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ArribaAbajoActo segundo

La muerte


 

Sala en la casa de D. FROILÁN. A la derecha del actor, la puerta que conduce a la de la escalera; a la izquierda, otra que guía a las habitaciones interiores, y otra en el foro, con vidriera y cortinas.

 

Escena I

 

ISABEL

 
 

Aparece sentada junto a un velador, donde habrá varios periódicos, y acabando de leer uno.

 
ISABEL
Ni cartas confidenciales,
ni partes, ni conjeturas
siquiera... Desde que entró
la brigada en Cataluña
no ha vuelto a saberse de ella.
¿Qué suerte será la suya?
No escribir en tantos días
don Pablo... ¡Mortal angustia!
¿Habrán sido derrotados?
Alguna emboscada, alguna
sorpresa... Pero muy pronto
las malas nuevas circulan.
Parciales y confidentes
tiene la rebelde turba
donde quiera, y cuando callan
es seguro que no triunfan.
Esta reflexión me vuelve
la esperanza. Sí, me anuncia
el corazón...


Escena II

 

ISABEL, D. FROILÁN

 
FROILÁN
¡Hola! ¡Cómo
te aplicas a la lectura
estos días! ¿También tú
te aficionas como muchas
a las cuestiones políticas
más que a la plancha y la aguja?
ISABEL
A todos nos interesa
saber quién vence en la lucha
funesta que nos divide.
FROILÁN
Eso ya no admite duda;
al fin cantarán victoria
don Carlos y la cogulla.
Ya todo esfuerzo es inútil.
Nuestro mal no tiene cura.
La libertad es aquí
planta exótica, infecunda.
La sociedad se desquicia
y la patria se derrumba.
ISABEL

 (Entre dientes.) 

Si como tú se echan todos
en el surco...
FROILÁN
¿Qué murmuras?
Yo soy un buen ciudadano;
yo siento que la fortuna
nos vuelva la espalda, y son
mis intenciones muy puras;
pero, en fin, estaba escrito
allá arriba, y es locura...
Repasaré esos periódicos,
sin embargo. Ni disputas
políticas, ni noticias
busco en ellos: son absurdas
comúnmente las primeras
y fatales las segundas;
pero en tanto que me sirven
el desayuno, me gusta
recrearme con un trozo
de amena literatura,
descifrar una charada,
reírme con una pulla...
Así me distraigo un poco,
y las lágrimas se enjugan
que a mi corazón arrancan
las calamidades públicas.

 (Se iba con los papeles, y vuelve.) 

¡Ah! ¿Viene aquí alguna nueva
de nuestra marcial columna?
ISABEL
¡Nada!
FROILÁN
¡Pues! ¡Lo que yo digo!
¡Pereció! ¡Todo se frustra!
La falta de dirección...
Alguna mano perjura
sin duda los hizo presa
de Tristany o Camas-Crúas.
¡Qué dolor de juventud!
¡La flor de Cesaraugusta!...

 (A D. ELÍAS, que entra.) 

¡Oh amigo! Soy con usted.
¡Qué horror! El almuerzo, Bruna.


Escena III

 

ISABEL, D. ELÍAS

 
ISABEL
(¡Ay desgraciada! Su triste
presagio me hace temblar.)
ELÍAS
(Yo la voy a declarar
mi amor... y laus tibi, Christe.)
Para un asunto de urgencia,
que diré en lenguaje explícito,
concédame usted, si es lícito,
cuatro minutos de audiencia.
Yo la amo a usted. Más conciso
ningún amante sería,
y es que entra en mi economía
no hablar más de lo preciso.
En paz y en gracia de Dios
que hemos de vivir entiendo,
y no es maravilla, siendo
capitalistas los dos.
Mi caudal es la salud,
el dinero y la alegría,
y el de usted, señora mía,
la hermosura y la virtud.
(Paso en silencio su dote,
que es lo que más me acomoda.)
Ajustemos, pues, la boda,
y casémonos a escote.
Mucho vale el ser hermosa;
mi amor sea el testimonio;
pero un rico patrimonio
también vale alguna cosa.
No sé qué será peor
en este mundo embustero:
si hermosura sin dinero,
o dinero sin amor;
mas siempre que a lo segundo
lo primero unido va,
allí la ventura está,
o no hay ventura en el mundo.
Aunque en la ciudad se suena
que soy dado a la avaricia,
comer bien es mi delicia...
(cuando como en casa ajena).
Ello sí, como está en moda,
la economía cursé,
y a todo la aplicaré...
menos al pan de la boda.
Poco avaro, en fin, soy yo
cuando a casarme me allano.
Conque... ¿acomoda mi mano?
Responda usted: sí o no.
ISABEL
Aunque debo celebrar
con más risa que sorpresa
el sumo donaire de esa
declaración singular,
merece el que así me honró
igual franqueza de mí.
No puedo decir que sí.
ELÍAS
¿Luego dice usted que no?
¡Cruel mujer!
ISABEL
No. Sincera.
ELÍAS
¡Tal desvío a mi pasión!
¡Ah! ¿Tiene usted corazón?
ISABEL
¡Ojalá no lo tuviera!
ELÍAS
Si no ha de ser para mí,
si otro hombre lo cautivó...
ISABEL
No puedo decir que no.
ELÍAS
¿Luego dice usted que sí?
¿Habrá fortuna más perra?
¿Habrá mujer más ingrata?
Si dice que no, me mata;
si dice que sí, me entierra.
ISABEL
¡Ay, don Elías, que el cielo
con mayor mal me atormenta!
Ese no que usted lamenta
fuera para mí un consuelo.
ELÍAS
¡Cómo!...
ISABEL
Basta ya, si es chanza.
Si habla usted de veras...
ELÍAS
Sí.
¡Oh!...
ISABEL
Yo no tengo, ¡ay de mí!
ni puedo dar esperanza.
Con harta pena lo digo.
ELÍAS
¿Qué va a ser de mí, Isabel?
ISABEL
Sea usted mi amigo fiel.
Yo he menester un amigo.
ELÍAS
Algo más quise alcanzar,
mas lo seré. (Y me conviene,
porque al fin y al cabo tiene
haciendas que administrar.)


Escena IV

 

ISABEL, D. ELÍAS, JACINTA

 
JACINTA
¡Oh, que está aquí don Elías!
Lo celebro mucho.
ELÍAS
Siempre
a los pies de usted. ¿Qué tal?
¿Hay noticias del ausente?
JACINTA
Ninguna. Nada se sabe;
ni hay cartas, ni los papeles
públicos me dan indicios
de si vive o de si muere.
ELÍAS
No es extraño que en la guerra
los correos se intercepten,
mas no tenga usted cuidado,
porque la facción rebelde
o no osará combatir
con nuestra tropa valiente,
o pagará su osadía
muy cara.
JACINTA
Pero, ¡tenerme
sin saber de él tanto tiempo!
Si es cierto que bien me quiere,
¿cómo no ha hallado camino
para hablarme de su suerte,
de su amor?... ¡Su amor!... Jacinta
ya tal vez no lo merece.
Quizá a los pies de otra dama
ha puesto ya sus laureles.
ISABEL
No digas tal de don Pablo,
pues ningún motivo tienes
para dudar de su fe.
JACINTA
¡Ah, que la ausencia es la muerte
del amor! Los hombres...
ELÍAS
Son
pérfidos, inconsecuentes...
¡Hombres! ¡Oh! Yo no los quiero...
Me gustan más las mujeres.
UN CIEGO

 (Dentro, gritando.) 

El suplimiento al Patriota Aragonés, que
acaba de salir ahora nuevo, con noticias interesantes.
ISABEL
¿Qué grita ese ciego? Oigamos...
JACINTA
Suplemento...
ISABEL
(¡Ay, Dios! Si fuese...)
EL CIEGO
Con la completa derrota de la faición del
Canónigo, por la colufna que salió de esta
capital en su presecución.
ISABEL
¿Has oído? ¡Ah! Don Elías...
JACINTA
¡Qué gozo!
ISABEL
Corra usted, vuele...
ELÍAS
El suplemento... Sí... Voy...
(Es chasco que se me peguen
los cuartos...) No tengo suelto...
ISABEL
¡Oh, Dios mío!
JACINTA

 (Dándole el ridículo, del cual saca cuartos DON ELÍAS.) 

Aquí habrá.
ELÍAS
Nueve...
diez... Hay bastante.
JACINTA
¡Qué plomo!
ISABEL
¡Vamos!
ELÍAS

 (Yéndose.) 

(Si lo saco en siete...)


Escena V

 

JACINTA, ISABEL

 
EL CIEGO

 (Dentro.) 

El suplimiento al Patriota Aragonés, que
ahora acaba de salir nuevo, con la derrota...
¿Quién llama?
ISABEL
Ya los afanes cesaron.
Nuestros milicianos vencen.
Pronto a los dulces hogares
volverán... ¡Ah, cuán alegre
estoy!
JACINTA
¡Pablo de mi vida!
Vuelve a mis brazos. ¡Oh! Vuelve
la dicha a mi corazón.


Escena VI

 

JACINTA, ISABEL, D. ELÍAS

 
ELÍAS

 (Con un impreso.) 

¡Victoria! Escuchen ustedes.

 (Lee.) 

«La columna expedicionaria de Zaragoza ha dado un día de gloria a la nación. La gavilla del Canónigo ha sido batida, destrozada a las inmediaciones de Gandesa. Así lo afirma de oficio el alcalde constitucional de dicha villa, y se espera de un momento a otro el parte circunstanciado. Mientras llega y lo publican las autoridades, no queremos retardar a nuestros lectores tan fausta noticia. Nuestros bizarros milicianos han rivalizado en pericia y valor con las beneméritas tropas que han tenido parte en la acción. ¡Viva la libertad! ¡Viva Isabel II!»

ISABEL
¡Oh cielo, yo te bendigo!
ELÍAS
Doy a usted mil parabienes,
Jacinta.
JACINTA
¡Y Pablo no escribe!
ISABEL
Querrá tal vez sorprenderte...
ELÍAS
Aquí viene don Froilán.
¡Qué cara de miserere!


Escena VII

 

ISABEL, JACINTA, D. ELÍAS, D. FROILÁN

 
FROILÁN
Todo el barrio se alborota;
los ciegos van dando gritos...
¿Qué anuncian esos malditos?
Sin duda, alguna derrota.
JACINTA
Derrota: tienes razón.
FROILÁN
¿Lo veis? ¡Oh días aciagos!
ISABEL
Mas quien llora sus estragos
es la enemiga facción.
FROILÁN
Dirán que es suyo el revés,
mas yo temo que en el lance...
ELÍAS
¡Oh!... Lea usted el alcance
del Patriota Aragonés.

 (Le da el impreso, y lo lee para sí DON FROILÁN.) 

JACINTA
En todo ve mal agüero.
ISABEL
En nada encuentra placer.
ELÍAS
Corneja debía ser
ese hombre, o sepulturero.
FROILÁN
Es muy vaga la noticia.
Es atrasada la fecha.
Si fue la facción deshecha,
¿qué se hizo nuestra milicia?
En la guerra hay mil azares,
y, además, la exactitud
no siempre fue la virtud
de los partes militares.
Muchos planes y cautelas,
y alardes y movimientos,
y zanjas y campamentos,
y curvas y paralelas.
Mucho de causar zozobras
a las fuerzas enemigas;
de encarecer las fatigas,
de describir las maniobras.
Mucha recomendación;
mucho de Roma y Numancia;
Y ¿qué nos dice en sustancia
el jefe de división?
Que anduvimos cuatro leguas;
que el faccioso echó a correr
dejando en nuestro poder
una mochila y dos yeguas;
que allí hubieran muerto muchos
de la gavilla perjura
a no ser la noche oscura
y a no faltar los cartuchos;
que el cabecilla vasallo
huyó a tiempo de la quema,
y se salvó... por la extrema
ligereza del caballo;
que por falta de refuerzo
deja el campo de batalla
y va a esperar la vitualla
a Villafranca del Bierzo;
que envíen francas de portes
diez cruces de San Fernando;
y concluye suplicando
al Ministro y a las Cortes
que sin exigir recibo
le traigan los maragatos
seis mil pares de zapatos
y un millón en efectivo.
JACINTA
Jefes hay que en tu pintura
su historia acaso verán,
pero no todos, Froilán,
merecen esa censura.
ISABEL
Ver siempre males eternos
es fatal filosofía.
ELÍAS
Se previene por si un día,
va a parar a los infiernos.


Escena VIII

 

ISABEL, JACINTA, D. ELÍAS, D. FROILÁN, RAMÓN

 
RAMÓN
Esta carta es para usted.

 (Da una carta JACINTA.) 

JACINTA
¡Es letra de don Matías!
¿Y don Pablo?... ¿No hay más cartas?
RAMÓN
No hay más que esa, señorita.


Escena IX

 

JACINTA, ISABEL, D. FROILÁN, D. ELÍAS

 
ISABEL
¡No escribir don Pablo! (¡Oh Dios!)
FROILÁN
Eso me da mala espina.
JACINTA
¡Qué ingratitud!
ELÍAS
Abra usted
pronto esa carta, Jacinta,
y saldremos de inquietudes,
y ahorraremos profecías.

JACINTA   (Abre la carta y lee.) «En el mismo campo de batalla, cubierto de cadáveres enemigos, me apresuro a participar a usted la victoria de nuestras armas. Los restos de la facción huyen dispersos y aterrados, y una parte de la columna los persigue y acosa en todas direcciones. Yo también parto ahora en su seguimiento. La pérdida del enemigo es grave; la nuestra muy corta: cuatro soldados muertos y unos veinte heridos, todos de tropa...»

ISABEL
(¡Ah! Respiro.)
ELÍAS

 (A D. FROILÁN.) 

¿Lo ve usted?
FROILÁN
Déjela usted que prosiga
leyendo, y harto será
que alguna mala noticia...
JACINTA
Lo demás son cumplimientos,
memorias, galanterías...
¡Es tan fino aquel muchacho!
En el campo, entre las filas,
rendido acaso del hambre,
de la sed, de la fatiga,
me escribe tan obsequioso;
y al que en la amarga partida
me juró constancia eterna
¡no le merezco dos líneas!
Así son todos los hombres.
¡Necia la que en ellos fía!
ISABEL
No habrá podido escribir.
ELÍAS
Muchas cartas se extravían...
FROILÁN
Mi corazón es leal.
No en vano me lo decía.
Don Pablo es un aturdido.
Engolfado en la milicia,
ya no se acuerda de ti.
ISABEL
(¡No tuviera yo esa dicha!)
FROILÁN
Alguna linda patrona
en sus brazos le cautiva.
ISABEL
(¡Ay, eso no!)
JACINTA
¡Quién creyera
que su amor fuese mentira!
UNA CIEGA

 (Dentro.) 

El supimiento al Boletín Oficial.
El supimiento extraudinario.
ISABEL
¿Habéis oído? Otro parte
sin duda...
ELÍAS
Será la misma
relación...
JACINTA
Manda a comprarlo,
Froilán.
FROILÁN
Alguna engañifa...


Escena X

 

ISABEL, JACINTA, D. ELÍAS, FROILÁN, RAMÓN

 
RAMÓN
Aquí está el impreso.
ELÍAS
Venga.
RAMÓN
Parece que se confirma...
FROILÁN
Bien está, sí. Ya sabemos
leer. Vete a la cocina.


Escena XI

 

ISABEL, JACINTA, D. ELÍAS, D. FROILÁN

 

ELÍAS   (Lee.) «Capitanía general de Aragón. Hago saber al público para su satisfacción que los rebeldes han sido en efecto batidos completamente entre Mora y Gandesa por la valerosa columna de milicianos y tropa que salió últimamente de esta capital. Mientras se imprime y publica el parte circunstanciado, me complazco en asegurar a este heroico vecindario que nuestra pérdida sólo ha consistido en seis hombres muertos, entre ellos un oficial, y diez y ocho heridos, ascendiendo la del enemigo a ciento veinte de los primeros, sobre trescientos de los segundos, y más de quinientos prisioneros. Zaragoza, &C.»

ISABEL
¡Ah! ¿Quién será ese oficial
muerto? ¿Será por desdicha...
don Pablo?
FROILÁN
¡Pues! ¡Si lo dije!
JACINTA
¡Jesús, que fatal manía
de presagiar infortunios!
ELÍAS
Si alguno de la Milicia
hubiera muerto en la acción,
en su carta lo diría
don Matías.
JACINTA
Cierto. Esa
reflexión me tranquiliza.
FROILÁN
Aún seguían nuestras tropas
a las huestes fugitivas
cuando se escribió la carta;
esto y el no haber noticias
de don Pablo, hacen temer
que alguna bala homicida
abrevió ¡desventurado!
la carrera de sus días.
ISABEL
¡Ah! ¡Fundado es su temor!
JACINTA
Que lo tema y no lo diga.
Parece que se deleita
en afligir...
ELÍAS
¿Y no había
más oficiales allí?
¡Qué razón nos autoriza
a suponer que entre tantos
tocó a don Pablo la china?
Otro pudo ser el muerto:
quizá el mismo que escribía
tan gozoso...
JACINTA
¡Oh! Sí. ¿Quién sabe?
Dice en su carta que él iba
a marchar segunda vez
contra la fuerza enemiga.
FROILÁN
Pues bien, el uno o el otro,
ya no hay duda, han sido víctimas.
¡Tal vez entrambos! ¡Oh guerra!
¡Guerra infausta, fratricida!
¡Pobres muchachos!... En fin,
¡estaba escrito allá arriba!
No han de dar vida a los muertos
nuestras lágrimas tardías.
Yo me voy a mis negocios.
Esas cosas me contristan
sobremanera. De hoy más
nadie me hable de política.
Soy sensible...

 (A JACINTA e ISABEL.) 

¡Eh! No lloréis...
Dios guarde a usted, don Elías.


Escena XII

 

ISABEL, JACINTA, D. ELÍAS

 
ELÍAS
Maldita sea tu estampa,
y otra vez sea maldita.
¿Por qué no lleva a una gruta
su negra misantropía?
Malo está ese hombre. Yo creo
que padece de ictericia.
JACINTA
(¡Mi Pablo! ¿Será posible...
¡La prenda del alma mía!...
¡Ah, qué amargura! Y el otro...
El amable don Matías...
Lástima fuera por cierto...)
ELÍAS
(Y ello..., si bien se examina...
no es temerario el pronóstico.
Lo cierto es que los carlistas
no tiran con algodón.
Broma pesada sería
haberse muerto don Pablo
dejándome a mí per istam
sin cobrar aquella cuenta,
y en circunstancias tan críticas!)
ISABEL
(Saber la verdad anhelo...,
y tiemblo de descubrirla.)
JACINTA
(¡Tan bizarros y morir
en lo mejor de su vida!)
ELÍAS
(Diez onzas me debe el uno,
y el otro sólo una fina
amistad. Si el uno de ellos
expiró, Virgen Santísima,
¡que sea el vivo don Pablo
y el difunto don Matías!)
ISABEL
(No quiero que nadie muera:
quiero que don Pablo viva,
aunque otra mujer le goce...,
y yo me muera de envidia!)
MATÍAS

 (Dentro.) 

¿Dónde están?
JACINTA

 (Corriendo a recibirle.) 

Esa voz...
ISABEL

 (Lo mismo y también D. ELÍAS.) 

¿Qué oigo?
ELÍAS
¡Amigo!
ISABEL
¡Cielos!
MATÍAS

  (Entrando.) 

¡Jacinta!


Escena XIII

 

ISABEL, JACINTA, D. ELÍAS, D. MATÍAS

 
JACINTA
¡Bien venido el vencedor!
ISABEL
¿Y don Pablo?
JACINTA
¡Cuánto polvo!
MATÍAS
Apenas hace una hora
que llegué...
ISABEL
Pero...
ELÍAS
Usted solo...
MATÍAS
Solo. Yo he traído el parte
de nuestro triunfo glorioso.
En casa del general
me han tenido hasta hace poco;
he abrazado a mi familia,
y sin quitarme este lodo
vengo a saludar a ustedes.
JACINTA
¿Y sabes que viene gordo,
Isabel? Pero don Pablo...
ISABEL
¡Ah! ¿Qué es de él? ¿Vive?
MATÍAS
El destrozo
del enemigo fue grande,
pero los humanos gozos
¡cuán rara vez son completos!
JACINTA
¡Cómo!
ISABEL
¡Acabe usted!
MATÍAS
El rostro
de la fortuna no siempre
sonríe al valor heroico.
JACINTA
¿Será posible?...
ISABEL
¡Ah! ¡Murió?
JACINTA
¡Cumplióse el fatal pronóstico
de Froilán!
MATÍAS
Siento afligir
a ustedes. Su ciego arrojo...
ISABEL
¡Ay, dolor! ¡Ay, desventura!

 (Se deja caer en una silla y llora amargamente.) 

ELÍAS
(¡Mi dinero!) ¡Pobre mozo!...
JACINTA
Bien mi corazón temía...
MATÍAS
Justo es, Jacinta, ese lloro,
mas si la flor de su vida
cortó el enemigo plomo,
al menos murió vengado,
y en los siglos más remotos
vivirá inmortal su nombre.
ISABEL
¡Dios mío! ¡Salvarse todos,
y él solo morir!
JACINTA
¡Mi Pablo!
MATÍAS
Persiguiendo a los facciosos
con más valor que cautela...
ISABEL
¿Y nadie le dio socorro?
MATÍAS
¿Y quién detiene una bala,
Isabel? Ciego de encono
contra la armada facción,
se desvió de nosotros
demasiado cuando ya
la columna, después de ocho
o diez horas de pelea,
necesitando reposo,
se acantonaba triunfante
en los pueblos del contorno.
JACINTA
¡Ah! ¿Quién se lo hubiera dicho?
¡Infeliz!
ELÍAS
(¡Diez onzas de oro!)
ISABEL
¡Y abandonado en el monte
será presa de los lobos
su cadáver insepulto!
Y ¿quién sabe si esos monstruos
ceban la impotente saña
en sus sangrientos despojos!
¡Ah!

 (Queda abismada en su dolor.) 

ELÍAS
¡Qué horror!... ¿Murió don Pablo
sin reconocer...?
MATÍAS
Supongo...
ELÍAS
(¡Ah! ¿de quién reclamo?...Ese hombre
estaba dado al demonio.
¿A quién le ocurre morirse
sin arreglar sus negocios?)

 (Se sienta en otra silla junto a ISABEL, y de cuando en cuando le dirige la palabra para consolarla.) 

MATÍAS
También yo corrí peligro
de quedar allí.
JACINTA

 (Con interés.) 

Pues ¿cómo?...
MATÍAS
Me pasó el chacó una bala,
y otra me alcanzó en el hombro.
JACINTA
¡Cielos! ¿Fue grave la herida?
MATÍAS
No; me lastimó muy poco.
Venía cansada. Y siento
no haber caído redondo
en el campo de batalla.
JACINTA
No diga usted despropósitos.
MATÍAS
Más vale morir amado
que pasar el purgatorio
en vida, siendo el objeto
del menosprecio, del odio
de una ingrata.
JACINTA
¿Y es posible
que cuando lloran mis ojos
la desgracia de don Pablo
usted me hable de ese modo?
MATÍAS
¡Ah! si el muerto fuese yo,
no bañara usted su rostro
en lágrimas de amargura.
JACINTA
¿Por qué no? ¿Soy algún tronco
insensible?
MATÍAS
Usted me dijo...;
burla fue; bien lo conozco,
que me amaría a no estar
comprometida con otro.
JACINTA
Y crea usted... Pero ¡ay Dios!
dejemos este coloquio.
Necesito desahogar
mi corazón en sollozos.
No debo pensar ahora
sino en mi Pablo. Aún le oigo
decirme el último adiós
tan tierno, tan amoroso...
¡Y eterna felicidad
le juré yo! Si de pronto
aquí se alzara su sombra,
¡cuál sería mi sonrojo!
MATÍAS
No. Don Pablo desde el cielo
aprueba nuestro consorcio.
¿Sabe usted lo que me dijo...
(apelemos al embrollo)
cuando rompimos el fuego
contra el rebelde Canónigo?
«Tú eres mi mejor amigo,
Matías. Si cierro el ojo,
a ti dejo encomendada
mi Jacinta. Sé su esposo,
y el Ser Supremo bendiga
vuestro casto matrimonio.»
JACINTA
¿Eso dijo?
MATÍAS
Ah, sí, señora,
y lo dijo con un tono
de solemnidad profética
que llenó mi alma de asombro.
JACINTA
¡Pobrecillo! ¡Ay, Dios! Ahora
con más motivo le lloro.
MATÍAS
Yo también lloro y me aflijo,
y más cuando reflexiono,
Jacinta, que no merezco
heredar tanto tesoro.
JACINTA
Merecerlo..., ¡ah!... sí.
MATÍAS
¿De verás?
Esa palabra es el colmo
de mi gloria.
JACINTA
Yo ¿qué he dicho?
Por ahora nada respondo.
La memoria de don Pablo
es un cordel, es un tósigo
que me mata. Si algún día
la paz del alma recobro...
MATÍAS
¡Bien mío!
JACINTA

 (Bajando la voz.) 

¡Ah! Váyase usted,
que no estamos entre sordos.
MATÍAS
(Dice bien).
JACINTA
Usted vendrá
fatigado, y es forzoso
descansar.

 (Siguen hablando aparte.) 

ELÍAS

 (Se levanta.) 

(No me responde.
Veo que en vano la exhorto
a consolarse... Y a mí
¿quién me consuela? Hoy no como
de pena..., aunque esto no entraba
en mis planes económicos.
Vámonos de aquí.) Señora...
MATÍAS
Si viene usted hacia el Coso,
vamos juntos. Señoritas...

 (Bajo a JACINTA.) 

No olvide usted que la adoro.
Hasta luego.
JACINTA
Adiós, señores.
ELÍAS
(Otra vez yo ataré corto
al que me pida dinero.
Sin recibo... y testimonio
de no morir insolvente,
no vuelvo a prestar al prójimo.)


Escena XIV

 

ISABEL, JACINTA

 
JACINTA
¡Tú, Isabel, llorando así!
Me admira tu amargo duelo.
¿Habrá de darte consuelo
quien lo esperaba de ti?
ISABEL

 (Se levanta.) 

Viendo en mi frente la pena
dices que admirada estás...
Yo debo admirarme más
de ver la tuya serena.
JACINTA
¡Ah, que es mucha mi aflicción
aunque veo mi rostro enjuto!
ISABEL
Cuando en el rostro no hay luto
no hay pena en el corazón.
JACINTA
Sabe el cielo...
ISABEL
Sabe el cielo
que en alma capaz de amor
no es verdadero dolor
dolor que pide consuelo.
No hipócrita al cielo implores.
¡Aún el cuerpo no está frío
del que te dio su albedrío,
y de otro escuchas amores!
JACINTA
Siempre me amó don Matías,
y aunque en tan mala ocasión
me recuerda su pasión,
yo no sé hacer groserías.
No es culpa mía, Isabel,
que ese muchacho me quiera;
ni porque Pablo se muera
he de enterrarme con él.
Yo le amé mientras vivió.
Si el cielo cortó sus días,
y no ha muerto don Matías,
¿puedo remediarlo yo?
No es decir que esté dispuesta
a admitir amante nuevo,
aunque en justicia no debo
darle una mala respuesta.
Don Pablo, que era su amigo,
le dijo que si él moría
y yo en ello consentía,
se desposase conmigo.
Harto en mi dolor demuestro
cuán de veras he sentido
que se haya ¡ay de mí! cumplido
aquel presagio siniestro;
mas yo ahora te pregunto:
si al otro llego a querer,
¿hago más que obedecer
la voluntad del difunto?
ISABEL
¿Su voluntad? ¡Impostura!
¡Maldad! Quien de veras ama,
con el amor que le inflama
desciende a la sepultura.
Si el pago que tú le das
sabido hubiera al morir,
pudiérate maldecir,
pero ¿olvidarte? ¡Jamás!
¡Así tu lengua le infama!
¿Qué amante, si de este nombre
es merecedor, a otro hombre
deja en herencia su dama?
No, que es la dulce mitad
de su alma, y en la agonía
tras sí llevarla querría
a la inmensa eternidad.
JACINTA
Tanta exaltación me asombra
y tan extraña amargura.
¿Le amabas tú, por ventura,
que así defiendes su sombra?
ISABEL
Le amaba... ¿Qué digo? Le amo,
le idolatro todavía,
y él sólo me arrancaría
las lágrimas que derramo.
Él ignoró mi tormento
¡triste ley de la mujer!
y ni aun pude merecer
cortés agradecimiento.
Ahora sin rubor quebranto
del silencio la cadena;
¡ahora que la dicha ajena
no turbaré con mi llanto!
Ya no temo adversa suerte,
ni rivales, ni baldón.
Sagrada es ya mi pasión.
¡La divinizó la muerte!
JACINTA
¿Tú le amabas, Isabel?
Absorta me dejas.
ISABEL
¡Cielos!
Sin esperanza..., con celos...
¿Hay suplicio más cruel?
Y otra vez lo sufriría,
aunque penando muriera,
porque a la vida volviera
el dueño del alma mía.
Yo infeliz no borraré
su imagen de mi memoria;
y tú, que fuiste su gloria,
¡le guardas tan poca fe!
JACINTA
Deja ya reconvenciones.
No porque celos te di
te quieras vengar de mí
con importunos sermones.
¡Jacinta!
JACINTA
¡Calla por Dios!
Amar sin consuelo es duro;
mas también es fuerte apuro
el verse amada por dos.
Mujeres hay, más de diez,
que a dos suelen contentar;
pero yo no puedo amar
más que uno solo a la vez.
Pues basta con un esposo,
querer a dos es punible;
pero mi pecho es sensible...
y no puede estar ocioso.
Iguales galanterías
debí a los dos de que hablo,
mas mientras vivió don Pablo
no quise yo a don Matías.
¿Y no será un desacierto,
si ahora de amarle me privo,
matar sin piedad al vivo
porque no se ofenda el muerto?
Su especial filosofía
cada cual tiene en secreto,
y pues la tuya respeto,
déjame en paz con la mía.


Escena XV

 

ISABEL

 
¡Alma a quien el alma di,
si a las dos nos escuchaste,
mira a qué mujer amaste!
¡Júzgala y júzgame a mí!