1962a: 77]                


Junto a las ruinas de la guerra no podía dejar de ver Picón Salas las ruinas de la moral, lo que no quiere decir que estas fueron consecuencia de aquellas. Por el contrario, fue la ruina moral del poder y de la ambición de los viejos imperios europeos la que alimentó la guerra y procreó otras formas modernas de inmoralidad en Estados totalitarios.




1. Confusión ética y jurídica

La segunda mitad del siglo XX debía estar marcada por una obligación moral de los pueblos, particularmente de los países más poderosos e industrializados: volver a forjar principios y reglas civilizadas a que estén sometidas las relaciones humanas y estatales; a normas de ecuanimidad, igualdad y proporción; a una moral racional y de responsabilidad humana: «En la confusión ética jurídica de nuestro tiempo tenemos que volver a aprender qué es derecho, qué es justicia, qué es delito, porque algunos Estados totalitarios lo olvidaron demasiado pronto y una falsa moral de éxito y de poder legitimó los crímenes más atroces. Es un nuevo y necesario problema de recuperación y responsabilidad humana, superior a los conflictos entre un capitalismo que ya no es tanto y un comunismo que tampoco se parece a la Utopía de Marx», había exhortado Picón Salas (1962a: 29). Apelaba a la capacidad de todo sujeto activo involucrado en la catástrofe humana del siglo XX a reconocer y aceptar las consecuencias de los hechos provocados y realizados. Asumir la deuda moral, la obligación de reparar y satisfacer las consecuencias del delito de las guerras. La obligación moral que resultaba del yerro imperialista era inevitable: «[...] la única medicina es aceptar una ética de la responsabilidad» (1962a: 28).

En ningún momento Picón Salas abandonó su posición de filósofo de la cultura. En su visita a París en 1962 observaba que el hombre europeo

«[...] ya no sabe asimilar la inmensa civilización que absorbió, el estómago y la mente se le obturaron, y prefiere regresar al pánico y titubeo primitivo. En más de un café existencialista se vistió, también, de primitivo. Su rebeldía autónoma ya no acepta ninguna disciplina, sea la de la lógica, el dibujo, la composición o el baño cotidiano».


[1962a: 11]                


Su visita a museos y galerías de arte, su lectura de la literatura del momento le ofrecía el testimonio de ese tiempo:

«Aun la literatura y el Arte que fueron las más bellas y estimulantes aventuras humanas [...], se han hecho en los últimos años demasiado tediosas, y después de la invención de un Joyce, un Kafka, un Picasso -grandes intérpretes del laberinto y de todas las metáforas y agitados sueños que se revolvían en la conciencia occidental-, parecen descender a un helado tiempo de epígonos. Hay más fórmulas que creación y más teóricos que creadores».


[1962a: 11]                


La crisis y la enfermedad moral de las sociedades europeas no sólo se limitaban a la descomposición de la responsabilidad humana, porque también comprometían las expresiones estéticas:

«En el caos ético y estético que hemos vivido, bajo el mismo humo de tabaco o de marihuana, se congregan el hombre de Neanderthal, el andrógino y aquella Lolita impúber que ya nació perversa en una conocida novela de escándalo. ¡Qué fácil es "descivilizarse", mucho más que aprender la moderación, la lógica y la cortesía!».


[1962a: 13]                


La «descivilización» de la primera mitad del siglo XX retrotrae al homo sapiens, neanderthalis (hombre de Neanderthal), que recibe ese nombre por el lugar donde se encontró el primer cráneo de su especie, en el valle de Neander, Alemania, antecesor del homo sapiens sapiens, especie a la cual se supone que pertenecen los seres humanos modernos, enfrentados en guerras, con obsesiones imperialistas y en confuso caos ético y jurídico.

El primer artículo del libro se titula «Berlín: quince años después», y el primer tema que desarrolla es lo que llama «Sociología de lo apocalíptico». Escribe: «Berlín es todavía, a tres lustros de la Segunda Guerra Mundial, la ciudad esqueleto de Europa, la inmensa nuez vaciada y quemada, donde se ejemplificó uno de los mayores dramas de la civilización de Occidente» (1962a: 15). Por supuesto que el pensador no hablaba de dramas literarios o teatrales, ni de los textos litúrgicos de la Edad Media, sino de deplorables sucesos de la vida real que se realizaron bajo su imperio de última hora. De Alemania señalaba con ironía precisamente su tardía pretensión imperial, que no le permitió expansiones ultramarinas, acaso porque estaba entretenida en su reforma luterana y producción de pastorales moralistas y después en su movimiento literario conocido como Sturm und Drang (tormenta e impulso). Picón Salas escribe de ese país:

«Había atado en sistemas la más decantada razón de Occidente para concluir negándola y sumirse en el caos irracionalista. Llegó con retraso a la Historia moderna cuando las potencias colonialistas e imperialistas se habían repartido los mares del mundo y los continentes lejanos, y el océano que le faltaba, su apetencia de expansión y de espacio, lo proyecta en la explosiva aventura interior, en "tormenta e impulso"»4.


[1962a: 17]                


Y mientras visitaba Berlín, con motivo de un congreso sobre filosofía y ética de la libertad, planteaba preguntas paradójicas que no sólo se referían al inmediato presente de los países de la posguerra, sino también al inmediato pasado de las guerras que Europa provocó en el siglo XX, y asimismo al sistema colonialista que impuso en el mundo por siglos, particularmente los que inició en el siglo XVI. En Europa se discutía sobre ¿ética de la libertad? ¿Acaso desde la experiencia de la opresión? El pensador venezolano escribía:

«¿Qué puede ofrecer aún Europa no sólo a las gentes que la pueblan, sino a tantas naciones nuevas que desde la ignorancia y el colonialismo quieren llegar a las más lejanas zonas, a su plena determinación y responsabilidad política? Humanismo u opresión ¿no es ahora un dilema más trágico que en aquella alba nerviosa de la Historia moderna, en aquel siglo de los descubrimientos geográficos y de los descubrimientos morales, cuando unos pocos pensadores empezaron a oponer al abuso de los príncipes, la intolerancia de las iglesias y los odios entre Estados, una nueva soberanía de la razón y una idea de justicia que se proyectara sobre los estamentos y las clases privilegiadas?».


[1962a: 24]                


Un sentimiento de culpa es lo que encuentra Picón Salas en su nuevo viaje por Europa; sentimiento de culpa que conserva las ruinas de la guerra, como en Berlín, o tal vez como conciencia histórica de un pasado irrepetible. «Berlín, encrucijada de dos mundos, sitio en que ya se hizo la catarsis de un mal momento de la historia europea, me hacía reflexionar sobre este problema de la conciencia contemporánea» (1962a: 29).

Su visita a Francia también le permite reconocer en las expresiones culturales del momento sentimientos de «culpa y responsabilidad», confesión de horrores «para la cual ya no es posible la absolución». Al examinar la pieza dramática de Jean-Paul Sartre (1905-1980), Les séquestrés d'Altona (1959; Los secuestrados de Altona), Picón Salas veía que la civilización europea acusaba un «complejo de culpa» y observando al personaje:

«[...] que desde su orgullosa y cruel condición de ex oficial de los nazis, descendió en el miedo, la neurosis y la derrota, al menosprecio total del hombre, a parangonarse con la más fea y humillada especie zoológica, no encuentra otra manera de aplacar su angustia que engendrando nuevos crímenes».


[1962a: 25]                


Con la fina visión del crítico e historiador de la cultura, Picón Salas señala de ese modo los temas que caracterizarán al pensamiento existencialista de Sartre: culpabilidad, libertad, responsabilidad, autoengaño, desesperación...:

«El existencialismo de Sartre describió admirablemente la situación de soledad y de "nausea" en que el hombre se ha debatido, y toda la obra literaria del escritor francés ofrece el muestrario laberíntico del alma europea en su hora de mayor zozobra. El Apocalipsis de Sartre ni siquiera se remite a un futuro, pues parece conllevarse con el hombre mismo».


[1962a: 27]                


La inhabilidad del intelecto europeo respecto a su inmediato pasado era evidente. Pero lo que no parecía evidente es que esa inhabilidad descubría una incompetencia moral ante los actos criminales cometidos en la guerra, además de los que corresponden al imperialismo que impuso a través de siglos en amplias regiones del mundo. Picón Salas escribía:

«El remedio no consiste en que el culpable acabe con sus cómplices y termine suicidándose como en Los secuestrados de Altona. La única medicina es aceptar una ética de la responsabilidad, acaso más difícil que esa eliminación expiatoria, frecuente en la dramaturgia sartriana. ¿Es que el existencialismo se ha realizado como la descripción de una dolencia, sin que logre todavía fundar una moral?».


[1962a: 28; el énfasis es mío]                


Es notorio su desacuerdo con el existencialismo de Sartre porque este no proponía ninguna moral. Si bien el pensamiento de Sartre describía la dolencia de los tiempos contemporáneos, no proponía ninguna cura moral, sabiendo que la sociedad europea necesitaba de esta. El pensador venezolano escribe:

«Que haya demostrado el laberinto y el desamparo moral de nuestra época, que ante la presión despersonalizadora de los grandes mitos contemporáneos señale al hombre el poquito de repulsión de que puede asirse, la "nausea" como nuevo origen del conocimiento y esa especie de solitaria guerra civil entre "el ser y la nada", no significa que Sartre nos haya descubierto los nuevos caminos de la conducta [...]. A falta de una ética nos presenta como pocos una apasionada descripción del alma occidental en su hora de mayor zozobra; en el momento más convulsivo que Europa vivió después de la Reforma».


[1962a: 41]                





2. Hacia una ética postimperialista

Frente a la pérdida de moral a causa de la ambición y pretensiones de dominio de las potencias de Occidente (europeas y estadunidense), Picón Salas había escrito en los tiempos de posguerra:

«El conflicto capitalista-imperialista que en siglo XIX y en el XX ha producido las colisiones de potencias, la miseria de masas lejanas -en África, en Asia y en algunas regiones de Sur América- sobre cuyos brazos baratos se erigieron grandes construcciones del capitalismo, tiene que ser reemplazado por una vertebración de la economía mundial, por una nivelación universal de las necesidades humanas».


[1947: 167-168]                


En su libro de 1962, reconociendo la condición patológica de la conciencia con pretensiones imperialistas, había anotado:

«Europa ya no es más seguramente optimista como en el tiempo de la reina Victoria y de Bismarck; dudó de la misión y superioridad del "hombre blanco", del mito imperialista de Houston Chamberlain o de Cécil Rhodes; el mito por el que reventó Hitler, y comienza a hacer su sicoanálisis existencial».


[1962a: 28]                


Y aún en esa realidad de descalabro racional y moral de posguerra, trataba de obtener alguna lección positiva, exhortando a la responsabilidad moral a los países poderosos que se disputan por imponer nuevos imperialismos. Exhortaba a asumir su propia conciencia histórica de naciones que causaron la guerra y provocaron daños irreparables a la humanidad:

«Venturosamente se desvanecen ya ante nuestra vista algunos de los mitos e ilusiones con que nos extraviamos en la ruta de la civilización: el irracionalismo a la manera nazi, el economismo y el positivismo como se hipertrofiara en el estilo de vida norteamericano. Dinero y Poder, dos excluyentes divinidades de nuestra Edad que expulsaron de su Olimpo a los otros valores, han probado su ineficacia para atender esta permanente solicitación de felicidad y armonía terrestre».


[1947: 20]                


Ya entonces también señalaba una meta primordial y fundamental para construir una época verdaderamente nueva, que supere los horrores y errores del pasado: un orden ético genuino y un comportamiento racional:

«Nuevos modos de ordenación ética, reajuste de la conciencia y la sensibilidad dislocada por las últimas pesadillas, es lo que quiere el hombre de estos días [...]. No consiste el problema en "organizar las naciones" satisfaciendo la demanda de poder de tres o cuatro grandes Estados, sino atender primero como principio de toda relación internacional, el rescate de aquellos derechos humanos eclipsados durante las últimas décadas de totalitarismo».


[1947: 21]                


Apelaba, asimismo, a retornar a las fuentes occidentales del pasado de las que se podía extraer la racionalidad del «vivir honesto» o el refreno de las pasiones por la razón, moderación, tolerancia, sensatez y el vivir con ética:

«En la crisis contemporánea de un sistema de vida que desarrolló lo material y cuantitativo con desmedro de lo ético y en menos de tres décadas presenta el balance pavoroso de dos grandes guerras y señala a la reflexión para indicar otro rumbo, [...] desde el colapso moral de estos días invocamos con nostalgia esos perdidos mundos clásicos, mundos de la sofrosine y del equilibrio».


[1947: 221]                


«Ser civilizado» era «practicar la tolerancia, analizar el error y vestir de belleza aún la instintiva necesidad» (1947: 9). La ética de la sofrosine significaba sabiduría y moral para los griegos antiguos; la sofrosine era la virtud esencial de todo ser humano: llegar a dominar las vísceras, el cerebro y el corazón, el medio más apropiado para la conquista de la prudencia y la sabiduría. Para alcanzar ese estado de calma, de serenidad espiritual o sofrosine, era necesario reflexionar, usar el logos y el lenguaje, y un hablar persuasivo, razonado y conciliador5, pero sobre todo con la moral de la verdad, pues para superar el «tiempo de mentira» sólo queda la ética que debe asumir la conciencia contemporánea.

El programa ético que propone es fundamentalmente educativo. Sólo una educación moral permitirá abandonar el primitivismo bárbaro demostrado desde el conflicto bélico capitalista-imperialista, y domar a la fiera en su instinto de poder y dominio en favor de la inteligencia:

«El milagro moderno comienza [...] en una naciente técnica del alma que puede hoy hacer más claro y seguro el proceso de la educación. Falta coordinar estas conquistas de la reflexión y el laboratorio en un sistema integral de justicia humana; domar al lobo prehistórico que aún aúlla en nosotros; organizarnos, en serio, para la cooperación».


[1947: 237]                


La nueva educación ética permitirá superar antiguos prejuicios, arrojar el vestido de mentira, y sobre todo construir una actitud racional para una auténtica convivencia mundial. Esta nueva educación formaría una nueva conciencia contemporánea que se entregaría a la tarea de la conquista de los valores humanos de este tiempo, conquista entendida como el re-encuentro consigo mismo: re-encuentro con la propia conciencia histórica, a la vez que sustitución del instinto por la inteligencia.

«El hombre hace la conquista de sí mismo; analiza los mitos morales de que vivió, los prejuicios que obturaban el aire libre de la vida; se prepara para la verdadera libertad. Afortunadamente, la Libertad es siempre una utopía, y entre las ruinas de las convenciones que destruye, cuando arroja su vestido viejo de mentiras, aparece la nueva apetencia, el próximo móvil de la lucha».


[1947: 237]                


Esta conducta ética debe ser realizada por europeos, estadunidenses y latinoamericanos, porque los dos primeros deben abandonar sus valores falsos orientados por el capitalismo e imperialismo y buscar otros auténticamente humanitarios; y los terceros, rechazar los valores coloniales e imperialistas y asumir los suyos propios. Porque esta re-educación es la misión del otro rumbo que se debe tomar en Occidente para lograr una cultura de la convivencia para sí misma y con relación al resto del mundo. «Una verdad tan sencilla como la de que la Cultura no es poder sino convivencia; búsqueda de la nunca saciada felicidad que es el sino nostálgico de toda vida, será lo que podrá reeducamos» (1947: 22).

Este proceso de aprendizaje ético es concomitante con la conquista de la propia «conciencia histórica», que Picón Salas empezó a desarrollar en 1930. En sus reflexiones de entonces sobre la América Latina ya había escrito: «[...] queremos limpiar nuestras conciencias de todo lo que es superstición adquirida, fórmula mágica, dogma o prejuicio. Hace falta en América recobrar esta objetividad ante las cosas» (1935: 73).

Con la «conciencia limpia» (de supersticiones, dogmas, prejuicios y formas mágicas) y recuperada «la objetividad ante las cosas», la humanidad puede realizar la única conquista que necesita: la convivencia ética y la cultura de la convivencia, fundamento de un pensar y una praxis postimperialista.

La superación del «tiempo de la mentira» se logrará sólo mediante una filosofía o «sistema ético que concibe otra vez al hombre con su conciencia» (1962: 990). Porque «tarea de conciencia» es la vida humana. En la instancia posterior a la Segunda Guerra Mundial, manifestaba desencanto por los sistemas científicos y filosóficos, las escuelas artísticas o el proceso de la Historia Universal. Recordaba a la Europa anterior a la catástrofe, cuando la cultura consistía en conocer «cosas aparentemente nimias que ya no eran objeto de las grandes concepciones del mundo sino de los modestísimos tratados de Urbanidad» (1947: 9), y se centraba sobre lo que llamaba «las formas de lo cotidiano», es decir «arreglo y aseo de la conducta como las que se expresaban, por ejemplo, en una página de Montaigne, un cuento de Voltaire, un diálogo de aquellos viejecillos eruditos, epicúreos y amables de un Anatole France» (1947: 9-10). Era obvio que para la observación de Picón Salas aquellos valores de la cultura europea se habían quedado sólo en las páginas de los libros de aquellos países, y ahora sólo correspondían a una añorada ficción. Todos estos valores, propios de una moral racional, eran mostrados como «la firmeza y acierto con que una mente clara se orienta en el laberinto del mundo y hace de la vida humana, superando lo meramente biológico, una tarea de conciencia» (1947: 10). Estos valores eran más altos y estaban más allá de los accidentes políticos, por lo cual no debían ser vinculados «a un tipo determinado de organización económica, ya que tanto la sociedad burguesa como la más definitivamente socialista, tendrán por igual, el humanismo deseo de buena música, buenos libros y buenos cuadros» (1947: 10). Reiteraba su esperanza de que «Europa se reeducaría volviendo a lo mejor de sí misma, releyendo en las escuelas a sus filósofos y moralistas después que pasase el estrago» (1947: 12-13).

También los Estados Unidos habían perdido sus valores morales en medio de «la ingente prosperidad y la superabundancia tecnológica», lo cual quedó como testimonio en los novelistas y poetas de ese tiempo como Dreiser, Steinbeck, Vachel Lindsay y las promociones más jóvenes (1947: 13). Veía en esas obras «un caos emocional, una profunda colisión, tan angustiosa como la de los días románticos, entre el hombre y su ámbito como si los fundamentales valores hubieran sido preteridos y soterrados en una especie de darwinismo social, de único imperio del triunfador económico» (1947: 13-14). Los «valores» de esa sociedad eran descritos con estos términos: «El centro de la vida, además de la biblia y del sermón del domingo eran los negocios, y el favor y premio de Dios se expresaba en formas de acciones y billetes que van siempre a los activos, más que a los peligrosos soñadores» (1947: 14).

Era consecuencia de una manera de pensar orientada sólo por la economía y la acumulación de capital: «Los pedagogos del más bajo pragmatismo, tratando de educar tan sólo al hombre económico, querían obstruirle aquellos altos caminos de Felicidad que se llaman el arte, el pensamiento, la necesidad técnica de vivir con gracia» (1947: 15). El capitalismo se contraponía a la auténtica y elevada cultura:

«[...] contradictoriamente, la civilización capitalista a la manera como se hipertrofia en los Estados Unidos, si concebía lo económico como gran peripecia personal, como arriesgada lucha del hombre contra la circunstancia, trataba de anular semejante lucha en el terreno de la Cultura».


[1947: 15-16]                


En la opulencia de la sociedad estadunidense reconocía un «optimismo cándido, envuelto en el más cremoso rosa burgués», que encomiaba al hombre «totalmente conforme con su comunidad y carente de complejidades» y que parecía imponer «como arquetipo el tonto o el mediocre», y a pesar

«[...] de las protestas de sus espíritus más previsores, ciertas normas muy difundidas y muy deseadas de la civilización norteamericana trataban de convertir al mundo en una especie de vasta nursery, en un kindergarten colosal con gigantones trocados en párvulos».


Esto es: «La felicidad sin tragedia ni angustia metafísica. Una aspiración de standard aplicado, por igual, a la producción de hombres y a la producción de manzanas» (1947: 16).




3. Conciencia de lo que somos

La reflexión de Picón Salas, particularmente la que corresponde al período de 1936 a 1947, se había orientado por la preocupación más importante de cuantas podía plantearse en semejantes circunstancias: «[...] el destino del hombre y el fin de la vida» (1947: 26). De ahí su énfasis en apelar a lo que él mismo denominó la conciencia de lo que somos.

Esta nueva categoría permite reconocer que la conciencia de lo que somos es inevitablemente un cuestionamiento ético, que requiere la conciencia para expresarse por el pensar. De esta manera esta nueva categoría complementaba la que empezó a buscar en 1930 y a la que denominó: la conciencia histórica. Esta conciencia ligada a la historia era «la que se extiende desde los Estados Unidos hasta la Argentina» ante «una visión histórica que contemple los sucesos desde la propia América, y no haciendo de esta porción del mundo un simple y tardío apéndice de la Cultura europea» (1962: 982). Aclaraba que una historia así no invalida el campo de las historias patrias individuales. «El inmenso territorio que se llamó América no sólo fue influido por los europeos, sino influyó sobre ellos dando a su economía y a todo su sistema mental, inesperada dimensión y perspectiva» (1962: 983). De ahí que urgía a esclarecer la conciencia de lo que somos, descubriendo los signos comunes para entender el pasado y definir las circunstancias en que vivimos, y no flotar en la borrasca de hechos confusos. La historia es necesaria para esclarecer la conciencia de lo que somos. Estos conceptos corresponden al ensayo «Para una Historia de América», publicado en febrero de 19536, y constituía en ese momento -y todavía en la actualidad del siglo XXI- una proposición fundamental para Occidente, aunque de modo particular una ética para la América continental.

Dentro de esta preocupación general sobre Europa y los Estados Unidos, dedicaba específica atención a la unidad de los países latinoamericanos, basada en la «unidad en la historia» y en una misma conciencia que descubra

«[...] homologías y analogías de nuestro proceso histórico. Y cómo en las historias nacionales aparecen hechos coincidentes. Corrientes políticas y espirituales que movieron nuestra conciencia histórica, como "Liberalismo", "Positivismo", "Modernismo", se entienden mejor cuando las situamos en su dimensión americana y acudimos a las historias nacionales para explicar sólo excepciones y diferencias. Descubrir los signos comunes es la tarea primordial de la Historia de América. Historia para entender el pasado y definir las circunstancias y presiones en que vivimos y no para flotar en la borrasca de los hechos confusos; historia para esclarecer la conciencia de lo que somos».


[1962: 985; el énfasis es mío]                


Esta expresión señala una responsabilidad y una obligación continentales, y no meramente nacional. La exhortación es, pues, una apelación a la «conciencia histórica» americana, por encima de lo que son las conciencias nacionales o individuales, como ya lo había hecho en su apelación a la conciencia de los países europeos. La conciencia histórica no podía dejar de ser conciencia nacional: «La conciencia de un país es en gran parte la fértil memoria de su pasado para afirmar su situación en el mundo y alumbrar su rumbo venidero. Quien no tiene historia vaga entre las cosas y los seres con inseguridad y casi con la vergüenza del hijo bastardo» (1962: 644). Pero el fin común de toda conciencia debía ser uno sólo: «[...] el destino del hombre y el fin de la vida» (1947: 26). Este fue también el sentido teleológico primordial de su pensar. A lo largo de su obra, se ha ocupado, primero, de la unidad de la historia hispanoamericana; después apeló a la conciencia americana continental, esto es, instó a las dos Américas a descubrir la «conciencia de lo que somos» y asumir la propia identidad y con ella una «tarea primordial»: una responsabilidad y una obligación morales.

La conciencia de lo que somos no es pues la conciencia individual ni sólo la del ser latinoamericano. Sus exhortaciones a buscar la verdadera historia latinoamericana, y con ella el pensamiento y la cultura, no sólo tenían como fin el re-encuentro con la propia tradición e identidad, sino fundamentalmente como una responsabilidad ética, insoslayable de la historia, del pensamiento y de la cultura. Por eso también estuvo muy consciente de la necesidad del diálogo: «[...] la parte de verdad que se me pudo otorgar debía compartirla o confrontarla con las verdades de los otros» (1962: xii). Es la necesidad de una moral, cuya existencia para concretarse debe pasar por el lenguaje y constituir «juicios morales». Fundamentar los propios juicios morales, no de individuos, sino de las comunidades americanas y europeas, para después lograr una fundamentación más amplia con respecto a las otras regiones del mundo convencidas de la pluralidad cultural. Toda cultura implica una moral, y como tal, la pluralidad cultural no es una meta, sino un principio ético que debe orientar las convicciones morales comunes y globales. La conciencia de lo que somos, como principio ético, debe ser asimismo «conciencia contemporánea» (1947: 29). Esta exhortación expresada a casi la mitad del siglo, tenía sus antecedentes en los primeros escritos del joven pensador. En 1929 ya había llamado a los americanos del Continente a resolver el problema de las relaciones entre los Estado Unidos y la América Latina, a través de un diálogo veraz y una cautela histórica, por los que se pudiera transformar el instinto en inteligencia. Escribía entonces: «[...] solo la verdad dicha por hombres veraces, la verdad sobre toda otra circunstancia, transformaría nuestra actual era de instinto en era de inteligencia» (1935: 66). Con esta reiteración sobre la necesidad de decir la verdad por hombres asimismo veraces, la verdad sobre toda otra circunstancia, percibía lo que sólo denunciara explícitamente en 1962: el «tiempo de mentira», pues nunca se mintió a más desorbitada escala como en los años que comenzaron en la Primera Guerra Mundial y se prolongan a través del siglo (1962a: 77). Este «tiempo de la mentira», iniciado con el siglo XX (y vigente aún a principios del XXI) debe ser superado con la conciencia crítica y ética: «[...] domar al lobo prehistórico que aún aúlla en nosotros» (1947: 237) significaba además transformar la «actual era de instinto en era de inteligencia» (1935: 66). También en 1929, Picón Salas elogiaba lo que llamaba «el americanismo de Waldo Frank», con quien compartía ciertos ideales que podrían convertirse en comunes para la América Latina y los Estados Unidos. Pero si bien escribía con convicción, y hasta con optimismo: «[...] creemos que con libros como los de Frank nuestras relaciones espirituales con los Estados Unidos pueden fijarse con mayor diafanidad y comprensión»; también estaba convencido de que el pensamiento y los libros del escritor estadunidense sólo llegaban a un reducido grupo de lectores de su país: «[...] se dirigen a una minoría no arrastrada por el tumulto del materialismo presente, y que -como todas las minorías de la historia- es la única que puede ver claro» (1935: 63). Las relaciones espirituales de las dos Américas, que el pensador venezolano veía como un ideal en los libros de Frank, devenían muy pronto desencanto: «La masa capitalista de los Estados Unidos, ofuscada por los ídolos del poderío, así como la masa de la América del Sur, semialfabeta o retórica, enfocarán siempre el problema desde su particular estrabismo» (1935: 63). A finales de la década de 1920 percibía claramente con Frank que «la atmósfera americana de estos tiempos está cargada de suspicacias» (1935: 65). Por esa razón de emergencia, el problema de las relaciones entre las dos Américas se convertía para Picón Salas -en 1929- en un dilema que debía ser planteado «en estos descamados términos», como ya fue anotado: «[...] de nosotros como de los yanquis depende que esas relaciones se traduzcan en odio o en cooperación» (1935: 64). Ante semejante alternativa elije la segunda opción como «el ulterior destino que nos acerca» y propone a los latinoamericanos un plan de tres fases, «aunque no quiero», advierte, «adelantarme a la última fase de un proceso distante» (1935: 11). Esa tercera fase, sobre la cual, sin embargo, ha concentrado su pensar en los años de su madurez reflexiva ha sido una fase de eliminación de todo imperialismo y a la cual denominó «Americanismo Integral»; es, pues, la fase postimperialista sobre la que proyectó su pensar. El plan de Picón Salas para resolver el problema de las relaciones de la América Latina con los Estados Unidos era el siguiente:

«Primero debemos unimos en una voluntad nacional los miembros dispersos de un mismo grupo (tesis); oponemos a las fuerzas que la obstaculicen (antítesis), y podremos convivir con ellas cuando cada grupo actué en pie de igualdad dentro de una común y vasta proyección universal (síntesis). Latinoamericanismo, Antiimperialismo, Americanismo Integral son las obligadas etapas de esta concepción dialéctica de nuestra Historia».


[1935: 11]                


La configuración del pensamiento latinoamericano, a la que se dedicó en un enfoque global que abarcaba historia, filosofía, política y cultura, debía ser seguida por una segunda fase francamente antiimperialista, cuyo desarrollo resultaría en un orden de americanismo integral: postimperialista.

Sobre estos principios, fundamentalmente morales, la reflexión de Picón Salas buscó el desarrollo de las ideas de la descolonización y una ética antiimperialista, con una convicción afirmativa orientada al futuro. Sus planteamientos para el pensamiento y la cultura antiimperialistas constituyen la etapa culminante de su reflexión. Su discurso ha quedado registrado en una extensa y compleja obra escrita. Desde 1929 ha desarrollado fundamentalmente un pensar en el postimperialismo, cuya elaboración no ha sido gratuita o artificial y cuyo fin es la construcción de un nuevo humanismo consciente del «destino del hombre y el fin de la vida» (1947: 26). Su vigencia y su actualidad han trascendido su propio tiempo, y permanecen como herencia para los nuevos pensadores. Así, él mismo lo esperó y escribió: «Ya las gentes del siglo XXI pondrán todo su énfasis en asuntos que a nosotros se nos escapan. Así el pasado siempre se rehace para responder a la perenne y cambiante inquietud de las generaciones» (1944: 11).






Libros citados

  • PICÓN SALAS, Mariano: «Hispano América: posición crítica», Intuición de Chile y otros ensayos en busca de una conciencia histórica, Santiago, Ercilla, 1935.
  • ——: Europa-América. Preguntas a la Esfinge de la Cultura, México, Cuadernos Americanos, 1947.
  • ——: Obras selectas, 2.ª ed. corregida y aumentada, Madrid-Caracas, Ediciones Edime, 1962; 1.ª ed., 1953.
  • ——: Los malos salvajes. Civilización y política contemporáneas, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1962a.
  • ——: Viejos y nuevos mundos, selección, prólogo y cronología de Guillermo Sucre, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1983.
  • SUCRE, Guillermo: Selección, prólogo y cronología, en Mariano Picón Salas, Viejos y nuevos mundos, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1983.
  • ZEA, Leopoldo: «La filosofía como instrumento de comprensión interamericana», Cuadernos Americanos, n.º 3, mayo-junio de 1987, nueva época, pp. 129-139.


Indice