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�Atrás quedad los viejos horizontes |
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que en círculo mezquino |
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cercáis la inteligencia |
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y sublime volar del pensamiento! |
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�Atrás quedad! El campo de la Ciencia |
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tiene la inmensidad del firmamento. |
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El espíritu es luz. �Dejad que brille |
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disipando la sombra que rodea |
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a la sacra Verdad! �Dejad que vuele |
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en su ala de relámpago la idea! |
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�Quién encadena a estúpido sosiego |
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a lánguido desmayo |
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las águilas del trópico, que tienen |
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para mirar el sol ojos de fuego |
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y alas que cruzan la región del rayo...? |
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�Y es águila del alma el pensamiento |
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que el sol de la verdad busca anhelante, |
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y que quiere en sus giros vagabundos, |
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chispa de Dios flamígera y errante, |
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perderse en lo infinito de los mundos! |
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�A dónde llegará? |
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Naturaleza |
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es un libro sellado de misterio, |
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cuyas profundas páginas empieza |
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el hombre a deletrear. De su camino |
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en el rápido paso |
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cada generación descifra apenas |
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algunas letras, de misterio llenas, |
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y se hunde de la tumba en el ocaso. |
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Mas la conquista de la edad que muere |
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es el tesoro de la edad que nace. |
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No es la ciencia relámpago que hiere |
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un instante la vista y se deshace; |
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sino el astro inmortal, la estrella fija |
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que en la serena frente de los siglos |
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inapagable encienden |
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mil ráfagas de luz que se condensan, |
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ráfagas que alumbrando se desprenden |
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de los grandes espíritus que piensan. |
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�La gloria allí! Constelación fulgente |
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Ve deja en su trascurso fugitivo, |
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de cada edad el alma inteligente, |
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única aureola con que puede altivo |
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un siglo coronar su frente. |
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Tras esa aureola camináis, hermanos |
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vosotros, los cerebros en que bulle, |
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mariposa de luz, la fantasía, |
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ansiosa de tender sus alas de oro |
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en campos inundados por el día. |
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Vosotros, operarios impacientes |
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que secáis a la hoguera del estudio |
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el frescor juvenil de vuestras frentes; |
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obreros del saber, cuya faena |
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comienza con la aurora, |
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sembradores ahora |
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del generoso grano de la Ciencia, |
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segadores mañana |
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de los frutos de la alma inteligencia... |
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Sois nuestra juventud, arca sagrada |
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do con amor guardamos |
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la fe del porvenir idolatrada. |
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Sois en este momento |
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de la Patria a los lauros inmortales |
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las flores luminosas del talento. |
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Sois el alma dormida en el regazo |
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de la casta ilusión, nido de flores, |
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soñando en el abrazo |
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de la virgen ideal de los amores. |
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Sois el ardiente corazón mecido |
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del ensueño en la nube transitoria |
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�sed también el espíritu encendido |
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en la ambición sublime de la gloria! |
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�Alentad nuestra fe! �Rasgad el velo |
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que el horizonte patrio descolora; |
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alzad en el oriente de su cielo |
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vuestra frente de aurora! |
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Y no sintáis vuestros felices días |
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del fatigoso estudio |
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ir consumiendo en la vigilia quieta... |
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Acaso valen más vuestros desvelos |
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que los sueños febriles del poeta. |
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Los sueños del poeta son estrellas |
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de tan remoto cielo, que se apagan |
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apenas cuando nacen; |
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efímeras centellas |
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que de la vida entre la niebla vagan |
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y que al soplo, del mundo se deshacen. |
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�No desmayéis! Sus páginas benditas |
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os abren la Creación: buscad en ellas |
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la luz de la verdad. Están escritas |
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en el oro inmortal de las estrellas, |
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del volcán en las lavas seculares, |
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en el pórfido oculto de la roca, |
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en el abismo ignoto de los mares, |
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del vapor comprimido en la potencia, |
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en la centella eléctrica del rayo, |
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y en el cáliz de esencia |
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de las flores purísimas de Mayo. |
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No descanséis en la obra del creyente, |
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en buscar como el pan de cada día |
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el pan de la verdad a vuestra mente. |
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Ola es la vida que a perderse corre |
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del sepulcro en la bruma; |
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el paso por el mundo es una oleada, |
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y los goces del mundo son espuma. |
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Que sea vuestro vivir linfa serena |
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que el campo del estudio fertilice. |
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Que haga brotar el fruto de la Ciencia |
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la paz en el hogar de la conciencia |
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y fama que después inmortalice. |
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Sois la esperanza en flor de nuestra gloria, |
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el mañana feliz que ambicionamos; |
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dejadnos por memoria |
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flores de ciencia que ceñir podamos |
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a la serena frente de la Historia. |
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Obreros del saber, �prended la Ciencia |
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como un ala de luz al pensamiento, |
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y con ella lanzad la inteligencia |
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a iluminar el mundo |
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y titán a escalar el firmamento! |
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�Hijos del porvenir, dejad que vuele |
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en su ala de relámpago la idea |
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y a su excelso fulgor ilumináos! |
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�Reine la Ciencia! �Que el Progreso sea...! |
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�y al hacerse la luz, rásguese el caos! |
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Ángela, te escuché. El alma mía |
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de arrobamiento presa, |
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al beso de tu voz se estremecía |
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como al beso del céfiro la hoja, |
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como la cuerda que vibrando arroja |
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al viento su armonía. |
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�Angela, te escuché! Sobre mi frente |
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se abrió... no sé que cielo; |
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cruzaron el ambiente |
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rumores de alas en ligero vuelo; |
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y cual chispa que arrastra el torbellino, |
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me arrebataste en el raudal sonoro, |
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en el ritmo divino |
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de la cascada de tus notas de oro. |
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�A dónde mi alma fue? -Flotó, dormida |
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del ensueño magnífico en la nube. |
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Dejó la triste playa de la vida, |
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y en vaga lontananza |
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sonrió a la dicha, y reposó en el seno |
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del ángel inmortal de la esperanza. |
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Después... vinieron en tropel confuso |
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memorias vagas de lejanos días |
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del corazón las deshojadas rosas. |
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El coro de las almas cariñosas |
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que en otro tiempo apellidaba mías. |
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Tal vez sentí sobre mi frente triste |
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el beso venerando |
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de un padre que no existe; |
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tal vez sentí por mi mejilla ardiente |
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el tibio llanto de mi madre ausente, |
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�madre del alma que dejé llorando...! |
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Quizá cuando, sonaba |
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tu nota lastimera, |
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pálida ante mi espíritu pasaba, |
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ángel caído, mi ilusión primera. |
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La primera mujer, Eva nacida |
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del alma virginal entre las flores |
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en la casta alborada de la vida, |
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la mujer de mi amor y mis dolores |
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por siempre amada y para siempre ida. |
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El mundo todo dolorido y vago |
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de sombras melancólicas y amantes |
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que en la memoria flota; |
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los pálidos semblantes |
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que a verme vienen, cuando triste y solo, |
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árido llanto el corazón me brota; |
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todos los ecos del pasado, tristes, |
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en la memoria de mi amor dormidos, |
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rumores de suspiros y de besos, |
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ayes de adiós, del alma desprendidos, |
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y que quedaron en el alma impresos... |
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Todo el influjo de tu voz, señora, |
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súbito despertó... |
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El alma mía |
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vivió siquier una hora |
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la vida de mis sueños: |
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sentimiento, idealismo, poesía. |
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Suena tu voz... las frentes palidecen, |
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algo inefable el corazón oprime, |
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y con un llanto de emoción sublime |
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los ojos que te miran se humedecen. |
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Tu voz es el rüido, |
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el trémulo susurro melodioso |
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del céfiro perdido |
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de árbol en árbol en el bosque hojoso. |
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Es la música errante en las espumas |
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del arroyo que plácido resbala; |
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el trino alegre que batiendo el ala |
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lanzan las aves, al hüir las brumas... |
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Tu voz es la delicia |
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del corazón que siente como el mío, |
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tan blanda como el soplo que acaricia |
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los pálidos nenúfares del río. |
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Es vibración que flota |
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del arpa de oro del querub nacida, |
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incomparable nota |
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del alma soñadora desprendida. |
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Es la estrofa divina que, soñando, |
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acaso un ángel a tu oído canta, |
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y que al mundo repites, despertando |
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con músicas del cielo, en la garganta. |
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Bandada de argentinas vibraciones, |
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aves celestes por el mundo errantes, |
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tus mágicas canciones |
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caer en los corazones |
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como chorro de perlas y diamantes. |
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Tal vez es poesía |
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del alma en la embriaguez de la ternura |
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torrente de dulzura, |
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cascada de armonía, |
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inspiración felice de poeta, |
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suspiro de Desdémona y Julieta |
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inefable delirio de Lucía. |
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Voz de los seres que adorando viven |
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y la palabra del amor ignoran; |
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casta plegaria que confían al cielo |
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vírgenes almas que en secreto adoran; |
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verbo supremo, misterioso y blando, |
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que dulce se desprende |
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del corazón al corazón hablando; |
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suspiro de ángel que al pasar resbalas |
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por el alma del hombre |
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y al cielo le remontas en tus alas; |
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canto sublime de Ángela, �dilata |
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tu ráfaga armoniosa...! |
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�Y al perderse en el éter cristalino |
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en donde el sol del trópico flamea, |
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ese canto magnífico, divino, |
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himno a la gloria de mi patria sea! |
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�Salve, dulce niñez! |
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Ha mucho tiempo |
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que las sendas dejé primaverales |
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de la infancia gentil, entre los lirios |
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de mis queridos campos paternales. |
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El sol que alumbra mi existir ahora |
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no es �ay! el de la aurora, |
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no el que bañó mi juvenil cabeza |
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coronada de sueños y de flores, |
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no el bello sol de mis primeros años; |
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sino el opaco sol de los dolores, |
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de la inmensa tristeza |
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y de los incurables desengaños. |
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Por eso al verte aquí, niñez querida, |
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a mi alma conmovida |
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viene el recuerdo de mi edad de niño, |
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y al son del arpa, cuando triste rudo, |
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con supremo cariño, |
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�niñez, dulce niñez, yo te saludo! |
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Cuando bate gentil la Primavera |
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las alas de sus brisas melodiosas, |
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Flora derrama su festón de rosas, |
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en el verde tapiz de la pradera. |
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Tibia la aurora sus cendales rojos |
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despliega tras el monte, |
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y va tendiendo a los atentos ojos |
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su inmensa faja azul el horizonte. |
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Entonces en el aire trasparente |
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más limpia se destaca la montaña, |
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brillan más los cristales de la fuente |
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y es más puro y balsámico el ambiente |
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que respira el labriego en su cabaña. |
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Entonces, �con qué plácida delicia |
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absorta la mirada |
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resbala su caricia |
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del cielo por la bóveda argentada, |
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por el vago gentil del horizonte |
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que entre la niebla pálida se pierde, |
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y por la franja del cercano monte |
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y de los campos por la alfombra verde! |
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El viento, mece con vaivén sonoro |
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la rica mies en que el labriego espera |
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opimo, fruto en las espigas de oro. |
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Así al mirarte aquí, niñez querida, |
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débil planta de amor y de esperanza, |
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levantada en el campo de la vida, |
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rica de porvenir y de confianza, |
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y abriendo ya la tierna inteligencia |
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al fecundante rayo |
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de ese sol del espíritu, la ciencia; |
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así al mirar tan pura y floreciente |
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tu dulce Primavera, |
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el corazón presiente |
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de tu saber, para mi patria el fruto |
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y su sacro laurel para tu frente. |
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A vosotros los niños ignorados, |
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flores humildes de mi patrio suelo, |
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a vosotros los niños desgraciados, |
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a vosotros que vais desheredados, |
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está ofreciendo el Porvenir su cielo. |
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Hijos de la pobreza |
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que mora en el hogar del artesano, |
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cuya cuna mecieron la tristeza, |
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el hambre, el desaliento, |
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el fatigado trabajar en vano... |
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Vosotros, arrojados por la suerte |
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al antro de ignorancia donde gimen, |
|
las víctimas del fuerte, |
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a ser la presa inerte |
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del infortunio, del dolor, del crimen; |
|
�vosotros, levantaos! Ante la puerta |
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estáis del porvenir vaga y oscura, |
|
pero, tomad la lámpara divina |
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que os ofrece el saber; su sacra llama |
|
todo sendero lóbrego ilumina. |
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Hijo del proletario |
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que la miseria oprime, |
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ha sido la ignorancia tu calvario; |
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mas, como el Evangelio, el silabario |
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de la abyección redime. |
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Trabajad, estudiad. Trabajo y Ciencia |
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las llaves son del porvenir del hombre; |
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haced rica de luz la inteligencia |
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y rico haréis de lustre vuestro nombre. |
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Y esta madre inmortal, esta sagrada |
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dulce tierra de amor, Patria bendita, |
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a cuyo nombre el corazón palpita |
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y el brazo débil se trasforma en fuerte |
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por cuya gloria en el combate rudo |
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aun el cobarde desafía la muerte; |
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esta madre gentil �no tiene acaso |
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lauros para la frente del artista, |
|
premios para el talento |
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que los secretos del saber conquista? |
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�No elevará con orgulloso anhelo |
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la gloria de sus grandes, |
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como elevan sus cúspides al cielo |
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los montes de cristal de nuestros Andes? |
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�Oh, la dulce niñez! Flor de inocencia |
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que en rico fruto te abrirás mañana, |
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�no sabes que con oro de la Ciencia |
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se teje la corona soberana |
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de la alma inteligencia? |
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Y vosotras, vosotras, dulces niñas, |
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hijas también del llanto y la pobreza, |
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que lleváis en el alma la pureza |
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de la modesta flor de las campiñas; |
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vosotras, mariposas virginales |
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que sacudiendo el ala voladora |
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revoláis en un campo de rosales |
|
al tibio rayo de la casta aurora; |
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corazones cerrados por sencillos |
|
del mundo triste a las amargas penas, |
|
espíritus de paz y de alegría, |
|
alondras cuyo vuelo |
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parece todavía |
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los confines buscar del patrio suelo; |
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vosotras sois ahora |
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la perla del hogar, la flor temprana |
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entreabierta, a los besos de la aurora, |
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pero ya la mujer seréis mañana. |
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Entonces, más que el hombre, |
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seréis el porvenir, pues seréis madres; |
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y el alma de una madre es el santuario |
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donde el hijo cree en Dios, el relicario |
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de su primera fe. Tiene en sus manos, |
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cual blanda cera, el corazón del niño, |
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y con 1a santa fuerza del cariño |
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todos sus sentimientos se le imprimen. |
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Ella es quien pone el germen escondido |
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de la virtud o el crimen. |
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Le nutre con la sangre de su pecho |
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y también con su espíritu; endereza |
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así del cuerpo el indeciso paso |
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como el del alma que a vivir empieza; |
|
ella hará de ese espíritu fecundo |
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donde todo se imprime, |
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según como le inflame, |
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o el alma hermosa de Platón sublime, |
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o el alma negra de Nerón infame; |
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en la vida del hombre se refleja |
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como en cristal pulido, |
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crimen, virtud, indiferencia, olvido, |
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lo que la madre en la del niño deja... |
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Héroes criaban las madres espartanas |
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y mártires y santos las cristianas. |
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�Tal es, mujer, tu noble sacerdocio, |
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tal la augusta misión de tu existencia, |
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madre del hombre-rey, seno fecundo, |
|
para poder amamantar el mundo, |
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junta a tu corazón tu inteligencia! |
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�Oh la dulce niñez de las escuelas, |
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tan humilde a la vez y tan querida, |
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tiende tus alas con altivo vuelo, |
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que el alma de la tierra desprendida |
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por el estudio, se levanta al cielo! |
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Hijos del pueblo, idolatrad la Ciencia, |
|
de la ignorancia disipad el caos, |
|
y a la luz del estudio conquistaos |
|
otro pan, otro sol, otra existencia. |