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ArribaAbajo 4. Altamira y la «confederación intelectual» hispano-americana del 900

Grabemos como lema de nuestra divisa literaria esta síntesis de nuestra propaganda y nuestra fe: Por la unidad intelectual y moral hispanoamericana.

José Enrique Rodó                


La complicidad espiritual entre intelectuales de ambos lados del Atlántico a partir del 98 tuvo como precedente inmediato el IV Centenario del Descubrimiento en 1892, origen de la emergencia de un nuevo horizonte americano para la identidad cultural española. Un acercamiento, por ejemplo, a la relación entre Altamira y el escritor uruguayo José Enrique Rodó descubre un amplio campo temático que abarca el círculo de otros numerosos escritores finiseculares españoles y latinoamericanos, cuyos contactos, diferencias y semejanzas ideológicas, muestran el complejo cuadro de un período histórico en el que las   —82→   relaciones hispano-americanas alteran radicalmente su proceso: la íntima relación, por ejemplo, entre Rodó y Leopoldo Alas Clarín, manifiesta en el prólogo que este último dedica a una edición de Ariel86, y en la correspondencia entre ambos; el intercambio epistolar entre Unamuno y Rodó, que refleja una admiración mutua pero también ciertas diferencias en lo referente a la defensa de lo latino87; la correspondencia entre Unamuno y Ricardo Palma88 o la de este último con Altamira, etc.

Sin duda la derrota del 98, que unió a España y América Latina frente al poderío amenazante de Estados Unidos, generó -tal y como ha señalado Teodosio Fernández- «el acercamiento (a menudo silenciado) entre los reformadores de un lado y otro del Atlántico, decididos a superar las deficiencias de un pasado compartido y a luchar por el progreso de sus respectivos pueblos»89. El estudio de estas relaciones intelectuales partiendo de la figura de Altamira implica un panorama literario y cultural que comprende una amplia nómina de escritores y pensadores de la época, entre otros motivos porque, como apunta Javier Malagón, «don Rafael Altamira es el historiador que dio a España la   —83→   "generación del 98"», en el sentido de que «jugó en el campo de la historia un papel idéntico al de los otros escritores en la novela o en el ensayo»90.

Entre la lista de autores del fin de siglo español fue Ángel Ganivet el precursor de esa mirada americana que, en palabras de Julio César Chaves, desde el Idearium español (1897) abre «una nueva etapa en las relaciones hispánicas»91. Esta etapa, desde la perspectiva de Ganivet, no podía orientarse hacia la «confederación política de todos los Estados hispanoamericanos», sino hacia una «confederación intelectual o espiritual»92 que, en cualquier caso, ratificaba los anhelos de penetración intelectual española en América Latina:

Siempre que se habla de unión iberoamericana he observado que lo primero que se pide es la celebración de tratados de propiedad intelectual: esto es lo más opuesto que cabe concebir a la unión que se persigue. No creo que nadie haya pensado en organizar una «Confederación política de todos los Estados hispanoamericanos»: este ideal es de tan larga y difícil realización que en la   —84→   actualidad toca en las esferas de lo imaginario; no queda, pues, otra confederación posible que la «Confederación intelectual o espiritual», y ésta exige: primero, que nosotros tengamos ideas propias para imprimir unidad a la obra; y segundo, que las demos gratuitamente, para facilitar su propagación93.



Al igual que Unamuno, con quien mantuvo una estrecha relación, Ganivet denunció «la escarlatina de las ideas francesas»94 por la que pasaron los países hispanoamericanos tras emanciparse de España y que repercute en

la escasa fuerza expansiva de nuestra producción intelectual. Este carácter no arguye contra el valor intrínseco de nuestras obras, antes lo acrecienta y realza; pero dificulta la acción útil de nuestras ideas, su influjo en nuestra misma nación y sobre los países que hablan nuestro idioma, en los que tenemos el deber de luchar para que nuestra tradición no se extinga, para conservar la unidad y la pureza del lenguaje. Casi todos los pueblos americanos, al separarse de España, por espíritu de rebeldía han pasado lo que pudiéramos llamar la escarlatina de las ideas francesas, o, hablando con más propiedad, de las ideas internacionales. Si España quiere recuperar supuesto, ha de esforzarse para restablecer su propio prestigio intelectual, y luego para llevarlo a América e implantarlo sin aspiraciones utilitarias95.



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Y aunque Altamira y Leopoldo Alas utilizaban el concepto de latinidad, todos coincidían en un objetivo común: la necesidad de alentar y extender, tras el divorcio político, la consabida comunión espiritual entre los hispanoamericanos sobre la base de la defensa del sustrato hispánico común. Tal es el sentido defendido por Altamira en su libro España en América: por ejemplo, tras analizar la influencia norteamericana, francesa, alemana e italiana en América Latina, dedica un capítulo a «Lo que debe hacer y lo que ha hecho España»96, donde expone las razones que habrían de conducir al restablecimiento de la hermandad. Entre otros aspectos, Altamira se apoya en el lazo literario promovido por Rubén Darío para la gestación de una relación que pretende recíproca pero que, en última instancia, repite el objetivo de la necesaria inserción de España en América:

La boga alcanzada en nuestra juventud por Rubén Darío y por otros escritores de América, ha creado lazos nuevos entre ambas literaturas, interpolando elementos de una y otra, creando corrientes de recíproca influencia, y a la postre uniéndolas más y más y asegurando la penetración de la nuestra97.



Como es sabido, la «generación del 98» desarrolló un papel decisivo en la restauración de la confraternidad espiritual   —86→   con América Latina. En su libro Unamuno y América, Julio César Chaves apunta en este sentido que

la mayoría de los noventayochistas miró con interés y cariño a América, reaccionando contra la tendencia de sus antecesores [...] Varios de ellos trataron en sus libros temas americanos; Ramón del Valle Inclán lo hizo en La niña Chole, en su Femeninas y en su Sonata de estío. Ramiro de Maeztu tomó también los caminos americanos para convertirse años después en un gran doctrinario del movimiento hispanista98.



Desde América, una de las obras más emblemáticas en lo tocante a la relación del 98 español y el pensamiento latinoamericano es, sin duda, Ariel (1900) de José Enrique Rodó, obra que, como ya hemos anunciado, se sitúa en el origen contemporáneo sobre la identidad cultural latinoamericana. Tal y como analiza Herbert Ramsdem en su artículo «Ariel, ¿libro del 98?»99, esta obra está impregnada de las ideas regeneracionistas del 98 español, planteadas y reelaboradas desde América Latina en el controvertido momento histórico en el que aquella «madre patria» que durante siglos simbolizó la opresión, perdida ahora en la depresión de sus males, comenzaba a convertirse en el símbolo de valores fundamentales opuestos al materialismo   —87→   de la América sajona. Desde este punto de vista, Ariel se presenta como discurso dirigido «a la juventud de América», en el que el maestro Próspero expone la causa regeneracionista, que ha de lidiar con la «barbarie» externa -pero también con la interna del propio país- para poder desarrollar un proyecto cultural latinoamericanista de índole supranacional:

Con esta opción formal por el sermón laico, netamente pedagógico, -escribe Belén Castro- Rodó se distancia de esos otros textos polémicos o sociológicos y elige un destinatario específico; la juventud americana que, con acceso a la «alta cultura» universitaria, constituirá el sector social mejor preparado para intervenir en las instituciones políticas y culturales, con el fin de imprimir un nuevo sentido regenerador a la cultura latinoamericana del siglo XX100.



Sobre la ideología que mueve las raíces de este proyecto germina la inevitable afinidad intelectual entre Rodó y Altamira, planteada siempre en los términos defendidos por ambos americanistas: el diálogo cultural entre los países de lengua española, la regeneración de los valores del espíritu y del idealismo, la necesidad de una política pedagógica orientada a la reivindicación de la cultura, la defensa de los valores de la democracia, el antimilitarismo y el pacifismo,   —88→   así como el rechazo a las dictaduras101. Rodó consolidaba de este modo la esperanza en la raza latina, «asociada -como apunta Teodosio Fernández- al idealismo, al culto de la belleza y la inteligencia, a la aristocracia del espíritu, frente al mercantilismo utilitario que se extendía con el poder de Estados Unidos y frente a la nordomanía que afectaba a muchos intelectuales hispanoamericanos»102.

El nexo espiritual que reflejan estas coincidencias de carácter y pensamiento se ve refrendado por la correspondencia que ambos mantuvieron103, así como por la opinión que Altamira plasmó sobre Ariel en varios trabajos críticos: «Latinos y Anglosajones», en El Liberal de Madrid (4 de julio de 1900), y una reseña en la Revista Crítica104 -dirigida por el propio Altamira- que incluirá en su libro Cuestiones hispanoamericanas (1900), y que reproducirá también como parte de su prólogo a la edición de Ariel realizada en Barcelona por la Editorial Cervantes en 1926. En este último, Altamira hace hincapié en el valor educativo del libro de Rodó, como «discurso de pedagogía» substancial para dar luz no sólo a la realidad americana sino también a la decaída moral española:

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Ese Ariel que Rodó señala como tutor y guía de la juventud de su patria, oponiéndolo al utilitarismo sajón, es el nuestro. [...] A la juventud española importa, pues, tanto como a la de América, leer y meditar el libro de Rodó105.



La relación epistolar entre ambos autores refleja los sentimientos de admiración mutua y el agradecimiento de Rodó a Altamira por haber sido, con Leopoldo Alas106, uno de los principales difusores de Ariel en España. Las palabras de Rodó dan una idea de la importancia de la   —90→   figura de Altamira en América, incluso con una década de antelación al famoso viaje que le llevó a la otra orilla del Atlántico. Así, en 1900, Rodó escribía a Altamira:

Las polémicas [con respecto a Ariel] duran todavía, y usted no puede imaginarse lo valiosa y eficaz que es cualquier palabra de adhesión que venga de quien, como usted, tiene merecidamente conquistado un alto prestigio en nuestro mundo intelectual. Esto duplica mi agradecimiento...107.



Del mismo modo, las cartas de Altamira a Rodó dan cuenta de esa «comunidad de ideas» sobre la que se erige un vínculo intelectual basado en los valores elevados de la «raza hispana»:

No sé empezar esta carta de modo que mejor exprese mis sentimientos, que enviando a Vd. un estrecho abrazo, signo de la satisfacción experimentada con la lectura de «Ariel», de la comunidad de ideas que entre ambos existe. Hace bastantes años, amigo Rodó [...] no había escuchado una voz castellana, ni leído libro alguno castizo, que me hablase tanto al alma, de manera tan íntima y solemne, como el de Vd. Sentimientos análogos han despertado en mi espíritu voces como la de Renan y la de Fichte,   —91→   pero eran de otras tierras, originadas por otras necesidades que las de nuestra raza, en cuya personalidad creo y en cuya misión confío. Pensándolo así, empecé a escribir mi «Psicología del pueblo español» y di, hace meses, en Bilbao, mis conferencias sobre «El verdadero concepto de la civilización», que fueron como un «Ariel» reducido a términos vulgares y diluido en hechos históricos. Ojalá el libro de Vd. y su cátedra, formen en la juventud de América conciencia de ese hermoso ideal; y pueda yo ver también aquí, con la ayuda de Vd. mismo y de otros compañeros, resurgir en las generaciones nuevas el genio español, depurado de excrecencias malsanas, que han ahogado repetidas veces en la historia su expresión genuina, la única que me enorgullece todavía hoy, en medio de los desastres, de ser hijo de mi patria108.



El modelo de «sermón laico» y las ideas regeneradoras expresadas en Ariel respecto a la importancia de la enseñanza evidencian los ecos de la pedagogía krausista, y tanto Altamira como Unamuno y «Clarín» -los escritores españoles con quienes Rodó mantuvo más estrecha relación- habían utilizado este tipo de sermón109 para la expresión de sus ideas. Por otra parte, las raíces krausistas del pensamiento de Rodó no sólo provenían del otro lado del   —92→   Atlántico, sino que son también la prueba fehaciente de la filiación martiana de su pensamiento110.

Esta afinidad intelectual se ensanchaba a un amplio grupo de pensadores de diferentes países: Altamira, Unamuno, Clarín, Palma, y tantos otros intelectuales españoles e hispanoamericanos del fin de siglo, forman así esa «patria intelectual» que Rodó concibió como lugar ideal, pues «las fronteras del mapa no son las de la geografía del espíritu»111. Una «patria intelectual» sustentada en la identidad común de la «modalidad hispana» que Altamira pretendía consolidar sobre la base de un modelo troncal de identidad cultural hispanoamericana112.   —93→   Obviamente, la tendencia hispanizante de esta propuesta, abanderada por Altamira y otros compañeros de generación, encontró un amplio espacio de aceptación entre los apologistas americanos de los valores de la hispanidad, pero también se topó con implacables contendientes que abogarían por la defensa de la identidad propia de la América mestiza, libre de todo imperialismo, tanto español como anglosajón.

Para la restauración de los valores hispánicos desde el fin de siglo, la recuperación del pasado tuvo, sin duda, una relevancia decisiva. Como ha visto Teodosio Fernández, «el papel de España fue objeto de apreciaciones dispares -el propio [Rufino Blanco] Fombona ofreció un ejemplo notable en El conquistador español del siglo XVI (1921), donde, sin renunciar a una actitud crítica, supo integrar la conquista y la emancipación de Hispanoamérica en un mismo pasado-, que propendieron paulatinamente a resultar positivas, y con frecuencia se vieron respaldadas por el orgullo con que algunos escritores exhibieron su abolengo español»113. Esta tendencia hispanófila se extendió por los más diversos países de América Latina, incluso por algunos de fuerte raíz indígena como el Perú, donde el primer pensamiento indigenista formulado por Manuel González Prada a fines del siglo XIX no consiguió minar la tradicional coyuntura de la Lima letrada con el rancio abolengo español; enseña que volvió a exhibir la generación   —94→   del 900 o arielista114 en las obras de Francisco García Calderón115, José de la Riva Agüero116 o Víctor Andrés Belaúnde117, por citar los nombres más destacados.

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En el Río de la Plata la hispanofilia tras el 98 recobró una nueva significación a través del pensamiento de Darío y de Rodó, quienes conferían a la antigua metrópoli un papel de renovación espiritual en aquella concepción del mundo contemporáneo que enfrentaba lo latino y lo anglosajón, como oposición entre el espíritu y la materia. Los representantes de la generación del 900 argentina -entre los más destacados Manuel Gálvez118 y Ricardo Rojas119- abogaban porque «los valores trascendentes (ahí entraban en juego la honradez, la hidalguía y la generosidad propias de la raza) aflorasen para construir la futura grandeza de la patria. La herencia española asumía una significación nacionalista al integrarse en la búsqueda de la identidad propia, perdida en el pasado indígena y colonial, pero aún viva en la atmósfera tradicional de las provincias»120.

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En México, los miembros del Ateneo de la Juventud, entre ellos, Alfonso Reyes -con quien Altamira mantuvo una estrecha relación desde que se conocieron en México durante su viaje hispanoamericano121-, Pedro Henríquez Ureña y José Vasconcelos, potenciaron un reencuentro con la tradición propia, formada sustancialmente por la tradición hispánica y por la asunción de los valores positivos de la cultura universal122. Tal vez sean las siguientes palabras de Alfonso Reyes, en el artículo titulado «España y América», las que aportan la clave para entender la afinidad que unió a intelectuales españoles e hispanoamericanos en esa «confederación intelectual», o «patria espiritual», que condicionó la buena recepción y amplia aceptación de los discursos de Altamira en los países que se emanciparon en las primeras décadas del siglo XIX:

...tras un siglo de soberbia y mutua ignorancia -un siglo de independencia política en que se ha ido cumpliendo, laboriosamente, la independencia del espíritu, sin la cual no hay amistad posible-, los españoles pueden ya mirar sin resquemores las cosas de América, y los americanos considerar con serenidad las cosas de España123.



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En esta reflexión de Alfonso Reyes podemos comprender el cariz global de las relaciones entre España y América a principios del siglo XX, pero al generalizar su reflexión a toda América Latina, omite la emancipación de las últimas colonias: se había necesitado «un siglo de independencia» para «la independencia del espíritu», como única vía posible para intentar restablecer el acercamiento con la ex metrópoli, pero no todos los países habían seguido el mismo proceso. En 1910, cuando Altamira llega a Cuba, los años transcurridos desde el 98 eran tan escasos que los resquemores ardían en los ánimos, y «la serenidad para mirar las cosas de España» no era precisamente uno de los objetivos de un importante sector de la intelectualidad cubana, preocupada ante todo por comenzar a definir los rasgos de una identidad propia. La queja de Altamira frente a este sector es lo suficientemente elocuente para adelantar la discusión que ocupa las páginas del siguiente capítulo: «Sólo hallé una nota en contra que apuntar en viaje; y es, a saber: en Cuba, un núcleo o grupo, pequeño afortunadamente, de anexionistas que sin poder conseguirlo, felizmente, pretende desespañolizarla»124.



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ArribaAbajo5. Rafael Altamira y Fernando Ortiz: una polémica por la reconquista de América

De cómo el noble don Quijote fue a una ínsula fermosa de las Indias, que dicen de Occidente y de cómo no consiguió que sus naturales cabalgasen en Rocinante y menos en Clavileño.

Fernando Ortiz                


En el año 1910, justo después de la estancia de Altamira en La Habana, el ensayista cubano Fernando Ortiz125   —100→   recopila sus artículos publicados en el diario El tiempo y en la Revista bimestre cubana -ambos de La Habana- en el libro titulado significativamente La reconquista de América. El subtítulo no es menos elocuente: Reflexiones sobre el panhispanismo. Y la acusación explícita a la que se refiere va dirigida desde las primeras líneas al movimiento americanista español liderado por la Universidad de Oviedo y formulado, en tierras americanas, por «el heraldo de esta empresa nacional»126: Rafael Altamira.

Podría llamar la atención que el escritor que genera la controversia y estimula el debate sea precisamente un hombre de raíces cubanas y españolas -se formó durante los años del cambio de siglo entre Menorca, Barcelona, Madrid y La Habana-, cuyas relaciones con los intelectuales peninsulares del momento fructifican en una asimilación del regeneracionismo español127. De hecho, Fernando Ortiz fue un gran admirador de aquella «España joven» formada -en sus palabras- por «hombres mentalmente nuevos» dedicados a diagnosticar las causas de los males y   —101→   a regenerar el país. Entre ellos, Ortiz ensalza en La reconquista de América a escritores como Ganivet, Maeztu, Costa, Unamuno, Ramón y Cajal, Pérez Galdós, Blasco Ibáñez, etc. Sin embargo, el lugar de Altamira en su discurso fluctúa entre la admiración y la prevención o el rechazo abierto ante los afanes panhispanistas que Ortiz vio como objetivo principal de su viaje a América:

...a la vez que le enviamos muy cordial bienvenida y un sincero testimonio de admiración, que le auguramos el éxito científico que su fama merece y que -sin más título para ello que ser admiradores de la España joven y discípulos de sus hombres mentales nuevos- le sugerimos la conveniencia para su triunfo científico en Cuba, de huir de reticencias, equívocos y anfibologías que bastarían para esterilizar los laudables esfuerzos de su predicación generosa y civilizadora128.



En este sentido, resultan muy esclarecedoras las palabras de Ortiz en una carta dirigida a Miguel de Unamuno sobre el modo en que concibió los fines del viaje de Altamira a Cuba:

El bueno de Altamira vino engañado a Cuba, se le hizo creer lo que no era y llevado por su patriótico buen deseo de acentuar la influencia española en esta tierra,   —102→   forzó la máquina y su acción extra-universitaria fue un fracaso entre los cubanos. Acaso antes de mucho coleccione también una porción de artículos escritos en el sentido indicado129.



Altamira, como portavoz español en América de una tendencia hispanista que por supuesto compartían sus compañeros de generación, se convierte así en protagonista de esta crítica que, si en un principio no afecta a los admirados representantes de la «España nueva», más tarde Ortiz hace extensiva también a algunos de ellos. Así puede comprobarse en la evolución de su relación con Unamuno130, marcada por las incongruencias y contradicciones de este último que determinaron el inevitable enfriamiento de la relación entre ambos; o en el artículo de La reconquista titulado «La paradoja», donde recuerda que todos estos representantes de la «joven España», tras diagnosticar la patología de «la enferma», proclamaron la necesidad de su europeización y a la vez se propusieron una nueva cruzada: la vuelta a América. Lo cual sólo supieron afrontar mediante la oposición a la América anglosajona.

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Ortiz reinterpreta el regeneracionismo español con el afán de aplicar algunos de sus presupuestos a la maltrecha situación cubana tras la independencia, actividad que desarrolló desde su regreso a La Habana en 1902. Para entender los fundamentos de esta reinterpretación, hay que tener en cuenta que el descubrimiento de la diversidad cultural en la propia península a través de una formación académica tanto catalana como española, sumado a la cubanidad de origen «devienen claves fundamentales en las bases de su proyección creadora y vital»131 -escribe Ricardo Viñalet-. Sobre estas claves Ortiz comienza a gestar la idea del concepto de transculturación132 para la definición de una identidad propia e integradora:

...desde el principio su objetivo apunta a conceptualizar la construcción y esencia del país natal, la idea de una nacionalidad asumida desde sus raíces y su cultura. Para lograrlos en una república frustrada y exhausta desde el alumbramiento, necesita partir de un empeño regenerador. Tan importante es para ello la negritud africana como la hispanidad mestiza, como otros factores.

La salvación desde la cultura es la propuesta, de clara ascendencia krauso-positivista, estandarte ideológico del   —104→   regeneracionismo y del grupo dado en llamar Generación del 98. Sin embargo, en esta versión cubana que Ortiz plantea está clamando por la existencia de la nación, sosteniendo el escudo de la identidad nacional desde la cultural133.



Es decir, que en el punto de partida para acuñar el término transculturación, «se halla el regeneracionismo de factura española -continúa Viñalet-, asimilado creativamente, y de otra parte su raigal cubanía, todo lo cual dicta los rumbos necesarios y le hace inevitable una cruzada de dignificación, así como englobar las partes para integrar el todo-único-diverso-otro de las procedencias, que son Cuba y los cubanos»134.

Por otra parte, si en principio su obra apunta más hacia un antiimperialismo español que norteamericano -tal y como puede comprobarse en La reconquista de América-, es preciso subrayar la evolución de su pensamiento hacia el rechazo al imperialismo de Estados Unidos que comienza a plasmarse en sus escritos a partir de 1913135, coincidiendo   —105→   además con un acercamiento a España (de hecho impulsó la creación de la Institución Hispano Cubana de Cultura) y con una defensa más intensa del iberoamericanismo como alternativa para América Latina136. Ahora bien, este proyecto iberoamericanista asentaba sus bases teóricas sobre el concepto de transculturación y no sobre una unidad latinoamericana sustentada únicamente en la reivindicación de lo latino, que planteaban muchos intelectuales hispanoamericanos cuyas ideas hemos recorrido en páginas precedentes: Darío, Rodó, etc.

En todo caso, en la reformulación regeneracionista cubana formulada por Ortiz se encuentra la clave para entender su crítica a las premisas de un sector del regeneracionismo español que asumía como una de las líneas principales de consolidación el restablecimiento de «la   —106→   huella de España en América», es decir, «la reconquista espiritual de América». Este sector pretendía defender el panhispanismo desde la reivindicación de la influencia española, intelectual y económica, como medio para su propia regeneración patria, pero España era un país derrotado y rezagado que, a principios de siglo, con todos sus problemas sociales y políticos, no podía considerarse precisamente como un modelo a seguir. Aun así, una buena parte de la intelectualidad peninsular elaboró un discurso panhispanista que, aprovechando el temor a la creciente hegemonía del vecino del norte, pretendía hacer realidad sus objetivos invistiendo a la vieja Madre Patria como tutora y salvadora de las jóvenes repúblicas hispanoamericanas. Ante este discurso, algunas voces de la otra orilla debían reaccionar, apoyándose evidentemente en la imposibilidad de la España del momento para ejercer de guía espiritual:

...allá en Iberia -escribe Ortiz-, si se canta a la raza, a la lengua y hasta a la religión, es al ritmo del neo imperialismo manso, porque se piensa que reconocida la unidad de estos pueblos con España, no ha de ser sobre bases igualitarias, sino sobre la base fatal, lógica e inexcusable de la hegemonía española, de la nación que unas veces llaman madre con misión tutelar, como dicen los catedráticos de Oviedo, y otras hermana mayor y representante de las demás, como hoy dice Labra; como si ante el mundo entero no estuviese la madre o la hermana en peligro de necesitar tutelas por una posible declaración   —107→   de incapacidad, si no olvida sus chocheces y su falta de sentido de vida moderna137.



En esta controversia, la ferviente reivindicación del papel de España en América realizada por Altamira -unida indisolublemente al alegato defensivo del pasado colonial- y su viaje a América con discursos en los que la insistencia en el hermanamiento va unida a la argumentación españolista, son el detonante para la gestación de la polémica sobre ese panhispanismo que, en todo caso, subyace en sus discursos americanos y es explícito en muchos de sus libros y artículos. Las contradicciones o paradojas a las que da lugar esta fluctuación son el caldo de cultivo que permite a Ortiz desarrollar ampliamente la polémica en La reconquista de América, cuya relevancia estriba, entre otras cosas, en la aportación de una visión muy diferente sobre el concepto de lo latino, planteado por algunos escritores de España e Hispanoamérica como sustrato común para unir los lazos de la comunidad hispana:

Muchas veces los hispanizantes, los que mantienen como norma salvadora del porvenir cubano, que suponen en grave trance, la acentuación de la influencia española, desvían, acaso sin darse cuenta, los términos del problema que de aquel modo ellos quieren ver resuelto, diciendo: Cuba debe ser latina, no puede ni debe olvidar   —108→   su latina raza; y así queda casi, por un momento, olvidada la teoría de la hispanización y parece que surge otro racismo, el latino, para robustecer la corriente racista española. [...] No es lo mismo civilización española, que civilización latina. [...] La latinización en labios hispanizantes puede ser más que un error: un engaño138.

Los hispanizantes o latinistas españoles, si así se quiere, ignoran que al defender la perduración de la civilización latina entre nosotros y la intensificación de ese carácter, su personalidad y espíritu habría de demorarse o se debilitaría hasta el raquitismo. Porque decir latinización es decir cosa muy distinta a hispanización. Si se trata de intensificar el sentido latino en Cuba habría que abogar por la adquisición de los mejores caracteres de la llamada civilización latina y entonces, sin olvidar los buenos elementos psicológicos españoles que ya tenemos (no sólo los buenos, sino también los malos) buscaríamos otros que no son españoles, así como la inventiva italiana, el sentido positivista de su renacimiento, el humanismo de su cultura, y la sutileza, espíritu de ahorro y modernidad de Francia, por ejemplos. No habría que hispanizarnos, habría que absorber lo mejor de la civilización latina...139.



En su libro, Ortiz realiza una crítica decidida a estos planteamientos hispanizantes, expresando la opinión de un grupo de intelectuales cubanos del momento que no   —109→   veían la necesidad de optar entre dos imperialismos -español o norteamericano-, es más, que rechazaban cualquiera de estas opciones para la necesaria introspección en las propias raíces de lo cubano. Y precisamente para abordar la crítica al panhispanismo, Ortiz se centra en las causas y las consecuencias del viaje de Altamira a Cuba, entendidas desde el punto de vista de esa reconquista espiritual de América que, encabezada por Altamira, vio como objetivo de los principales americanistas españoles de principios de siglo. En este sentido, la acusación sobre el neoimperialismo español de estos intelectuales realizada por Ortiz -quien no por ello deja de proclamar ciertos méritos de la campaña americanista de Altamira140-, como ideología que pretendía restablecer la influencia de España sobre los países latinoamericanos, plantea una discusión que debe encauzarse mediante el contraste de opiniones sobre asuntos que, como se comprueba en este libro, no tuvieron una única formulación, basada en la reivindicación de lo latino   —110→   y en la pretendida unidad ideal hispano-americana, sino que, muy al contrario, se abordaron desde otras perspectivas.

En Cuba, el 98 -el año del desastre en España- fue también una fecha que instauró la frustración de ideales en el propio origen de su independencia, cuando el dominio español se vio reemplazado por la intervención estadounidense. El desengaño se convierte así en el estigma del nacimiento de la nueva república y, a su vez, como consecuencia lógica, es el acicate para que los intelectuales cubanos del momento se planteen la necesidad de una regeneración que, como la española, asienta sus bases sobre la redefinición de la identidad nacional:

Dentro de los primeros esfuerzos de Fernando Ortiz -explica Ricardo Viñalet-, no pocos se dirigieron al autoexamen, al autoconocimiento del cubano (Serrano, 1987). Asimismo emprendió una cruzada en pro de la dignificación ciudadana en aquella república artificial y exhausta desde el mismo 20 de mayo de 1902, cercenada en la soberanía, urgida de emprender un camino largo y arduo de ascensión ética, social y política. Ortiz recogió el guante; percibió que por ahí se marcaba un rumbo para alcanzar los objetivos: regeneracionismo desde la derrota, la pobreza y la identidad, tan afines, evaluó las circunstancias cubanas y españolas. Un regeneracionismo desde la otra linde, transculturado141.



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En La reconquista de América, Ortiz formula esa necesidad de definir una personalidad propia que no debía admitir, para su regeneración, la enconada influencia de imperialismos espirituales ni económicos -de España o EE. UU.-, sino que debía plantearse desde el autoexamen y la búsqueda de las raíces cubanas, así como desde la asimilación plural de los valores positivos desarrollados por las culturas más avanzadas del mundo:

Si queremos patria fuerte hemos de aspirar ambiente de cultura mundial, no sólo latina aunque latina también. La atmósfera en que crecer y robustecerse [...] no es la que infectan aún hoy las instituciones muertas del coloniaje, sino la que podrían oxigenar, si quisiéramos y tuviéramos buen criterio de higiene cultural, los huracanes de la energía inglesa, los vendavales de la cerebración alemana, las corrientes sutiles que de Francia llegan [...] Muevan todos nuestro mar, que sólo así podremos salir de esta calma eterna y desesperante en que nos vamos agotando, casi sin movernos. [...] Ni latinismos mentidos ni latinismos ilusos; civilización mundial, sólo civilización. [...] Como sea, bebamos142.



Paradójicamente, el propio Altamira utiliza planteamientos muy similares cuando se trata de combatir el contraproducente aislamiento de España y de defender, por   —112→   consiguiente, su apertura y su necesaria europeización para recibir el influjo modernizador de las naciones más prósperas. En esta apertura Altamira considera también de especial relevancia el enriquecimiento con la savia nueva de las repúblicas hispanoamericanas para fortalecer el sentimiento hispanista, sobre todo a través de los emigrantes que al regresar a España traen consigo los frutos de su experiencia americana, esencial para la regeneración, y mediante la potenciación del intercambio entre profesores españoles y americanos143:

La insensatez del aislamiento; la necesidad de estar recibiendo continuamente influencias de los demás y, en primer término, de los que son diferentes (necesidad tan   —113→   esencial en los pueblos como en los individuos, para la propia nutrición psíquica) [...] nada de esto sentencia en contra de la necesidad de sostener la personalidad de los pueblos constituidos, como factores útiles, y tal vez imprescindibles, en la compleja obra del progreso humano, para lo cual no se basta uno solo, ni quizá la naturaleza de nuestro espíritu consiente que toda la carga y todas las condiciones pesen o se hallen en un grupo social, como positivamente no se hallan en un individuo (por alto y equilibrado que sea) ni en una sola generación144.

...la falta de chauvinismo, nacional o regional, no está en amar lo suyo y en procurar defender la personalidad del genio propio (como cada individuo debe defender la suya), sino en tenerla por inmejorable o por la única buena, cerrando el espíritu a toda influencia extraña como inútil o errónea, queriendo oficiar de maestro y civilizador respecto de los demás (a quienes se estima como inferiores y descarriados), y desconociendo que lo humano es que siempre nos estamos educando unos a otros, necesitándonos todos mutuamente; que la sabiduría, la previsión, el ingenio, etc., no están vinculadas en ningún grupo; que la civilización es una suma de esfuerzos de las más variadas procedencias, y que el espíritu más sabio es el más humilde, dispuesto a oír todas las opiniones y a recoger la verdad allí donde estuviere, en vez de encerrarse en la infundada suficiencia del que todo lo sabe y todo lo tiene averiguado in eternum145.



  —114→  

Y digo paradójicamente, porque la argumentación de Altamira se invierte al plantear la necesaria primacía de la influencia de España en América sobre cualquier acción emprendida por otras naciones en los países hispanoamericanos. La ambigüedad de sus planteamientos se evidencia cuando encontramos disquisiciones sobre la influencia recíproca que debe generarse entre España y América Latina junto con otras muchas en las que Altamira insiste precisamente en el derecho de España a «oficiar de maestra» en los países hispanoamericanos, sobre la base «legítima» del sustrato étnico común146, para lo cual es preciso alejarla de la influencia europea y de Estados Unidos.

¿Cómo no concebir como ambiguo o paradójico un posicionamiento que se contradice en numerosas ocasiones en las publicaciones sobre las relaciones entre España y América? En los discursos pronunciados en los centros educativos hispanoamericanos durante el viaje de 1909-1910, Altamira reitera constantemente la finalidad humana y cultural de su empresa, desprovista de cualquier atisbo de colonialismo espiritual; por ejemplo, en el «Discurso de recepción en la Universidad de La Plata»:

Por otra parte, las principales naciones europeas y americanas redoblan hoy sus esfuerzos legítimos por   —115→   intimar con vosotros intelectualmente en la esfera universitaria. España no había hecho nada en este sentido. Cree tener derecho a ello; más que derecho, tiene un deber a que le llaman, no sólo esa afinidad a que antes he aludido, mas también la masa de españoles que aquí viven incorporados a vuestro esfuerzo. Quiere, pues, contribuir, en la medida de sus posibilidades, a la formación del espíritu de esta hidalga nación argentina.

Pero se engañaría quien viese en este deseo nuestro una obra de patriotería nacionalista, ni de competencia. Aparte de que ambas cosas están reñidas con la significación científica de la Universidad, nosotros consideramos nuestra influencia, no desde el punto de vista estrechamente patriótico, sino desde un punto de vista humano. [...] Nosotros, pues, repito, no queremos ni avasallar, ni competir. Queremos simplemente ocupar nuestro puesto en la obra de la cultura humana, para que de hoy más, ni vosotros, ni los españoles que viven en América, nos llamen desertores. Si servimos, y para qué servimos, eso lo dirá la obra misma147.



Sin embargo, la opinión expresada en sus libros es, en ocasiones, radicalmente opuesta. Por ejemplo, en sus Últimos escritos americanistas (1929) -siguiendo el ideario que   —116→   ya había trazado en España en América (1908)148- comienza el capítulo titulado «La inteligencia hispanoitaliana» reivindicando que el Descubrimiento de América es un hecho «exclusivamente español»; que «el 12 de octubre es, ante todo y sobre todo, fiesta española y de los pueblos formados en las tierras que España descubrió»; que es -en suma- «fiesta española y de raza hispánica»; y que «nadie puede negar con fundamento que los pueblos americanos de nuestro tronco se han formado sustancialmente [...] con elementos étnicos procedentes de España. Por eso son hispanoamericanos». Para proseguir solicitando, en términos competitivos, «libertad absoluta de comercio espiritual, con absoluto respeto a las fuerzas de cada uno, y juego limpio en la natural competencia. Que triunfe quien más valga, quien más trabaje, quien más se acomode a las esenciales necesidades del espíritu de cada nación americana»149; y terminar recurriendo a esa comunidad de raza que no deja lugar a la discusión sobre el legítimo ganador en la batalla por la supremacía intelectual:

La cooperación es naturalmente más fácil con los próximos y afines que con los lejanos, y hay que procurarla a todo trance; pero lo menos que podemos pedirles   —117→   a ellos es que no nos nieguen ni nos mermen lo que por historia y por derecho nos corresponde150.



En estas manifestaciones el discurso de hermanamiento espiritual y cultural entre España y América tantas veces reiterado por Altamira es descubierto por Ortiz como mera ilusión o simulacro. Claro que este planteamiento competitivo del predominio espiritual español revela un desconocimiento, o una voluntad de ignorar el ansia de un importante sector hispanoamericano de independencia intelectual para poder definir una identidad cultural propia, exenta de cualquier tutelaje foráneo. Y lo español, por supuesto, ya era también lo foráneo, con independencia de que necesariamente desde Hispanoamérica se asumía el pasado compartido y se reconocían los valores culturales comunes como vía indispensable para la definición de una identidad en todo caso mestiza. Esta comunidad de intereses seguía siendo concebida desde España como resorte principal para ejercer un tutelaje en ocasiones reconocido y en otras disimulado. Pero de cualquier forma este es el discurso que, inevitablemente, intelectuales como Fernando Ortiz descubrirían como «lo que está debajo» del que consideraban simulacro fraternal.

Altamira se convierte así en portavoz del ideal español que, ante su proyectado viaje a Cuba -que luego abarcó a   —118→   tantos otros países-, insistía sobre todo en las palabras de adulación para el restablecimiento de la relación igualitaria con las jóvenes hermanas y, sin embargo, no podía contener las inevitables emergencias patrioteras de la mutilada Madre Patria. Dicho ideal se manifiesta, por ejemplo, en los artículos de El Imparcial de Madrid con motivo del viaje de Altamira:

La América española realiza una intensa y meritísima labor intelectual, y sus Universidades cuentan con ilustres profesores, algunos de renombre mundial; pero ni en aquella labor ni en la obra de esos profesores, suele ser la influencia dominante la del pensamiento español. [...]

De esta manera nos conoceríamos más íntimamente y nos apreciaríamos mejor; y conociéndonos más y apreciándonos mejor, aunaríamos nuestros esfuerzos en favor de la raza española, amenazada en el nuevo continente por el predominio creciente de la anglo-americana.

Por eso es indispensable que el proyecto de que el Sr. Altamira vaya a Cuba a inaugurar el intercambio universitario entre España y América, se realice en condiciones que permitan que el viaje del doctísimo profesor dé los frutos que de la competencia y del entusiasmo de éste cabe esperar; que se prepare para plazo no lejano la ida de otros profesores de igual renombre a Buenos Aires, Santiago de Chile y Méjico, y que se gestione que a su vez vengan a España catedráticos de aquellas Universidades.

  —119→  

Sería una obra de cultura, y obra también de españolismo151.



Por supuesto, la comunidad de idioma sería también otra baza esencial para la reivindicación españolista. En el libro España en América, tras analizar la influencia francesa, italiana, alemana y norteamericana en América Latina, Altamira plantea «Lo que debe hacer y lo que ha hecho España» acudiendo al idioma común como ligamen decisivo para la supremacía intelectual:

...trabajamos en pro del alma americana en lo mejor y más genuino que esta tiene. En el orden concreto de la mentalidad, el corte de unos y otros es el mismo y continuará siéndolo mientras hablemos todos el romance castellano, que, como idioma, no es sólo un conjunto de palabras, un léxico, sino una serie de ideas orientadas de un modo especial. De aquí que nosotros, los españoles, seamos los que mejor podemos entendernos, en el comercio de la inteligencia, con nuestros hermanos del Nuevo Mundo152.



En La reconquista de América, la réplica de Ortiz, que analiza punto por punto todas las disquisiciones de   —120→   Altamira y del panhispanismo, se refiere también a la instrumentalización del idioma para fortalecer la «comunidad de raza» en el capítulo titulado «La fuerza del idioma»:

...cuando España trata de lazos de amor y de aranceles le teme no sólo a los Estados Unidos, que son su odio más profundo, sino también y mucho a franceses e italianos que le están haciendo quedar desairada en la propia Suramérica.

Quédase pues reducida a límites restringidos la llamada fuerza del idioma que con la de raza y la religión, son las únicas fuerzas de que alardea España, a falta de otras más decisivas y más intensas y reales, como la industria, el comercio, la agricultura, el ejército, la marina, la escuela, la riqueza, la ciencia; en fin, la civilización153.



Evidentemente, esta línea de pensamiento no era inédita, sino que ratificaba las ideas de otros intelectuales cubanos que, antes de 1898, ya alertaban sobre la pertinacia de España en imponer sobre Cuba su desfasado modelo espiritual y abogaban por la imperiosa necesidad de romper el vínculo con la metrópoli, como único camino para una modernización nacional que debía nutrirse de los valores positivos desarrollados por las civilizaciones más avanzadas. Por supuesto, la figura de José Martí y su prédica antiimperialista   —121→   es fundamental para el arraigo en Cuba del pensamiento emancipador hispanoamericano; pero también en lo que respecta a la demanda de una necesaria apertura para regenerar el país con el potencial renovador de las civilizaciones modernas europeas y norteamericana. Durante esos mismos años de efervescencia preindependentista, otra voz cubana reclama nuestra atención por su afinidad con los posteriores planteamientos de Ortiz: se trata d el pensador cubano Enrique José Varona, que ya en 1896 ofrecía una conferencia en el Steinway Hall de Nueva York en la que, tras la crítica al sistema colonial español -que juzga como despótico y opresor- vuelve al presente cubano para denunciar la perniciosa influencia de España en su país:

Si después de conocidos los progresos que a costa de pertinaces esfuerzos han realizado al cabo las más antiguas colonias, alguna otra prueba se necesitara de que la ruptura de su vínculo político con la metrópoli era una necesidad primordial para su posterior desenvolvimiento, la historia de Cuba, en todo lo que va de siglo, la ofrecería colmada. Toda ella puede resumirse en una pugna tenaz entre el espíritu reaccionario de España, exacerbado por su inmenso fracaso en el continente, y el espíritu progresivo de los cubanos, estimulado por los ejemplos que tiene a la vista y por las nuevas condiciones de vida en que se desarrolla la civilización moderna. Vamos a ver aquí compendiada en pocos años la historia que acabamos de bosquejar. Vamos a ver de nuevo a España cediendo sólo a la necesidad, y dispuesta a volver siempre sobre sus pasos, abriendo a medias la mano, para volver a   —122→   cerrarla con más fuerza, incapaz de aprovechar las ocasiones de enmienda, empeñada en vivir fuera de la realidad, y en explotar a Cuba en pleno siglo XIX, como explotó la América en pleno siglo XVI.

[...] Al dar la última batalla a la tiranía española, tenemos derecho para aguardar, sin gran desconfianza, los días que sigan a la aurora del triunfo. Aunque rezagados en tantas décadas respecto a nuestras hermanas, hoy libres, nuestra situación es bajo muchos aspectos más auspiciosa que lo fue la suya154.



El vaticinio de Varona sobre esa España siempre dispuesta a «volver sobre sus pasos», parecía confirmarse en este resurgimiento del interés español en América que, obviamente, ciertos sectores de Cuba concibieron inmediatamente como amenaza para su completa independencia y para su necesaria modernización. Catorce años después, Fernando Ortiz vio este vaticinio convertido en realidad con la llegada de Rafael Altamira en 1910, como portavoz de un discurso de hermanamiento en el que las contradicciones y ambigüedades señaladas permitieron al pensador cubano denunciar «la altruista paradoja»155 de una ideología hispanista que, finalmente, desde su punto   —123→   de vista, incurría en un soterrado «neoimperialismo intelectual» español.

La crítica de Ortiz, en primer lugar, se refiere a la utilización de la noción de raza lanzada por la Universidad de Oviedo a los centros docentes hispanoamericanos -«desde la vetusta y serena universidad de Oviedo hasta las alharacas de la prensa española [...] se habla de la raza española como de núcleo social de existencia indiscutida»156-, para el restablecimiento de la influencia espiritual de España157:

...existe esa ilusión de raza [...] porque se quiere que exista, porque los sentimientos agresivos sienten la necesidad de una máscara, de un estimulante, de un sueño, de una disculpa, que todo eso es la raza al sentimiento imperialista.   —124→   Es máscara porque la lucha por la supremacía de la raza, aun siendo ilusión, parece grandiosa, más noble y altruista y encubre la finalidad de egoísmo personal y a veces pequeño de un Estado político que así logra impersonalizarse; sueño lo es sin duda porque al unir la idea de raza al sentimiento dominador parece como que ya éste está actuando y extendiéndose como un comienzo de dominio y expansión [...] en fin, la adhesión de la idea de raza al sentimiento imperialista tiende a su mayor vigor y fortaleza. [...] hoy el principio antropológico de raza, aun siendo socialmente ilusión, como lo fue el principio religioso ayer, sea un vigorizante y sustituto ideológico del imperialismo, que siempre las ideas aun siendo falsas y malas o buenas, han robustecido sentimientos y han disfrazado egoísmos, fuesen éstos santos o perversos158.



Partiendo de esta formulación, Ortiz subraya a lo largo de su libro «el puesto de corneta de Altamira en esa cruzada de la raza»159:

Altamira mereció los honores de la Universidad, y si no alcanzó los populares cubanos fue, porque apenas llegó, hubo de aludir a lo que estaba debajo de sus palabras, y desconocedor de este pueblo quiso hacer en él agosto hispanista, con mohosas hoces de raza, más que con arados de cultura pedagógica160.



  —125→  

Premisa que descubre inmediatamente como máscara para encubrir el verdadero propósito de la empresa americanista española:

Así vemos a Altamira y a Labra, por no salirnos de los principales americanistas españoles, luchando contra el presente atraso mental de España, pintado por ambos y especialmente por el primero con los más negros colores y promoviendo una corriente de opinión en pro de lo que sin peligro de impropiedad pudiera llamarse el «panhispanismo», llamado a luchar contra el «panamericanismo» [...] El «panhispanismo», en este sentido, significa la unión de todos los países de habla cervantina no sólo para lograr una íntima compenetración intelectualismo para, también, conseguir una fuerte alianza económica [...] aunque el panhispanismo sea por ahora intelectual y económico, no deja de ser un imperialismo.

[...] cierto es que el imperialismo adopta diversas formas, y que el nuevo sentimiento expansivo español, sin poder soñar hoy con dominaciones militares, se polariza por ahora hacia la afirmación o permanencia de la influencia hispana en este continente o sea, hacia una «rehispanización tranquila» o un «neoimperialismo manso»161.



Ante esta denuncia de un imperialismo español subrepticio y de un panhispanismo fehaciente en la acción   —126→   emprendida por los hispanoamericanistas españoles de principios de siglo, las ideas expresadas por Altamira en sus libros y conferencias evidencian el choque frontal de planteamientos tan disímiles y opuestos como el que encontramos en el siguiente fragmento; la afirmación por Altamira del renacimiento hispánico en Cuba tras su independencia impone un contraste rotundo con los textos de Fernando Ortiz -en los que también le recuerda a Altamira dicha afirmación, que cita en «La reespañolización de América. Réplica abierta al profesor señor Dr. R. Altamira»162-, y da cuenta de la perpetua pugna entre hispanófilos e hispanófobos desde los orígenes de la emancipación hispanoamericana en general:

El señor García Marqués163, que reside en Cuba hace muchos años y conoce bien el país nos ha dado testimonio de [...] la resurrección del espíritu hispanista en la población indígena [...] El señor García Marqués vino a decir, en resumen, que Cuba es hoy más española, está espiritualmente más cerca de España que cuando era una de nuestras provincias ultramarinas; y esta afirmación, basada en la realidad, contiene mucha más substancia de la que se advierte a primera vista.

Mientras Cuba fue políticamente de España, el resquemor de los agravios recibidos, o que creía recibir -una   —127→   y otra cosa hubo- del Estado español, mantenía obscurecida la conciencia del fondo común del espíritu (que bien podríamos llamar nacional en la más elevada acepción de la palabra) con la metrópoli. [...] Resuelto el conflicto, independiente la isla, curados los resquemores, restablecida sinceramente la cordialidad, la conciencia de lo que, sólo por usar términos consagrados, aunque inexactos, llamaremos raza, fue abriéndose camino día a día, y cada vez se hace más clara en la inteligencia y en el sentimiento de los cubanos. [...]

Por eso es Cuba hoy más española que antes, porque su españolismo de hoy es más hondo, más verdadero, más espontáneo, más seguro y de raíz propia que el anterior a 1898164.



Esta hispanofilia, como ya he señalado, tuvo fervientes defensores en Hispanoamérica, y de ella dependió la ilusionada acogida de Rafael Altamira en muchos de los centros que visitó en su viaje. Un contraste rotundo con el ideario de Ortiz es el que hallamos, por ejemplo, en el «Discurso de recepción en honor de Rafael Altamira pronunciado por Rodolfo Reyes» -miembro de número de la Academia Central Mexicana de Jurisprudencia y Legislación-, sustentado nuevamente por ese concepto de raza que tanto combatió el pensador cubano en sus ensayos:

Por eso, Excelentísimo Señor, porque México ama a la raza que dio a su primitivo bronce la forma civilizada al   —128→   calor de la llama luminosa del genio latino, porque ve en la cultura la única simiente fundamental del definitivo progreso, porque representáis un altísimo centro de educación latina y porque vos sois ese representante, os ha abierto sus brazos, os ha recibido como honda de oxígeno que nos vivifica y nos alienta, como recuerdo del bendito hogar de los mayores que nos conforta y educa [...] él en cambio va a llevar cargamentos de recuerdo, de simpatía, de admiración y de solidaridad, para esa España Nueva, que armada de todas las legendarias y no amenguadas virtudes que la han hecho grande y heroica hasta en sus grandes errores, aleccionada por el dolor y el desastre, renace fecundándose a sí misma [...] y será [...] la maestra y guiadora de esta prole numerosa que en este Mundo Nuevo, espera de pie la consumación de los altos fines que le corresponden en las futuras luchas civilizadoras [...] sed bienvenido al seno del Foro Mexicano, ilustre embajador de ideales nobles y de propósitos purísimos; las cadenas que gracias a vos y a los vuestros habrán de unirnos en lo futuro con la Madre Patria y nos harán un todo con ella, son cadenas de amor, y de sinceridad y de confianza, así encadenados iremos seguramente en lo porvenir con una sola alma en pos de una misma finalidad, tras el progreso definitivo, pero conservando siempre dentro de cada nacionalidad; propongámoslo así, los propios caracteres de nuestra inmortal, de nuestra fecunda, de nuestra gloriosa y victimada raza165.



  —129→  

Pero volvamos a la polémica con Ortiz. Aunque Altamira puso especial cuidado en reiterar el propósito de hermandad espiritual, enriquecimiento mutuo y comunicación recíproca entre España y América Latina, Ortiz insistió en descubrir en las propuestas de Altamira «lo que está debajo», título de uno de los artículos más directos y elocuentes del sentido que estamos planteando:

La frase está hecha, y hecha por el propio Dr. Altamira. Además de sus palabras de fraternidad, después de su generosa campaña de intercambio intelectual, tras de sus arranques de sano patriotismo español aún hay más, y ese más, él mismo lo ha dicho al terminar su oración salutatoria en la Universidad de La Habana, este más... es LO QUE ESTÁ DEBAJO, lo que él no tenía necesidad de decir porque todos lo entendíamos perfectamente. Y en efecto, todos hemos creído entenderlo166.



En definitiva, Ortiz plantea que «lo que está debajo» del discurso de Altamira es: «el sentimiento expansivo de un pueblo que quiere imponer a los demás, especialmente a sus afines, su modo de ser y de vivir, todo el sentido de su civilización»167. Ante manifestaciones de Altamira como la que sigue -perteneciente a la conferencia pronunciada   —130→   en la Universidad de La Habana y similar a otros fragmentos ya señalados- Ortiz denunciará el discurso de lo que puede leerse entre líneas:

Pudiera creerse, que al venir una Universidad española a las Universidades hispano-americanas buscando el intercambio, buscando que suene aquí su voz y el eco de su espíritu, pretendemos españolizar la América hispana en el orden intelectual, haciendo que desaparezca, absorbida por la influencia nuestra, la nota propia y característica del espíritu de cada uno de nuestros pueblos. Esa creencia sería, si la hubiese, absolutamente falsa. La Universidad de Oviedo no quiere, no pretende enseñar nada; no viene a oficiar de maestro, no viene a mostrarse para que la admiren, ni ha enviado para realizar su obra americanista un hombre que busque lucir cualidades personales [...] nosotros no venimos sólo a dar y a reflejar sobre vosotros nuestras ideas, sino que venimos también a pediros que vengáis a España para reflejar sobre nosotros vuestro espíritu y vuestra obra científica168.



De esa creencia surgió precisamente la argumentación de Ortiz, quien lamentó que Altamira «rematara su discurso con una expresión que ciertamente chocó con el resto   —131→   de su conferencia de altruismo, de amor y de pura y estricta intelectualidad»169. Y es que Altamira terminó su conferencia apuntando que tras sus palabras había mucho más: «lo que está debajo», sin percatarse tal vez de que entre quienes le escuchaban había más de una mente audaz que pretendería descubrir un mensaje implícito, y que se desmarcaría de la ovación con la que concluyó la conferencia sobre «La obra americanista de la Universidad de Oviedo»:

Esa España no piensa más que en ser factor útil de la obra de la civilización humana; y como quiera que en esa labor ella sabe bien que si va con sus solas fuerzas, quizá naufragaría en el camino, viene a vosotras, no sólo a infundiros algo del entusiasmo que ella tiene, sino a pediros también vuestra ayuda, para que nosotros salvemos también nuestra crisis, que la tenemos, y juntos podamos elevarnos a ese alto ideal de la patria hispana común, de la patria hispana espiritual que yo aquí, con mi palabra torpe, os he querido pintar, y de la cual estoy seguro que habréis visto, a través de la torpe frase, que no acierta jamás, por mucho que yo la torture, a expresar el fondo de mi pensamiento, habréis visto, digo, por las vibraciones de la palabra misma, todas las cosas que no dije, que están debajo del signo, y que vosotros entenderéis perfectamente. (Gran ovación)170.



  —132→  

La interpretación que Ortiz dio a estas últimas palabras en los artículos titulados «Lo que está debajo» y «La reespañolización de América. Réplica abierta al profesor señor Dr. R. Altamira» no podía ser aceptada por Altamira, que justificaba la expresión «debajo del signo» como referencia a lo que humildemente no hubiera quedado claro en su discurso. Sin embargo Ortiz, en esta réplica, insiste en su interpretación, ya no refiriéndose únicamente al citado discurso en la Universidad de La Habana, sino a la obra completa de Altamira y a su reivindicación de «la huella de España en América»:

...creemos aún no sólo que nuestra interpretación estaba y está justificada, sino que -aun cuando ella después de la aludida carta [de Altamira] no puede ceñirse a dicho párrafo concreto- está en consonancia con el espíritu que os anima, ilustre profesor ovetense, y con vuestro idealismo integral, fruto bello del patriotismo español, bello aun cuando morderlo significaría para nosotros la maldición de Jehová y la expulsión del paraíso americano.

No sois nuevo, a fe mía, en el palenque hispanista; siempre habéis mirado por encima del raquitismo gubernamental español en estas cuestiones, y os disteis pronta conciencia de la fuerza inmensa que España olvida en las que fueron sus Indias. [...] buscasteis antes que otros, para España, nuevo porvenir; la vuelta a América [...] para asentar de nuevo una acción de intensa y extensa influencia española, en este nuevo mundo. Y que le dais importancia al problema, lo dice este vuestro párrafo: «Nuestra influencia en América es la última carta que nos   —133→   queda por jugar en la dudosa partida de nuestro porvenir como grupo humano; y ese juego no admite espera» (España en América, pág. 39) [...]

Y si todo esto lo dicen vuestros libros ¿no era natural [...] que todos creyeran que lo que estaba debajo de vuestras palabras, era precisamente lo que está en vuestros escritos? [...]

...¿por qué no podíamos ver en vuestras frases una reticencia patriótica hacia el viejo y resquebrajado solar ibero, una proclama a la alianza espiritual, una nueva cruzada española, santa para España pero nefasta para nosotros? [...] ¿por qué no hemos de prevenirnos contra esa campaña que ahonda nuestra fatídica desintegración social? [...]

La obra de reespañolización de América así acometida será obra patriótica para España, pero no será nada útil a estos pueblos que necesitan para salvarse de una fuerte integración de fuerzas y absorción de las más diversas energías en una dirección común. Pensad, pues, si no era justo nuestro consejo, y si no es humano, lógico y patriótico que mentes y corazones cubanos reaccionen contra la pretendida reespañolización...171.



Si bien Ortiz pretende aunar todos los esfuerzos para la deshipanización de Cuba como único medio para la verdadera cubanización, termina su artículo de respuesta a   —134→   Altamira desvinculando su argumentación de todo apasionamiento infructuoso e insistiendo en la mesura de quien busca una visión ecuánime de la problemática planteada:

Y sabed que en estas líneas sólo hay la expresión serena y reposada del espíritu cubano y de su sentido de vida en estos días, libre de todo apasionamiento hispanófobo, antes al contrario, inspirados en la más castiza hidalguía criolla que es orgullo cubano y que todos reconocemos deber a la buena gente de Castilla172.



En cualquier caso, ante esta denuncia de los afanes soterrados del «neoimperialismo español», Ortiz se pregunta:

¿debemos los cubanos mantener nos en el cuadro de la civilización española y aun aferrarnos más en él o, al contrario, hemos de pugnar por saltar fuera del mismo, volando a otros horizontes superiores más azules y límpidos, cualquiera que sea la civilización que en ellos se viva? [...] ¿debemos seguir, paso a paso, como lazarillos de la adormilada España que arrastra sus achaques, o debemos subir corriendo, si nos es posible recuperando, jóvenes y ágiles, el tiempo pasado allá abajo en la cuna y en el regazo?173.



  —135→  

Su respuesta a lo largo de La reconquista de América es rotunda y clara cuando de lo que se trata es de plantear una urgente y necesaria reivindicación de la identidad propia, por ejemplo en este fragmento dirigido a Altamira:

Y cuando habléis de Cuba a vuestros compañeros de cátedra y a nuestros hermanos de la España nueva, decidles [...] que aún no ha muerto el nacionalismo cubano; que aún se agita el separatismo en los maniguales de la idea para libertar al alma cubana de las zarzas del coloniaje espiritual que la aprisiona; que en Cuba no soñamos con iberismos quijotescos aun cuando estos, y precisamente por ser tales, fueran desinteresados; que si no queremos ver absorbida nuestra personalidad por los norteamericanos tampoco queremos ser mental ni políticamente españoles; que como Lanuza dijo, queremos ser modernos y americanos o, como decimos todos, queremos ser cubanos, totalmente cubanos174.



La reacción de Ortiz daba continuidad en Cuba al pensamiento hispanoamericano emancipador desarrollado a lo largo del siglo XIX en las nuevas repúblicas independientes a través de diversas manifestaciones culturales, entre las cuales la literatura se convirtió en uno de los campos principales para la gestación y consolidación ideológica de ese pensamiento. Un ejemplo muy ilustrativo   —136→   lo encontramos en Argentina, en una figura principal de la intelectualidad del país como es Esteban Echeverría, quien en 1846 respondía a un artículo de Alcalá Galiano titulado «Consideraciones sobre la situación y el porvenir de la literatura Hispanoamericana». Allí Galiano aseguraba que la literatura americana «se hallaba todavía en mantillas», precisamente por haber «renegado de sus antecedentes y olvidado su nacionalidad de raza» y recomendaba una vuelta a la tradición colonial bajo el tutelaje literario de España. Pero en la respuesta de Echeverría, literatura e ideología no son precisamente compartimentos estancos:

...otro tanto sucedería en América, si adoptando el consejo del señor Galiano rehabilitásemos la tradición literaria española; malgastaríamos el trabajo estérilmente, echaríamos un nuevo germen de desacuerdo, destructor de la homogeneidad y armonía del progreso americano, para acabar por no entendernos en literatura como no nos entenderemos en política, porque la cuestión literaria que el señor Galiano aísla desconociendo su escuela está íntimamente ligada con la cuestión política, y nos parece absurdo ser español en literatura y americano en política175.



  —137→  

Y aunque las circunstancias políticas y temporales entre las palabras de ambos son sustancialmente distintas, son obvias las concomitancias de Ortiz con el pensamiento de Echeverría en el sentido de una reivindicación de independencia intelectual:

...nos permitirá el señor Galiano le digamos, que no nos hallamos dispuestos a adoptar su consejo, ni a imitar imitaciones, ni a buscar en España ni en nada español el principio engendrador de nuestra literatura, que la España no tiene, ni puede darnos; porque, como la América, «vaga desatentada y sin guía, no acertando a ser lo que fue y sin acertar a ser nada diferente».

[...] si [los americanos] reconocen y adoptan alguna tradición como legítima y regeneradora, tanto en política como en literatura, es la tradición democrática de su cuna, de su origen revolucionario.

[...] los americanos saben muy bien donde deben buscar el principio de vida, tanto de su literatura como de su sociabilidad; y este escrito se lo probará en pequeño, al señor Galiano, y a los que piensen como él en España y en América176.



En este mismo sentido, desde Cuba fue José Martí uno de los principales impulsores de esa necesidad de una literatura propia para la expresión de la experiencia americana -que desde su punto de vista debía nutrirse de la cultura y   —138→   la literatura universal y no sólo de la española- como proyecto central de la literatura hispanoamericana de la emancipación, destinado a la creación de una expresión literaria hispanoamericana; si bien esta «literatura de la independencia» adquirió en su evolución y consolidación muy diversos matices según los países, dependiendo fundamentalmente de los procesos políticos, culturales y sociales con que cada nación desarrolló su proceso emancipador. En todo caso, la prevención española frente a la pérdida de la influencia literaria en Hispanoamérica177 no es sino una manifestación más de los resquemores peninsulares que, ante la evidencia, rechazaban la posibilidad de la resignación y continuaban soñando con restablecer la soberanía intelectual. Inevitablemente, la literatura había perdido también en el campo de la batalla, y su mítico imperio se desmoronaba frente al avance imparable de otros competidores. Esta derrota se convertía en un reflejo más del desastre, tal y como Larra expresó tempranamente en artículos como «Penuria intelectual de España» o en el titulado «Pérdida de la influencia literaria de España», que   —139→   comienza con las siguiente palabras: «Olvidada la antigua influencia nuestra, levantadas otras naciones a ocupar el puesto privilegiado que vergonzosamente les cedíamos en el rango de los pueblos, la literatura no podía menos de resentirse de nuestra decadencia política y militar»178.

Tal vez un cierto desconocimiento de la realidad mestiza americana y de su imperiosa necesidad de definirse con identidad propia condicionó que muchos intelectuales españoles del momento no vieran, o no quisieran ver, la transformación de la América española en la América Latina. Un desconocimiento secular que Ganivet, aunque desde una perspectiva hispanizante afín a los postulados de Altamira, embelleció en la analogía con aquella isla-utopía, llamada ínsula Barataria, tan desconocida, real e imaginaria como la que se atisbaba en el enigmático y difuso horizonte americano: «La mayoría de la nación ha ignorado siempre la situación geográfica de sus dominios: le ha ocurrido como a Sancho Panza, que nunca supo dónde estaba la ínsula Barataria, ni por donde se iba a ella, ni por dónde se venía»179. La aventura americana de Altamira pretendió combatir esa ignorancia y restablecer los caminos para emprender una acción cuando menos paradójica:   —140→   americanizar España y reespañolizar América; una incongruencia que sirvió a Fernando Ortiz para expresar su rechazo al panhispanismo:

Y en esto estriba la paradoja, en pretender rehispanizar a América, cuando ellos mismos confiesan que hay que americanizar a España; en pretender que el alma de España siga inspirando la vida total de la América libertada, cuando los españoles ilustres trabajan por vaciar el espíritu español en nuevos moldes, ya que de seguir como es inspiraría nuevos desastres y la catástrofe final. Y si esto es así, si España está, como nosotros, enferma ¿por qué quiere ser la higienista de América? ¿No sería más lógico que antes que a curas ajenas, atendiera a su propia curación? [...] ¿Por qué en vez de estériles, peligrosas e infantiles algaradas y correrías americanistas no difunde en sus villorrios medioevales, en sus aldeas de dormidos labriegos, en sus provincias levíticas, toda la savia nueva de los Altamira? [...] ¿Por qué quiere dar a América lo que no tiene para sus hijos?180.



Ante esta paradoja, que define la problemática de «la reconquista espiritual de América», la recomendación de Ortiz para los sabios de la España nueva es que se cuiden primero de modernizarse ellos mismos para que los países hispanoamericanos reconozcan el buen influjo de la cultura   —141→   española, al igual que admiten y recogen la de otros países cultos; y, por otra parte, exhorta a los americanistas españoles a aceptar que «la europeización de España es en Cuba la americanización»181, y a comprender la inexpugnable visión cubana de esa paradoja de la que Ortiz es portavoz:

Esa cruzada española por la raza y el idioma es una reconquista espiritual de América encubriendo una campaña de expansión mercantil, es una paradoja impotente aunque engañosa, es un mimetismo imperialista, es una utopía internacional, es un egoísmo idealizado, es la triste figura de Sancho con celada y con lanzón182.



Con todo, a través de aquella arriesgada aventura Altamira consiguió dinamizar un intercambio cultural decisivo para el nacimiento de un incipiente hispanoamericanismo en España. Sin embargo, «lo que estaba debajo» de su discurso fructificó, como hemos podido comprobar, tanto en encuentros como en desencuentros, esenciales estos últimos para el enriquecimiento de la reflexión sobre su dimensión americanista, así como para abordar los diversos puntos de vista que componen el complejo panorama del 98 en España e Hispanoamérica. El discurso de Ortiz plantea sin duda el desencuentro principal, al trazar la arriesgada aventura de un intelectual español que desembarcó,   —142→   con el mismo equipaje de libros y conferencias que había paseado por buena parte de la América del Sur, en la última ínsula del desvanecido imperio español. La explicación es al fin y al cabo sencilla, y la encontramos en el propio discurso de Ortiz: «la misión del Dr. Altamira, no actúa en Cuba sobre factores y elementos análogos a los que habrá encontrado en Sur-América donde van ya a celebrarse los días del separatismo y los natales de la independencia»183. No obstante, a pesar de este desajuste Ortiz no se olvida de subrayar los aspectos positivos de su empresa:

La idea de confraternidad hispano-americana predicada por el Dr. Altamira, si halla en Cuba obstáculos que acaso no halló en el resto de América Latina, tiene en cambio la conveniencia especial de facilitar la comunicación de afectos y el olvido de pasiones antagónicas, lo mismo aquí en Cuba que allá en la misma España184.



Este ideario que recorre su argumentación en relación con España y con el neoimperialismo no sólo se encuentra en La reconquista de América sino también en otras de sus obras, entre las que destacan la recopilación de artículos titulada Entre cubanos: psicología tropical (1913) y la original reescritura o reinterpretación de la obra de Benito   —143→   Pérez Galdós titulada El caballero encantado (1909), incluida en La reconquista de América con el título El caballero encantado y la moza esquiva. Versión libre y americana (1910), donde Ortiz continúa desarrollando su discurso político regeneracionista y contrario al panhispanismo185. Si en El caballero encantado Galdós profundiza en el tema de la regeneración de España, Ortiz reinterpreta ese asunto trasladándolo a su país e intercalando la óptica cubana y americana en su versión libre. Tras la reescritura de la obra, concluye añadiendo un Epílogo netamente americano -en el cual ya no tiene cabida el texto original-, que incluye la «Carta íntima de América Andina a su hermana menor Juanita Antilla» y la «Carta réplica confidencial de Juana a su hermana mayor, la bella Cintia». Aquí Ortiz resume simbólicamente, a través de los personajes alegóricos de América Andina y Juanita Antilla (Cuba), toda la controversia panhispanista, convirtiendo a la joven América en una soltera atractiva rodeada de pretendientes y admiradores que anhelan conquistarla, o reconquistarla, según sea su procedencia, italiana, francesa, inglesa, alemana o española:

Tú sabes que a mi ventana vienen a festejarme mocitos de muy extrañas tierras, italianos artistas, franceses espirituales, alemanes rubicundos, ingleses acaudalados...   —144→   muchos, demasiado acaso, bastantes para hacerme parecer casquivana y de poco seso, si ello no fuera coqueteo inocente y hasta egoísta para entretener las murrias de estas soledades y aprovechar de los conocimientos y servicios que de sus simpatías yo saco, sin menoscabo de mi honesta soltería186.



Dada la extensión de ambas cartas las reproduzco en la «Selección de textos». Aun así, es preciso señalar algunos fragmentos que ilustran sobre la especial significación de este «Epílogo» para comprender, por un lado, la propuesta iberoamericanista de Ortiz y su llamada a la unión:

...estamos tan lejos -escribe América Andina- y son tan tardíos los correos, ¡la familia está tan desparramada! Pero aunque con distinto apellido, hermanas somos al fin por parte de madre y justo es que nos queramos y contemos nuestras cosas. ¿Verdad?187



Y, por otro lado, el talante, al mismo tiempo irónico y comprensivo, con el que Ortiz aborda toda la controversia planteada frente a España; e incluso la opinión que le mereció la acción emprendida por Altamira, cuya representación en el texto bien podría intuirse en el «guapo   —145→   joven» enviado por «mamá» para el galanteo en competencia con sus rivales:

Durante bastantes años -escribe América Andina a Juanita Antilla- las hermanas que nos quedamos por estas tierras, nada supimos de nuestra progenitora [...] pero héte aquí que apenas tú te escapaste se nos presenta un recomendado de mamá, guapo joven -que majo sí lo es- rondándonos la reja, hablando nuestro lenguaje y diciéndonos palabritas más dulces que la miel188.



América Andina alerta a su joven hermana (Cuba) de los celos de este joven con respecto a sus contrincantes (es decir, sobre los peligros neoimperialistas del panhispanismo que no admite la competencia de otros países en el terreno hispanoamericano) y sobre todo de su especial fijación con el vecino del norte (Samuel Johnson, «Sam»), pero Juanita Antilla (Cuba) ya conocía también al famoso pretendiente que, tras su viaje americano, quiso concluir su galanteo con una última conquista. Así se lo hace saber Juana a su hermana mayor (América Andina) en su Carta réplica, en la que creo indudable la presencia de la figura de Altamira (en Carlitos de Tarsis) como enviado de la progenitora para protagonizar la reconquista:

Efectivamente, sabía ya del delirio que abrasa a nuestro infortunado primo el caballerete de Tarsis. Lo sabía   —146→   por Pérez Galdós, cuya genialidad literaria me encanta, y por el propio Carlitos tenía barruntos del acceso, pues sabrás, querida América, que también me corteja a mí con igual ardor como, por lo que leo, de igual manera hace carantoñas a todas las hermanas nuestras. ¡Habráse visto sultán! ¡Chica, cómo se conoce que la sangre mora le bulle en las venas...!189.



América Latina, Cuba, España, Estados Unidos, todos tienen su representación alegórica en ambas cartas, cuyo cierre corre a cargo de Juanita Antilla (Cuba), con la conclusión o recomendación final para toda la América Latina: la libertad, es decir, la independencia, desde una concepción no excluyente sino integradora:

No te cases ni con el rey; sé libre, guarda tu soltería que es tu mejor belleza, paliquea cuanto quieras con Carlos y hasta entretente con sus romanticismos, que no es malo mirar hacia atrás cuando sabemos marchar firmes hacia adelante; pero guárdate de permitirle irreverentes dichos, ni menos otras osadías comprometedoras. Óyele sus cuitas, aconséjale como tu saber te indique, quiérelo por sus infortunios, que amar al prójimo es obra buena; más no enfríes tus afectos con otros galanes, que éstos son la alegría del vivir presente y la esperanza risueña del futuro190.



  —147→  

Sin duda las acertadas palabras de Ricardo Viñalet sintetizan la dimensión ideológica de esta singular obrita que resume, con un humor ingenioso y clarividente, toda la controversia planteada a lo largo de estas páginas:

Patriótico, digno, insobornable desde la otredad cubana frente a España y a Estados Unidos, esta versión libre de una novela es mucho más: constituye declaración identitaria y lección de ella. En última instancia, es grito del derecho a ser ante cualquier intento de absorción.

He aquí un modelo de re-escritura interpretativa sobre un texto literario, inducido por los misteriosos vasos comunicantes que fluyen entre la vida y el arte.

He aquí, de igual modo, el trazado de un destino histórico191.



En el ámbito de esta discusión, las ambigüedades del discurso hispanista parecen inevitables si nos retrotraemos en el tiempo a un pasado en el que los términos patriotismo o españolismo eran asumidos y defendidos como valores imprescindibles, y cuya reivindicación se efectuaba en el terreno movedizo de un momento histórico crucial en la redefinición nacional de España y de los países de América Latina y en las relaciones entre ellos. La disolución del imperio no podía sino engendrar estos debates, cuando el problema de la identidad española coincidía en el tiempo   —148→   con el nacimiento contemporáneo de la reflexión sobre la identidad latinoamericana.

Desde Hispanoamérica, las diferentes visiones recorrían los discursos enfrentados que abogaban por la defensa de la Madre Patria y las glorias de la raza o que, por el contrario, reclamaban una independencia intelectual que necesariamente denostaba el concepto de raza para sustituirlo por el de cultura; es decir, para definir la identidad latinoamericana a través de términos fundamentales como mestizaje o transculturación, remitiendo a una concepción integradora de los diferentes componentes humanos que confluyeron en tierras americanas a partir de 1492. Desde España, el discurso parecía fluctuar también en el equivalente a esas dos visiones, es decir, entre la proyección de una confraternidad espiritual ideal y las emanaciones, de intensidad variable según los discursos, de un hispanismo patriótico que ofuscaba los intentos de comprensión de una realidad distinta, no hispana, sino hispanoamericana, o mejor, latinoamericana. Sin embargo, en el reconocimiento de ese esfuerzo de comprensión de una realidad distinta, en la necesaria valoración del contexto histórico en que se produce, y en el efectivo renacimiento de la aurora americana en el horizonte cultural español del siglo XX, se encuentra el camino para distinguir los sorprendentes matices de este panorama hispano-americano.

De la mano de Altamira hemos podido penetrar en ese cuadro en el que ciertas figuras principales de la otra ribera enriquecen, tanto en la afinidad como en la oposición   —149→   de las ideas, la dimensión intelectual de su faceta americanista. Al mismo tiempo estas voces, en su disonancia, abren una ventana que descubre el intrincado laberinto de la América Latina en los albores del siglo pasado192:   —150→   un «mundo nuevo» en el que la diversidad ideológica del origen inauguraba la inagotable discusión de su destino.



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