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ArribaAbajoDicen que la avenida está sin árboles

Giuliana Mitideri (Universidad de Salerno)


La literatura latinoamericana que hoy conocemos y celebramos es el resultado del boom de la novela de los años sesenta, aquella ampliación de mercado que motivó a una nueva generación de escritores, críticos y lectores, a valorar las nuevas obras literarias y a revalorar las que habían pasado desapercibidas o habían sido menospreciadas.

Cabe hablar del semanario Marcha, un periódico político-cultural independiente, como no se ha hecho otro en América-Latina. Hoy Marcha no existe: fue clausurado en 1975, sólo ha quedado como recuerdo y colección archivada en bibliotecas. Lo fundó en 1939 -y lo dirigió durante 36 años- Carlos Quijano, prestigioso economista, y en sus páginas colaboraron los mejores intelectuales de Uruguay y de otros países de América Latina, de Europa y Estados Unidos.

El pivote de Marcha fue siempre Carlos Quijano, con sus principios socialistas, antiimperialistas, latinoamericanistas, compartidos por varias generaciones de escritores, periodistas, políticos, cineastas, musicólogos, abogados, economistas, artistas que incluso se formaron en ellos.

En 1981 Eduardo Galeano señaló como las características de Marcha habían sido resultados-claves -dada su condición formativa- en los momentos más confusos de la resistencia política en Uruguay, así como en los del exilio, desde el golpe de estado de junio de 1973:

Siempre resonaron en Marcha campanas diversas, y así el periodismo, que es una forma posible de literatura, pudo y puede reflejar las contradicciones que dan prueba de la vida en movimiento y pudo y puede contribuir al desarrollo de una alternativa socialista diferente y nuestra, que opere como forja de creadores y no como fábrica de funcionarios dogmáticos [...] Cuando la crisis llegó y con furia soplaron los vientos de la verdad, Marcha nos dio, a todos, claves decisivas para superar la perplejidad y actuar.


(Galeano E., 1995: 10)                


Mario Benedetti fue uno de los intelectuales que se formaron en Marcha, que colaboró y que luchó por los principios pregonados por la revista.

Después de haberle «allanado» la casa, Benedetti huye de Montevideo. Entre 1973-1984 vive en Buenos Aires, Cuba, España: se convierte en el símbolo del exiliado latino-americano en Europa.

En España, fiel a los principios de Marcha, Benedetti es compañero durante casi dos años (1982-1984) de los lectores de El País, donde aparecen sus artículos con frecuencia semanal.

Pero ya que las opiniones de Benedetti suscitan la réplica de lectores excelentes como Juan Goytisolo, Ángel Valente, abandona sus colaboraciones periodísticas por el cansancio frente al agravio y al empleo de datos erróneos por parte de algunos de estos replicantes.

En el último artículo de este período «Cansancio y Adiós» (Benedetti, 1994: 1987), Benedetti se despide así de sus lectores españoles697:

...También confieso que este autocese me significa una pura decepción. Primero porque siempre tuve la osadía de pensar que un latinoamericano no podía ser extranjero en España, como no lo fueron en América-Latina, y concretamente en mi país (manes de José Bergamín y Margarita Xirgu), los españoles durante su doloroso exilio de posguerra, y luego porque El País es una tribuna que apareció y que jamás me ha censurado una sola línea. Lo que más lamento de mi decisión es que inevitablemente me alejaré de los lectores españoles, que por distintos medios, tanto me han estimulado en esto dos años de actividad periodística. Creo, sin embargo, que podrán comprender que seguir, semana a semana, ocupando el espacio de El País para rectificar línea a línea los desajustes de información en que las sucesivas réplicas suelen basar sus tajantes afirmaciones es algo que a otros puede entretener, pero a mí me fatiga...

...Mi ya largo currículo de exiliado me ha ido enseñando que en ciertos medios intelectuales y periodísticos difícilmente se le tolera al extranjero (salvo que sea foreigner) que opine sobre la realidad nacional. [...] Pero ahora que connotados intelectuales españoles me han hecho comprender que después de todo soy un extranjero, y de segunda, veo que no alcanza con esa discreción. Para aspirar a la tolerancia y aun al elogio debería adoptar una actitud de efusiva comprensión hacia Estados Unidos (Hiroshima y Granada incluidas) y sobre todo borrarme de la solidaridad con Cuba y Nicaragua. Y eso no estoy dispuesto a hacerlo. Cada uno tiene sus convicciones, sus normas y su ética; yo tengo las mías y a ellas me atengo. A esta altura, después de once años de exilio, deportaciones, amenazas, prohibiciones y excomuniones varias, no voy a renunciar a un mismo derecho privado: vivir en paz conmigo mismo.


Están en este artículo todos los temas por los que Benedetti siempre ha luchado y sobre los cuales ha escrito.

Aquí nos muestra que es un escritor producto de la moralidad del compromiso, el compromiso como un «forcejeo agónico entre la conciencia de uno mismo y la conciencia de los otros» (Vázquez Montalbán, 1985). El compromiso significa para él renunciar al absoluto del yo y dar un lenguaje a los hombres. Es un suponer en el que el periodismo juega un papel fundamental, y se presenta como una actividad lógica para un hombre que cree en la funcionalidad histórica de la palabra. De hecho Benedetti nunca ha compartido el desprecio intelectual por la falta de rigor de la que se acusa a la Prensa. El periodista, o bien opinionista, Mario Benedetti, no renuncia a sus cualidades de escritor: escribe para el día sin que esto merme el valor trascendental de lo escrito, el valor que queda más allá del tiempo de vida de un diario. En los dos años de colaboración Benedetti escribe sobre todo sobre su condición de exiliado, el tema que seguramente más ha influido sobre su vida de hombre en general y de escritor en particular. ¿Qué es el exilio? Para Santiago, alter-ego de Benedetti, «El exilio es una grieta que diariamente se ahonda» (Benedetti, 1982: 215).

Antes que nada el exilio es una situación. La palabra tiene un matiz precario y temporal: parece aludir a una situación anormal, transitoria, algo así que tendrá que cerrarse con la vuelta a los orígenes. Y esto lo distingue de la palabra emigración, que traduce una resolución definitiva de alejamiento e integración en otra cultura. Pero, en realidad, ambas situaciones se confunden, así como se entreveran las causas económicas y políticas que las provocan: del mismo modo que muchos exilios se transforman en emigraciones, muchas emigraciones se acortan por varias razones y se convierten en períodos de exilio en el extranjero.

El exilio puede ser obligatorio o voluntario, y a pesar de las distintas causas, sigue siendo siempre una exclusión. Pero el exiliado voluntario deja tras de sí una puerta abierta, mientras el exiliado político sabe que lo único que le queda detrás es un muro inaccesible. Por lo tanto la nostalgia de su país es completamente diferente. Para el primero, que generalmente ha tomado esta decisión después de una larga reflexión, abandonar su tierra implica una desvalorización de sus raíces -aunque sea transitoria- o incluso una negación de las mismas, y no se otorga a sí mismo el derecho a añorar lo que deja atrás.

En cambio, el exiliado político es un excluido e incluso un derrotado. Sabe que van a pasar largos años antes que pueda volver, y otros más antes que el triunfo de las ideas que defiende sea verosímil. La derrota, como signo de un impulso perdido, seguirá afectando por lo menos a otra generación.

Es lógico que transcurra cierto tiempo antes que se pueda librar de un rencor que apenas le deja tiempo y espacio para la nostalgia. La expulsión del exiliado político está acompañada de amenazas muy concretas. Y es propio éste el aspecto más traumático desde el punto de vista psicológico. La expulsión, aunque por enemigos ideológicos, trae consigo una sensación de ser no querido, no aceptado por la sociedad que manda. A pesar de que la razón histórica está de su parte, no puede eludir el hecho de que un sector social lo ha sacado de su sociedad. Por lo visto también los militares forman la sociedad.

Benedetti en «El hombre, ese expulsado» (Benedetti, 1988) subraya que existen también otros exilios, otras expulsiones. Un sector social puede tener a veces exiliados a otro nivel.

...Y hay más exilios, más expulsiones, siempre hay más: la enfermedad, el analfabetismo, la envidia, el hambre, la impotencia. Todas son expulsiones de la vida plena. [...] Y en la provincia aneja está la muerte, esa muerte que es exilio final, el más irreparable, el exilio para que nacemos. Tal vez, después de todo, la menos traumática de la cadena de expulsiones que forman una vida. El exilio en la nada.


Volviendo al exilio político y en particular al de Benedetti, nos preguntamos si el ser un transterrado (haber cambiado país, pero no idioma) ha significado para él poder seguir escribiendo de su Montevideo y pregonar sus ideas a un público incluso mayor.

El hecho que no fuese completamente un extranjero seguramente le ha ayudado a seguir adelante ya que la integración en otros países ha sido facilitada por el idioma común.

«Nadie puede ni quiere quitarse sus nostalgias, pero el exilio no debe convertirse en frustración. Vincularse y trabajar con la gente del país como si fuera nuestra gente, es la mejor forma de sentirnos útiles y no hay mejor antídoto contra la frustración que esa sensación de utilidad» (Benedetti, 1982: 187). Lo que afirma Rafael en Primavera con una esquina rota, obra de creación, Benedetti lo expresa también en sus artículos periodísticos.

Ser extranjero significa, por lo común, hablar otra lengua. Si un extranjero llega a un país diferente y no habla el idioma, en seguida se establece un muro espontáneamente:

No hay Verfremdungseffekt más primitivo, más elemental, que la distancia que media entre dos lenguas. En la antigüedad, la condición de extranjero o de extraño se apoyaba en el distinto color de la piel, pero también en el uso de otra lengua, y frecuentemente era la mera proximidad colectiva del extranjero la que generaba las guerras, sin que mediara una provocación factual.


(Benedetti, 1986b).                


Benedetti se ha tenido que reorganizar en el exilio y empezar otra vez su vida cotidiana. Dice Rafael: «Reorganizarse en el exilio no es, como tantas veces se dice, empezar a contar desde cero, sino desde menos cuatro o menos veinte o menos cien. [...] Pero nada podrá ser igual a la prehistoria del '73. Para mejor o para peor; no estoy seguro. Y menos seguro estoy de poder habituarme, si algún día regreso, a ese país distinto que ahora se está gestando en la trastienda de lo prohibido». (Benedetti, 1982: 104)

Benedetti subraya en sus artículos que un escritor que vive desgajado de su suelo y de su cielo, de sus cosas y de su gente no es alguien que aborda el exilio como un tema más, sino un exiliado que escribe.

Pero el escritor exiliado tiene el deber de integrar su vivencia con la del país, su deber es reivindicar su ser escritor, a pesar de todo, y buscar el modo de seguir escribiendo. Eso es lo que hizo él:

Es obvio que una cultura no es una mera suma de individualidades; es también un clima, una recíproca influencia, una polémica vitalidad, un diálogo constructivo, un pasado de discusión y análisis, y es también un paisaje compartido, un cielo familiar. El exilio, en cambio, es casi siempre una frustración, aun en los casos en que la fraterna solidaridad mitiga la nostalgia y el desarraigo. Para las dictaduras del Cono Sur, la cultura es subversión. De ahí que su proyecto siempre incluya el genocidio cultural. No creo que nada ni nadie pueda cumplir el macabro designio de exterminar una cultura. Puede, sí, devastarla, descalabrarla, vulnerarla, dejarla malherida, pero nunca destruirla. Por eso es tan importante que, tanto desde el interior de nuestros castigados países como desde el exilio, cuidemos nuestra cultura, hagamos un esfuerzo, no sobrehumano, sino profundamente humano, por contrarrestar la devastación, por asegurar la continuidad de nuestras letras, de nuestras artes plásticas, de nuestra música. Si aun en el exilio, y aquí quiero referirme concretamente al exilio uruguayo, el escritor logra seguir escribiendo; el pintor pintando; el músico componiendo, la cultura se desarrollará y más tarde se insertará en lo que hayan estado haciendo (a menudo en un insólito arte de la entrelínea) los escritores y artistas que lograron permanecer en el país; la cultura uruguaya del futuro no será así una suma mecánica, sino una vital convergencia de esas dos fuentes.


(Benedetti, 1994: 16)                


En realidad la dictadura ha provocado un corte entre la cultura de antes y la de después: los que quedaron tenían el contexto pero no la libertad, mientras los que se fueron tenían la libertad pero no el contexto. Por lo tanto no cabe duda que para poder hablar de una verdadera cultura nacional se tienen que reunir estas dos «culturas mutiladas». A partir de 1983 Uruguay ha recuperado la democracia, el proceso de transición ha sido largo y suave, sin cambio repentino de la sociedad. Con la democracia recuperada, aunque precariamente y en medio de una gran crisis económica, el aislamiento y la interdicción han concluido. No sólo es posible publicar o cantar o representar en un escenario lo que cada uno considera oportuno, sino han podido regresar también los artistas del exilio y acceder a los escenarios prestigiosos cantantes extranjeros cuya actuación había sido prohibida durante largos años (Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Joan Manuel Serrat, Chico Buarque, Mercedes Sosa y tantos otros).

El poema «Eso dicen» (Benedetti, 1995: 11) se presenta como la síntesis más adecuada para la situación en la que un exiliado añora su patria y compara su recuerdo con la noticias que le llegan.



    Eso dicen
que al cabo de diez años
todo ha cambiado allá
dicen
que la avenida está sin árboles
y yo no soy quién para ponerlo en duda

¿acaso yo no estoy sin árboles
y sin memoria de esos árboles
que según dicen
ya no están?

Al volver, lo que había imaginado llega a ser realidad. El país de antes ya no existe: todo ha cambiado o se ha convertido en otra cosa. En Andamios, última novela de Benedetti, «Es cierto que la Avenida está sin árboles [...]. Es sobre todo una alteración de atmósfera, un cierto trapicheo ético, como si la ciudad tuviera otro aire, la sociedad otra inercia, la conciencia otro abandono y la solidaridad otras ataduras». (Benedetti, 1996: 329). También parece tener que ver perfectamente el título de la novela escrita en 1982, Primavera con una esquina rota, en la que varios personajes, desde una niña hasta un abuelo, cuentan su experiencia del exilio.

Cuando Santiago alcanza a su familia en el exilio, después de cinco años de invierno en la cárcel, cuando va hacia la primavera dice: «la primavera es como un espejo, pero el mío tiene una esquina rota (...) pero aun con una esquina rota el espejo sirve (...). Habrá que volver pero a qué país a qué Uruguay (...) también tendrá una esquina rota y reflejará más realidades que cuando el espejo estaba virgen (...) habrá que volver pero a qué primavera».

Las librerías se pueblan de autores nacionales y extranjeros: aparecen juntos libros que un autor nacional o extranjero publicó en esos años de marginación y que antes habían sido ignorados.

Pero el escritor que estuvo exiliado llega a los lectores de su país en un desorden que siembra confusión. Al consumidor de literatura le es casi imposible seguir el desarrollo de una narrativa o de una obra poética. Lee un libro aparecido el año pasado y luego, casi como si fuera una continuación, otro que el mismo autor publicó años atrás, para el lector que vivió las obstrucciones y vedas del proceso, todos estos libros son contemporáneos. No es posible concebir que una cultura pueda recuperarse fácilmente del perjuicio sufrido durante varios años de clausura y ruptura, de censura y desinformación. «Si bien no hay genocidio cultural que sea capaz de exterminar una cultura, ésta suele quedar malherida, agrietada, escindida en compartimientos estancos». (Benedetti, 1986a).

Benedetti dice en una entrevista publicada por El País, en 1984, que el pueblo uruguayo ha elegido salir de la dictadura con «imaginación y tenacidad». La democracia del país es todavía incompleta, mutilada y frágil. Los uruguayos han preferido un ritmo moderado de transición.

A la pregunta del periodista: ¿Piensa volver a Uruguay? ¿A qué Uruguay? Benedetti responde:

Yo pienso volver a Uruguay en cuanto se instale el nuevo Gobierno legal por uno o dos meses. Después pienso volver a España, y un propósito -todo esto siempre es transitorio y a revisar con la realidad- es compartir mi vida entre Montevideo y Madrid. Yo digo que el exilio es una decisión que otros tomaron por uno, en cambio el desexilio, que después de todo es una palabra que yo inventé y tengo derecho a usar, es una decisión individual. Una decisión que uno toma. La decisión que yo he tomado es ésa, un semidesexilio. Madrid representa también mucho para mí y, por supuesto, tengo enormes ganas de volver a mi país, a mi ciudad.


Seguramente el desexilio se ha revelado un problema tan arduo como lo fue entonces el exilio y quizá incluso más complejo. Para esta situación la palabra clave es la comprensión; ¿los que se quedaron o pudieron quedarse hasta qué punto van a comprender a los que tuvieron que sufrir el exilio?; y, ¿hasta qué punto los que regresan comprenderán su país que ya es distinto? Todos, cierto, los que quedaron y los que se fueron vivieron un desajuste, y después de todo lo sufrido nadie puede ser el mismo. Sostiene Rafael en Primavera con una esquina rota (Benedetti, 1982: 210): «Nunca vamos a ser lo de antes. Mejores o peores, cada uno lo sabrá (...). Tenemos que reconstruirnos, claro: plantar nuevos árboles, pero tal vez no consigamos en el vivero los mismos tallitos, las mismas semillas. Levantar nuevas casas, estupendo, pero ¿será bueno que el arquitecto se limite a reproducir fielmente el plano anterior, o será infinitamente mejor que repiense el problema y dibuje un nuevo plano, en el que se contemplen nuestras necesidades actuales? Quitar los escombros, dentro de lo posible, porque también habrá escombros que nadie podrá quitar del corazón y de la memoria».

Cada uno de los exiliados se ha construido una vida en su patria suplente, y la decisión de regreso depende también de la condición de su nueva vida. Por esto el ser humano, en situaciones como ésta, tiene que elegir individualmente. «La nostalgia suele ser un rasgo determinante del exilio, pero no debe descartarse que la contranostalgia lo sea del desexilio. Así como la patria no es una bandera ni un himno, sino la suma aproximada de nuestras infancias, nuestros cielos, nuestros amigos, nuestros maestros, nuestros amores, nuestras calles, nuestras cocinas, nuestras canciones, nuestros libros, nuestro lenguaje y nuestro sol, así también el país (y sobre todo el pueblo) que nos acoge, nos va contagiando fervores, odios, hábitos, palabras, gestos, paisajes, tradiciones, rebeldías, y llega un momento (más aún si el exilio se prolonga) en que nos convertimos en un modesto empalme de culturas, de presencias, de sueños. Junto con una concreta esperanza de regreso, junto con la sensación inequívoca de que la vieja nostalgia se hace noción de patria, puede que vislumbremos que el sitio está ocupado por la contranostalgia de lo que hoy tenemos y vamos a dejar: la curiosa nostalgia del exilio en plena patria». (Benedetti, 1994: 33).

Sin embargo, la fusión entre los de dentro y los de fuera puede rejuvenecer a todos y también ayudar a formar el futuro del nuevo país, ya que es la condición típica del hombre vivir en el tira y afloja entre lo que se añora y lo que se tiene. Es gracias a esa compensación inacabable que se enriquece la vida de cada uno.

Bibliografía

Benedetti, Mario, Primavera con una esquina rota, México D.F., Editorial Nueva Imagen, 1982.

Benedetti, Mario, «Pobreza de la cultura y cultura de la pobreza», en El País, 9 de marzo de 1986a.

Benedetti, Mario, «La paz o la aceptación del otro», en El País, 5 de octubre de 1986b.

Benedetti, Mario, «El hombre, ese expulsado», en El País, 24 de abril de 1988.

Benedetti, Mario, Articulario, Desexilio y Perplejidades, Madrid, El País Aguilar, 1994.

Benedetti, Mario, Inventario, Madrid, Colección Visor de Poesía, 1995.

Benedetti, Mario, Andamios, Buenos Aires, Seix Barral, 1996.

Fietta, Jarque, «Mario Benedetti y la teoría del desexilio», en El País, 16 de diciembre de 1984.

Galeano, Eduardo, La lección intelectual de Ángel Rama. La riesgosa navegación del escritor exiliado, Montevideo, Arca, 1995.

Rama, Ángel, La riesgosa navegación del escritor exiliado, Montevideo, Arca, 1995.

Vázquez Montalbán, Manuel, «Benedetti, Gardel y Vivaldi», en El País, 20 de enero de 1985.