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Entre mito y realidad Hombres de maíz


Si El Señor Presidente es la radiografía de una desgarradora realidad americana, la sucesiva novela de Miguel Ángel Asturias, Hombres de maíz, que aparece en 1949 -el escritor estaba trabajando en ella desde 1945111-, tiene el significado de una directa inmersión en el complejo mundo guatemalteco en donde conviven realidad y mito.

Los «hombres de maíz» son los indios, según la cosmogonía indígena mayaquiché. En el Popol Vuh, libro al que abiertamente se remonta Asturias cual fuente inspiradora, está escrito que cuando los Progenitores, Creadores y Formadores, Tepeu y Gucumatz, estimaron que había llegado el momento de hacer aparecer al hombre sobre la tierra, en las fértiles regiones de Paxil y de Cayalá, unieron las mazorcas de maíz blanco y amarillo llevadas por los animales Yac, el gato salvaje, Utiú, el coyote, Quel, el papagayo, y Hob, el cuervo. El maíz entró entonces, por voluntad de los dioses, en la carne de los hombres formados y creados y se convirtió en su sangre. Después Ixumcané hizo nueve bebidas con mazorcas amarillas y mazorcas blancas molidas y de este alimento surgieron «la fuerza y la gordura y con él crearon la musculatura y el vigor del hombre»112.

De maíz amarillo y de maíz blanco se hicieron la primera madre y el primer padre: «de masas de maíz se hicieron los brazos y las piernas del hombre. Únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros primeros padres, los cuatro hombres que fueron creados»113. Se comprende, entonces, que para la conciencia indígena el maíz haya terminado por asumir categoría sagrada. Su cultivo responde únicamente a las exigencias naturales del hombre, a su sustento, y no se admite el comercio. Cultivar el maíz con fines de lucro es sustancialmente un sacrilegio.   —50→   De aquí el origen del conflicto que en Hombres de maíz opone a los indios del Gaspar Ilóm con los maiceros, que derriban árboles -entes igualmente sagrados, porque para los indígenas tienen alma-, con el fin de extender las superficies cultivables, no por necesidad natural de la existencia, sino exclusivamente para obtener ventajas materiales.

Las potencias mágicas, las múltiples presencias misteriosas que agitan el mundo espiritual indio, reclaman por ello del Gaspar Ilóm una intervención exterminadora. La primera página de Hombres de maíz se abre en el clima sugestivo y mágico de estas múltiples voces, que llegan a la conciencia del Gaspar como un reproche y lo animan a la acción:

- El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le roben el sueño de los ojos.

- El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le boten los párpados con hacha...

-El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le chamusquen la ramazón de las pestañas con las quemas que ponen la luna color de hormiga vieja...114



Los reproches de las potencias misteriosas alcanzan al Gaspar Ilóm sumido en un sueño inquieto. El contacto íntimo con la tierra donde duerme, le permite percibir su voz más oculta y esto determina en él la acción. El clima repite la sugestión del mito, la solemnidad de las grandes hazañas:

Y oyó, con los hoyos de sus orejas oyó:

-Conejos amarillos en el cielo, conejos amarillos en el monte, conejos amarillos en el agua guerrearán con el Gaspar arrostrado por su sangre, por su río, por su habla de ñudos ciegos...115



Asturias recrea un ámbito mágico partiendo de la técnica del Popol Vuh, recurriendo a la iteración, al paralelismo, en una expresión sintética que se sirve de la repetición para profundizar en las dimensiones ocultas y los conceptos, mientras la narración es diálogo y descripción al mismo tiempo. Este clima impregna todo lo que ocurre en la novela, donde cada acción, aun la más bárbara, asume un significado mítico y sagrado.

La muerte del Gaspar la obtienen sus adversarios sólo acudiendo a la traición: lo envenena, en efecto, la Vaca Manuela Machojón. En la imaginación de los indios el Gaspar se transforma entonces inmediatamente en un ser casi divino. El veneno ejerce su efecto sobre él, pero el pueblo contará que el viejo se hubiera salvado porque «se tragó el río», y lo que le venció fue la vista de su gente matada por las tropas del coronel Godoy. El personaje sigue siendo, de esta manera, punto de referencia permanente y sugestivo para la espiritualidad indígena.

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Las fuerzas ocultas, las imperceptibles presencias mágicas de la naturaleza van tramando la venganza del Gaspar. Los «brujos de las luciérnagas» lanzan su maldición y condenan a todos aquellos que han intervenido en su muerte116. Un mundo subterráneo se mueve en el libro, con el fin de realizar esta venganza; cada acto, cada movimiento converge irremisiblemente hacia un destino de muerte.

Los capítulos que siguen no son más que momentos diversos del cumplimiento de esta maldición. En «Machojón» es la condena a la esterilidad de los descendientes de quienes fueron los responsables materiales del envenenamiento del Gaspar. Es así como el único hijo de Machojón desaparece, transformado para la gente -por inocente, detalle de extraordinaria poesía-, en luminaria del cielo, en el momento mismo en que iba a pedir la mano de su novia, Candelaria Reinosa.

En el episodio titulado «El Venado de las Siete-Rozas», asistimos a la muerte de toda la familia Zacatón, sin distinguir entre hombres y mujeres, grandes y chicos, por mano de los hermanos Tecún. Es éste el remedio aconsejado por el «Curandero-venado» para curar del hipo que la atormenta a la «nana» de los Tecún. Sabemos que el farmacéutico que proporcionó el veneno a los asesinos del Gaspar era un Zacatón.

En «Coronel Chalo Godoy» asistimos a la muerte del hombre que, jefe de la «montada», había ordenado y dispuesto la eliminación de Ilóm. El coronel acaba quemado vivo, junto con parte de sus hombres, en un incendio provocado por los indios en la selva.

El quinto episodio, titulado «María Tecún», presenta tenues vínculos con la trama central del libro. El único elemento que conecta este capítulo a los que lo preceden es que María Tecún, esposa del ciego Goyo Yic, que ella ha abandonado junto con sus hijos, es en realidad una Zacatón, que el ciego salvó cuando era niña de la matanza de los hermanos Tecún y más tarde se casó con ella.

El último episodio, «Correo-Coyote», narra el largo viaje que el correo Nicho Aquino cumple desde San Miguel Acatan hasta la capital, obsesionado por el hecho de que su esposa lo ha dejado. Prisionero de esta preocupación agobiante, pierde el camino y atraído por el «brujo de las luciérnagas» entra, transformado en coyote, su nahual, en el mundo sobrenatural, donde encuentra la explicación a todos los acontecimientos que el libro ha narrado. Recuperada, después, su figura normal, acabará siendo el amante de una mesonera y luego su heredero, en la costa, cerca de una prisión donde encuentra también al ciego Goyo Yic y a su esposa, María Tecún.

Trama particularmente complicada, la de Hombres de maíz, que parece dispersa. Los distintos capítulos se presentan a primera vista desligados, aunque ya en 1961 un crítico como Castelpoggi había llamado la atención sobre su unidad, sobre todo por lo que concierne el último117. Por otra parte es precisamente la estructura   —52→   material de la novela, su trama dispersa, que ha suscitado las mayores reservas en algunos de los críticos que, en su tiempo, se ocuparon del libro.

Tampoco ha faltado quien ha reconocido la sustancia artística de Hombres de maíz, novela que en la actualidad toda la crítica considera una de las obras maestras de Asturias, y tanto es así que casi se olvida hasta de El Señor Presidente. Gerald Martin ha visto en el nuevo texto un anticipador de la renovación de la novela en América y en Asturias «el primero en aclarar con su obra la distinción entre la literatura latinoamericana europeizante en sus formas y contenidos, y una nueva literatura latinoamericana de intencionalidad tercermundista»118. Arturo Arias a su vez ha individuado en Hombres de maíz una «prematura transición hacia algunas de las prácticas discursivas que en este momento se asocian con el postmodernismo literario», lo cual «justifica que el texto de Miguel Ángel Asturias sea hoy más contemporáneo que nunca, y su relectura aún más urgente»119.

Muy distinto era el contrastante favor de que gozaba la novela en los años cincuenta-sesenta, hasta que publiqué, en 1966, mi estudio sobre La narrativa di Miguel Ángel Asturias. Había críticos que, como Luis Alberto Sánchez, reconocían el valor artístico y poético de Hombres de maíz, el peruano ponía de relieve el significado «obsesionante» que asumía en la novela la tierra en sí misma, el valor del estilo, que juzgaba «apegado al simbolismo trascendental de la existencia, como carne al hueso», la exaltación del paisaje, la penetración telúrica120.

Otro crítico, Agustín del Saz, destacaba en la novela las cualidades sinfónicas, la fascinación del lenguaje, pero avanzaba sus reservas afirmando que el interés del lector venía fatigosamente desorientado por la falta de una sólida arquitectura novelesca y de una trama viva y coherente121. Afirmaba, además, que el estilo de Asturias «se endurece en indio, y la verbosidad empedrada de elipsis y síncopas, entre brillos de imágenes y símbolos, alcanza horizontes de ininteligibilidad»122.

El mismo Fernando Alegría, que definía Hombres de maíz la obra «de mayor envergadura» de Asturias, no la consideraba la más lograda y más que una novela estaba dispuesto a considerarla un poema sinfónico en prosa, complejo en su estructura,   —53→   difícil por el estilo cargado de símbolos, sujeto a varias y contradictorias interpretaciones123.

Críticas aún más numerosas avanzaba Seymour Mentón, gran experto en narrativa guatemalteca. Según él, el mayor defecto del libro era la falta de unidad: Asturias había querido ir deliberadamente contra el concepto tradicional de novela, eliminando protagonistas y conflictos y el desarrollo de la acción124. Además, el crítico estadounidense consideraba que las dos últimas partes de Hombres de maíz estaban muy superficialmente relacionadas con las que las precedían, así que se reducía el valor de la novela, sin ofuscar, naturalmente, «la multitud de joyas individuales», entre ellas el lenguaje y el estilo125.

Por ese entonces la mayoría de los críticos no se había dado todavía cuenta de que Asturias innovaba el género. Ya lo había hecho de alguna manera, como se ha visto, en El Señor Presidente, y ahora, con Hombres de maíz daba al traste una vez más y por todas con la forma de escribir novelas, presentaba un libro realmente revolucionario en cuanto a estructura. Los reparos de los críticos tenían su justificación si se seguía aceptando el concepto tradicional; entonces sí la trama podía parecer carente de consistencia, la acción desligada, artificiosamente conectados los dos últimos capítulos y sólo se hubieran salvado espléndidos pasajes, que bien habrían podido entrar en esa «magnífica antología» de cuentos y folclore a la que hacía referencia Mentón126.

En mi lejano libro yo opinaba muy diversamente. En el fondo, la trama es lo que menos importa en Hombres de maíz, como en muchas de las novelas de Baroja, autor admirado por Asturias127; lo que realmente interesa al autor es la representación de un clima. Yo llamaba la atención sobre el epígrafe de la novela: «Aquí la mujer, / yo el dormido»; la mujer no es otra cosa que la tierra y el dormido, Asturias mismo que la va soñando y de ella escribe. En esta condición de dormido que sueña, los hilos lógicos se atenúan, la trama se diluye y la realidad se esfuma, para reconstruirse en su insustituible esencia espiritual.

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Intención fundamental de Asturias es expresar el espíritu de Guatemala, su consistencia fenoménica, la dimensión interior que lo constituye en una entidad permanente en el tiempo. Por eso él sitúa los acontecimientos en una sucesión diluida, pretexto únicamente para alcanzar el fin indicado. Lo confirma la falta de ubicación espacio-temporal de los distintos episodios; es verdad que existen en la novela nombres de lugares fácilmente identificables en la realidad geográfica guatemalteca128, pero no dan absolutamente la impresión de una vinculación estricta. Y no existen fechas, salvo ese «191?» que aparece en el último capítulo, y que ya de por sí está fuera del tiempo, marcado sobre el tronco de un árbol por un hombre misterioso, del que nada se sabe, un cierto O'Neill. A través de esta técnica, Guatemala se eleva a una categoría superior del espíritu y afirma su permanente vigencia.

En Hombres de maíz, la realidad se vacía de su consistencia, alcanza la dimensión del mito. Como el Gaspar Ilóm también Machojón hijo, transformado en una luminaria del cielo, se convierte en un ser mítico; lo mismo le ocurre al ciego Goyo Yic y al Correo-Coyote. El hombre se transforma en su propio nahual y desde éste vuelve a su realidad humana, como el correo Nicho Aquino. En cuanto a María Tecún ya es leyenda, montaña pavorosa, cuando la volvemos a encontrar en sus formas reales, al final del último capítulo. El confín entre realidad e irrealidad es tan tenue que los planos de una se confunden con los de la otra, en un fluctuar continuo. La vida, en el fondo, es así, y Asturias la refleja fielmente.

Esto explica también la existencia de los dos últimos capítulos de la novela, «María Tecún» y «Correo-Coyote». El primero de estos episodios representa el reino incontrastado de la irrealidad, el trasmundo, para comunicar con el cual se necesita de un estado gracia, el que alcanza el ciego Goyo Yic a través de su ceguera; y tanto es así, que cuando recupera la vista pierde toda posibilidad de comunicación con lo que está más allá de las apariencias, mundo con el cual había mantenido hasta entonces un íntimo coloquio.

Se ha reprochado a Asturias el hecho de haber dado al capítulo un título que no corresponde a su verdadero protagonista, el ciego129; pero, si es verdad que Goyo Yic es el personaje actor, en realidad tema principal es la busca de María Tecún, de la que el angustiado marido siente en todas las cosas la presencia. De esta mujer sólo se sabe que fue la esposa del ciego que, cuando niña, la salvó de la matanza de los Tecún y que abandonó a su marido yéndose con todos sus hijos. Su esposo mismo no la conoce por sus facciones, porque ciego, y puede reconocerla por un único detalle, la voz; pero, recuperada la vista con una dolorosa operación, para poderla buscar mejor, el único medio que le quedaba para reconocerla se le vuelve dudoso, incierto. Veía más, se podría decir, cuando era ciego; ahora que ha recuperado la vista está sumido de veras en la más profunda oscuridad.

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María Tecún es un ser irreal, como irreal es la búsqueda del ciego: la realidad es un juego de espejos infinito. La mujer misteriosa domina todo el episodio con su presencia inmaterial, indeterminada, sin contornos reales, por más pesadamente real que se presente su historia: ya es un ente que pertenece plenamente al mundo de la leyenda.

El comienzo del episodio titulado «Correo-Coyote» repite, en el fondo, la situación del ciego Goyo Yic. También el correo Nicho Aquino busca a su mujer, que lo ha abandonado; sin embargo, no se trata de una pura repetición del caso presentado en «María Tecún». En «Correo-Coyote», en efecto, hay un visible salto temporal porque la huida de María narrada en el episodio anterior ha sido ya elevada a categoría legendaria y ha arraigado en el ámbito popular, puesto que ahora las mujeres que abandonan a sus maridos son llamadas tecunas.

En la novela los planos de la realidad y de la leyenda se entrecruzan continuamente. Los sucesos de Hombres de maíz toman consistencia fuera del tiempo real, en una secuencia de planos que se compenetran. Castelpoggi ha hablado de una técnica de «montaje-relato» que Asturias utiliza hasta la última instancia para conectar entre sí las varias leyendas, que de por sí tienen desarrollo propio independiente130. El hecho de que en el último capítulo el novelista resuma y explique con palabras del Curandero-Venado al Correo-Coyote el núcleo de los acontecimientos anteriormente narrados, está muy lejos de ser una serie de «muletillas artificiales» que no logran dar unidad al libro131, representa, al contrario, un medio técnico para realizar plenamente la fusión real-irreal en un único clima mítico. Que a Hombres de maíz le falte la gran unidad que presenta El Señor Presidente132 significa comparar dos tipos de novelas radicalmente distintas por estructura y olvidar la programática intención innovadora del escritor.

La unidad de Hombres de maíz es de otra naturaleza, más impalpable; se realiza a través de un clima altamente poético. No rompe esta unidad el hecho de que los acontecimientos se presenten en un principio envueltos en un halo de misterio que se aclara sólo en los últimos capítulos; al contrario, esto es funcional a la intención de Asturias, a su finalidad mitificadora. Es una técnica que en las páginas iniciales de la novela podría dificultar la comprensión, aunque inmediatamente la fantasía inagotable del narrador y la belleza de la expresión capturan al lector. Llega un momento en que éste lo acepta todo y se siente navegar, felizmente trastornado, en un mundo mágico de invención y no le sorprende ya la doble vida de los personajes, como es el caso del Correo-Coyote Nicho Aquino:

El señor Nicho navegaba en el mar junto a María Tecún, tal como era, un pobre ser humano, y al mismo tiempo andaba en forma de coyote por la cumbre de María Tecún, acompañado del Curandero-Venado de las Siete Rozas133.



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La reaparición, al final del libro, de algunos personajes en carne y hueso, cuando ya la fantasía popular los ha transformado en seres legendarios, contribuye a desanclar totalmente al lector de las nociones corrientes de espacio y de tiempo. Es éste el momento ideal para volver a leer la novela, para entenderla en lo que es realmente: la proyección de un paisaje interior al que Asturias se siente íntimamente ligado.

Al alma secreta del mundo guatemalteco el narrador nos conduce a través de la peculiaridad de su lengua. Valle-Inclán escribió que los idiomas son hijos del arado y que las palabras vuelan desde los surcos «con gracia de amanecida, como vuelan las alondras»; el pensamiento del hombre toma forma en la palabra, como el agua en el recipiente que la contiene134. En Hombres de maíz se verifica precisamente esto: el escritor penetra en profundidad la sustancia lingüística de su gente, para expresar su espíritu. Escribe Dante Liano:

Asturias escribe en guatemalteco. Deja de lado al narrador castizo y apropiado que se nota en sus primeras novelas y se convierte en un narrador de cuya boca discurre, con gracia infinita, el idioma español hablado en Guatemala. Al menos, así lo parece. Mas la verdad es que Asturias reinventa el idioma, lo hace danzar con gracia y maravilla, y la primera magia de esa novela de realismo mágico es esa: la lengua. La novela es tan nueva, tan original, tan primigenia, que muchos críticos no la entendieron. Era la gran obra maestra y tenía, además, un significado espiritual que Cardoza ha señalado: creaba patria, sentido de nación. Quizá lo principal de Hombres de maíz sea precisamente ese aspecto espiritual que nos arrastra: nos identificamos, pensamos como el narrador, observamos con él las mismas cosas banales que condicionan nuestra vida. Hilario Sacayón que protesta porque le atribuyen la invención de las historias, y, en cambio, «lo que uno está haciendo efectivamente es recordar»; o Don Casualidón que pide que lo llamen «caballo», en una acepción muy guatemalteca del término; o los inefables compadres que cantan un himno a la vida a través de su dicho: «de vivir viviendo se vive vivo»135.



Todo lo contrario de lo que le reprochaban a Asturias los que veían en su lengua una acentuación india y regionalista del léxico que reducía la comprensión136. El escritor guatemalteco había tenido un buen maestro en Rómulo Gallegos137, y su adhesión al lenguaje popular no representa un documento árido de la   —57→   realidad lingüística, sino que, a través de una extraordinaria sensibilidad, manifiesta su dimensión espiritual profunda. No le interesa a Asturias el localismo indigenista, sino la expresión múltiple de su pueblo, que recrea continuamente con gran originalidad.

Todos los personajes de Hombres de maíz se caracterizan por un modo peculiar de expresarse; el indio, el mestizo, el negro, el chino, el inmigrante, adquieren así vida sorprendente, sin que nunca el escritor cargue demasiado las tintas. La novela va construyéndose a través de una sucesión de diálogos, un discurrir continuo en torno a mil cosas, aun las más insignificantes, reflejando vigorosamente la vida popular de Guatemala. Porque éste es el ámbito, el arca preciosa de donde saca Asturias sus riquezas. Su extraordinaria conciencia lingüística hace que en todo el libro se mantenga constante una unidad de estilo que del diálogo se comunica a las partes descriptivas, a las intervenciones, siempre discretas, del autor en primera persona.

La sustancia del habla guatemalteca se manifiesta en un continuo proceso creativo. No se trata tan sólo de términos particulares de la lengua de la Guatemala indígena, de síncopas, de elipsis, sino también de la acertada introducción de neologismos, de la insistencia complacida, y siempre mesurada, en numerosas transformaciones semánticas. El sentido del habla popular, en estrecha relación entre creación y documento, lo expresa el autor recurriendo al voseo. Existe un pasaje, en «Correo-Coyote», en el cual dos personajes, el arriero Hilario y su enamorada todavía encubierta, Aleja Cuevas, expresan de modo singular la excelencia del voseo dentro del ámbito afectivo:

- Se me hizo que eras vos; tu silbido...

-Y tardaste...

- ¡Qué bárbaro, si estás todavía con la boca húmeda de silbar; dame un besito y déjate de embromar! ¡Qué sabroso decirte «vos»; se me hace tan extraño tenerte que llamar «usté», ante los muchachos!

- ¿Me quiere, mi vida?

- Mucho; pero qué es eso de me quiere, me querés, y haber mi hocico... ¡sabroso!... otro... A mí se me hace que el amor de «tú» y de «usté» es menos amor que el amor de «vos», con chachaguate y todo, porque vos, ya me estás echando chachaguate; hacele, viejito, que para eso soy tu propiedad legítima...138



A través de este diálogo la pareja se caracteriza vigorosamente. Igualmente a través del lenguaje se define, en el primer capítulo del libro, el Gaspar Ilóm, cuya figura, que Asturias no se demora en describir, vive ya entre realidad y mito con sólo expresarse. Dirigiéndose a su mujer, el personaje le explica la necesidad de la venganza contra los maiceros, con un lenguaje rico en imágenes:

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- Ve, Piojosa, diacún rato va a empezar la bulla. Hay que limpiar la tierra de Ilóm de los que botan los árboles con hacha, de los que chamuscan el monte con las quemas, de los que atajan el agua del río que corriente duerme y en las pozas abre los ojos y se pugre de sueño... los maiceros... esos que han acabado con la sombra, porque la tierra que cae de las estrellas incuentra onde seguir soñando su sueño en el suelo de Ilóm, o a mí me duermen para siempre. Arrejuntá unos trapos viejos para amarrar a los trozados, que no falte totoposte, tasajo, sal, chile, lo que se lleva a la guerra139.



En el habla del viejo queda manifiesto el contacto con el mundo mítico y se transluce un eco de la prosa sagrada de los mayas, especialmente a través del recurso a la iteración y al paralelismo.

Una de las figuras más nítidamente delineadas en Hombres de maíz por medio del lenguaje, en su carácter rudo y violento, es el coronel Chalo Godoy, jefe de la «montada», la policía rural. El diálogo que él mantiene con su ayudante durante la travesía de «El Tembladero», en el capítulo titulado «Coronel Chalo Godoy», está perfectamente en consonancia con la nota, extraordinariamente eficaz, con la que el escritor ha presentado su índole y su estado de ánimo: «Iba gran bravo el jefe. Gran bravo iba»140.

Dirigiéndose a su ayudante, al que siente con fastidio que lo sigue demasiado de cerca, por lo pavoroso del lugar, el coronel recurre a un lenguaje duro, vulgar y militaresco, en el que abundan elipsis, juegos de palabras, términos característicos de la jerga de su ambiente, dentro de un sabroso empleo del voseo, en períodos normalmente cortos, que bien expresan la virulencia del tipo:

-¡Jo... darria la tuya! A cada rato me figuro que es la patrulla la que nos alcanza y sos vos. Por no dejar de estar cansando al caballo tu compañero. Y ésos qué es lo que esperan para alcanzarnos. Deben venir pasando el agua, corriendo, guanaqueando, apeándose a cada rato con el pretexto de cincha floja, de miar, de buscarnos con la oreja pegada al suelo del camino. Y siquiera despacharan ligero. De los que dicen: purémonos que el jefecito va adelante. Eso si no se han metido a robarse reses en las tierras. Las mujeres y las gallinas también peligran. Todo lo que es nutrimento y amor peligra con gente voluntariosa para darle gusto al cuerpo. Sólo que éstos dialtiro dicen quitá de ái: tentones, cholludos, sin respeto. Y a la prueba me remito. Ya agarraron la cacha de quedarse atrás por ver qué se roban y quien los hace andar. Ni arreados. Sólo que esta vez les va cair riata. Entre que yo para con el hígado hecho pozol y ellos a paso de tortuga. ¡Quemadera de sangre tan preciosa! Y esto que ya no es cuesta, ¿qué será, mi madre?, palo encebado pa mulas141.



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Hay que señalar aún, por su fuerza expresiva y su extraordinario humor, el diálogo, que se prolonga por una quincena de páginas, entre el ex-ciego Goyo Yic y su compadre Mingo. Habiéndose encontrado por casualidad, los dos se proponen ganancias fabulosas con la venta de un garrafón de aguardiente en la Feria de la Cruz de Santa Cruz de las Cruces. Se trata de uno de los pasajes en que mejor resaltan las cualidades creativas y lingüísticas de Asturias. Con gran habilidad él representa en el progresivo deterioro de los nexos lógicos del discurso, el lento efecto del alcohol sobre los dos personajes, que habiéndose bebido todo el aguardiente, dan al suelo con todos sus proyectos, quedándose con los únicos seis pesos que tenían y que se pasaban cuando mutuamente pagaban sus tragos. Nueva y más sabrosa elaboración de la fábula famosa de La Fontaine, la larga burla, divertida e interesante por su equilibrado humor, concluye amargamente: los dos tipos quedan sin dinero y sin aguardiente, sin poder comprender la razón del suceso; al final, para rematar su desventura, se los apresa por embriaguez molesta y por evasión al impuesto sobre el alcohol.

La fidelidad al panorama interior de su tierra y de su gente, que Asturias interpreta a través del medio lingüístico, es la cualidad más relevante y viva de Hombres de maíz. En el extenso diálogo entre Goyo Yic y su compadre se define mejor que con cualquier comentario la desolada situación del ex-ciego. El habla popular se transmite con gran unidad de estilo también a las partes que no pertenecen al diálogo; esto ocurre en todo el libro, con el resultado de un continuo profundizar en la sustancia que constituye la geografía humana de la novela.

La palabra está siempre al servicio de una definición interior de los personajes; a menudo son suficientes los signos gráficos para lograrla, como en el pasaje en que, en «Coronel Chalo Godoy», se definen las personalidades de los dos oficiales y se representa el terror que los asalta en el momento de atravesar el paso de «El Tembladero», cuando ven aparecer la «Sierpe de Castilla», una de las tantas encarnaciones del demonio para la superstición popular. El terror, el temblor de los dos hombres se expresa a través de un diálogo que Asturias reproduce acudiendo al medio visual: letras repetidas, mayúsculas y minúsculas acentuadas. El efecto es convincente:

El coronel se frotó las narices. El Subteniente rechinó los dientes. La luz y la sombra le despertaron la picazón de la sarna entre los dedos.

-¡Sierpe castíííIIIa! -gritó el Subteniente -¡Hágale la crúúúUUUz si tiene cóóóOOOstras

-¡Nos viene luceáááAAAndo!

-¡Así paréééEEEse!

-¡Coqueala más encima con tus gríííIIItos!

-¡Nimala vislumbróóóOOOsa! ¡Nimala máááAAAla!

-¡CréééEEEncias!142



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El mismo procedimiento usa Asturias para reproducir la situación de angustia que se expresa en el grito del ciego Goyo Yic, en «María Tecún», cuando llama desesperadamente a su mujer, que lo ha abandonado. Los signos gráficos alcanzan en este pasaje un valor expresivo de especial efecto, que el comentario del narrador acentúa:

¡María TecúúúUUUn!... ¡María TecúúúUUUn!

En la cumbre, el nombre adquiría todo su significado trágico. La «T» de Tecún, erguida, alta, entre dos abismos cortados, nunca tan profundos como el barranco de la «U», al final143.



También relevante en Hombres de maíz es el valor de las imágenes, de las que es siempre rica la prosa de Asturias. Véase con qué fuerza expresa la blancura de una sonrisa de mujer:

La mujer aquella había desaparecido del camino, con su pelo alborotado, su traje negro, sucio, y sus dientes blancos como la manteca. Con una paleta larga despachó Candelaria Reinosa media libra de los dientes de aquella mujer fantasma en la manteca blanca, y un poco de chicharrón, [...]144.



El esplendor de un ocaso y la intensidad azul del cielo son representados con notaciones rápidas, pinceladas intensas, cargadas de poesía: «En lo empinado de un monte ardían las rejoyas, mientras iba cayendo la tarde. Era una vena azul el cielo y eso hacía que se viera el fuego de la roza color de sol»145. La imagen de un río es vitalmente reforzada con impresiones visuales y acústicas: «De un lado a otro se hamaqueaba el canto de las ranas»146. El movimiento rápido e imprevisible de una sierpe -la «Sierpe de Castilla» que se le aparece al coronel Chalo Godoy y a su ayudante-, lo representa Asturias a través de una sucesión verbal, infinitivos que reproducen con gran acierto la rapidez de los cambios de posición:

El chorro de una cola, un molinete, chispas de luz verde, brincos de rama en rama o chillidos de brinco en brinco, denunciaban su presencia juguetona, despierta, titilante, al caer, huir, reptar, trepar, volar, correr, saltar147.



La enormidad de un árbol sacudido por la tormenta la representa Asturias plásticamente reforzando el aumentativo: «El huracán cimbreaba los árbolonones, crujía la tierra con sollozo de tinajón que se raja, [...]»148. La descripción de la   —61→   tormenta que se desata sobre el coronel Godoy y su ayudante, alcanza aspecto terrificante por medio de las onomatopeyas:

El torrente del aire huracanado iba en aumento al acercarse a El Tembladero. Al Subteniente le zumbaban los oídos por la quinina. Se figuraba cosas horribles. El picotearse de los palos entre las ramazones hamaqueadas por el ventarrón... pac... pac... churubússs... le cosía a las orejas el recuerdo aborrecible de las armas trasteadas a espaldas del cuatrero, a quien un momento después la descarga se encargaba de tronchar como matocho... pac... pac... churubússs... ¡Oficio de trastornados ése, ése de los cuatreros y ése de ellos de andar matando gente por no dejar que se entienda autoridá! Se escarbó las orejas para botarse de lo más adentro del oído el eco de las ramas al arrastre... churubússs... pac... pac... y los punteros secos de los palos que se picoteaban pac... pac... churubússs...149



Son procedimientos a los que Asturias nos ha acostumbrado ya, pero que adquieren sabor particular en Hombres de maíz por su frecuencia. La interpretación de la dimensión interior de Guatemala se funda sobre una rica serie de elementos impresionistas, que se imponen sobre las notas características del realismo.

Hombres de maíz no es solamente ejercicio de invención y de arte, sino que ahonda en la condición humana. Del guatemalteco el narrador muestra la sustancia positiva en la comunión con la tierra, la tragedia de su existir, en un mundo anacrónicamente feudal, donde perduran miseria y opresión. Es verdad, como se ha señalado150, que la protesta social en Hombres de maíz no ocupa el mismo puesto que tiene en El Señor Presidente, y sin embargo está bien presente también en esta novela, como protesta contra la esclavización del hombre en un mundo de violencia. Es suficiente para darnos cuenta el episodio del correo Nicho Aquino, en su dolor de marido abandonado y en la situación indefensa en que se encuentra frente a la dureza y la prepotencia de su patrón, el administrador postal, un tipo humano al que Asturias se detiene en presentar deforme y repugnante, completando su destrucción con una humorística observación final:

El Administrador de Correos salió al corredor sobre sus pequeñas piernas de hombre cebado, sin poner, al andar, un pie delante del otro, sino de pie a pie, avanzando con movimientos de balancín, el puro en la boca, los ojos desaparecidos en sus cachetes de cerdo. Hombre de malas pulgas, era gordinflón, sin ninguna de las ventajas de los gordos, que son todos placenteros, barriga llena de corazón contento, [...]151.



Lo que en la novela expresa mejor la atmósfera de atropello y violencia que reina en el país es, como de costumbre, la presencia de los militares. Las figuras   —62→   del coronel Chalo Godoy y de sus hombres van definiendo progresivamente, a partir del primer capítulo, esta atmósfera. El desprecio que Asturias manifiesta por los militares es todavía más neto en Hombres de maíz que en El Señor Presidente. En el capítulo titulado «Coronel Chalo Godoy», las figuras de éste, del subteniente y de los que componen la patrulla de la «montada», resaltan con sus caras patibularias. Se trata siempre de tipos con «cara de los que crucificaron a Dios»152, como el capitán, secretario de la Mayoría, que recibe, en «Correo-Coyote», de parte de Nicho Aquino, la denuncia de que su mujer se ha ido: Asturias lo presenta como un «veterano de apalear gente»153. En el mismo capítulo el Curandero-Venado, explicando al correo, dentro del mundo sobrenatural, la muerte del coronel Chalo Godoy, alude a su altanería, que terminó por dejarlo «Un pequeño militar de juguete, para cumplir su vocación», porque «Los militares tienen vocación de juguete»154.

Si éstos son los representantes de la legalidad, es lógico que la que representan sea sólo una ley injusta. La prueba está en la suerte final del ciego Goyo Yic y de su compadre, sólo culpables de haberse bebido el aguardiente sobre el cual fundaban sus esperanzas de riqueza. Los dos terminan en la cárcel, esto es, en un lugar donde todo es «peor»: «En la cárcel no hay malo, todo es peor. Peor el dolor de estómago, peor la pobreza, peor la tristeza, pero lo peor de lo peor».

Asturias presenta al hombre de América, porque no se trata sólo de Guatemala, bajo el peso de una constante injusticia, que a veces lo empuja también hacia una religiosidad que es desesperación. En la feria de Santa Cruz de las Cruces hay quien se abraza espasmódicamente a la cruz, en una necesidad desesperada de auxilio ante el peso de una vida insoportable.

La humanidad de Asturias se manifiesta una vez más en estos pasajes. Su penetración en el drama humano es siempre partícipe y profunda. Lo vemos desde el primer capítulo de Hombres de maíz, en un episodio aparentemente insignificante, cuya relevancia resalta en páginas sucesivas: la muerte de un perro envenenado. Es esta muerte la que de repente le sugiere al coronel Chalo Godoy la idea de liberarse con el mismo sistema del Gaspar Ilóm. Los soldados en torno están observando pensativos la agonía del «chucho»; un sentido de tragedia se apodera de ellos y surgen comentarios amargos en torno a la vida y a la muerte, que implican la condición del hombre:

El chucho sacudía los dientes, como tastaseo de matraca, pegado a la jaula de sus costillas, a su jiote, a sus tripas, a su sexo, a su sieso. Parece mentira, pero es a lo más ruin del cuerpo a lo que se agarra la existencia con más fuerzas en la desesperada de la muerte, cuando todo se va apagando en ese dolor sin dolor que, como la oscuridad, es la muerte. Así pensaba otro de los hombres acurrucados entre las caballerías. Y no se aguantó y dijo:

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-Entuavía se medio mueve. ¡Cuesta que se acabe el jigolón de la vida! ¡Bueno Dios nos hizo perecederos sin más cuentos... pa que nos hubiera hecho eternos! De sólo pensarlo me basquea el sentido.

-Por eso digo yo que no es pior castigo el que lo afusilen a uno -adujo el del chajazo en la ceja.

-No es castigo, es remedio. Castigo sería que lo pudieran dejar a uno vivo para toda la vida, pa muestra...

-Esa sería pura condenación155.



En un mundo de violencia y de injusticia, la muerte es considerada una liberación también por aquellos que concretamente representan su fuente. El sueño se vuelve, por ello, una evasión necesaria y la ceguera es, como en el caso de Goyo Yic, la antesala ideal.

Con gran habilidad, en el episodio de la muerte del perro, Asturias logra una atmósfera trágica recurriendo no solamente a las reflexiones de los soldados, sino a la participación de la naturaleza: «Gran amarilla se puso la tarde. [...] Llanto de espinas en los cactus»156. En tanto el perro «pataleaba en el retozo de la agonía», hasta que «El animal cerró los ojos y se pegó a la tierra»157.

Con este episodio, aparentemente mínimo, Asturias penetra en profundidad la realidad amarga de su mundo, la compleja psicología de los componentes de la sociedad guatemalteca. El sentido tan presente de la muerte proyecta una luz inquietante sobre la existencia humana y la nota trágica se agudiza considerando su inevitabilidad, el tiempo imparable, que «pasa sin que se sienta, como siempre tenemos tiempo, no sentimos que nos está faltando siempre, [...]»158. Concepto que el escritor hereda de su autor preferido, Quevedo.

Sin embargo, la muerte tiene una función relevante, le da al hombre sentido, dimensión, lo transforma en criatura tierna y desamparada rescatándolo al afecto y a la comprensión. Los hermanos Tecún, gente sencilla, plantean sin darse cuenta los términos de un gran problema:

-No se hace uno a la idea de que la persona que conoció viva sea ya difunta, que esté y no esté, que es como están los muertos. Si los nuestros más parece que estuvieran dormidos, que fueran a despertar al rato. Da no sé qué enterrarlos, dejarlos solos en el camposanto159.



Con una espiritualidad tan instintiva, se comprende como el hombre de Asturias, el que vive en contacto con la tierra, a pesar de su miseria, las supercherías, el abandono, sienta repulsión por la ciudad, a la que no logra comprender. No se   —64→   trata de la antigua querella campo-ciudad; el hombre guatemalteco, como lo representa Asturias, vive en una suerte de simbiosis vital con la naturaleza y la ciudad representa para él la sede de toda desdicha, el centro de todo lo que está en su contra: gobierno, ejército, justicia. Ni Garcilaso, ni fray Luis, ni el obispo Guevara sirven para explicar esta adversión: es suficiente observar la realidad.

En El Señor Presidente el escritor ya había presentado negativamente al mundo ciudadano: la capital, «regadita como caspa en la campiña», emergía inquietante de la «sanguaza del amanecer»160, con sus ciudadanos «unos sin lo necesario, obligados a trabajar para ganarse el pan, y otros con lo superfluo en la privilegiada industria del ocio»161. En el último capítulo de Hombres de maíz es interesante observar la impresión que de la ciudad recibe Hilario, el arriero; viendo la agitación de la gente que se mueve frenéticamente por las calles expresa sólo conmiseración: «¡Pobres! ¡Pobres! ¡Pobres!»162. Frente a la tristeza y la aridez del mundo construido por los hombres, la naturaleza es el único refugio.

El significado de Hombres de maíz está en gran parte en este repudio por la ciudad, que eleva la vida del campo a categoría superior, de sustancia insustituible. Todo lo expuesto explica la predilección del autor por este libro; en él revive la poesía amplia y sencilla sobre la que se construye fuera del tiempo Guatemala. Hombres de maíz es un libro de extraordinaria riqueza artística, no «un alto en el camino novelístico» del escritor, y su predilección no representa una prueba de la extraña sugestión que ejercen sobre sus autores las obras menos logradas, como alguien ha pretendido163, sino conciencia de su valor. No se equivocaba Asturias en su juicio: el tiempo, y los críticos, le han dado la razón. En Hombres de maíz se manifiesta en toda su potencia una fantasía excepcional, que se expresa en construcciones extraordinarias, vivificadas por un lenguaje vuelto con plena originalidad a vida inesperada. Nada hay en la novela de «destemplado», y reducirla a la lucha entre indios y maiceros164 significa no haberla entendido por lo que realmente es: un gran logro artístico, a través del cual se expresa todo un mundo165.



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