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Lección X

Manifestación heroica de la poesía popular castellana: indicaciones respecto de algunos poemas de esta clase anteriores a los del Cid. -Importancia poética y significación social y política de este personaje: su carácter mítico y legendario. -La Crónica o Leyenda de las Mocedades de Rodrigo. -El Poema de Mio Cid. -Importancia y valor poético de ambas producciones: muestras de sus medios de expresión


Como en la lección precedente queda dicho, la musa castellana canta en sus albores, a la vez que el sentimiento religioso y los hechos de los santos, el sentimiento patriótico y las hazañas de los héroes. Siendo expresión de la vida del pueblo, y constituyendo la base de ésta la idea de la religión y la de la patria juntamente, era natural que la musa popular se inspirase también, como en efecto lo hizo, en la vida política de nuestra nacionalidad. De aquí la manifestación heroica, a que en la lección anterior aludimos, y cuyo objeto es avivar y fortalecer el sentimiento patriótico, la idea de la independencia nacional, cantando y ensalzando las hazañas y virtudes de los héroes nacionales.

Escribiéronse con tal intento algunos poemas, varios de los cuales sólo por referencias han llegado hasta nosotros: en tal caso se encuentran los consagrados a cantar los altos y preclaros hechos de Bernardo del Carpio, el héroe de Roncesvalles, tan famoso y celebrado por sus hazañas e ilustre linaje, y de Fernando I el Magno, a quien cupo la gloria de haber constituido el núcleo de nuestra nacionalidad. Acerca de ambos personajes hubieron de escribirse cantos de importancia, señaladamente respecto del primero, que según el testimonio del Rey Sabio, fue celebrado en los cantares de Gesta, y acerca del cual tantos y tan interesantes romances se hicieron posteriormente. Y lo mismo que de estos dos personajes hubo de acaecer respecto de otros príncipes y caudillos del pueblo español de aquella época, y a quienes la musa popular castellana no dejaría de rendir homenaje.

Las primeras producciones de la poesía popular castellana que han llegado hasta nosotros -y por lo mismo y por otras causas que más adelante diremos, merecen ser estudiadas con algún detenimiento-, se refieren a un héroe que llena con su glorioso nombre la historia de aquellos tiempos, que ha sido ídolo y al mismo tiempo espejo del pueblo castellano, y a quien la musa popular ha cantado con ricos acentos de entusiasmo, hasta el punto de rodearlo de cierto carácter mítico y legendario, que ha hecho dudar de su existencia real y positiva. Rodrigo Díaz de Vivar, llamado también el Castellano y el Campeador en su tiempo, y más conocido de la posteridad con el sobrenombre de Cid, es el héroe a que aludimos248. A la vez que una alta significación social y política, tiene este personaje un gran valor poético; en cuanto que, como queda indicado, ha inspirado las dos más importantes producciones de entre las primeras de carácter heroico que produjo la musa popular de nuestra nación, que inspirada en la vida de aquel héroe formó también la que con justicia puede llamarse epopeya del pueblo castellano249.

¿Qué circunstancias concurrían en este héroe para que ocupase lugar tan distinguido en la historia de nuestro pueblo y fuese objeto de los primeros y más robustos acentos de la musa castellana? La respuesta a esta pregunta requiere algún detenimiento.

La primera condición que nos presenta a Rodrigo Díaz de Vivar como merecedor del lauro que la historia y la poesía le conceden juntamente, es la de ser la personificación más alta y acabada del pueblo castellano de su época. Guerrero indomable y valeroso, peleó con sin igual denuedo en defensa de la religión y de la patria, los dos primeros cánones sobre que descansa la existencia de aquel pueblo, y que constituyen a la vez su ideal social y poético, y la base, por lo tanto, de los sentimientos, las creencias, las aspiraciones, la vida toda, en fin, de los españoles de los siglos de la Reconquista. Su religiosidad era, como la del pueblo que personifica, poco ilustrada, pero sincera y muy ardiente, y su patriotismo tan grande como arrogante, rudo y hasta feroz. Una crónica extranjera y contemporánea califica la muerte de este héroe de infortunio para la cristiandad, mientras que un historiador árabe le apellida plaga de su época, por los estragos que causaba entre los moros, a la vez que le llama prodigio del Señor, por su denuedo y firmeza. Corría como muy valedera la creencia, nacida de un dicho arrogante que se atribuye al mismo Cid, de que «si por culpa de un Rodrigo habían entrado los moros en España, otro Rodrigo los arrojaría», aserto que el Campeador justificaba con sus proezas y hazañas, el sin número de victorias que obtenía sobre los moros y las conquistas que conseguía para los estados castellanos, que cada vez se afirmaban y extendían más, merced al indomable valor de nuestro héroe. Quien así lograba realizar las aspiraciones más arraigadas del pueblo español, cuyo objetivo capital era el triunfo de la religión y la conquista y reconstitución de la patria, por fuerza había de ser el ídolo de ese mismo pueblo, que veía reflejada en él su propia vida, y lo consideraba como el brazo que la Providencia había puesto a su servicio para el logro de la doble empresa en que estaba empeñado.

Mas no eran éstas las únicas circunstancias que hacían de Rodrigo Díaz de Vivar la personificación del pueblo español de su tiempo. Su entereza contra los peligros interiores que amenazaban la obra de la Reconquista, su altivez contra todo lo que tendía a imponer a aquel pueblo una servidumbre a que nunca se avino de buen grado, siquiera procediese de sus mismos príncipes, le hacían acreedor al cariño y respeto de los castellanos, y contribuían a que fuese más acabada la significación que le asignamos. Sin dejar de ser obediente, fue altivo y a veces arrogante con los mismos monarcas; pero nunca traidor ni abiertamente rebelde. La misma lealtad que él y su pueblo tenían a los reyes, exigía de éstos igual correspondencia, y de ello es prueba el juramento que en Santa Gadea hizo prestar a D. Alfonso VI, contra el que había sospechas de complicidad en la muerte de D. Sancho. La inclinación de D. Alfonso hacia los monjes de Cluny y a la curia romana; su aspiración a templar las costumbres de los castellanos, no acostumbrados todavía al dominio de los reyes; sus alianzas con el extranjero; su anhelo de cambiar la organización del pueblo español, amoldándole a la de otras naciones; todas estas novedades no pudieron menos de ofender el sentimiento nacional, que rechazaba aquella especie de feudalismo opresor que se trataba de introducir, y que era contrario, no sólo a las costumbres de los españoles, sino a la dignidad humana, y de aquí surgió una valerosa y tenaz protesta, que halla su encarnación más genuina en la persona del Cid, y que empieza a manifestarse con el hecho verdaderamente atrevido y significativo del juramento a que antes nos hemos referido. Al personificar esta protesta, y al hacerlo en las condiciones que dejamos apuntadas y que son como fiel reflejo de los caracteres distintivos del pueblo español de aquella época, Rodrigo Díaz de Vivar se presenta a nuestra vista con nuevos y valiosos títulos, que le hacen acreedor a la significación histórica y al valor poético que le asignan los monumentos literarios en que el pueblo de Castilla idealiza su persona y adjudica el lauro de la inmortalidad a tan glorioso caudillo.

Si a esto se añade que Rodrigo Díaz de Vivar fue, según la historia y la tradición, modelo de hijos y dechado de esposos y padres; tan valeroso en la guerra como sencillo e ingenuo en la corte; que nunca habló el lenguaje de la doblez y de la lisonja, propio de los cortesanos; que fue siempre leal consejero del monarca, al que en toda ocasión dijo, con entera y ruda franqueza, la verdad, aun a trueque de concitar contra sí sus iras; que pagaba con acrisolada lealtad las ofensas que recibía de su rey, y en fin, que por premio de tanto heroísmo, de tantas virtudes, de tantas proezas, de tanta lealtad y de grandeza tanta, sufrió la pena de verso desterrado por el mismo a quien tan grandes servicios prestara, se comprenderá fácilmente que el pueblo lo tomase por caudillo, lo tuviese como uno de los más grandes héroes y lo cantara consagrándole los primeros acentos de la poesía heroico-castellana, idealizándolo al dotarlo de todas las cualidades que hacen del Cid, a la vez que una acabada personificación del pueblo, un verdadero héroe mítico y legendario250.

La figura del Cid, tal como la Poesía nos la ha legado, tiene, en efecto, este carácter. Sobre lo natural y verdadero, hay en ella algo que es sobrenatural y ficticio. Y es que, como antes hemos indicado, al escoger el pueblo castellano al Campeador por su héroe, al ver personificadas en él su propia existencia y el ideal en que ésta se inspiraba, y por la que principalmente alentaba, hubo de atribuirle todas cuantas cualidades debía atesorar un héroe de aquella época, y eran necesarias para personificar aquel pueblo. Pero como todo esto se hacía, como era natural, idealizando al personaje, a fin de que más fielmente representase el ideal y su personificación se hiciera más sensible y grandiosa, de aquí que la imaginación del pueblo se representase a Rodrigo adornado de cualidades que no tenía, y que al héroe real e histórico le pusiera la vestidura del héroe mítico y legendario. Pero téngase en cuenta que por esto que decimos no pierde en nada la figura del Cid, cuya significación social y política es siempre la misma; lo único que con esta idealización se altera, y es para mejorar, es el valor poético del personaje.

Los primeros monumentos en que se nos ha trasmitido cuanto acerca de este héroe dejamos apuntado son: la Crónica o Leyenda de las mocedades de Rodrigo y el Poema del Cid. En estas primeras producciones de nuestra poesía heroica, se halla concentrado lo más interesante de la vida del Campeador, que generalmente se divide en cuatro épocas, según la trazaron los primeros cantores del pueblo, y ha sido después narrada por los cronistas.

La primera época, que se tiene por la más poética de las cuatro, es objeto de la Crónica o Leyenda251, si bien no deja de haber motivos para creer que ésta pudo llegar hasta la tercera252 en la parte que de ella nos falta.

No obstante la opinión contraria, hasta hace muy poco admitida como la más cierta, se tiene hoy por probado que la Crónica debió preceder al Poema253, por lo que trataremos de ella antes que de éste.

Abraza la Crónica o Leyenda las mocedades de Rodrigo, y se extiende, por tanto, hasta la muerte de D. Fernando el Mayor. Principia con un prólogo que está escrito, al parecer en prosa, pero debió escribirse en verso, a juzgar por los restos de metrificación que en él se observan, y que relata sumariamente los hechos acaecidos desde la muerte de D. Pelayo, hasta la vuelta del conde Fernán González a sus dominios, después de libertado del cautiverio por la infanta de Navarra.

El poema comienza luego, relatando las desavenencias entre D. Diego Laínez, padre del Cid y el conde Gormaz, el ultraje inferido por éste a aquél, su muerte a manos de Rodrigo y los desposorios del héroe con Jimena. En toda esta parte de la leyenda se revelan, con tanta energía como sencillez, los extraños sentimientos de aquella época, en los que se mezclan la nobleza con la ferocidad, los arranques caballerescos con las más bárbaras pasiones.

Las hazañas del Cid contra los moros; la batalla de la Nava del Grillo; la prisión del rey de Aillón, a quien dio libertad, negándose a entregarlo al rey de Castilla con el quinto del botín; la toma de Tudela; la aparición milagrosa de San Lázaro, bajo la forma de un leproso, a quien socorre Rodrigo; el desafío que llevó a cabo con Martín González, al que dio muerte en defensa de su rey; su triunfo sobre los reyezuelos moros de Sigüenza, Atienza y Guadalajara, a quienes dio muerte, y los de Madrid y Talavera, que aprisionó, así como más tarde, y después de destruir a Redresilla, Bilforado y Grañón, hizo lo propio con Garci-Fernández y Jimeno Sánchez, a quienes libró luego de la muerte a que habían sido condenados; su protesta contra la petición del Rey de Francia, el emperador de Alemania y el Pontífice romano, que exigieron de D. Fernando que reconociera el feudo del imperio; su triunfo sobre el conde de Saboya; -son otros tantos hechos que se relatan en la mencionada Leyenda, que termina con la tregua que concede D. Fernando, a ruegos del Papa, a esta guerra nacional, comenzada bajo tan favorables auspicios. En todos estos episodios se revela el carácter altivo del Cid, y se consigna enérgicamente la protesta del pueblo castellano contra toda ingerencia extranjera y todo ataque a su independencia nacional.

Además de la importancia histórica que da realce a este monumento, hay que reconocer en él, muchos rasgos de originalidad, que revelan la huella de la tradición oral y bellezas nativas, pinceladas brillantes y frases felices, que son nuncio de lo que habían de llegar a ser nuestra lengua y nuestra poesía. Aunque adulterado en la expresión, oscuro y enmarañado en la frase y en la métrica, no deja de tener mérito este poema, que es fruto de un arte primitivo, por lo cual no hay que extrañar que no se sujete a las leyes y condiciones propias del género. En todo caso, lo que la Leyenda revela sobre todo, es la cultura y el estado social de aquella época, así como las fuentes literarias en que se inspira, apareciendo en medio de todo el carácter del Cid, tal como la imaginación popular lo había concebido.

El Poema de Mio Cid254 se refiere, como antes hemos dicho, a la cuarta época de la vida de Rodrigo, por lo que empieza con el destierro de éste decretado por D. Alfonso VI. Pintar el carácter y describir las victorias de este héroe, refiriendo sus fazañas y altos fechos con motivo de las guerras que sostuvo contra los moros, la toma de Valencia, el indigno y brutal hecho de sus yernos los condes de Carrión, la venganza de nuestro héroe, y por último, el segundo matrimonio de sus hijas con los infantes de Aragón y Navarra, con que termina (de lo cual han deducido algunos eruditos, Wolf y Clarus, que este hecho es el asunto del Poema); tal es, en suma, el objeto del monumento, al que algunos han querido negar la consideración de poema y han dado el nombre de «Crónica rimada», lo cual equivale a negar el valor literario de esta producción, y desconocer que la Poesía enaltece en el Poema la persona del Cid, atribuyéndola un poder, una representación, y una influencia que por ningún modo cabrían en una Crónica. Hácese en el Poema, con efecto, la apoteosis del héroe que personificaba en aquellos días al pueblo castellano, y hácese atribuyendo a Rodrigo todo lo que el pueblo consideraba digno de estimación, respeto y cariño, convirtiéndolo en objeto de adoración y de una verdadera idealización poética, uniéndose al interés histórico los caracteres propios de nuestra primitiva poesía y de la trasformación que en ésta y en el lenguaje se iba operando.

Tanto o más que la historia que refiere, llama la atención en el Poema del Cid el lenguaje que en él se emplea, el cual en medio de ser rudo e informe, revelando en todo ello inexperiencia, como era natural, toda vez que se hallaba en los albores de su infancia, muestra ya lo que había de dar de sí el poderoso genio de nuestra habla; y si es verdad que no se encuentran en el Poema muchas imágenes poéticas ni expresiones brillantes, no por eso carece de finas ironías, de dichos agudos, de refranes y sentencias proverbiales, lo cual unido a la sencillez y naturalidad del estilo, así como a la viveza y energía que con frecuencia resplandecen en la obra, en la que muchas veces se encuentran maneras de decir graciosas y elegantes y giros verdaderamente poéticos, ayuda a que la pintura que resulta de la época a que se refiere sea más verdadera y esté más en carácter. Aun la misma prolijidad con que se suelen referir los hechos, y los pleonasmos viciosos y las puerilidades en los símiles y comparaciones de que resulta cargado el estilo, ayudan sobremanera a dar al Poema la fisonomía especial en que estriba su principal mérito. El autor revela en él ciertas pretensiones artísticas, mostrando a la vez que se apoya en la tradición.

En cuanto a la versificación, no puede negarse que es ruda y desaliñada, como que corresponde a las primicias del arte métrica: carece de consonancias marcadas y no tiene medida cierta, pues los versos se extienden hasta diez y seis y veinte sílabas, no debiendo tener más que catorce, puesto que los que más abundan son los pentámetros (dos de los cuales, divididos por hemistiquios, constituyen uno entero en el Poema), lo cual indica que se trata de dar alguna regularidad a la versificación. Esa variedad de metros es causa de que los versos del Poema no puedan reducirse a ninguna clase de versos castellanos ni puedan considerarse como versos sueltos255.

Del examen sumario que acabamos de hacer de las dos principales producciones relativas al Cid, resulta que aun dejando a un lado la importancia meramente histórica que sin duda tienen, y cualesquiera que sean los defectos literarios de que adolezcan, y de los que no podían menos de adolecer, dada la época en que fueron escritos, tanto la Leyenda como el Poema, tienen un gran valor poético, no sólo porque determinan el comienzo de la poesía heroica, propiamente dicha española, sino también por los elementos que ambas producciones atesoran, que sirven además para revelar el estado de la cultura de la sociedad española en aquella época. Son la Leyenda y el Poema a que nos referimos, copiosa fuente donde la musa castellana irá constantemente a beber rica y sabrosa inspiración, y como el prólogo de esa grandiosa epopeya a que antes hemos aludido, que constituye el Romancero del Cid. Si a todo esto se añade el papel que en ambos monumentos juega la Poesía al idealizar la persona del Cid para mejor asignarle la representación que el pueblo quiso darle, y para que mejor sintetizase el ideal de aquel pueblo en todas sus manifestaciones, se comprenderá que por más que quiera despojarse a ambas producciones de estas o las otras virtudes literarias, no es posible negarles el valor poético que de todo esto se deduce que tienen, y que no sólo se expresa en el conjunto y en la representación general de ambas obras, sino que a veces se revela en los pormenores así por lo que a la narración toca y como por lo que a los medios de expresión respecta.

Véase en comprobación de ello el siguiente fragmento sacado de la Leyenda, y tomado del pasaje en que las hijas del conde Gormaz piden al anciano Laínez la libertad de sus hermanos:


    Prissiéstenos los hermanos          e tenédeslos acá,
e nos mugieres somos,          que no hay quien nos ampare.
-Essas oras, dixo don Diego          no devedes a mí culpar:
peditlos a Rodrigo          sy vos los quissiere dar,
prométolo yo a Christus,          a mi nom' pode pessar.
Aquesto oió Rodrigo,          comensó de fablar:
-Mal fessiste, sennor,          de vos negar la verdat:
que yo seré vuesso fijo,          e seré de mía madre.
Parat mientes al mundo,          sennor, por caridat.
No han culpa las fijas          por lo que fizo el padre;
datles a sus hermanos,          ca muy menester los han,
contra estas duennas messura          devedes, padre, catar, etc.



He aquí ahora, para completar este estudio, un trozo del Poema, que no es menos natural, sencillo y enérgico que el que dejamos copiado. En él el Cid manifiesta que no le bastaban las concesiones que se le habían hecho por la afrenta inferida por los infantes de Carrión, sino que necesitaba todavía más:


    A quem' descubriestes          las telas del corazón?
A la salida de Valencia          mis fijas vos di yo,
con muy grand ondra          e averes a nombre.
Cuando las non queriedes          ya, canes traydores,
por qué las sacábades          de Valencia, sus onores?
A qué las firiestes          a cinchas o a espolones?...
Solas las dexastes          en el Robledo de Corpes
a las bestias fieras          e a las aves del monte.
Por cuanto les ficiestes,          menos valedes vos:
si non recudedes,          véalo esta cort.






Lección XI

Trasformación de la poesía vulgar. -Primeros monumentos de la poesía vulgar-erudita: Pero Gómez y la Disputación del Cuerpo y del Alma. -Primer poeta vulgar-erudito de nombre conocido: Gonzalo de Berceo. -Sus obras y representación literaria. -Manifestación heroica de la poesía vulgar-erudita. -El Libro de Appollonio y el Poema de Alexandre. -Sus formas artísticas. -Nueva tendencia de la poesía heroico-erudita: el Poema de Ferrán González. -Otra nueva faz de dicha poesía: el Poema de Yusuf


La trasformación que indicamos en la lección IX empieza ya a determinarse de una manera más visible. La poesía vulgar comienza a revestirse con las galas del arte erudito. El incremento que a fines del siglo XII y principios del XIII toma la cultura española, la nueva dirección y el desarrollo creciente de los estudios y el establecimiento de escuelas por todas partes, son las causas que determinan esa trasformación a que nos referimos. Recibe el Arte, mediante estos hechos, notable impulso, que en la literatura vulgar se señala por la tendencia de sus cultivadores a inspirarse en los asuntos y los héroes de los libros sagrados, de las leyendas eclesiásticas y de la historia de otros países, todo lo cual exornan con los conocimientos que les suministra el estudio de la moral, de la teología y de la historia. Pero como al mismo tiempo esta tendencia hacia el arte erudito se realiza valiéndose los cultivadores de las letras, del habla-romance, del idioma vulgar, y sin abandonar por entero las creencias, los sentimientos y las aspiraciones del pueblo que hablaba este idioma, de aquí que en el momento en que nos hallamos, la literatura no sea completamente erudita ni tampoco popular, sino que tiene el doble carácter de vulgar-erudita. Lo primero, porque los que la cultivan no son lo suficientemente doctos para poder emplear con provecho el habla latina, y tienen que valerse de la de las muchedumbres; lo segundo, porque sin abjurar por completo de su nacionalidad, los que este camino seguían miraban con desdén lo que estaba al alcance de todos, y trataban de resucitar la tradición clásica.

En medio de este como dualismo y de las contradicciones que originaba, si el Arte literario perdía en espontaneidad y originalidad, ganaba en la perfección y regularidad de las formas, si bien conservando el sello de las creencias, de los sentimientos y de las costumbres nacionales. Sus nuevos cultivadores eran, por una parte, los más afectos al habla vulgar, y por otra, los que más se aproximaban a los doctos, es decir, que mientras por un lado podían calificarse de vulgares, por otro merecen el calificativo de eruditos. De modo que la literatura, que ya se había fijado en los semidoctos, se prepara ahora a pasar al dominio de los eruditos, realizándose así por completo la trasformación que anunciamos en la lección citada al comienzo de esta trasformación mediante la cual se reanuda la tradición clásica, aunque trayendo ahora nuevos elementos, y a la que sirve como de lazo o medio de transición el arte vulgar.

Pero en el camino que debía andarse para realizar esta trasformación, hay un punto de verdadera transición, un como término medio, que si revela el esfuerzo de los cultivadores del Arte literario por enseñorearse de las galas de la erudición, indica también que esto no era posible sin nuevos esfuerzos.

Dejando a un lado al trovador Pero Gómez, a quien tal vez pudiera colocarse en este lugar, y de quien no se conoce obra alguna256, nos fijaremos en una producción que parece representar fielmente ese período de transición o intermedio, a que acabamos de referirnos. Tal es la famosa Disputación entre el cuerpo y el alma, cuyo asunto era acaso de origen popular, y fue muy tratado por todos los cultivadores de la literatura latino-eclesiástica. Su autor revela ya el intento de aparecer erudito, tomando por asunto de su obra una leyenda muy aplaudida de los doctos; pero al mismo tiempo hace esto valiéndose del romance vulgar, y mientras que por una parte acepta en orden a las rimas el sistema de la versificación latino-eclesiástica, por otra se inclina a los versos pentámetros, por más que no deje de admitir los octonarios y con mayor frecuencia los hexámetros de quince sílabas; esto a la vez que presupone cierto progreso respecto de las formas, induce a creer que el poema en cuestión fue escrito en la segunda mitad del siglo XII257.

El escritor que mejor representa este período de transición en el Arte literario, es aquél a quien se tiene hasta hoy como el primer poeta erudito de nombre conocido. Nos referimos a Gonzalo De Berceo, natural del pueblo de este nombre y clérigo del monasterio de San Millán, en la diócesis de Calahorra. Floreció este poeta erudito por los años de 1220 a 1246258, y apenas quedan más noticias suyas que las que él mismo nos suministra en sus composiciones, las cuales, en número de nueve, constan de unos 13.000 versos, y pueden dividirse en dos grupos: al primero corresponden la Vida de Santo Domingo de Silos, la de San Millán de la Cogulla, el Martirio de San Lorenzo, los Milagros de Nuestra Señora y la Vida de Santa Oria, que como puede observarse, se refieren principalmente a asuntos históricos; al segundo grupo pertenecen el Sacrificio de la Misa, los Loores de Nuestra Señora, los Signos del Juicio y el Duelo de la Virgen, cuyas bases principales las constituyen las tradiciones piadosas y la liturgia. De aquí el que se considere a Berceo como poeta histórico-religioso. A estas composiciones hay que añadir tres himnos al Salvador y a la Madre, en los que Berceo no se muestra menos aficionado a la literatura eclesiástica.

Observando atentamente las obras de Berceo, se ve que en el fondo se dirigen más principalmente por el camino que según hemos visto, se había trazado en un principio la poesía erudita, por más que no le fuera dado sustraerse del todo al influjo de las costumbres y creencias populares, y escribiese todas sus obras en el idioma vulgar, lo cual le hacía incurrir en notable contradicción, sobre todo, si se tiene en cuenta la forma que emplea en sus composiciones. Pero la verdad es que en el fondo de éstas dominan siempre la unción y la piedad, propias de quien, como el buen clérigo, estaba apartado de todos los asuntos mundanales y entregado a una vida ascética y puramente contemplativa; lo cual, unido a la tendencia hacia el arte erudito que antes hemos notado, explica que en una época como aquella en que la reconstitución nacional era la aspiración constante de los españoles, Berceo se olvidase de los héroes nacionales. Cierto es que ese sentimiento religioso que tan absolutamente se revela en todas sus obras, da a éstas un carácter de unidad muy estimable; pero también lo es que la rigidez con que se ciñó a ese sentimiento y a los asuntos históricos que se propuso cantar, fue causa de que su erudición luciese menos y apareciese pobre de fantasía en la invención. Esto no obstante, revela talento poético como narrador, y a veces aparece original y hasta dramático en los cuadros que traza su pluma, entre los cuales los hay verdaderamente ricos de poesía y muy originales como, por ejemplo, el de la Visión de las tres coronas, de la Vida de Santo Domingo de Silos.

En cuanto a la forma de sus poesías, que él llama prosas, siguiendo las tradiciones clericales259, debemos decir que el lenguaje usado por Berceo, que se daba a sí mismo el nombre de «Maestro», era el lenguaje del vulgo, como él mismo manifiesta en esta copla:


    Quiero fer una prosa          en romaz paladino,
en qual suele el pueblo          fablar a su vecino;
ca non so tan letrado          por fer otro latino.
Bien valdrá, como creo,          un vaso de bon vino.



Sus poemas están divididos en coplas de cuatro versos de catorce sílabas o arte mayor (quaderna vía), aconsonantados entre sí, siendo de notar que éstos son muy perfectos en cuanto a la medida. A menudo se nota descuido en el lenguaje, en el cual emplea el poeta muchas veces expresiones propias de un estilo verdaderamente prosaico, como la que dejamos subrayada en el último verso de la estrofa copiada, la que usa para manifestar que Santo Domingo repartía el pan que le daban sus padres:


    El pan que entre día le daban los parientes
non lo queríe él todo meter entre los dientes.



y otras frases por el estilo que ahora no suenan bien y nos parecen bajas.

Por lo dicho se comprende que Berceo guardó en sus composiciones, y en lo tocante al fondo, un gran respeto a las tradiciones clericales, si bien se separó de éstas en cuanto a la forma, toda vez que dejó a un lado el lenguaje de los cultos, sustituyéndole por el de las muchedumbres, movido del deseo de ser entendido de toda la gent, y porque no era tan letrado que pudiese emplear la lengua de los doctos. Debe advertirse además, que no pudo sacudir el yugo de las creencias y costumbres populares, por todo lo cual merece ser el representante más genuino del arte vulgar-erudito. De este modo, mediante la poesía religiosa, se inicia esa trasformación del arte vulgar en arte erudito, que ya hemos indicado, y que se completa y determina más con el cambio que al ser adoptada por los doctos experimenta el habla del vulgo, la cual se modifica conforme a las leyes de la latina, que aquéllos manejaban, y adquiere por tanto la flexibilidad, abundancia y elevación que requiere el lenguaje literario.

El tono épico-heroico con que constantemente se revela la literatura latino-eclesiástica y que con tanto empeño deseaba sostener Berceo, que fue un poeta esencialmente narrativo, no menos que la inclinación de los doctos hacia la antigüedad, hacen que la poesía erudita tome un carácter épico, tanto más natural en España, cuanto que épicos son los primeros cantos con que se anuncian las musas castellanas. De los mismos elementos en que se funda la trasformación que acabamos de señalar en el arte vulgar, se origina la nueva dirección que toma nuestra poesía, que ahora denominaremos heroico-erudita. Esta nueva tendencia del arte vulgar empieza a manifestarse con asuntos extranjeros, lo que no debe parecer extraño, toda vez que el camino que se sigue es el señalado por la erudición.

Prueba esto que decimos la clase de asuntos a que se refieren los dos primeros monumentos en que se manifiesta esta nueva tendencia del arte vulgar. Nos referimos al Libro de Appollonio y al Poema de Alexandre, reputados ambos como las más antiguas manifestaciones de nuestra poesía heroico-erudita, como coetáneos de las obras de Berceo260.

El Poema o Libro de Appollonio se funda en una leyenda muy celebrada en la Edad-Media y de origen antiquísimo pues parece originaria del Oriente. Fue en su origen escrita en griego y después traducida al latín, por lo que era muy conocida y aun estimada de nuestros eruditos261. Su argumento lo revela el autor del libro castellano en estos versos, con que empieza el poema:


    En el nombre de Dios          et de Sancta María,
si ellos me guiassen,          estudiar quería
componer un romance,          de nueva maestría,
del buen rey Apollonio          et de su cortesía.
    El rey Apollonio,          de Tiro natural,
que por las aventuras          vistó grant temporal,
cómo perdió la fija          et la muger capdal,
cómo las cobró amas,          cá les fue muy leyal.



Por lo dicho se comprende que el poema castellano no es original; lo que su autor hizo principalmente fue sustituir en él el sentimiento cristiano al gentílico, con lo cual juntó elementos que pugnaban por separarse, sobre todo si se tiene en cuenta que trató de dar al héroe del poema las cualidades de los héroes españoles, sobre todo por lo que al sentimiento moral y cristiano respecta. Esto, que es un anacronismo, es no obstante lo que más de meritorio y de original tiene el poema castellano.

Además del interés que entraña la leyenda en que estriba el Libro de Appollonio, que alcanzó gran boga en la Edad Media262, ofrece el poema español cierta armonía y regularidad de que carecían las producciones anteriores a él, que hemos examinado, y rasgos poéticos mucho más pronunciados, sobre todo por lo que a los personajes respecta263. Revélase en todo él el propósito de escribir en el lenguaje de los eruditos, sobre todo de Berceo, a cuyas formas artísticas se aproxima mucho la nueva maestría del autor del libro que nos ocupa, que debe considerarse como uno de los más preciados monumentos de la poesía heroico-erudita.

Más científico y más literario que el Libro de Appollonio es el Poema de Alexandre, que debió ser posterior a él algunos años. La teología, la filosofía, la astrología, la astronomía, las ciencias naturales, la geografía y la historia, los estudios clásicos, cuantos conocimientos constituyen el saber de los doctos en aquella época, entran a formar parte del caudal de erudición que atesora esta nueva manifestación de la poesía heroico-erudita. Su autor no es desconocido como el del Libro de Appollonio, por más que se haya dudado durante mucho tiempo acerca de su verdadero nombre.

Según la opinión más comprobada fue el autor del Poema de Alexandre Juan Lorenzo de Segura, clérigo como Berceo y natural de Astorga, que floreció a mediados del siglo XIII, en cuya época escribió este poema, que ha sido atribuido por unos al poeta antes citado y por otros al Rey Sabio264, lo cual ha dado motivo a dudas respecto a quien fue su autor, dudas que hoy parecen disipadas del todo, pues su nombre se revela en los siguientes versos del poema:


    Si quisierdes saber          quien escreuió este ditado,
Johan Lorenço,          bon clérigo e ondrado,
Segura de Astorga,          de mannas bien temprado:
en el día del iuyzio          Dios sea mío pagado. Amén.



El Libro de Alexandre, de Lorenzo de Segura, tiene por asunto referir la vida y hechos de Alejandro Magno, en lo cual había de encontrar el poeta un campo vastísimo donde esparcir su inspiración, dadas las empresas guerreras de aquel héroe que llenó con la fama de su nombre y sus empresas el Oriente, la Persia, la Arabia y la India, teatro que fueron de sus glorias y combates, al paso que el Occidente le reputaba como el héroe más caballeresco de la antigüedad; por cuya razón ha servido de prototipo a las ficciones poéticas de casi todas las naciones, pudiéndose decir de él lo que con mucha verdad dice el monje de los Cuentos de Cantorbery:


El cuento de Alejandro tan sabido
que no hay en todo el mundo niño tierno
que su gloria y valor no haya aprendido.



Segura tuvo presentes para la composición de su largo poema algunas de las historias de Alejandro, especialmente el libro latino, (que modificó y enriqueció notablemente) que con el título de la Alexandreida escribió Gualtero de Chatillon, a quien cita varias veces, llamándole algunas Galter265.

Aparte del lujo de ciencia que en el poema de Segura se ostenta, debemos reconocer que tiene defectos de no escasa monta y que hay en él una gran confusión de los usos y costumbres de la antigüedad griega con los de la religión católica y de la caballería. Pero si esto es cierto, no lo es menos que abunda en rasgos atrevidos y delicados; por lo cual y en atención a que releja el espíritu de su época y nacionalidad, no sólo en el fondo, sino también en el lenguaje y en la versificación, fluido el primero y lozana la segunda, por más que los versos no carezcan de defectos de consonante y de medida266, merece ser tenido en no escasa estima.

Además de esto, Segura debe ser considerado como escritor no exento de verdadera intención poética y adornado de dotes literarias, que lo hacen superior a los poetas de su tiempo. Se hallaba dotado del sentimiento de la armonía, por lo que da a los asuntos que describe un colorido bastante agradable, como puede observarse por el siguiente pasaje del poema:


    El mes era de mayo,          un tiempo glorioso
quando fazen las aues          un solaz deleytoso.
Son uestidos los prados          de uestido fremoso,
de sospiros la duenna,          la que non ha esposo.
    Tiempo dolce o sabroso          por bastir casamientos,
ca lo tempran las flores          e los sabrosos uientos,
cantan las doncelletas,          son muchas ha conuientos
facen unas a otras buenos          pronunciamientos.
    Andan moças e uieias          cobiertas en amores,
van coger por la siesta          a los prados las flores,
dizen unas a otras:          bonos son los amores,
y aquellos plus tiernos          tiénense por meiores.



Tanto Juan Lorenzo, como el autor del poema de Appollonio, aceptan las formas artísticas ensayadas por Berceo, escribiendo el lenguaje de la clerecía y usando formas métricas semejantes, si bien la quaderna vía, las sillauas contadas y la grant maestría del Alexandre, presuponen cierto adelanto respecto de la nueva maestría del libro de Appollonio, descubriendo en todo ello que los poetas eruditos se iban separando de un modo progresivo de Berceo, y observándose al propio tiempo que, tanto este poeta, como los autores de los dos poemas citados, se fundan en la tradición escrita y no en la oral.

Posterior a los poemas en que acabamos de ocuparnos, si bien escrito también en los promedios del siglo XIII, es el Poema de Ferrán González, de autor desconocido, pero del que se supone con fundamento que fue natural de Castilla la Vieja, monje de San Pedro Arlanza, afiliado en la escuela de Berceo e imitador de Juan Lorenzo Segura.

El poema a que ahora nos referimos, que se custodia en la Biblioteca del Escorial, se aparta ya del camino porque desde un principio dirigiera la clerecía a la poesía heroico-erudita, en cuanto que en él no se acude a suelo extraño en busca de asuntos que cantar. Tomándolos, como se hace en los dos poemas de que acabamos de tratar, de la tradición escrita, la producción a que nos referimos se fija en los asuntos y héroes nacionales, con cuya nueva dirección viene como a reanudarse la historia de la epopeya patria, interrumpida hasta ahora.

El objeto de esta nueva manifestación de nuestra poesía heroico-erudita lo revela el autor en los siguientes versos, con que da comienzo a su empresa:


    En el nombre del Padre          que fiso toda cosa,
del que quiso nascer          dela Virgen preciossa,
del Espírito Santo          que es ygual dela Espossa,
del Conde de Castiella          quiero facer una prossa267.
    El Sennor que crió          la tierra et la mar,
de las cosas passadas          que yo pueda contar,
Él que es buen maestro          me deue demostrar
cómo cobró la tierra          toda de mar a mar.
    Contaruos he primero          como la perdieron
nuestros antecessores          que en grant coyta visquieron:
como omes desheredados          foydos andodieron,
esta rabia llebaron          que non morieron.



Tiene, por lo tanto, este libro por objeto único celebrar las hazañas semifabulosas y semiverdaderas de aquel conde animoso a cuyo valor y esfuerzos se atribuye la libertad de Castilla del yugo mahometano. A recordar, pues, las glorias de Fernán González, está exclusivamente consagrado este poema que comienza con la invasión de España por los godos y sigue hasta la batalla de Moret en 967, en que termina el códice que lo contiene, y cuyo primitivo manuscrito parece que se ha perdido: faltan, por lo tanto, los tres últimos años de la vida del héroe, cuya muerte ocurrió en 970. Como se ve, esta manifestación de nuestra poesía heroico-erudita es por el fondo, por el asunto sobre que versa, eminentemente nacional, según queda ya indicado.

Este poema, adolece de algunas faltas, entre ellas la de ser desproporcionado y la de estar escrito en un estilo, por lo general, monótono y prosaico; pero no por eso deja de tener vigorosas descripciones y otras bellezas que, como la frescura y sencillez del lenguaje, recuerdan la primitiva poesía de nuestro pueblo, de la que se aparta por su estilo, más ampuloso y razonado. Refleja además los caracteres esenciales de la nacionalidad, si bien no lo hace con todo el vigor que pudiera, a causa de que la mucha copia de erudición hace languidecer la acción, y desvirtúa en parte aquellas mismas bellezas, Su forma es como la de Berceo la del mester de clerecía. La irregularidad de la versificación debe atribuirse, en concepto del señor Milá, más que a influencia popular, a infidelidad de la copia.

En la Biblioteca Nacional existe un poema, cuyo manuscrito está incompleto, de mil doscientos veinte versos escritos en el metro llamado por Berceo quaderna vía. Su asunto (conforme lo exponen los señores Janer y Ticknor, el primero en la Biblioteca del Autores españoles, tomo 57, que trata de los poetas castellanos anteriores al siglo XV, y el segundo en su Historia de nuestra literatura), son los hechos de José, hijo de Jacob; pero tiene dos circunstancias muy singulares que le hacen curioso, interesante y notable entre las demás narraciones poéticas coetáneas. Es la primera que, aunque compuesto en castellano, está escrito con caracteres arábigos, y por consiguiente, tiene el aspecto de un códice oriental, con la particularidad de que, como el metro y la pronunciación están acomodados al valor de las vocales árabes, puede creerse fundadamente que si no es el manuscrito original, es al menos una copia idéntica y exacta. La segunda es, que el asunto del poema (que no es otro que la poética tradición oriental relativa a José y sus hermanos, consignada en el Génesis e introducida en el Korán) no está contado conforme a la relación bíblica, sino según la versión más breve y menos dramática del Korán268, con algunas variaciones y adiciones, ya tomadas de los comentadores del mismo Korán, ya debidas al ingenio del poeta269. Se ignora por completo quién fue el autor de tan raro monumento, si bien por pertenecer éste a la clase de los que entre los orientalistas son clasificados de aljamiados se cree que fuese algún mudéjar. El Sr. Amador de los Ríos coloca este poema notabilísimo en la primera mitad o en los primeros años de la segunda del siglo XIII.

El Poema de José o de Yusuf, que debemos a la raza mudéjar, corresponde al género heroico-erudito y continúa la tradición de la forma oriental, cuyo estilo se sigue en esta obra, hasta el punto de que muchas veces recuerda el libro árabe de las Mil y una noches. Influido el poeta por esta tradición y por las ideas y costumbres del pueblo en que vive, presenta en su obra una mezcla de las dos religiones que a la sazón dominaban en España, a la vez que una amalgama de las civilizaciones oriental y occidental. Está escrito el Poema de José con sencillez y naturalidad, y revela cierta intención moral de no escaso mérito y condiciones poéticas de no menos valor, por más que el lenguaje no se halle exento, antes bien, plagado de defectos e irregularidades. En cuanto a la rima, está dispuesta como la de Berceo, y como la de ésta, sometida a las reglas de la quaderna vía, por lo cual se diferencia poco en su versificación de los demás poemas que hemos examinado más arriba. Con esto termina el estudio de la manifestación heroico-erudita de nuestra poesía vulgar, en la cual hemos observado, al tomar este carácter, varias trasformaciones o modificaciones importantes, cuales son: 1ª., la de ir a buscar su inspiración en asuntos y héroes extranjeros, (Libro de Appollonio y Poema de Alexandre); 2ª., la de volver a los asuntos y personajes nacionales, (Poema de Ferrán González), y 3ª., la de preludiar la influencia oriental, mediante el elemento bíblico-mahometano que representa el Poema de Yusuf.




Lección XII

Aparición de la prosa castellana: los fueros. -La Carta-Puebla de Avilés. -Primeras manifestaciones de la Historia en lengua vulgar: los Anales. -Historiadores populares: D. Lucas de Tuy, y el Arzobispo D. Rodrigo. -Otras manifestaciones didácticas de la prosa castellana: la traducción al romance vulgar del Fuero Juzgo, el Libro de los doce Sabios y las Flores de Philosophía. -Trasformación sufrida por la prosa al mediar el siglo XIII


Casi por los mismos tiempos en que la Poesía se manifiesta, aparece la prosa castellana, sino como instrumento literario, puesto que en un principio no pudo usarse en tal concepto, en documentos públicos, tales como fueros, escrituras y otros por el estilo. Los fueros o cartas-pueblas son los que principalmente merecen ser tenidos en cuenta, pues aunque no deben considerarse como monumentos literarios, ocupan un gran lugar en el desarrollo de nuestra literatura, en cuanto que contribuyen con la Poesía a determinar el comienzo y desenvolvimiento de la lengua. Además, la prosa en que los fueros están escritos, sirve de instrumento a un género de manifestación literaria que no deja de tener importancia en nuestra literatura, pues que se desarrolla casi al par que la Poesía, y como ésta, tiene el mismo origen, sigue igual marcha y bebe en idénticas fuentes.

Considérase generalmente como el primer monumento en que aparece escrita la prosa castellana o romance del vulgo, la confirmación del Fuero o Carta-puebla de Avilés, hecha en el año de 1155 por el Emperador D. Alfonso VII270. Dicho documento es muy notable, no sólo por su antigüedad y por lo que representa, sino porque en él se descubre el idioma nacional saliendo de las ruinas del latín corrompido y pugnando por adquirir vida propia; por todo lo cual constituye, con relación al habla castellana, un monumento lingüístico de la mayor importancia, digno de ser conocido de cuantos se ocupen en estudiar los orígenes y la formación de nuestro idioma, que en dicho monumento empieza a prepararse para sustituir en las producciones históricas al latín de la clerecía271.

Así lo vemos, por lo que a la prosa respecta, la cual ya en el siglo XII, se manifiesta en los Santorales, Cartularios y Necrologios, si bien en condiciones tales que la redacción en que se nos presenta, es por todo extremo bárbara y grosera. En la primera mitad del siguiente siglo se nos ofrece ya en condiciones mejores, aspirando a la consideración de prosa literaria, en multitud de monumentos históricos, que de aquella época han llegado hasta nosotros, tales como los Anales Toledanos, los de los Reyes Godos de Asturias, León, Castilla, Aragón y Navarra, y los de Aragón y Navarra. Véanse en comprobación de lo que decimos, los siguientes pasajes que trascribimos de algunos de dichos Anales.

De los de Toledo, que fueron compuestos o terminados en 1219 y 1247:

«Et uino el rrey de Marruecos con toda su huest, et priso Losa et non los dexaua pasar (a los cristianos), et derrompieron la sierra, et pasaron, et fueron posar en las Navas de Tolosa, et paró el rrey moro las azes aderredor de los xristianos IV días et dioles grandes torneos: et lunes amanecient parose dom. Diego López con todos sus caualleros et todos los reys de las cinco regnos a las primeras feridas».



De los Anales de los Reyes Godos de Asturias, etc:

«En días del rrey don Fruella, que regnó en León en la era de DCCCC et XXXIII annos Nunno Núnnez Rasuera, fijo de Nunno Vellídez, fue alçado iuez en Castiella, et fue muy derecho et muy entendido en iuizos.

»Gonzaluo Núnnez, fijo de Nunno Rasuera, fue inez en logar de su padre, et fue capdiello de la cauallería, et con muchos fijosdalgo, eflados de su padre, ovo guerra con moros y siempre ganó dellos».



Por este camino empieza a cultivarse la Historia en la lengua romance y se forma la historia vulgar, debida al desarrollo que adquieren los estudios latinos, que así como ejercen influencia señalada en la primera trasformación de la poesía castellana, la tienen también en el nacimiento del género histórico-vulgar.

Entre los historiadores vulgares que pudiéramos mencionar, debemos fijarnos en D. Lucas de Tuy y el Arzobispo D. Rodrigo, que son los que mayor estima merecen de la crítica.

El primero, que nació en León a mediados del siglo XII, compiló, por orden de doña Berenguela, el libro de las Crónicas (terminado en 1236), compuso dos años antes un tratado Contra los albigenses, y escribió antes de recibir la investidura del episcopado de Tuy la Vida de San Isidoro. No exento de ilustración y muy versado en las letras latinas, no siempre merece entera confianza este historiador, que más que como vulgar merece ser considerado como latino, por más que ya a fines del siglo XIII fuesen romanzadas algunas de sus obras.

D. Rodrigo nació en Puente la Reina (Navarra) el año de 1170; estudió en París, y cuando luego pasó a Castilla fue elevado a la silla de Osuna, y electo después (1208) arzobispo de Toledo, a cuya silla subió en 1210. Figuró mucho en el reinado de Alfonso VIII, a cuyas empresas contribuyó eficazmente y se señaló en la famosa Cruzada que dio por resultado la victoria de las Navas: murió en 1247. Sus obras son: Breviario de la Historia Católica, calificado de notabilísimo; Historia Gothica272, que compuso respondiendo a los deseos de San Fernando, y después de haber bosquejado la de los árabes, un libro como complemento de la Gothica, con la Historia de los Ostrogodos, Hunnos, Vándalos y Suevos, y otro con la de los Romanos. La más importante de todas estas historias, y la que más nombre le ha dado, es la Gothica, que si bien escrita al principio en latín, fue puesta por el mismo D. Rodrigo en romance, circunstancia que vino a ejercer notable influencia en el desarrollo de la historia vulgar273. Si a esta circunstancia y a la de poseer una gran erudición clásica, se añade que D. Rodrigo fue el primero en acometer la empresa de someter a un sistema los antiguos cronicones, al ordenar los hechos referidos en los mismos, formando así el cuerpo de la historia patria, que narra con claridad y elegancia, no podrá negársele que ejerció gran influjo en la civilización española, y que merece el respeto y la consideración de la crítica, y figurar a la cabeza del movimiento que da por resultado la formación de la historia nacional.

Fruto de la inclinación de don Fernando III a que se compusieran o vertieran al romance vulgar las obras importantes, es otro monumento de la prosa castellana, al cual cuadra ya bien el calificativo de literario. Nos referimos a la traducción que del celebrado código visigodo conocido con el nombre del Fuero Juzgo dio D. Fernando III en 1241 a los pobladores de Córdoba, y más tarde a los de Sevilla y Murcia, para que se observase como ley. Este paso dado por el monarca tiene gran importancia, toda vez que ayudó a generalizar el habla del vulgo, y denotaba que ésta iba ganando terreno en las altas esferas sociales. La traducción indicada descubre ya las excelentes cualidades lingüísticas que más tarde resplandecen en Las Partidas y otras obras legales del mismo siglo XIII, y es una muestra elocuente de los progresos que en el tiempo en que se hizo había realizado el romance castellano, que ya en la traducción de que tratamos ostenta dignidad, nervio, concisión y sencillez, mostrando que era digno de ser empleado para expresar las prescripciones del Derecho274.

En prueba de lo que decimos, copiamos aquí el siguiente trozo, tomado del Libro VI, título II, ley III, de tan importante monumento, del cual afirmó la Academia Española que es uno de los más calificados de nuestro idioma, con el cual pocos pueden competir en antigüedad y ninguno en la importancia del asunto, siendo a la vez de los «que más contribuyeron a formar el nuevo romance y a darle pulidez y hermosura».

«Assí cuemo la verdad non es prindida por la mentira, assí se sigue que la mintira non viene de la verdad; ca toda verdad viene de Dios e la mintira viene del diablo, ca el diablo fue siempre mentirero. Et porque cada una destas a su príncipe ¿cuémo deve omne pesquirir la verdad por la mentira? Ca algunos iuezes que non son de Dios e son llenos de error, quando non pueden fallar por pesquiza los fechos de los malfechores, van tomar conseio con los adeuinos e con los agoradores e non cuidan fallar verdad, se non toman conseio con estos; mas por end non pueden fallar verdad, porque la quieren demandar por la mentira e quieren provar los malos fechos por las adevinaciones e los malfechores por los adevinadores; e dan a si mismos en lugar del diablo con los adevinadores».

Al mismo monarca, a quien se debe tan preciado monumento de la literatura nacional275, somos también deudores de otros dos monumentos, en los cuales el habla vulgar se ensaya en otros géneros didácticos. Tales son los tratados de carácter filosófico, que se compusieron a su instancia, y que llevan los títulos de Libro de los doce Sabios y Flores de Philosophía, encaminados, el primero, a labrar la educación de los reyes, y el segundo, la educación general, sin olvidar los deberes del pueblo. Es el primero una especie de catecismo político, para uso de los príncipes, escrito en las formas expositivas; propias de los que tratan después dé las ciencias políticas o filosóficas, y el segundo una compilación de máximas y sentencias morales, religiosas y políticas, distribuidas en treinta y ocho capítulos. El último de estos libros se supone escogido y tomado de los dichos de los filósofos y terminado por Séneca, último de los treinta y siete que se reúnen para componerlo; en él se descubre el apólogo oriental, tratando de introducirse en la literatura castellana como ya había intentado hacerlo antes. En ambos documentos aparece la prosa castellana, ostentando las virtudes que hemos visto en el Fuero Juzgo.

De todo lo expuesto hasta aquí se deduce que la prosa hizo, durante la primera mitad del siglo XIII, grandes conquistas, siendo primero informe, ruda, tosca, inarmónica, y pobre, como se presenta en el Fuero de Avilés y en los primeros Cronicones, y llegando luego a ser una prosa que reúne los caracteres que la hemos visto ostentar en el Fuero Juzgo, y que la colocan en la categoría de prosa literaria.






Segundo período

Desde Alfonso el Sabio hasta Enrique II de Trastamara


(Siglos XIII-XIV.)


Lección XIII

Creciente desenvolvimiento de la cultura española. -Importancia científica y literaria del reinado de D. Alfonso el Sabio. -Carácter y aficiones del monarca. -Leyes y disposiciones relativas al idioma y la cultura nacionales. -Nuevas influencias literarias: aparición del elemento lírico, determinación del arte oriental en su forma simbólica y desarrollo de la forma didáctica de este mismo arte. -Clasificación de las obras que escribió o en que intervino D. Alfonso: indicaciones respecto de ellas. -Juicio general de este cultivador de las letras y ciencias patrias


Con la presente lección entramos en un período de gran esplendor para las ciencias y las artes españolas. La importancia y desenvolvimiento que había llegado a adquirir el romance castellano, los esfuerzos de monarcas como Fernando III, y la evolución que en la literatura se había iniciado mediante la trasformación del arte vulgar en erudito, fueron causa de que en los promedios del siglo XIII la literatura nacional ostentara una riqueza y una lozanía que verdaderamente maravillan, sobre todo, si se tiene presente el corto tiempo de vida que contaba el habla en que se producían sus manifestaciones. Las conquistas de las letras y de las ciencias corrían parejas con las que a la sazón realizaban las armas cristianas, y la cultura de Castilla se armonizaba con la cultura general del siglo276.

El Arte se desenvolvía en la España Central con rapidez prodigiosa; y a semejante adelanto no podía menos de contribuir la poesía erudita, que abriendo paso en nuestra literatura a elementos nuevos, productos de civilizaciones más cultas y ricas que la que en aquellos siglos disfrutaba España, acopiaba para el arte nacional tesoros de inestimable valor, e introducía en él los gérmenes de su futura grandeza. Y si hasta aquí aquellos elementos no traspasaban los límites que hemos notado al examinar los primeros monumentos de la poesía heroico-popular, en adelante veremos introducirse otros nuevos que ejercerán en nuestra literatura provechosa influencia.

Manifiéstase esta influencia en el reinado de D. Alfonso el Sabio, que por tal motivo y por lo que en esta lección diremos, debe considerarse como de la más alta importancia científica y literaria.

En efecto, influidas las ciencias y las letras durante el imperio de tan esclarecido monarca, por elementos nuevos y muy importantes, opéranse en ellas, particularmente en las segundas, nuevas trasformaciones que señalan el comienzo de una nueva era para la cultura nacional, era de progreso, que si bien preparado en los días de Alfonso VIII y Fernando III, se debe en gran parte al celo y sabiduría del monarca español, cuyas altas cualidades le hacían, sin disputa alguna, superior a su siglo y digno de mejores vasallos. Prestó Alfonso X tan eminentes y señalados servicios a la lengua y literatura patrias, que bien merece nos detengamos, siquiera sea breves momentos, ante su simpática y noble figura.

Ora se le considere bajo el punto de vista político, o bien bajo el triple aspecto de la moral, de la filosofía y de las artes, siempre resultará que el carácter de D. Alfonso es sumamente interesante. Era afable y liberal y ambicionaba dirigir a su pueblo por la senda apacible de la paz, sin la que no son posibles el progreso y la verdadera grandeza de las naciones. Quizá porque aspiraba a alcanzar este bien por medios distintos de los que entonces se usaban, es por lo que dice de él Mariana, aunque no con mucha propiedad, que era más a propósito para las letras que para el gobierno de los vasallos: que contemplaba el cielo y miraba a las estrellas, más en el entretanto perdió la tierra y el reino. Por esforzado y valeroso que fuese, las desgracias que durante su reinado le sobrevinieron, muy señaladamente la rebelión de su hijo, hubieron por fuerza de abatir su ánimo, que en los últimos años de su vida cayó en gran postración, como lo demuestra la carta que en 1282 escribió a D. Alonso Pérez de Guzmán, caballero muy favorecido a la sazón en la corte del Rey de Fez. Esta carta, que la Academia Española califica de inimitable, debe ser conocida, porque además de ser una muy apreciable maestra de la prosa castellana en época tan inmediata a la formación de la lengua, demuestra claramente la situación en que se hallaba el Monarca. Dice así:

«Primo Don Alonso Pérez de Guzmán: la mi cuita es tan grande, que como cayó de alto lugar se verá de luenne, e como cayó en mí que era amigo de todo el mundo, en todo él sabrán la mi desdicha e afincamiento, que el mío fijo a sin razón me face tener con ayuda de los míos amigos y de los míos perlados, los quales en lugar de meter paz, non a escuso, nin a encubiertas, sino claro, metieron asaz mal. Non fallo en la mía tierra abrigo; ni fallo amparador ni valedor, non me lo mereciendo ellos, sino todo bien que yo les fice. Y pues que en la mía tierra me fallece quien me avía de servir e ayudar, forzoso me es que en la agena busque quien se duela de mí: pues los de Castilla me fallecieron, nadie me terná en mal que yo busque a los de Benamarín. Si los míos fijos son mis enemigos, non será ende mal que yo tome a los mis enemigos por fijos: enemigos en la ley, mas non por ende en la voluntad, que es el buen rey Aben Juzaf, que yo le amo e precio mucho, porque el non me despreciará nin fallecerá, ca es mi atreguado e mi apazguado. Yo sé quanto sodes suyo, e quanto vos ama, con quanta razón, e quanto por vuestro consejo fará; non miredes a cosas pasadas, si non a presentes. Cata quien sodes o del linage donde venides, e que en algún tiempo vos faré bien e si lo non vos ficiere, vuestro bien facer vos lo galardonará. Por tanto, el mío primo Alonso Pérez de Guzmán, faced a tanto con el vuestro señor o amigo mío, que sobre la mía corona mas averada que yo he y piedras ricas que ende son me preste lo que él por bien tuviese, e si la suya ayuda pudiéredes allegar, non me la estorbedes: como yo cuido que non faredes; antes tengo que toda la buena amistanza que del vuestro señor a mi viniese, será por vuestra mano, y la de Dios sea con vusco. Fecha en la mía sola leal cibdad de Sevilla, a los treinta años de mi reinado y el primero de mis cuitas. -El Rey».



A los dos años de escrita esta carta, en 1284, falleció don Alfonso, después de haber alcanzado la consideración más grande a que puede aspirar hombre y de haber sido electo Emperador de Alemania, honor que más que otra cosa acarreole sinsabores.

Educado D. Alfonso bajo los auspicios de doña Berenguela, cuyo amor a las letras era muy grande, se hizo desde luego notable por sus aficiones científicas y literarias, a las cuales debió principalmente que su fama y reputación se extendieran por Europa, que se hallaba admirada al contemplar la universalidad de los conocimientos que poseía el sabio monarca español. Fue poeta relacionado con los trovadores provenzales de aquel siglo y con árabes y judíos, cuya cultura le era muy conocida, y peritísimo, además, en geometría, astronomía y ciencias físicas pudiendo, por lo tanto, asegurarse que aventajó a todos sus contemporáneos en saber político, científico y literario. No es de extrañar, por tanto, que tan esclarecido monarca ocupe un puesto asaz distinguido entre los fundadores del renombre intelectual de su patria, y no con relación a un sólo ramo del saber, sino a muchos, puesto que ha dejado igual memoria por sus adelantos en la prosa, por sus poesías, por sus tablas astronómicas y por sus grandes o importantísimos trabajos sobre historia y legislación. D. Alfonso asumió en sí todo el saber de aquella edad.

La lengua patria, en particular, y la cultura del país en general, son deudoras a D. Alfonso del progreso con que en aquella época se nos presentan. No sólo escribiendo en el habla vulgar de Castilla, sino protegiéndola por cuantos medios pudo, contribuyó muy eficazmente a su afianzamiento como idioma nacional, y a que progresara de la manera que vemos en las obras del mismo monarca. Además de que en aquellos tiempos era ya mucho que el rey se dedicara con tan gran afición al cultivo de la lengua y de la literatura patrias, prestó a entrambas grande ayuda, mediante las leyes, mandando que la Biblia se tradujese al castellano y que este idioma se usase en todos los procedimientos legales; y aunque Mariana repute semejantes importantísimas providencias como causas de la profunda ignorancia que sobrevino después, lo cual puede contestarse preguntando qué era lo que se sabía antes, es lo cierto que dichas leyes generalizaron el uso de nuestra lengua, convirtiéndola en idioma nacional. Contribuía D. Alfonso al desenvolvimiento de la cultura del país, no sólo protegiendo las letras y cultivándolas por sí mismo, sino haciendo que se tradujeran al habla vulgar obras de reconocida importancia, según más adelante veremos. Trasplantando a Toledo las famosas Academias que los hebreos occidentales tenían en Córdoba en el siglo X; respetando y propagando las doctrinas de las antiguas escuelas cristianas; estableciendo en Sevilla estudios y escuelas generales de latín y arábigo y fomentando la enseñanza, Alfonso X daba también un gran impulso a esa cultura con que la civilización española aparece exornada en la segunda mitad del siglo XIII, durante cuya época sufre el arte literario de Castilla, como indicado queda, nuevas trasformaciones, debidas a influencias que importa determinar.

A la influencia de los trovadores provenzales277 y de los poetas catalanes y gallegos, se debe, sin duda, la introducción en la poesía castellana del elemento lírico, apenas presentido antes, e iniciado ya por D. Alfonso el Sabio, quien familiarizado con aquellos representantes de las Musas, escribió en gallego sus celebradas Cantigas a la Virgen, en las que ya se observan la forma y el sentimiento líricos, lo cual constituye una trasformación, muy digna de notarse, de la poesía erudita castellana.

La forma simbólica o arte oriental, que ya hemos visto insinuarse en el libro Disciplina Clericalis (lección VIII), y aún en los titulados de los Doce sabios y Flores de Philosophía, (lección XII), así como la forma didáctica a que estos dos últimos libros responden, que es una manifestación de ese mismo arte, reciben también un gran impulso del Rey Sabio, que se afana por traer a la literatura de la España Central cuantos elementos de cultura conoce y considera dignos de aprecio. Como en las lecciones citadas queda indicado, el famoso libro de la literatura sanscrita, titulado Pantcha-Tantra (las cinco divisiones) y Pantcha-Pákyana (las cinco series de cuentos) y el renombrado Libro de Sendebar o Sandabad, que tanta boga alcanzaron en la India, son las fuentes de ese arte oriental, a que antes nos hemos referido. El primero fue vertido al habla vulgar de Castilla por orden de D. Alfonso, o traducido por él mismo (1251) con el título de Calila et Dimna, de cuyo modo traía a nuestra literatura la forma simbólica; empresa en la cual fue secundado más tarde por el infante D. Fadrique, que siguiendo su ejemplo, enriquecía la literatura nacional con la versión de la segunda de las mencionadas obras, a la que puso por título Libro de los Assayamientos et Engannos de las mogieres. Y al propio tiempo que hacía lo que indicado queda, se afanaba el Rey Sabio, no apartando su vista de la civilización oriental, en enriquecer nuestra cultura con los despojos científicos de árabes y hebreos, a cuyo efecto, e inspirándose en las manifestaciones de aquella civilización, con la que tan familiarizado estaba, merced al trato y relaciones que mantenía con los sabios de ambas razas, acometía, bien por sí sólo, bien auxiliado por las famosas Academias de Toledo, las empresas científicas de que más adelante hablamos, y por las cuales adquiere gran desarrollo la literatura didáctica, que el monarca procuraba fomentar, no sin acudir a las fuentes de la tradición hispano-latina, como para contrarrestar los errores de la filosofía arábigo-hebraica.

Tenemos, pues, que en el reinado de Alfonso X aparece el elemento lírico, se determina el arte oriental en su forma simbólica; y recibe gran desarrollo la literatura didáctica, que puede considerarse como otra forma de ese mismo arte oriental. Todo esto constituye nuevos elementos que influirán más adelante en la literatura española, ayudando a su formación, a darle carácter, y a enriquecerla.

Las obras que escribió D. Alfonso o que se hicieron por su mandato y bajo su dirección, se clasifican en los siguientes grupos: 1º. Obras poéticas; 2º. Libros orientales; 3º. Obras de recreación; 4º. Obras históricas; 5º. Obras científicas y 6º. Obras jurídicas. Por esta simple y descarnada enumeración puede muy bien apreciarse hasta qué punto eran universales sus conocimientos y hasta dónde llegaban su amor y celo por las ciencias y las letras278.

Dos son las obras poéticas reconocidas como de D. Alfonso: las Cantigas y las Querellas, pues aunque se le ha atribuido otra producción del mismo género, está probado que no es suya279.

Las Cantigas o Loores et Milagros de Nuestra Señora, se escribieron en gallego280, y en ellas se manifiesta ese elemento lírico que a D. Alfonso cabe la gloria de haber introducido el primero en la poesía castellana, por más que los cantares que las constituyen tengan todavía un carácter narrativo bastante pronunciado. En esta obra revela D. Alfonso cualidades muy excelentes de poeta. En las 401 Cantigas que existen281, se observa gran sencillez en la narración, facilidad en la versificación, gran variedad de metros, pues los emplea desde seis hasta doce sílabas, y mucha exactitud y esmero en la rima. El metro y el giro de las Cantigas son enteramente provenzales, descubriéndose en ellas cierta tendencia a convertirse en romances y letrillas. En éste que pudiéramos llamar Cancionero sagrado de D. Alfonso, domina el verdadero entusiasmo poético, y siempre un sentimiento religioso muy profundo, que raya a veces en superstición; mas esta circunstancia avalora el mérito de la obra en cuanto que retrata el estado de sentimientos y de creencias del pueblo y de la época en que se compuso.

Otra de las composiciones en verso escrita por el referido monarca es la titulada Libro de las Querellas282, de la que se conservan muy pocas estrofas. Lamenta en ella D. Alfonso, con expresión dolorosa, los infortunios que en los últimos años de su reinado lo acarrearon la deslealtad de sus ricos-homes y la ingratitud de su hijo D. Sancho. Las coplas que de las Querellas se conocen, se distinguen por la viveza del sentimiento con que están escritas, que les dan un sentido elegiaco bastante pronunciado, que no desmiente la forma, y por el bello estilo y elegancia que pueden notarse en las dos primeras con que comienza el libro:


    A ti, Diego Pérez Sarmiento, leal
cormano et amigo et firme vasallo,
lo que a míos omes de coita les callo
entiendo dezir plannendo mi mal:
a ti, que quitaste la tierra e cabdal
por las mías faciendas en Roma e allende,
mi péndola vuela, escúchala dende,
ca grita doliente con fabla mortal.
    Cómmo yaz solo el rey de Castiella
Emperador de Alemanna que foe,
aquel que los Reyes besauan el pie,
e Reinas pedían limosna en manciella;
aquel que de hueste mantouo en Seviella
diez mill de a cauallo o tres doble peones,
aquel que acatado en lejanas naciones
foe por sus Tablas, e por su cuchiella.



Mas el puesto eminente que ocupa el rey D. Alfonso X en la literatura española, lo debe principalmente a sus obras en prosa, en las que se revela ya todo el vigor, toda la riqueza, todo el nervio del habla castellana, y por otra parte la gran copia de conocimientos que poseía dicho monarca. Dejando a un lado aquellas obras respecto de las cuales no cabe a D. Alfonso otra gloria que la haberlas mandado hacer o dirigido, como sucede con el libro de Calila et Dimna, ya mencionado, el titulado Libro del Bonium o Bocados de Oro y el de Poridad de Poridades, mediante los cuales se introdujo en nuestra literatura, con la forma didáctica, el apólogo y la afición a los libros orientales; sin fijarnos en las obras de recreación que, como el Libro de los Juegos y el de la Montería, escribió el mismo rey; siempre resulta un grupo de trabajos en los cuales el Rey D. Alfonso demuestra de una manera elocuente la rica copia y la profundidad de sus conocimientos y la pureza y maestría con que manejó el idioma castellano.

Si las Tablas alfonsinas y otras obras científicas que mandó formar y traducir283 dieron al sabio rey merecida reputación como hombre de ciencia y aun como filósofo, diéronsela mayor en este concepto, en el de moralista y en el de legislador los trabajos pertenecientes al grupo de sus obras que hemos clasificado como legales o jurídicas.

A D. Alfonso cupo, por mandado de su padre, la difícil empresa de reformar la contradictoria legislación de León y Castilla, empresa que el rey Santo había ya iniciado con la traducción del Fuero Juzgo, y que no pudo llevar a debido término. A este fin empezó el rey Sabio por escribir el Septenario, especie de catecismo político, moral y religioso, en que se resumen todos los conocimientos que poseía tan ilustrado monarca. El Septenario viene a ser como la base, la introducción del grupo de obras jurídicas debidas al Rey Sabio, grupo cuyo primer cuerpo legal lo constituye el Libro del Espéculo o Espejo de todos los derechos, que sirve como de fundamento y alma al derecho municipal, y que fue redactado por D. Alfonso, así como el Fuero Real, código más breve, dividido en cuatro libros, hecho para la ciudad de Valladolid, y dado más tarde a las de Burgos, Palencia y otras del reino: ambas obras fueron publicadas en el año de 1255.

Mas todos estos trabajos no constituían el código general y uniforme que había proyectado San Fernando, y que su hijo llevó al cabo a feliz cima, mediante el Libro de las Leyes, comúnmente llamado Las Siete Partidas, obra que no sólo es el monumento legislativo más notable de su tiempo, sino que hoy día se considera como preciosa joya literaria y como rica y clara fuente de sabiduría. Este precioso código constituye un interesante cuerpo de doctrina jurídica, expuesta con notable sentido didáctico; viene a ser una compilación de las Decretales, del Digesto, del Código de Justiniano, del mismo Fuero Juzgo, y de otras fuentes de legislación, tanto españolas como extranjeras, por lo cual representa la síntesis más perfecta de los estadios morales, religiosos y políticos, de todo el sabor, en fin, del siglo XIII.

A la importancia suma que por su fondo tienen Las Partidas, corresponde perfectamente la forma en que están escritas. En efecto, el lenguaje del Libro de las leyes se distingue de tal manera por su gallardía, frescura, nervio y corrección, que el mismo Mariana, que era muy poco aficionado a D. Alfonso, dice que en los dos o tres siglos siguientes la prosa castellana no presenta nada comparable a las Partidas en pureza, nervio y elevación, de cuyo dictamen es Lista, quien afirma que el lenguaje de aquella inmortal obra «es superior en gracia y energía a todo lo que se publicó después hasta mediados del siglo XV». Véase como muestra de lo que afirmamos, el siguiente extracto de la Partida II, título primero, ley 10, que explica lo que es un tirano. Dice así:

«Tirano, tanto quiere decir como señor cruel, que es apoderado en algún regno o tierra por fuerza o por engaño o por trayción: et estos tales son de tal natura, que después que son bien apoderados en la tierra, aman mas de facer su pro, maguer sea a daño de la tierra, que la procomunal de todos, porque siempre viven a mala sospecha de la perder. Et porque ellos pudiesen cumplir su entendimiento más desembargadamente, dixieron los sabios antiguos que usaron ellos de su poder, siempre contra los del pueblo, en tres maneras de arteria; la primera es que puñan que los de su señorío sean siempre nescios et medrosos, porque quando atales fuesen, non osaríen levantarse contra ellos, nin contractar sus voluntades; la segunda, que hayan desamor entre sí, de guisa que non se fíen unos dotros, ca mientra en tal desacuerdo vivieren, non osaran facer ninguna fabla contra él, por miedo que non guardaríen entre sí ni fe ni poridat; la tercera razón es que puñan de los facer pobres, et de meterlos en tan grandes fechos, que los nunca puedan acabar, porque siempre hayan que veer tanto en su mal, que nunca los venga a corazón de cuidar facer tal cosa que, sea contra su señorío; et sobre todo, siempre puñaron los tiranos de astragar a los poderosos, et de matar a los sabidores, et vedaron siempre en sus tierras cofradías et ayuntamientos de los homes; et pugnaron todavía de saber lo que se decíe o se facíe en la tierra, et fían mas su consejo et la guarda de su cuerpo en los estraños por quel sirven a su voluntad, que en los de la tierra, quel han de facer servicio por premio».



Mas no sólo se distinguió D. Alfonso como científico y jurista, sino que aspiró también al renombre de historiador, con tan buena fortuna, que a él se deben las primeras historias generales, dignas de este nombre, escritas en lengua vulgar en la Edad Media. Tales son la Estoria de Espanna o Crónica general y la Grande e general Estoria.

Ganoso el Rey Sabio de que fuera «sabudo el comienzo de los espannoles», mandó «ayuntar quantos libros pudo auer de estorias en que alguna cosa constasse de los fechos de Espanna», desde Noé (en cuya época empieza la obra, y no en la creación del mundo, como Ticknor y otros críticos suponen), hasta su propio reinado. Para llevar a cabo tan meritoria y trascendental empresa, recurre D. Alfonso a los monumentos de la antigüedad clásica, a las tradiciones y escritos históricos de los cristianos y a los trabajos de los árabes y judíos, aprovechando, con espíritu tan ilustrado como amplio y tolerante, todos los materiales que podían servir para su intento.

La Crónica general consta de cuatro partes: la primera comienza con la división de las tierras, hecha por los sabios después del diluvio y con la población y descripción de Europa, y llega hasta la ocupación de España por los visigodos, habiendo ocupado antes largo espacio la historia de Roma: la segunda comprende el imperio gótico y la invasión mahometana: la tercera llega hasta el reinado de D. Fernando el Mayor, y la cuarta empieza con este reinado y concluye en 1252 con la muerte del Rey Santo. Sobre la autenticidad de esta última parte, en que se trata de los hechos del Cid, se ha disputado largamente, pues algunos suponen que fue introducida en la obra después de muerto el Rey Sabio, y que fue tomada de la Crónica particular del Cid. Pero las declaraciones de D. Alfonso acerca de la época en que terminó su obra y el examen del estilo de ésta, bastan para probar la legitimidad de la referida parte.

La primera edición de la Estoria de Espanna o Crónica general se hizo en Zamora por el año de 1541, y es debida al historiador Florián de Ocampo, que sacó a luz tan precioso monumento incompleto, mutilado, corrompido, lleno de errores y adulterado hasta en el título.

Además de esta obra importantísima, universalmente reputada como fuente copiosa y autorizada para la formación de nuestra historia y como monumento literario y lingüístico de gran valía, acometió D. Alfonso la empresa de escribir una historia universal, bajo el nombre antes citado, de Grande e general Estoria, reuniendo con tal objeto, como había hecho al escribir la Crónica general, cuantos materiales pudo haber a las manos. Esta obra monumental, que abarcaba desde la creación del mundo hasta el reinado de D. Alfonso, no ha llegado completa hasta nosotros, pues la parte de ella que poseemos, no pasa del primer período de la propagación del cristianismo.

Para concluir diremos en suma: que como poeta supo D. Alfonso expresarse con sentimiento e inspiración y en consonancia con las ideas de su pueblo y tiempo; que como innovador introdujo en la poesía castellana el elemento lírico, hasta entonces desconocido, y en toda nuestra literatura el gusto oriental; que como historiador echó los cimientos verdaderos de la historia patria; que como político, filósofo y hombre de ciencia fue superior a su siglo; que como legislador levantó el monumento jurídico más grande de la Edad Media, que aun se mira con profunda veneración en los tiempos presentes; y que como hablista ha dejado en el idioma patrio un rastro de luz que no se extinguirá mientras se conserve la hermosa y sonora habla castellana.




Lección XIV

Sucesores del Rey Sabio. -D. Sancho IV, el Bravo: su importancia y obras. -La Poesía a fines del siglo XIII y principios del XIV, Pero Gómez y el Beneficiado de Úbeda. -Cultivadores de la Historia en este período: Maestre Jofre de Loaisa y Fray D. Pedro Marín. -La elocuencia sagrada: D. Fray Pedro Nicolás Pascual y Alfonso de Valladolid. -Filosofía moral y política: Maestre Pedro Gómez Barroso. -Breve resumen de la literatura catalana, durante el período que recorremos: orígenes de ésta y protección que le dispensaron los reyes de Aragón. -Raymundo Lulio, como filósofo y poeta. -Escuela poética catalana: Ramón Vidal de Besalú y Ramón de Muntaner. -Cultivadores de la Historia: En Bernardo Desclot y en Ramón de Mantaner. -Noticia de algunos escritores moralistas. -Sumarias indicaciones acerca de la literatura galaico-portuguesa


Continuador del brillante período literario abierto por el Rey Sabio, fue su hijo D. Sancho IV de Castilla, a quien la historia da el sobrenombre de Bravo. Generalmente han sido mirados con desdén los esfuerzos que este príncipe hizo en favor de la literatura patria, llegando el desconocimiento de sus producciones hasta el punto de que la mayoría de los críticos e historiadores califiquen de iliterato y hasta de ignorante a D. Sancho, a quien Lafuente llama el reverso de su padre el Rey Sabio. Pero mientras que el Sr. Ticknor apenas lo menciona, el Sr. Amador de los Ríos, volviendo por los fueros de la verdad, procura poner los hechos en su debido punto, y asignar al hijo de Alfonso X el lugar que realmente le corresponde.

Cuatro son las obras de importancia que llevan el nombre de D. Sancho: el Libro del Tesoro, la Grand Conquista de Ultramar, el Lucidario, y el Libro de los Castigos. Las dos primeras, que se han adjudicado al Rey Sabio, no fueron escritas por D. Sancho, sino traídas al habla castellana por su mandato y bajo su dirección, y las otras dos son debidas a su pluma.

El Libro del Tesoro es una traducción del que escribió Bruneto Latino, hecha por el Maestre Alfonso de Paredes y por Pero Gómez, físico del infante D. Fernando el primero, y escribano del rey el segundo, y está dividido en tres libros «fechos de los maravillosos dichos de los sabios». La primera parte trata de las «viejas estorias» desde «el comienzo del mundo», la segunda de la idea del bien y de los tres poderes del alma, teniendo por apoyo las Éticas de Aristóteles, y la tercera de la Retórica, exponiendo con notable sencillez las reglas del bien decir.

La Academia de la Historia ha sido la primera en atribuir a D. Sancho la Grand Conquista de Ultramar, obra que se ha publicado con el nombre de su padre D. Alfonso, y que es una narración muy interesante de las guerras de las Cruzadas, y un verdadero monumento de la lengua patria. Ambos libros tienen más importancia de la que hasta aquí se les ha atribuido: el primero revela cierto sentido filosófico y un fin didáctico, a la vez que político, bastante determinado, y el segundo presupone, por lo menos, propósito literario.

Con un carácter señaladamente didáctico están escritos el Lucidario y el Libro de los Castigos. El primero tiene un fin exclusivamente científico y religioso y está enderezado a concordar las ciencias divinas y humanas, tratando por teología y natura cuantas cuestiones habían dado lugar a la controversia. Al proponer y resolver los problemas que de este enunciado se desprenden, pone don Sancho de manifiesto tal copia de doctrinas religiosas, filosóficas, morales, históricas y literarias, que no pueden menos de admirarnos y traernos a la memoria los felices tiempos de sa padre. No menos admira bajo estos conceptos el Libro de los Castigos, que consagró D. Sancho a la educación y enseñanza de su hijo D. Fernando, al cual aconseja y amonesta en esta obra, mostrando dotes de verdadero político y de profundo moralista, a la vez que de florido cultivador de la lengua patria. Este libro fue escrito en 1202, es de mayor estima que el Lucidario, y más que éste, está ligado a las tradiciones literarias.

Las cuatro obras que acabamos de mencionar son importantes, no sólo consideradas bajo los puntos de vista que dejamos indicados y que revelan que el turbulento reinado de D. Sancho el Bravo no fue tan estéril para las ciencias y las letras patrias, como generalmente se supone, sino también por otro concepto que no deja de ser interesante. Con la forma didáctica que en ellas, particularmente en las dos últimas, se revela de un modo bien determinado, aparece adquiriendo mayor desarrollo en nuestra literatura la forma simbólica, la tradición de los libros orientales; pues D. Sancho deja conocer muy bien su predilección por todo aquello que es originario de la India, al aceptar en sus obras con la decisión que lo hace la forma didáctico-simbólica que hemos notado en el libro Disciplina Clericalis, en el de Calila et Dimna y en otros pertenecientes al siglo XIII; forma que caracteriza las producciones de dicho monarca, mediante el cual no se interrumpe en nuestra literatura la manifestación de aquélla. Atestiguan además estas obras que don Sancho IV fue un escritor docto y un buen hablista, y que por todo ello, lejos de ser considerado como iliterato, debe tenérsele por ilustrado y digno de consideración y de que figure su nombre entre los demás que enriquecen la historia de nuestra literatura patria.

La Poesía, que estaba como adormecida desde los días del Rey Sabio, y que se mostraba como indiferente a la gran trasformación que estaba operándose a la sazón en el arte español, empieza ya en los últimos años del siglo XIII a sentirse influida por la Didáctica y sin desechar las demás formas, se prepara a adoptar, coexistiendo con ellas, la forma oriental que hemos visto aparecer ya tan pujante, dando colorido a las producciones en prosa del siglo que nos ocupa. Tal acontece, sin duda, en los Proverbios en rimo, escritos por Pero Gómez284, y que pueden considerarse como el primer ensayo que hace la musa castellana en el sentido didáctico-moral.

En dichos Proverbios, que constan de cincuenta y seis estrofas de tres, cuatro, cinco, seis y más versos rimados a la manera de Berceo, presenta el poeta, siguiendo la costumbre de los prosistas de que nos hemos ocupado, varias sentencias morales de más o menos aplicación a la vida, encaminadas a corregir las costumbres de todas las clases sociales, y basadas principalmente en el sentimiento religioso. La amargura con que Pero Gómez rechaza y afea los vicios y malas artes, y recuerda lo frágil y deleznable del orgullo humano, no menos que el sentido moral y religioso que en el poeta se advierte, dan a los Proverbios en rimo el carácter de la sátira; carácter que importa señalar, y que a veces se justifica por el tono mismo que Pero Gómez emplea en su composición. En prueba de lo que aquí decimos, véanse las siguientes estrofas que tomamos de los Proverbios:


   ¡O mesquino deste mundo          cómo es lleno de engannos!...
En allegar riquezas          et averes ataniannos;
mulas et palafreses,          vestiduras et pannos,
para ser fallecederos          en tan pocos de annos
[...]
Atal es este mundo          commo en la mar los pescados;
los unos son menores,          los otros son granados:
cómense los mayores,          a los que son menguados;
éstos son los reyes          et los apoderados.



Así como Pero Gómez manifiesta con los Proverbios en rimo que la forma didáctica ganaba terreno en la poesía castellana, así las obras de otro poeta que floreció también en las postrimerías del siglo XIII o en los comienzos del XIV, demuestran la decadencia cada vez más visible de la poesía heroico-erudita. Aludimos al Beneficiado de Úbeda, autor de los poemas de Sancta María Magdalena y de Sanct Ildefonso. Éste, que es el más conocido, consiste en una relación de la vida del santo mencionado, y carece en realidad de mérito literario, pues en él se revela el autor con escasísimas dotes poéticas e inferior a Berceo, cuya manera de metrificar parece querer seguir. Esto no obstante, tiene importancia dicho poema, (que consta de 505 versos alejandrinos rimados por lo común de cuatro en cuatro, a veces de consonancia imperfecta), porque sirve para poner en claro la circunstancia antes apuntada de la decadencia de la poesía heroico-erudita, a medida que la didáctica ganaba terreno.

Aunque los nuevos intentos no correspondieran a los esfuerzos hechos por el Rey Sabio, no deja de cultivarse la historia patria durante la época a que nos referimos; y entre los muchos compendios que de la historia de España se compusieron, y a los cuales, más que otra cosa, cuadra todavía el nombre de Crónicas, merecen especial mención las que escribieron el MAESTRE Gofredo o Jofre de Loaisa y D. Pedro Marín.

El primero fue arcediano de Toledo y muy nombrado en vida del rey D. Alfonso, y no se sabe a punto fijo cuál fue la Crónica que escribiera, si bien se conjetura que no pasó del año 1252, y que debió alcanzar alguna estima, cuando fue traducida por Arnaldo de Cremona, y a instancias del mismo autor y del obispo de Córdoba, D. Ferrán Gutiérrez, a la lengua latina, que era la de los doctos. Respecto del segundo, que fue monje de Silos, y también vivió en tiempos del Rey Sabio, se sabe que escribió el libro de los Miráculos de Sancto Domingo en habla vulgar y en prosa. Este libro, que abraza desde 1232 a 1293, se considera como la primera historia que se escribe dentro de los claustros en lengua castellana, y el único monumento que ofrece esta novedad en el siglo XIII. En ella parece que el lenguaje se halla en retroceso.

La elocuencia sagrada, cuyas fuentes señalamos al tratar de la literatura hispano-latina, empieza también a manifestarse en esta época, reanudando las gloriosas tradiciones de la Iglesia cristiana. Al frente de esta nueva dirección de la literatura castellana figuran el obispo de Jaén, D. Fray Pedro Nicolás Pascual y el converso Alfonso de Valladolid.

El primero era natural de Valencia, en donde nació por los años de 1227, de padres cautivos o mozárabes. Consagró su vida, que fue muy activa, a la contemplación y al estudio y defensa de la doctrina católica, como de ello dan muestra su Glosa del Pater Noster, la Explicación de los Mandamientos y del Credo la refutación de los errores de los que dizen que ay fados et ventura, la Bibria pequenna, en que expone el Viejo y Nuevo Testamento y la Impunación de la seta de Mahomah et Deffensión de la ley euangélica de Christo. Fue judío el segundo y llevó antes de abjurar el nombre de Rabbi Amer o Abbner de Burgos, donde nació por el año de 1270: murió en 1349. Por encargo de doña Blanca puso en lengua castellana el Libro de las Batallas de Dios, que él mismo escribiera en hebreo, para refutar los errores en que había incurrido en otra obra suya, titulada: Las Guerras del Señor (Miljamot Hacem). Son también debidas a su pluma la obra que lleva por título Monstrador de justicia y el Libro de las Tres Gracias: explica en la primera las causas que le movieron a separarse de la ley mosaica, y en la segunda los doce viessos del Credo, símbolo de su nueva creencia.

En el reinado de D. Sancho IV floreció otro prelado que tuvo por nombre Maestre Pedro Gómez Barroso, que fue obispo de Cartagena (1320), vistió la púrpura cardenalicia y murió en 1315. Antes de obtener dignidad alguna eclesiástica escribió una obra titulada Libro de los Conseios et Conseieros, en la cual sigue el sentido de los catecismos políticos del Bonium y Poridat de Poridades, ya mencionados. Esta obra fue escrita para enseñanza de los «reyes et de todos aquellos que tienen estado de onra et poderío», y es esencialmente didáctica, pudiendo decirse que es el más antiguo ensayo de este género, hecho en lengua castellana, con propósitos de originalidad, y adoptando por modelos los libros orientales, a que repetidas veces nos hemos referido. La obra de Gómez Barroso guarda bastante semejanza con el Libro de los Castigos, de D. Sancho, y prueba que no sólo a los dominios de la poesía y de la elocuencia sagrada, sino también a los de la filosofía moral había alcanzado ya la trasformación iniciada por el Rey Sabio al dar el impulso que imprimió al arte oriental en sus formas simbólico-didácticas.

Terminaremos esta lección presentando un resumen del estado de la literatura catalana y de la galaico-portuguesa durante el período de que ahora tratamos.

El arte provenzal y la unión de la Provenza al condado de Barcelona son las causas generadoras de la literatura propiamente dicha catalana. La guerra de los albigenses trae en pos de sí la decadencia del idioma provenzal y la casi extinción de esta literatura; mas la importancia y poderío que adquiere el Condado de Barcelona, sobre todo después de unirse a él el reino de Aragón, eran motivos bastantes para que la nacionalidad catalana tratase de reanimar el espíritu provenzal, a cuyo fin se valió de sus propios elementos. Tratóse, pues, de dar vida a la literatura de los genuinos trovadores; pero al intentarlo se la modificó notablemente, merced al nuevo medio de expresión que en ella hubo de emplearse y que era el dialecto que hablaban los habitantes de Cataluña y de Aragón. Esta trasformación del arte provenzal puede darse por realizada desde mediados del siglo XIV: en adelante, la literatura propia de la comarca a que nos referimos es la literatura catalana, según a su tiempo veremos.

Grande fue la protección que desde un principio concedieron a las letras los reyes de Aragón. Desde D. Jaime I, que cultivó la literatura con singular interés y acogió en su corte a los trovadores provenzales emigrados a consecuencia de la derrota de los albigenses, hasta D. Juan I, el Amador de toda gentileza, que estableció en Barcelona el Consistorio del gay saber, todos los reyes se muestran a porfía amigos decididos de la literatura y de sus cultivadores. Antes de Jaime el Conquistador, fueron protectores de los poetas provenzales, Alfonso II, que pasa por trovador de algún mérito y Pedro II que murió peleando por los albigenses en la célebre jornada de Muret y que abrazó dicha causa inducido por los trovadores provenzales que habían pasado a su reino, entre los que deben mencionarse Hugo de Saint Cyr, Azemar le Noir, Pons Barba y Raimundo de Miraval. Después del rey conquistador, Pedro III, llamado el Grande, dispensa también su amistad a literatos tan afamados como Arnaldo de Villanova, Bernardo Desclot, celebrado cronista, y otros distinguidos varones; y esta afición de los monarcas aragoneses renace con más fuerza, si bien con otro sentido, en los tiempos de Pedro IV, el Ceremonioso.

Sin duda que en el glorioso reinado de D. Jaime el Conquistador que se extiende desde 1213 hasta 1276, es en el que con más vigor se muestra en Cataluña el espíritu poético de la verdadera escuela provenzal; después de aquella época dicha escuela va en decadencia hasta llegar a los días de Alfonso IV (1328), en que al hacer un último esfuerzo empieza a ceder el campo a la propiamente dicha catalana, transición que se observa con más claridad durante el reinado de D. Pedro IV, antes mencionado, que comprende desde el año 1336 hasta el de 1387. Florecieron en la corte del Rey Conquistador y fueron protegidos por el monarca, poetas como Guillermo Ameller, Nat de Mons, Arnaldo Plagues, Mateo de Quercy, Hugo de Mataplana, Guillermo de Berguedán y Mosén Jaume Febrer, quienes en epístolas, sirventes y chansós, hicieron al rey blanco de su musa. El mismo D. Jaime es contado por algunos entre los poetas de su tiempo; pero no se conservan versos suyos: sólo existen de él dos obras en prosa de que a su tiempo hablaremos, y claro testimonio de que fue muy amante de las letras, pues fundó universidades literarias y protegió mucho a los hombres doctos, según indicado queda.

Es indudable, pues, que el trono aragonés al favorecer, como lo hizo, la nacionalidad catalana, prestó vida y animación a las letras y a las escuelas de aquel País. Si lo que hasta aquí hemos indicado no bastara a probarlo, lo que en adelante expondremos será más que suficiente para justificar nuestro aserto.

Nada diremos durante el curso de esta lección del arte cultivado en dialecto catalán hasta el reinado de Jaime I, pues, como indicado queda, pertenece de lleno a la escuela provenzal. Pero a partir del tiempo de dicho príncipe, es necesario que nos fijemos en las manifestaciones literarias que se producen en el expresado dialecto y que sigamos sus determinaciones, que, ciertamente, representan un gran adelanto, como el que a la sazón representaban en Castilla los laudables esfuerzos del Rey Sabio, contemporáneo del Conquistador. Coincidencias dignas de estudio y de tenerse muy en cuenta ofrecen estos dos monarcas de esclarecido renombre: ambos pelearon por afianzar su nacionalidad respectiva; ambos se distinguieron por su amor a las letras y a sus cultivadores, y ambos escribieron la historia de su patria. Los dos dan impulso a las manifestaciones de la inspiración y del saber; y si el rey de Castilla franquea el paso al arte simbólico-didáctico, en el palacio del monarca aragonés se educó el Doctor iluminado, que más tarde había de imprimir un gran movimiento, una nueva y trascendental dirección a los estudios filosóficos.

Ramón Lull o Raimundo Lulio es el hombre a quien cupo tan señalada honra. Nació en Palma de Mallorca a 25 de Enero de 1235. Como queda indicado, se educó en el palacio del rey Conquistador, quien le hizo senescal y mayordomo del príncipe, su hijo. La posición que ocupaba en la corte le desvaneció en un principio hasta rayar en la exageración, pero vuelto en sí, arrepintiose luego de sus extravíos y devaneos y entró con paso firme en la senda de la virtud y de la piedad. Al pisar esta nueva vida consagra todas las fuerzas de su actividad, todo el poder de su espíritu, al logro de dos grandes empresas: la restauración del Santo Sepulcro y la propagación del Cristianismo. Para conseguir dichos objetos no omite medio alguno: va diferentes veces a Roma, hace diversas peregrinaciones a las más apartadas regiones de Europa, Asia y África, y lucha con todo linaje de contrariedades, en las cuales halla motivo para elevar y fortificar su espíritu y sus creencias. Educado en semejante vida sabe abarcar a un tiempo la ciencia divina y la ciencia humana, con lo cual consigue poner en sus manos el cetro universal de la ciencia y que la posteridad le considere como un filósofo eminente, digno de la mayor consideración. Además de filósofo, fue Lulio teólogo, orador, moralista, jurisperito, médico, matemático, químico, náutico, filólogo, preceptista y poeta: todas las esferas de actividad en que se mueve el espíritu humano fueron invadidas por esta lumbrera del siglo XIII.

Los estrechos límites y la índole de esta obra no consienten que dediquemos al examen de las producciones de Raimundo Lulio todo el espacio que fuera menester para dar una idea, siquiera aproximada, del ingenio fecundo de este polígrafo extraordinario. Y por mucho que nos circunscribamos en nuestra exposición, sólo podremos decir aquí algo de Lulio considerado como filósofo y como poeta.

En el primer concepto, es decir, como filósofo, Raimundo Lulio raya a gran altura, sobre todo, con relación a su época. «No solamente osaba separarse de la escuela del Estagirita, sino que aspiraba a sustituir su dialéctica, reemplazándola con un nuevo sistema que abreviase los términos de la especulación, poniendo la ciencia al alcance de los más y haciendo a todos asequibles sus aplicaciones secundarias. Llevado de tal propósito, sustituía el ilustre hijo de Mallorca a las nueve categorías del discípulo de Platón, nueve principios absolutos: a la cuantidad la bondad, a la cualidad la magnitud, a la relación la duración, etc., y adhiriendo a cada uno de estos principios absolutos otro relativo, tales como la diferencia, la concordancia, la contrariedad, etc.: establecía aquella suerte de método, que sin constituir fundamental sistema filosófico, daba razón cumplida de la representación de Lulio en la historia de la ciencia y producía una verdadera perturbación en el campo de los escolásticos»285.

Tal es, presentado en brevísimo bosquejo, el método filosófico de Lulio. Contradicho y aplaudido, mirado con desdén o con benevolencia, se ha trasmitido a la posteridad, habiendo dado lugar a una escuela filosófica, que imperó en la España oriental, en Mallorca y en Nápoles hasta el último tercio del siglo XVI, y que todavía es estudiada con interés y provecho.

Buscar en todo la ley de la unidad y de la armonía, es el pensamiento supremo que animó a Lulio y que dejaba siempre vislumbrar, así al discutir con los enemigos de su fe o con el Sumo Pontífice y el Concilio, como al exponer sus doctrinas en las escuelas de Montpeller, Nápoles y París. Y al buscar con la fuerza de su vigoroso ingenio la fórmula de ese pensamiento, produce el Ars Magna generalis, libro de extraordinario valor, con el que a la vez que supo combatir la autoridad de Aristóteles, logró remontarse a las alturas de la teología y descender luego hasta el minucioso análisis de la química.

No es propio de este lugar el examen científico de las doctrinas contenidas en el Ars Magna; basta con que digamos que al defenderlas y exponerlas, a la vez que se valía principalmente del raciocinio, supo emplear Lulio las formas literarias que a la sazón imperaban y que el Rey Sabio había introducido en la España central, como D. Jaime I lo había hecho ya en las regiones orientales, escribiendo el Libro de la Sauiesa, Nos referimos a las formas didáctico-simbólicas, propias de las regiones orientales, de que nos ocupamos anteriormente; y de las que tanto se valió nuestro filósofo, sobre todo en e Arbor Scientiae, obra que escribió movido del deseo de facilitar la inteligencia de la anteriormente citada. El apólogo, los proverbios y el diálogo son las formas de que Raimundo Lulio se vale, especialmente en el Arbor exemplificalis, (que es el árbol décimo quinto de los diez y seis en que se divide su citado libro), para confirmar la doctrina que expone en las doce partes (árboles) precedentes. De este modo, y dejando a un lado las rudezas del lenguaje y el desaliño del estilo, que por otra parte es fresco y vivo, se enlazan las obras mencionadas, por lo que a las formas, respecta, con los Libros de Calila et Dimna y de Sendebar, y con el del Conde Lucanor, el de los Enxemplos, el de los Gatos y otros que en su lugar examinaremos.

Indicada, como queda, la forma literaria que Raimundo Lulio emplea como filósofo, veamos cuál es la de que se vale como poeta.

Dos caracteres diversos ofrecen las producciones poéticas del escritor que nos ocupa, caracteres que corresponden a las dos distintas fases que presenta la vida de Lulio. Ya hemos dicho que en los comienzos de su juventud se desvaneció de un modo exagerado. Dejose arrastrar a los mayores extravíos y se dio de lleno a locos devaneos. Si a esto se une una pasión amorosa llevada hasta el delirio, ciertamente que no será difícil comprender que las composiciones poéticas que en este período de su vida produjo Raimundo Lulio, debieron revestir las formas propias de los antiguos trovadores, y que por lo tanto, y respondiendo a la situación de ánimo en que el autor se encontraba, estuvieron adornadas a la vez de las galas artísticas y de la demasiada licencia que resplandecen en los cantares de los provenzales. Al entrar en la senda del arrepentimiento, Lulio pidió a su musa más alta inspiración; pero no por eso abandonó del todo las formas artísticas de la escuela provenzal, pues como catalán, no se separó de los poetas del Principado. Mas los mismos asuntos en que empleó su musa, no menos que la nueva dirección que había tomado su espíritu, le obligaron a valerse de las formas que usara en el Arbor Scientiae, es decir, que a las formas provenzales unió las didáctico-simbólicas que con tanta boga manejaron los poetas castellanos.

Como muestra de lo que dejamos dicho, citaremos la poesía que con el título de Desconort (Desconsuelo) escribió en 1295, en la que emplea el apólogo y el diálogo, mediante los cuales pone de manifiesto el espíritu didáctico de que se hallaba impregnado. Además de este poema, se deben a Lulio otras composiciones poéticas, tales como Els cent noms de Deu, Lo Plant y las Horas de Nostra dona Sancta Maria, Lo peceat de N'Adan, Medicina del Peccat, El Consili, A la Verge Sancta María y varias más, en las cuales ofrece muestras de ingenio, de extraordinaria facilidad y de lo bien que sabía manejar el romance catalán, en que las escribió. También ofrece en dichas composiciones claro testimonio de su espíritu religioso y de la firmeza de su fe y de sus creencias, circunstancia que era común a los trovadores catalanes y a los poetas castellanos, como característica del Arte en una y en otra comarca.

La doble tendencia que hemos señalado en las producciones de Raimundo Lulio, se advierte luego en la escuela poética del Principado. El primer ejemplo que en este sentido debemos citar es el que nos ofrece Ramón Vidal de Besalú, uno de los siete que formaron en 1323 la Gaya compania dels trovadors de Tholosa, enviado por este Noble Consistorio a Barcelona en 1390 a petición de Juan I de Aragón. Besalú escribió un arte poética con el título de La drecha maniera de Trovar, con el que prestó un gran servicio al arte provenzal, y a la vez escribió algunas composiciones en las cuales, si bien no dejaba de mostrarse consecuente con las tradiciones de este arte, rindió un tributo al simbólico-oriental, recordando en ellas los libros de Calila et Dimna, y de Sendebar. Es de advertir que la poesía catalana giraba ya sobre los polos de la religión y del patriotismo, a la manera que acontecía en la que cultivaban los castellanos. De ello dan testimonio las producciones del infante D. Pedro de Aragón y de Ramón Muntaner.

En las poesías que el primero escribió en 1327 con motivo de la coronación de Alfonso IV, y en el poema que el segundo (de quien en otro lugar de esta lección daremos pormenores), dirigió al rey D. Jaime II y al infante D. Alfonso, en 1324, cuando se preparaba la expedición de Cerdeña, aparece dominando la forma didáctica, que en aquella época constituía una necesidad de la cultura de nuestra península. El sentimiento religioso y el patriótico, expuestos mediante la forma didáctico-simbólica oriental, constituían, pues, en la primera mitad del siglo XIV la esencia de la escuela poética catalana, como muestran los ejemplos citados y los que nos ofrecen otros trovadores que pudiéramos citar, tales como D. Fadrique de Sicilia y Pons Hugo, Conde de Ampurias. No se olvide que el espíritu provenzal no se había aún perdido, si bien iba ya muy en decadencia.

Para reanimarlo, Juan I envió a Carlos VI una embajada con el objeto de que dos de los mantenedores del gay saber pasaran desde Tolosa a Barcelona y lo ayudaran en la empresa de fundar en esta última población un nuevo Consistorio de la gaya sciencia, lo cual tuvo lugar en 1390, siendo uno de los mantenedores que vinieron de Tolosa el ya citado Vidal de Besalú, quien en unión de su compañero y de dos trovadores catalanes (el secretario de Juan I, Luis de Aversó y el caballero Jaime Martí), dejó instituidos en Barcelona los juegos florales, que tan decidida protección merecieron, no sólo al monarca entonces reinante, sino también a sus sucesores D. Martín el Humano y D. Fernando el Honesto, quienes a porfía les concedieron honras y privilegios.

Notada como queda la dirección que tomó en Cataluña la Poesía durante el período que recorremos, veamos ahora la que siguen las manifestaciones históricas.

La primera obra de esta clase es la Crónica de D. Jaime el Conquistador, que el mismo monarca escribió en estilo sencillo y vigoroso, coincidiendo en esta empresa con la de igual clase que por aquellos tiempos realizaba Alfonso X. La Crónica del Rey de Aragón, que por iniciativa de Felipe II vio la luz pública en 1557, pone de manifiesto las cualidades de sabio y guerrero, que no es dado disputar a D. Jaime I, y es un documento histórico de verdadera importancia, pues el tono de la narración revela que ésta ha sido hecha con bastante verdad, por lo que bien puede afirmarse que la Chrónica o comentari a que nos referimos es, sin duda, uno de los monumentos más estimables que ha trasmitido a la posteridad el siglo XIII.

El ejemplo dado por el rey Conquistador fue seguido por el caballero En Bernardo Desclot y por En Ramón De Muntaner, uno de los más estimables historiadores que ha producido la literatura catalana. En las Crónicas o Conquestes de Catalunya, o según otros, en el Libre del rey En Pere, expuso Desclot la historia del reinado de D. Pedro el Grande, precediéndola de unos extensos preliminares, que abrazan los más notables hechos de los Condes de Barcelona y reyes de Aragón, hasta llegar al reinado de don Jaime el Conquistador, que es el punto de donde el cronista arranca para contar la historia de Pedro III. Más interesante y más extensa es la Crónica de Muntaner, que abraza desde el nacimiento de D. Jaime I hasta la coronación de Alfonso IV, comprendiendo, por lo tanto, multitud de variados sucesos, entre los que se cuenta la célebre expedición a Oriente de catalanes y aragoneses, empresa en la que el cronista desempeñó un papel importante, y de la que nos ha dejado una bellísima pintura, llena de verdad y colorido. Tanto Desclot como Muntaner escribieron sus historias desde 1285 a 1330.

Al lado de los historiadores que hemos nombrado, florecieron en Cataluña, durante el período de que tratamos, algunos moralistas dignos de mención. Aparte de Raimundo Lulio, señalose, como el primero de todos, Rabbí-Jahudah-Ben-Astruh, judío de Barcelona y que recibió de D. Jaime II el encargo de «aiustar et ordenar paraules de sauis et de philósofos», y que coadyuvó a la empresa de extender en Cataluña la influencia didáctico-simbólica, que ya había iniciado el rey Conquistador con el Libro de la Sauiesa, y que acentuó notablemente el Obispo de Elna, D. Fray Francisco Ximénez con su libro denominado El Crestià, compendio notable de cuanto de moral se sabía en el siglo XIV. En los estudios morales, pues, siguió Cataluña la misma dirección que ya hemos señalado en la Poesía hacia el arte didáctico-simbólico oriental; pues a los libros que de indicar acabamos, deben añadirse la traducción catalana del titulado Proverbia arabum, el escrito por Mossén Arnau con el título de Libre dells bons ensenyaments y la traducción de la Disciplina Clericalis, de Pero Alfonso.

El arte galaico-portugués sigue camino semejante al de la poesía catalánico-aragonesa: el pueblo gallego presta al portugués el dialecto de que éste se sirve y que bien pronto convierte en una de las más dulces y sonoras lenguas nelatinas. Entre los poetas portugueses merece citarse, en primer término, Don Dionis (dom Díniz), nieto del Rey Sabio286, que compiló las leyes portuguesas, cantó a la Virgen y escribió una obra sobre la milicia: en el cultivo de la Poesía fue imitado por sus hijos. El nombre de Alfonso Giraldes, que en 1340 peleaba en la batalla del Salado, aparece unido al de un poema histórico en que se canta aquella victoria. Al propio tiempo era cultivada la poesía gallega, que estuvo estrechamente unida a la portuguesa, y en la cual hubieron de distinguirse los trovadores Vasco Fernández de Parga y Fernán González de Sanabria.