Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
—91→

Hace treinta y tres años que yo desempeñaba el puesto de Subprefecto de la provincia de Azángaro, departamento de Puno. En esa época, dicha provincia la constituían los distritos de Azángaro, Acillo, San José, San Antonio, Potoní, Poto, Muñani, Putina, Santiago de Pupuja, Caminaca, Achayá, Saman, Taraco, Arapa y Chupa. Posteriormente, le ha sido según creo, segregados los de Taraco, agregado como era muy conveniente a la provincia de Huancané; y le han sido agregados los pueblos de Nicasio y Calapuja, que formaban parte del territorio de la provincia de Lampa, del mismo departamento.

Sobre esa alta planicie, cuyas pampas varían de 12500 pies de elevación sobre el nivel del mar, no son muy elevados los cerros; y solamente en las alturas de Ayuni y Picotani, es de alguna permanencia la nieve en los meses de mayo a agosto, época de los fríos.

Tres ríos de alguna importancia cruzan esas comarcas. El primero es formado por las corrientes que bajan de las serranías de Ucuviri, Huarochirí y Ayaviri; pasa al este del pueblo de Pucará, y se une —92→ al gran río, llamado Ramis, un poco al norte de Achaya. El pueblo de Pucará, de la provincia de Lampa es muy notable por el gran Peñón, parecido al de Gibraltar, que se halla a sus inmediaciones por la muy notable abundancia de una cría especial de Halcones, allí llamados Huaman, que domicilian sobre dicho peñón, y por sus establecimientos de alfarería.

El río Ramis tiene su origen en las lagunillas inmediatas a los grandes lavaderos de oro, llamados Poto, de las cuales corre al este a los inmensos ventisqueros de hielo, llamados Aricoma, por una distancia como de quince leguas. Esos ventisqueros en algunas superficies tienen un tinte rosado, proveniente de la microscopia planta, llamada prolocucus nivalis, tan notable sobre los nevados Alpes. De Aricoma corre el río Ramis por frente del pueblo del Crucero, capital de la antigua provincia de Carabaya, y de allí corre del norte al sur, pasando por frente de los pueblos de Potoní, San Antón, Azángaro y Achaya. De este punto se dirige al Este ya unido, al de Húmachiri, por frente de los pueblos de Caminaca y Achaya; pasa al Este de Saman y Taraco, y entra en la Gran Laguna del Titicaca en la rinconada de Sonuco. Este río Ramis, es vadeable en casi toda su extensión, en los meses desde abril a diciembre. Desde diciembre a abril hay necesidad de emplear balsas para pasarlo desde Ayaviri y Pucara, en un ramal; y desde San Antonio en otro, hasta su embocadura. En todo el año es impasable a vado, desde frente de Saman a su embocadura. En esta última distancia tiene un ancho de 30 a 100 varas, y una profundidad de 20 a 25 pies. Las balsas que se emplean son de la totora (typhia) que crece en tanta abundancia a las orillas de la laguna. La totora es unida por medio de cordeles, tejidos de una paja especial, larga y tenaz, que crece en abundancia —93→ en esos campos. Las balsas, en las partes altas del curso del río, son pequeñas, cuando más de 10 a 12 pies de largo, y 4 a 5 de ancho. Cada una de estas balsas es manejada por un solo remero, que emplea para moverlas un palo largo y muy fuerte, madera de la familia Kageneckia. Desde frente a Samán para abajo, las balsas del río son grandes; tienen de largo como 20 pies, y de ancho como 12, y las manejan tres o cuatro balseros. He visto pasar el río, en esos puntos, con cuatro mulas cargadas sobre una sola balsa.

Los balseros son muy diestros: gozan ciertos privilegios, y forman un gremio especial.

El tercer río notable de la provincia de Azángaro, es formado por las aguas que bajan de las alturas, que dividen la hoyada de Potoní y San Antón, a las llanuras de Guasacona, Muñani y Putina: y de los torrentes que bajan de las serranías de Ayuni y Nequeneque. Este río pasa por frente de Muñani hacia el Sur a Putina, a cuyas inmediaciones corre como tres leguas más abajo de Putina, y no muy distante de la hacienda de Quilloquillo, de la familia Torres, entra al territorio de la provincia de Huancané, pasa no muy lejos de la población de este nombre, y se une al gran río Ramis, como dos leguas más arriba de su embocadura. En la provincia existen tres lagunas de alguna importancia. La primera es llamada Arapa: casi a sus orillas se hallan las poblaciones, cabeza de distrito, llamadas Arapa y Chupa; es una bellísima laguna como de cinco leguas en contorno; en los meses de aguas, tiene mucha más extensión y sus aguas corren por un canal muy recto, de quince varas, más o menos de ancho, a la Laguna del Titicaca: en esos meses ese canal sólo se puede pasar por balsas. Otra laguna, inmediata a Azángaro se llama Quequerana: tendrá como dos leguas en contorno; en los meses de aguas, —94→ rebalsan sus aguas al río Ramis, por frente de Pucará. La otra laguna es llamada de Salinas; debió dar el título de marqués de las Salinas a la familia Choqueguanca, indios nobles, muy partidarios del gobierno español. En los meses de aguas esta laguna se extiende mucho sobre sus orillas. Evaporizando sus aguas en gran parte en los meses de abril a octubre, queda sobre sus orillas un gran depósito de sal de buena calidad; de allí el nombre de Salinas. Todos los pueblos de esos contornos se abastecen de sal de esos depósitos.

En la provincia de Azángaro, no escasea la Puma y el Zorro: son los únicos animales destructores del ganado. En los cerros que rodean la Laguna de Arapa, se halla una especie de feliz [gato] más grande que el gato doméstico, es de color pardo, con fajas café subido, distribuidas como las del tigre real; y es destructor de las aves, y en especial de las que frecuentan en gran número las orillas de la laguna. El Taruc (venado) abunda, y es cazado por medio de la cacería llamada chaco, de quien después me ocuparé. Es muy abundante la cría de ganado vacuno y lanar; no sólo en las muchas haciendas que existen en la provincia, sino también en las Comunidades, donde existen muchos indígenas, que tienen notables tropas de ovejas y no pocas vacas. En algunas haciendas, aunque en limitado número, existe la cría de pequeñas, pero vigorosas mulas; en otras no falta la cría de yeguas. En la hacienda de Picotaní, y en sus crudas Serranías, se hallan caballos silvestres, que trepan esas alturas y rocas escarpadas con la velocidad de las gamuzas; los bellos, altivos y briosos bridones de Andulucía, en Picotaní se hallan trasformados en caballos enanos de menos de cuatro pies de alto, y cubiertos de larga lana como perros chocos: el relinche de los caballos de Picotaní se asemeja al relinche del caballo andaluz como —95→ se asemeja el pito de un paco al sonido de una corneta. En la provincia se produce, en especial en los distritos del Sur, grandes cosechas de papas, quina y cebada; ésta, tanto en grano, cuanto en rama para forrajes. Puede formarse juicio de la abundancia de víveres en esta época, teniendo presente que las vacas grandes valían 5 pesos; las ovejas cuatro reales; las gallinas medio real; la docena de huevos un real; el saco de papas de seis arrobas seis reales; el saco de cebada de seis arrobas seis reales; lo demás en proporción. Me aseguran que ahora todo eso ha cambiado notablemente.

El temperamento en la parte Sur de la provincia es templado; el invierno no es riguroso; rara vez se ve nieve, excepto en ciertas alturas, como Ayuní.

Volcanes no han existido en estos territorios. Su acción sólo se reconoce por las vertientes termales de Fray Lima, y Putina. En Fray Lima existen buenos baños, y una casa que sirve de hospedaje a los enfermos. Son aguas sulfurosas, y producen benéficas curaciones. Fray Lima, se halla a tres leguas distante de Azángaro; los otros baños se hallan a las goteras del pueblo de Putina.

La provincia de Azángaro, tendrá como cincuenta mil habitantes en toda su extensión. De estos, las tres cuartas partes pertenecen a la raza indígena.

Azángaro, la capital de la provincia ha sido: La capital del Imperio de los Incas, ¿cómo y cuándo? dirán mis lectores asombrados, esto es lo que les voy a explicar, si tienen paciencia para leer los renglones que siguen.

Pero antes de satisfacer la curiosidad, permítaseme ahora una descripción de la población.

Muy decaído se halla Azángaro de su antigua grandeza. La población tendrá cuando más, mil quinientos habitantes, casi todos de raza blanca o mestiza. Existe una grande y suntuosa Iglesia, —96→ adornada de ricos retablos, y algunas buenas pinturas; entre estas un retrato del señor Morcillo, obispo de la Paz (Bolivia), después Arzobispo de Lima, y dos veces encargado del mando del Virreinato del Perú.

Existe una general creencia, que el grito de independencia del Perú, proclamado por Gabriel Tupac Amaru, quedó sofocado, con su prisión y muerte, acaecida esta en mayo de 1781, en la plaza grande del Cuzco; este es un error histórico, que es preciso desvanecer, y son muy pocos los que se han cuidado de rebuscar los archivos, reunir los datos precisos, y restablecer los hechos reales y verdaderos. Vamos a hacer conocer a nuestros lectores la heroica y tenaz resistencia, que durante tres años sostuvo en Azángaro, Andrés Tupac Amaru, sobrino de Gabriel, heredero de sus títulos y derechos, ayudado por su ínclito general Vilcapasa, natural de Azángaro; y como desde ese centro del Gobierno se dirigieron expediciones, con más o menos felices resultados, a puntos desde Potosí al Sur, a la provincia de Huarochirí, departamento de Lima, al Norte. He aquí a Azángare, residencia de Andrés Tupac Amaru, convertida en capital del Imperio Inca desde 1780 a 1783; es decir, por el largo espacio de tres años.

En noviembre 4 de 1780, era Corregidor de Tinta un español, don Antonio Arriaga; y Cura de Tungasuca, un clérigo cuzqueño, don Carlos Díaz. Arriaga, como corregidor había hecho grandes repartimientos a la indiada; y al verificar los cobros había cometido criminales tropelías y exacciones sobre esas víctimas de su insaciable avaricia. Estos repartimientos, eran gracias concedidas por el Rey de España a ciertos favoritos de su Corte; y los agraciados distribuían mercancías de corto valor a los indígenas de su corregimiento, recargándoles en los precios del modo más exorbitantes sin que las víctimas pudiesen reclamar —97→ ni contra la distribución de especies, que no necesitaban, ni contra la exorbitancia de los precios, que se les exigían.

En 1846, siendo Subprefecto de la provincia de Chucuito, el señor don Manuel Costas, me hizo conocer un Rey de Bastos, que en años muy anteriores, un Corregidor de Acora había repartido a un indio rico de ese distrito, por la suma de cien pesos, y que el indio al morir había legado a la Iglesia de su pueblo.

El cura Díaz había exhortado varias veces a Arriaga con motivo de los abusos que cometía, pero sin resultado; y el domingo anterior aún había, en un sermón, de un modo indirecto, predicado contra la avaricia de los mandones; había además puesto sobre la puerta de la Iglesia, una protesta.

El día citado era cumpleaños del cura del Díaz y se hallaban muchos en alegre reunión en la Casa Parroquial, cuando se presentó en medio de los convidados el iracundo Arriaga, y en términos nada comedidos, reconvino al cura por los conceptos de su sermón y protesta. A la defensa del cura salió Gabriel Tupac Amaru, indio rico, descendiente de los Incas, y que con toda su familia se hallaba en la Casa Cural; se entabló una agria discusión entre Arriaga y Tupac Amaru; pero por la intervención de otras personas presentes se sosegaron los ánimos; y Arriaga fue obsequiado, y al parecer amistado con Díaz y Tupac Amaru. Tarde de la noche se retiraron los convidados y asistentes, y al marcharse Arriaga a Tinta, le salió al encuentro en el camino Tupac Amaru, diciéndole «Vengo a acompañar a Vuesa Merced a Tinta» Al poco rato, la gente de Tupac Amaru apresó a Arraiga; el que fue conducido a Tungasuca, y encerrado en un oscuro calabozo de la casa de Tupac Amaru. El 10 de noviembre, Tupac Amaru hizo reunir en la plaza de Tungasaca, a todos los vecinos —98→ de raza española, los rodeó de numerosa y armada indiada, y enseguida hizo ahorcar en medio de la plaza al citado Arriaga, a quien enseguida, acto continuo, le dio ceremoniosa sepultura.

El 14 de noviembre, Tupac Amaru hizo publicar un solemne bando, aboliendo los repartimientos, mitas y demás impuestos y gabelas ordenados, por la Corona Española.

En este bando, Tupac Amaru se titulaba como sigue: «Don José 1.º, por la gracia de Dios, Inca, Rey del de Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires y Continente, de los mares del Sur, Duque de la Superlativa; Señor de los Césares y Amazonas, de los Dominios del Gran Paititi, Comisario Distribuidor de la Piedad Divina por el Erario sin Par». El bando se hallaba autorizado en la forma siguiente: «Por mandato del Rey Inca, mi Señor, Francisco Cisneros, Secretario.» ¿Qué cosa era la Superlativa? En el citado bando también mandaba Tupac Amaru, que se reiterase e hiciese la jura de su Real Corona etc.

Veloces y entusiastas emisarios volaron en todas direcciones. Desde Potosí a Huarochirí, se conmovieron las indiadas, y en muchísimos puntos estallaron sangrientas revoluciones. «Muerte a los Chapetones», fue un grito y hecho general; y los españoles y sus descendientes eran degollados sin piedad por todas partes. Tres cuartas partes de la opulenta ciudad de Oruro, fue saqueada e incendiada, pereciendo igualmente en las minas e ingenios sus opulentos propietarios. Desde esa época Oruro quedó destruida; recién va volviendo a su antiguo ser, merced a las riquísimas minas que se han vuelto a elaborar. La Paz, ciudad de tan grande y notable vecindario, fue atacada y sitiada por más de cincuenta mil indios, a órdenes del indio general Tupac Catari: sus casas quintas quemadas, sus propiedades externas destruidas. Los vecinos de la Paz todos se armaron, —99→ y a órdenes del Brigadier Segurola, abuelo materno del general Ballivian, lograron contener la revolución y matanza. Desesperados, pero infructuosos y continuos ataques dio Catari, hasta que con la llegada de las fuerzas españolas, a órdenes del general Valle, que desde Buenos Aires marcharon al Alto Perú, se logró someter tan general revolución. Puno, Chucuito y varias otras poblaciones fueron destruidas, En varias otras poblaciones sucedió lo mismo, desde el Desaguadero a Huarochirí.

El 12 de noviembre se tuvo en el Cuzco noticia de la muerte de Arriaga, y levantamiento de Tupac Amaru. Los vecinos más notables se reunieron en el Convento de los Jesuitas, para tratar de la defensa de la ciudad, y de la esperada invasión de las fuerzas de Tupac Amaru.

Las tropas, en corto número realistas, que se hallaban en el Cuzco, unidas al vecindario armado, y a gente de los Caciques Ambrosio Chillitupe y Pedro Sahuaraura, salieron a combatir a Tupac Amaru; éste les permitió entrar a Tungasuca, donde los sorprendió el 17, pasando a cuchillo a todos. Los realistas supieron este fracaso el 19; y el 20 salieron del Cuzco las compañías de Nobles Voluntarios, a órdenes de los jefes don José Andrade y don Pedro Tadeo Bravo. Si Tupac Amaru, conseguido el triunfo del 17, hubiera marchado directamente sobre el Cuzco, quizás se posesiona de la antigua capital de los Incas y afianza su gobierno; a lo menos, su autoridad hubiera tenido más duración.

El Virrey de Lima destacó todas las fuerzas que pudo sobre el Cuzco; estas fueron engrosadas en su marcha, por las tropas del Valle de Jauja, Huancavelica y Huamanga. En enero, al fin se resolvió Tupac Amaru a atacar el Cuzco; y el 3 de ese mes, llegó con más de 20000 indios, armados con mazas, palos y lanzas, y casi ningunos fusiles, a Piccho, una legua —100→ distante del Cuzco. Entretanto los vecinos del Cuzco, habían logrado organizar una fuerza, armada con fusiles etc.; y viendo Tupac Amaru que sus partidarios de la ciudad le habían ofrecido mucho, y como buenos partidarios nada hacían, se resolvió a contramarchar a Tungasuca, donde sus fuerzas por la deserción, quedaron disminuyéndose cada día: la dispersión, la consumó la noticia de la aproximación de las fuerzas realistas de Lima. El 6 de abril fue apresado Tupac Amaru en el mismo Tungasuca; el 14 fue sometido al Juicio en el Cuzco; el 15 de mayo el Visitador General de Tribunales, doctor don Antonio Areche, pronunció sentencia de muerte contra Tupac Amaru y toda su familia, por haber hecho armas contra aquel, que está puesto por Dios mismo para mandar estos países en calidad de Soberano. El 17 de mayo Tupac Amaru fue descuartizado del modo más bárbaro en la Plaza del Cuzco; a la vez fueron ejecutados su esposa Micaela Bastidas, sus hijos Dámaso e Hipólito, sus cuñados Antonio y Miguel Bastidas y diez otros jefes o Consejeros suyos. Diego Cristóbal Tupac Amaru y Mariano Tupac Amaru, hermano el primero e hijo el segundo de Gabriel, fueron embarcados para España y ejecutados en alta mar.

De toda esa familia, sólo se salvó Andrés, hijo legítimo del vizcaíno Nicolás Mendigurri y de Felipa, hermana de Gabriel Tupac Amaru. Este Andrés en noviembre de mil setecientos ochenta fue mandado por su tío a Azángaro, con el indio Vilcapasa, estudiante que había sido en el Cuzco, y natural de Azángaro, para formar allí tropas, y sostener la causa de la Independencia.

Andrés, en 1780 tenía poco más de diez y ocho años de edad, era gallardo mozo, muy aprovechado en sus estudios y especial favorito de su tío Gabriel. Los bienes de fortuna de que gozaba su familia, y su clase de noble indio, le habían permitido entrar —101→ a los colegios del Cuzco, donde se educaba la juventud noble y acomodada de esa ciudad.

Vilcapasa, como he dicho, era natural de Azángaro, donde aún existen descendientes de sus relacionados. Según tradición local, Vilcapasa en esa época tenía como cuarenta y cinco años de edad; era alto, corpulento y había recibido una buena educación en el Cuzco. Se dice que era hábil, astuto; y en sus repetidos viajes a Azúngaro, Huancané y Larecaja, había logrado inspirar cierto afecto en esas poblaciones. De creerse, es, que la revolución intentada por Tupac Amaru, no fue un acto impremeditado y consecuencia violenta de la ejecución de Arriaga. Los movimientos casi simultáneos sobre tan vasta extensión de territorio, y otras poderosas razones, hacen creer, que desde algún tiempo anterior, ya Tupac Amaru y otros, que obraban de acuerdo o connivencia con él, habían meditado ya y dado pasos, para producir un levantamiento general, que trajese a tierra el poder de la Corona española en estas tan dilatadas comarcas.

A fines de noviembre de 1870 Andrés Tupac Amaru, se puso en marcha de Tungasuca, hacia las provincias del Sur, cuyo mando le encomendaba su tío Gabriel. Andrés, según es tradición llevó consigo un ejército de 20000 indios, a las órdenes inmediatas del general Vilcapasa, (algunos lo llaman Huilaca Apasa.) Esta fuerza fue engrosándose en el tránsito hasta el número de 30000 al llegar antes de Navidad a Azángaro. Andrés en esta ciudad ocupó como casa de Gobierno, la casa grande propiedad de los Caciques Choqueguancas, situada casi al centro de la población. En el patio exterior de dicha casa existía y aún existe un singular edificio, de que haré descripción antes de pasar adelante. Este edificio lleva el nombre de Sondor Huasi, y es tradición haber sido en época muy remota domicilio de un jefe poderoso —102→ llamado Sondor (Huasi, Casa). He cuidado de examinar detenidamente esa casa -ella tiene una figura completamente circular; su base tiene de diámetro como 18 pies y quince de altura, de la línea de los cimientos hasta la base del techo- los cimientos los forman dos hileras de piedras de mármol color plomo, admirablemente cortadas y pulidas. El techo es en figura de media naranja, y formado de mimbres tejidos, sobre los cuales han sido sobrepuestas varias capas de ichu, paja especial muy tenaz, los que a pesar de tantos años trascurridos aún se mantiene fuerte. Las paredes del edificio son también de mimbres tejidos sobre pies derechos de una especie de lloque muy grueso. Medida la vuelta de los cimientos, tienen una circunferencia de treinta pies. El edificio tiene una sola puerta angosta, y dos muy pequeñas aberturas, que sirven de ventanas. ¡En 1850 la habitación del príncipe Sondor, servía de cocina! ¡sic transit gloria!

El Cacique Choqueguanca de Azángaro, además de su ardiente amor al Rey de España, tenía motivos especiales de odio contra los Tupac Amaru. Los Choqueguancas eran los Capuletos, y los Tupac Amaru les Montescos de esas apartadas regiones. En 1850 era vecino de Azángaro el respetable anciano don Juan Ignacio Evia, nacido en Arequipa, pero vecino de Azángaro desde 1795, donde vivió al lado de su tío el cura Escovedo; del señor Evia he recibido muchos de los datos, que he publicado y publicaré en estos apuntes. Choqueguanca no podía conformarse con la preponderancia, que sobre sus blasones pretendía obtener la familia Tupac Amaru; y al saber la jura a favor de Gabriel Tupac Amaru, o sea el Emperador José I, armó su gente: se puso en relación con los chapetones de Acillo, Putina, Huancané, y Moho, y trató de resistir a las fuerzas sublevadas. Vanos fueron los esfuerzos de Choqueguanca; Vilcapasa arrolló —103→ toda oposición; los derrotados huyeron a Arequipa; y las haciendas de Puscalloni y Picotani, de Choqueguanca fueron saqueadas y confiscadas. Las huestes amotinadas de Vilcapasa, quemaron los obrajes de Muñani, saquearon los minerales de Arapa y Betanzos, talaron Huancané, Vilquuechico y Moho, degollaron a los propietarios de los lavaderos de oro de Poto; y como un torrente devastador, se arrojaron sobre los pueblos de Apolobamba, Larecaja y Omasuyos. Los inmensos lavaderos de oro de Tipuani, provincia de Larecaja (Bolivia); los riquísimos veneros y placeres de oro de Aporoma, Caballo muerto, etc. de Carabaya fueron invadidos; degollados los propietarios españoles e hijos de estos, saqueadas todas las propiedades: quemados todos los edificios, y derrumbados los caminos.

En un artículo aparte me ocuparé de esos lavaderos: del terreno en que se hallan, y del sistema empleado en el día para explotarlos.

Sorata, capital de la provincia de Larecaja, era una población grande, habitada por muchas y pudientes familias españolas; todas ellas fueron destruidas por la Indiada; cometiéndose inauditos crímenes contra las desvalidas mujeres: las casas todas fueron saqueadas y quemadas: sólo se salvaron en algunos puntos los templos. Andrés Tupac Amaru, en vano intentó contener estos atentados de Vilcapasa: ¿qué podría hacer un joven de 18 a 19 años contra la autoridad del jefe de una muchedumbre sedienta de sangre y de botín? ¿Qué podría influir en masas que habían sufrido los horrores de la conquista -los repartimientos- las mitas, las órdenes, los empeños de un joven casi desconocido en esos pueblos? En las órdenes compasivas de Andrés, no sólo influían los nobles sentimientos de su alma; también con irresistible impulso, influían las súplicas, los ruegos, las lágrimas de un ser muy querido, que —104→ diariamente imploraba la misericordia, en favor de los desgraciados de su raza y nación. Azángaro tiene dos plazas públicas: una cuadrada, que es muy grande, al costado de la Iglesia; otra oblonga más pequeña al frente de la puerta principal de la Iglesia. En cada una de las esquinas de la Plaza grande se halla levantado un arco, formado de adobes; uno de estos se halla caída a consecuencia del gran número de amotinados indios, que en 1814 colgó de él, el coronel González, natural de Huamanga, pero al servicio del Rey Fernando VII.

En una esquina de dicha plaza, y en la casa donde hace poco ha vivido la señora Ceferina de Macedo, existía en 1780 una señora hermana de Vilcapasa y madrina de Angélica Sevilla. Esta niña hija de una Choqueguanca, y de un español Sevilla, no tenía madre viva, y al emigrar su padre de Azángaro para Arequipa, había tenido que quedar en aquella población a consecuencia de una grave enfermedad; su padre, había creído asegurar su salvación, su bienestar, confiándola a la vigilancia y protección de la hermana del jefe verdadero de las fuerzas expedicionarias sobre Azángaro. Asegura la tradición, que Angélica Sevilla, niña de diez y ocho años, era bellísima, reuniendo en su persona todos esos encantos conque los novelistas se complacen en adornar a sus heroínas.

Durante las expediciones de Vilcapasa, Andrés, como era natural, frecuentaba la casa de la hermana de su general, y como había visto a Angélica, como era también muy natural, comenzó a duplicar y triplicar las visitas; y como era mucho más natural, Andrés se apasionó de Angélica, y ésta como buena hija de Eva no se hizo tentar en vano. Pero para estos castos amores habían inmensos obstáculos -los Choqueguancas eran Capuletos y aborrecían de muerte a los Tupac Amaru, modernos Montescos- la unión —105→ de estos nuevos Julieta y Romero era imposible. ¿Cómo permitiría el Emperador José 1.º el enlace de su sobrino con la hija de un odiado español? ¿Cómo unirse dos familias que tanto se aborrecían? ¿Cómo detener el carro triunfante de la Independencia con la cadena de la esclavitud? La Vilcapasa reconoció muy tarde lo imprudente de su conducta, en permitir las Visitas del joven Inca. Este muy tarde desgraciadamente era y es muy frecuente en la sociedad, y por lo general, las Vilcapasas llegan a tener conocimiento de los sucesos cuando estos ya son irremediables. Esta Sevilla era, pues, en Azángaro el Ángel de Misericordia, que quería proteger, en cuanto estaba a su alcance, a las desgraciadas víctimas de tan cruel e impía guerra.

Considerables remesas de oro y plata remitía Vilcapasa a Azángaro, provenientes de sus exposiciones, a los lavaderos de oro que he indicado, y acopiadas de todos los puntos donde llegaban sus huestes. De sólo Sorata y Tipuaní es tradición que se sacaron dos mil llamas cargadas de metales preciosos, conducidos todos a Azángaro. Los consejeros de Andrés conocieron que era preciso poner a salvo tan ingentes valores; colocarlos en tales puntos y de tal manera, que aun en el caso que sucumbiese la causa de Gabriel Tupac Amaru, no sacasen provecho de esos codiciados tesoros sus aborrecidos enemigos, sus antiguos y crueles opresores.

Vilcapasa volvió a Azángaro; y con sus compañeros idearon una obra monumental. Formaron debajo de Azángaro un verdadero laberinto, Galerías de piedra arenisca, bien labrada y cimentada, se cruzan en todas direcciones por debajo de la población; sin que hasta hoy se sepa adónde recalan, ni la verdadera extensión que tienen. Estas galerías o caminos subterráneos, tienen como ocho o nueve pies de alto y como cuatro pies de ancho; el techo es formado de —106→ grandes lozas de piedra arenisca bien labraba, y unidas de un modo tan compacto, que no entra la humedad por las uniones. En varios puntos han levantado las lozas, pero no conozco persona alguna que haya penetrado y recorrido todo esos inmensos caminos.

Un señor Enríquez me aseguró que, siendo joven, con otros amigos, penetró en esos subterráneos, y que lograron llegar a una especie de cancha de gallos, que en los bancos alrededor encontraron gran cantidad de momias, y dentro de la cancha montones de medallas de cobre, que sacaron muchas de éstas, pero que después no habían podido encontrar la citada cancha. ¿Los caudales de Andrés se hallan enterrados en alguno de esos subterráneos? ¿Acaso se hicieron esos trabajos con el objeto de engañar a los españoles, y, cómo pretenden algunos, esos tesoros se hallan ocultos en otros puntos? Los datos que tenemos sobre el particular los daremos después.

Como he referido ya, en noviembre de 1780 verificó su revolución Gabriel Tupac Amaru; en abril de 1781 fue apresado en Tungasuca; y atrozmente descuartizado en la plaza del Cuzco en mayo de 1781; su Gobierno, en esos puntos, tan solo existió por el corto término de cinco meses.

Andrés Tupac Amaru sostuvo su autoridad en las provincias de Azángaro, Carabaya, Huancané, Caupolican (Apolobamba), Larecaja, Muñecas y Omasuyos, hasta fines de 1783. En este tiempo los Españoles se ocuparon más en hacer levantar el sitio que Tupac Cantari había establecido contra La Paz, en someter las indiadas de Oruro y Puno, en poner expeditos las caminos de La Paz a Arequipa y Tacna, y en contener las invasiones, que en varias veces pretendió renovar Vilcapasa, sobre las comarcas fronterizas, que en someter a las huestes de Vilcapasa, que como ellas esperaban, y en realidad sucedió, —107→ cada día se iban disminuyendo en número, y cuyo entusiasmo decaía, igualmente, como el de todas las masas.

A fines de 1788 dos frailes dominicos de Arequipa vinieron a Santiago de Pupuja, pueblo de Azángaro, situado casi al frente de Pucara, y después de varias entrevistas con Andrés y Vilcapasa, lograron persuadir a estos que aceptasen las ofertas de perdón de la Audiencia del Cuzco, y que dispersasen su gente. He tenido en mis manos, y leído con vivo interés, el diario de uno de esos Reverendos Padres: en él están consignados los argumentos de los Padres para comprometer a sus víctimas; los temores de Andrés; la varonil y recelosa resistencia de Vilcapasa. Andrés creía y aceptaba todo: Vilcapasa, recordando siempre en términos poco medidos los hechos de la conquista desde Pizarro a esa fecha, no se prestaba a nada. El Reverendo escritor asegura varias veces, que el tal Vilcapasa era Satanás en persona; y lo anatemiza como tal. Tan pronto como Andrés y Vilcapasa llegaron al Cuzco, a pesar de las solemnes promesas de perdón y amnistía que se les hicieron, fueron apresados y ejecutados. La cabeza de Vilcapasa fue colocada sobre un poste en la Plaza del Cuzco; unos partidarios suyos la robaron y condujeron a Azángaro, donde fue enterrada en la Iglesia. Años después, buscando en ese templo los tesoros que se sabía existían ocultos, se encontró la cabeza de Vilcapasa, metida en un cajón, y enterrada debajo del confesionario. A pesar que Vilcapasa fue sometido a tormento jamás divulgó su secreto a los Agentes de la Audiencia. Ese tesoro se halla pues oculto hasta el día de hoy.

Angélica Sevilla al saber la cruel suerte de su amado, murió de pesar: ella había contribuido con sus ruegos a la capitulación de Andrés Tupac Amaru. De ella puede decirle lo que algún poeta inglés escribió:

—108→
Ful many a flower is born to blush unseen.

Anel waste it's sweetness in the desert air!!!



Para la verdadera traducción de estas líneas, consulten mis lectores con mi amigo el Médico doctor Palma.

Siendo Subprefecto de Azángaro, reuní el día de Corpus de 1852, en mi casa, a todos los indios Segundas e Ilacatas del distrito, y les di un abundante almuerzo. Dichos Segundas e Ilacatas se presentaron vestidos de gran parada; con sus grandes ponchos balandranes, sus buenos paños de pescuezo de lana de Vicuña, sus grandes y alones sombreros negros, hechos por ellos mismo como lo demás de sus vestidos, y sus varas largas y negras, con puños de plata, símbolos de su autoridad.

Alegres y contentos estuvieron todos; algunos disimuladamente se guardaron algunas presas, para llevar sin duda a sus esposas, muestras de la amistad del Subprefecto. Uno de los segundos era un indio pudiente y muy formal; tenía entre la indiada, y entre todos los vecinos altísima reputación, su nombre era Gregorio León, y vivía cerca de un punto llamado Moroorco (cerro negro.) Ese indio me profesaba gran cariño; raro era el día de fiesta, que después de la misa, no me hiciera su visita, y como hablaba bastante bien el castellano tenía conmigo grandes conversaciones. Sus conocimientos geográficos consistían en saber que había un país muy grande llamado España, y otro llamado Portugal; hablarle a él de Inglaterra, Francia etc., era peor que hablarle en hebreo. Este Segunda me ha dicho que las grandes riquezas de Andrés Tupac Amaru y de Vilcapasa, no están ocultas en los subterráneos del mismo Azángaro, sino en la lagunita de Botijlaca (boca de botija.)

De Azángaro a Muñani hay 9 leguas de distancia: de Azángaro a Puscallani hay seis leguas de distancia, Puscallani es una hacienda, antes de los Choqueguancas; —109→ hoy de la familia de aquel comandante Rosello, que murió en 1879 en la batalla de San Francisco. De Puscallani a Muñani hay cinco leguas de distancia, y para ir del primer punto a esta población, se pasa por la quebrada de Ticani. En esta quebrada de Ticani se halla situado, casi al medio, un cerrito que al transeúnte no llama en manera alguna la atención, pero que es digno de un serio estudio. Ese cerrito se llama Botijlaca: es una obra artificial; tiene como treinta varas de alto, es de figura cónica, y su cúspide es una lagunita o pozo, perfectamente redondo, con un borde sobre la superficie del agua de cinco a seis pies de diámetro; y el agua, que jamás sube ni baja de su nivel, es de un color blanquizco muy notable. He visto en persona el cerrito y lagunita; los apuntes que hice en el trascurso de los años se me han extraviado, y escribo hoy de memoria. La circunstancia de haber de ado a Azángaro poco después, para encargarme del mando de las provincias de Huancané y Puno, y mis consiguientes peregrinaciones no me han permitido volver a esos lugares. A una compañía, organizada con poco capital, le será fácil llevar adelante, en Azángaro, las dos grandes exploraciones: 1ª recorrer los caminos subterráneos de Azángaro, comprobando si son obra de la antigüedad, como algunos aseguran, aumentadas por Andrés Tupac Amaru y Vilcapasa, para ocultar sus tesoros; o son obras de estos últimos, como decía Evia, y 2.º correr a un costado de la lagunita de Botijlaca un canal, que permita la extracción del agua que ella contiene, y por consecuencia el prolijo examen de su fondo, y medios empleados en su construcción. Esta última obra la considero de mucha importancia; fundándome para ello en lo que paso a publicar.

Harán como ciento veinte años vivía en Lampa, provincia de Puno, una mestiza que ganaba su vida —110→ con los rendimientos de una no muy bien provista pulpería. Uno de sus parroquianos era un indio, quien ella compraba carbón, y el que siempre lo compraba algunas arrobas de aguardiente. Un día el indio no le trajo carbón; había estado enfermo, y no lo había podido beneficiar; pero al carbonero le era urgente llevar el aguardiente, que acostumbraba conducir en cada viaje, y a falta de carbón y de dinero, ofreció dar a la mestiza en prenda varias piezas de oro, obras a la vista de los tiempos anteriores a la conquista. La mestiza aceptó el contrato, y el carbonero se marchó, llevando el aguardiente, que necesitaba, ofreciendo a la vez volver dentro de los ocho días, acostumbrados anteriormente. El carbonero no volvió al plazo señalado, y necesitando la mestiza del dinero para sus compras, llevó las prendas de oro al Padre Catalán, ayudante de la Iglesia de Lampa, suplicándole le proporcionase una suma sobre ellas, y relatándole a la vez el modo como dichas prendas habían llegado a su poder. El Padre Catalán, fraile dominico de Arequipa, accedió al podido de la mestiza; dio el dinero y recibió las prendas, comunicando los hechos al doctor Gamboa, Cura de la Parroquia de Lampa, Gamboa era cuzqueño, hombre de cierta ilustración, y la calidad y cantidad de las prendas, le hicieron comprender, que tal carbonero era algún indio, que conocía un notable depósito de tan valiosos objetos. El Cura Gamboa comunicó el secreto a la Subdelegación; y a la mestiza se le dieron las instrucciones convenientes. La codicia de las autoridades, sin embargo, no fue tan prontamente satisfecha; mucho tiempo se pasó sin que apareciese el carbonero; al fin se presentó a pagar su deuda y a reclamar sus prendas. La mestiza con el pretexto de tenerlas depositadas en otro lugar, dejó al carbonero en su casa, y se marchó a dar el parte correspondiente a las autoridades, según las —111→ órdenes dadas. El carbonero fue apresado, amonestado, cruelmente flagelado y maltratado: nada confesó. Seguían los tormentos del carbonero, cuando un indio viejo se presentó a las autoridades: declaró ser suyas las prendas, y ofreció aun señalar el sitio donde se hallaban depositadas abundantes cantidades de ese metal hoy llamado Rey del mundo. El anciano fue apresado; se formó una Sociedad bajo la dirección de don Pedro Araníbar, vecino notable de Arequipa, quien se marchó a Lima a pedir al Virrey la licencia correspondiente para emprender las labores necesarias. El Virrey otorgó las licencias solicitadas, nombrando al señor don Simón de la Llosa, para que vigilase los trabajos, y recibiese los derechos reales. Constituidos Araníbar y Llosa en Lampa, fue por ellos conducido el anciano (cuyo nombre no aparece en las relaciones) a la Hacienda de Urcunimuni, antes propiedad de los señores Basagoitia, hoy de la familia de Moya, en esa Hacienda, y en la parte llamada Chilimihani, señaló el anciano el local, donde, según tradiciones suyas, 20000 indios habían enterrado en varias profundidades, los caudales conducidos por 10000 llamas; esos caudales eran las herencias y tributos del Inca Huascar. Se emprendieron las labores, y se sacaron, según aparecen de los libros antiguos de las Cajas Reales de Chuquito, hoy de Puno, más de dos y medio millones de pesos, en tejos de oro. Sacadas esas ingentes sumas, se siguieron con notable empeño las labores, para encontrar los demás caudales ofrecidos por el anciano, cuando, al remover unas losas, resultaron grandes corrientes de agua, que anegaron todas las labores. En vano, y en muchas y diferentes épocas, se han intentado serios trabajos para sacar esas labores; a proporción que se sacan las aguas, se reponen estas por medio de ocultos acueductos; y como Chilimihani se halla situado en una pampa, no es posible correr un socavón, —112→ a las labores. En Botijlaca no puede suceder lo mismo, por la altura del perro y declive de la quebrada en la cual se halla levantado. Quizás algún día, no muy lejano, se emprenda la obra que indico.

—113→

Lavaderos de oro

La muy extensa Provincia de Carabaya ha sido dividida, después de los años de mis viajes a ella, en dos: la una ha quedado con el nombre antiguo de Carabaya, y con su nueva capital el pueblo del Macusani; la otra ha sido denominada Provincia de Sandia, y su capital es el pueblo de este nombre. La Provincia de Carabaya consta de los distritos del Crucero, Ituata-Usicayos, Ajoyani, Coasa, Ollachea, Corani, Ayapata y Macusani. La de Sandia consta de los distritos de Sandia, Cuyocuyo, Patambuco, Phara, Quiaca y Sina. El Crucero se halla situado sobre la alta planicie de la cordillera -de él radian los caminos a cada uno de los pueblos indicados, como las varillas de un abanico radian de un centro a las puntas. El clima del Crucero es sobremanera frío; todas las mañanas los sirvientes de las casas recogen el hielo de las acequias, que surte de agua a la población, y lo conducen en canastas a las cocinas, para derretirlo, y emplear después el agua en usos domésticos; de allí ha provenido el dicho, de que en el Crucero se carga el agua en canasta. Macusani y Ajoyani también se hallan sobre la altiplanicie, pero su —114→ clima es mucho más templado: la primera población era la residencia de aquel cura Cabrera de quien me he ocupado ya, como el que formó la cría de los, Paco-vicuñas, raza de animales perdida por la incuria de sus herederos. Los demás pueblos de ambas provincias se hallan situados al comenzar las quebradas, que forman ambas provincias, como Phara; o en las hoyadas de sus quebradas. Con excepción del Crucero, Ajoyani y Macusani, todas las poblaciones se hallan al otro lado de los altísimos nevados, que allí aparecen como dividiendo los fríos campos de las serranías, de la abundante y vigorosa vegetación, que cubre esos cerros, laderas y planos de robustos árboles y de yerba abundante, y siempre verde. Al pasar el viajero esos nevados, encuentra un mundo completamente distinto en todo: del frío más intenso se pasa al calor más ardiente; de campos donde el aguacero es desconocido, pues sólo cae nieve, a la lluvia casi perenne y siempre abundante; de los campos helados de una Siberia, a los trópicos húmedos y ardientes del centro de África. Cada quebrada de las provincias de Carabaya y Sandia, encierra un río, aumentado en su curso por innumerables riachuelos y vertientes: todos esos ríos desaguan al Inambari, éste al río Madre de Dios, éste, tras largo curso al Madera y éste al Amazonas. Todos los cerros que están al Este de esos nevados, en más o menos abundancia, tienen vetas de cuarzo con oro, otras de plata; en todas las quebradas, en sus playas, se encuentran placeres y lavaderos de oro, de más o menos riqueza. Casi imperceptible es la subida que hace el viajero desde Azángaro al Crucero, y a la cumbre del camino que separa ambas regiones. Pero desde la cumbre el descenso es muy rápido y violento, y en muchos puntos las graderías, formadas en todas partes, de rocas pizarrosas, tienen saltos de más de dos pies de altura, dificultando, o casi imposibilitando el tránsito de —115→ animales por esas rutas. Como las distancias entre esos pueblos jamás se han publicado, no creo será demás anote aquí las distancias de lugar a lugar, o recorridas por mí, o anotadas por personas conocedoras de ellas.

De Azángaro, lugar de mi residencia en 1850, al Crucero, hay las distancias siguientes:

Azángaro a San José .....................................6 leg.
San José a San Antón .....................................5 »
San Antón a Potoni .....................................5 »
Potoni al Crucero.....................................2 »

Hay otro camino menos frecuentado, pero también muy bueno; es el siguiente:

Azángaro a Guasacona .....................................9 leg.
Guasacona al Crucero .....................................8 «

Guasacona es una buena hacienda de los señores Esteves de Puno; y en esa época la tenía en arrendamiento el dignísimo y excelente caballero don José Manuel Torres, ya finado.

Siguiendo la ruta a los lavaderos de oro de Challuma, encontramos las distancias siguientes:

Del Crucero a Tambo..................................... 6 leg.
De Tambo a Huancarani.....................................1 »
» Huancarani.....................................2 »
» Limbani a Phara.....................................1 »
» Phara a Sacarara..................................... 1 »
» Sacarara a Palca.....................................1 »
» Palca a Ucos.....................................3 »
» Ucos a Huaturo.....................................3 »
»Huaturo a Patalayuni.....................................2 »
» Patalayuni a Mamata.....................................3 »
» Mamata a La Mina.....................................2 »
» La Mina a Versalles.....................................1 »
27 leg.
—116→

De Versalles, al fin de la quebrada de Challuma, llamado el Carrisal, hay seis leguas de camino.

El río de Challuma desemboca en el gran río Huarihuari, un poco al norte de Versalles; y para llegar a este punto, es preciso pasar dicho río Huari-Huari.

De todas las pascanas citadas, Phara es la única población. Los demás son tambos de más o menos extensión, sin ninguna comodidad y sin víveres de ninguna clase. La Mina, residencia de un alcalde indígena, es una reunión de 3 ó 4 casas, con alguna comodidad. El viajero, en esos caminos, tiene que llevar todos los comestibles que necesitare, y llevar, como yo, su mochila y cama al hombro. Pormenores de esa clase de viaje, cuidaré de anotar para instrucción de los que quieran recorrer esas apartadas regiones.

Saliendo del Crucero se sigue la ruta a las lagunas de Aricoma; estas son formadas por las aguas, que salen de los enormísimos ventisqueros, y que tienen una altura de más de 20000 pies. Los cerros nevados y ventisqueros parecen formar una insuperable barrera, pero existe una abertura como de 30 varas de ancho entre ellos, y por esa abertura pasa el camino. Esa abertura, en remotas épocas ha sido cerrada por una muralla de piedra pizarrosa y granítica. La muralla tiene de altura como cuatro varas, como dos de ancho, y cerraba al parecer todo tránsito; hoy se halla derrumbada en algunos puntos, y al lado sur se halla el camino por el cual transitan los viajeros. Desde el tambo de Huancarani ya se hallan algunos pajonales, y en Phara existen ya algunos árboles. Phara tiene una pequeña iglesia y era residencia en 1814, de muchos y ricos explotadores de los veneros de oro de esa provincia: todos fueron degollados o muertos a golpes de macana (mazas) por la indiada. En una publicación mía, El Niño Perdido, he dado una fiel relación de esos sucesos.

—117→

Desde Phara, la vegetación es más abundante, se van encontrando, algunos arbustos, y abundante yerba desde Palca. Estos vastísimos campos, cubiertos de lozanos pajonales, se hallan sin habitantes y sin ganados. De una altura inmediata al Tambo de Ucos, en una tarde clara y sin nubes he visto hacia el Oriente un campo como un mar vastísimo de árboles, y he podido distinguir a gran distancia, un cerro muy alto, cónico y cubierto de nieve; es al parecer un volcán de gran altura. Su figura es igual al volcán de Sajama, provincia de Carangas, Bolivia, cuya altura es de 23940 pies. El volcán que yo he visto, quizás el primero que lo ha distinguido en esa dirección, no creo que sea tan elevado. Huaturo, donde abunda el árbol productor del incienso, es un Tambo al cual se llega después de penosa marcha por senderos y graderías muy empinadas. Pero aún es peor el camino a Patalayuni; en muchos puntos no tiene el camino sino una vara de ancho. Cerca de Mamata, el camino pasa por una loma con barrancos profundos a cada lado; un mal paso lo precipitaría al viajero a una inmensa profundidad, y al cauce de un río, más o menos torrentoso como son casi todos los de esos lugares. La Mina se halla situada en la reunión de los ríos Machicamani y Capac-mayo (río rico) y es sitio, donde en la antigüedad se trabajaban algunos veneros y lavaderos de oro; como también vetas.

De la Mina, como he dicho, hay tres leguas a la orilla del río Huari-huari, que al principio se pasaba en balsas de palos, cortados a sus orillas, después en Oroya, y después por medio de un puente colgante, construido a inmenso costo por la Sociedad de Capac Oro (cerro poderoso). Desde Versalles el camino a los lavaderos de oro, existentes en tanta abundancia en las quebraditas del río de Challuma, sus afluentes, y a las vetas de oro del cerro de Capac-Oreo, —118→ se hace por el fondo de la quebrada de Challuma y, por el del riachuelo (allí casi río) de Pyscomayo. Este camino no es, por cierto carretero; en algunos puntos hay que trepar por las raíces de los Árboles, en otros que subir por medio, de cuerdas con un gancho de fierro, en la punta, que se ensarta a la elevada rama de algún árbol corpulento, y se trepa apoyando el pie en muchos casos sobre deleznable o resbaladizo terreno a la altura conveniente. De Versalles al Carrizal, la cabecera de la quebrada de Challuma, en la distancia de 6 a 7 leguas, se pasa a pie varios ríos y riachuelos, como 50 veces. La ropa con estos continuos y forzados baños, se halla completamente mojada, pero el ejercicio y el calor de esos sitios, neutralizan los males que podrían sobrevenir.

Antes de pasar adelante, será conveniente ocuparse de los vestidos, que se usan o usaban, y de la muy importante parte, del modo como se mantienen en esos puntos, los peones y patrones.

La ropa que se usaba, consistía de un pantalón y llamada allí cotona, construidas de esa una camisa, bayeta burda y de color blanco que elaboran en el país. Botines, zapatos y aun ojotas no se pueden emplear: la constante humedad destruye todo lo que es suela o cuero. Los pies van cubiertos de una especie de botín hecho de jerga doble, con un colchado del mismo material bien grueso, que sirve de suela; estos botines, algo parecidos a las alpargatas, que usan en España, y a las zapatillas para baños que se venden en las tiendas de comercio, se ligan a los pies y piernas con cordeles fuertes. Un poncho de lana grueso, cubre el tronco del cuerpo, la cabeza va resguardada con un sombrero fuerte de paja de Guayaquil, o con una gorra charolada. Sobre la espalda descansa la mochila de caucho, o algún género encharolado. Dicha mochila contiene una buena frazada; un terno de pantalón y camisa de bayeta, para —119→ mudarse cuando se pueda; algo que, comer, y un yesquero, piedra, eslabón de acero, mecha de azufre bien resguardada de la humedad, una olla de fierro, de tamaño según las necesidades; una tetera id; unos tarros de lata con una cantidad de chuño, (papa helada y bien molida) mezclado con charqui o chalona bien molida, y hecha masa, alguna manteca, ají y sal, forman una apetitosa comida para el hambriento viajero. Fósforos no se pueden usar, la humedad los inutiliza en el acto. Azúcar y chocolate sólo se conservan tomando las mayores precauciones, pues la humedad los deshace y convierte el uno en almíbar, y el otro en mazamorra. Tan pronto como los viajeros llegan a una pascana, lo primero es reunir leña, la más seca posible; encender la lumbre por medio del yesquero y mecha de azufre, y sobre todo grandes piedras, equilibrar la gran olla de fierro. Mientras se calienta el agua para hacer el caldo, se echan alrededor de la fogata los cansados viajeros que entran a la montaña, o los que salen de ella, y en alegre comparsa refieren los unos sus esperanzas de lucro, los otros, los buenos o malos resultados de sus elaboraciones. Calentada el agua, se echa en la olla cantidad proporcionada de la masa de chuflo etc. que he indicado; y en muy pocos minutos se ha formado un caldo bien nutrido, y que vigoriza inmediatamente los estómagos que han sufrido treinta o cuarenta mojazones en el día. Sendos tragos de aguardiente; una lata de galletas destapada y repartida con parsimonioso cuidado, forman el postre de la comida; todos se tienden enseguida sobre el suelo, grato lecho de nuestro padre Adán. Algunas veces en esas pascanas se encuentra a algún descendiente del barón de Munchausen8; y se relatan sucesos —120→ tan extraordinarios, que asustan a los no iniciados. El cansancio produce el más agradable sueño; a no ser que haya tenido uno la desgracia, por cierto muy frecuente, de extender su cansado cuerpo cerca de algún nido de esos insectos, sobre las cuales impusieron los Incas tributo a sus desidiosos y desaseados súbditos. En tal caso el desgraciado viajero sufre las más tremendas penalidades; y tiene que emplear ratos no cortos de descanso, en espulgar su ropa, y librarla de tan molestos huéspedes. Como la indiada duerme en los Tambos, los llenan de esa plaga. Los ríos abundan en pescado: algunas veces un feliz viajero atrapa un sábalo, pez algo parecido a la corvina; el sábalo va a la olla con el chuño, charqui etc., de todo se hace un puchero del que todos con gusto participan. A veces se caza un venado o una copaybara (especie de conejo muy grande y abundante en el monte), también van a la olla general. En esos campos no he visto sino una especie de la familia Monos; el que allí existe es del alto de tres a cuatro pies, con pelo largo color café subido, algo blanquizco hacia la barriga, lo conocen con el nombre del ahullador, porque da constantes y fuertes aullidos o gritos, especialmente cuando llueve.

Los viajeros y cascarilleros cazan estos monos, y aseguran ser excelente comida; uno de estos monos, desollado y puesto parado sobre una estaca, delante de la fogata, es una vista, para mí a lo menos, muy repugnante, tal es su semejanza a una criatura; se puede figurar uno que los cascarilleros son unos antropófagos, al comer tales animales. La culebra cascabel no escasea en esas regiones; perturbada en su sueño, hace sonar con violencias las conchas, que tiene en la punta de la cola, y huye velozmente; su —121→ mordedura es fatal. Hay otra clase de culebra, color verdoso, y del largo hasta de dos varas, esta es buena comida; la carne es muy blanca y tan gorda, que le echan en las ollas de fierro en trozos, y se fríe en el acto. Usada esta carne con alguna frecuencia, se cubre el cuerpo de grandes, pero no dolorosos granos, es fama que produce los mejores resultados; purificando la sangre y fortificando los intestinos. Algunas veces se suele encontrar un peccary; es una especie de chancho silvestre, como de una vara de largo, y poco más de media de alto, de lomo arqueado y cubierto e cerdas largas, de color negro, café y blanco. Este chancho anda en tropas, y es muy fecundo. En la hacienda de Chicalulo de Yungas, antes de la señora Leonor Segovia de Pinto, y hoy de la familia Sáenz, he visto una hembra con catorce crías muerta por los indios, cuyas chacras devastaba. Este animal tiene en la región de los riñones, sobre el espinazo, una glándula con un licor acre, que los indios aseguran ser un segundo ombligo. Uno que otro bellísimo Faisán, con su plumaje verde oscuro con oro, algunos Tunques (Rupicola), tan grandes como las palomas, con su color rojo anaranjado, su grande y bello penacho, y sus alas plomo con negro, aumentan las viandas del viajero en esas comarcas. Picaflores de bellísimos colores, mariposas tan grandes como la palma de la mano, y tan chicas como una mosca, vuelan en todas direcciones; allí la Naturaleza se ostenta en toda su inmensa grandeza. Pero esa grandeza y esa belleza encubre al alevoso y sanguinario Jaguar o Tigre, y produce también una hormiga, más destructiva y más poderosa que el Tigre y que la culebra cascabel. Esta hormiga es de la familia Eciton; se reúne por millones, y en masas compactas invaden las casas, y atacan a los hombres y animales. Desgraciado del ser viviente, hombre o animal, que no logra huir; en pocos momentos comen y destruyen —122→ cuanto tocan, culebras, ratones, cucarachas; víveres, todo es consumido por esos voraces animales en un instante; y cuando ya no encuentran qué comer o qué destruir, en marcial parada se dirigen a otro punto, a repetir sus devastaciones; podría escribirse una historia especial sobre las tales hormigas; sólo de su voracidad se escapan los víveres protegidos por tarros bien cerrados de lata. En una especie de caña algo alta, que no sé por qué razón se llama palo-santo, anidan también unas hormigas más grandes que las anteriores; desgraciado del hombre que es mordido por estos ponzoñosos animales, que causan gravísimas inflamaciones.

En la quebrada de Ayapata y en 1851, tenía el señor don Agustín Aragón una hacienda de café etc. Un día al anochecer ordenó el administrador, un argentino, a dos peones indios fuesen con dos cántaros a traer agua, a una vertiente inmediata. Marcharon los indios, a pocos instantes regresó el uno dando gritos, y asegurando que un Jaguar había muerto a su compañero. El administrador y algunos peones salieron con trozos de leña encendidos, al punto indicado, y encontraron en efecto al Tigre, que destrozaba el cráneo de su víctima. A la vista de la peonada el Tigre se internó al monte. El día siguiente el argentino armó una trampa en la forma siguiente: clavó dos hileras de palos gruesos y en la distancia de cuatro a cinco varas, cubriendo la parte de arriba con estacas fuertes y bien amarradas; a la cabecera de esta especie de callejón colocó el cadáver del indio, cerrando ese punto con palos y piedras, y dejando abierta la otra entrada. Colgando del techo, y media vara antes de los pies del cadáver, amarró fuertemente un grueso lazo, pasado por una grande argolla de fierro, sostenida la argolla por un hilo delgado formando todo una gazada. Al anochecer vieron al Tigre, que cautelosamente examinaba la trampa; —123→ y que enseguida se internó por la apertura. A pocos instantes sintieron estremecerse la empalizada; el Tigre al querer tomar el cadáver de los pies, había pasado la cabeza por la gazada, y al estirar más el cuerpo para apresar a su víctima, había roto el hilo que sostenía la argolla, y mientras más esfuerzos hacía para salir, más se ajustaba su garganta con la gazada, quedando al fin ahorcado.

El señor Aragón mandó el cuero y cráneo de este tigre, como regalo, al Prefecto de Puno, General don José Allende en cuyo poder los he visto. El tigre debió haber sido un animal muy viejo; todo el cuerpo se hallaba cubierto de grandes cicatrices, efecto de batallas con otros de su especie, o resultado quizás de las espinas agudas, que se hallan en el monte. Este tigre, hacía tiempo que había perdido la cola, y tenía rotos los dos colmillos del lado izquierdo. Por ese mismo tiempo, un indio había ido a vigilar los cocales de Chicolí, cerca de la quebrada de Cajatiri, y pertenecientes a los vecinos del pueblo de más arriba. Como se hallaba solo, había formado una especie de cuartito, sobre cuatro palos elevados; y desde que comenzaba la tarde se subía a su elevado aposento, cuidando de recoger la escalera, que le servía para subir.

Al contrario del león y del tigre de Asia y África, tanto la Puma como el Jaguar, trepan a los árboles con extraordinaria facilidad. Una noche, sintió el indio ruido al pie de su habitación, y a la escasa luz de la fogata, que había dejado encendida, pudo reconocer a un inmenso tigre, que buscaba los huesos de la chalona, que había botado el indio. Al día siguiente, el indio recogió algunas grandes piedras; las subió a su habitación, y cuidó con mayor esmero, de recoger la escalerita. Al anochecer9 volvió el tigre a hacer su visita, y el indio le tiró sobre la cabeza y cuerpo, varias de las piedras que con ese objeto había —124→ conducido. Así pasaron varios días, hasta que al fin los dueños de los cocales, con sus llamas bajaron a Chicolí, a recoger y encestar su coca, y sacarla para sus respectivos domicilios. El vigilante refirió a los recién llegados, las visitas continuas del tigre, y entre ellos se resolvió formar grandes fogatas alrededor del campamento, poniendo sus ánimales al centro, y mantenerle en vigilancia. Así lo verificaron, cuando de repente, uno de los recién llegados aseguró que hacia el lado de las plantas de coca, había notado dos lucecitas; unos dijeron que serían lucernas, muy abundantes en la montaña, otros dijeron serían los ojos del tigre. Se avivaron las fogatas alrededor del campamento, y en el centro y al lado de otra gran fogata, se reunieron todos a conversar. Casi se habían olvidado de la presencia en esas inmediaciones del temido animal, cuando de repente con dos tremendos saltos, el Jaguar se precipitó enmedio de ellos, apresó al vigía, (al que le había tirado las piedras) por el cuello, y desapareció con su presa en la espesura del monte.

No es sólo el tigre el que amaga la existencia del hombre en estas regiones, hay otro enemigo y cien veces más formidables aún; me refiero a las tempestades del cielo.

Casi constantemente en los Valles de Carabaya, se halla el cielo cubierto de nubes, y el aguacero es muy frecuente. Un día bello, despejado, con ardiente sol, es raro, y cuando sobreviene, es precursor, por lo general, de una tempestad. Mientras más claro y ardiente ha sido el día, más rápidamente sobreviene la tarde; y sobreviene un viento frío y helado, tanto más sensible, cuando los cuerpos se hallan con poco abrigo. Tras el viento helado, viene la lluvia a torrentes; y en pocos minutos, el agua comienza a derrumbar los árboles, y los terrenos que cubren los cerros. Saturadas las tierras con torrentes de agua, —125→ se precipitan hacia el fondo de las quebradas inmensas masas de tierra y árboles, con un horrísono estampido, parecido al de descargas lejanas de gran artillería; y como las quebradas son angostas, esos aterradores sonidos, se repercuten de cerro a cerro, con espantosos truenos. En un cerro fronterizo al llamado Capac Orco, he visto una tarde de tempestad, correrse al fondo de la quebrada, todo la tierra y arboleda que lo cubría, por una distancia de más de cinco cuadras, quedando la roca completamente limpia a la vista. El agua toma un tinte rojizo color de la tierra; forma inmensas mazamorras, que todo lo cubren, y los trozos de roca son lanzados de las alturas con incontenible violencia. Los riachuelos se convierten en ríos, los ríos se hacen mares, y toda la Naturaleza parece un caos. Las anchas playas de los ríos, se convierten en un momento en Lagunas de gran profundidad. Los desgraciados Mineros o Cascarilleros huyen a las rocas, a las alturas, perdiendo en pocos momentos, el producto de muchos días de fatigas, de desvelos y de trabajo. Los relámpagos, los truenos, el grito de los animales y de las aves; todo, todo aturde, todo llena de espanto y terror. Algunas de esas tempestades duran cuatro o cinco horas; y al concluirse, el terreno todo parece haber cambiado de aspecto. En una labor de oro, que yo tenía en Pucamayo, una tempestad de dos o tres horas, destruyó trabajos costosos de más de un mes, sepultando bajo masas enormes de piedra y tierra el terreno separado para lavar, ansiado producto de tantos días de gastos y penalidades.

Los chunchos o indios salvajes, algunas veces han atacado los establecimientos y trabajos de Carabaya. Varias veces dichos indios han salido a la Hacienda de San José de Bellavista, situada en la Quebrada de Ayapata, y han causado notables daños; son los descendientes de los que, en anteriores épocas, destruyeron —126→ las valiosas posesiones y muy habitadas labores de oro de San Gabán. En 1835, otra partida de chunchos atacó a los trabajadores de Tambopata (San Juan del Oro), matando a cuantos pudieron encontrar.

En Mayo de 1853, los chunchos mataron a todos los que encontraron en el Tambo de Esquilaya, llevándose gran número de herramientas que allí existían. Esquilaya es una quebrada inmediata a la de Ayapata.

Paso a anotar las grandes ventajas que ofrecen al comercio e industrias esas comarcas; de los lavaderos de oro, de los puntos donde se encuentran, y de los sistemas que se emplean para su explotación.

El río Huari-huari, que es origen del gran río Inambari, tiene sus vertientes a las inmediaciones del pueblo de Sina, y en una quebrada cuyas alturas orientales forman la línea divisoria, en esa parte del territorio del Perú con el de Bolivia. En su rápido y torrentoso curso, se le unen varios ríos, siendo los principales en esa parte, el que baja por la quebrada Quiaca, y se une poco más abajo de Saqui. De Sina a Saqui, hay cinco leguas de distancia; de Sina a Quiaca, situado en otra quebrada, hay también cinco leguas, siendo preciso vencer una escarpada loma para pasar de un pueblo a otro. A la distancia de Saqui, y como a veinte leguas río abajo, se le reúne a la izquierda el río grande de Sandia. De Quiaca a Sandia hay como doce leguas, hallándose en la medianía situado el pueblo de Cuyo-cuyo; y como seis leguas más abajo de Sandia, el río de este nombre se une al de Huari-huari. La Gran Quebrada por ha cual corre el río Huari-huari hasta unirse al Sandia, y todos los riachuelos que bajan a esa quebrada, tienen grandes y muy ricos veneros y placeres de oro en toda su extensión. La quebrada inmediata llamada San Juan del Oro, fue el sitio de grandes y populosos —127→ establecimientos de lavaderos, desde el principio de la conquista, y es fama que de esos lavaderos se sacó una pepita de oro de 104 libras, y se mandó al Emperador Carlos V, así como otra de 68 libras en 1470 al Rey Felipe II. Todos esos establecimientos fueron, según se dice, destruidos por los chunchos sublevados, en la época en que se asegura fue destruido San Gabán, y los demás establecimientos de Carabaya. De esos antiguos trabajos sólo se ven restos arruinados; y todos esos placeres esperan nuevas compañías, y nuevos explotadores, para asombrar al mundo con sus inmensos rendimientos. Cuando trate de la explotación de la cascarilla, tendré nuevamente que ocuparme de esta parte del territorio de Carabaya, y de la interesante quebrada de Tambopata.

No será demás, antes de pasar adelante, y en beneficio de futuros viajeros, que anote que de Poto hay cuatro leguas al pueblo de Trapiche, 9 leguas a Sina, 7 a la Quiaca y 14 al Crucero; de Sandia hay 7 leguas a Patambuco y 14 a Phara.

En una quebrada que corre, puede decirse, paralela a la de San Juan del Oro, se hallan situados los lavaderos de oro de Aporoma, propiedad antigua de la familia de Astete del Cuzco. Estos lavaderos son inmensamente ricos, y si en ellos se emplease el sistema de Mnngueras, que se usa en California, sus rendimientos serían asombrosos; la gran carga de tierra, y cascajo que cubre los veneros, hace hoy costosa su explotación. El señor don Félix Rodríguez, vecino de Puno en 1849, trabajaba esos lavaderos de Aporoma, pagando un arrendamiento acordado a los señores Astetes, cuando sus peones descubrieron casualmente los lavaderos de oro del río de Challuma, habiendo pasado en balsas el río de Huari-huari, Aporoma dista como 25 leguas del Crucero.

En la pampa de Umabamba, cerca de Phara, a —128→ 11 leguas del Crucero, se hallan muchas vetas de cuarzo (llamado allí cachi) con oro. En tiempos anteriores esas vetas han sido trabajadas. La región en que se hallan, se llama la Apacheta de Buenavista, y es temperamento frío, por hallarse fuera de las quebradas.

Más adelante he anotado las distancias entre el Crucero y Versalles, en el punto por donde se pasaba el Gran Río Huari-huari, que toma desde allí para abajo el nombre de Inambari, y que desde la confluencia con la multitud de ríos que se le unen, antes del supuesto punto de los lavaderos de oro de San Gabán, es conocido con el nombre de Río de la Madre de Dios. Al principio de los descubrimientos del río de Challuma, se pasaba el río Huari-huari, en balsas de palos, construidas en el mismo local. Después se puso una Oroya de cables hechos de la corteza de una palmera, que creo se llama Chilina, y aumentado grandemente el tráfico, ¡¡¡se construyó un puente colgante!!! La Empresa entusiasta de Capac Orco, contrató con el ingeniero saboyano Gontheret, la verdaderamente asombrosa construcción de dicho puente; y digo asombrosa, porque es preciso tener en cuenta el local en que se construía, y los materiales de construcción de tal puente. Vamos a dar una descripción de él.

En Versalles, el río Huari-huari, en épocas normales, tiene de ancho como setenta varas, y de profundidad, en ese punto, como veinte pies. Gontheret escogió ese punto para la construcción, por ser lenta la corriente. A ambos lados del río se cortaron grandes árboles, los que con indecible trabajo, y a brazos de peones, fueron conducidos a orillas del río. Con esos grandes árboles se construyeron dos altos castillos, uno a cada lado del río, bien reforzados con atravesaños de madera, y ligados con sendas barras de fierro. Por encima de los castillos se pasaron cuatro —129→ cables bien retorcidos, dos a cada lado, los cuales se hallaban amarrados a grandes troncos, enterrados a cada orilla convenientemente. De estos cuatro cables, bajaban otros más delgados, que sostenían como en todos los puentes colgantes, un piso que tenía allí más de dos varas de ancho. Ese piso de tablas era de la Palmera, allí llamada chonta, que es muy dura: aquí hay muchos bastones de esa Palmera. Los cables eran formados de la corteza de la especie de Palmera, allí llamada Chilina; esta palmera después de cortada era puesta a remojar en un riachuelo, por cierto, número de días. La corteza se ablanda y despega; en este estado se le separa del árbol, y se martaja con masas de madera hasta separar la parte dura, quedando una especie de estopa color canela, tan flexible y dura como el mejor cáñamo. El puente llenó por completo los deseos de sus promotores, sirviendo de fácil y constante tránsito a los apiris, cargadores de víveres, etc., para los lavaderos de oro de los nuevos descubrimientos de Challuma. Desgraciadamente, un jefe del ejército, de cuyo nombre, como Cervantes, no me quiero acordar, se empeñó, en mala hora, en hacer pasar, arrastradas sobre el puente, unas vacas. El peso de éstas y de los soldados, y la constante resistencia de los animales, estiraron los cables, haciendo bajar muchísimo el piso del puente. En esos días sobrevino una creciente; un gran árbol arrastrado por la corriente del río, enredó sus ramas con el piso del puente; a ese árbol se agregaron otros, hasta que se formó un montón de ramazones, contra la cual combatía la fuerte corriente del agua. En menos de media hora, el río arrastró a su seno todo el armazón: el trabajo de más de seis meses, y las ingentes sumas empleadas en la construcción del puente, quedaron sepultados, en el cauce del Huari-huari.

Enfrente de Versalles se abrió por la tropa del —130→ batallón «Yungay», en 1851, un camino que debía conducir a los transeúntes de ese punto a las minas de Capac Orco. El camino fue mal delineado y peor construido, siendo la consecuencia que los transeúntes preferían andar por el cauce del río, pasar los Mollocas (malos pasos) de que ya he hablado, y mojarse cuarenta y tantas veces, a seguir la senda abierta con tan mala voluntad por los soldados del citado batallón.

A poca distancia de Versalles, hacia el Norte, se une al Huari-huari el río de Challuma; desde la unión de este a su origen, se hallan lavaderos de oro de más o menos riqueza. En esa época, los principalmente trabajados eran los nombrados San Simón, Cangali, Cementerio, Alta Gracia, Quinsamayo, etc., etc. En el río de Pucamayo, que se une al Challuma al lado izquierdo, y en la labor Mercedes, del ya citado señor Rodríguez, éste sacó una pepita de oro muy grande, cuya historia merece anotarse. Esa pepita fue vendida al canónigo Macedo, de Puno, quien la obsequió al señor Mendoza, Obispo del Cuzco; de este la heredó su sobrino el señor General La Puerta, de cuyo poder pasó por un movimiento de flanco, a manos del General Castilla; éste la obsequió a un Almirante inglés, cuando la fragata Perla apresó al Tumbes y Loa en Casma, en 1857, debe, pues, existir aún en algún museo de la Gran Bretaña.

Subiendo la quebrada de Challuma, se llega al Puerto Libre donde se hallaban situados los quimbaletes o grandes morteros, que molían los metales cuarzosos del cerro de Capac-Orco; los pulverizaban, y enseguida ese polvo era beneficiado con azogue para reunir el oro. Las vetas cuarzosas de Capac-Orco contienen oro en gran cantidad y a la simple vista; sin embargo, esa empresa sucumbió por las razones que al final anotaré. En ninguna parte del mundo hay vetas como esas de oro. Todos los riachuelos, —131→ que desembocan en el Challuma y Pucamayo, tienen oro en sus playas; en algunos puntos se hallan grandes Rebozaderos, que son lugares donde el terreno aurífero se halla cubierto con superviniente, tierra y piedras, que es preciso remover para hallar el codiciado metal.

Igualmente en los ríos Huaynatacoma y Machitacoma, que corren paralelos al Challuma, se hallan lavaderos de oro, en todos sus respectivos cursos; estos aún no han sido explotados.

Del Crucero a Sisicaya hay siete leguas, y cinco más a Coasa. En las inmediaciones de esta población hay lavaderos de oro en gran abundancia; sobre uno de ellos, conocido con el nombre de Matacaballo, existen las más extraordinarias tradiciones, respecto a su riqueza. Ese terreno de Matacaballo es muy movedizo, y la empresa que intente su laboreo, tendrá que comenzar con asegurarse contra los constantes derrumbes. En Coasa vivía un cura muy rico, el señor Garaycochea; su fortuna la debía en parte notable, al constante rescate de oro a doce pesos onza, tal era su abundancia. De Coasa a Esequiñia, hay cuatro leguas, a Sachapata seis, a Sajuana seis, a Patarán cinco. Desde Patarán para abajo, el río Huari-huari es conocido con el nombre del Inambari, hasta que con su unión con otros, toma el nombre del Río Madre de Dios.

De Coasa a Upino hay 5 leguas, a Itisata 7, y a Ayapata como 5 más. Las quebradas de Ayapata tienen oro en todos sus ríos y riachuelos. De Ayapata a Esquilaya, hay 7 leguas, y como 10 a la unión del río Ayapata al Inambari.

El río conocido con el nombre de San Gabán, y cuya fama ha sido tan grande, es formado de varios ríos. Su principal ramal parece tener su origen en la gran cordillera de Vilcanota, que tiene una altura de más de 17500 pies. Otro ramal es formado por las —132→ aguas que bajan de los altos de Corani, pueblo 9 leguas distantes de Macusani, distando éste 7 de Ajoyani y éste 7 del Crucero. Cerca de Ollachea, pueblo 7 leguas distante de Corani, se reúnen esos ríos; el caudal de agua más abajo se agranda inmensamente con los riachuelos y ríos que bajan de las alturas que separan la quebrada de San Gabán, de los territorios de Marcapata, que ya pertenecen al departamento del Cuzco.

En Chia, pueblecito más abajo de Ollachea, y como 5 leguas distante, se hallan grandes ruinas de un pueblo, al parecer muy anterior a la conquista. Más abajo se halla el vallecito de Quitón-quitón, lugar famosísimo por una especie de ají que produce, sobremanera fragante y gustoso; sirve de especial objeto de obsequio en todo el departamento de Puno. Este ají es pequeño y delgado, de un color blanquizco, con tintes verde y amarillo, y parece hecho de cristal por su transparencia. He plantado semillas en Tacna, y no han tenido buen resultado.

No muy lejos de la embocadura del río de San Gabán, se halla situada la hacienda de San José de Bellavista, propia del señor don Agustín Aragón. Esta hacienda la ha formado el señor Aragón, a costa de inmensos gastos y no pequeños peligros, por su inmediación a los terrenos recorridos por los indios chunchos, que varias veces han salido de sus montañas pasando el río Inambari. Bellavista produce un café muy superior, por su gusto y especialmente por su gran fragancia, a todos los conocidos. Muestras han sido enviadas a París, donde los aficionados lo han declarado superior al Moka. La falta de brazos, pues los peones rehúsan trabajar en la hacienda por temor a los chunchos, no permiten al señor Aragón aumentar tan valioso producto.

Ya he dicho que la quebrada de Marcapata, departamento del Cuzco, colinda con la de San Gabán, —133→ departamento de Puno; y ya que se ha traído a la memoria esa quebrada de Marcapata, anotaré que, como todas las quebradas al Este de la gran Cordillera, esa tiene lavaderos de oro, en toda la extensión de los innumerables riachuelos que forman su río; y que en el mismo territorio se halla situado el cerro de Camanti, famosísimo desde la conquista por la gran cantidad de oro que producía, hasta que los chunchos atacaron y destruyeron las labores. Creo que fue por el año de 1848, que un joven inglés de apellido Backhouse, vecino algún tiempo en Tacna, se dirigió a Marcapata con el doble objeto de explorar las minas y lavaderos de oro, y establecer una explotación de cascarilla. Llevó gran cantidad de bagatelas, propias, según informes, para el tráfico con los indios salvajes; y creo que por medio de un fraile Franciscano italiano, Bobo de Ravello, logró cierta introducción con el Curaca del lugar. Los regalos de Backhouse produjeron, al parecer, la buena amistad del Curaca; y Backhouse escribió a sus amigos detallando sus entusiastas esperanzas. Un día, y sin motivo alguno para ello, al salir Backhouse de su habitación, le lanzaron los chunchos repentinamente, tal cantidad de flechas, que el cuerpo ya cadáver quedó como parado, sostenido por las cañas de las flechas; tal fue el desgraciado fin de tan estimable amigo. El finado don Juan Sanz de Santo Domingo, trató de formar una compañía para explotar los veneros, vetas y lavaderos de oro del Camanti; y se suspendió esa organización, por consecuencia de su imprevista muerte. Lo primero que hay que organizar, es una fuerza competente, que ahuyente de ese riquísimo territorio a los indómitos chunchos; ellos no solo han destruido esos opulentos trabajos, sino han llevado la ruina y la devastación a más de cien haciendas, en un tiempo ricas y productivas de los valles de Paucartambo, etc.

—134→

El señor don Agustín Aragón, ha hecho muchas e infructuosas diligencias para descubrir la antigua y afamada población de San Gabán, y el sitio de sus renombrados lavaderos de oro; según tradición, esos lavaderos eran de gran producción, y los trabajaban gran número de notables vecinos, cuando sobrevino la rebelión de Juan Santos, que se tituló Inca Atahualpa en 1742; y fueron los establecimientos tan completamente destruidos, y se ha perdido de tal manera todo documento de su referencia, que hoy es muy difícil, si no imposible, con próxima certeza, señalar la parte del territorio de Carabaya, donde se hallaban fundados. Vivo interés he tenido en reunir los documentos y noticias referentes a la rebelión de dicho Juan Santos: mis empeños han sido hasta ahora infructuosos. Sólo se sabe que en dicho año de 1742, el referido Juan Santos, indio educado por los Misioneros, en las misiones del Cerro de la Sal, cerca de Chanchamayo, y provincia de Tarma, se hizo proclamar Inca en el pueblo de Quisopongo, tomando el nombre de Inca Atahualpa; que su rebelión se extendió sobre casi todo el territorio que cuidaban los Misioneros, que aun fuera de ese territorio, como en Camanti y Carabaya, la indiada sublevada atacó y destruyó los establecimientos de los Españoles; y que después de algún tiempo desapareció el tal Inca, sin que se sepa cosa alguna sobre la fecha y punto en que murió. Últimamente el coronel don Francisco La-Rosa, con un fuerte destacamento de tropa de línea, logró penetrar a la montaña, y descubrir el cerro afamado de la Sal. En esas inmediaciones sorprendió una fragua de herrero, donde los chunchos elaboraban herramientas de fierro, restos de la civilización, que destruyó Juan Santos. En poder del señor Raimondi, he visto algunas herramientas fabricadas por los chunchos, y recogidas en esas montañas. De desear sería que algún compilador —135→ pudiese recoger los documentos históricos referentes a tan desconocida revolución, y los publicase.

He hablado antes de los lavaderos de oro de Poto; en sus inmediaciones existe, hacia el interior de la Cordillera, las vetas auríferas de Ananea, rodeadas de constantes capas de hielo y nieve. Según aparece, Ananea es el punto más elevado donde han vivido seres humanos; su altura, se asegura, es de diez y ocho mil pies. El señor don Juan Santos Villamil, vecino de La Paz, me ha asegurado, que en ningún punto del globo, y en varios viajes por Rusia, Siberia, etc., ha experimentado un frío tan intenso como el de Ananea, cuando marchó allí a reconocer esas labores.

Cuatro leguas al Sur de Poto, y en las cabeceras de la gran pampa de Umabamba, de la cual me he ocupado al hablar de los indios Calaguayas, también hay lavaderos de oro, de más o menos riqueza, según su proximidad a la Serranía. Se llaman Suches.

En Chuquiaguillo, como dos leguas al Este de La Paz, Bolivia, hay un antiguo y renombrado lavadero perteneciente a la familia Sáenz. De este lavadero se ha sacado, poco después de la conquista, una pepita de oro de 62 libras de peso, y de figura de una quijada grande de caballo: fue remitida a España. Este lavadero, muy estudiado y reconocido por mí, por circunstancias especiales, es muy notable por los hechos siguientes: En este lavadero, el oro, como en todos los lavaderos casi que he conocido, se halla en tierra de aluvión, y en la parte donde el oro existe, ese aluvión se halla impregnado de un tinte color de orín de fierro; este terreno es el que allí se llama el venero. Los indios, desde antes de la conquista, han trabajado ese venero, y sus galerías o corridas se hallan actualmente con frecuencia en los frontones de las presentes labores; en algunas de esas galerías se han hallado cadáveres de indios, que al seguir —186→ el venero para extraer el oro, han quedado aplastados en las labores. Una acequia de agua se halla constantemente corriendo en esas labores subterráneas; agua que no se sabe aun de dónde viene, ni cómo ha sido conducida subterráneamente, a esos sitios. A pocas cuadras arriba de las actuales labores, se halla una hoyada llamada la Lancha: sitio muy saturado de agua, y en cuyo fondo, a mi juicio, debe existir un gran depósito de oro, por ser el punto a donde han caído los rodados de la Serranía; muy alta, que domina ese local, y de donde ha rodado el oro. Formando casi bordo de la Lancha, se hallan varias vetas de cuarzo aurífero, que corren cerro arriba, y que, a mi juicio, son ramales de la Gran Veta Aurífera, que se halla embebida en ese cerro alto que domina las labores, y cuyas crestas se hallan destrozadas, o por los rayos eléctricos, o por la acción del clima, y cuyos enormes escombros han cubierto las faldas de esos cerros. Eu Chuquiaguillo, pues, a mi juicio, los empresarios debían implantar las labores siguientes:

1.ª Buscar la base del terreno de La Lancha, secando las aguas que hoy lo empapan. 2.ª Correr un socavón a las vetas auríferas que se dirigen de La Lancha cerro arriba. 3.ª Hacer un reconocimiento científico de los cerros que dominan las labores, y buscar en dichos cerros, las vetas de las cuales se han desprendido los rodados, que han producido la tan inmensa cantidad de pepitas de oro, que por más de 300 años se han sacado de esas labores.

Al pie del Illimani, nevado el más estupendo por su mole, pero no por su altura, existente en el mundo, se hallan situadas las fincas de Cotaña, pertenecientes al finado señor Doctor don Pedro José Guerra; y Cevollullo, propiedad del señor Vicente Ballivian, mi apreciabilísimo amigo. En ambas fincas se han encontrado, en diversas ocasiones, rodados de oro —137→ caídos del cerro Illimani, de 26200 pies de altura, después de alguna de esas violentas tempestades, que se desatan en esas altísimas cumbres. Esos rodados claramente demuestran la existencia de ricas vetas de oro en esas alturas.

En la provincia de Larecaja, Bolivia, se halla situado el Cerro Nevado, llamado Illampu, de 26900 pies de altura. De su inmensa mole se desprenden gran número de riachuelos, los que a cierta distancia forman el afamado río Tipuani; éste, unido al río Mapirí que desciende de los altos de Charasani y Curba (pueblo de los Calaguayas) forma el río Cacas, éste se une enseguida al Beni, éste unido al Madidi, que tiene su origen al Este de Carabaya, y en la Quebrada de San Juan del Oro o Tambopata, sigue con el nombre de Beni, hasta que unido al Gran Río Mamoré, forma el río Madera, ramal inmenso del Amazonas. Los lavaderos de oro de Tipuani, son los más afamados de la América del Sur; de sus labores daré una descripción. El oro de Tipuani es todo de pepitas del tamaño de las semillas de melón; y es tan puro y de tan alta ley, que por él se da siempre el más grande precio en el comercio. De los cerros que corren del Illampu hacia el Illimani, y forman las alturas por las cuales se viaja de La Paz a los valles de Yungas, bajan varios ríos que forman el Tamampaya. Este río, en un punto llamado el Encuentro, se une al río Chuquiapo, que corre por la ciudad de La Paz, teniendo su origen en los altos de Achascala. Poco más abajo del Encuentro, se halla un río que viene del Norte, y se llama Cajones; en este río abundan los veneros de oro, y de él se han sacado no pequeñas cantidades de tan buscado metal.

He dado una descripción de los lavaderos de oro conocidos y visitados por mí. Ahora me contraeré a exponer los sistemas muy poco científicos por cierto, —138→ que se emplean entre nosotros, para la elaboración de esos lavaderos.

El beneficio del oro se diferencia en varios sistemas, según se halle en vetas o lavaderos y veneros.

Para beneficiar el oro, cuando se halla en vetas cuarzosas, como en Umabamba o Capac Orco, es preciso, eu primer lugar, extraer el metal, empleando para ello mineros experimentados, buenos barreteros, que rompen el cuarzo o con pólvora o con barretas, si como en Capac Orco, el cuarzo se halla en gran parte rajado y roto. Extraído el cuarzo aurífero, es conducido a un sitio allanado llamado la Cancha, donde los chanqueadores separan con combas, de tamaño aparente, la parte que tiene oro de la que es pura roca o cuarzo.

El cuarzo con oro, enseguida es conducido al punto donde se hallan los Quimbaletes, o sean grandes martillos de fierro, que son movidos por medio de una rueda de agua o turbina, que reduce a polvo el cuarzo aurífero. Cernido el polvo éste, la parte que no ha pasado el tamiz, es sometida a una nueva molienda; la parte fina del polvo se amalgama con agua y una parte proporcionada de azogue, produciéndose la pella de oro, de más o menos tamaño, según la ley, es decir, la riqueza del cuarzo aurífero. La pella enseguida es sometida a la acción del fuego, para evaporizar el azogue que contiene. Parte de este azogue se pierde en la elaboración, pero alguna parte se recoge, y se emplea en nuevas amalgamaciones. En California se han introducido maquinarias y sistemas para beneficiar metales cuarzosos, tan ventajosamente, que con esas máquinas y sistemas, el cuarzo, botado por pobre en nuestros trabajos, produciría por sí solo notables fortunas. Nuestros desperdicios y desmontes serían metales preciosos, y de gran valor en California.

El sistema empleado para beneficiar los lavaderos —139→ de oro en Carabaya, es igual, con cortas excepciones, al empleado en Tipuani y Cajones. Voy, pues, a dar una sola descripción, que podrá aplicarse a ambos puntos. Tanto en Carabaya como en Tipuani, los lavaderos de oro se hallan situados en quebradas profundas, que tienen ríos o riachuelos que corren por sus cauces, existiendo a los costados de esos ríos o riachuelos, playas más o menos anchas, según son anchas o angostas las quebradas. Los cerros que forman esas quebradas, se hallan cubiertos de abundante arboleda, la que se emplea con bastante provecho en las labores emprendidas. Examinada la localidad, y escogido el punto que se cree conveniente para establecer las labores, uno de los principales objetos es formar una muralla de palos y piedras para contener cualesquiera creciente, más o menos fuerte, del río, que pudiera amenazar las labores emprendidas; formado el tajamar, se dedican los peones a sacar y conducir a un punto apartado, y siempre más abajo de las labores, la tierra, cascajo y piedras que cubren el terreno; y este trabajo se sigue hasta encontrar la roca que forma el fondo de la quebrada. Como el río o riachuelo que corre por la quebrada, al fin llega a quedar a un nivel superior a las labores, las aguas filtran sobre éstas, y entonces cierto número de peones son destacados para sacar esas aguas con baldes, y arrojarlas al cauce, río abajo.

En Tipuani, con ventajosos resultados se han empleado con este objeto bombas. Fortuna positiva es para el especulador, el tener un número tan notable de peones, que pueda dar gran impulso a sus trabajos, y encontrar cuanto antes el venero, fácilmente conocido por el terreno color de orín de fierro, que es con el que siempre se halla envuelto el oro. Los mineros aseguran que es siempre conveniente entablar sus trabajos en algún punto donde el terreno forme codo, porque aseguran que el oro, al ser arrastrado —140→ por la corriente de agua, se va a fondo, y queda depositado, cuando la fuerza de la corriente es detenida o algo neutralizada por ese codo del terreno. También gran fortuna es el que durante los trabajos no haya creciente en el río, o que ellas no sean tan violentas que destruyan el tajamar, invadan las labores y llenen de tierra y cascajo nuevamente las excavaciones ya verificadas con tanto costo, y tantos días de constantes trabajos.

He conocido al señor don Ildefonso Villamil, vecino muy respetable de La Paz, que en un año y en un trabajo de Tipuani, logró sacar hasta ochocientas libras de oro en pepitas, todas, como he dicho, del tamaño y color de las de melón. En otros años, cuando ya tocaba el fin de sus labores, violentas crecientes del río, en pocas horas destruyeron su tajamar, rellenaron sus excavaciones y arruinaron sus esperanzas. Otros mineros como él, han tenido inmensos provechos, y también han sufrido grandes quebrantamientos.

Repito que en Carabaya se empleaba el mismo sistema; pero allí los peligros de violentas inundaciones eran mucho menores, por ser los ríos y riachuelos menos abundantes en aguas; y ser las labores en mucha menor escala y mucha menos profundidad.

Los indios, en las playas de varios ríos de Carabaya, y, en especial, en las del Huari-huari, que son más anchas, forman Tocellas. Estos empedrados los extienden desde la orilla del río para arriba, poniendo las piedras paradas, y buscando para ello las más largas y puntiagudas. En las crecientes de los ríos, la corriente arrastra algunas pepitas de oro en su cauce, y lleva también gran cantidad de oro muy pulverizado en sus aguas. Al pasar las aguas sobre los empedrados, el oro por su peso específico se queda depositado entre las piedras y la tierra, y lo lavan, empleando para ello unas bateas, hechas de madera —141→ o arcilla requemada, de la figura de un plato, y del diámetro de diez a quince pulgadas. La tierra es echada en cierta cantidad en la batea, ésta se hunde en la corriente de un riachuelo, y con un movimiento rápido de los brazos, el agua va separando y llevándose la tierra, quedando al fin en el centro de la batea, el oro y una arenilla negra, aquella que nuestros abuelos usaban para echar sobre la tinta cuando escribían, y antes de la introducción del útil papel de estraza. Algunos mestizos que también se ocupan de esa clase de trabajos, emplean el azogue para recoger el oro de esas tierras.

En los trabajos como Poto, Aporoma y Chuquiaguillo, para elaborar los veneros, se emplea la cocha. Está en un estanque de agua, formado a cierta distancia de la labor, y en un punto muy superior al nivel de ella.

Esta cocha es una especie de estanque con sus correspondientes compuertas, y cuando está llena de agua se abren las compuertas, y el agua es conducida por una conveniente acequia sobre el terreno que se va a elaborar. La fuerza de la corriente de agua destruye y envuelve el terreno, llevándose la tierra movible, y dejando las grandes piedras, y el oro queda también allí, por su peso específico. Concluida la cocha, es decir, la corriente de agua, los peones con grandes barretas y palancas conducen las piedras grandes al un punto conveniente, formando con ellas murallas en cuyo centro depositan las piedras más chicas y tierra gredosa: la tierra fina, en la cual se halla envuelto el oro, es separada a un lado para lavarse enseguida. En Chuquiaguillo la tierra sacada en un día, se lava en cada tarde por ser abundante la que se explota diariamente; en Carabaya, la tierra se reúne por dos o más días, hasta reunir una cantidad proporcionada a un lavado.

En California, donde los trabajos son muy en grande, —142→ y donde no se encuentra el agua suficiente en algunos trabajos, ha sido preciso conducir el agua por medio de canales de gran distancia; hay canal allí que tiene 17 millas o sean 6 leguas de corrida: esta clase de trabajos son desconocidos entre nosotros.

En la mayor parte de los trabajos de Challuma, y puede decirse, de toda Carabaya, los tajamares son muy cortos; tendrá el más largo veinte o treinta varas. Las acequias de agua de las Mercedes (río Pucumayo) y Alta Gracia (río Challuma), no tendrían ni 100 varas de largo. Un trabajo en forma en la quebrada de Challuma, que comenzase por la parte donde el río Challuma se vine al Huari-huari, y siguiese (como se hace en California) río arriba, lavando el terreno hasta encontrar la roca, base de la quebrada, produciría asombrosos resultados. Los trabajos nuestros en Carabaya, han sido superficiales; hemos raspado con nuestros almocafres (especie de hoz hecha de fierro) los álveos de los ríos; no hemos hecho un solo trabajo científico o algo costoso; hemos querido trabajar como holgazanes, contentándonos con lo que hemos encontrado a la mano, y nada más.

En Tipuani, separada la carga de tierra, piedras y cascajo, al fin se halla el venero: éste es cuidadosamente escogido y separado, y la tierra, es lavada con escrupulosidad en bateas, y a la vista de los dueños de la labor. En Chuquia o Yuillo, la tierra venero es lavada en la forma siguiente: se hace un cajón con tres costados, como de cuatro varas de largo, de ancho como una tercia de varal y de alto, como un pie. Este cajón en su cabecera está más alto que su pie, por una diferencia de cuatro pulgadas, dando lugar a que el agua, que entra por la cabecera, corra con alguna rapidez hacia el pie; el fondo del cajón tiene atravesaños de madera, a cortas distancias. En la cabecera del cajón se forma un enrejado que se halla —143→ cubierto con lana (en Chuquiaguillo) y raíces de helecho (en Carabaya y Cajones). Este enrejado forma el fondo de un cajón, como de media vara cuadrada, con un costado abierto al canal de madera ya indicado. Este aparato se arma en un punto inmediato a una corriente de agua, y ésta, por un conveniente canal es conducida al cajón con el enrejado. Los peones traen la tierra venero en bateas (cuya descripción ya he hecho) al cajón enrejado, y la sueltan encima del enrejado; un peón experimentado, con ambas manos mueve la tierra rápidamente, la que es conducida por el agua al cajón largo, quedando atrapado en la lana (o raíces de helecho) el oro que contiene la tierra. Si algún oro pasa al cajón es detenido por los atravesaños que he indicado. Como el oro de Carabaya, Chuquiaguillo y Cajones, es de pepitaje algo grande, con frecuencia se suspende el lavado, se separan las pepitas grandes, y se sigue el trabajo. Concluida de lavar toda la tierra preparada, se desarma el cajón y se recoge el oro detenido en la lana (o raíces de helecho), y en los atravesaños del cajón. Y ya que he traído a la memoria las plantas llamadas helechos, no será demás indicar, que el helecho en Carabaya es una planta muy distinta a la que se conoce en los jardines de Lima, y sirve de adorno en macetas y canastas colgantes. En Carabaya y en las quebradas de Pucamayo y Challuma, he visto helechos, que son verdaderamente arbustos, de cuatro varas de altura, dos pulgadas de diámetro en sus troncos, y con hojas (allí ramas) de vara y media de largo. Los indios hacen en un punto inmediato a la raíz, una incisión, o inmediatamente sale una sustancia gomosa, parecida al almidón bien hervido, y esta sustancia sirve muy eficazmente para cicatrizar heridas, etc. Este helecho es conocido allí con el nombre de Sanosano.

Con mucha razón me preguntarán mis lectores, —144→ por qué existiendo tanta riqueza, tanto oro en los territorios que he indicado, esas labores han sido casi abandonadas. Voy a explicar las razones por las cuales, a mi juicio, han sido paralizadas esas labores.

La primera, y creo la más importante, es el estado de los caminos. En 1851, una chalona (carnero salado y helado) costaba en las haciendas de Azángaro cuatro reales, en Capacorco valía tres pesos, y así los demás víveres. El precio tan alto en la montaña, de los víveres, causaba necesariamente alza exorbitante en el jornal. Agrégase a esa alta escala de precios, la destrucción de víveres por el constante estado de humedad del clima, y se comprenderán los grandes quebrantos, y aun ruinas, que experimentaban los proveedores de víveres.

La dificultad y aun imposibilidad de introducir maquinarias, o herramientas aparentes para labores en gran escala, a causa de que casi todo el trasporte es preciso verificarlo a hombros de peones, cuyos jornales necesariamente aumentan exorbitantemente el valor de los productos de la explotación. La falta constante de brazos, causada por la desidia de los indios, su ningún apego al trabajo, su ningún deseo de mejorar de situación, su carencia de estímulos para ganar. A pesar de que, en tiempo de mi permanencia en Azángaro, esa provincia, según la Revista y censo formado por mí, tenía como 60000 habitantes, la señora Rivero de Velazco, dueño de los lavaderos de oro de Poto, situados en la provincia, se veía cada año obligada a mandar comisionados a los pueblos de Larecaja y Omasuyos (Bolivia) a contratar peones, porque la indiada de Azángaro, con sus cortas chacras y ganados, tenían lo suficiente para cubrir sus escasas necesidades y comprar el suficiente aguardiente para sus fiestas; y se negaban por completo el ir a los trabajos de esos lavaderos, donde —145→ es fuerte el frío, sin duda, pero donde podían ganar pingües jornales.

Los indios, peones de Carabaya, también se negaban a esos trabajos, porque ellos mismos, con corta aplicación, podían trabajar los ríos de sus propias quebradas, y conseguir valores superiores a los jornales ofrecidos por los mineros. Y si, en 1851, en que aun existía el tributo, carga fuerte, a su juicio, eran tan decidiosos y abandonados, ¿cómo se hallarán ahora que no tienen la vara de la autoridad de sus ilacatas (cobradores de tributos) sobre ellos? consecuencia forzosa, que ninguno quiere ser peón de un trabajo de esa especie. Si la supresión del tributo fue, según algunos, una medida de alta justicia, ella, sin duda, no ha producido aún ningún beneficio a la raza indígena; pues ni los ha civilizado, ni los ha hecho buscar los medios de adelantar en su bienestar; ni de indios tributarios los ha convertido en ciudadanos laboriosos e industriosos. En una serie de artículos, que un Subprefecto publicó en el Correo del Perú en 1850 y 1851, se hacían patentes los graves inconvenientes, que para el bienestar, civilización y progreso de la indiada, producían su carácter especial, su apego a sus añejas costumbres, su ningún deseo de cambiar su modo de ser y su fatal embrutecimiento.

En las orillas del Titicaca viven los indios urus; son una raza tan especial, que he escrito una memoria sobre ellos, memoria que algún día publicaré.

En las montañas esas, no he conocido otra enfermedad que la llamada chiquimachi, la que exclusivamente ataca a los indígenas. El que se halla atacado de esta enfermedad sólo desea estar echado; pierde el color y mortal palidez cubre su rostro; se le hincha primeramente el vientre, después las piernas y brazos; siente constantes calofríos y pierde por completo el apetito. Un enfermo no tiene larga agonía: ocho o —146→ diez días son suficientes para acabar una constitución sana. En Palca, en una salida de la montaña, encontré a un indígena joven, como de veinticinco años, tendido delante de una gran fogata, y gravemente enfermo del chiquimachi. Al día siguiente me empeñé en sacarlo conmigo a la cordillera, único remedio para su gravísimo mal; se negó obstinadamente, y conociendo yo que si lo dejaba en ese punto se moriría muy pronto, me resolví a emplear con él los remedios recetados por don Primitivo Callejas, y le hice aplicar ese medicamento con tanta eficacia y en tan repetidas ocasiones, cuantas se arrojaba a tierra en la marcha, negándose a andar; al fin logré llegase conmigo sano al Crucero; teniendo yo la satisfacción de comunicar la receta a mis lectores para la cura eficacísima del chiquimachi, y de muchísimos otros males, que experimenta la humanidad en nuestra tierra.

Los mineros de oro para conseguir peones, tenían que dar grandes gratificaciones a los gobernadores de los distritos de Carabaya y de Azángaro, quienes contrataban a la gente.

Quiero poner un ejemplo. El minero necesitaba cien peones contando con las acostumbradas pérdidas en tales casos, contrataba con los gobernadores por ciento cincuenta; feliz era el minero si llegaban a sus labores ochenta. Desde el primer día de la llegada de los peones, algunos se fingían enfermos, otros estropeados, inventando varios pretextos para no trabajar; resultado: entraban al trabajo cincuenta, o sea la tercera parte de la gente que el minero contrató, o sea la mitad de la que realmente le era precisa y necesaria. Aquí no quedaban sus angustias y trabajos. Formaba su trazo, arreglaba su tajamar y labor, daba al fin con la tierra venero de oro: amontonaba el producto de sus labores, iba a lavar la tierra, a percibir el fruto de sus afanes y trabajos, al día siguiente iba quizás a ser rico, etc. Amanecía el día -ni —147→ un peón en la labor- todos, aprovechando la noche, se habían fugado, algunos llevándose las herramientas: he aquí un hecho que ha tenido lugar varias veces en esas labores, dejando arruinado al empresario.

Las guerras civiles que han repercutido aún en esas lejanas comarcas, ahuyentando a los peones, causan la imposibilidad de conducir herramientas y víveres a esas comarcas.

No sólo hay en Carabaya minas y lavaderos de oro; también hay poderosas vetas de metales de plata. Entre Ayapata y Corani, se hallan las renombradas minas de Uccuntaya. Esta mina, según tradición, era asombrosamente rica en metales; y un fuerte temblor derrumbó sus labores, consecuencia de no dejar en pie los puentes que las ordenanzas forzosamente prescriben. Como los metales eran tan ricos, las labores se hacían sin dejar esos convenientes apoyos para la cumbre de ella.

Fenómeno muy curioso es la existencia en esas comarcas de los temblores. En Setiembre 5 del año de 1864, se experimentó en Carabaya una especie de terremoto, que causó graves daños y vastos derrumbes de las alturas, casi siempre empapadas en agua. En todas esas cordilleras no existe volcán alguno en actividad, ni hay tradición que haya existido. Yo soy quizás el único que, como ya he expuesto, he podido distinguir a gran distancia, al Este del alto de Ucos, en 18515 un elevado cerro cónico, con nieve en la cúspide y con todos los caracteres de un volcán. Quizás de la existencia de éste hayan provenido los temblores que han derrumbado Uccuntaya, y causado tantos estragos en Setiembre de 1864. Un futuro viajero quizás podrá dar más apuntes sobre la existencia de tales volcanes.

Estas son, a mi juicio, algunas de las poderosas razones que han, por ahora, causado el atraso o suspensión de esas tan productivas labores.