Al rey intruso José Napoleón
cuando entró en Córdoba en 1810128
De rosas y de mirto coronadas
canten del Betis las festivas
Drías
al sol benigno que de luces
pías
viene a dorar sus márgenes
sagradas;
sol de más dulce
encanto
5
que al que de luz fulgente
visten las bellas Horas
áureo manto;
y al grato rayo de su ardor
clemente
la hermosa turba, en danzas
extendida,
nuevo amor las inflame y nueva
vida.
10
Venció de
Alecto la infernal caterva,
y de Pirene hasta el
hercúleo estrecho
ardió en su llama el
español deshecho.
Nada la muerte a su furor
reserva;
yaces, mísera
España,
15
desolada al combate
de la propia opresión y de
la extraña;
mas de la doble muerte que te
abate,
tu rey, astro de vida, te
rescata
y el bien por tu ancho
término dilata.
20
Tal, esplendor
benéfico sembrando,
de entre las ondas del rosado
Oriente
nace del día el padre
refulgente,
los plácidos celajes
matizando;
y del Indo distante
25
esparce el almo aliento
en el carro de nítido
diamante,
al orbe mustio, de su luz
sediento;
hasta que la cuadriga voladora
pisa otra vez los reinos de la
Aurora.
30
Así el
Betis te admira cuando goza
a tu influjo el descanso
lisonjero,
al tiempo que de Marte el impio
acero
aún al rebelde
catalán destroza.
La paz que en tu semblante
35
y que en tu pecho mora,
nos fue presagio del feliz
instante,
término de la Parca
destructora.
gózale grata, en fin
¡oh patria mía!
y honra a tu rey en himnos de
alegría.
40
No el
despótico error más inhumano
te oprimirá en ignoble
cautiverio,
ni negará el laurel que en
el imperio
del primer Carlos pretendiste en
vano;
aurora sepultada
45
en nubiloso día
fue aquella tu esperanza
malograda,
mas ya suelta la férrea
tiranía,
no clames, Betis, en tu orilla
amena
por las glorias del Támesis
y el Sena.
50
Reinará
la abundancia, y en su seno
verás domar al
piélago tus robles,
y no quebrados tus intentos
nobles,
tu nombre antiguo gozarás de
lleno;
dos siglos son pasados,
55
¡oh España! que no
existes,
cuando a impulso de genios
elevados
te ves nacer de entre fragmentos
tristes;
por tanta hazaña ¡oh
Palas! ya previenes
el más digno laurel de
regias sienes.
60
Y así
¡oh gran rey! a su región te llama
en que sólo ser puedes
coronado,
donde el Betis, del Tíber
envidiado,
por los tartesios campos se
derrama;
la antigüedad sagrada
65
aquí al árbol dio
asiento
que es de la dulce paz insignia
amada,
y del culto de Palas
ornamento;
y aquí, de ciencia y paz
doble corona
hoy ha de darte el coro de
Helicona.
70
Aquí el
Elíseo campo venturoso
pintó el cantor de la
venganza argiva,
y Argantonio y Gerión copia
festiva
aquí gozaron en feliz
reposo.
Aquí naturaleza
75
prodigó sus delicias,
porque del mar vencieran la
aspereza
púnicas proras, griegas y
fenicias,
hasta que la fortuna dio al
romano
el confín del incauto
turdetano.
80
Febo de luz,
más pródigo, le baña;
vos dadle luz de amor más
encendida;
que él es, señor,
delicia de la vida,
como vos sois delicia de la
España;
ni recuerda memorias
85
más de Minerva o Marte;
que, despreciando sus antiguas
ya su gloria mayor pone en
amarte;
gozad, gozad su amor, y
eternamente
orne su verde oliva vuestra
frente.
90
Muestras de una
traducción de los poemas de Osián129
Advertencia
preliminar
Tal vez no se ha
presentado en la literatura poética de este último
medio siglo un fenómeno tan extraño como la
aparición de las poesías de Osián. Decir a
nuestros humanistas que en el siglo cuarto de la era vulgar
florecía entre los rudos habitantes de las montañas
de Escocia un talento sublime comparable según algunos con
Homero, era trastornar todas las ideas que se tenían
anteriormente del influjo de la civilización sobre la
formación de los talentos. Osadía era decirlo, y
ninguno lo hubiera creído, si el mismo que lo anunció
no acompañara su noticia con la publicación de las
obras del poeta que proclamaba. Ellas, a la verdad, no salieron en
la lengua en que se habían escrito; pero el estilo, las
imágenes, las costumbres y el fondo de las ideas, todo
parecía corresponder a la época en que se las
suponía, y todo contribuyó a aumentar la
confusión y la novedad.
El profesor Blair
escribió una disertación en que, suponiendo la
autenticidad de aquellas poesías, manifestó muy a la
larga las bellezas que hay esparcidas en ellas. Pero Johnson,
crítico no menos respetable que Blair, negó la verdad
del hecho, y aseguró que los escritos de Osián eran
una ficción de Macferson, su editor. Esta cuestión
fue una señal de guerra entre los literatos ingleses, en que
con menos moderación de la que correspondía, todos se
trataron recíprocamente de falsarios y de impostores.
Nosotros estamos
muy lejos para calificar justamente las pruebas de hecho alegadas
por unos y por otros; y cabalmente esta clase de pruebas son las
más decisivas en un punto de hecho como es éste. Sin
embargo, las pruebas morales no dejan de tener su fuerza, y en esta
parte quizá los osianistas tienen ventaja sobre sus
adversarios.
¿Cómo es posible, dicen éstos, que entre los
feroces moradores de Escocia, dados solamente a la caza y a la
guerra en aquella época, se encontrasen caracteres tan
grandes, tan generosos y tan nobles como los de Fingal, Catmor,
Óscar y otros que brillan en los poemas de Osián?
¿Y no son tan imposibles de existir como de imaginarse por
un poeta, viviendo en medio de aquellos guerreros semi
bárbaros? Mas aun cuando efectivamente existiesen, y aun
cuando haya habido un poeta que los celebrase, ¿quién
que no sea un imbécil creerá que sus obras han podido
conservarse sin auxilio alguno de la escritura y por la
tradición sola?
A esto responden
los partidarios de Osián, que los poemas de Homero, mucho
más dilatados todavía, se conservaron por la
tradición sin auxilio de la escritura, que entre los
árabes vagabundos pasan los cuentos de generación en
generación sin alterarse, y que es preciso que suceda
así entre pueblos en quienes no siendo común el uso
de escribir, debe por lo mismo cultivarse más la facultad de
la memoria. La elevación y nobleza de los caracteres de
Osián no deben ser tampoco por sí solos una prueba de
su suposición, a menos de probarse que los sentimientos
generosos son dote exclusiva de los pueblos civilizados, y mucho
menos cuando en el resto de los poemas no se descubre el menor
vestigio, la menor huella de las ideas y costumbres modernas.
¿Cómo es posible, preguntan ellos a su vez, que un
escritor de nuestros días pueda desnudarse así de las
impresiones que han dominado su espíritu por toda su vida?
¿Ni cómo suponer que un hombre, por muy exento de
amor propio que esté, se despoje así de la gloria que
le darían estos escritos, para atribuírsela entera a
un bardo desconocido y oscuro? ¿Este fenómeno moral,
no es más imposible de explicarse que la existencia de un
talento sublime en medio de una nación inculta sí,
pero amante en extremo de la gloria y de la poesía?
Este último
argumento es poderoso sin duda; pero supone un mérito
sobresaliente en las obras del bardo escocés; mérito
que sus adversarios le niegan. Obscuro, hinchado en su estilo,
monótono en sus imágenes, pobre y estrecho en sus
ideas, Osián no es a sus ojos sino autor de una jerga
ininteligible y contagiosa, y bárbaros y sacrílegos
todos los que han comparado su poesía con la de Homero y
Virgilio.
Es difícil,
sin embargo, conciliar este desprecio con la aceptación
inmensa que estos poemas han logrado en Europa. Le Tourneur los dio
a conocer en francés en elegante prosa; Cesarotti en
excelentes versos italianos; los mejores poetas de Alemania los
tradujeron y los imitaron; y la poesía de casi todas las
naciones de Europa se atavió de una muchedumbre de giros
nuevos y atrevidos suministrados por Osián.
«¡Oh
qué especie de mundo aquel donde me conduce este escritor
sublime!, dice el alemán Goethe: ¡andar errando por
llanuras que resuenan al ruido de los vientos borrascosos en que
vienen las nubes, y ver al rayo incierto de la luna sentados sobre
ellas los espíritus de los antepasados! ¡Oír
desde la montaña los débiles gemidos que estos mismos
espíritus arrojan desde el fondo de las cavernas, gemidos
que se mezclan con el rumor de los torrentes y con los lamentos que
exhala la tierna doncella junto al musgoso sepulcro de su amante!
Cuando encuentro a este bardo, encanecido por los años,
buscando en la vasta extensión de aquellos campos las
huellas de sus padres, y encontrar ¡ay! solamente las piedras
que cubren sus sepulturas; cuando se vuelve gimiendo hacia la
estrella de la tarde que ya se oculta en el mar, y su alma heroica
siente revivir la idea de los tiempos en que aquel astro iluminaba
con sus rayos los peligros de los valientes; cuando leo en su
frente su dolor profundo, y veo a este héroe, el
último de su raza, triste, abatido, y con un pie ya en el
sepulcro; ¡oh, cómo la presencia de las sombras de sus
mayores es un manantial donde está bebiendo continuamente
deleite a un tiempo y melancolía! ¡Oh, cómo al
fijarse sobre la tierra fría y contemplando la yerba que la
cubre, exclama dolorosamente!: Vendrá el viajero, que me
conoció en mi gloria, vendrá y preguntará:
¿dónde está aquel cantor digno hijo de Fingal?
Y sus pies hollarán mi tumba, mientras que me demande
inútilmente a la tierra».
Tal es el
carácter que distingue eminentemente a Osián de todos
los poetas del mundo: carácter que le hará
eternamente la delicia de todas las almas tiernas inclinadas a la
contemplación y a la melancolía. Su talento
poético, aunque sublime a veces, y enérgico y
atrevido casi siempre, no puede ser comparado ni en riqueza ni en
variedad con el de Homero y Virgilio: pero la naturaleza
física y moral que el poeta céltico tuvo delante de
sí, estaba tan distante, y era tan diferente de la que
pintaron el griego y el latino, que en la balanza imparcial del
juicio deben sin duda alguna inspirar más admiración
las eminentes prendas que le adornan, que disgusto las que le
faltan130.
Los Sres. Ortiz y
Montengón han emprendido en diversas épocas presentar
en castellano las obras de este ingenio extraordinario; pero uno y
otro han abandonado su proyecto sin concluirle. Otro español
ausente de su patria más de doce años ha, y que en
medio de las vicisitudes de su fortuna no ha dejado de cultivar las
musas castellanas, tiene enteramente traducido a Osián en
nuestra lengua, y se propone publicarle. Pero queriendo antes
tantear la opinión del público sobre su trabajo, ha
remitido diferentes trozos al autor de este artículo con una
carta, en que entre otras cosas dice lo siguiente:
«Volviendo a
mi Osián, le diré a Vmd. que pienso añadir a
la traducción las notas más importantes de Macferson,
Cesarotti y el traductor alemán, poner varias mías,
traducir la disertación crítica de Blair que en
francés no lo está, y concluir con una larga
disertación mía sobre la historia de los celtas, o,
por mejor decir, de los pueblos primitivos que habitaban las islas
Británicas y el continente de Europa desde el Rhin hasta el
estrecho de Gibraltar, y desde el cabo de San Vicente hasta la gran
Grecia. Porque me parece probado que los etruscos eran pueblos
célticos, y los romanos una colonia etrusca mezclada con
griegos de la Italia meridional llamada Grecia Magna. La
fundación de Roma no es menos obscura que la de
Nínive y Babilonia: pero sabemos que la tradición de
Rómulo y Remo es muy moderna, y que antes del siglo de
Augusto el griego Evandro era tenido generalmente por el primer
fundador de esta ciudad. Tito Livio, cuya primera Década es
toda entera una novela muy entretenida, acreditó la
tradición adoptada por los historiadores que vinieron
después, aunque ya en tiempo de Cicerón los romanos
se miraban como el pueblo de Marte, y los hijos de Quirino por una
equivocación venida de la voz Quirites mal
interpretada».
Nosotros nos
prestamos gustosos a las miras del autor, y no siendo posible,
atendidos los límites de nuestra obra, insertar todos los
ensayos que nos ha remitido, pondremos en el número
siguiente los diferentes trozos que basten a dar a conocer al
público el carácter de la traducción y el
sistema observado en ella.
Manuel José
Quintana.
- I
-
Invocación al Héspero en la
Introducción a los Cantos de Selma
¡Oh de la falleciente
noche brillante estrella!
Serena resplandece tu luz
bella
en el claro Occidente;
tu dorado cabello fluctuante
5
vaga en tu frente hermosa,
y de tu nube sales majestuosa
la colina corriendo. En este
llano
¿qué miras? El
insano
huracán calló ya;
lejos murmura
10
el arroyo sonante;
allá lejos, del bosque en la
espesura,
en la roca escarpada
bramando va a estrellarse la
irritada
onda del Océano, y
susurrando
15
mil insectos nocturnos van
volando.
¿Qué miras, luz
hermosa?
Mas tú partes riendo; de la
undosa
mar las olas acuden, y el
luciente
cabello bañan. Salve,
silencioso
20
astro resplandeciente,
enciende en tu luz pura
mi espirtu tenebroso,
e ilumina de Osián el alma
obscura.
- II
-
Diálogo entre Vinvela y Silrico en el
poema de Carrictura
VINVELA
Hijo es de la colina el amor
mío;
al viento va sonando
su arco, y sus perros siguen
palpitando
el basto ciervo por el bosque
umbrío:
hijo es de la colina el amor
mío.
5
¿Cuál, di, es de tu reposo
el sitio delicioso?
¿Duermes tú cabe la
fuente,
o junto al raudo torrente,
que del monte con estruendo
10
baja rugiendo?
El viento que se embravece
silbando los juncos mece,
y la niebla huye volando
la colina despejando.
15
Yo desde aquella
roca
quiero ver a mi amado,
sin ser vista; así un
día
de la caza tornado
le vi junto al anciano
20
roble de Brano.
El alto descollaba,
y a todos sus iguales
se aventajaba.
SILRICO
¿Qué voz escucho, amable
25
suave cual viento de la
primavera?
Yo no oigo el agradable
son de la fuente, ni la voz
parlera
del aura en las
montañas
que susurrante espira entre las
cañas.
30
Lejos, Vinvela mía,
lejos voy, de Fingal a la lid
fiera.
Ni en la colina umbría
seguirán ya mis perros mi
carrera;
ni veré tu hermosura
35
las huellas estampar en la
llanura,
brillante, cual el arco
varïado
de colores pintado,
o cual de luna cándida
en los mares diáfanos
40
refleja el resplandor.
VINVELA
¿Así partes, Silrico, y desolada
Vinvela quedará?
El corzo sin temor en la
escarpada
roca paciendo está,
45
ni teme del desierto el viento
fuerte
ni el árbol silbador,
que allá lejos al campo de
la muerte
es ido el cazador.
Vos, extranjeros, hijos del
undoso
50
mar, ¡ay! dejadme a mí
silencio hermoso.
SILRICO
Si en el campo
cayere,
alza mi tumba fría,
alza, Vinvela mía,
cuatro piedras musgosas en
memoria
55
de mi doliente historia.
Así cuando viniere
el cazador, sentado
sobre el sepulcro helado,
aquí duerme un caudillo
valeroso,
60
dirá, en blando reposo;
mi espíritu contento
mis loores oirá en el vago
viento.
Cuando Silrico yazca
desangrado
no te olvides, hermosa, de tu
amado.
65
VINVELA
Si mi Silrico
¡ay! muere,
¿qué será de
su amada?
Mísera, desolada
por siempre ¡ay!
viviré.
Errante, sin consuelo,
70
por el bosque sombrío,
por el undoso río
siempre te buscaré.
Aquí, diré,
dormía
mi cazador amado
75
de cazar fatigado
en la floresta umbría.
¡Ay!
Silrico, si mueres,
¿qué será de
tu amada?
Vinvela desolada
80
por siempre vivirá.
¡Ah!
también yo me acuerdo del caudillo,
dijo el Rey de Morvén: en la
pelea
fuego devorador era su
saña.
Mas ora no lo veo.
85
En la colina le encontrara un
día,
pálido el rostro de color de
muerte,
la frente torva, de suspiros
hondos
preñado el pecho, en
descompuestos pasos
al hiermo caminaba;
90
mas ora a mis caudillos no
acompaña
cuando suena el escudo de la
guerra.
¿Habita acaso en la morada
estrecha
el jefe de Carmora?
Crazán, replica Ulino,
95
entona de Silrico el triste
canto,
cuando el héroe tornara a
sus colinas,
y su amada Vinvela era ya
muerta.
Sobre su tumba reposaba el
mísero,
y viva la creía.
100
Hermosa pasear la ve en el
valle;
mas su brillante forma
rápida se disipa.
Cual el rayo del sol huye en el
campo,
y cual tenue vapor se
desvanece.
105
Escucha de Silrico
el canto, que es suave, pero
triste.
SILRICO
Cabe la pura
fuente estoy sentado;
los vientos silban en la verde
encina;
un árbol susurrar oigo
agitado.
110
Del lago se enturbió la
cristalina
cerúlea faz, el corzo
apresurado
desciende volador de la
colina,
los torrentes inundan la
maleza,
cubierto el campo miro de
tristeza.
115
Todo está
triste, oscuro y silencioso
y tristes son también mis
pensamientos;
muestra, ¡oh cara Vinvela! el
rostro hermoso,
y tus cabellos sueltos a los
vientos;
cese de hoy más tu llanto
doloroso,
120
amada, y sean alegres tus
acentos;
tú, caro esposo, torna a
consolarte
y a casa de tu padre va a
llevarte.
¿Pero
quién es aquella
que, cual rayo de luz en la
llanura,
125
ornada de hermosura
va, cual la luna del Otoño
bella,
como el sol que en el cielo se
pasea
después de tempestad, y el
monte orea?
Sobre las altas
rocas
130
vienes, Vinvela amada,
pero ronca es tu voz y
fatigada
como de las montañas
la brisa va silbando por las
cañas.
VINVELA
¿Y tornas
salvo, amado,
135
de la guerra? ¿Dó
están tus compañeros?
Yo tu muerte he escuchado,
y te lloré con ayes
lastimeros.
SILRICO
Sí, solo
torno, hermosa,
sólo yo torno: todos
¡ay! cayeron
140
mis amigos; sus tumbas
erigieron
en la llanura undosa
mis manos. Mas, sumida en tu
tristeza,
¿Por qué estás
sola, amada, en la maleza?
VINVELA
Sola estoy,
¡oh Silrico! en la morada
145
pálida, fría;
sola en la umbría
mansión helada.
Por ti Vinvela vivió,
por ti de dolor murió.
150
Dice, y
desaparece
cual la niebla que el viento
desvanece.
SILRICO
¿Dónde huyes rápida?
Mira mis lágrimas
correr por ti.
155
Venga en alas de los
céfiros
tu bella imagen
plácida,
dulce Vinvela, a mí.
Hermosa fuiste
mientras viviste,
160
y hermosa ora también me
pareciste.
Yo sentado en la colina,
o en la fuente cristalina,
en ti siempre pensaré.
De tu voz dulce el sonido,
165
amada, llegue a mi
oído,
cuando yo más triste
esté.
- III
-
Diálogo entre Conal y Crimora extractado
del mismo poema de Carrictura
CRIMORA
¿Quién viene del
collado
cual nube con el rayo de
Occidente
teñida? Su voz recia es como
el viento,
pero dulce es su acento
como el arpa que suena
blandamente
5
de Carrilo armonioso... ¿No
es mi amado?
¿Por qué, Conal,
estás escurecido
y de acero ceñido?
¿De Fingal poderoso
no vive ya el linaje valeroso?
10
¿Quién tu frente
escurece,
Conal, y así tu
espíritu entristece?
CONAL
Todos viven,
amada;
serenos tornan de la caza
agora;
cual torrentes de luz de la
escarpada
15
colina bajan; como fuego
ardiente
sus escudos brillantes el sol
dora,
y su terrible voz suena
rugiente.
Mas la guerra, amor mío,
está cercana;
tremendo Dargo ha de venir
mañana.
20
CRIMORA
Conal, yo veo
sus velas, como espesa
niebla en la mar escura,
que a la playa se acercan
lentamente;
mucha, Dargo, es tu gente.
CONAL
Tráeme,
amada, la dura
25
cota acerada de Rinval
valiente,
el escudo esplendente
que así reluce cual la luna
llena
que por el cielo puro va
serena.
CRIMORA
Aquí el
escudo tienes de Rinval,
30
mas a mi padre no le
defendió,
que por la lanza de Gormal
cayó;
¡ah! tú también
puedes caer, Conal.
CONAL
Morir bien
puedo, amada,
pero por ti mi tumba será
alzada.
35
Dos pardas peñas
frías
dirán mi nombre a los
futuros días.
Sobre mi
túmulo
tu melancólico
pecho palpitará;
40
y tu ojo lánguido
amargas lágrimas
por Conal verterá.
Mas aunque eres
amable
cual luz del cielo pura,
45
y muy más agradable
que de la blanda brisa la
frescura,
quedar no puede tu Conal
contigo;
Crimora, alza la tumba de tu
amigo.
CRIMORA
Dame esas
relucientes
50
armas, la lanza de bruñido
acero,
y esa espada, que quiero
yo también encontrar con tus
valientes
a ese Dargo tan fiero.
Adiós, rocas de
Arvén;
55
ciervos, quedad adiós;
arroyos de Morvén,
¡ah! nunca tornaremos
más los dos.
Lejos el sitio está
do nuestra tumba fría se
alzará.
60
- IV
-
Pintura de Fingal y canto de los bardos al
principio del poema de Carlón
¿Quién es aquel que
viene
de la tierra extranjera, de sus
miles
en torno rodeado? El sol le
dora
con sus luces radiantes, con sus
sueltos
cabellos juega el viento del
otero,
5
plácido es su semblante, de
la guerra
sereno torna cual suave rayo
del sol que sale de encarnada
nube
del Ocidente y el risueño
valle
de Cona alumbra.
¿Quién otro sería
10
que el hijo de Conal, el Rey
famoso
de generosos hechos? Sus
colinas
contento mira, y a sus bardos
manda
que entonen sus mil voces
armoniosas.
Ya por el campo
huyeron espantadas,
15
desbaratadas,
las legiones fieras
que de extranjeras
tierras acudieron;
todos huyeron.
20
Con dolor profundo
el Rey del mundo
ve nuestra victoria,
y nuestra gloria
mira envidioso;
25
blande furioso
la paterna espada,
su vista airada
hacia Morvén tornando,
y en balde
nuestra hueste amenazando.
30
Ya por el campo huyeron
espantadas,
desbaratadas,
las legiones fieras
que de extranjeras
tierras acudieron;
35
todos huyeron.
Así
cantaban los acordes bardos
de Selma en el palacio; mil
lumbreras
de la extranjera tierra
relucían
del pueblo en medio, y el
festín alegre
40
en torno se extendía.
- V
-
Canto de Fingal en honor de la desgraciada
Moyna, en el poema de Cartón
Fingal, alzando el canto,
dijo con voz armónica:
¡Oh
bardos! las loores
de Moyna malhadada
entonad; vuestro canto
5
el espíritu invoque de la
hermosa.
¡Sombra desventurada!
De Morvén en las selvas te
reposa,
do mil vírgenes duermen, los
amores
de los héroes valientes, el
encanto
10
de los años pasados.
De Balcluta,
¡ay! los muros elevados
yo los he visto al suelo
derrocados.
El fuego resonante
sus torres consumió, ni de
la gente
15
se escuchan ya las voces; el
torrente
sus ondas tornó
atrás, que interrumpiera
el muro derribado su carrera,
y en ronco son bramará
ondisonante.
Ora en las salas del banquete
crece
20
el cardo, el viento silba
meneando
el musgo y el raposo va
mirando
por las ventanas, la alta yerba
mece
su cabeza a los vientos;
desolada,
Moyna, está tu morada;
25
tu palacio paterno
yace sumido en el silencio
eterno.
Alzad, ¡oh bardos! el
doliente llanto
sobre la tierra de los
extranjeros;
cayeron los primeros,
30
mas nosotros también un
día caeremos,
y sólo viviremos
en el suave melodioso canto.
Hijo del tiempo alado,
¿a qué levantas
¡ay! el torreado
35
palacio? Vendrá
día
que del desierto el huracán
furioso
soplando le derrueque; ¿ya
espantoso
no le escuchas aullar en tu
vacía
sala, y silbar por entre los
gastados
40
escudos de los años
horadados?
Mas venga cuando quiera
el torbellino rugidor, mi
nombre
vivirá eternamente, y el
renombre
de mi diestra guerrera
45
dirá la voz del bardo
pregonera.
Alzad el armonioso
cántico, y la
alegría
mi palacio serene en este
día.
Cuando tú caigas, hijo
luminoso
50
del cielo, si tu luz ha de
eclipsarse,
si tu almo resplandor ha de
apagarse,
¡oh sol! cual de Fingal la
valentía,
nuestro nombre glorioso
no morirá contigo, que
esplendente
55
vivirá en la memoria
eternamente.
- VI
-
Apóstrofe al Sol, con que termina el
poema de Cartón
Je suis
fâché de ne pas avoir fait d'assez bonnes
études dans ma jeunesse, pour pouvoir dire en latin que le
morceau, suivant s'est trouvé dans un des manuscrits
d'Herculanum qu'on vient de dérouler. Le premier vers de ce
morceau était après le 366.e du poème de
Pélée et de Thétis:
Projiciet truncum submisso poplite corpus;
et j'espère
qu'aucun âge ne l'arguera de mensonger:
Carmina, perfidiæ quod post nulla arguet
ætas.
Si j'avois étudié la
latinité dans le même collège que le
célèbre docteur en théologie Lallemand,
éditeur d'un fragment de Pétrone, dont
l'authenticité fut démontrée dans le journal
allemand intitulé Gazette littéraire universelle
de Jéna, je prouverois, par la comparaison de ce
morceau avec ce qui nous reste de Catulle, qu'il ne saurait
être que de lui; mais j'avoue mon insuffisance, et je laisse
ce soin à des plumes plus exercées que la mienne. Je
sais d'ailleurs que tout homme qui a le malheur de savoir analyser
un courbe, ne peut trouver aucun charme à lire Virgile; et
comme je suis allé en mathématiques aussi loin que
l'équation du second degré, je suis condamné a
ne plus lire les Géorgiques sans un extrême
dégoût. Mais comme il n'est pas démontré
que Catulle entendît Euclide, je crois que les vers suivants,
qui sont sûrement de lui, ne déplairont pas.
J. Marchena.
Fragmentum
Iam veniet
tempus, quo alius se huic conferat heros132